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Literatura en PowerPoint

Nueva Zelandia no es meramente la tierra donde hay más ovejas que seres humanos. Además, tiene rugby; sí, sus jugadores son los mejores del mundo. Pero tiene también al New Zealand Book Council, una organización de promoción de la literatura que acaba de hacerme tener una tremenda carcajada. Basta visitar el sitio (literalmente: leer durante el trabajo) y cliquear sobre la palabra "guest" (invitado) para encontrarse con la pantalla más aburrida del mundo, una pantalla producida en esencia y apariencia por Bill Gates. La pantalla que ve el empleado más aburrido al mirar su computadora en su oficina. Único alivio: cuatro carpetas a la izquierda que proponen: poesía, autores de Nueva Zelandia, clásicos y  cuentos.

Son obras de Twain, Tolstoi, Fitzgerald, Wilde, Orwell o Dickinson. Todas en inglés, por supuesto, pero también compaginadas en el idioma de las oficinas: el PowerPoint, el lenguaje utilizado para las presentaciones de estrategia y organización. Me explico: cualquier persona que entra en la oficina cree que el empleado conectado con readtawork mira una presentación en su pantalla. En realidad, lee literatura.

Aun más atractivo, el sitio vive: hace tres días me dediqué a leer Animal Farm de George Orwell (tengo todavía la fotografía del principio del primer capítulo). Hoy me conecto y no lo veo en la lista de las ofertas de clásicos. Es decir: el sitio no sólo es una trampa para burlar a un jefe sino que además tiene una respiración, como en una biblioteca donde los libros se mueven.

Ya no hay excusas para no leer.

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23 de junio de 2008
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Guardianes de misas, piratas de tierra

Era un pueblo sin mar, un hermoso pueblo de estructura medieval. Insólito pueblo que conserva las huellas de su historia como pocos del occidente cristiano. Un pueblo liberal que da nombre a un ilustrado marqués. El muy noble, y creo que leal, Santillana del Mar. Lugar de encuentros de escritores y lectores. Unos días, con sus noches, recorrimos sus calles, hablamos de literatura en sus palacios, vimos el fútbol en su parador y bebimos en sus tabernas. Todo civilizado, abierto y razonable. Casi todo. Como buen descreído, y amante de los templos, quise volver a sentir el tiempo detenido en el interior de la Colegiata. No pudo ser. En la puerta, un hombrón vestido de guardia de seguridad, de esos con porra, esposas y algo más que se encuentran a la puerta de discotecas y bancos, me impidió el paso a esa hermosa ciudad de Dios. Sin embargo, otros cristianos pasaban a la iglesia. Me quejé de la discriminación. El hombrón me dijo que yo no iba a escuchar la misa y por tanto me quedaba en la calle. Hace unos meses, por no atender en misa, me expulsaron de otro templo. Ahora me dejaban en el pórtico. Me estoy condenando. Y así, solo, con mis pecados, sin misa y sin paraguas tuve que volver bajo la tenue lluvia al refugio de los bares. Pensé seguir con mis quejas cuando recordé que me habían contado que el abad era de latines tomar y decidí volver al libro de Julio Llamazares, a sus viajes por las catedrales de España. Di gracias porque no me habían pedido la documentación, ni cacheado, ni expulsado a porrazos. Los vigilantes de los templos, por ahora, no son aquellos curas trabucaires que levantaban armas contra liberales, afrancesados o lectores de libros prohibidos. Van sin trabuco, todavía. Y recé por verme salvado de la tortura, de la hoguera y otros métodos que la Inquisición empleaba para hacer catequesis. "Evangelizadores" métodos, torturas de la Inquisición que pude ver en una exposición a metros de la Colegiata.

Recé por salvarme de la tortura, la hoguera y otros métodos que la Inquisición empleaba para hacer catequesis.

En la vida civil cenamos con Mario Vargas Llosa. Hablamos de cine, libros, fútbol y de escritores deicidas. Hablamos de toros y de José Tomás, con perdón. Mario come un chuletón y lo riega con vino, no con leche, como cuenta Armas Marcelo que acostumbraba en el pasado. Los años han mejorado su escritura y sus bebidas. A su lado, otros dos habitantes de los mejores riesgos de la literatura: Javier Marías, que saca a pasear mitologías familiares que causarían la envidia de Gerald Durrell. Y Arturo Pérez Reverte, empeñado en seguir haciendo amigos entre la tribu de los críticos. Tres que no rezan en la Colegiata. Que cantan con Stevenson aquello de "dormir el sueño eterno con todos mis piratas". El descanso puede esperar. Les queda la vida, la literatura.

Artículo publicado en El País, 22 de junio de 2008.

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23 de junio de 2008
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El lío padre y la lía madre

Entre las muchas expresiones que se pierden cada día, una ya casi desaparecida es aquella tan bonita de: "Eres tonto de remate". Se ha esfumado porque ya nadie es tonto (sólo tiene un talento redimensionado) y porque nadie sabe lo que es un remate fuera del terreno de juego. Un remate puede ser muchas cosas, pero en el caso que nos ocupa es el adorno final de una obra ("una veleta remata la casa") o bien el precio final de una subasta ("se remató en diez euros"), de modo que el tonto de remate es la cúspide de todos los tontos o el que mayor precio alcanza en una puja.

Se pierden expresiones, la lengua cambia, flotamos en un veloz río de palabras porque las lenguas no las habla el territorio, sino las personas, y éstas son mortales. En el mes de junio han tenido lugar algunos asuntos de interés, pero lo que más ha conmovido a los plumíferos como yo ha sido el intento de la ministra Bibiana Aído de imponer el término "miembra". Su departamento trabaja con una materia tan explosiva, la Igualdad, que parece condenada a no influir más que en los crucigramas. Las reacciones han sido interesantes. Una mayoría ha dicho que la miembra es tonta de remate, pero la han defendido ciertas feministas que exigen su derecho a imponer un lenguaje sexualizado, en sustitución del sexualizado por los hombres. El argumento de fondo, sin embargo, es muy instructivo sobre la ideología neoburguesa, a saber, que la política debe realizar deseos.

Siendo así que los deseos son un asunto íntimo, para imponerlos políticamente es menester convertirlos en exigencia jurídica universal. Uno puede desear cambiar de sexo (físicamente o en palabras), pero la acción propiamente política consistirá en exigir que sea el estado quien patrocine el cambio de sexo, de manera que todos los ciudadanos paguen la realización del deseo. Sólo así los deseos se convierten en realidad: todos necesitamos transexuales y miembras desde el momento en que los financiamos.

Contaba el escritor Michael Greenberg que cierto día su mujer invitó a comer a una amiga del trabajo llamada Georgina. No había cumplido los treinta, era pelirroja, despierta y militante, pero a pesar de múltiples operaciones quirúrgicas y químicas no había podido suprimir por completo sus evidentes hechuras masculinas. Greenberg, intrigado, se lanzó a interrogarla con gran disgusto de su mujer. Sin embargo, el sentido riguroso de la transformación ("destruir una de las leyes más implacables de la naturaleza", decía Greenberg) sólo aparecía entre las exigencias de Georgina en su forma lingüística: "Se trata, dijo, de suprimir los pronombres" ya que la diferencia masculino/femenino es sólo un fantasma impuesto social y económicamente. "Esa es la verdadera libertad, añadió: yo soy lo que digo que soy, y no aquello que era al nacer".

Esta ideología de la omnipotencia del deseo, conduce a paradojas notables. La vieja definición de "catalán" que proponía el presidente Pujol en épocas realistas era: "Es catalán aquel que vive y trabaja en Cataluña". La nueva burguesía ha impuesto otra definición más apropiada al deseo: "Es catalán quien quiere ser catalán". Como Georgina, basta con desear algo para que el estado deba subvencionarlo.

Cuando el deseo suplanta a la necesidad, la ideología se convierte en un bunker psicótico: mis deseos deben ser reconocidos universalmente como derechos y por lo tanto yo debo ser subvencionado. No hay otro relato. En fin, hay otro, pero es demasiado realista para la nueva burguesía: el empeño por realizar sueños (privados) anula la lucha verdadera, la cual sólo puede buscar la satisfacción de necesidades (sociales). En el actual modelo conservador, los sueños están por encima de las necesidades. Así, por ejemplo, se afirma que el catalán "es la lengua natural de Cataluña", como si la naturalidad (ese sueño) fuera una virtud, frente al más realista "el catalán es aquello que hablan los catalanes", definición que daría lugar a un lío padre (y madre) entre los deseantes, porque los catalanes quieren hablar y de hecho hablan una notable variedad de lenguas. Demasiado realismo. Soñar en un pueblo monolítico evita el esfuerzo de resolver las necesidades de una población diversa.

La economía del deseo propone un retorcido argumento político: como no podemos imponer el cambio de sexo, financiaremos los (escasos) cambios de sexo y cambiaremos el sexo de (todas) las palabras, para lo cual primero deberán sexualizarse. Quien se oponga al cambio de sexo (físico o léxico) va en contra de mis deseos, de manera que es un enemigo del estado, el cual me subvenciona. Lo real, las necesidades de los ciudadanos, desaparece de la política sustituido por los deseos de la élite administrativa.

Lo que desdichadamente oculta el juego de imponer el vocablo "miembras" es la inoperancia de una lucha por la igualdad concebida desde el deseo y no desde la realidad y la necesidad. Pone de manifiesto la nula voluntad de enfrentarse con las causas reales de la desigualdad. Es la actitud conservadora de toda la vida que se arrodilla ante el poder real, pero vende publicidad onírica contra el poder. Quienes se enriquecen gracias a la desigualdad deben de estar felices con su miembra.

Artículo publicado en: El Periódico, 20 de junio de 2008. 

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23 de junio de 2008
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Para ti

Hay una ausencia que duele y otra, en cambio, que se comporta como un antiguo lenitivo. O incluso como una depurada luz que, al mostrarse en sus amplias dimensiones sorprende de qué modo pudo haber sido ignorada o reprimida. La ausencia abre un espacio propicio a que la herida sane en su espacio de seda, se exprese la herida clamante de la pérdida del otro pero también cuando la opresiva presencia de un otro indeseable acaba, en su lugar acampa una inauguración, un temible abismo de luz al comienzo y tras él un alegre vértigo que estrena una vida, un amor, una potencia acaso gigantesca. Eliminar al enemigo en la guerra hace reinventar la patria. Eliminar al enemigo en la pareja nos permite reiventarnos desde el agostamiento. De este modo las separaciones por dolorosas que sean procuran potenciales toneladas de alimentos. De esa valiosa provisión cabe hacer usos distintos, desde el despilfarro al ahogo, desde el acopio a la siembra. En cualquier supuesto esa nutricia luz recibida no será una luz reciclada sino como un flamante nacimiento de claridad y tanto más cuando en la ofuscación precedente cruzaron repetidos momentos de llanto.

La ofuscación del lloro, la amargura que atoraba la boca, se corresponderá más tarde con la placidez del sabor y el tino del punto de vista.

Toda separación amorosa procura, entre sus ásperos costes, un nuevo yo dispuesto a sentir con mayor ahínco lo bueno. Toda unión sostenida a pesar, en el pesar, no es otra cosa que un vicioso sinsentido o incluso un vicio central orientado al cabo hacia el suicidio. Lo que no es en absoluto tan insólito porque la muerte es el más potente imán una vez que se consigue superar la repugnancia a las tinieblas.

El suicidio es así una tentación para pasar la vida sin más enredos psicológicos. Enviscarse en el martirio de la relación y construir un maltrato recíproco obsequia con un significado profundo donde nada había. Más que el trabajo rutinario, la distracción efímera, el alcohol vulgar, la destrucción mutua y feroz genera una necesidad de la que muchas parejas no saben ni ven razón mayor para sustraerse. Morir naturalmente constituye un pobre desenlace pero aplicarse con esmero en el proceso de la muerte y el crimen doméstico llena de significado a la cotidianidad.

Sufrir, destruir, no es un mal absoluto. Como tampoco gozar o edificar es un incuestionable bien. En una u otra especialidad la extensa gama de posibilidades permite crear una rica sinfonía del padecimiento o del placer, recorrer sin tedio las mil caras del pesar.

Pero incluso en determinados puntos, el dolor recobrado allí donde prevemos que está, nos asiste como un seguro de vida. Duele allí donde incidimos y sin fallar a la cita. Se sufre allí donde conocemos la sede del sufrimiento que fijamos. Así nos fijamos y afirmamos como teas. Izándose tan brillantes como ardientes hacia la excitante desaparición.

El dolor insoportable deja sin aliento pero aquél que permite ser racionado con astucia y habilidad consuela porque ocupa una sede conocida donde no sentirse a solas y llega como efecto de nuestra voluntad sin asolarnos. Dolor obediente al estímulo, destrucción controlada hacia una gradual y prolongada demolición vital que acaba con la triunfal eliminación de los agentes, el éxito de la maldita pacificación del mal.

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23 de junio de 2008
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Un león haciendo cine

Lamento no haber visto antes Leonera. Porque entonces habría recomendado calurosamente que fuesen a verla y ahora les va a resultar difícil, por lo menos en Buenos Aires: la película sólo está en cartel en horarios rarísimos. Pero quizás fuera de la Argentina haya tiempo, en la medida en que todavía se la esté por estrenar. Y en fin, siempre queda la opción del DVD.

Leonera es el quinto largo de Pablo Trapero. Vi su debut, Mundo grúa, hace casi diez años. La película me impresionó positivamente, sin dejar gran huella; en general me gustan otro tipo de películas, con un trabajo narrativo distinto. (¿Más ‘escritas', quizás? Es posible: considérenlo una deformación profesional.) La prensa especializada de entonces le hizo un flaco favor, al ensalzarla como si se tratase de la respuesta argentina a Citizen Kane, y al hablar de Trapero como el Mesías en su segunda venida. Tanta payasada me alejó de la visión de sus films subsiguientes, El bonaerense, Familia rodante y Nacido y criado. Pero la visión de Leonera me convenció de que había sido un tonto, y que se imponía ver los Trapero que me perdí en este tiempo. No porque suponga que Mundo grúa es algo distinto de lo que vi -una buena película, con un gran personaje y un feel casi documental que distrae de la pericia narrativa del director-, sino porque Leonera me confirmó que esa pericia narrativa ha crecido exponencialmente. Además su universo ha ido calando en mí de a poco. Tanto Mundo grúa como Leonera son de esas pocas películas del cine de ficción que resultarían indispensables si en el futuro uno se preguntase cómo era la Argentina profunda de estos tiempos.

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La anécdota sigue siendo mínima, como en Mundo grúa: Julia (Martina Gusmán), una chica de clase media, va a prisión por un crimen pasional, perpetrado en circunstancias confusas. Su embarazo incipiente la ubica en el pabellón de las presas que también lo están o que han parido una vez convictas. La ley les permite criar a sus hijos hasta los 4 años, después de lo cual deberían ser entregados a familiares directos o puestos a disposición de Minoridad. Aunque privada de libertad (aquí se le dice ‘leonera' a la cárcel), Julia avanza desde la niebla inicial -cuando ni siquiera está segura de haber matado, cuando detesta su vientre preñado-, que la sumía en la peor de las apatías, hasta su definición como madre de Tomás y por ende en leona. Ese tránsito, que supone la transformación de la palabra peyorativa en bandera -‘leonera' ya no prisión, sino casa de las leonas-, constituye el arco narrativo del film.

Es verdad que hay una intención narrativa más desarrollada que en Mundo grúa. Pero los tramos en que opera son los más débiles de la película. La subtrama que incluye al brasileño Rodrigo Santoro habla más de las concesiones que los directores argentinos deben hacer para obtener una producción decente que de las necesidades de la historia misma. Por el contrario, cuando Trapero se concentra en la vida en la prisión o narra con apuntes tan pequeños como despojados -la naturalidad con que las mujeres se entregan a sus necesidades afectivas y sexuales, el niño pequeño que no conoce más hamaca que una reja abierta, y que más tarde se sentirá perdido en libertad-, produce secuencias poderosísimas.

Trapero es una cosa seria. No sé si de aquí en más tratará de integrar mejor sus imágenes al andamiaje de un argumento, o si se concentrará en esa narrativa seca y despojada que tan bien maneja. Lo cierto es que ya ha encontrado su voz, y que yo voy a estar allí siguiéndole los pasos.

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23 de junio de 2008
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Galería de espectros: Ulises

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Ulises justo antes de llegar a Ítaca.

Delfín Agudelo: Sería muy difícil que hubieras visto uno solo, debido a la gran variedad de representaciones.

R.A.: Estoy seguro de que en esta galería aparecerán varios espectros de Ulises. Ahora me refiero fundamentalmente a un espectro o situación de Ulises sobre la cual he dado varias veces vuelta. ¿Qué ocurre con un hombre después de veinte años de ausencia -en la guerra de Troya y la errancia por el mediterráneo-llega por fin a Ítaca, su patria, a la meta que se había trazado? ¿Qué ocurre en el momento justamente anterior a esa llegada?  Esa es una situación de Ulises que me interesa particularmente, porque a veces he pensado que Ulises tiene precisamente miedo a dar el último paso y volver de nuevo a Ítaca al lado de Penélope. La razón fundamental es que él mismo viene así a cerrar un círculo. Cuando se cierra el propio aprendizaje queda cerrado y también cerradas las grandes justificaciones del aprendizaje, que es la continua provisionalidad. Mientras que uno está en una situación provisional, sin tener que decidir definitivamente entre una y otra opción, se siente con una mayor libertad que cuando finalmente elige aquel acto que le hace cerrar el círculo, que es lo que le ocurrirá a Ulises cuando pise tierra firma de Ítaca. Sobre todo, creo yo, cuando vuelva a hacerse con el poder, circunstancia que no relata Homero pero sobre la cual podríamos preguntarnos. ¿Qué le ocurre a Ulises cuando de nuevo rehace la rutina del poder, rey otra vez de Ítaca? A veces he sospechado que la errancia de Ulises tiene algo quizá de voluntario e involuntario. Es una errancia a través de la cual va retrasando su propia llegada al hogar, como el aventurero retraza el retorno a la patria, como quizás el padre de familia retrazaba el retorno al hogar, porque en la medida en que se produce el aplazamiento, se van configurando una serie de situaciones en las que Ulises es realmente el Ulises que ha conocido la historia y han leído decenas de generaciones: aquél que se encuentra continuamente en unas arenas movedizas que supera. Esas arenas movedizas tienen enorme riquezas en sí mismas: vencer al cíclope Polifemo significa un conocimiento personal, estar con Calipso supone una gran aventura e la sexualidad, y así sucesivamente. Para mí el retorno a Ítaca -el ansiado retorno a Ítaca- me parece que es la gran paradoja humana del cumplimiento final de la meta, de cerrar el círculo, anulando así la posibilidad de estar a la aventura, que es, como el propio nombre indica, sometido a la ventura, al azar, a la fortuna, que es lo que hace Ulises a lo largo de sus años de errancia. Como una parte de esa errancia debió ser voluntaria, el espectro de Ulises justo ya mirando a Ítaca tiene que ser la sombra de alguien que está en una actitud como mínimo dubitativa.

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23 de junio de 2008
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Emigrantes: esta es la España que os espera

A una emigrante americana se le ocurre invitar a sus padres a pasar en España las vacaciones de verano -los afectos dolidos por la distancia, ya se sabe- y se pone a cumplimentar los requisitos exigidos por la Administración para obtener el visado de estancia temporal.

Las gestiones, obviamente, requieren hacer unas horas de cola. La eficacia administrativa que publicitan los ministerios mediante costosas campañas publicitarias, no afectan a las áreas gubernamentales encargadas de tratar a los emigrantes. Las instalaciones habilitadas a tal fin son de estética postfranquista y los funcionarios destinados a dar y recibir información, folletos o cuestionarios, son escasos y desganados.

Una vez que el emigrante llega a la ventanilla, algo que en ningún caso conseguirá si su jefe no le da permiso para abandonar en horas laborables su puesto de trabajo -único horario previsto por la Administración para controlar las obligaciones que les exige cumplir-, recibe una hoja sin membrete oficial, en la que está toscamente mecanografiado el índice de documentos que debe ir preparando.

La hoja no alude a ningún párrafo de la normativa vigente ni menciona los derechos que el solicitante debe conocer en el caso de darse algún conflicto de interpretación. El documento se titula: "Modelo texto variable con requisitos que pueden ser exigidos".

La formula es una insólita declaración.

El gobierno anuncia la ambigüedad de trato que ofrece al emigrante. No sólo omite cualquier referencia a la seguridad jurídica que debería ampararle como simple usuario de los servicios públicos, sino que ostenta la ambivalencia de los criterios utilizados para dar curso a su petición.

"Requisitos que pueden ser exigidos". ¿Por quién? ¿En qué casos? El documento no lo aclara. Tampoco el responsable de turno en la ventanilla: "ya veremos".

¿Acaso confía el Estado en la intuición del funcionario para detectar en el emigrante los rasgos que harán decisiva la necesidad, o la urgencia incluso, de un papel, una foto o un certificado?

Si a pesar de todo el solicitante sigue empeñado en invitar a sus padres, deberá presentarse más tarde en la misma ventanilla, una vez que haya conseguido obtener, en otras ventanillas semejantes y haciendo colas parecidas, los siguientes documentos: "escritura pública o título de propiedad de la vivienda, contrato de arrendamiento, certificado o nota simple del registro de la propiedad, certificado municipal acreditativo del número de personas que conviven en el mismo piso, cualquier otro documento análogo que atribuya al solicitante la disponibilidad de la vivienda".

El funcionario cansino precisa al extrañado solicitante a qué se refiere el redactor del modelo texto  variable cuando dice "cualquier otro documento", pues puede servirle cuanto recibo de agua, gas, electricidad o canales de televisión de pago pueda reunir. Lo raro, sin embargo, es el etcétera que a bolígrafo añade el funcionario. Como si no bastara la "nota simple del registro de propiedad" que se ha pedido, se deja al albur de la imaginación del emigrante la posibilidad de enseñar pruebas más fehacientes que corroboren de un modo irrefutable lo que se desea constatar.

Cuando el solicitante haya probado que está existiendo en algún lugar exacto de la geografía española, deberá demostrar el parentesco que tiene con los padres a los que quiere invitar y presentar la pertinente certificación de inscripción de nacimiento, "pública u oficial", debidamente legalizada y, por supuesto, traducida.

La obsesión por los detalles que denota el modelo texto variable deja en evidencia el adiestramiento del funcionario en la técnica de descubrir los fraudes a los que debe ser sometido por emigrantes sin escrúpulos dispuestos a engañarle una y otra vez con tal de conseguir sus propósitos.

En el modelo texto variable  se advierte, esta vez con letras mayúsculas, que "no se admiten copias escaneadas de ningún documento". Y en el apartado de "pasaporte en vigor" recuerda que la copia del mismo debe estar compulsada por la Autoridad u Organismo oficial con "sello legible". Si el sello utilizado para certificar la autenticidad del pasaporte fuera una mancha borrosa, la copia sería rechazada o devuelta a su dudoso propietario.

Una vez "aclarado" el vínculo familiar con los invitados debe certificarse que éstos existen, a su vez, en algún lugar, pues podría darse el caso que los padres aún viviendo no pudieran demostrar que lo hacen en un domicilio concreto de su país, con lo cual no podrían recibir el permiso español para visitar a su hija durante las vacaciones.

Como el funcionario redactor del modelo texto variable ha caído en la cuenta de lo proclives que son sus indolentes colegas de la ventanilla a dejarse engañar, debe imaginar nuevas exigencias para cada caso particular. Así, por ejemplo, si el emigrante desea invitar a un amigo o amiga. Como en este caso no puede existir el documento público que certifique la veracidad de la relación, el solicitante estará obligado a presentar una fotografía o soporte audiovisual que demuestre la existencia de esa supuesta amistad. También servirá, y así se afirma, una selección de la correspondencia que los amigos hayan intercambiado a lo largo de los años.

Es evidente que el modelo texto variable consagra un agravio claramente perjudicial para los padres del emigrante solicitante. Pues así como al amigo, para visitar España, le basta sentarse a escribir de vez en cuando alguna postal (pues no se detalla qué antigüedad o confianza deben reflejar las cartas para ser admitidas en ventanilla) o haberse hecho alguna foto o grabado unas escenas de compadreo, los padres, para visitar la misma España, han debido cargar durante años con los sacrificios de la paternidad y los gastos de educar a la hija que hoy, finalmente convertida en mujer, les invita a pasar con ella unos días de vacaciones.

No acaba aquí la relación de papeles que debe aportar el emigrante. Después de exigir el documento nacional de identidad, el pasaporte en vigor, la tarjeta de residencia -el original y la fotocopia-, el modelo texto variable incorpora la cláusula que puede contribuir definitivamente a dar por culminado el proceso iniciado por el emigrante el día que empezó a hacer cola en la ventanilla.

Además de los requisitos ya descritos, el solicitante debe obtener del Presidente de la Comunidad de Propietarios del inmueble que habita un certificado que especifique el número de personas que conviven en la vivienda en donde el solicitante tiene previsto alojar a sus padres.

Esta es la más innovadora medida estrenada en el modelo texto variable por la administración socialista de España.  Su redacción tiene un aspecto aparentemente inocuo pero su rudimentaria redacción revela el alcance de una nueva arquitectura jurídica y política.

Hasta ahora el vecino al que por turno le tocaba la presidencia de su comunidad se dedicaba a reclamar el pago de las cuotas, lidiar con albañiles, electricistas y fontaneros, aguantar al administrador de fincas con sus agoreras previsiones y a desear el fin de su mandato.

Ahora, sin embargo, se le invita a incorporarse a la red social encargada de vigilar al emigrante, entrar en su domicilio particular (¿de qué otro modo podrá comprobar cuántas personas lo habitan?), y ejercer la potestad de certificar esto o aquello.

En suma, el modelo texto variable convierte al Presidente de la Comunidad de Propietarios en un comisario político del Estado con el poder de conceder o denegar certificados de buena conducta. Así, de un modo tan espontáneo, mediante la requisitoria escrita en una hoja sin membrete oficial, los vecinos se incorporan a la red de movilización ciudadana impulsada por el Gobierno.

Un vigilante autorizado en cada edificio español contribuirá con su excitado celo a la arbitrariedad sancionada por el mismo Estado y a su modo perfeccionará el maltrato psicológico dado al emigrante con el único fin de hacerle desistir por humillación.

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21 de junio de 2008
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Idioma

/upload/fotos/blogs_entradas/logofrancia_1_med.jpgEra ineludible. En su obsesión por definir todo hasta lo más obvio, o en su uso sin límites de la demagogia, los diputados franceses llegaron a preguntarse sobre el preámbulo de la constitución. El texto, en su artículo uno, habla de igualdad, democracia, laicismo, niega la existencia del racismo y proclama la existencia de una organización descentralizada del país (doble mentira). Desde la Revolución francesa, la retórica política es un arte francés que rivaliza con la ficción. Pero ahora no se trata de esto sino del artículo dos o más bien de lo que dice de manera directa: "El idioma de la República es el francés" (la langue de la République est le français).

Esta frase es clave, pues habría sido posible hablar del francés como idioma oficial, lo que no impedía la existencia de otros idiomas. En Francia se hablan lenguas o dialectos en Bretaña, Alsacia, Córcega, Catalunya y se mantienen idiomas en el norte y la parte sur, lo que fue Occitana. Estos idiomas no molestan a nadie pero impiden mantener la idea de una república unificada de manera monolítica. Unos diputados decidieron proponer una revisión de la constitución para añadir una frase terrible en la definición de lo que es Francia en el artículo uno: "los idiomas regionales pertenecen a su patrimonio". Desde entonces, vivimos una lucha. Los diputados votaron a favor de esta propuesta de revisión de la constitución, el Senado acaba de pronunciarse en contra. Si ponemos a los idiomas, tenemos que poner también a los mejores platos de la cocina francesa en la constitución, llegaron a decir unos senadores, pues hacen parte del patrimonio.

El diario Le Monde se negó a tomar posición diciendo que no había que poner cosas obvias en la constitución, los miembros de la Academia francesa, unánimes, denuncian un ataque contra "la identidad" nacional (escandalizados todos por la idea de hablar de idiomas regionales en el artículo uno cuando el francés solo aparece en el dos), Pierre Assouline, en su blog La République des Livres, vuelve al siglo XVI para hacer entender la enorme apuesta de este asunto.

La verdad, lo que casi nadie dice, es lo siguiente. En 1992, para rechazar el continuo progreso del inglés en Francia, se hizo una reforma de la constitución hablando del "idioma de la República". Y desde entonces, pues la constitución es sagrada, tanto el Consejo constitucional (organismo de control del respeto a la constitución) como el Consejo de estado (organismo consultivo sobre la ley) dicen en privado a los responsables políticos: tocar a la posición suprema del francés es tocar a la constitución: no vamos a permitir una modificación. Así vivimos: el francés es el idioma de la República y el inglés es cada vez un poco más el idioma de los negocios y de la vida cultural, pero no peleamos a propósito de otros idiomas... (la imagen es el logo oficial de la República, con palabras en francés)

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20 de junio de 2008
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Corazón, corazón

Con buen criterio a medias, se han empezado a colocar desfibriladores en centros comerciales y lugares donde se reúne un gran número de personas. También han empezado a verse en muchos restaurantes porque (y esto es algo que nunca me había atrevido a pensar abiertamente) el restaurante es un lugar de riesgo. En el restaurante se come en abundancia, más de lo normal; la comida se riega con vino y después viene el cigarrito y la copa, a lo que hay que añadir que se habla más de la cuenta y alto por la excitación de lo comido y lo bebido y lo fumado. En conclusión, el restaurante es uno de los lugares más propicios para sufrir un infarto, y el aparato en cuestión nos lo recordará siempre al entrar.

Decía al empezar que esta medida es una buena idea porque por lo visto los diez primeros minutos de un infarto son decisivos para la supervivencia de la persona. Y el hecho de que el desfibrilador nos lo podamos aplicar unos a otros supone una gran economía de tiempo. Pero en el fondo no es tan buena idea porque si yo voy andando por un pasillo y alguien sufre un infarto y tengo que desfibrilarle me voy a hacer un lío porque no he visto un aparato de esos en mi vida, con los nervios no voy a entender bien las instrucciones y, si no logro salvarle, siempre cargaré con la duda de no haber sabido usar el aparato.

Lo que de verdad echo de menos es que en la televisión pública, inmediatamente antes o después de los telediarios, en prime time, se enseñen durante unos minutos a la ciudadanía primeros auxilios, entre ellos saber usar ese desfibrilador que de ahora en adelante nos vamos a encontrar en cualquier parte. Estoy segura de que encima tendría una audiencia bestial.

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20 de junio de 2008
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Años de pasión

Me dije que esa especial atracción que sentía por ella no desaparecería en toda mi vida, sin importar los años que cumpliéramos y la decadencia física que nos sobrevendría. Ahora, sin embargo, siento tristemente que ha bastado sólo que el objeto del amor cumpla cincuenta y tantos años para que concluyera la vehemencia. Esa mujer, en la que pienso, con cincuenta y tantos años es ya incapaz de sostener la realidad de su atractivo y el amante abandonará quizás la imagen presente para referirse en sus sueños a una versión anterior, cada vez más segregada. La atracción desazonante se aplaca como se aplaca el odio hacia alguien cuando agoniza o muere. La pasión hacia esa mujer tiende a evaporarse cuando la vida ha impuesto su fantasma.

Contar, según mis pronósticos, que la pasión por una mujer hermosa no desaparecería nunca ha chocado con la vanidad de los cumpleaños y la tan cruel como injusta edad femenina. Pronto en las anteriores y muy coloradas sustancias del amor irán deslizándose átonas e incontables moléculas de compasión y gradualmente la pasión se ayuna.

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20 de junio de 2008
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