

En una carta a Paul Engelmann, un inesperado Wittgenstein calderoniano le decía que nuestra vida es un sueño, sí, pero que en algunos momentos decisivos nos despertamos y podemos llegar a saber que estamos dormidos. Es una vuelta de tuerca al sueño de Segismundo. El despertar no llega con la muerte sino que acontece en vida, pero sólo en momentos supremos y a pocas personas. Por lo que sigue en la carta, yo creo que Wittgenstein se refería a sí mismo y a otros pensadores de igual calibre intelectual, como Schopenhauer, capaces de recibir en forma de luz instantánea la visión de nuestra existencia en tanto que delirio onírico. Un estado similar a la muerte, pero con imágenes que no podemos variar porque varían ellas solas. Así que, a diferencia del dolor, que es lo ajustado a los vivos, vivimos la muerte ajena (jamás la propia) como un suceso cargado de sentido a pesar de su trivialidad.
Por eso muchos hablamos ahora de Rubalcaba como en un sueño: fue un hombre inteligente y con estudios superiores, uno de aquellos socialistas íntegros que tenían una idea firme de cuál era la sociedad por la que luchaban. De ahí su destacado empeño para acabar con los asesinos vascos. Nunca habría consentido a Otegi. El siguiente sueño de los socialistas vivos, en cambio, han sido dirigentes sin usanza laboral, sin estudios, sin entereza moral, sin una idea de sociedad. Jefes solipsistas, frívolos e incapaces de despertar para constatar que están dormidos. Yo veo la desaparición de Rubalcaba con la penosa emoción que me produce el derrumbe de la aguja de Notre Dame. Desaparece algo irrepetible. La próxima aguja no será de madera, ni la construirá Viollet. Será el resultado de una lucha entre codicias y empresas. Será, posiblemente, virtual.
El canónigo penitenciario Anselmo Allepuz Monviedro asestó el bofetón más enorme que jamás se haya dado en la provincia, quizá porque impresionar favorablemente a los demás es el empeño fundamental de nuestras vidas. Hablo del rutilante oidor, montaraz canónigo penitenciario, al que en ese día, 26 de julio de 1992, le quedaban justo tres años de vida. Andaba yo entonces preocupado por el descenso en la calidad de nuestras Croquetas Bajo Imperio, las que nos dieran merecida fama, crujientes, en su punto de sal y aceite, elaboradas con carne sabrosa y restauradora, y que ahora, quizá por un cambio en el proveedor, estaban dejando de gustar a nuestra parroquia. Fui al encuentro de Anselmo, que atendía en Villa Lorenza, yo buscaba consejo y nadie como él disponía de un catálogo fiable de carniceros de primera clase. Dijo que el médico y escritor valenciano Jaume Roig (comienzos del XV –1478), en su novela Spill (1460, también llamada Llibre de les Dones), incluye un pasaje en el que unas cocineras parisinas elaboran pasteles con ingredientes humanos: “En hun pastis, / capolat, trit, / d’om cap de dit / hi fon trobat. / Ffon molt torbat / qui·l conegue; / reguonegue / que y trobaria: / mes hi havia / un cap d’orella. / Carn de vedella / creyem menjassem / ans que y trobassem / l’ungla y el dit / tros mig partit. / Tots lo miram / he arbitram / carn d’om çert era. / La pastiçera, / ab dos aydans / – ffilles ja grans –, / era fornera / he tavernera. / Dels que y venien, / alli bevien, / alguns mataven, / carn capolaven, / ffeyen pastells, / he dels budells / ffeyen salsiçes / o llonguaniçes / del mon pus fines.” [En un pastel, / troceado, triturado, / un extremo de dedo humano / fue hallado. / Quedó turbado / quien lo encontró; / sospechó / que otras cosas encontraría: / también había / un trozo de oreja. / Carne de ternera / creíamos comer/ aunque descubriéramos / la uña y su dedo / medio partidos. / Lo miramos / convenimos / que ciertamente carne humana era. / La pastelera, / con dos ayudantes / -mozas crecidas-, / era panadera / y tabernera. / De los que venían, / y allí bebían, / algunos mataban, / sus carnes troceaban, / hacían pasteles, / y de los intestinos / preparaban salchichas/ o longanizas / de este mundo las más finas.]
Una gran fiesta cultural que hasta entonces no tenía precedentes, y de la que fueron parte una Bienal de Pintura, una Feria del Libro, un Festival de Teatro y un encuentro de escritores.
Desde entonces, y estoy hablando de mis años juveniles, la idea fue que si Centroamérica representaba una identidad cultural en su diversidad, debíamos apuntar a la excelencia por encima de la mediocridad para realzar esa identidad y esa diversidad: convocamos a la bienal a los mejores pintores y los premios fueron otorgados por un jurado que integraban Marta Traba, Fernando de Szyszlo y José Luis Cuevas. El premio mayor fue para el guatemalteco Luis Diaz, con el tríptico Guatebala.
El jurado del festival de teatro lo presidió uno de los grandes directores de Broadway, el panameño José Quintero, que entonces ponía en escena en exclusiva las obras de O'Neill. Y entre los escritores tuvimos a José Coronel Urtecho, Fabián Dobles, Carmen Naranjo, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal, Rogelio Sinán, Álvaro Menen Desleal, Carlos Martínez Rivas, Augusto Monterroso. San José fue todos esos días la capital cultural centroamericana.
De allí viene Centroamérica Cuenta, que nació en Nicaragua en 2013 bajo esos mismos parámetros de excelencia, y en esta nueva gran aventura cultural de doble vía hemos ensayado a mostrar lo mejor de nuestra literatura, y traer hacia nosotros lo mejor de la literatura de fuera de nuestras fronteras.
Cuando la crisis que vive Nicaragua nos obligó a cancelar el encuentro del año pasado, buscamos un escenario alterno y encontramos asilo generoso en Costa Rica de parte del gobierno del presidente Carlos Alvarado, novelista él mismo, y de su ministra de cultura, Sylvie Durán, quien supo articular los apoyos nacionales necesarios.
Hemos aterrizado ahora en San José para abrir carpa con más de 130 invitados provenientes de 21 países, entre escritores, artistas, músicos, cronistas, cineastas, críticos literarios, editores, traductores, y promotores culturales, una semana de encuentros literarios en diversos escenarios, empezando por el emblemático Teatro Nacional. Y el festival se desarrolla en paralelo a la Feria Internacional del Libro. Otra vez San José capital cultural.
No podíamos haber encontrado una sede mejor que Costa Rica para seguir adelante con Centroamérica Cuenta, un país dueño de una dilatada tradición cultural, y que ha sido siempre, además, tierra de acogida para los centroamericanos forzados a huir de sus propios países ante dictaduras y golpes de estado.
La ola que ha empujado ahora a Centroamérica Cuenta hacia Costa Rica ha arrastrado a miles de refugiados que huyen de la persecución y la violencia, acogidos de manera hospitalaria, igual que tantos otros en el pasado. La sombra de la xenofobia existe, pero no es la norma. La norma es la generosidad.
Centroamérica es invisible por lo general, a no ser por las catástrofes políticas y naturales, pero igual que en el resto de nuestra América las calamidades y los desafíos de la realidad se trasiegan a la literatura. Es lo que Centroamérica Cuenta busca explorar.
La violencia, la opresión, el desarraigo, las emigraciones forzadas, la corrupción, las pandillas, los carteles del narcotráfico. Los abismos de miseria, la discriminación. La pobreza que crece a la par que crecen las fortunas descaradamente mal habidas.
No se trata de matricular a la literatura alrededor de un catálogo de temas obligados, porque la libertad creativa es insustituible; pero esas voces de la realidad tienen una fuerza de atracción poderosa para los narradores de historias, porque las vidas de los seres humanos son la materia de la literatura, y en la medida en que las vidas son afectadas por la anormalidad de la realidad, que es la anormalidad de la historia, la literatura sucumbe ante el peso de esas voces insistentes, y es entonces cuando la realidad se transforma en arte vivo, y la literatura imita a la vida.
Mientras en Nicaragua no existan condiciones de libertad y democracia que amparen un encuentro plural y libre que busca dar peso a todas las voces y exaltar la creación literaria como acto permanente de rebeldía, Centroamérica Cuenta habrá de vivir en el exilio.
En Costa Rica, o en cualquiera de los otros países centroamericanos donde ya somos reclamados, lo cual le da al festival, de todas maneras, una diversidad de escenarios que habrá de multiplicar su público. Lo cierto es que Centroamérica Cuenta seguirá contando.
Cuando yo estudiaba en la España de Franco coincidí con un amigo del verano que parecía estar muy agobiado. Cursaba estudios de Ingeniería Agrícola y Pecuaria, creo recordar. Le habían ido bien los dos primeros cursos, pero ahora pasaba por un momento difícil. "En primero dimos ‘Cerdos Uno'. En segundo ‘Cerdos Dos'. ¡Pero en tercero damos ‘Cerdas'!", decía estremecido. La enorme dificultad que presentan las hembras del porcino es cosa muy predicada por los sabios de la antigüedad.
Inspirada desde la infancia por un notable conocimiento de la cabaña porcina catalana, la dirigente del nacionalismo catalán, subclase xenófoba, llamada Núria de Gispert ha cometido un error muy comentado por los medios nacionales y extranjeros. En cualquier país civilizado le habría valido la ignominia y la carcajada, pero en Cataluña le han dado la Cruz de Sant Jordi, elevando de ese modo la valía de la medallita. Esta experta en cochiqueras confundió dos espléndidos ejemplares de hembras racionales (una cayetánida, la otra inésida) con dos elementos del curso "cerdas" que tanto agobiaba a mi amigo.
Este es un error incomprensible. Hay que tener una fijación obsesiva con las cerdas, quizás por ser la cabaña que ella ha frecuentado más asiduamente. Y por otra parte hay que ser muy ignara o estar ciega de ira para confundir a dos mujeres de extrema educación y capacidad comunicativa con sendos ejemplares porcinos de pobre locución articulada, incluso en catalán. Un error debido quizás al escaso trato que esta mujer ha mantenido con hembras racionales y educadas. Como a mi antiguo amigo, el tercer curso sobre las cerdas parece haber sido un escollo insalvable para sus capacidades y ahora alucina cerdas por todas partes, menos por una.
"Los perros no ven con buenos ojos la locura y la temen tanto como los humanos", dije en Las Abismales, y añado ahora, completando aquel pensamiento:
Los perros saben que un amo loco es imprevisible y una fuente terrible de incertidumbre.
Los perros saben mejor que nosotros que los abismos mentales son un pozo sin fondo.
De niño conocí a perros profundamente traumatizados, profundamente desconcertados, profundamente resignados, y en los peores caos, profundamente locos. Pero sobre todo conocí a perros que habían desarrollado una intuición asombrosa para detectar los desequilibrios mentales de las personas.
Huían de la locura como alma que lleva el diablo, y sabían que la locura humana era para ellos más peligrosa que el hambre, la soledad, y todas las formas de la miseria y el abandono.
También conocí a un psiquiatra que se hacía acompañar por un can. No bromeo: era su ayudante fundamental, porque sabía detectar la verdadera profundidad de la locura.
Curiosamente el mejor psiquiatra y psicoanalista francés se llamaba Lacan: "la can". Buen nombre para un analista, es decir, para un sabueso.
"Habla si tienes palabras más fuertes que el silencio", decía un personaje de Eurípides. Esta norma casi nunca se cumple en Twitter, ni muchas otras.
"Para olvidar lo malo hay que olvidar también lo bueno porque se olvida por bloques", dice Ramón Eder en "Palmeras solitarias". Tiene razón, y es que cuando olvidamos un amor, o lo olvidamos todo, o no olvidamos nada.
"Son las circunstancias las que deciden el bien y el mal", decía Maquiavelo. Y se podría añadir: las circunstancias y las épocas y las religiones y las ideologías. Aunque haya habido ajusticiamientos por cuestiones morales, no hay nada más cambiante y oscilante que la moral.
"Todo buen libro es un atentado", decía Marcel Jouhandeau, y tenía razón: un atentado a nuestra comodidad, a nuestra imbecilidad, a nuestra indiferencia, a nuestra tendencia a permanecer afincados en nuestro espacio de confort.
"Cuando no hago nada estoy muy ocupado", decía Escipión, y tenía razón: los momentos vacíos de acción son muy densos, despliegan la verdad del pensamiento y dan alas a la imaginación.
Pensaba Esopo que la costumbre dulcifica hasta las cosas más aterradoras. Cierto. La gente se acostumbra a vivir en el infierno y luego, cuando se lo quitan, siente nostalgia. ¿Nostalgia de qué? Pues del infierno. La historia de España es rica en ejemplos de esa sorprendente nostalgia.