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Al aire libre

Rafael Argullol: Nos describimos a nosotros mismos a través del mundo, pero no describimos tanto al mundo a través de nuestro yo.

Delfín Agudelo: Hay una clara simbiosis entre el yo y el mundo, y este proceso, que es reflejo opaco o luminoso, se traduce en literatura. Imagino que habrás tenido cientos de experiencias como éstas en tus viajes.

R.A.: Muchas. Entiendo y comparto la expresión de Novalis al decir que todo viaje es a través del interior. Pero yo diría que todo viaje es a través del interior si tú estás en condiciones de hacer un viaje exterior. En ese sentido, el puro viaje interior que queda en el interior puede desembocar en un solipsismo. El viaje exterior, que es la experiencia del contraste con el mundo, con lo que tienes alrededor, proporciona la materia prima que reelaboras como experiencia interior. En ese sentido, el viaje sucede continuamente. No quizá de la manera que tú prevés. Uno de los grandes atractivos del viaje es que lo que te proporciona no es tanto lo que habías previsto, sino aquello que se presenta, o que quizá tú estás predispuesto; pero no exactamente aquello que habías pensado. Esa dislocación de la experiencia me parece muy importante en todos los sentidos. Recuerdo lo que decía Van Gogh cuando estaba en Provenza: que él no podía pintar si no era sintiendo el mistral que le azotaba la cara. O lo que decía Nietzsche: todo pensamiento que no se produzca al aire libre se convierte rápidamente en un pensamiento venenoso.  

Uno de los grandes defectos del arte contemporáneo o incluso de la pintura en la segunda mitad del siglo XX es que el artista se fue encerrando en su estudio, en lugar de salir a ese aire libre que decía Van Gogh; y el pensador o sabio se quedó encerrado en su universidad, en su despacho o en su estudio, en lugar de ser un paseante, o asumir la figura del caminante. El pensador tiene que ser un caminante. En ese sentido, contrastarse con el mundo siempre proporciona una materia prima, aunque sea inesperada- incluso lo que podamos ver en un paseo que hacemos en nuestra ciudad siempre será inesperado. El Viajero debe evitar que su viaje sea puramente un interior. El viaje interior es la consecuencia y matriz de ese viaje exterior, es un circuito que se va alimentando. El uno alimenta al otro. El viaje exterior sin reelaboración interna se convierte en puro deslizamiento por la superficie.

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18 de diciembre de 2007
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Brújula perdida, estrella encontrada

¡Qué desilusión es La brújula dorada! Como fan de la trilogía del escritor Philip Pullman, esperé con ansiedad el estreno de su adaptación cinematográfica. El elenco me llenaba de esperanzas: Daniel Craig, Nicole Kidman, Derek Jacobi, Tom Courtenay y Eva Green como la bruja Serafina Pekkala. (Ah, qué mujer. Si todas las brujas fuesen como ella...) El diseño de producción, que había ido espiando durante meses en internet, también me alentaba: realmente era bello y en sintonía con el mundo paralelo que Pullman describe, una suerte de Inglaterra detenida en el tiempo en la que sigue habiendo carruajes -aunque propulsados a motor- y dirigibles surcando los aires. La responsabilidad del fracaso le cabe sin duda alguna a Chris Weitz, director y guionista, a quien le extendí crédito a pesar de que su currículum no era ninguna garantía. Weitz dirigió American Pie y la adaptación de la novela de Nick Hornby About a Boy, comedias realistas y a menudo zafias, pero yo siempre apuesto unas fichas a aquel que se juega por algo distinto. En este caso -ay- perdí. Los problemas de la película La brújula dorada son ante todo narrativos. El film procede acumulando explicaciones farragosas y escenas de acción sin preocuparse nunca por generar empatía con sus personajes y con el nudo de la historia. Cuando un relato que incluye niños esclavizados no logra retorcerme el alma, es que algo esta funcionando muy mal. En algún sitio, el fantasma de Charles Dickens se revuelve indignado.

/upload/fotos/blogs_entradas/stardust.jpgLo que me devolvió el alma al cuerpo fue la visión de otra película que conseguí en DVD el mismo fin de semana: Stardust, dirigida por Matthew Vaughn (autor de la entretenida Layer Cake), basada en la historia original de Neil Gaiman. Stardust también tiene un elénco mayúsculo (Michelle Pfeiffer, Robert De Niro, Peter O'Toole, Claire Danes) y una anécdota fantástica, en la que también hay brujas y mundos paralelos, como en La brújula dorada. Pero todo lo que la película de Weitz hace mal, Stardust lo hace bien. Uno se involucra con sus personajes, acepta las reglas que rigen su universo (alternativas a las del nuestro, pero de lógica inapelable) y no deja de sorprenderse hasta el final. Pero claro, Stardust fue realizada con un presupuesto infinitamente menor y tuvo una promoción minúscula al lado de La brújula, por lo que terminó pasando casi desapercibida. La vida no es justa. Es buena, como dice Lou Reed, pero de justa ni hablar.

Qué lástima que una historia tan bien hecha y a la vez tan revulsiva como la de la trilogía de Pullman (que responde al título genérico de His Dark Materials y presenta una relectura revolucionaria del relato cristiano de la Creación) haya sido asesinada por una versión cinematográfica tan desangelada. Chris Weitz debería regresar a American Pie V y dejar esta clase de relatos a gente que sabe cómo manejarlos: el obvio Peter Jackson, y ahora también Matthew Vaughn. Jackson & Co. tienen claro que no hay que dejarse marear por enanos, elfos, brujas y efectos digitales. Para que un relato así funcione las reglas son las mismas que en el resto de los géneros, de El graduado a El gatopardo: es preciso contar la historia de la forma más dramática y emocional posible, seduciendo al espectador para que se involucre en el destino de sus personajes. El público no hace distingos entre un príncipe encantado y un alumno de Harvard: lo único que quiere es que el director lo convenza de que vale la pena dedicar dos horas a acompañarlos en la persecución de sus destinos.

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17 de diciembre de 2007
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Experimentos

Una nota en el blog Techcrunch no sale de mi cabeza: la mitad de las novelas más vendidas en Japón en 2007 son  escritas para una publicación en teléfonos móviles. Claro que los ideogramas superan a las palabras cuando se trata de caber en un pequeño formato. Pero no se puede olvidar la tremenda influencia de la aparición de los periódicos sobre la literatura: un nuevo soporte es una oportunidad para la literatura. Los tres mosqueteros de Alexandre Dumas es un producto directo de la necesidad de pegar la audiencia al diario. Internet tendrá también a sus invenciones.

Hoy, veo tres intentos (en inglés) que se apoyan en tres tecnologías:

1.     Twitter

Twitter es un «widget», es decir, un pequeño código que permite producir un resultado en el mundo digital: en este caso, transmitir hacia ciertas direcciones el mensaje SMS mandado desde un teléfono móvil. Utilizando una pequeña aplicación llamada Swotter, se utilizó a Twitter para mandar una línea de Ulises de James Joyce a una audiencia de 198 personas. Hay 24.765 líneas en la edición del proyecto Gutenberg. Lo que hace decir, mandando una línea cada quince minutos (un mensaje twitter no admite más de 140 líneas), que la difusión de la obra se extendió en 257 días. Se trata de un experimento con una obra reconocida, pero sabiendo lo que es la convivencia alrededor de Twitter, supongo que la primera novela en entregas cortísimas no se va a demorar mucho.

2.     Comment Press

Comment Press es un "pluggin", una pequeña extensión que funciona sobre los blogs de WordPress. Permite, en lugar de añadir comentarios a un post, atribuir estos comentarios a un párrafo específico del post. Dos autores, Kate Pullinger y Chris Joseph, ya escribieron el inicio de la obra: la caída de un hombre desde un avión sobre un coche aparcado cerca de un supermercado (se parece a la novela de Salman Rushdie que tanto irrita a los islamistas). Uno puede intervenir con palabras, fotografías, vídeos, sonidos, etc. para enriquecer la obra. Por el momento, se nota un silencio total de la audiencia frente a la posibilidad de participar en una creación. La tecnología es muy sofisticada, quizás, creo que es un instrumento válido para la creación colectiva.

3.     Powerpoint

Se trata de Powerpoint, la tecnología utilizada por los asesores para entregar sus recomendaciones. La tecnología que aburre a todos en las reuniones de estrategia si no se trata de la deliciosa manera de utilizarla en el blog del señor Bnjammin. No conozco su nombre. Es un especialista en management y acaba de proponer una traducción del soneto 18 de Shakespeare en Powerpoint. Hay que leer inglés y saber un poco del mundo de las empresas para disfrutar de su creación, pero me hizo reír a carcajadas. Ya mostré en este blog lo que se puede hacer con flash en el momento de entregar un poema de Baudelaire. Tenemos otro idioma listo para la poesía.

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17 de diciembre de 2007
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Rescatar a Joubert

/upload/fotos/blogs_entradas/joseph_joubert.jpgHace años, en México y por azar, me encontré con un libro que siempre me acompaña: Pensamientos de Joseph Joubert. Lo compré sin saber nada del autor, lo compré porque tuve la fortuna de abrir sus páginas. Lo primero que leí: "Es imposible volvernos instruidos si sólo leemos lo que nos gusta". Y miré a la página de la izquierda: "Cuando se escribe con facilidad siempre se cree contar con más talento del que se tiene". No me extrañó que este escritor sin obra, que este pensador que prefería pasear a escribir, fascinara a Chateaubriand. Me parecía que los pensamientos de Joubert, como me ocurre con otros cuantos, están escritos y pensados como a uno le gustaría pensar y escribir.

Era un bien casi oculto el poder acceder en español a los pensamientos de Joubert. La edición mexicana tiene el prólogo, traducción y notas de Luis Eduardo Rivera. Y esa es la que ahora, los muy afinados editores de "Periférica", rescatan  en una edición resumida. Se quedan con las reflexiones "sobre arte y literatura". Y así titulan a esta edición que les recomiendo se hagan con ella. Es pequeña, bonita y acompaña muy cerca. Se puede llevar en un bolsillo, acariciar con la mano, sobar y hacer que acompañe nuestros paseos. No me extraña que su prosa tan precisa, inteligente y libre también haya fascinado a Leonardo Sciascia y que Paul Auster lo haya adorado y traducido al inglés.

Dos pensamientos literarios más: "No es necesario que haya amor en un libro para que nos encante, pero sí es necesario que haya mucha ternura".  "Para escribir bien se necesita una facilidad natural y una dificultad adquirida".

Y otro de regalo: "Todo carácter ardiente tiene algo de loco; todo carácter frío, algo de estúpido".

Guárdense de los fríos.

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17 de diciembre de 2007
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Amistades reprobables

Cada vez que un maestro nos prevenía contra las malas amistades, yo sentía decenas de miradas encima. Pero no era, como querían los profesores, motivo de vergüenza y preocupación, sino de un sentimiento muy similar al orgulloso desprecio que nos inspira la posible aprobación de quienes encontramos reprobables. Que era el caso de mis maestros de secundaria, cuya animadversión unánime habíame ganado ya una vez el récord escolar de materias reprobadas, consistente en el cien por ciento de ellas, incluyendo moral y educación física -hasta entonces consideradas irreprobables-, además del inglés elemental que ahí enseñaban, francamente difícil de reprobar para un adolescente que ya hablaba inglés. Pero igual lo logré, y a partir de ese punto me ubiqué en mi lugar de mala amistad.

     No fumaba, ni bebía, ni había siquiera visto una droga más fuerte que el valium de mi abuela, pero ya me sabía incapaz de delatar a quienes sí lo hacían. Encontraba un deleite inenarrable en el solo hecho de cruzar las puertas de un billar o comprar, rigurosamente a solas, esas revistas míticas pobladas por la clase de chicas malas y desvergonzadas que una mala amistad se merecía. Y lo cierto es que, pese a ser de papel, aquellas señoritas se quedaban con mis mejores horas. ¿Debía concentrarme en siquiera un mes aprobar Biología, o en atender a mis más elementales intereses biológicos? ¿Cómo explicar lo incompatibles que resultaban ambos empeños, una vez que el asunto cosquilleante de la perpetuación de la especie había monopolizado mis obsesiones?

     Apático. Abúlico. Indolente. En ésas y otras equivalentes calumnias coincidían mis profesores a la hora de quejarse con mi madre, y como francamente me acomodaba más la etiqueta de nihilista que la de depravado, prefería aceptar sus argumentos que combatirlos con la bochornosa verdad, según la cual estaba enamorado de una vecina inalcanzable y encontraba consuelo recurriendo a mis malas amistades de papel. ¿Es decir que además de al holgazán mi madre había traído al mundo al lujurioso y al romántico? No podía ver entonces que el holgazán sólo se salvaría con el auxilio de esos buenos aliados interiores, los únicos capaces de entenderlo y hacerle el día a medias soportable.

     Con el tiempo, ser una mala amistad de mis amigos oficialmente buenos me ha granjeado tanta confianza de su parte que ahora buscan el modo de explicar a sus cónyuges que están conmigo cada vez que se citan con sus secretarias o se embotellan solos en un table dance, mientras las buenas de sus esposas pretenden que les creen para a su vez gozar de otros privilegios, y por su parte la mala amistad se desvela escribiendo para un virginal blog y escuchando un álbum de The Fratellis cuya mera portada delata su carácter licencioso. Los buenos hacen, el malo teoriza. Por eso, entre otras cosas, sé que muy a menudo las malas amistades son mejores amigas de los buenos tratos, y ello explica que desde aquellos años de mudo frenesí mostrase más respeto por el vago que me enseñaba a empuñar con firmeza el taco de billar que por el profesor que me quería ver empezando a aprender inglés de nuevo. ¿Quién, a su vez, me respetaba más?

     -Ten cuidado con esas mujeres, no vayan a hacerte algo -me prevenía mi abuela cuando salía solo y por la noche de su casa, en cuya cercanía se apostaban algunas chicas de la so-called mala vida.

     -¿Con qué dinero? -le respondía entonces, buscando esos regaños de rutina que ella tampoco se tomaba en serio.

     -¿Vas a ir, papacito? -preguntaban las damiselas a mi paso, haciendo gala de ese trato atento que las chicas de bien raramente dominan. Yo soñaba en secreto con tener una amiga del mal llamado gremio horizontal, pero temía que once materias reprobadas no fuesen suficientes para acreditarme ante tamañas malas amistades, cuyas caricias se cotizaban en el equivalente a veinte revistas galantes.

     -Las malas amistades -sentenciaban, girando la cabeza y apretando los labios, esos mismos maestros que antes me habían nombrado El Peor del Instituto. ¿Cuáles podían ser mis malas amistades, si por mi nombramiento académico era el único a salvo de ese peligro? ¿Los inocentes vagos del billar, que no me daban más que consejos técnicos?

     -Si tuvieras algún problema sexual, me puedes preguntar sin ninguna vergüenza -me aconsejó una vez el profesor de matemáticas, con idéntica dosis de vergüenza, luego de prevenirme contra las malas amistades de siempre y reafirmar mi íntima desconfianza en las intachables. "Ten cuidado con gente como tú", parecía recomendarme el profesor. Evidentemente, nada le habría desconsolado más que ver a sus alumnos prevenidos contra gente como él.

-Sagrado Corazón de Jesús... -musitaba el maestro de matemáticas al comenzar la clase.

     -...en vos confío -replicaba el rebaño en voz bien alta, con excepción de algunos reprobables.

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17 de diciembre de 2007
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III. Celebración del amor

Cantar, se decía antes; los poetas cantaban a la amada,  y ése era el verdadero sentido de la poesía, la celebración de los desencuentros, de los amores imposibles, y la esperanza de la recompensa tras muchos trabajos de amor. La celebración de la vida. Por eso es tan popular la poesía amorosa, como son populares las baladas, en la misma medida en que antes lo fueron los tangos y los boleros. E igual que las canciones, esta poesía que llega al territorio afectivo de los jóvenes, por muchos otros caminos inaccesible, viene a ser sencilla y llana, hecha de palabras simples, sin elevaciones estrambóticas, pero buscando el sentido siempre profundo de la vida.

Me he dado cuenta también de este retorno de la poesía, que espero sea cada vez más triunfal,  al encontrar en las librerías, por primera vez en muchos años, libros de poesía entre las novedades editoriales. Por los último 30 años, al menos, los libros de poesía estuvieron confinados a la circulación clandestina, editados por las universidades, o por la mano del autor; y escribir poesía pasó a estar tan fuera de moda, que no pocos poetas que conozco se pasaron a escribir lo más rentable hoy, que son las novelas; o lo que otorga más fama.

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17 de diciembre de 2007
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Bares, tabernas y baretos (1)

Un amigo irlandés que vive en Madrid desde hace un año me dice que lo que menos le gusta de aquí son los bares. Dice que están iluminados con una luz tan fuerte que parece que se está tomando la cerveza en un quirófano. No es de extrañar que piense esto alguien que viene de pubs en penumbra decorados con muebles de madera añeja, donde la caña se llama pinta y es tan espesa que se puede cortar con un cuchillo. Mi amigo no entiende la estética del bar, que consiste en no tener estética. Su decoración auténtica es muy simple: acero inoxidable, mostrador lo más largo posible con vitrinas redondeadas encima donde se exponen las tapas y los pinchos y donde nunca falta la ensaladilla rusa, que los comedores de ensaladilla rusa como yo nos hemos dado cuenta de que ahora es exactamente igual en todos los bares, ¿por qué?, ¿dónde hacen esa ensaladilla comunal?

El bar es feo de narices. Y tiene que cumplir ciertas características como: no ser acogedor, ser destartalado aunque sea pequeño, sus sillas han de ser incómodas y tienen que contar con una buena televisión con un partido de fútbol intemporal e infinito hacia el que levantar las cabezas. ¡Ah! y el café con leche ha de servirse en vaso cristal, aunque te abrases los dedos al cogerlo. En el bar te miran con asombro si pides un café en taza. Hasta ahora no había entendido el porqué de esta moda, pero me acabo de dar cuenta de que es simplemente para aumentar la sensación de incomodidad y de feísmo. En el bar el ambiente tiene que ser esquinado, frío, como si no quisieran retenerte, y tú te empeñaras en quedarte. Todo para que el parroquiano (así se llama el cliente asiduo del bar) pueda sentirse en un sitio que no se parezca absolutamente en nada a una casa, a "su casa" para ser más precisos, porque el parroquiano acude al bar cuando la  casa se le cae encima, que es muy a menudo. Todo lo contrario que el dichoso pub con sus cálidas y hogareñas atmósferas. No sé si se habrán hecho estudios sobre el fenómeno bar; si hay alguno me gustaría leerlo; si no existe, alguien debería hacerlo.

En mi barrio se conservan tres o cuatro locales que tendrían que designarlos patrimonio nacional: mesas de formica de antaño, aire desangelado hasta los huesos, luz fría y tres o cuatro parroquianos que se pasan allí el día con la mirada perdida incluida la del dueño. Son el eslabón perdido entre el bar y la legendaria taberna, que popularmente llamamos baretos y que ahora, señoras y señores, hacen furor entre los jóvenes. Los jóvenes los reivindican, se encuentran bien allí y cuando llega algún amigo extranjero, tipo el irlandés de estas líneas, se lo enseñan como algo típico, por lo que sus dueños, acostumbrados a su escasa y fija clientela y a tanta paz, se encuentran abrumados por estas nuevas hordas de bebedores...

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17 de diciembre de 2007
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Demasiado bonito para ser cierto

Un celebrado psicólogo, Jean Piaget, dedicó muy bellas páginas al asunto de si los niños creen de verdad en los Reyes Magos. Su conclusión era que los niños creen en los Reyes Magos, aunque saben perfectamente que sus padres han comprado los regalos. Esta contradicción sólo aturde a los ciudadanos afectados por una severa racionalidad. Un docto historiador francés, Paul Veyne, dedicó hace años un estudio al mismo tema. Quería averiguar si los griegos creían de verdad en sus mitos. ¿Algún amigo de Platón o de Sócrates podía creer que para copular con Leda había Zeus tomado la forma de un cisne? Su conclusión no difería de la de Piaget: antes de la era moderna, antes del dominio científico y la difusión del espíritu crítico, era cabalmente compatible creer y no creer en algo. Las leyendas tenían su verdad y la geometría otra.

No es tan extraño. En vida suya muchas veces me pregunté (aunque nunca osé planteárselo) si mi abuela creía de verdad en un dios que era, a su vez, tres dioses, uno de los cuales había nacido de una virgen humana y por lo tanto podía morir sin por ello dejar de ser tan inmortal como los otros dos. Supongo yo que todavía queda mucha gente que cree en estas leyendas y que a lo mejor se molesta si alguien dice que se trata de mitos poéticos, fábulas, cuentos. Incluso en personas capaces de usar el teléfono y la calculadora, conducir un automóvil o invertir en fondos de pensiones, persiste esa capacidad que solemos considerar infantil o arcaica y que no tiene dificultad alguna en creer algo increíble. Por supuesto, tampoco ve contradicción en llevar una vida racional, hipertécnica, y asumir disparates. Como usar Internet, pero para consultar el horóscopo.

Ciertamente, es un proceder reservado a un tipo especial de personas: idólatras, primitivas, poéticas. Así que somos injustos cuando tachamos a ciertos políticos profesionales de cínicos. No lo son. Pertenecen a ese envidiable grupo que puede creer ciegamente en algo, sabiendo que es absolutamente falso. Y dormir como excitados infantes en la noche de Reyes. 

Artículo publicado en: El Periódico, 15 de diciembre de 2007.

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17 de diciembre de 2007
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La vencedora ley del pato

"La naturaleza es de izquierdas; la Humanidad es de derechas". Esta canónica sentencia de Manuel Vicent lo pone todo en claro.

La ausencia de enemigo político de envergadura al modo del patrón nazi, el capitalismo concreto o el comunismo de gulag, ha hecho girar hacia el combate contra una amenaza difusa y ambiental.

La lucha se describe contra "batalla contra el cambio climático". ¿Puede hallarse un lema más afín a un cuento o una película de dibujos animados?

La infantilización del mundo se corresponde ya con la infantilización de sus  consignas mayores. La conquista  de una sociedad mejor se identifica con la continuada vigilancia del quehacer social, a la manera de un campo de concentración donde se reúnen los presuntos homicidas del planeta.

Efectivamente, bajo el rostro de lo más inocente, se esconde con asiduidad al tremendo criminal. En este caso el cambio climático es la prueba insoportable del mal que ha sembrado el hombre civilizado en su Tierra.

El ser que cada cual lleva dentro, anida como un espontáneo y perverso destructor, temible asesino del aire, el animal y el mar. Este protervo sujeto somos potencialmente todos y cada uno, así que la lucha radical regresa pero, como en los tiempos de exasperado oscurantismo, para luchar contra nosotros mismos.

Mientras la Naturaleza provee de bienes y alegrías, el ser humano siembra el mal y la desdicha. Es urgente y preciso una mano superior que reanude el control inquisitorial de otros tiempos más un autodominio moral, una represión generalizada que impida actuar sin orden.

La condición humana ha pasado de ser originariamente prometedora y  digna de compasión a resultar dañina y merecedora de represión. Ha pasado de ser  benéfica a maléfica y de representar una esperanza incesante a un riesgo seguro.

¿Exterminar a estos seres humanos que han llegado hasta el grado de degradar todo hábitat, incluido el de las benditas tortugas? Acaso resulte demasiado aparatoso y contraproducente el proyecto de exterminio porque ¿cómo cumplir esa masacre, degollando, quemando o enterrando, sin riesgo de contaminar más? El único plan posible viene a ser un ten con ten, siendo la sostenibilidad la regla de oro de todas las cosas.

Sostenerse es el máximo estadio. La utopía se ha desvanecido, la ilusión de progresar se paraliza. Todo el futuro es sospechoso de hecatombe y para conjurarlo sólo vale el represamiento, la represión, el severo equilibrio de mantenerse en lo sostenible.

Ahora el enemigo se halla rodeándonos permanentemente por los cuatro costados y acosándonos desde los rincones de nuestro propio interior. El enemigo coincide con  nosotros mismos, bultos palpitantes y pecadores, almas polutas.

Sólo la parte de la Naturaleza que gozó la oportunidad de no cambiar ni ser objeto de  nuestra ignominia muestra el verdadero estado de gracia. De la flecha del progreso pasamos así al arcadismo del arco sostenible, de la invención creadora a la pasmada veneración del Creador.

Nunca hubo pues tiempos de mayor imposición celestial, de mayor política humana de la nada, de tanta ausencia de humanismo contra la creciente y vencedora ley del pato, la fiera, el lince o el tremedal.

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17 de diciembre de 2007
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Digresión: la filosofía no es una tisana

Al principio de estas reflexiones me refería a una suerte de caricatura de la filosofía en la cual el discurso pecaría  de esoterismo terminológico encubridor de la ausencia de auténtica problemática. Cabe mencionar, asimismo, otra modalidad bajo la cual se presenta la filosofía, y que no es menos indigente que la anterior. Se trata de su imagen como consuelo espiritual frente a las vicisitudes negativas. En nuestros tiempos, tal imagen ha dado lugar a la aparición de ensayos filosóficos mediáticamente voceados que (con mayor o menor pudor y mayor o menor agudeza) nos ofrecen un equivalente de los antiguos breviarios en los que se refugiaba la sabiduría popular. Uno de los más exitosos vinculaba  (hace ya unos diez años) un conocido medicamento antidepresivo a la filosofía que, a juicio del autor, debería sustituir al primero.

Dado que una de las cualidades de tal droga es la de neutralizar las razones de ansiedad provocadoras de insomnio, su homologación a la filosofía permitiría catalogar a esta última entre las modalidades contemporáneas de la tisana. Propongo pues al lector de tal ensayo que, a la hora de apagar la lámpara, enriquezca el cúmulo de rituales encauzadores del sueño con el abordaje del siguiente problema (¡filosófico donde los haya!):

¿Es el mundo realmente finito? Y, en tal caso, suponiendo que responde al modelo de la esfera riemanniana (en lugar de tener forma de esfera simple, como el mundo finito de Aristóteles)... ¿hay manera de que la imaginación alcance a representar tal mundo?, o en otros términos, siendo nosotros tridimensionales, ¿hay manera de dar imagen al concepto de un espacio curvado? Tras esforzarse toda la noche en hallar respuesta adecuada a ese problema, el lector de alguno de los breviarios aludidos estará en condiciones de discernir si, efectivamente, la imagen de la tisana es válida tratándose de filosofía.

Esta alusión a los empleos ilegítimos de la palabra filosofía apunta a poner relieve que el discurso filosófico es a menudo vampirizado por una operación que traiciona  los orígenes mismos de la filosofía, operación que tienda más bien a encubrir que a desvelar. Por decirlo llanamente: el lugar de la filosofía habría sido ocupado por usurpadores. Mas en esta hipótesis: ¿cuál sería la característica del discurso que respondería a la exigencia filosófica? Se intenta aquí dar una respuesta de mínimos. La filosofía se enfrenta a interrogantes que se presentan al espíritu en cuanto éste deja de estar distraído. Entendiendo por distraído lo siguiente: ocupado en problemas contingentes, es decir, problemas que (por apremiantes y hasta dramáticos que puedan ser) no son parte de las alforjas elementales de la humanidad, no se presentan necesariamente en toda organización humana concebible.

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17 de diciembre de 2007
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