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III. LO CURSI SE VUELVE MÁGICO

La cursilería, que es un defecto para unos, viene a ser una virtud para otros, en tanto expresión del diario vivir. “La Marioneta” es, en verdad, obra del ventrílocuo mexicano Johnny Welch, que lo usa para un número con su muñeco parlante “el Mofles”, y está incluido en su libro Lo que me ha enseñado la vida.

La primera reacción de García Márquez en el 2001, al enterarse de que se le atribuía el poema, fue declarar desde Los Ángeles, donde se encontraba sometido a tratamiento médico: “Lo que realmente me puede matar es la vergüenza de que alguien me crea capaz de haber escrito un texto tan cursi”.  El ventrílocuo, herido en su amor propio, respondió: “A mí me duele profundamente que el señor García Márquez diga que él no se atrevería a escribir una cosa tan cursi, pero respeto su opinión”.

Cuando García Márquez regresó a México después de cumplir el tratamiento, se reunió con Welch, según lo cuenta el escritor Ignacio Solares, que estuvo presente en el encuentro. Welch compareció a la cita con su muñeco “el Mofles”, a quien hizo recitar el poema. Fue un momento mágico, del que se borró toda cursilería, según el testigo presencial.

Y ahora averigüemos por nuestra cuenta, lo qué es cursi y lo que no lo es.
 

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30 de octubre de 2007
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Cerca de Krahe, lejos de Smith

El viernes pasado, tuve un día y una noche feliz en Cádiz. Gente interesante en una de las ciudades más hermosas que conozco, en una de las más antiguas ciudades de occidente, en esa isla liberal, constitucional, contradictoria, hermosa, viva, vital y también con muchas carencias. En Cádiz para participar en un ciclo sobre arte y crimen- me tocó ese lado que conozco un poco: prostitución y libros- una curiosa relación que se extiende a todas las artes y a todas las formas de la vida criminal y sus alrededores. Una noche que comenzó con la actuación de un cantante, un poeta, un irónico lúcido que sigo y conozco hace ya tantos años, Javier Krahe. La mejor versión española de Georges Brassens, con incrustaciones de Serge Gainsborugh, trozos de Dylan y gramos de Leonard Cohen. Y sobre todo una manera de estar y decir ciertas cosas del paso del tiempo, el deseo, la mentira, el amor y su física y química, como ningún otro entre nosotros. Hay otros pero tienen más ternura. Krahe, por encima de otros, al lado de  Pí de la Serra, de Pau Riba y como maestro de Albert Plá, es el primero de nuestros cínicos imprescindibles. El humor también puede ser inteligente. Nada que ver con esos charlatanes de tienen éxito en televisión. También canta a su aire. Y es capaz de llevar músicos que queremos tanto. Pues eso, todo bien… y sin embargo quería estar en otra parte.

Sí, yo quería haber sido uno de esos que estuvo cerca de mi desconocida amiga/amada hace también tanto tiempo. Hubiese querido ser el que aplaudiera de cerca a esa mujer capaz de cantar, decir y estar como si una actuación fuera un orgasmo de larga intensidad. Quería ser uno de esos que estuvo cerca de Patti Smith en su particular homenaje a nuestro hermano Rimbaud cabalgando por algún lugar de nuestro espíritu libre. Creo que estuvo bien. Muy bien. Maravillosa dicen. Yo me muero de envidia. Quiero estar en dos sitios, en más. Espero noticias de Patti de mi amiga Laura. O de Adrián Vogel. No sé, de algunas/os que saben que la música nos permite seguir paseando más o menos felices en noches como ésta. Aunque estuviéramos lejos de Smith o cerca de Krahe. No hay días perfectos.

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29 de octubre de 2007
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EXTRAÑOS EN UN TREN

El video de la agresión racista en un tren escandalizó a la opinión pública y a las instituciones españolas. Pero ¿son ellas inocentes?

Sergi Xavier Martín Martínez (21 años) debe estar contento. Los juzgados lo han tratado con amabilidad. El sábado, un juez le tomó declaración y vio con él el video que lo ha hecho famoso. Es la grabación de la cámara de seguridad de un tren de cercanías. En la imagen, Xavier aparece acosando a una inmigrante ecuatoriana menor de edad. La amenaza. Le toca el pecho. Apretada contra la ventanilla, la chica trata de no mirarlo. Él le acerca la cara y la insulta, mientras le cuenta a un amigo por teléfono cómo zurró a un árabe. Ella trata de fingir que él no está. A Xavier, eso le parece muy divertido. Le da una bofetada. Repite que odia a los inmigrantes. Le empuja la cabeza. Antes de irse, como despedida, le patea la cara. Ante el juez, Xavier admitió ser la persona que aparecía en las imágenes. En su defensa alegó que no recordaba nada porque iba muy borracho. El juez lo dejó en libertad.

Las imágenes se difundieron en televisión dos días después, escandalizando a la opinión pública. De inmediato, una nube de fotógrafos y periodistas rodeó la casa del agresor. Y Xavier comenzó a hacerse famoso.

A los primeros camarógrafos, los trataba de espantar a manotazos. Pero por la tarde, al ver su casa rodeada, decidió salir a tomar una cerveza, arrastrando tras de sí a un séquito de cámaras y grabadoras. Una chica se acercó a saludarlo. Él la abrazó y bromeó sobre su popularidad. Se pasó la tarde en la barra del bar, haciéndoles gestos insultantes a sus paparazzi. Al final, empezó a cobrarles por hablar. Al primero le pidió un paquete de tabaco. Cuando empezó a conocer mejor el mercado, su preció subió a dos mil euros.

Hace unos meses, con ocasión de unos disturbios raciales en Alcorcón, fui a hacer un reportaje a esa localidad. Como se notaba que yo era periodista, se me empezaron a acercar todos los maleantes, fumones y pequeños delincuentes de la zona, que querían contarme su historia. Muchos de ellos se enorgullecían de haber estado en la cárcel y me mostraban sus cicatrices. La mayoría fumaba hachís mientras me hablaba. Todos aseguraban con entusiasmo que librarían a Alcorcón de inmigrantes. Esos chicos no eran capaces de reconocer a un extranjero ni teniéndolo enfrente, como ocurrió conmigo. Pero estaban genuinamente convencidos de odiarlos a todos. Le pregunté a uno:

-Pero si tú eres ladrón y asaltas con cuchillo y has estado preso, no entiendo: ¿qué te molesta de los inmigrantes? No pueden ser peores que tú.

-Claro que sí, tío. Los ecuatorianos ocupan todo el día las canchas de fútbol de los niños ¿Comprendes? Yo seré ladrón, pero nunca me he metido con los chavalitos.   

Lo que más les gustaba a mis informantes era cubrirse la cara y posar para la foto como bandas de delincuentes. Los entusiasmaba la perspectiva de salir en el periódico.

Xavier tiene un perfil similar: fue abandonado por su madre. Su padre es alcohólico. En el colegio se autolesionaba y ha pasado años en tratamiento psiquiátrico. No tiene trabajo. Su historia penal incluye antecedentes por robo con violencia y robo con intimidación a los diecisiete años. Para alguien como él, los inmigrantes son un escalafón de la pirámide social más bajo que él mismo, un grupo que le permite sentirse menos marginal. Desde su punto de vista, atacarlos es un servicio social, quizá, el único que puede prestar.

Y la sociedad lo premia. Como sale en la televisión, sus vecinos están todos pendientes de él. Aunque no aprueben lo que hizo, lo rodean para hacerle preguntas. Algunos sueñan con aparecer también en las noticias, aunque sea un segundo. Y finalmente, los redactores le pagan por contar que estaba borracho, algo que antes hacía gratis.

Un gamberro, un chico problema, vive sintiendo que es escoria social, y que el mundo tiene cuentas que saldar con él. Sólo hay dos tipos de personas que pueden hacerlo sentir mejor: los inmigrantes y los periodistas. Ahora, Xavier tiene de los dos.

Un pacífico pueblecito

La Colonia Güell, donde Xavier vive con su abuela, está a media hora de Barcelona y es el único barrio obrero declarado de interés cultural. Fue concebida hace más de un siglo por el empresario Eusebi Güell para albergar a los trabajadores de su fábrica textil, y se convirtió en un exitoso experimento social. Güell aisló a sus empleados de los conflictos sociales de la ciudad, y les ofreció beneficios culturales y religiosos. Para construir la iglesia del pueblo contrató a Gaudí, e incluso las casitas tienen detalles modernistas. Hoy en día, la fábrica ya no está, pero la colonia es un idílico pueblecito turístico separado del mundo, con cancha de fútbol y espacios infantiles.

Para los vecinos del pueblo, Xavier es una víctima de los periodistas, una manada de energúmenos armados con cámaras que han venido a alterar la paz de su existencia. Si preguntas por la Colonia, te dirán que Xavier tiene problemas de adaptación, pero no es racista. De hecho, ha trabajado con inmigrantes. Y tampoco fue especialmente agresivo con la ecuatoriana. Puestos a medirlo, ha golpeado mucho más a algunos españoles. Según los pobladores de la Colonia Güell, su estúpida travesura ha sido engordada y deformada por los medios de prensa con el mezquino fin de vender ejemplares.    

Esta gente no es de extrema derecha, ni xenófoba. Simplemente, conocen a Xavier de toda la vida. He visto a madres de narcotraficantes y terroristas jurar que su hijo no puede haber delinquido o no con mala intención, porque ellas lo han visto desde que gateaba y sonreía en una cuna. Admitir los hechos reprobables de uno de “nosotros”, nos obliga a cuestionar muchas cosas de nuestros vecinos, nuestros valores y nuestra vida. La reacción natural ante estos hechos es cargar la culpa sobre otros.

La cuestión es ¿exactamente quiénes son los otros?

Frecuentemente, me encuentro con españoles que se expresan contra los inmigrantes. Cuando protesto, descubro que no me consideran uno. Al principio, pensaba que era por ser blanco. Luego he conocido a gente abiertamente racista que convive con chinos o andinos sin el menor problema. No les molestan los inmigrantes que conocen, que “se han adaptado bien”. Les molestan “los otros”, una categoría abstracta frecuentemente alimentada por las noticias de los periódicos.

Y lo que molesta siempre es rentable políticamente. En las recientes elecciones suizas, el partido Unión Democrática de Centro hizo campaña con un afiche en que tres ovejitas blancas echaban del corral a una ovejita negra. Su programa incluye la expulsión de extranjeros con condenas penales, la prohibición de construir minaretes en las mezquitas y el veto a la libre circulación de rumanos y búlgaros. Ha tenido la victoria más contundente en la historia del país: 29%. Los extranjeros forman el 20% de la población suiza. Tienen derecho a pagar impuestos. Se les permite aportar a la seguridad social. Se controla que sólo entren para áreas económicas en las que no queda más remedio que aceptarlos. Pero no votan.

El fenómeno en España se ve venir. La comarca donde se registró el ataque de Xavier, Barcelonés, es tradicionalmente muy contraria al Partido Popular. En las últimas elecciones municipales, sin embargo, el PP de Badalona concentró su campaña audiovisual en la “amenaza inmigrante”. Fue la única localidad de la comarca donde el PP aumentó su caudal de votos.

Mientras tanto, Xavier no puede quejarse. El juez lo obliga a comparecer diariamente ante la policía, pero lo hará en su domicilio. Y vive en un lugar muy bonito, con vecinos muy amables.

El Estado contra los inmigrantes

El debate de esta semana en España no sólo gira en torno a la violencia racista. Otro tema fundamental es si el Estado está en condiciones de enfrentarla.

Tras su primera declaración, Xavier quedó libre porque el fiscal no se presentó. La fiscalía aduce que el juez no les avisó de la gravedad de los hechos. El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña lo niega. Todos están de acuerdo en que en las instituciones necesitan más personal. Hizo falta que tomaran cartas en el asunto en ministro de Justicia, la fiscal jefe de Cataluña y el propio presidente de Ecuador, que fichó a un prestigioso penalista para llevar el caso a los tribunales y envió a la ministra de relaciones exteriores. Incluso el presidente español calificó los hechos de “deleznables”.

Aún así, la fiscalía tardó cuatro días en pedir el arresto. Y cuando la petición llegó al juzgado, a las 15.40, el juez ya se había marchado. Cuando finalmente el juez tomó una decisión, dejó libre a Xavier.  Según su informe, considera que Xavier le propinó a su víctima un pellizco en el pecho, pero que en ellos “no se aprecia delito contra la libertad o la indemnidad sexual”. Tampoco aprecia lesión psíquica en la víctima a pesar de que afirma “sentir miedo por la agresión... acudir acompañada a su centro de enseñanza... problemas para conciliar el sueño” y el uso de gelocatil.   

Hay casos más graves: el congoleño Miwa Buene fue atacado en febrero por un hombre que gritaba vivas a España, lo llamaba “mono” y lo conminaba a largarse a su país. A consecuencia de la agresión, Miwa Buene quedó tetrapléjico. Está en una silla de ruedas, con el cuerpo paralizado de la barbilla para abajo. Su agresor ha sido reconocido por un testigo y por él mismo pero, ocho meses después, sigue libre.       

En el año 2006, la ONG SOS Racismo recibió 534 denuncias, 158 de ellas por casos de xenofobia, 89 por agresiones directas. A esas hay que sumarles las denuncias penales donde el juez no toma en cuenta la motivación racista. Y las que no se denuncian porque las víctimas carecen de documentación y temen por su situación legal. Y sobre todo, las que no se denuncian por un factor que distorsiona cualquier cálculo: el miedo.

En el video del tren, sin ir más lejos, hay un tercer personaje: va sentado al otro lado del vagón y también es latinoamericano. Es testigo de toda la agresión contra la chica, pero no se levanta, ni dice una palabra. Cada vez que puede, mira para otro lado. Parte de la opinión pública condena la cobardía de este joven. Pero quienes mejor lo entienden son los propios inmigrantes. Uno de ellos me dice:

-Mira lo que ha pasado después. Ni siquiera una campaña en televisión, dos presidentes y dos ministros consiguen que se arreste a un agresor con pruebas filmadas ¿Qué garantías tenía el testigo de que no lo acuchillarían impunemente? Peor aún: ¿Qué garantías tenemos todos los demás de que eso no nos ocurrirá?   

Artículo publicado en: diario La Tercera, octubre 2007.

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29 de octubre de 2007
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El último grito sevillano (unánime)

Sin la menor vacilación, cuando un marciano me pregunta cuál es la ciudad más hermosa de España para pasar unos días en la Tierra le contesto: Sevilla, siempre. Está aguantando bastante bien la plaga del ladrillo choricero y también la del turismo masivo. Dejando de lado el aspecto monumental, ciudades como ésa, con parques generosos, jardines que colorean cada escondrijo, cada plaza, o se fragmentan en el mosaico de los balcones, ciudades que se dejan pasear durante horas sin cansancio y con el corazón ligero, son cada vez más escasas. Por eso corre peligro: su hechizo la puede convertir en una Venecia del sur y sufrir la misma degradación que la soberbia aunque ya imposible capital del Adriático de donde huye la población nativa.

A pesar de todo, aún no han podido con Sevilla. En esta semana, a las puertas de noviembre, las jacarandas lucían escandalosamente floridas y los jardines más frescos que en mayo. La masa turística no la daña en exceso si uno evita (con dolor) los Reales Alcázares, quizás el espacio guerrero más poético de la península y el más codiciado por los operadores.

Es cierto, el turismo aún no la ha herido de muerte, pero los alcaldes la pueden hundir en cualquier momento. El actual ha puesto en marcha una línea de tranvías que transitan como tiburones por el barrio de la catedral y giran cerca del Ayuntamiento con un estruendo férreo que ha de hacer felices a los vecinos. Tiene un recorrido de mil metros perfectamente inútil. Todos lo odian. Nadie lo quiere.

A su paso por la Avenida de la Constitución, estos escualos ciegos y los hercúleos postes que aguantan su catenaria (¡color negro betún!) han destruido uno de los mejores y más amplios paseos sevillanos, el de la fachada del templo. Tarde o temprano caerá un peatón o un ciclista triturado por las mandíbulas de la fiera. Es inevitable.

Los extranjeros pueden ser peligrosos, pero nada hay más peligroso que los nacionales. Sobre todo cuando se les llena la boca de amor a la patria y sacrificio por el noble pueblo que les ha elegido. Son tóxicos.

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de octubre de 2007.

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29 de octubre de 2007
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Elogio de lo inservible

Tendría poco más de siete años cuando de manos de mi madre recibí la primera agenda de bolsillo. Era una del año anterior, pero igual me sentí un niño importante porque era el único de mi edad con agenda. Además, no tenía citas que atender. Podía llenar todas esas hojitas de cuantos garabatos o dibujos quisiera. Y a la postre duró varios años, durante cuyo transcurso me acostumbré a salir cada mañana con la agenda debidamente oculta en el bolsillo. Traía algunos números telefónicos, mismos que rara vez llegué a marcar, más diversos apuntes que yo creía útiles aunque nunca llegara a utilizarlos. De entonces hasta hoy, cargo siempre con una agenda más o menos inútil, que en todo caso sirve como mera bitácora del caos.

Las agendas no siempre le arreglan la existencia a su dueño, pero de cuando en cuando le calman los nervios. Especialmente cuando la agenda es nueva y su sola llegada sirve para llenarse de buenos propósitos. Que es lo que sucedía cuando empezaba el curso y mis querúbicos padres forraban de plástico transparente los nuevos libros y cuadernos, donde ahora sí el niño sacaría verdadero provecho académico, y haría sus tareas y cumpliría con todas las exigencias escolares. Puras patrañas, pues, mas uno se las cree como si provinieran de una persona confiable. Será por eso que pasan los lustros y todavía espero que una agenda venga a cambiarme la vida. Lo cual sería plausible si me tomara la molestia de llenarla, pero eso exige la disciplina férrea de quienes acostumbran reservar un lugar para cada cosa y poner cada cosa en su lugar. Gente rarísima, en mi experiencia. Nunca seré como ellos, aunque aún puedo darme el lujo de estrenar agenda y asumirme persona organizada.

Hoy las agendas son majaderamente poderosas. Sus diferentes mecanismos electrónicos no sólo simplifican el puntual cumplimiento de los compromisos, sino que hacen difícil esquivarlos. Traen alarmas, recordatorios previos y avisos de colores, entre otros adelantos que deben de ser cómodos para quien no ha encontrado como sacudírselos. Por si esto fuera poco, han contraído algunas la maña de amafiarse con la computadora o el teléfono, de forma que no pueda uno ignorarlas. Pero el caos también tiene sus mañas, demasiadas para que un simple grillete electronico se adueñe de la voluntad de un voluntarioso. Cada vez que a la agenda, el teléfono y la computadora les sale lo mandón, no me queda más que desconectarlos; a ver si así se ubican en su papel.

Más que una simple agenda, mi aparato portátil es una sucursal del cerebro. Es decir que está lleno por igual de cosas útiles e inútiles, como teléfono, procesador de palabras, cámara de video, calendario lunar, teclado, mp3 y un adictivo juego de boliche. Prefiero no decir cuáles son los programas que más utilizo, baste con recordar que a estas alturas sigo considerando a la agenda un juguete sin mejor atributo que el de entretenerme durante los tiempos muertos y hacerme creer que soy serio y puntual por el solo hecho de tener una agenda electrónica. A veces, si amanezco insoportablemente optimista, me da por instalarle un programa pomposo que se piensa capaz de controlar ingresos y gastos, pero más tardo en comenzar a ingresar numeralia que en rebelarme contra su autoridad y devolverle todo el control al descontrol.

Creo, con Wilde, que la única excusa para hacer una cosa útil es no guardarle admiración alguna, y la verdad es que admiro a una agenda sólo cuando es muy útil para llevar a cabo cosas inútiles, como escribir por nada y para nada, o anotar más de 280 en una sola línea de boliche, por 250 del aparato. Llego a creer, con imbécil frecuencia, que mi suerte para el resto del día dependerá de mis tempranos números en el miniboliche, igual que a veces temo que si no sirve el texto que pergeño tampoco sirvo yo... ¿Para qué? Para seguir haciendo cosas inútiles. Por lo pronto, ésta que nos ocupa ya está lista. Ay de quien ose hallarle utilidad.

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29 de octubre de 2007
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El día después

Ahora que la neblina se disipó y está claro quién presidirá la Argentina durante los próximos cuatro años, siento la necesidad de comentar circunstancias que me quitaron el sueño durante estas semanas.

1. Lo primero que me angustió fue mi imposibilidad de sostener una simple discusión política, como las que recuerdo haber tenido tantas veces años atrás. (El posesivo está correctamente aplicado: 'mi' imposibilidad, fui yo quien no pude.) Cada vez que se presentaba la oportunidad durante algún encuentro social -un cumpleaños, una comunión- terminaba optando por callar o peleándome a los gritos. Lo que me sacaba de quicio en todos los casos era percibir de inmediato que lo que yo pretendía era imposible: un intercambio de ideas y de información, en el que cada parte expone su saber y sus conclusiones mediante argumentos racionales.

A cada paso me encontraba con gente que daba por buenas informaciones erróneas: que la muerte del maestro neuquino Fuentealba es responsabilidad de Kirchner, por ejemplo. (No lo es ni política ni legalmente.) O que al preguntársele por qué no pensaba votar a Cristina Fernández de Kirchner no respondía con un argumento coherente, sino con la expresión de prejuicio o resentimiento: "No me gusta. La detesto. Me cae mal". (Debo decir que las más vocales opositoras a Cristina con las que me topé fueron mujeres.)

Me ocurrió lo mismo en este espacio. En respuesta al post del fin de semana, un tal Pedro respondió a mi afirmación de que la Corte Suprema de la Nación era independiente con el siguiente argumento: "¡Por favor!" Yo le sugeriría a ese señor que si cuenta con información que demuestra que la Corte no es independiente por favor la difunda. En este país existen centenares de periodistas que darían un ojo de la cara a cambio de la oportunidad de embarrar el prestigio de estos juristas de renombre internacional, a los que hasta hoy nadie -ni siquiera los más furibundos opositores- ha podido criticar. Pero hablo de información, o en su defecto de razonamientos, no de un artero "¡Por favor!" con el que se puede injuriar hasta al mejor de los hombres sin tomarse el trabajo de justificar por qué. San Francisco de Asís: ¡por favor!

2. Algún sociólogo debería estudiar cuál es el grado de componente irracional que prima en la decisión del voto. Porque la mayor parte de la gente puede esbozar una explicación para su decisión, pero los argumentos de muchos no resisten la menor confrontación. Ya bastante problemas causa la existencia de tanta gente que decide su voto pensando no en el bien de las mayorías, sino en su propia conveniencia personal. Gente que quiere estar bien aunque el resto se hunda. (Recuerdo discusiones de otras épocas, cuando me tomaba el trabajo de explicarle a algunos menemistas espontáneos por qué seguir con la paridad peso-dólar iba a llevarnos a la crisis económica feroz que finalmente estalló. No sólo me escuchaban atentamente, algunos hasta me daban la razón. Después de lo cual decían: "¡Pero yo me quiero ir a Miami!" Razón por la cual votaron a Menem. Y así nos fue.)

Pero en fin, esto es parte del juego democrático: tienen tanto derecho a votar como yo y como ustedes. Lo que me angustia es que exista tanta gente cuyo voto responde a un componente irracional tan grande que ni siquiera perciben que no sólo están votando en contra del bien de las mayorías, sino del suyo propio.

Gente que no termina de encajar bien su razonamiento con la decisión que toma a colación. Como este José de Buenos Aires que también respondió a mi post. José acusa a los Kirchner de haberse robado 560 millones de dólares de su provincia de Santa Cruz. (Esto no es cierto. Pero es demasiado largo para responder aquí. Otro día, si es preciso. Sigo.) A partir de ese dato sugiere no va a participar de los comicios, para que resulten nulos. ¿Soy yo, o la lógica de este hombre está rota? Si los Kirchner fuesen en efecto ladrones y fuese imperativo frenarlos, ¿no sería lo más razonable votar en contra suyo? Pero no, José prefiere dispararse en los pies como acto de resistencia. Lamentablemente no es el único.

3. La democracia sigue siendo el mejor sistema conocido. Pero al menos desde que Adolf Hitler ascendió al poder mediante el voto mayoritario, está claro que el pueblo no siempre tiene razón necesariamente. En suma, una democracia es tan sólo tan buena como sus ciudadanos. Nuestro país todavía está muy lejos de dejar atrás las heridas que la dictadura y las administraciones fracasadas o corruptas dejaron sobre las almas, tanto como las heridas que la miseria infligió durante décadas en cuerpos y mentes. Precisamente por eso tenemos la responsabilidad de tomarnos esta tarea de ser ciudadanos con mayor seriedad. Empezando por informarnos bien, lo cual es muy distinto a repetir como gansos las consignas que resuenan por ahí. Tratar de arribar a un pensamiento independiente, por más trabajoso que resulte. Y a la hora de decidir, esmerarse por ser racionales antes que prejuiciosos -y de ser posible (¡qué bueno sería!) también apelar a nuestro costado más generoso.

Ayer escribía Andrés Malamud en Página 12: "Gobernar a los italianos, decía Mussolini, no es difícil: es inútil. Italianos hispanoparlantes a fin de cuentas, ¿estaremos condenados a la misma suerte? Quizás no. Para evitarlo, sería conveniente abandonar la pereza intelectual y pasar a las efectividades conducentes".

Para quien quiera leer un panorama amplio y bien informado de lo que fueron estos cuatro años de administración Kirchner, recomiendo leer el artículo de Horacio Verbitsky llamado 'La Masa', en la edición de ayer domingo.

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29 de octubre de 2007
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LA PATRAÑA AL GORE

El cambio climático ha alcanzado carácter de dogma y a su alrededor ha crecido una religión con sus rituales, sus feligreses, sus pecados y sus condenas. Que el Gran Oficiante de esta nueva creencia sea Al Gore no viene sino a confirmar su carácter de patraña y coartada total.

Afiliarse en la defensa del planeta, combatir el agujero de ozono, ducharse deprisa o desconectar la calefacción, va creando un ejército revolucionario de salvación cuyo cariz infantil recuerda los juegos de guardería y los entretenimientos de los hippies en sus versiones más indolentes respecto a la justicia social.

No hay nada como acentuar las amenazas que sufre la Humanidad para perder de vista sus males presentes. El mundo puede sucumbir si no se modifica la relación con los lagos, el aire, los animales y de ello se deriva un descuido de la desorganización política del mundo. La biodiversidad sustituye a la democracia, tirar una pila al suelo se iguala a un inefable delito, no defender la supervivencia de los linces hunde en el mayor descrédito al ayuntamiento o la administración. Y lo que es más rotundo: no implicarse activamente y emocionalmente en la defensa del planeta significa acaso carecer de principios cuando no de hallarse inscrito entre los individuos sospechosos de todo lo peor. El crimen incluido.

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29 de octubre de 2007
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Littell, un año después

Se entregará el premio Goncourt, el premio literario francés más importante, el 5 de noviembre. Sólo quedan cinco novelas en la lista de los jurados: A l'abri de rien de Olivier Adam (casa editorial L'Olivier); Le rapport de Brodeck de Philippe Claudel (Stock); Le canapé rouge de Michèle Lesbre (Sabine Wespieser); La passion selon Juette de Claire Dupont-Monod (Grasset) y Alabama Song de Gilles Leroy (Mercure de France). ¿Quién ganará? De verdad, no importa. Ya se conoce el resultado fundamental: 2007 no se puede comparar con 2006 y la loca temporada provocada por la publicación de Les bienveillantes.

Escribí mucho en este blog sobre la mezcla de desconcierto y de entusiasmo que provocó el éxito de esta novela de Jonathan Littell. Ahora, al ver en la tapa de Las benévolas (traducción al español, publicada por la casa editorial RBA) la banda roja con el “blurb” de Jorge Semprún asegurando que se trata del “acontecimiento del siglo” es difícil no volver atrás para entender un poco el fenómeno Littell: la locura por un desconocido y su océano de novela repleta de cadáveres.

A pesar de cuidar sus apariciones públicas y de huir de las tertulias televisas, el propio Jonathan Littell parece cansado de vivir con su novela. Prueba de esto: la larga entrevista que le hace Babelia, el suplemento literario de El País. Se puede leer a dos niveles: el primero corresponde al mismo autor de siempre diciendo las mismas cosas sobre su novela; en un segundo nivel, vemos un hombre tan hundido en su éxito que no sabe, no puede acompañar a un entrevistador que intenta entender lo que pasó.

Hace años, como periodista, hice una entrevista parecida con el escritor norteamericano William Styron. La idea era pedirle una explicación al éxito descomunal e internacional de su novela Sophie’s Choice (La decisión de Sophie), otra obra sobre los nazis y el sufrimiento total como trabajo normal de los verdugos. Styron, que años después pasó por una tremenda depresión, no podía explicar nada. Pero volvía de manera repetida al hecho de que el mal es mucho más interesante que el bien para un novelista. Ya se sabía desde Dante Alighieri: leemos y utilizamos todavía su visión y su concepto del Infierno como una serie de siete círculos pero muy pocos se interesan por su Paraíso.

Littell se parece a Styron. Es un novelista que tiene instinto de novelista. No ha invertido su talento para contar el ser humano como protagonista positivo. Ha escrito una gran novela que corresponde a una ambición de un tamaño raro en la literatura francesa. Y no sabe explicar por qué. Un año después, no creo que su libro, cuya lectura me parece ineludible, sobrevivirá a largo plazo. Es una gran novela histórica. No es una gran obra de la literatura universal. Tampoco lo era la novela de Styron. Ambos libros no se pueden comparar, por ejemplo, con Vida y destino de Grossman. Para mí, esta última novela, sí que es el “acontecimiento” literario del siglo XX, de sus horrores y va más allá del nazismo para tocar en el fondo la gran pregunta: ¿Quién es el verdugo que trabaja en una industria de la muerte, un hombre que aprovecha de un contexto para expresar el mal que tiene dentro, o el mero producto de un sistema que genera hombres perdidos?

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29 de octubre de 2007
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II. MÁS HELADOS DE CHOCOLATE

Si primeras partes fueron malas, las segundas vienen a ser peores. Desde el año 2001 sigue circulando con insistencia por el mundo, vía Internet, y se reproduce también en periódicos y revistas, o es recitado por algún locutor de medianoche, un poema de despedida atribuido a Gabriel García Márquez que se llama “La Marioneta”, aún más popular que el atribuido a Borges.

El poema de despedida ni siquiera está escrito en clave de realismo mágico. Igual que el falso Borges, el supuesto García Márquez afirma que disfrutaría de un buen helado de chocolate si le dieran una nueva vida, con lo que no deja de aparecer la sospecha de si estos textos apócrifos no serán el ardid publicitario de algún empresa de productos lácteos que utiliza la poesía edulcorada para vender helados, digamos por ejemplo la Baskin Robbins, así como la Benetton se va a los contrastes dramáticos para vender ropa.

Un mediano lector de García Márquez no debería creerlo capaz de escribir que “regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos...”, como reza “La Marioneta”. Semejantes líneas no merecerían lugar en el peor de los boleros, salvando, dicho sea de paso, la majestad del bolero.

Pero esto aún tiene un desenlace.

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29 de octubre de 2007
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A Dylan, el ausente

Nunca podré separarme de Dylan.Tampoco nunca hemos estado juntos. Así es todo más fácil. Dylan, el ausente anunciado de los Premios Príncipe de Asturias. ¿Quién pensó que vendría Dylan? ¿Qué jurado no aseguró antes su presencia? Acaso no conocían el carácter, las rarezas, el genio y otras cosas que hacen que el judío- y un poco cristiano- que nos cambió las músicas y las letras se mueva por razones no musicales y crematísticas. Las hay, pero son muy impenetrables. Me gusta ver su lugar vacío. Ese escenario que ocupará con sus buenas intenciones y su pesadez la estrella de Al Gore. El mismo que ocuparon gentes que nos gustan, al lado de otros que nos son indiferentes.

Muy dylaniano eso de dejar colgados a príncipes, principados, aristócratas y burgueses más o menos ilustrados. Para uno como él, que hizo dormir al Papa en el mismísimo Vaticano, eso de venir al premio es una preocupación que le ocupa el mismo espacio que la calderilla.

Creo que muy pronto se dieron cuenta de que sería un premio  en ausencia. No importa. Dos de los mejores premios Nóbel tampoco quisieron estar presentes, Samuel Beckett y Jean Paul Sartre. Su ausencia se queda compensada con su último disco/fetiche que recopila sus mejores cincuenta canciones. Y, por si alguno se queda con sed de Dylan, se acaba de publicar el libro con todas sus letras traducidas. ¡Ay, no es la esperada traducción de Rodrigo Fresán! No sólo están traducidas, traicionadas, sus letras, sino que en las más de mil doscientas páginas, se cuenta la historia de casi todas sus canciones. No es pequeño regalo, yo me lo regalaría.

Y de Dylan a Dylan, pasando por unas copas. Recordé escuchando a Dylan al otro, al primero, al poeta. El que llegó de Gales a Nueva York, pasando por los bosques de cerveza, de whisky y de muy poca leche. Dylan Thomas, el poeta que cedió su nombre al otro poeta que canta, a decir de sus amigos era “como una urraca. Siempre sabía exactamente qué era lo que quería robar”. Un gran poeta “al que sólo le interesaba la gente en la medida que ésta pudiera darle lo que necesitaba”. En fin, no seamos tan duros, quedémonos con el testimonio de su mujer:”Dylan era un cabronazo”. Nada demasiado raro entre los seres humanos. Menos si se llaman Dylan. Pero, ¿qué importa? Ahí están las canciones de uno. Los poemas de otro.

Adiós, y felicidades a Bob, con un fragmento de poema de Dylan:

“En este oficio o arte taciturno
que ejerzo en el sosiego de la noche
cuando sólo la luna rabia
y los amantes yacen en el lecho
………………………………
No para el hombre altivo y ajeno
a la rabiosa luna escribo
en estas hojas rociadas de espuma,
ni para los muertos encumbrados
con sus salmos y ruiseñores,
sino para los amantes, que abrazan
las tristezas de los siglos,
que no pagan con elogios, ni sueldos
y no tienen en cuenta mi oficio o mi arte”

Nunca serán mis amigos, pero no me quitarán sus compañías.

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26 de octubre de 2007
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El Boomeran(g)
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