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I. FRACASO ANUNCIADO

Cuando un personaje que toma aliento en una novela quiere entrar en ella desde el mundo real,  estamos frente a un fracaso anunciado. La vida, no pocas veces, viene a ser sólo un pálido reflejo de la nueva realidad que gana en la novela, una vez que ha pasado por el tamiz mágico de los ardides de la narración, y de la maestría del lenguaje usado para consumarla.

Recordamos bien a Bayardo San Román, el novio despechado que la noche de bodas descubre que Ángela Vicario no es virgen, y desata así una tragedia que culmina en la persecución y muerte del burlador Santiago Nassar, asesinado a cuchillo por los hermanos de ella. Es el argumento de Crónica de una muerte anunciada, que Gabriel García Márquez sacó de entre las historias que se contaban a media voz en la familia, y que su madre, Luisa Santiaga, le pidió que no escribiera mientras los protagonistas verdaderos estuvieran vivos.

Pero no todos han muerto a estas alturas. El verdadero nombre de Bayardo San Román  es Miguel Reyes Palencia, quien tiene 83 años de edad y vive en Nueva York. Ahora ha escrito un libro sobre los hechos que se llama La verdad cincuenta años más tarde, en el que pretende contar el asunto como realmente fue. Digo que pretende, porque su propia historia no vendrá a ser sino una versión más, y no la mejor de todas, aunque sea él mismo quien la haya vivido, y escrito.
Cosas del poder de la ficción.

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22 de octubre de 2007
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La segunda juventud de Francis Ford Coppola

Hasta no hace mucho la perspectiva de ver la nueva película de Francis Ford Coppola en años, Youth Without Youth, me daba un poco de temor. Nadie quiere admitir que uno de sus cineastas favoritos de toda la vida ya no es lo que era, y una película pequeña basada en un libro de Mircea Eliade no suena a competencia justa con la dimensión mítica de los Padrinos, de Apocalypse Now y hasta de las joyas menores de la corona, como Rumble Fish y The Conversation. Pero ahora, lo admito, tengo muchas ganas de ver la película -y mucha emoción contenida.

Mientras leía la entrevista que Rocío Ayuso publicó ayer en El País remozado, pensaba que en buena medida la mejor ficción de Coppola siempre ha admitido una lectura autobiográfica: aquella que no hunde los relatos de manera autorreferencial, sino que los ilumina al proporcionarle ecos que van más allá de lo lineal. En algún sentido El Padrino cuenta cómo un joven por quien nadie apostaba una ficha terminó quedándose al mando de un imperio, del mismo modo en que el joven Coppola se convirtió en realeza de Hollywood a partir del éxito de su película. Apocalypse es la historia de un hombre a quien se le ha concedido un poder omnímodo que acaba enloqueciéndolo. (Algo que puede predicarse tanto del Kurtz de Marlon Brando como del mismo director.) The Conversation habla de un hombre cuya vida pasa por espiar vidas ajenas, cosa que puede predicarse casi de cualquier narrador. Y Tucker: A Man and His Dream, una de sus películas que pasaron más desapercibidas, cuenta la derrota final de un hombre osado y creativo -¡como Coppola!- a manos de un sistema que prefiere la obediencia a la excelencia.

Esta Youth Without Youth suena cargada con el mismo tipo de munición. Habla de un viejo profesor de linguística, Dominic Mattei (Tim Roth), al que un rayo providencial le devuelve la juventud física al tiempo que le permite conservar la sabidiría adquirida en tantos años. ¿Puede concebirse una imagen más transparente de lo que a Coppola le gustaría tener, energía juvenil para contar las historias que ha ido madurando en simultáneo con sus vinos?

A propósito de la película, Javier Porta Fouz recordaba el sábado en adn, la revista de cultura del diario La Nación, lo que decía un personaje clave en Peggy Sue Got Married, una de sus películas más olvidadas: "Si hubiese sabido entonces lo que ahora sé, habría hecho las cosas de manera diferente".

Ojalá Coppola haya entendido que todavía está a tiempo, con rayo o sin él. El cielo sabe que el cine de hoy necesita algo de lo que perdió desde que este hombre se llamó a silencio.

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22 de octubre de 2007
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El difunto del Ferrari

“Muerto de pies a cabeza”, describió alguna vez el corredor inglés David Coulthard a su colega finlandés Kimi Räikkönen, hoy día convertido en el cadáver más veloz del mundo. Y es que estar muerto es una ventaja cuando es preciso pasar de los trescientos kilómetros por hora sin hacer mucho ruido, tal vez aprovechando el barullo infernal que acostumbran armar los vivos con el fin de que nadie se atreva a descartarlos. Durante las recientes semanas, ha habido tanto ruido en torno a los dos grandes rivales y compañeros en la Fórmula Uno que apenas quedó tiempo para considerar al fiambre escandinavo que casi no habla, rara vez sonríe y nunca gesticula. Todavía hace un par de semanas, durante el Gran Premio de China, fue más noticia la renovada cercanía entre los puntajes de Fernando Alonso y Lewis Hamilton que la bandera a cuadros para Räikkönen, quien convenientemente continuó gozando del bajo perfil de las carnes frías.

No había ni que presenciar el famoso comercial de Mercedes Benz —donde se les veía compitiendo ferozmente por ser cada uno el primero en todo— para entender que la bien promovida rivalidad entre el campeón Alonso y el novato Hamilton no pasaba de ser un juego para niños del que cualquier peatón podía hacerse parte. Los seguidores de uno detestaban al otro como si les hubiera despojado de algo, y más que eso como si el resultado final fuese a cambiar sus vidas para siempre. En mi caso simpatizaba con Alonso, por motivos que hasta hoy no aspiro a tener claros, pero el hecho es que no había comenzado la carrera y ya estaba sufriendo de sólo revisar las posiciones de salida. Se decía que Alonso todavía necesitaba de un milagro, y apenas importaba el hecho de Räikkönen precisara de dos.

Emerson Fittipaldi lo vio con claridad: difícilmente Hamilton a sus veintidós años podría con los nervios. ¿Pero Alonso? ¿Cómo iba a sustraerse el campeón del mundo de 2005 y 2006 a esa disyuntiva magnificada día tras día, según la cual no había más que dos grandes opciones? ¿Y quién, sino el piloto muerto de la Ferrari, podía beneficiarse de aquella reducción? Apenas se inició la carrera, dos obvios perdedores se trenzaron en un duelo instantáneo que pronto dejó a uno bien atrás y al otro solo tras el par de ferraris. Cómodamente adscrito a un segundo puesto provisional, el finlandés difunto debió de ser el único en divertirse: nadie lo molestó en los días previos, ni sufrió la presión que terminó bloqueando a sus dos contrincantes, cada uno obsesionado en superar al otro. Y al final le tocó bailar con la más guapa, ya instalado en el primer sitio por cortesía de su compañero de equipo, el brasileño Felipe Massa; los dos lejos de Alonso y lejísimos de Hamilton.

Al final del citado comercial —donde las voces de dos niños fanfarrones competían cantando “todo lo que tú puedas hacer, yo puedo hacerlo mejor”— la entretenida rivalidad entre Alonso y Hamilton culminaba con la aparición inesperada de otro finlandés: Mika Häkkinen, dolor de cabeza de Michael Schumacher y dos veces campeón del mundo. Algo muy similar sucedió durante la carrera de ayer mismo en el circuito de Interlagos: pendientes sin descanso de las ruedas del otro, ninguno vio venir al muerto alegre que en sus narices se iba a llevar el pastel. De manera que a veces no es un eufemismo, ni necesariamente una tragedia, sugerir que alguien “pasó a mejor vida”, pues al cabo la vida será siempre mejor para quienes han conseguido deshacerse del peso —ese sí muerto— de las expectativas ajenas.

La resistible resurrección de Kimi Räikkönen ha traído la paz a tantos aniñados beligerantes, tras un inesperado final feliz donde los favoritos no han salido vivos, luego de tantas muestras de vitalidad vana e improductiva. Al final de la mítica Por un puñado de dólares, Clint Eastwood abandona el pueblo dentro de un ataúd y regresa entre truenos de dinamita, invulnerable cual mesías resurrecto. Pienso entonces en Kimi Räikkönen, virtual hombre sin nombre y no puedo evitar que resuenen los ecos funerarios de cierta pieza triste de Morricone.

Sólo los muertos saben de sus privilegios.

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22 de octubre de 2007
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EL PRESTIGIO DEL AUSENTE

El prestigio  que concede la ausencia a quien no está o aquello que ya no está tiene que ver con la tarea de satinado que causa la distancia o la desaparición. La lejanía o la no visibilidad, la ausencia actúa como un pulido sobre la superficie del objeto y a la vez que afina sus caracteres, borra sus imperfecciones, tanto como nubla sus pormenores, aumenta su abstracción y lo alza desde la particularidad al concepto. Siendo enemigo, amansa sus amenazas, siendo amigo aumenta su tránsito.

La ausencia aspira del ser hacia arriba y en esa operación deshace sus pliegues como en un planchado vertical. La figura se estiliza a la vez que pierde peso, gana ligereza y con ello facilita su asunción. El ausente se encuentra hasta cierto punto metabolizado por el efecto de esa condición y en consecuencia se hace más fácil de asimilar, de digerir, de hacer propio si se deseara o de soportarlo en el caso de no amar su vecindad. Lo muy próximo aterroriza.

Los personajes se vuelven tanto más temible cuanto más acercan su rostro e incluso todos los rostros se hacen monstruosos cuando la distancia de visión se acorta demasiado. La proximidad desprende olores y tufos, revela sus imperfecciones, su voz atruena y su estructura acosa. La distancia apropiada sitúa al objeto o el sujeto en su proporción debida pero la lejanía va poco a poco reduciendo la asechanza y ofreciendo al observador junto a un dominio psicológico el regalo de una circunscripción más amplia para el yo. La ausencia realiza el colmo del yo respecto al otro. El yo se expande sobre el lugar que ocupaban los demás y ese solar infinito lleva al éxtasis o la exasperación, siempre sugeridos por el poder de la ausencia.

El amado se ausenta y lleva con él una buena parte de nosotros, todo ese nosotros que se dilata en el espacio vacío para tratar de rozar el objeto que se evade. La ausencia amplia el yo dolorosamente tras el ser amado pero, de otra parte, aumenta la dimensión del yo placenteramente cuando la vacante es obra de la enfermedad o la guerra.

La ausencia es un perfume sin olor. El perfume por excelencia: de su aroma transparente se compone la desesperación o la dicha. Su fragancia es el grado cero de la naturaleza, antes de que las plantas, los animales, las flores, recibieran la animación de su esencia: cuando su olor era ausencia.

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22 de octubre de 2007
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Cantando ‘La Internacional’ con desespero

En un programa de TVE le preguntaron a Gaspar Llamazares, jefe de la izquierda radical, por qué le preocupan tanto las injusticias que se cometen en el Cuerno de África, pero en cambio no mueve un dedo cuando las familias pobres de España ven subir el precio del pan y la leche a modo de extorsión para enriquecer a ocultos intermediarios. Llamazares silbó la célebre canción Pajaritos moviendo incluso las axilas con verdadero arte.

El señor que se lo preguntaba confundía el espectáculo titulado Yo soy la izquierda feliz, con lo que se llamaba izquierda hace unos 40 años. No entiende que las figuras que encarnan los diversos papeles de la representación, es decir, los actores, no tienen por qué creer en lo que recitan. Es como si a Josep Maria Flotats le obligaran a creer las barbaridades que dice Stalin. La obligación de Llamazares es mantener la gracia de la pieza dando contraste al Gran Divo. Una primera figura sin comparsas, desfallece. De modo que el actor que hace de izquierda extrema sirve para que otro actúe de izquierda moderada, siendo ambos, seguramente, de derechas de toda la vida.

Esta semana subí a comer a uno de mis restaurantes favoritos de Barcelona. Se llama La Venta y está a una altura idónea para divisar la ciudad bajo una buganvilla y sitiado de palmeras. Al fondo, el espejo del mar. Pero antes un amigo me llevó a pasear por las faldas del Tibidabo, el último lugar medianamente arbolado de la ciudad, pinares donde los curas nos llevaban a juntar retama para la Inmaculada. Pues está desapareciendo bajo el ladrillo de Núñez y Navarro, que no son dos sino uno. Seguro que el expolio es legal, y eso es lo más curioso. Las masas pétreas que están devorando el monte al modo levantino han sido aprobadas por el ayuntamiento socialista, no me cabe ninguna duda.
Una concejala, Imma Mayol, fuente de infinito regocijo entre la ciudadanía, hace aquí el papel de Llamazares, algo así como La Superprogre guay. El señor del programa le habría preguntado cómo ha podido colaborar en semejante mina de oro para los ricos. ¡Qué ingenuidad!

Artículo publicado en: El Periódico, 20 de octubre de 2007.

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22 de octubre de 2007
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LOS PUMAS

Francia padeció, a manos de unos argentinos, una terrible humillación en la Copa del Mundo de Rugby. Quizás pasó desapercibida afuera, pues el partido de la vergüenza entre los Pumas (la selección nacional de Argentina) y la selección de Francia fue, el viernes por la noche, en lo que se llama la “pequeña final” para los puestos 3 y 4 de la clasificación. Pero una derrota 10-34, con un dominio deslumbrante del equipo argentino, era lo último que faltaba para cerrar la actuación muy pobre de rugbiers (palabra argentina) franceses jugando en casa.

El escenario no era el gran “Estadio de Francia” (80.000 asientos) sino el “Parque de los principios” (43.000) y los príncipes eran los jugadores de la selección albiceleste. Después del partido, un organizador oligofrénico intentó tocar la canción de Edith Piaf “non, je ne regrette rien” (no tengo lástimas) en los altavoces del recinto lo que provocó la rabia del público. Francia lástima su derrota en la copa y lo debe a la falta de calidad de su equipo y al talento de los argentinos que le ganaron dos veces, en el primer partido y en este último.

Es difícil vender los argentinos al mundo hispanohablante. Su exceso de soberbia, su fuerza/debilidad psicológica son a veces insoportables. Pero, más allá de los viejos chistes (“para suicidarse un argentino sube hasta la cumbre de su ego y se tira al vacío”), los Pumas son argentinos especiales. Tienen alma y en la cancha algo de duende. Son los gitanos del mundo del rugby: ocupan la posición tercera en la clasificación de la copa, pero toda su elite pertenece a clubes europeos y su selección nacional no cabe en los grandes torneos de los hemisferios Norte o Sur. Argentina sólo tiene a la copa del mundo, cada cuatro años, para demostrar su calidad.

Lógicamente, cada cuatro años, los Pumas juegan para existir, para recordar su presencia al mundo del rugby, lo que da una emoción vital a su juego, servido por una entrega física y mental total, la “garra”. Es el todo o nada: ganar o, peor que perder, desparecer. El blog de un periodista argentino, Jorge Busico, lo expresa muy bien. Cuenta la copa como un ejercicio de auto-afirmación: los Pumas son grandes en su lema, su oración y también el honesto relato de lo que ve. (Es un el blog de Busico donde encontré la fotografía de los Pumas que viene con esta nota. Es de un fotógrafo, Caro Pierri, que la regaló para la promoción del deporte. La actitud de los Pumas dice todo: cantan su himno antes de derrotar a Francia. Antes de derrotar por primera vez en la copa…)

Como buenos argentinos, los Pumas son víctimas de un exitismo sin límite. Los jugadores gritaban “Pichot Presidente” después del último partido contra Francia. Agustín Pichot es un maravilloso jugador y un gran capitán. Ya sus compañeros lo veían pasar de maestro en un césped a jefe de su país. Pierre Mendes-Frances, que fue el jefe del gobierno francés a mitad de los años 50, describía los argentinos como “el pueblo que habla entre comillas”. Dicen cosas, pero son cosas ajenas a lo que hacen en la realidad. Menos estos Pumas. Vinieron para recordar su existencia. Dicho y hecho. Los Pumas son grandes. 

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22 de octubre de 2007
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El efecto Guggenheim

Así se llama un ensayo del pensador y profesor que surgió de Deusto, Iñaki Esteban y que sabe muy bien de qué espacio habla. El lugar donde hoy está ese corazón de Bilbao ayer, hace diez años, era el lugar de la herrumbrosa decadencia de una  ciudad famosa por su orgullo -entre otras muchas cosas- pero que estaba conociendo tiempos de decadencia. Llegó el Guggenheim, y sobre todo, llegó el edificio de Frank Gehry y el basurero de esa zona se convirtió en emblema de modernidad. En ornamento de una ciudad que pretendía ser otra, quitarse boina, soltarse mitos y mirar al futuro sin complejos.

Eso no es fácil, no se hace solo con una arquitectura espectacular, con un museo llamativo, con esponsorizaciones globales y con otros arquitectos estrellas llenando con su  firma el metro, los puentes o los nuevos rascacielos de una ciudad tradicional, de una ciudad que conoció el cambio -no sin resistencia- de los verdes valles a las colinas rojas. No es solo el efecto Guggenheim el que permite el cambio en el espíritu de la ciudad.

Como dice Iñaki Esteban, “hablar del Guggenheim sólo como cultura es como hablar de fútbol de Primera División solo como deporte”. El Guggenheim y su efecto son mucho más que un hecho cultural. El efecto Guggenheim, si no se tuerce en proyecto solo ornamental o se banaliza en sus contenidos, es en diez años de vida el ejemplo de cómo se inventa un lugar simbólico del cambio de una ciudad. De la transformación de un pueblo y de sus relaciones con el exterior. El efecto de apertura al mundo y su complejidad, la ruptura con un nacionalismo cerrado y de taberna , el fin del orgullo de raza y el ser capaces de saber que en el mestizaje, en la llegada del otro, de los otros, está la mejor solución contra el muro de la intolerancia.

A pesar de los gustos de Gerhy también han limpiado el entorno. Lo han ajardinado, suavizado, dulcificado. Ya no tiene la personalidad herrumbrosa de antes, ese aspecto industrial, lleno de contenedores, de vías electrificadas o de pintadas pro-etarras. Han querido limpiar, despejar y hacer brillar lo que Esteban llama “un inmueble fotogénico, orgánico y orgásmico”.

Estuve en la inauguración, he vuelto después de diez años. Han pasado muchas cosas, muchos Armani, Hugo Boss y otras fáciles marcas del lujo “popularizado”, pero también han venido algunas exposiciones que merecieron la pena. Y sobre todo, ahora, en esta conmemoración, para los que quieran seguir el mejor arte del imperio americano, la innovación de lo que nos vino de USA -un arte imprescindible para entender nuestro tiempo- que se disponga a visitar esa exposición llamada “Art in the USA”. Un mundo lleno de hermosas paradojas.

Visita aparte los laberintos de Richard Serra. Como si paseáramos por Fez, por un cañón o por las estrechas calles de alguna ciudad silenciosa. Hermosas sus hierros que van cambiando el color con los años. También la herrumbre es hermosa. ¿Dónde estarán las toneladas perdidas en el Reina Sofía? ¿Estará la obra de Serra siendo vendida como chatarra? Que la chatarra no llegue al efecto Guggenheim.

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22 de octubre de 2007
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IV. EL REFULGENTE CIELO DE LOS VIVOS

El licenciado Madrazo no ganó, pero gracias a su viveza pudo haberlo hecho, y aquí hay que reconocerle alguna dosis de pudor para no haberse alzado con el primer lugar, si es posible el milagro del pudor entre los vivos de marca. O es que se trataba apenas de un intento de prueba, y ya lo veríamos campeón absoluto en el siguiente maratón. Si no es que lo descubren.

Los vivos piensan siempre que nunca serán descubiertos, pero ya ven que no siempre es así. El director del maratón,  Martin Wahl, ordenó anular el registro de tiempo del vivo corredor tramposo, y por tanto descalificarlo. Según las averiguaciones, el licenciado Madrazo Pintado tomó un atajo en un punto donde el circuito asignado a los corredores  se estrechaba para hacer una especie de ocho, y entonces atravesó tranquilamente unas cuantas calles, silbando, seguramente. Tiempo suficiente aún para tomarse tranquilamente una cerveza, antes de reemprender su camino a la efímera gloria.

Aunque se trate de otro tipo de carrera, ¿no se parece esto a un fraude electoral?

En el cielo de los vivos, ya ven, el licenciado Madrazo, curtido en  vivezas, es una estrella refulgente.

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19 de octubre de 2007
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Orson (nuevamente) en venta

Me entristeció la noticia de que Sotheby's subastará el Oscar que Orson Welles recibió por el guión de Citizen Kane. Ya sé que es probable que vaya a dar a manos de algún coleccionista que valora a Welles seriamente. (De hecho, si me sobrase un millón de dólares juro que participaría de la subasta.) Pero tiendo a creer que ese Oscar es de la clase de tesoros que debería estar en poder de alguien que, además de admirarlo, lo haya querido mucho.

La trayectoria de Welles es lo más parecido a la leyenda de Icaro que Hollywood haya conocido nunca. El fenomenal éxito que obtuvo aquella transmisión radial de La Guerra de los Mundos convirtió a Welles en el hombre mimado por la prensa, una suerte de moderno Da Vinci que todo lo hacía bien: actuar, escribir, dirigir. Ese minuto de gloria le valió un contrato con RKO que le otorgaba un poder hasta entonces impensado. Welles no sólo podía elegir sus propios proyectos como director, sino que además tenía corte final. En aquellos años no existía lo que hoy se conoce como 'Teoría del Autor'. El director era apenas un empleado bien pago de los estudios, sujeto a las órdenes estrictas de sus productores y sin poder para evitar cortes o modificaciones a su propia película. De algún modo Welles terminó inspirando a André Bazin aquella teoría que los franceses divulgarían y llevarían a la práctica. Pero pagó por ello muy caro precio.

Citizen Kane era y es una maravilla, pero además de irritar al establishment de su país -se inspiraba libremente en la vida del magnate William Randolph Hearst, que empleó todo su poder para hundir la película y también a Welles- cometió el único pecado que Hollywood no perdona: fracasó en la taquilla. De allí en más Welles no pudo nunca completar una película tal como la quería y soñaba. Vivió malgastando su talento como actor para financiar los filmes que quería dirigir. Algunos los terminó en condiciones precarias: su Macbeth, por ejemplo. Otros no terminaron de despegar nunca -su malograda versión del Quijote.

Hace muy poco Walter Murch reeditó A Touch of Evil, que Welles había dirigido y protagonizado para que el estudio la alterase por completo a su antojo. ¡Su legendario plano secuencia del comienzo resultó ensuciado por los títulos de presentación! Por fortuna hace algunos años Rick Schmidlin obtuvo permiso para reeditar el film de acuerdo a la visión original de Welles. Esta visión sobrevivió en un memo de 58 páginas que Welles elevó al estudio cuando vio lo que habían hecho con su película. Las indicaciones eran tan precisas -y tan atinadas- que Murch leyó las 58 páginas delante de Schmidlin y se comprometió a reeditar A Touch of Evil de inmediato. (Esta versión nueva se consigue en DVD.)

Mientras lo hacían se enteraron de que existía otra carta de 12 páginas en la que Welles daba precisiones sobre lo que quería en materia de sonido. Schmidlin dice que el momento en que el estudio les faxeó las páginas a la granja-taller de Murch lo conmovió de verdad: "Fue extraño... ¡Era como si Orson mismo nos estuviese enviando las notas!"

Ojalá aquel que se quede con el Oscar sepa el valor -no digo el precio, sino el valor- de lo que tiene entre manos.

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19 de octubre de 2007
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LA NATACIÓN

La fuerza expansiva de la natación es una metáfora de la disolución sin tasa en la espacialidad del mundo. Porque el agua dilata, expande, contribuye a llenar de vida las axilas, perfecciona la teneduría de la piel, contribuye a elongar las líneas del cuerpo hacia una distancia superior. El agua lava de las excrecencias, desprende el detritus, desintegra las viscosidades, abrillanta la osamenta y embellece el contorno del pecho. Gracias a ella se gana tiempo por afuera y por adentro.

El agua es prolongación de las bendiciones aleadas en este bálsamo diáfano que  blanquea las escayolas del espíritu y confiere al cuerpo una disposición más allá de las metálicas heridas de la vida. Así el agua traduce la juventud y se  derrama sobre el anciano como un aceite sin pesantez o una caricia que incluye a cualquiera en su espacio fulgente y primitivo. Democrática, magnánima, sana como un aro de trasparencia que comunica lo vivido con el punto cero de la vida, el agua libra salva al cuerpo de sus escorias y retoma, aun en pequeños fragmentos, las primeras y únicas promesas de plata. 

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19 de octubre de 2007
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