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Mentiras

Cruzaba ayer la Plaza de Oriente de Madrid cuando oí que una chica le decía por el móvil a alguien: "Acabo de llegar a Santander, vuelvo mañana". Tenía pinta de mosquita muerta e iba andando deprisa hacia algún lado. ¡Menuda historia!, pero no la única, la gente miente más que habla y desde que aireamos nuestros trapos por el móvil lo podemos comprobar en cualquier parte. Antes, cuando el teléfono era fijo, su uso era privado y uno hablaba en casa, en el trabajo en voz baja si no se hablaba de trabajo, dentro de una cabina..., en cambio ahora no nos reprimimos y contamos bien alto, como si todos los demás llevasen tapones en los oídos, nuestros asuntillos de pareja, infidelidades o bellos sentimientos, como esa señora que se despedía de su hijo en el tren diciéndole: "Hijito, le cubro con mi sangre y le pongo ángeles alrededor", una de esas frases que aunque no quieras, aunque vayas leyendo, aunque te importe un pimiento lo que te rodea, la oyes. Oyes a la fuerza trozos de conversaciones, de vidas, de verdades y mentiras. De una sala de máquinas tragaperras salía una señora mayor diciendo: "Ya llego, la farmacia estaba hasta los topes".

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30 de abril de 2008
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Levi-Strauss

La cortita lista de los autores publicados en la Bibliothèque de la Pleiade durante su vida se alarga. A Paul Claudel, André Gide, Julien Gracq, Julien Green, Eugène Ionesco, Henry de Montherlant, Nathalie Sarraute, Saint-John Perse y Marguerite Yourcenar, habrá que añadir Claude Levi-Strauss. El antropólogo y pensador entrará el viernes 2 de mayo en el panteón de la edición francesa con un volumen que recopila siete libros suyos. 15.000 ejemplares y un título sin sabor: Oeuvres (obras).

/upload/fotos/blogs_entradas/tristes_tropiques_med.jpgEl año 2008 es algo especial para Levi-Strauss, pues además de esta publicación cumplirá 100 años en el otoño. Dentro de las figuras del mundo intelectual francés, es un caso aparte. Un pensador que siguió su camino rechazando las posturas de compromisos políticos frente a los medios de comunicación, un científico que tiene a la vez una obra de terreno (basada en largas convivencias con poblaciones indígenas de la Amazona) y una obra teórica (para fundar la disciplina de la antropología estructural en un libro epónimo) y por fin el autor de un libro fenomenal, mezcla de confesión, de meditación filosófica y de ensayo de etnología: Tristes trópicos. Su primera frase es la mejora de todos los libros de viajes: "Odio a los viajes y a los exploradores". Lo que sigue es un puro milagro. Cuando se publicó, en 1955, el jurado del premio Goncourt hizo pública su lástima: al no ser una novela era imposible atribuirle el galardón más cotizado de las letras francesas.

La ternura triste del joven indio de la tribu nambikwara que se ve en la portada, con un palito en la nariz y otro en el labio superior, fue la imagen más reproducida dentro de la furia etnológica de los intelectuales franceses durante una época (más o menos a finales de los años 60 y durante los años 70). La idea muy cercana a la visión del salvaje de Rousseau como maestro de la relación entre naturaleza y cultura se combinaba muy bien con los tímidos ensayos de la ecología política y las obvias limitaciones de las teorías socio-políticas vinculadas al marxismo. Levi-Strauss estuvo muy de moda en los años 70 y principio de los 60, cuando se buscaba a un pensador más allá del terreno social. Sus libros de la serie Mitológicas ("de la miel a las cenizas", "lo crudo y lo cocido", etc.) era algo que había que leer tal como su ensayo sobre El pensamiento salvaje. Al final, se fue la moda, tal como se van todas las modas, y Levi-Strauss se quedó.

De todo lo que fue el estructuralismo en Francia, me parece que es él quien mejor aguanta el paso del tiempo. Por una razón sencilla: nunca llegó a cerrar por completo una teoría que no fuese estructuralismo estricto sino voluntad de entender cómo los mitos conviven en una sociedad. Es fascinante comprobarlo: paso mucho tiempo buscando en la red un buen resumen de lo que es la obra de Levi-Strauss; hay buenas notas en Wikipedia, hay cositas por aquí y por allá, pero al final Levi-Strauss no es el rehén de un sitio. Claro, hay que apagar la pantalla y abrir Tristes trópicos.

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30 de abril de 2008
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Etapas de la vida

El primer enamoramiento, el primer empleo, la boda, la jubilación, son etapas de la vida. Ojalá no terminaran nunca puesto que poseen, cada vez que llegan, el bisel luminoso de un renacimiento sin fin. Dejamos atrás una circunstancia y nos incorporamos al fino dibujo de otra. Lo nuevo aporta un valor puro, refrescante y salvífico. Todo lo nuevo, desde un objeto a un amor, desde una prenda a una vivienda, crea la fantasía de que con la inauguración creemos rozar la inmortalidad perdida. El primer paso en el linde del estreno sitúa en una esperanza blanca o infinita. Nada gastado, todo reciente e inmaculado, ninguna macha de decepción, ninguna sombra en la perspectiva.

Esta experiencia sólo puede compararse a la de ingresar en el paraíso o cuerpos fragantes por el estilo. En tal situación, envueltos en la belleza inaugural, cada cual viene a ser para sí una pieza sin tara, lavada de muerte. Una pieza liberada y ligera, tan ausente de la perturbación como libre de ataduras y asechanzas.

La nueva etapa transmite el bien de la transparencia, el aire de la bendición, la bonanza del perdón y la puerta abierta al reino absoluto. Se censura con impiedad la cultura de consumo pero ella significa el acentuado anhelo de no morir en lo ya existente y de lograr, mediante la novedad del objeto adquirido el efecto sucesivo de la novación. Nuevas etapas de relación con el objeto, figuraciones del sobjeto, sucedáneos de perdurabilidad infinita, que, de un lado brinda el perfume de lo nuevo y, de otra, se forma con la fantasía de una inédita narración entre él y yo.

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30 de abril de 2008
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Escritor, editor, traductor, lector

Al principio fue lector. Muy pronto escritor. Después de algunos cuentos, a los veinte años publicó su primera novela, Los dominios del lobo. Han pasado décadas, novelas, ensayos, artículos y traducciones. Ahora, en la edad madura, es académico. ¿Quizá lo debería escribir con mayúscula? Académico, Javier Marías. Será un buen académico. Y no hay tantos buenos. Incluso hay algunos tan prescindibles que no parecen académicos. Y hay ausencias que adelgazan su importancia.

La Real Academia de la Lengua, con sus carencias y sus aciertos, es un  buen lugar para la vanidad, como lo podría ser para la renovación no afectada ni casposa de nuestro idioma. Tan vivo, tan abierto, necesitado de cuidados pero no de congelaciones. Creo que la presencia de Marías -el no tan joven- vendrá muy bien para sacudir un poco esa vieja alfombra que se ensucia y carga con viejos polvos académicos.

En su discurso citó a R. L. Stevenson. Ironizó sobre la caída del escritor de Edimburgo en la tentación de la escritura. Cuando muy bien podría haber seguido con la industria familiar. Continuar con ese hermoso negocio de instalar faros en las costas escocesas. Hace años, en un recorrido por aquellos mares, por aquellos whiskies, me contaron que la mayoría de los viejos faros han sido construidos por el padre, por la familia de Stevenson.

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30 de abril de 2008
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«Episodio del Mare»

En los años en los que París era una ciudad faro para escapados de todos los puntos del planeta, éramos muchos los que en invierno frecuentábamos la Cinemateca de la Rue d´Ulm, vecina al Panthéon, donde por un precio realmente simbólico (un franco y un céntimo) cabía por unas horas escapar tanto al frío ambiental como al más gélido provocado por la soledad y el desarraigo. Entre las películas que se reponían con cierta frecuencia estaba La Terra Trema, filmada por Luchino Visconti en paisajes naturales de Aci Trezza, un puertecito pesquero de Sicilia.

Una y otra vez nos sentíamos conmovidos ante este Episodio del Mare, subtítulo de la película a la que deberían seguir dos nuevos episodios, nunca realizados, uno relativo a los mineros y otro a los agricultores. Se ha escrito con razón que los habitantes de Aci Trezza fueron, además de protagonistas, casi guionistas, puesto que Visconti no sólo respetó absolutamente el habla lugareña sino que recogió las conversaciones espontáneas de sus ocasionales "actores".

En el año en el que la película se rueda, el Mezzogiorno se hallaba sumergido en una profunda postración que desplazaba a sus hijos hacia un Norte fabril, exilio que años más tarde el propio Visconti describiría en términos punzantes en esa tragedia urbana que era Rocco y sus hermanos. Luchino Visconti es un milanés alejadísimo por su condición social de sus modelos y protagonistas meridionales, pero sin embargo parece hacer su narración desde las propias entrañas. No se trata de una particular ascesis por identificarse al otro; de alguna manera su sensibilidad era entonces ampliamente compartida. Pues la moral social ambiente, en el mismo Norte industrioso, hacía que el Mezzogiorno fuera percibido como una suerte de Italia secuestrada que, de liberarse, se revelaría en todo el esplendor de una profunda, arcaica y esplendorosa civilización. De ahí el interés de Visconti por poner el énfasis en la losa económica y social que perturba hasta la corrupción la vida de unos pescadores que son como paradigmas del lazo, siempre conflictivo y hasta trágico, que el hombre mantiene con la naturaleza. Precisamente porque Visconti asume y representa, en ese momento, una visión política a la que repugnan los males contingentes y apunta a la abolición de sus causas sociales, La Terra Trema hace amar Aci Trezza, como se ama el espejo de una civilización sellada por lo elemental e inevitable, por lo que es común al ser humano en toda circunstancia.

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30 de abril de 2008
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Hoy sí no, por favor

Suele recomendarse, no sin alguna bienintencionada ingenuidad, que salga uno lo menos posible de su casa durante el accidentado transcurso de un día negro. Existe por supuesto una confabulación secreta, a la que no es ajeno el clima, ni el reloj, ni aquella sospechosa sincronía que hace a los aparatos descomponerse con abusiva simultaneidad. Pues no le basta al boiler con reventar a media tarde del sábado; ha de hacerlo además cuando le acaban a uno de cortar el teléfono. Con la puntual ayuda de la mala conciencia, parece fácil creer que el destino arrea hacia nosotros varias calamidades conexas para ofrecernos un escarmiento a tiempo. Es un aviso, se dice el culpahabiente, aliviado también por la ventaja extra de asumirse al comando de su vida, y en tanto libre del influjo fatal de un día negro.

     Hasta donde se sabe, sólo hay una manera de escapar al odioso transcurso de un jour noir, y ésta consiste en fallecer a primera hora -un despropósito, antes que una estrategia, pues nadie como un muerto pinta el día de ausencia de color-; de otro modo, el mal fario continuará encontrando la forma de colarse entre las intenciones más luminosas para contaminarlas de penumbra. Cada vez que comienza un nuevo año, sabe uno que el producto incluirá cincuenta y dos tardes de domingo. Doce, con suerte trece noches de luna llena. Dos solsticios y otros tantos equinoccios. Esquivamos, no obstante, la evidencia aritmética según la cual un periodo de 365 días incluye por defecto y necesidad un cierto número de días negros, amén de la certeza estomacal de que varias entre esas jornadas funestas serán de riguroso origen orgánico.

     Un día en verdad negro es aquél que sucede igual dentro que fuera del cuerpo que lo sufre. Más allá de ese pesimismo colaboracionista que ya antes de las diez de la mañana le invita a uno a jurar que hoy no es su día, lo interesante de los días chuecos está en la persistencia que los hace invencibles aun ante el talante fanfarrón de un fundamentalista del optimismo. Se engaña entonces no quien astutamente reconoce al día por su negrura y en tanto se resigna a contar las horas que le quedan, sino quien se resiste a dar completo crédito a la inminencia y sigue batallando inútilmente por alumbrar aquello que de suyo es oscuro y fotofóbico.

     Para tranquilidad de los aprensivos, los días negros no son mucho más que eso. Por oscuro que haya decidido ser, un día dura nada más que un día, con su corrrespondiente noche de zozobra (misma que de repente conseguimos ahorrarnos, toda vez que al final de la salada jornada llega uno a la cama contagiado del sueño bendito de los perdedores). Ahora bien, nada nos garantiza que al término de un día negro no vaya a venir otro igual o peor. Es infrecuente, claro, pero de pronto ocurre. O uno hace que ocurra, empujado por los malos augurios paridos a lo largo del día anterior, pues se sabe que la desgracia inmotivada tiene aparte el mal gusto de causar adicción. Hay quien disfruta de saberse elegido, aunque sea sólo por el mal agüero.

     Se ignora qué sería de las novelas y sus sufridos autores sin la providencial intervención de los días negros, que a menudo resuelven tramas espinosas e intrincadas con la varita mágica del fario traidor. No era su día, opina uno de aquel protagonista cuya debacle súbita resolvió el argumento de la historia y acabó literalmente de un plumazo con las noches en vela del novelista. Al final, casi nada consuela y reconforta a las almas desesperadas tanto como asomarse a un día negro ajeno y verse a salvo de él, díscolamente.

     Un día sólo es oficialmente negro cuando al fin ha acabado de transcurrir y podemos narrar sus incidencias. Entonces mueve a risa rememorarlo. Cree uno que si le encuentra el lado chusco al destino podrá minimizarlo, en el futuro. Hasta que llegue un nuevo día negro y, como es su costumbre, nos minimice sin tantita piedad. Sólo porque, otra vez, no es nuestro día.

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30 de abril de 2008
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El incesante Ródano y el lago

Ginebra al atardecer. Rue de la Tacconnerie, rue de Soleil Levant.  Galerías de arte que parecen mausoleos, tiendas de antigüedades hundidas en la penumbra. Resuenan los tacones de una mujer sobre el empedrado, en el silencio absoluto donde no se oye siquiera flamear los pendones medioevales que adornan los muros en lo alto de la fortaleza del Hotel de Ville. Cañones viejos amontonados bajo una bóveda al lado de los Archives de Etat. En las mesas del restaurante sacadas a la calle, los comensales parece que más bien conspiran.

Más allá de la placita, la Gran Rue como un túnel al aire libre, un set de cine desierto donde todos se fueron hace tiempo después de la filmación. Allí vivió sus últimos días Borges, en la segunda planta del número 28, en un apartamento tomado en alquiler por sus editores suizos. Una placa con una alabanza suya a las bondades de Ginebra, así lo recuerda.

/upload/fotos/blogs_entradas/tumba_del_escritor_argentino_jorge_luis_borges_med.jpgCuadras más allá, partiendo de la Place du Cirque, se abre el Boulevard de Saint Georges, de empaque burgués, que me lleva hacia el cementerio de Planpalais, al que se puede entrar también por la rue de Rois, que es lo que hago. La tumba de Borges, a un tiro de piedra del Ródano, que igual que todo en Ginebra, discurre en silencio. Límites, el poema que la memoria guarda intacto. ¿Y el incesante Ródano y el lago, todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?

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30 de abril de 2008
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El peligro de la clonación

Rafael Argullol: La migración tiende a dinamizar la imaginación. Son dos movimientos contrapuestos y estamos metidos entre ambos.
Delfín Agudelo: El único salvamento sería que cada uno de los elementos que conforman la nueva ciudad cargue con su propio terruño.
R.A.: Es muy importante mantener señas de identidad en medio de un gran viaje universal o que el viaje universal sirva para crear las señas de identidad. Es muy importante comprender que el viaje de la experiencia humana es un viaje que ha ampliado mucho sus horizontes. El viaje no es únicamente conocer tu comarca, tu país o tu región, sino que tienes de alguna manera el derecho y el deber de contrastarte con todas las tradiciones del mundo, no para disolverte en una especie de nada homogénea, sino crear unas señas de identidad propias, para crear una nueva patria. Soy de los que cree que la patria no está al inicio sino al final, es lo que vamos construyendo. Claro que hay una patria natalicia, donde hemos nacido cada uno, pero de alguna manera ahora tenemos la posibilidad y obligación de tener un viaje iniciático, un viaje de la experiencia que tiene unas posibilidades amplísimas, no para disolvernos en él y quedar clonados en una especie de falta de identidad universal, que es lo que a veces parece que es la invitación del capitalismo y de los medios de comunicación actual, sino para ir construyendo tu propia patria personal a partir de mimbres mucho más variados y ricos de los que podía tener como posibilidades alguien del siglo XIX. Por tanto hay una dialéctica muy delicada entre lo universal y lo particular, que creo que es lo que podemos enriquecer, porque de lo contrario esas grandes posibilidades que nos plantea la comunicación universal se pueden anular por la presencia infinitamente repetida de lo mismo. Y ese peligro se está produciendo entre nosotros por ejemplo en el cine, donde hay una especie de clonismo argumental terrorífico, que muchas veces vive contra el estado porque tenemos acceso a tradiciones cinematográficas mucho más ricas que hace 50 años.  Pero hay un peligro de esa clonación de la imaginación.
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30 de abril de 2008
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El último espectador (11)

Admitámoslo de una vez: la literatura hispanoamericana se metió en un sendero sin salida, víctima de su propia venalidad, que también está empezando a causar estragos en el cine. Esto no debería ser grave, la historia del arte está hecha de marchas y contramarchas. Si así no fuese habría que abonar la teoría de la progresión lineal del conocimiento, como si siempre supiésemos más y mejor. No es la primera vez que avanzamos en una dirección errónea. Le pasó a tantos científicos, le pasó a Wittgenstein. La imagen del laberinto sigue siendo útil: marchamos por caminos, algunos carecen de salida, se impone retroceder para volver a salir. No hay indignidad en este proceso, tan sólo sabiduría.

Es natural que la situación nos fastidie. Hemos sido, somos todavía funcionales a un sistema que preferiría borrar la literatura, y también el cine que vale la pena, del horizonte de nuestros deseos. Dice Piglia: "Para la sociedad capitalista, una práctica tan privada como la literatura, tan improductiva desde el punto de vista social, debería ser eliminada". Lo imperdonable sería que la hundiese con la complicidad de los escritores.

La que se beneficia más con este estado de cosas es la maquinaria de producir control. Si en algo este incansable dispositivo se superó a sí mismo fue en la campaña con que redujo la literatura a su expresión más intrascendente, a su encarnación menos inquietante y menos inspiradora desde la invención de la imprenta. Entre las editoriales que contratan textos convencionales y los críticos que llaman a los escritores a incendiarse a lo bonzo, aquellos que tenemos la vocación de contar historias y la gente que tiene la necesidad de leerlas nos hemos quedado solos. En cantidad millonaria, pero solos. Ensordecidos por los relatos que los medios amplifican para impedirnos pensar, para dificultar el encuentro.

¿Por qué nadie habla del rol que puede desempeñar la gente en este entuerto? Paradójico: todo el mundo se llena la boca con la democracia, pero nadie confía en los ciudadanos. Tanto que se ensalza a internet, a los sitios como YouTube, ¿y nadie advierte que estos sistemas todavía no brillan por sus contenidos, sino por el poder que confieren a sus usuarios? La maquinaria tuvo algunos éxitos en su intento de prescindir del autor, pero nunca podrá prescindir del público. El lector, el espectador, son nuestra última esperanza. Pero cuidado, que ya no contaremos con el público pasivo de antaño, deslumbrado por el esplendor del lugar que ocupamos. Todo lo que encontraremos -que es todo lo que necesitamos, dicho sea de paso- es un público desconfiado e inquieto. Que perdió la fe en nuestras credenciales, que no tolera que los narradores hagan hermenéutica con sus ficciones, que nos desafía a que volvamos a ganar su confianza y que ya no acepta más excusas: lo que quiere son historias en las que creer.

La moda de los relatos del Yo, esta escritura de la intimidad que nos venden como novedosa -tan nueva, en todo caso, como la técnica del anacronismo deliberado con que Menard disfraza su infertilidad-, es una de las consecuencias de la forma en que muchos artistas viven. ¿De qué puedo hablar que no sea mi Yo, cuando estoy enclaustrado en mi casa? ¿De qué escribiré que no sea mi Yo, cuando tengo miedo de utilizar la imaginación? Muchos no soportan que el foco se haya desplazado de sus personas. Pero aunque les pese, la pelota está en el campo de la gente. De aquellos que buscan la narración donde está -esto es, en otro lugar. De aquellos que quieren dejar de ser espectadores, que ya no toleran pasivamente que se les diga qué hacer, cómo leer, qué consumir. Ellos ya encontraron los nuevos domicilios de la narración. Ahora es nuestro turno de salir a buscarla. 

                                                      (Continuará.)  

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30 de abril de 2008
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Dos polémicas y el Monte St. Michel

Lo bueno de la vida literaria en Francia es la falta de demoras al momento de empezar una polémica. Tenemos dos casos excelentes que van a apasionar a su clase mediática y a sus intelectuales.

1. Houellebecq y su madre

El libro será publicado el 7 de mayo, pero en París ya se habla en todas partes de L'innocente (La inocente) de Lucie Ceccaldi. El nombre de su autora se parece mucho a la identidad de la madre, Jeanie Ceccaldi, en la novela de Michel Houllebecq, Les particules élémentaires (Las partículas elementales). No es casual. Se trata de la respuesta a Houellebecq por parte de su madre. El novelista, que no fue criado por ella, se dedicó a machacarla, llegando a decir que no estaba viva, además de pintarla como una figura negra en su libro. En la vida, parece gozar de buena salud y de un fuerte temperamento al decir, según un extracto de su obra: "con Michel, volveremos a hablar el día en que Michel, en un lugar público, reconozca ser un mentiroso...".

Houellebecq, que es un maestro insuperable en el arte de las relaciones públicas, se ha quedado mudo, por el momento. Pero, al apuntar a la figura más visible de las letras en Francia, el libro plantea otra vez el debate sobre la importancia de la obra de Houellebecq (es decir, su existencia real aparte de la acumulación de provocaciones del autor). Se sigue el testimonio de la madre en varios sitios como el de 20 minutes o de Libération, pero como suele ocurrir en muchos casos el mejor artículo se encuentra en el sitio de The Guardian. Lo interesante en la polémica es el vínculo fuerte de la madre de Houellebecq con Argelia y el mundo árabe, sabiendo que el escritor insultó a la fe islámica. (Para entender el alcance de la polémica se puede releer una entrevista con el autor en la biografía no oficial de Houellebecq, Denis Demonpion )./upload/fotos/blogs_entradas/stmichel_med.jpg

Último detalle: Michel Houellebecq se llama Michel Thomas. Se lo puso su nombre para recordar al Monte Saint Michel con su famosa abadía benedictina.

2. La importación de Aristóteles

La segunda polémica ya está en camino por la publicación del libro Aristote au Mont Saint-Michel. Les racines grecques de l'Europe chrétienne de Sylvain Gouguenheim, en la casa éditorial Le Seuil. Pierre Assouline, en su blog ‘La République des lettres' tocó el tema el domingo pasado y ya tenía 400 comentarios el martes al mediodía. ¿De qué se trata? De una furiosa polémica entre especialistas de la historia medieval para saber cómo los textos de Aristóteles llegaron al mundo cristiano. Gouguenheim, profesor de la Escuela normal de Lyon (la escuela que forma a los profesores), reconoce un papel fundamental en las traducciones del griego al latín hecho por los monjes benedictinos del Monte Saint Michel. Lo que hace decir que menosprecia el papel de los arabo-musulmanes y de un centro intelectual como Córdoba en la difusión del pensamiento griego clásico. Y claro, al final, Assouline acusa a Gouguenheim de desconocer los matices entre islamistas y musulmanes. El diario Le Monde parecía inclinarse a favor de la tesis de Gounghenheim antes de publicar una tribuna que denuncia su tesis. Viva la polémica.

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29 de abril de 2008
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El Boomeran(g)
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