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II. Libros que arden

En la plaza de la Ópera en Berlín, donde los nazis encendieron el 10 de mayo de 1933 una pira de libros prohibidos, como manera de querer pegarle fuego a la razón y a la imaginación, existe ahora un bello monumento que no se ve desde ningún ángulo de la plaza. Uno tiene que acercarse a un panel de vidrio en el suelo, debajo del cual hay una habitación desierta rodeada de estantes de libros, pero sin libros.

¿Y quiénes son los pirómanos de la inteligencia, los que no quieren dejar ver, ni oír, ni leer, ni aprender, ni sentir? Generalmente los que prohíben sin haber visto ni leído ni oído lo que quieren prohibir, sólo porque una película, un libro, un objeto de arte, calza en los moldes de lo que su mente rechaza por adelantado. Una mente donde no entran ni el aire, ni la luz.

Cuando el Vaticano puso en la lista de películas prohibidas la Dolce Vita de Federico Fellini, el cardenal del Santo Oficio que había dado aquella orden, cuando se le preguntó si había visto la película respondió que no, que él no veía basura. Y cuando en Cuba fue prohibida Guantanamera,  la película de Tomás Gutiérrez Alea, el Comandante en Jefe, que la había atacado por la televisión, a la misma pregunta respondió lo mismo, que no veía basura.

Las listas de lo prohibido son siempre medievales. Es decir, son retrógradas, y oscurantistas.

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30 de noviembre de 2007
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II. 2. La montaña sumergida

Rafael Argullol: ¿Qué sucedería en caso de rasgar el velo de Isis, es decir, que accedamos al centro del laberinto? ¿Qué veríamos? Una respuesta mayoritaria es que nos vemos a nosotros mismos.

Delfín Agudelo: Entramos, posiblemente, bajo el hechizo del espejo. Una vez no me reconocí a mí mismo en un espejo, y me supuse otro. Implicó la separación absoluta de mi realidad. Buscamos el descentramiento, pero cuando lo vislumbramos, resulta tenebroso. Forma parte de la búsqueda. Siempre hay algo misterioso en la percepción de nuestra imagen frente a nuestra propia mirada.

R. A.: Esta podría ser una aproximación: nos vemos a nosotros mismos pero nos vemos de una manera completamente distinta a como generalmente nos podemos mirar en la vida cotidiana. Si nos vemos es a través de un profundo descentramiento; si nos vemos es después de un larguísimo peregrinaje; si nos vemos es viéndonos desde otro mirador completamente distinto que el de la vida cotidiana. Por tanto, creo que siempre estamos dando vueltas alrededor de ese centro. Podemos establecer una hipótesis acerca del habitante que sin duda somos nosotros mismos. Pero somos nosotros mismos descolocados, descentrados por completo con respecto a nuestra situación cotidiana, o lo que llamamos generalmente nuestra vida habitual. Por eso el arte es una punta del iceberg, tiene una cabecita que sobresale; pero lo que potencialmente pueda ser el arte -que siempre gira alrededor de esa pregunta, el centro del laberinto- es una montaña sumergida y espectral.  

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30 de noviembre de 2007
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Seis mujeres creadoras

Voy a terminar esta semana no sé si con una taza de té en la mano, en plan Virginia Woolf, o con un whisky, en plan Carson MacCullers, pero de lo que estoy segura es de abrir con verdadera ilusión un libro titulado Seis manifestaciones artísticas. Seis creadoras actuales (Francisco Gutiérrez Carbajo, UNED), que puede servir de colofón a una semana en que en este blog sólo han aparecido nombres de mujeres, todas dignas de tenerse en cuenta y algunas geniales. 

Pues bien, cada una de las integrantes del libro aporta reflexiones y su experiencia personal en la tarea artística a la que se ha dedicado. Sólo pondré unas líneas de cada una para abrir boca: 

/upload/fotos/blogs_entradas/te_doy_mis_ojos_med.jpgCine. Icíar Bollaín (sobre Te doy mis ojos): "A veces ocurre en un restaurante, a veces es en la cola de un banco o en plena calle. Una voz masculina que se alza, un mal gesto, un comentario despectivo, un empujón, una mujer que esconde la cara avergonzada. Lo hemos visto todos, de cerca o de lejos, y sabemos que eso que vemos es solo la punta del iceberg. ¿Qué pasa luego, cuando llegan a casa?" 

Poesía. Almudena Guzmán (El Jardín): "Érase una vez una niña que, sin saber cómo, se vio de repente ante una verja y la abrió también sin saber por qué: sólo la abrió y ya está y se encontró con un inmenso jardín. Lo primero que vio fue el manzano, el árbol del Bien y del Mal del Génesis, ese libro de la Biblia que tanto ella como sus compañeras de clase, por riguroso turno, leían durante la clase de costura mientras las otras bordaban con más o menos pericia sus "tuiyós". 

Teatro. Angélica Liddell (Poética teatral (¿Y si nada les puede conmover?): "¿Y si nada les puede conmover? Ese es el ganglio ardiente que no deja de estrangular la garganta del autor que, como un filósofo decepcionado, se siente incapaz de resolver la paradoja entre el lenguaje y la catástrofe humana, entre el lenguaje y la necedad. El autor se plantea el acto teatral como un esfuerzo de comunicación moral, un desafío a la sensibilidad del espectador, una llamada al conocimiento."

Música. Carmen Linares (Declaraciones): "Mi padre tenía un amigo guitarrista que se llamaba Flores y fue este señor quien me propuso trabajar en un ballet flamenco para actuar en un tablao de Biarritz. Aunque yo era muy joven -tenía entonces 17 años- acepté el reto y me fui de gira, siempre avalada por el amigo de mi padre y su mujer que eran muy buenas personas e iban en la compañía. También venía el guitarrista de Pepe de la Matrona que se llamaba artísticamente Manolo el Sevillano y la bailarina Laura Toledo que fue muy importante para mí porque "se las sabía todas", como dicen los castizos." 

Literatura. Clara Sánchez (El aliento de la literatura): "En el fondo se escribe por miedo a que se nos escape todo, a que el tiempo nos arrastre, a no poder decir quiénes somos entre los demás". 

Fotografía. Ana Torralba (La austeridad de la mirada): "Llevo casi tres décadas investigando en el retrato profesional y artístico. Empecé de jovencilla, en 2º curso de facultad a trabajar en el Diario de Valencia y dos años después en el periódico El País. He hecho todo tipo de retratos, unos en los que lo importante era contextualizar al personaje en su ambiente, esto es lo que más gusta en la prensa, al estilo Cartier Bresson, Walter Evans, Robert Frank. Y otros, que son los que prefiero ahora, en que el fondo, el background no existe, son neutros para que nada distraiga de la caracterología del personaje: Irving Penn, Richard Avedon, Thomas Rufy." 

Para mí ha sido un placer compartir espacio con estas inteligentes y talentosas mujeres de quienes aprendo tanto. Y estoy segura de que no seré la única. 

Hasta el lunes. 

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30 de noviembre de 2007
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Salven a las neuronas

La cuestión me preocupa. ¿Por qué será que las nuevas generaciones -algunas tan nuevas como para haber pisado apenas la adolescencia- sienten esa compulsión de intoxicarse cuando salen a (lo que se supone es) divertirse? Ojo que no hablo desde el prejuicio. No tengo nada contra el alcohol ni tampoco contra el uso recreacional de algunas sustancias, aunque desconfío de las pastillas que encapsulan algo que no sé qué es y que proceden de un laboratorio al que no puedo demandar porque no existe, al menos legalmente. Lo que me desvela es la forma en que eligen intoxicarse. Una cosa es beber durante una juerga, y otra muy distinta beber antes (lo que en la Argentina se denomina hoy: ‘la previa') tanto como para llegar totalmente emplastados y descompuestos al inicio de la cita. A la mañana siguiente muchos pibes no recuerdan nada de lo que hicieron. (¿Cuál es la gracia de divertirse si después no lo recuerdo?) Otros tantos ni siquiera saben cómo fue que regresaron a casa. 

No me desgarro las vestiduras. Imagino que la mayoría sobrevivirá a los excesos y pondrá proa al norte más temprano que tarde, como los representantes de tantas otras generaciones. Pero corríjanme si me equivoco. Yo percibo otra ansiedad en la raíz de estos descontroles. Algo más parecido a la angustia, al vértigo ante un abismo, que a la simple energía desbordada que es propia de la juventud. 

En la Argentina, durante la adolescencia que me tocó en suerte, mi generación estaba demasiado preocupada por la supervivencia -hablo de los tiempos de la dictadura- como para permitirse el desmadre. La necesidad de controlarnos a nosotros mismos hasta la exasperación (una palabra a destiempo, una reacción destemplada, y podía ser el fin) terminó pasándonos factura mucho después. Nos condenó a una adolescencia a destiempo. Estallamos mal, porque para ese entonces estábamos en condiciones de hacer más daño (a los hijos que ya existían, por ejemplo), pero estallamos al fin -por suerte, dadas las circunstancias. 

Lo que me pregunto es si nos equivocamos al creer que los que venían después nuestro lo tendrían todo, por el simple hecho de circular en libertad, de vestirse como quieren, de poder expresar la opinión que les venga en gana sin padecer al Palito de Abollar Ideologías. (Mafalda dixit.) Está visto que la democracia, en la que nosotros depositábamos todas nuestras esperanzas, no significa para ellos garantía alguna de felicidad. Porque ni les asegura que podrán vivir bien (esto pasa tanto en Latinoamérica como en la España de los mileuristas), ni les ofrece una causa por la que valga la pena luchar, entregándose de lleno y cargando sus días de sentido.  

¿Les hemos fallado tanto? ¿Hemos sido cómplices, aunque más no sea por omisión, en esta reducción de la existencia a un trámite burocrático que el sistema ha operado con tanta astucia? ¿Los convencimos, queriéndolo o no, de que viven en un mundo donde nada puede cambiar para mejor?

Pregunto porque me duele. Porque quiero hacer algo. Porque no deseo saber de más muertos por sobredosis y mixes explosivos. Y porque me gustaría que tantos chicos dejasen de incendiar sus neuronas a lo bonzo.  

Las necesitaremos todas para salir de este pozo.

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30 de noviembre de 2007
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Benéficos adultescentes

Si los adultescentes (los adultos/adolescentes. Véase Eduardo Verdú: Adultescentes. Temas de Hoy. Madrid, 2001) se resisten a abandonar el hogar no es sólo por razón de su indolencia, su falta de medios o su estimable confortabilidad en la casa paterna. Muchos padres quejosos de la morosidad con que sus hijos adquieren independencia gozan secretamente de las ventajas que la presencia del adultescente procura a la convivencia matrimonial.  

Sin el hijo o los hijos de por medio la pareja se agrede con mayor facilidad y frecuencia. El hijo hace de parapeto y no sólo físico, sino también moral y funcional. Gracias al hijo presente la conversación adquiere direcciones oblicuas, tangenciales, extraorbitales, que no enrarecen más la intoxicada relación que ha podido ir gestando la larga conyugalidad. 

El hijo es una distracción en su doble sentido: mueve a pensar en otras cosas y ameniza incomparablemente la escena del cara a cara. No siempre será así pero merece la pena tenerlo en cuenta para compensar el lugar común que hace creer en los adultescentes como una carga y sólo carga cuando, en ocasiones, son un elemento de alivio.  

En España se enfatiza más que en ningún otro país europeo la violencia llamada "de género" pero si es de una proporción más baja que en Francia, Alemania, Dinamarca o Noruega lo será, en parte, por la continuidad doméstica de un hijo o hijos que no se emancipan tan pronto como en las zonas anglosajonas.  

La llamada "violencia machista" es menor en aquellos países como Italia, España o Portugal donde se supone que el machismo debiera ser más virulento. En las regiones del norte, supuestamente más civilizadas e igualitarias, suecas o norteamericanas, se registran muchos más casos de asesinatos domésticos que entre españoles. 

La religión católica, pese a su mala fama, protege más del crimen interconyugal que la protestante y los adultescentes proveen de linimentos a las anquilosadas o ásperas coyundas de muchos años. Las cosas no siempre son tal y como esperamos o deseamos ideológicamente que sean.  

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30 de noviembre de 2007
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The Paris Review

La entrevista que The Paris Review hizo a George Simenon en 1955 puede leerse como si fuera la reliquia de un tiempo extinguido. Sólo han pasado cincuenta y dos años, como un soplo sobre la tierra y un tornado entre los hombres. Pues las generaciones han sido consternadas y desbaratadas algunas costumbres que parecían eternas. El arte de conversar, por ejemplo, ha sufrido un daño irreparable.

Edición original de la revistaEl encuentro entre Carvel Collins y el escritor belga permite imaginar la atmósfera que envuelve a dos hombres tranquilos. Una pipa humeante, una biblioteca y la agradable sensación de estar haciendo algo de provecho. Se nota que el periodista y el escritor saben escuchar, comprender, discernir y responder. Se ponen a la altura del mejor de sus lectores. Algo que hoy en día no es frecuente.

Se suelen imputar al periodismo las carencias de nuestra época. Como si la imposibilidad de sentarse a pensar el más conveniente flujo de una conservación fuera una falta profesional. Lo cierto, sin embargo, es que resulta cada día más difícil encontrar contertulios adecuados. Los que se prestan a conversar, a cambio de una efímera notoriedad, se sienten acosados y les agobia un presentimiento: ¿servirá de algo lo que voy a decir?

Esta agonía secreta corroe nuestros hábitos culturales y cada vez es más frecuente la figura cansada del que habla creyendo que nada importa. No creo que podamos encontrar un momento en la Historia parecido al nuestro: oradores convencidos de la fatuidad de su discurso. Tanto es así que los ingenuos convencidos nos causan rubor.

La mayoría de los agentes culturales confiesa en la intimidad haber perdido la fe. Los colegas hostiles, los críticos adocenados y los lectores consumidores de marcas pre-fabricadas refutan cualquier entusiasmo. O esto al menos es lo que ellos lamentan: verse engullidos por la indiferencia.

Libro con entrevistas de The Paris ReviewLa disciplina narrativa de Simenon, que lacónicamente cuenta a The Paris Review, tiene mucho que ver con este tiempo que nos ha tocado vivir. Dice Simenon que corregir es el implacable ejercicio al que se aplica después de escribir. "Trato de evitar palabras abstractas", dice, "y también las palabras poéticas".

No sin arrogancia recuerda la admiración que le prestaba Gide o cómo el Conde de Keyserling lo llamó "imbécile de génie". Siempre consideró un cumplido que a tan ilustres pensadores les fascinara su talento creativo.

Considerando que son pocos los que hoy creen en lo que dicen ¿no sería mejor corregirse hasta la extenuación? ¿Simplificarse, reducirse, hasta lograr la más alta y brevísima sobriedad?

No todos llegarán a ser un "imbécile de génie" pero quizás valga la pena intentarlo.

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29 de noviembre de 2007
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Ciencia de los hombres libres

Tras el hecho, ya señalado, de que Aristóteles atribuye la exigencia del pensar a la totalidad de los humanos, cabe enfatizar la afirmación de que disciplinas como la matemática, sólo son posibles cuando están solventadas no ya las cuestiones relativas a la necesidad, sino también las relativas a la distracción, el ornato y hasta la belleza. Importantísima es asimismo la declaración de que sólo en condiciones de libertad pueden los humanos acceder a esta última etapa. En fin, es muy significativo el hecho mismo de que el primer ejemplo de ciencia que responde a la exigencia de absoluto desinterés por aspectos ajenos a su propia práctica sea la matemática. Hemos de relacionar estos aspectos con lo que antes decía sobre la mutilación que para los seres humanos supone vivir en una sociedad que da la espalda a la filosofía, o que incluso se sustenta en su repudio:

/upload/fotos/blogs_entradas/gran_muralla_china_med.jpgEn una montaña que se alza sobre la Gran Muralla, en el entorno de Pekín, cabe leer el eslogan en lengua inglesa one dream, one world, "un único mundo, un único sueño". Esta unicidad del sueño podría fácilmente verse como unicidad de la pesadilla, si se considera que para la inmensa mayoría de los humanos la lucha por la subsistencia ocupa la integridad de sus jornadas. Y aun ateniéndose a los privilegiados ámbitos en los que esta esclavitud inmediata queda atrás, perdura la imposibilidad de vivir en condiciones no ya de ornato y de confort, sino incluso de salubridad, es decir, de vivir simplemente con decencia. En lo referente al ornato, la  preocupación por alcanzarlo llega a confundirse con la radical confrontación que supone la aspiración artística, de lo cual es indicio el uso que se hace en nuestra lengua del término diseño. En fin, somos tan poco fieles a la concepción aristotélica del saber como algo en lo que el hombre encuentra su realización (y que en consecuencia ha de valer por sí mismo) que la matemática es socialmente concebida como mero instrumento para disciplinas con finalidades prácticas e incluso instrumentalizada al servicio de la selección social. Asunto éste que será recurrente a lo largo de esta reflexión. Finalicemos hoy dejando de nuevo que se exprese el propio Aristóteles, refiriéndose ya explícitamente a la filosofía:

"...Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor. Al principio su estupor es relativo a cosas muy sencillas, mas poco a poco el estupor se extiende a más importantes asuntos, como fenómenos relacionados con la luna y otros que conciernen al sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante." De ahí que incluso el amor de los mitos sea en como llamamos libre a la persona cuya vida no está subordinada a la de otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues no tiene otro objetivo que sí misma. En cierto sentido amor a la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que dejan al que escucha estupefacto. Y puesto que filosofan con vistas a escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber y no por un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta tesis. Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho.

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29 de noviembre de 2007
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Mujeres impresionistas

Me desayuné el martes con unos apuntes sobre las mujeres en el teatro, el miércoles con las mujeres en la literatura y esto me ha llevado a pensar en las mujeres en la pintura, aprovechando alguna de las reflexiones con que escribí hace ya algún tiempo un artículo en El País Semanal llamado "Las otras impresionistas". Las recuerdo con un catálogo de sus pinturas abierto ante mí:

"Marie Bracquemond, Mary Cassatt, Eva Gonzalès, Berthe Morisot. Emociona pensar en estas cuatro pintoras, en su gran talento y en su tesón por desarrollarlo contra viento y marea, hasta el punto de que Degas, Manet, Rendir o Pizarro no tuvieron más remedio que reconocerlo. Las retrataron, trabajaron con ellas y expusieron en los mismos salones impresionistas, pero a la larga se las ha excluido hasta convertirlas en casi unas desconocidas. Sin embargo, quien se acerque a su obra se sentirá conmovido por algo interno que sobrepasa la técnica, el tipo de pinceladas o el color, algo que procede de sus vidas, de su mundo emocional, de su propia sensualidad, de sus penas y alegrías. ¡Qué tristes los dos cuadros que Mary Cassatt le dedica a su hermana Lydia ya enferma! No hay lágrimas, ni sensiblería, ni ningún atisbo de autocompasión. Lydia nos es mostrada como una persona madura, adulta, concentrada en sus pensamientos ante un bastidor, y envuelta y medio confundida con el ocre declinar del otoño en un parque. Cuánta ternura y seriedad nos devuelve esta contemplación de la hermana. /upload/fotos/blogs_entradas/cuadro_impresionista_med.jpgTambién Edma Morisot nos presenta a una Berthe profundamente reflexiva, muy natural y desprovista de perifollos femeninos, meditando ante un caballete la siguiente pincelada. Por no mencionar a la ensimismada hermana de Marie Bracquemond de La hora del té, que nos deja muy intrigados por eso que acaba de leer en el libro que sostiene en las manos y que la obliga a separar la vista un segundo de las páginas. O a las jóvenes de Eva Gonzalès, encarnadas en su mayoría en su hermana Jeanne, que suelen mirar con vaga melancolía hacia algún punto lejano como si, ni en el palco de un teatro, ni regando una planta, ni en un perezoso y blando despertar, fuesen capaces de escapar de su pequeño mundo..." 

Como el texto es muy largo, termino con algunas de las frases que ellas mismas dijeron:  

"Maldita sea, esto es lo que me hace rechinar los dientes cuando pienso que soy mujer". 

"Sólo deseo captar lo transitorio aunque esto sea pedir demasiado". 

Y Manet comentó al conocer a las hermanas Berthe y Edma Morisot en el Louvre, seguramente considerando lo que se les venía encima como pintoras: "Las señoritas Morisot son encantadoras. Es una pena que no sean hombres". 

Hasta mañana.

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29 de noviembre de 2007
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II. El arte y sus espectros. 1. El velo de Isis

Rafael Argullol: El científico seguramente te dirá: "Puesto que nunca llegarás al centro o corazón del laberinto, no hace falta preguntarte por el centro o corazón del laberinto." Pero la obligación del artista es preguntarse por el centro. Preguntárselo no quiere decir ni que llegue ni que tenga una respuesta  sobre la naturaleza del corazón del laberinto.

Delfín Agudelo: Entremos en el laberinto. ¿Qué encontraremos en su centro, en su corazón?

Rafael Argullol: Esto es una cuestión de imposible respuesta porque en definitiva lo que ha hecho el arte a lo largo de la historia es ir trazando círculos concéntricos alrededor de un centro. El arte prácticamente está basado en una especie de doble dinámica; por un lado una dinámica incursiva en que uno va siguiendo los círculos, intentando aproximarse a ese corazón, a ese centro; y por otro lado una dinámica de excursión, en que uno se siente expulsado de ese centro y retorna de alguna manera a las periferias. Una dinámica entre centros y periferias. Yo creo que todo el arte no deja de ser un tejido entre esos centros y estas periferias, entre esas incursiones y esas excursiones. Pero de todos modos hubo una época en que había una metáfora privilegiada en la poesía europea acerca de esa pregunta-sobre el centro del laberinto-, que se da a finales del siglo XVIII y a comienzos del XIX, en la Ilustración, en el primer Romanticismo. Esa pregunta se tradujo con la metáfora de "El velo de Isis". El "velo de Isis", de la diosa egipcia de la sabiduría, era algo así como una pregunta acerca de si era conveniente correr o no, rasgar o no el velo que oculta a Isis. Hubo dos bandos en la poesía europea; unos decían que no era prudente rasgarlo, como por ejemplo Schiller, mientras que Novalis creía que era necesario. Goethe, al contrario, se quedaba en una posición intermedia: había que rasgar pero con prudencia. Una vez formulada esta metáfora y esta toma de posición de dos grandes bandos, se hacía la ulterior pregunta: en caso de que nosotros rasguemos el velo de Isis, es decir, que accedamos al centro del laberinto, ¿qué es lo que vemos? Ahí también había diversos bandos respecto a qué es lo que vemos en el centro mismo del enigma. Y una respuesta mayoritaria era que nos vemos a nosotros mismos.  

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29 de noviembre de 2007
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Camino a Soria

Voy camino a Soria. Es decir, camino del recuerdo de un poeta, Antonio Machado. Es una ciudad pequeña, resistente al paso del tiempo, con muchos rastros en sus calles, sus caminos, sus paseos de la ciudad que conoció el poeta. Es una ciudad perfecta para ver transcurrir lentamente el tiempo. Es una ciudad fría, aunque acogedora. Una ciudad para poetas y escritores de paso. La ciudad en la que conoció el amor y la desgracia su más famoso habitante. Fue feliz -a pesar de las burlas, entre envidiosas e hipócritas, de los mojigatos que no entendían su diferencia de edad- con su joven enamorada. Muchos versos surgieron de esos momentos felices. De esas ilusiones amorosas del hombre mayor. Pero no he venido con esos poemas. Estoy en esta tarde de invierno claro más cerca de leer algunos de sus imperecederos proverbios y cantares. Lo hago por las mismas calles del poeta, por sus riberas, bajo árboles helados como un corazón lleno de durezas.

Recuerdo otra Soria, solitaria y extraña, que contó un viajero escritor que aquí llegó en autobús, y en los días de la Navidad en los años ochenta. El viajero era Peter Handke y la memoria de aquellos días sorianos las dejó escritas en su curioso libro de viajes El juke-box.

Hay más escritores vinculados a Soria, no me olvidaré del camaleónico Dionisio Ridruejo. Ni del muy vivo, vivaz y en su mejor momento narrativo, Javier Marías.

"Hoy es siempre todavía", decía Machado, y me acompaña en mi paseo solitario, me hace sentirme otro, uno que está acompañado. "En mi soledad he visto cosas muy claras que no son verdad." Pues eso que estoy contento, paseante y soriano. "Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa. Adivínala"

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29 de noviembre de 2007
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El Boomeran(g)
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