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EXTRAÑOS EN UN TREN

Por 29 de octubre de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

El video de la agresión racista en un tren escandalizó a la opinión pública y a las instituciones españolas. Pero ¿son ellas inocentes?

Sergi Xavier Martín Martínez (21 años) debe estar contento. Los juzgados lo han tratado con amabilidad. El sábado, un juez le tomó declaración y vio con él el video que lo ha hecho famoso. Es la grabación de la cámara de seguridad de un tren de cercanías. En la imagen, Xavier aparece acosando a una inmigrante ecuatoriana menor de edad. La amenaza. Le toca el pecho. Apretada contra la ventanilla, la chica trata de no mirarlo. Él le acerca la cara y la insulta, mientras le cuenta a un amigo por teléfono cómo zurró a un árabe. Ella trata de fingir que él no está. A Xavier, eso le parece muy divertido. Le da una bofetada. Repite que odia a los inmigrantes. Le empuja la cabeza. Antes de irse, como despedida, le patea la cara. Ante el juez, Xavier admitió ser la persona que aparecía en las imágenes. En su defensa alegó que no recordaba nada porque iba muy borracho. El juez lo dejó en libertad.

Las imágenes se difundieron en televisión dos días después, escandalizando a la opinión pública. De inmediato, una nube de fotógrafos y periodistas rodeó la casa del agresor. Y Xavier comenzó a hacerse famoso.

A los primeros camarógrafos, los trataba de espantar a manotazos. Pero por la tarde, al ver su casa rodeada, decidió salir a tomar una cerveza, arrastrando tras de sí a un séquito de cámaras y grabadoras. Una chica se acercó a saludarlo. Él la abrazó y bromeó sobre su popularidad. Se pasó la tarde en la barra del bar, haciéndoles gestos insultantes a sus paparazzi. Al final, empezó a cobrarles por hablar. Al primero le pidió un paquete de tabaco. Cuando empezó a conocer mejor el mercado, su preció subió a dos mil euros.

Hace unos meses, con ocasión de unos disturbios raciales en Alcorcón, fui a hacer un reportaje a esa localidad. Como se notaba que yo era periodista, se me empezaron a acercar todos los maleantes, fumones y pequeños delincuentes de la zona, que querían contarme su historia. Muchos de ellos se enorgullecían de haber estado en la cárcel y me mostraban sus cicatrices. La mayoría fumaba hachís mientras me hablaba. Todos aseguraban con entusiasmo que librarían a Alcorcón de inmigrantes. Esos chicos no eran capaces de reconocer a un extranjero ni teniéndolo enfrente, como ocurrió conmigo. Pero estaban genuinamente convencidos de odiarlos a todos. Le pregunté a uno:

-Pero si tú eres ladrón y asaltas con cuchillo y has estado preso, no entiendo: ¿qué te molesta de los inmigrantes? No pueden ser peores que tú.

-Claro que sí, tío. Los ecuatorianos ocupan todo el día las canchas de fútbol de los niños ¿Comprendes? Yo seré ladrón, pero nunca me he metido con los chavalitos.   

Lo que más les gustaba a mis informantes era cubrirse la cara y posar para la foto como bandas de delincuentes. Los entusiasmaba la perspectiva de salir en el periódico.

Xavier tiene un perfil similar: fue abandonado por su madre. Su padre es alcohólico. En el colegio se autolesionaba y ha pasado años en tratamiento psiquiátrico. No tiene trabajo. Su historia penal incluye antecedentes por robo con violencia y robo con intimidación a los diecisiete años. Para alguien como él, los inmigrantes son un escalafón de la pirámide social más bajo que él mismo, un grupo que le permite sentirse menos marginal. Desde su punto de vista, atacarlos es un servicio social, quizá, el único que puede prestar.

Y la sociedad lo premia. Como sale en la televisión, sus vecinos están todos pendientes de él. Aunque no aprueben lo que hizo, lo rodean para hacerle preguntas. Algunos sueñan con aparecer también en las noticias, aunque sea un segundo. Y finalmente, los redactores le pagan por contar que estaba borracho, algo que antes hacía gratis.

Un gamberro, un chico problema, vive sintiendo que es escoria social, y que el mundo tiene cuentas que saldar con él. Sólo hay dos tipos de personas que pueden hacerlo sentir mejor: los inmigrantes y los periodistas. Ahora, Xavier tiene de los dos.

Un pacífico pueblecito

La Colonia Güell, donde Xavier vive con su abuela, está a media hora de Barcelona y es el único barrio obrero declarado de interés cultural. Fue concebida hace más de un siglo por el empresario Eusebi Güell para albergar a los trabajadores de su fábrica textil, y se convirtió en un exitoso experimento social. Güell aisló a sus empleados de los conflictos sociales de la ciudad, y les ofreció beneficios culturales y religiosos. Para construir la iglesia del pueblo contrató a Gaudí, e incluso las casitas tienen detalles modernistas. Hoy en día, la fábrica ya no está, pero la colonia es un idílico pueblecito turístico separado del mundo, con cancha de fútbol y espacios infantiles.

Para los vecinos del pueblo, Xavier es una víctima de los periodistas, una manada de energúmenos armados con cámaras que han venido a alterar la paz de su existencia. Si preguntas por la Colonia, te dirán que Xavier tiene problemas de adaptación, pero no es racista. De hecho, ha trabajado con inmigrantes. Y tampoco fue especialmente agresivo con la ecuatoriana. Puestos a medirlo, ha golpeado mucho más a algunos españoles. Según los pobladores de la Colonia Güell, su estúpida travesura ha sido engordada y deformada por los medios de prensa con el mezquino fin de vender ejemplares.    

Esta gente no es de extrema derecha, ni xenófoba. Simplemente, conocen a Xavier de toda la vida. He visto a madres de narcotraficantes y terroristas jurar que su hijo no puede haber delinquido o no con mala intención, porque ellas lo han visto desde que gateaba y sonreía en una cuna. Admitir los hechos reprobables de uno de “nosotros”, nos obliga a cuestionar muchas cosas de nuestros vecinos, nuestros valores y nuestra vida. La reacción natural ante estos hechos es cargar la culpa sobre otros.

La cuestión es ¿exactamente quiénes son los otros?

Frecuentemente, me encuentro con españoles que se expresan contra los inmigrantes. Cuando protesto, descubro que no me consideran uno. Al principio, pensaba que era por ser blanco. Luego he conocido a gente abiertamente racista que convive con chinos o andinos sin el menor problema. No les molestan los inmigrantes que conocen, que “se han adaptado bien”. Les molestan “los otros”, una categoría abstracta frecuentemente alimentada por las noticias de los periódicos.

Y lo que molesta siempre es rentable políticamente. En las recientes elecciones suizas, el partido Unión Democrática de Centro hizo campaña con un afiche en que tres ovejitas blancas echaban del corral a una ovejita negra. Su programa incluye la expulsión de extranjeros con condenas penales, la prohibición de construir minaretes en las mezquitas y el veto a la libre circulación de rumanos y búlgaros. Ha tenido la victoria más contundente en la historia del país: 29%. Los extranjeros forman el 20% de la población suiza. Tienen derecho a pagar impuestos. Se les permite aportar a la seguridad social. Se controla que sólo entren para áreas económicas en las que no queda más remedio que aceptarlos. Pero no votan.

El fenómeno en España se ve venir. La comarca donde se registró el ataque de Xavier, Barcelonés, es tradicionalmente muy contraria al Partido Popular. En las últimas elecciones municipales, sin embargo, el PP de Badalona concentró su campaña audiovisual en la “amenaza inmigrante”. Fue la única localidad de la comarca donde el PP aumentó su caudal de votos.

Mientras tanto, Xavier no puede quejarse. El juez lo obliga a comparecer diariamente ante la policía, pero lo hará en su domicilio. Y vive en un lugar muy bonito, con vecinos muy amables.

El Estado contra los inmigrantes

El debate de esta semana en España no sólo gira en torno a la violencia racista. Otro tema fundamental es si el Estado está en condiciones de enfrentarla.

Tras su primera declaración, Xavier quedó libre porque el fiscal no se presentó. La fiscalía aduce que el juez no les avisó de la gravedad de los hechos. El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña lo niega. Todos están de acuerdo en que en las instituciones necesitan más personal. Hizo falta que tomaran cartas en el asunto en ministro de Justicia, la fiscal jefe de Cataluña y el propio presidente de Ecuador, que fichó a un prestigioso penalista para llevar el caso a los tribunales y envió a la ministra de relaciones exteriores. Incluso el presidente español calificó los hechos de “deleznables”.

Aún así, la fiscalía tardó cuatro días en pedir el arresto. Y cuando la petición llegó al juzgado, a las 15.40, el juez ya se había marchado. Cuando finalmente el juez tomó una decisión, dejó libre a Xavier.  Según su informe, considera que Xavier le propinó a su víctima un pellizco en el pecho, pero que en ellos “no se aprecia delito contra la libertad o la indemnidad sexual”. Tampoco aprecia lesión psíquica en la víctima a pesar de que afirma “sentir miedo por la agresión… acudir acompañada a su centro de enseñanza… problemas para conciliar el sueño” y el uso de gelocatil.   

Hay casos más graves: el congoleño Miwa Buene fue atacado en febrero por un hombre que gritaba vivas a España, lo llamaba “mono” y lo conminaba a largarse a su país. A consecuencia de la agresión, Miwa Buene quedó tetrapléjico. Está en una silla de ruedas, con el cuerpo paralizado de la barbilla para abajo. Su agresor ha sido reconocido por un testigo y por él mismo pero, ocho meses después, sigue libre.       

En el año 2006, la ONG SOS Racismo recibió 534 denuncias, 158 de ellas por casos de xenofobia, 89 por agresiones directas. A esas hay que sumarles las denuncias penales donde el juez no toma en cuenta la motivación racista. Y las que no se denuncian porque las víctimas carecen de documentación y temen por su situación legal. Y sobre todo, las que no se denuncian por un factor que distorsiona cualquier cálculo: el miedo.

En el video del tren, sin ir más lejos, hay un tercer personaje: va sentado al otro lado del vagón y también es latinoamericano. Es testigo de toda la agresión contra la chica, pero no se levanta, ni dice una palabra. Cada vez que puede, mira para otro lado. Parte de la opinión pública condena la cobardía de este joven. Pero quienes mejor lo entienden son los propios inmigrantes. Uno de ellos me dice:

-Mira lo que ha pasado después. Ni siquiera una campaña en televisión, dos presidentes y dos ministros consiguen que se arreste a un agresor con pruebas filmadas ¿Qué garantías tenía el testigo de que no lo acuchillarían impunemente? Peor aún: ¿Qué garantías tenemos todos los demás de que eso no nos ocurrirá?   

Artículo publicado en: diario La Tercera, octubre 2007.

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