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Escape de Nahualópolis / VI

VI. El festín de los instintos.  

Es más fácil meter a un centenar de monstruos en cintura que expulsar a un demonio del reparto; pero antes los echa uno a todos a la calle que meterse en cintura a sí mismo. Si los monstruos descienden de los demonios y los demonios vienen del interior convulso de la conciencia, debe entenderse así que no hay demonio más poderoso y temible que aquel que se ha encargado de cuidar y alimentar a tamaña manada de alimañas. Pero qué hacer, si a uno también le gusta tener sus animalitos, y eventualmente sacarlos a pasear. Vamos, no es que cosechen muchos amigos, menos con esos modos arrebatados, pero tampoco es cosa de tenerlos guardados entre catacumbas.

     -Deja eso y vámonos, antes de que se empiecen a soltar los monstruos -me advirtió aún a tiempo el diablo del capricho, no bien me vio peleando a solas y en total desventaja contra el nahual de la página en blanco. Ver perder las maneras a un demonio impulsivo y temperamental es tan sencillo como hacerlo esperar. Odia las antesalas, los preludios, las sobremesas, los paréntesis y las listas de espera. No comparte, ni entiende, ni soporta argumentos independientes de su comezón.

     Habemos quienes no sabemos conducirnos en la autopista recta del deber sin tomar unos cuantos atajos entre las numerosas brechas del capricho. ¿Cómo es que una vereda sinuosa y empedrada puede llegar a ser más expedita que el camino pavimentado y sin curvas? He ahí el poder secreto del capricho, cuyas antenas captan y traducen los mensajes cifrados del instinto que a la razón le pasan de noche. En su carácter de necesidad ilegítima, se asemeja el capricho a esas relaciones subrepticias que cualquier día despiertan exigiendo derechos patrimoniales. ¿Quién quiere ver la clase de monstruos que se desamarran una vez que se enoja el diablo del capricho y salta de las matas un tropel de pasiones indocumentadas, revanchas resurrectas y bestias cobradoras de todos los tamaños? Para qué iba a cantar el capricho, si no para que el mundo baile con él.

     Cuando muy niño, me gustaba bucear en la basura. A menudo regresaba a la casa cargado de papeles y cartones que había rescatado del basurero, intuyendo que luego me servirían quién sabría para qué. Me recuerdo chillando del berrinche cada vez que a uno de mis padres se le ocurría echar a la basura lo que a mi entender no era basura, sino pertrechos para actividades futuras. Caprichitos, decían, aduciendo que no me enviaban a la escuela para que un día me hiciera pepenador. ¿Cómo explicarles que ya desde entonces incluso mis caprichos más arbitrarios tenían una fuerza que ya hubieran querido mis mejores propósitos? En vista, sin embargo, de que esa costumbrilla de hurgar en la basura tampoco me granjeaba el éxito social entre los de mi edad, debí aprender a someter a los propósitos a la orden de ciertos caprichos fundamentales. Dotarlos de motor, ruedas y combustible. Cargarlos de basura recobrada entre los tiraderos de la memoria.

     De entonces hasta ahora, me sobran varios dedos para contar las veces que me ha jugado sucio el instinto, y me faltan cabellos para representar cada uno de los engaños de quien se presentó como el buen juicio. No me cuesta, por tanto, seguir la juerga con el diablo del capricho sin mirar ya el reloj, ni el mapa, ni la brújula. El capricho, me digo, tiene sus propios campos magnéticos. No sabe uno lo que hace cuando se encapricha, pero igual que los perros hambrientos aprende por olfato a procurarse eso que necesita, dondequiera que esté. ¿Malos instintos? Según opina el diablo del capricho, un aliado vital como el instinto sólo puede ser malo cuando funciona defectuosamente. Hasta donde recuerdo, mis mayores decían algo así de la basura que no era basura.

     Pelear contra el demonio del caos no es propiamente hurgar en el basurero, sino en el basural. De ahí, no obstante, a expulsarlo de la propia conciencia existe una distancia comparable a la que separa al analfabetismo de la erudición. Ya me verán cadáver y el demonio del caos apenas estará pensando en esfumarse, pero entre tanto me urge darle unas cachetadas. Ponerlo en su lugar, a él que tanto le irritan esas cosas. Y ya no por deber, ni pundonor, ni horror al qué dirán, sino por mero capricho guajiro. Se me antoja saber si como ronca, duerme. Se sabe, mientras tanto, que el cornudo caótico ha sobornado a todos los instintos, con excepción de uno: el de conservación. Será por eso que nadie sale sin él a un campo de batalla de los mil demonios.

 

     ¿Al demonio de caos se le mata, se le encierra, se le ahuyenta, se le orilla, se le quema, se le olvida?

     ¿Cómo se hace para vencer a un invasor que cada vez pelea en nuevos frentes?

     ¿Es factible mirarse cualquier día completamente corrompido por él?

     Próximo desenlace: VII. Cállate y decapítalo.

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27 de junio de 2008
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La más animada de las narrativas

Me encontré diciéndome a mí mismo: ‘No pienso ver The Incredible Hulk. ¿Cuál es la gracia de una película cuyos momentos esenciales son pura animación computarizada?' Pero me corregí de inmediato: ¿y cuál sería el problema, en ese caso? ¿Tengo yo algún problema con la animación? Por supuesto que no. Los viejos dibujos animados -en especial los clásicos de la Warner con Bugs Bunny, Sylvester & Tweety, Daffy Duck y compañía- siguen pareciéndome geniales. (No hace mucho recordé ante mis hijas que algún día quiero comprarme la colección en DVD. Las mismas hijas que suelen reírse porque son las únicas, entre sus amigas, que van a jugueterías para comprar sus regalos del Día del Padre... Esta vez me tocaron muñecos de Yellow Submarine: George Harrison y el Snapping Turk. Yo contento como perro con dos colas.) Y las producciones de Pixar me parecen geniales. Toy Story, Finding Nemo, Monsters, Inc... ¡Ya estoy marcando en mi calendario cuánto falta para el estreno de WALL-E!

Creo que los dibujos animados, o la animación digital, tienen el mismo poder narrativo que su contraparte ‘realista'... y algunas ventajas que la narrativa cinematográfica no posee. Para empezar, Bugs Bunny no cobra sueldo millonario, ni tiene rabietas de estrella ni es víctima de escandaletes en la prensa amarilla y además -créanme, esto no es poca cosa- no mantiene a un representante insoportable que no para de hacer demandas en su nombre. /upload/fotos/blogs_entradas/little_miss_sunshine_med.jpgEsto es lo que ve uno desde el sitial profesional, como hombre del cine; pero como espectador tambien. Me resultan tan conmovedoras Mei y Satsuki, las nenitas de My Neighbor Totoro -una joya animada de Hayao Miyazaki- como Abigail Breslin en Little Miss Sunshine.

Las reglas del arte son las mismas. En último término, se trata de seducir al espectador con una combinación de sonido e imágenes en movimiento, que ‘leemos' sobre una pantalla plana. Por eso yo no hago diferencias entre el cine ‘grande' y las películas de animación, del mismo modo en que no privilegio literatura por sobre historieta. Se narra en la pantalla, se narra en un libro o revista: si el soporte es el mismo, las líneas generales de la narrativa también. Entre mis películas favoritas están Citizen Kane y El Padrino, pero también Totoro y El gigante de hierro y La espada en la piedra.

Seguiré sin ver Hulk, pero no porque el hombretón verde sea animado: simplemente porque no me interesa.

Y mientras tanto, a seguir esperando WALL-E.

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27 de junio de 2008
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El paleolítico, ¡qué guay!

La semana pasada, cuando estaba en Santillana del Mar, me preguntaron si quería visitar la "neo-cueva". Hice una broma tonta --¿la cueva de Neo, el de The Matrix?-y luego pregunté qué diablos era eso. Se trataba de la réplica de las cuevas de Altamira, construida a cien metros de las originales. Pensé en las ideas de Baudrillard --eso de que vivimos en una época en que el simulacro se ha impuesto sobre la realidad--, y di mi nombre para unirme al grupo.

La "neo-cueva" no es ni siquiera una réplica exacta del original. Como los dibujos de bisontes y demás animales fueron hechos en el techo, se ha ampliado la dimensión de la cueva, para que los turistas puedan contemplar los dibujos sin tener que arrodillarse. Me pregunté si la sensación hubiera sido diferente a la de entrar a la cueva original; seguro que sí, pero el deslumbramiento hubiera sido al menos igual: conmovía enfrentarse a las primeras muestras artísticas del ser humano. El aura del original no estaba, pero sí el de una réplica adaptada como para sacarle el máximo provecho a la experiencia. Quizás me había adaptado demasiado bien a la época, que sabe de simulacros tan bien hechos que terminan haciendo palidecer a los originales. La Mona Lisa original es muy chiquita, me dijo alguien después de visitar el Louvre; las cuevas de Altamira originales son acaso muy incómodas, y además no tienen esos efectos especiales que permiten ver al "hombre de las cavernas" en tercera dimensión (eso también descubrí en mi visita a Altamira: los hombres de las cavernas en realidad no vivían en las cavernas).

Y así vamos, en busca de la experiencia, perdidos entre las sombras de la cueva.

Al salir del museo el guía nos mostro el "tinglado" de la obra (ver foto), aquello que el turista no ve, los hilos del artificio que permiten que se produzca el hecho artístico. En la tienda del museo encontré un libro para niños titulado El paleolítico, ¡qué guay!, y dije que estaba bien adaptar la cueva para que los visitantes tuvieran una experiencia que les permitiera no sólo ver sino aprender, pero que había un largo trecho entre eso y decirles a los niños que el paleolítico era cool. ¿O no? Quizás se comenzaba agradando a los turistas, y luego se pasaba muy fácilmente a decirles a los niños que tiempos precarios no lo habían sido tanto.   

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27 de junio de 2008
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Galería de espectros: Io

"Io e Zeus", Correggio, 1531Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el de Io.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres a la Io de Correggio?
R.A.: Sí, me refiero a este espectro de una de las mujeres tomadas por Zeus, gran tema de la mitología antigua, y gran tema de la pintura moderna a partir del renacimiento Al parecer los pintores se han sentido subyugados por esas distintas posesiones de Zeus, como lo podemos ver por el caso de Séleme, de Danáe, de Leda, o de la misma Io. En todos los casos hay un elemento muy interesante entre pintura y sensualidad, y es que las posesiones de Zeus generalmente van vinculadas a metamorfosis. Zeus, para acercarse a esas muchachas a las que quiere poseer, va adoptando distintas formas; a veces es una lluvia, a veces cisne, y eso tiene unas posibilidades imaginistas y sensitivas que a la fuerza tuvo que excitar la imaginación de los pintores renacentistas, barrocos y de la modernidad. En el caso concreto de Io, mi preferida es la situación que pinta Correggio, porque en esa pintura es poseída por una de estas formas de Zeus, que es de total tiniebla y oscuridad. Zeus no ha adoptado la forma de determinado animal o fenómeno de la naturaleza, sino que es como un monstruo que ha perdido la forma, y en ese sentido pienso que voluntariamente o no Correggio introduce una de las máscaras más apropiadas para lo divino, que es esa mezcla de horror y de abstracción, de forma informe, presencia que es ausencia, esa posesión que al mismo tiempo es poder lejano, que queda claramente puesta de manifiesto en esta sombra que por detrás abraza al personaje femenino. Me parece una de las pinturas más sensuales de la historia de la pintura europea porque en definitiva nos encontraríamos casi con el sueño de una posesión por parte de lo inconmensurable y de lo inconocible; en ese sentido entraríamos dentro de uno de los sueños o pesadillas eróticas más extremas, que es ser poseído por algo que no tiene forma.
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27 de junio de 2008
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Margaret Atwood

En Oviedo, en el lugar del crimen. Quiero decir en el lugar donde el jurado del Príncipe de Asturias de las Letras acertó, creo por casualidad, involuntariamente y porque les daba "miedo" que el ciudadano marroquí, y serio escritor español, Juan Goytisolo fuera inconveniente ante los príncipes. Sean cuales sean las razones, han conseguido complacer a muchos amantes de la literatura premiando a una de las mejores. Ayer hablábamos de la imprescindible Wolf. Hoy nos rendimos ante la sutil ironía, la inteligencia, la ligereza aguda y la capacidad de hacernos reír, de emocionarnos también que tiene la canadiense Margaret Atwood. Condenada, como Vargas Llosa, a todas las candidaturas del Premio Nobel. Ya no hay quién le arrebate su merecido Premio Príncipe de Asturias. Que sirva para ampliar su reducido número de lectores en español.

La misma tarde, el editor asturiano de KRK, una de esas pequeñas grandes editoriales de nuestro país. Una editorial que merece que otro día nos detengamos en su catálogo, me hizo llegar un libro que estaba casi olvidado hace casi diez años. Una delicia, un divertimento literario que hace muy placentero mi viaje de regreso. Gracias.

Para que los que no sepan de qué hablamos les invitaré a unas líneas. Unas dedicadas al modo de fabricar un hombre. Cómo hacer un hombre. Unos cuantos consejos útiles para que muchas mujeres se den cuenta de lo útil que es tener "uno por la casa, bien en el jardín con aspecto ocupado, o parapetado en una silla, prono o erecto. ¡Elija el acabado a tono con la tapicería".

De entre los varios métodos que propone fijémonos en el más tradicional:

"Coja barro del suelo. Déle forma. Insúflele por la nariz el aliento de vida.¡Sencillo, pero eficaz!

(Obsérvese que aunque los hombres se hacen con barro, las mujeres se hacen de costillas. ¡Recuérdelo en la próxima barbacoa!)

¿Debe ponerle ombligo a su hombre o no? Las expertas en el método tradicional no se ponen de acuerdo. A nosotras nos gusta incluirlo, nos parece que añade un detalle al acabado final. Use el pulgar"

Me gusta esta manera tan inteligente que Atwood tiene de acariciarnos los ojos.

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26 de junio de 2008
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Internet

En Internet todos podemos ocultarnos detrás de personajes que nos inventemos para sacar nuestra mala baba, el odio que anida en nuestro corazón, el rencor que nos han creado las sucesivas frustraciones y decepciones de la vida. Los cobardes tienen aquí un arma a su medida, que al fin y al cabo puede considerarse una nueva modalidad de divulgación de los anónimos de antaño. El anonimato parece ser la esencia de este sistema, que de este modo ofrece una posibilidad de expresarse con toda la libertad del mundo, de sincerarse, pero al mismo tiempo se le permite al usuario hacer dejación de la responsabilidad de sus actos y sus palabras, por lo que cualquier comentario negativo o positivo pierde valor, se queda sin contenido, si no está firmado y éste es el mayor riesgo de Internet, su falta de credibilidad.

Seguramente estamos viviendo la edad salvaje de este sofisticado medio en que todavía no se sabe a qué poner freno y cómo. ¿Cómo poner freno, por ejemplo, a las redes de pedófilos y pederastas? Los pedófilos esos seres canijos emocional y sexualmente, cobardes que se escudan tras la pared más retorcida y vidriosa de Internet, están pensando crear el día del orgullo pedófilo. Bien, si tanto orgullo tienes de ser así ¿por qué no te acercas a un niño y delante de las narices de su padre o su madre intentas algo? A lo mejor te pone la cabeza del revés y se te sacude un poco toda la basura que tienes ahí dentro.

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26 de junio de 2008
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El Reino de los Cielos

"El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al

ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda:  a uno

dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su

capacidad; y se ausentó.

 

/upload/fotos/blogs_entradas/parbola_de_los_talentos_pintura_de_henry_coller._med.jpgEnseguida, el que había recibido cinco                                               

talentos se puso a negociar con ellos y ganó

otros cinco.  Igualmente el que había

recibido dos ganó otros dos.  En cambio el

que había recibido uno se fue, cavó un hoyo

en tierra y escondió el dinero de su señor.

Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de

aquellos siervos, y ajusta cuentas con ellos.

 

Llegándose el que había recibido cinco

talentos, presentó otros cinco, diciendo:

 

‘Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado'

Su señor  le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en

lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te

pondré; entra en el gozo de tu señor.'

 

Llegándose también el de los dos talentos

dijo: ‘Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he

ganado.'  Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has

sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.'

 

Llegándose también el que había recibido un talento dijo:

 

‘Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste.  Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.'  Mas su señor le respondió:

 

Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y

recojo donde no esparcí;  debías, pues, haber entregado mi dinero a

los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los

intereses.  Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los

diez talentos.  Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero

al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.  Y a ese siervo inútil,

echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de

dientes."

 

Mateo 25, 14-30

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26 de junio de 2008
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Canta el vacío

Contra lo que se dice tópicamente no es sólo el hombre el que ha quedado desprendido de papel en cuanto padre, en cuanto a jefe patriarcal, en cuanto a icono, sino que también las mujeres, cuando el hombre ha perdido su puesto tradicional ha extraviado también el suyo y hasta ha balanceado hacia un inesperado abismo inverso.

Los sistemas operan y se mantienen cuando sus elementos con funciones distintas consiguen hacer viable el conjunto. La teoría de la complejidad ha descrito de sobra estas conexiones múltiples, tan intrincadas como una red neuronal y la interacción del cosmos.

No es posible, como enseñó la mecánica de la Ilustración, que reparando o reforzando una pieza se logre mejorar el sistema anterior. Los sistemas son complejos por antonomasia y cada uno de sus componentes interacciona con los demás en condiciones de interdependencia, no sólo de subordinación o sometimiento patológico. El mal de cualquier órgano humano no se resuelve bien mediante su extirpación sino atendiendo a las razones de su disfunción que sin duda no se explican localmente.

El mal del hombre o lo que ha venido a llamarse así con el tiempo no es sino una degeneración de su función precedente y la patología del macho no como energía negativa sino como energía caduca o improductiva. Pero, a la vez, por causa de la interconexión indefectible, el mal del hombre no se arregla mediante otra masculinidad sino a través de la transformación general que permita el funcionamiento en otra clave sistémica. No es sólo la masculinidad, sino la feminidad y sus valores, sus solicitudes, sus funciones, sus posiciones en una trama que cambia de paradigma, cambia de lo mecánico a lo digital, del machihembrado a la proximidad, de los émbolos y las excavaciones, a las pantallas y las navegaciones.

Es ahora la totalidad de la producción social la que se encuentra en una mudanza fundacional y en este trance, precisamente, asistimos a una intensa y extraña sensación de ausencia. Se ha vaciado el espacio de la ordenación tradicional, se han abatido muros y compartimentos, se ha optado por un entendimiento del sexo como género y, simultáneamente se ha enfatizado la sociología sobre la biología, lo flexible sobre lo fijado, lo relativo sobre lo absoluto, lo edificable sobre el solar de lo edificado. De este modo la especulación ha creado esta gran burbuja de los derechos inmarcesibles de la mujer que se extienden sin criterio desde el saqueo de la lengua, al saqueo de la genitalidad, desde la igualación de las emociones a la homogenización de los cuerpos. En esta coyuntura que en otros asuntos aniquila la ideología, aniquila aquí la simbología. Será reaccionario el imaginario de la mujer puesto que reproduce la repudiada imaginación patriarcal del hombre. No hay sueño más repugnante de mujer que el sueño del ominoso hombre. Pero ¿entonces que nuevos imaginarios se alzan en el pensamiento simbólico de la colectividad? No existen o es temible su enunciado. Todo imaginario, como efecto de la condena del imaginario, queda proscrito. ¿Consecuencia? Un gran vacío se expande en el lugar de los sueños, un ámbito desnudo, blanco y en silencio, se alza en el espacio donde gritaban los más oscuros anhelos.

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26 de junio de 2008
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Esperando a Harry

Colin Farrell está lejos de ser santo de mi devoción. Pero en estos días acabo de verlo en dos películas en las que está muy bien. Una es Cassandra's Dream, de Woody Allen, donde interpreta al hermano adicto al juego y culposo de Ewan McGregor. Cassandra es uno de esos pequeños ensayos sobre la moralidad del mundo, o falta de, con que Allen se descuelga de tanto en tanto; por supuesto, no es Crimes and Misdemeanors y ni siquiera Match Point, pero se deja ver. (Dicho sea de paso, ¿por qué será que a Allen tan sólo se preocupa por la moralidad del criminal amateur? ¿Por qué no cuestionarse la del hombre que trabaja en una fábrica de armamento, o la del traficante, o la del estadista?)

La otra es In Bruges, debut en el largo del dramaturgo Martin McDonagh. Yo había escuchado muchas cosas interesantes sobre este hombre y leído The Pillowman, una de sus obras más resonantes: por cuestiones tanto históricas (la ubicación en un país vagamente centroeuropeo pero de características dictatoriales -que conozco tan bien) como profesionales (el protagonista, Katurian, es un escritor a quien acusan de llevar a la práctica los crímenes que describen sus textos), su planteo me interesaba mucho. Y está realmente bien, aunque intuyo que sus otras obras -tanto las de la Trilogía de Leenane como The Lieutenant of Inishmore- deben ser mejores.

/upload/fotos/blogs_entradas/in_bruges_med.jpgIn Bruges tiene una anécdota muy simple: dos asesinos a sueldo, Ken (el siempre rendidor Brendan Gleeson) y Ray (Farrell), deben huir temporalmente de Inglaterra después de un trabajo con consecuencias indeseadas. Su empleador, Harry (Ralph Fiennes), eligió para ellos un refugio peculiar: la ciudad belga de Brujas, con sus encantadores canales y sus torres góticas. Ken disfruta de su rol de turista forzoso, pero Ray, que además se siente culpable por el ‘error' que los llevó allí, no tolera el lugar ni sus museos ni sus iglesias. La perspectiva de pasar allí dos semanas, en espera de nuevas instrucciones, lo pone al borde de un ataque de nervios.

Más allá de sus referencias culteranas -a Don't Look Now de Nicholas Roeg, a A Touch of Evil de Orson Welles, a las imágenes del Bosco que en un momento escapan de los confines de su cuadro-, el film no deja de ser un descendiente de la Escuela Tarantino / Guy Ritchie de criminales simpáticos, ocurrentes y algo tontos. Sus mejores tramos son aquellos en los que Ken y Ray confrontan su amor / odio por Brujas, en una melange de Samuel Beckett y Mel Brooks. Después todo se vuelve previsible con la llegada de Harry, que además de precipitar el desenlace tiene la función de decir la palabra fuck en sus múltiples variantes como si su objetivo fuese ser todavía más guarango que Tarantino. Ah, cuán lejos estamos, amigo Fiennes, de El paciente inglés y The Constant Gardener...

Lo que redime el film, finalmente, es la actuación de Gleeson y Farrell y la extraña ternura que trasuntan sus personajes. Se ve que la culpa le sienta bien, a Farrell. Ojalá que no lo contraten nunca para una película de Tarantino. De Kill Bill a esta parte, sus personajes son demasiado estúpidos para experimentar una emoción tan compleja.

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26 de junio de 2008
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Margaret Atwood, premio Príncipe de Asturias

Los escritores canadienses más conocidos se relacionan de manera diferente con el tiempo en que transcurren sus ficciones. En un extremo, se encuentra Alice Munro, que suele ambientar sus cuentos en el presente, aunque últimamente con incursiones en el pasado, hasta el siglo XIX; en el otro extremo se halla William Gibson, que comenzó como un escritor de ciencia ficción, anclado en el futuro, pero que en sus últimas dos novelas ha decidido instalarse en un presente teñido de tendencias futuristas. Entre Munro y Gibson está Margaret Atwood, que desde un principio decidió moverse libremente en el tiempo, reescribir mitos griegos (La Penelopeada) pero también incursionar en la ciencia ficción en un par de novelas (El cuento de la criada, Oryx y Crake), y mostrarse muy adepta a la ficción histórica (Alias Grace está situada en el Canadá de mediados del siglo XIX; El asesino ciego, en la Canadá de los años previos a la segunda guerra mundial).

Quizás la ciencia ficción de Atwood -o "ficción especulativa", como ella prefiere llamarla- sea la parte más débil de su impresionante obra. Oryx y Crake se maneja con códigos de la literatura post-apocalíptica y es notable su incursión en los peligros de la ingeniería genética; lo lamentable, sin embargo, es que la fuerza moral que impregna la obra de la escritora canadiense se convierte aquí en una fácil requisitoria contra la humanidad, con claras intenciones didácticas. De hecho, uno de los epígrafes de la novela, de Swift en Gulliver, muestra a una Atwood solemne, una suerte de conciencia moral de la humanidad, capaz de advertirnos de la llegada del fin del mundo: "mi intención es informarte, no entretenerte". Por suerte, en sus otras novelas Atwood no hace caso a esa frase, y es una escritora tan completa como compleja.  

(La Tercera, 26 de junio 2008)

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26 de junio de 2008
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