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Sesión I. Consignas para escritores II

Bueno, terminamos la primera semana de este espacio desbordados por el entusiasmo de los escritores que nos han enviado sus aportes desde Argentina, Uruguay, México, Perú, Venezuela... y también, claro, desde España. Hemos recibido textos pequeños y también bastante largos, algunos muy prolijos y otros más flojillos, otros realmente valiosos e inteligentes, algunos más en los que se nota la pericia que da el oficio y tampoco hemos echado en falta un puñado de aquellos en los que todavía hay serios problemas de "mecánica cuéntica" que se resuelven si sus autores trabajan con rigor y con disciplina, pues como decíamos en el post anterior, la literatura es un oficio que requiere sobre todo constancia. Y claro está, algunos apuntes sobre el oficio nunca están de más... En ese sentido les pedimos a quienes nos envíen sus textos y no sean corregidos o comentados, que no se desanimen porque para ello hemos creado este espacio: un lugar donde todos pueden opinar y seguir las consignas que a partir de la próxima semana se referirán a aspectos muy concretos sobre la creación literaria. Los pocos textos que colgaremos quincenalmente serán siempre elegidos no en atención a su calidad, pues esto no es un concurso, sino porque sus aciertos y sus errores, brevemente comentados, nos parecen oportunos como ejemplos de lo que se debe y de lo que no se debe hacer.

Por lo pronto les pedimos que envíen sus textos en formato de Word y con el nombre del autor como nombre de archivo, más una referencia al número de envío del que se trate, por ejemplo: "Pepe Pérez clase I" al correo tallerdejorge@yahoo.es. Al principio del texto pongan el título del cuento y también su nombre. Y les pedimos -e insistimos en ello- que los cuentos no sean muy largos: máximo dos páginas en interlineado sencillo y en cuerpo 12 de Arial. Así tendremos tiempo de leer y comentar la mayor cantidad posible: a muchos les hemos enviado el comentario a su propio correo. Pedimos también que nos envíen sólo un texto por persona y clase. Finalmente, y como podrán observar, los cuatro textos que han sido elegidos para colgar aquí, con algunas muy breves observaciones hechas por Eva Valeije y por mí, están puestos para que ahora participen los demás con sus comentarios y sus aportes, pues esta parte del taller es la más valiosa, ya que agudiza en nosotros el sentido crítico necesario para analizar nuestros propios trabajos. Tenemos toda la semana para trabajar en ellos.

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23 de noviembre de 2007
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Algo sobre supuración personal

"Envidia de la buena", suelen decir que sienten quienes no quieren ser tachados de envidiosos. Pues he aquí que la envidia se asemeja conspicuamente a los tumores, entre los cuales figuran asimismo los malignos, los levemente malignos y los benignos. Así como de pronto un viento del norte nos pega a media espalda para dejarnos chuecos y dolientes por varios días, cualquier momento es bueno para que de la nada nos brote un grano extraño, que además es notorio y provoca un creciente escozor. ¿De la nada, he dicho? Eso es lo que argüiríamos, si alguien nos preguntara por el origen del grano en cuestión, como si se tratara de alguna enfermedad non sancta. Quién va a querer, al fin, confesar que el origen de ese tumor no es otra cosa que el bienestar ajeno. 

Escribió Gore Vidal: "Cada vez que un amigo tiene éxito, muero un poco". El tumor de la envidia es maligno cuando inspira deseos de destruir al envidiado, o a su buena fortuna, y levemente maligno si nada más invoca sentimientos autodestructivos. Ciertamente, clasificar la envidia sólo en buena, medio mala y mala es como dividir al mundo entero entre los hinchas de tres equipos locales. Entrando ya en materia, valdría recordar que los tumores sólo se clasifican a partir de las células que los componen, y la envidia -enfermedad secreta e inadmisible en quien la padece- es un mal recurrente y contagioso que permea de forma distinta en cada cual. En ciertas situaciones se mitiga con unas pocas lágrimas, en otras se alimenta de derrames biliares en cadena. Y todo el mundo sabe que la bilis tiene la facultad de convertir a un simple granito de frustración en un absceso de envidia podrida. 

Una de las razones por las cuales a la gente le enferma que la tachen de envidiosa es que no hay dos envidias iguales. Nunca será lo mismo, además, la envidia de uno -que percibe pequeña, inocentona- a la de los demás -una inquina fascista, trepadora, psicótica-; tendemos a creer que los defectos propios no son notorios, nunca faltan los padres que castigan en sus hijos las mañas que ellos mismos les heredaron. Lacera a la autoestima reconocer en carne propia la presencia del grano de la envidia, pues llega uno a temer que sea privativo de perdedores, limosneros y carne de cañón irrescatable. Envidiar a los otros, y arriesgarse con ello a que lo adviertan y acaso lo disfruten, es humillarse a tiempo para presidir todo un coro de menosprecio en su contra. 

Conmueve que haya todavía quienes piensan que la envidia es patrimonio de los pobres, cuando en los ricos es aún más dañina, y para colmo absurda. A la envidia le gusta ser absurda, pues ello la hace inmune al sentido común y la inteligencia. ¿Quién, sino un heredero ocioso y tarambana, entregado al agotador quehacer de estimular minuto a minuto el desprecio y la envidia de sus semejantes, tiene el tiempo bastante para darse a envidiar todo lo que no puede comprar con su dinero? Por lo demás, la envidia del goloso hace palidecer a la del miserable, ya que mientras aquel identifica a plenitud lo que quiere y no puede conseguir, éste tiene una idea borrosa de la vida del rico, que por lo general es aburridísima, si bien muy confortable y hasta un tanto adictiva. Pero ser envidiado, aun saboreando el mezquino deleite de saberse envidiable, a nadie libra de a su vez envidiar. Cree uno que transpira, y está supurando. 

/upload/fotos/blogs_entradas/paris_hilton_y_br..._med.jpgHace unos días que un video recorre la red: Paris Hilton entrevistada en la tina, llenas las dos de espuma. No hay mucho que admirar, pero serán legiones los envidiosos que la odien por ser tan fastuosamente aburrida. Y yo creo que la pobre mujer debe de padecer secretos brotes de envidia galopante y cancerígena cada vez que ve a un pobre diablo entusiasmado por cualquier fruslería, como sería el caso de dormir con su amiga Britney Spears o acompañarla a ella dentro de la tina, mirarse en el espejo y pensarse envidiable. Esto al fin nos recuerda que en la envidia también existen jerarquías, y que las hay de pronto tan baratas que francamente llaman a la misericordia. Debe de haber docenas de presos y pordioseros a los que envidio más que a Paris Hilton, que desde su reveladora entrevista en la tina me ha despertado cierta compasión de la buena; la pobrecilla es pobre y no se ha dado cuenta. Como no se la dan quienes día con día se empobrecen envidiándola. 

Sale cara la envidia, pero está de moda. Y ni modo, a la gente le gusta darse sus lujos.

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23 de noviembre de 2007
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Del Big Bang al Big Mac

Si me hubiesen dicho años atrás que algún día yo iba a leer textos científicos por placer, me habría desternillado de risa. ¿Ciencia? ¿Esa ficción abstracta y abstrusa regida por cifras, teoremas y ecuaciones e inconvenientemente desprovista de héroes, espadas y romance? Por favor... Y sin embargo, hace ya tiempo que un libro de divulgación se convirtió en una de mis biblias, esos tomos que siempre tengo al alcance de la mano y a los que consulto casi como oráculos: A Short History of Nearly Everything, de Bill Bryson. 

Supongo que lo primero que me atrajo fue el título, que significa: Una Breve Historia de Casi Todo. (Sé que hay traducción al español y creo haber visto una edición especial ilustrada, pero no sé a ciencia cierta -ja- si mi traducción se corresponde con la de la versión editada.) Lo segundo que me sedujo fue que, aunque parezca mentira, el libro cumple con la promesa de su título. Bryson cita la versión más breve concebible de esta Historia. El físico Richard Feynman sostuvo alguna vez que si hubiese que reducir la ciencia al más esencial de sus asertos habría que decir: Todas las cosas están hechas de átomos. "No sólo las cosas sólidas como muros y mesas y sofás, sino además el aire que existe entre ellas", agrega Bryson.  

Pero el libro no se agota en ese principio sino que a su manera intenta explicarlo (casi) todo: desde el Big Bang, pasando obviamente por átomos y quarks, hasta la eclosión de la vida y sus particulares características. Lo cual por cierto no es tarea fácil. "El úniverso no sólo es más raro de lo que suponemos", dijo alguna vez el biólogo J. B. S. Haldane. "También es más raro de lo que podemos suponer". 

Pero Bryson es un buen narrador, lo cual ayuda. El libro está lleno de esos datos curiosos que me gusta atesorar. Por ejemplo el hecho de que la luna no sea un satélite, como se ha pretendido siempre, sino un planeta gemelo de la Tierra. O el dato de que cada uno de nosotros contiene una medida en joules equivalente a la de treinta bombas de hidrógeno. O aquel que establece que los átomos son increíblemente durables: 10 a la potencia 35, aproximadamente. Una cantidad casi infinita de ellos ha pasado ya por varias estrellas, formado parte de una larga cadena de organismos -Bryson sugiere que es posible que uno de nuestros átomos haya pertenecido a Shakespeare, lo cual me llena de esperanza- y una vez que muramos pasarán a formar parte de otra cosa: "Parte de una hoja verde o de otro ser humano o de una gota de rocío", sugiere Bryson poéticamente.  

Por ahí va el impulso que me aproximó al calorcito de la ciencia. Hay poesía en el hecho de que el hombre reproduzca en el vientre de su madre el proceso entero de la evolución, de célula a renacuajo a pez a mamífero -y tan sólo en nueve meses. Hay poesía en la formación, existencia y muerte de una estrella porque prefigura el mismo derrotero que cada uno de nosotros transita: brillando de manera intensa y sucumbiendo al fin a nuestra propia masa para crear nueva(s) vida(s) al morir. Creo que a la ciencia la desvelan los mismos interrogantes que a mí, sólo que elige otra forma de narrarlos. Por eso no hago distingos al leer a Melville o a Hawking, a Conrad o a Haldane: todos hablan de los misterios de la vida con elocuencia impar.

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23 de noviembre de 2007
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Un poeta que no estuvo en su funeral

No le gustaban los funerales y no quiso estar en el suyo. No quiso, pero estuvo a su pesar. No quise verlo. No quise mirarlo, no miro a los muertos. Pero lo recordaba muy bien. Me impresionaba, desde pequeño y nunca dejó de hacerlo. Ni mucho menos cuando lo conocí, cuando algunas veces pude estar con él, cerca de él. Fernando Fernán Gómez ha sido parte de nuestras vidas. Una de las mejores partes. En el cine, en el teatro, en sus escritos, sus biografías, sus charlas y sus poemas. Sí, sus poemas. Fue un poeta roñoso, temeroso, controlado, pero fue un poeta. Le gustaba ser poeta. Se puso muy contento cuando publicó en una de las mejores colecciones poéticas de nuestra lengua. Hace años publicó en Visor una selección de su obra poética.

Ayer, después de cabrearme con la noticia, después de buscar sus recuerdos en mi memoria y después de volver a algunas páginas de sus emocionantes, libres, tragicómicas y divertidas memorias, El tiempo amarillo, volví a sus poemas reunidos. El canto es vuelo los llamó. Y no es mal lugar para acudir y conocer más a este tipo tan grande que ya no nos podrá impresionar más. No podrá hacerlo en directo. Lo seguirá haciendo con su cine, sus escritos, sus charlas grabadas, sus palabras y sus poemas. Algunos me hacen reír con sonrisa cómplice, otros me emocionan.

Ayer, la tarde de una noche en que un poeta recibirá en premio Loewe, el mejor pagado de los nuestros, la misma tarde en que se presenta la poesía completa de Pedro Salinas, yo vuelvo a leer este poema de Fernando Fernán Gómez:

 

"VERGÜENZA

Qué vergüenza, hermanos míos,

este dolor.

Este dolor tan vulgar,

pequeño,

cotidiano.

He crecido en un tiempo de dolores.

Duele y dolía la injusticia.

Duele y dolía el hambre.

Duele y dolía la guerra.

Cuando niño, a cada instante

estallaban huelgas

y alborotos con sangre.

He oído los disparos.

He visto llorar a las mujeres de los obreros.

He visto luego los paseos.

Más luego aún, las represalias.

Y el mundo entero estalló

y se partieron muchos hombres en miles de pedazos.

Pero, gracias a Dios, poquito a poco,

volvieron a construirse las injusticias.

Y algo sangriento pasa

y algo horrible no deja de pasar.

Y os pasa a vosotros hermanos.

Hombres de genio calculan,

místicos sufren,

valientes siguen ofreciendo su carne para los destrozos.

Y yo, aquí,

pobre, cobarde, ridículo,

insensible a tanto dolor,

cornudo caracol diminuto y encerrado,

creo que mi alma es nueva,

porque os olvido

y me duele sólo mi dolor.

Qué vergüenza, hermanos.

Aprovecho una pausa en mi llanto

para pediros perdón."

 

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23 de noviembre de 2007
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La verdad de las mentiras

En un libro de James F. Fixx titulado Juegos de recreación mental para los muy inteligentes, que me compré en un arrebato de gran autoestima, se pregunta lo siguiente: "Un viajero llega a una bifurcación del camino y no sabe qué desviación tomar para llegar a destino. Hay dos hombres en la bifurcación, uno de los cuales siempre miente, en tanto que el otro siempre dice la verdad. El viajero no sabe cuál es cuál. Para hallar el camino sólo puede hacer una pregunta a uno de los hombres. ¿Cuál es la pregunta y a qué hombre se la formula?" Hay un apéndice al final del libro donde viene la respuesta, que por supuesto no pienso revelar para que algún cerebrito de esos que andan por ahí tenga la posibilidad de deslumbrarnos. Al mismo tiempo se nos presenta una ocasión de oro para reflexionar sobre la verdad y la mentira, que por otra parte es la gran tensión sobre la que se sostiene la literatura. ¿Mentimos cuando contamos historias que no han ocurrido? Puede que al saber de antemano y aceptar que algo que estamos leyendo es mentira ya no sea mentira, tampoco verdad, sino eso que llamamos ficción y que registraremos con una parte del cerebro distinta a la que capte la verdad o la mentiras.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_verdad_de_las_mentiras_med.jpg¿Existe esa parte del cerebro? Pues francamente no lo sé, es una propuesta más para esa larga elucubración en la que podríamos enredarnos sin fin, a no ser que la zanjemos con unas palabras de Mario Vargas Llosa, de su lúcido e imprescindible libro La verdad de las mentiras (Alfaguara), "Las mentiras de las novelas no son nunca gratuitas: llenan las insuficiencias de la vida.", y con estas otras de Valle Inclán que el mismo Vargas Llosa cita: "Las cosas no son como las vemos sino como las recordamos".

Fuera de la literatura, mentir de forma consciente y con seriedad requiere un esfuerzo mental de tal calibre que casi es preferible decir la verdad. Aunque ¿quién puede estar seguro de vivir en el mundo de la verdad? Inventar, mentir, decir siempre la verdad, decirla a medias. Qué complicado es todo. Encima viene Watzlawick con eso de ¿Es real la realidad? Por Dios, Watzlawick no me líes más. No llego a estar segura de nada al cien por cien, ni siquiera al cincuenta por cien. Porque lo cierto es que a veces soñamos cosas tan reales que cuando despertamos dudamos. Soñamos por ejemplo que nos levantamos por la mañana y vamos al trabajo, que llevamos el coche al taller y que alguien nos llama por teléfono para darnos una buena noticia que esperábamos hace tiempo y que sentimos una gran alegría. Y la alegría, aunque al despertar resulte decepcionante, no nos la quita nadie. Esa alegría no deja de ser real. Ni tampoco al sufrimiento de las pesadillas en que llegamos a llorar y a desesperarnos.

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23 de noviembre de 2007
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Rudimentos del oficio

Filósofo es quien, simplemente, ha asignado a su mente el objetivo más ambicioso que cabe esperar. Y se trata esencialmente de no ir de farol. Así, cualesquiera que sean las vicisitudes de su vida laboral, económica, afectiva... el filósofo ha de encontrar la entereza para sortearlas de tal manera que no imposibiliten el esfuerzo en pos de la lucidez, en el que siente que reside su confrontación esencial.

Refiriéndose a un proyecto análogo en radicalidad al del filósofo, a saber, el trabajo de la narración literaria, Marcel Proust afirmaba abrigar la esperanza de  llegar a contar entre los afortunados para quienes, precisamente por lo sobrehumano de su esfuerzo, "la hora de la verdad" sonaría antes que "la hora de la muerte". Mas el propio narrador, se quejaba de haber perdido largos años en futilidades, de tal manera que se enfrentaba a la tarea "en vísperas de la muerte y sin saber nada de mi oficio". Pues bien este asunto del oficio no es menos esencial para el filósofo:

El filósofo ha de determinar cuál es su objetivo, qué tipo de interrogaciones le caracterizan en el seno de aquellos cuya función es plantear interrogaciones .Estas interrogaciones pueden referirse a lo inmediatamente dado (tanto en el  entorno natural como en el registro de lo psíquico), o aspectos más ocultos, que eventualmente están parcialmente explorados por una indagación anterior.

Una vez realizada esta tarea, una vez delimitado el objetivo, el filósofo (como toda persona razonable) ha de valorar si se encuentra en condiciones de abordarlo, es decir: si reúne tanto la potencia de pensamiento que el asunto requiere como los instrumentos sin los cuales tal potencia sería inoperante. El filósofo, en suma, como todo aquel que se propone un objetivo, ha de estar provisto de alforjas, y ha de revisar periódicamente las mismas,  por si algún instrumental exigido por una imprevista tarea no estuviese disponible.

 

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23 de noviembre de 2007
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Conversaciones. El lenguaje del insomnio VI

Delfín Agudelo: A pesar de estar postrado en cama, el insomnio es tremendamente fatigante. No hay movimiento, pero el cuerpo al día siguiente atestigua el estado de confusión mental. Es como en el sueño, en el que no encuentras un equilibrio entre lo soñado y el tiempo transcurrido, con la diferencia de que en el caso del insomnio el cuerpo, a la mañana siguiente, evidencia ese supuesto largo tiempo transcurrido, que es precisamente el que te toma para salir definitivamente del insomnio.

Rafael Argullol: Por eso es tan extremadamente inquietante y creativo. Acelera mucho tus sensaciones, incluso corporales. Si uno se fija, en el estado del insomnio los latidos del corazón van más rápido. Así como es muy probable que en el estado de duermevela los latidos sean lentos, porque se trata de una especie de semi-nirvana en el que uno cae y que en todos los refranes de todas las lenguas está vinculado a un estar "colgado", estar "en Babia", estar "en los cerros de Úbeda", estar en algún lugar que te quedas con la conciencia suspendida. Estás como dormido pero estás despierto. En ese momento los latidos van más lentos, porque te quedas apaciguado. Tú mismo bajas las defensas, y al bajarlas los latidos y los ritmos del cuerpo disminuyen. Sin embargo, en el insomnio tú no bajas voluntariamente las defensas, estás desarmado porque te has visto obligado a sentirte desarmado pero tú no las has bajado, estás en lucha. Aceleramos los movimientos del cuerpo, sobre todo guiados por los latidos. Damos vueltas en la cama, necesitamos levantarnos y caminar de arriba abajo: el cuerpo se pone hiperactivo. En ese estado de aceleración del cuerpo que podríamos hacer equiparable a la toma de determinadas drogas, drogas activas, no drogas pasivas (el opio es la droga pasiva por excelencia), todo se acelera y entonces también se acelera la actividad neuronal, la actividad cerebral.

D.A.: Dado su carácter de lugar fronterizo, no todo el mundo puede hablar de él; sin embargo, todos estamos sujetos al insomnio, tanto los niños como los viejos. Es un momento aterradoramente íntimo del cual nadie escapa.

R.A.: Este estado fronterizo nos acompaña de nacimiento a muerte, desde la cuna a la tumba. Los viejos con frecuencia te dicen que tienen insomnio, que no pueden dormir por la noche. Y en los niños se produce también el insomnio mucho antes de que exista un estado llamado con dicho nombre. En todas las edades del hombre el insomnio forma parte de nuestra condición en el umbral del laberinto. Seguramente para el niño estar en el umbral del laberinto es el inquietante reconocimiento de lo que nosotros llamamos vida. Y para el viejo estar en el umbral es el inquietante reconocimiento de lo que llamamos muerte. Cuando estamos en la plena actividad de la vigilia, mantenemos alejada esta percepción porque la plena actividad de la vigilia finalmente nos lleva a una condición pragmática: estamos muy ocupados en cosas singulares, particulares, inmediatas. Si estamos en el sueño, estamos a merced de esas otras leyes en las cuales nosotros apenas podemos intervenir. Yo siempre he creído que el sueño nos toma a nosotros. Sería más apropiado decir que el sueño nos sueña que nosotros soñamos. Porque estamos en una actitud completamente pasiva, en la que no podemos hacer nada. En el estado de vigilia estamos en una actitud activa en la que, como vamos eligiendo, descartamos todo aquello que resulte peligroso. No obstante en el estado del insomnio estamos en una actitud que en parte es activa y en parte es pasiva. En cada época de la vida se nos va informando de ese laberinto que tenemos delante. El laberinto no es siempre el mismo. Éste va variando de acuerdo con nuestra propia variación en la vida.

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23 de noviembre de 2007
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I. Cristolandia

En una mediocre novela de Jamie Buckingham llamada El mundo de Jesús, uno de los personajes se pregunta: ¿Por qué debería Walt Disney ser más atractivo que Jesucristo? Se trata de un empresario que soñaba con crear un parque de atracciones, un Jesusland o Jesusworld, cien veces más grande y espectacular de lo que el propio Disney jamás imaginó. Recrear las escenas de la Biblia, construir un modelo a escala del templo de Herodes, ofrecer hologramas de Jesús caminando sobre las aguas. De esta manera, se conocería mucho mejor la palabra de Dios.

Ya le han dado gusto a este personaje de novela, y pronto se convertirá en realidad su sueño. En tierras de Nazareth, junto a la ribera norte del mar de Galilea, donde transcurrió la vida de Jesús desde su nacimiento, se construye un inmenso parque de atracciones que cubrirá cincuenta hectáreas, con una inversión de seiscientos millones de dólares. El primer parque temático dedicado al redentor, abrirá sus puertas en el año 2007.

No se trata sin embargo de ningún nuevo Disneylandia, como los que hay en Orlando, en Los Ángeles, en París y en Tokio, donde lo que el visitante encuentra son las figuras de los cuentos de Disney. Será un Cristolandia en toda regla, consagrado a la vida, pasión y muerte de Jesús...

 

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23 de noviembre de 2007
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El error que nos disipa

Los 25 millones de personas de los que ha perdido su ficha fiscal y personal el Gobierno británico son el ejemplo masivo de la masiva dependencia del vacío.

¿Qué dinero poseemos? La abstracción que al banco se le antoja reconocernos. ¿Qué identificación nos procura la condición de ciudadano? Aquella que una intangible anotación decida en un ámbito remoto y abstracto al que no accedemos. Cuando perdemos lo que creíamos tener seguimos en la misma situación palpable pero nuestra apariencia funcional ha desaparecido. ¿Desaparecido en un vacío inaccesible, inmanejable e inasible?

El abismo, la vacuidad, la ausencia es la razón de la existencia. Y también la razón de nuestra muerte documental, de nuestra ruina contable, de nuestra eliminación administrativa u hospitalaria, de nuestra muerte perfecta. Nacemos, vivimos y perecemos en paralelo a la naturaleza física con la que amamos, nos cansamos o sufrimos. Un universo, más allá de nuestro alcance, planea como algo sobrenatural e ingrávido alrededor de nuestros cuerpos. No nos roza, no nos incomoda, sólo es capaz de procurarnos autorizaciones, pasaportes, permisos o de retirarnos toda capacidad.

De este modo la Autoridad se manifiesta como la Autoridad Máxima. Nada es superior a su influencia y, simultáneamente, nadie parece hallarse al frente de sus decisiones azarosas. Los millones de personas a las que se les han hurtado involuntariamente los elementos de personalización administrativa discurren, en apariencia, como si nada hubiera sucedido en sus cuerpos pero, de hecho, discurren como ciertos espectros que son tales por haberse extraviado en un medio erróneo tras  haber sido afectados de un mal que transforma su carne en  transparencia, su nombre en fulguración y sus posesiones en indecibles quimeras.

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23 de noviembre de 2007
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Las imposturas morales

 

Se ha puesto de moda pedir perdón. El gobernador, el obispo y el alcalde participan de buen grado en una ceremonia que cada día tiene más adeptos. Por lo visto se considera un gesto de buen gusto con el auditorio y una prueba de humildaz que certifica la calidad del hombre público.

Si el AVE no llega a Barcelona, si la Iglesia bendijo a los pelotones de fusilamiento, si el funcionario mete mano en la caja, alguien debe salir al estrado a pedir perdón.

Pero los que se apresuran a reclamar y festejar esta presunta demostración de honradez, considerándola un decisivo alarde de integridad moral, contribuyen a sostener imperdonables imposturas.

Conviene recordar que el perdón es una operación del alma que beneficia al que lo otorga. Decir "te perdono" es un acto del carácter en su suprema manifestación de libertad y soberanía. Sea cual sea la afrenta padecida, el que perdona se libra de sus peores efectos: la sensación de haber sido humillado y vilipendiado, y el agobio de vivir sometido por el rencor.

Poco importa que alguien quiera pedir perdón. Pero en el caso de darse, el gesto debe ir precedido de una muy ajustada conciencia sobre el significado de la falta cometida contra la integridad ajena y al impulso compungido de confesar la afrenta debe sucederle una inmediata voluntad de retribución. Es decir, pedir perdón sin ofrecer a cambio la correspondiente rehabilitación es una irritante e inútil patraña.

De hecho, lo correcto es omitir el pegajoso gemido y ofrecer directamente la prenda que compense el agravio cometido.

Sin tales requisitos, pedir perdón será una más de las estúpidas modas de nuestro tiempo. La hipócrita ceremonia del que evita con palabrería cumplir sus obligaciones y sus ineludibles citas con la verdad.

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22 de noviembre de 2007
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El Boomeran(g)
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