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La pupila triste

Albergamos grandes esperanzas sobre las bendecidas relaciones humanas. Creemos irracionalmente, instintivamente, interesadamente, angélicamente, que hallarse en contacto con los demás mejora la calidad de la vida. No hay quien contradiga esta positiva aseveración puesto que de lo contrario tendría que presentar una larga y penosa lista de pruebas tan contrarias como antipáticas.

En el tibio caldo de la bondad más dulce se acaramelan y rebozan las verdades. También la verdad misma de lo real, entendiendo por tal no su cara más cruda y desnuda a sino su inmutable corazón porque, a diferencia de la mentira que es naturalmente multípara, la verdad se ve restringida a alumbrar el hijo único. El Único hijo de Dios.

Sólo nace y se alza una sola verdad frente a un enjambre de mentiras. O, probablemente, la verdad es como un brillante panal de rica miel adonde van a posarse sin mesura las múltiples mentiras.

¿Cómo deshacer tanta confusión sin ser herido? ¿Cómo dar cuenta de la realidad única sin pasar antes por una transfiguración del rostro o una transformación de la mirada, un abotargamiento de los sentidos picoteados por las nubes de insectos que celebran su mendacidad? ¿Cómo llegar a la limpia unicidad pues tras este alboroto de tumefacción y caos?

¿Las buenas relaciones humanas? ¿La rosada relación de amor? ¿El amor como lo más bueno de lo mejor, lo mejor de todo lo bueno? Alrededor del objeto prende una ensoñación redonda que promete curarlo todo y, al cabo, aquello mínimo que no cura del ofuscamiento es su perdición. Su perdición que iniciándose en una ínfima insuficiencia derroca la satisfacción entera, que logra la catástrofe por la simiente del defecto mínimo y que, como en las antiguas carreras de las medias, deshacen la malla desde principio a fin desde el encuentro a la perdición, desde el embeleso al empalago.

La fe en la verdad, la fe en la bondad, la fe en el amor, la fe en el otro, cava la primera fosa y desde un primer punto oscuro ("punzón de agua", dice Lorca) y es asesinada la belleza de la visión. Cegada la visión intacta por el punzón de agua, estrenada la oscuridad como un espacio dilatándose. Esa estancia sombría donde las máscaras habitan a su gusto, donde reposan o danzan a su antojo mientras el ojo ha dejado de ver bien. El ojo ha dejado de escuchar y la pupila se vela como en un triste color.

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7 de julio de 2008
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Te ordeno que desaparezcas

Hemos sido tan inmensamente felices que tardaremos años en agradecer al gobierno catalán su decisiva participación en el Campeonato de Fútbol que nunca existió. Quienes no somos aficionados y más bien tendemos a ver eso del fútbol como un rico ritual religioso, hemos podido pasar por encima del nunca acontecido Campeonato sin sufrir de los nervios.

¡Mira que era fácil! Bastaba con que las autoridades catalanas se pusieran de acuerdo y lo borraran del mapa. Y así fue. El grupo de señoritos que explota la finca decidió que en Cataluña no existía el Campeonato de fútbol, y no existió. Me los imagino, severos y sin embargo hedonistas, cerebrales pero no sin sensualidad, decidiendo que la Copa no cabía en la Patria y llamando a sus bedeles mediáticos con ordenanzas imitadas del último congreso del Partido Comunista de Bulgaria, con ese sabor a gasolina con plomo que tienen las órdenes de los comisarios políticos. Imagino al alcalde de Barcelona, Hereu (nombre profético porque nadie lo ha elegido), célebre por su energía intelectual y honradez económica, prohibiendo las pantallas callejeras desde su despacho. Este candidato al premio Nobel sabe lo que de verdad necesita el necio pueblo catalán y no cedió ni una pantallita. Hombre de mármol, el alcalde socialista.

Las radios y televisiones del poder y los órganos de la barretina nuclear ni mencionaron la existencia de un campeonato de fútbol, de modo que podíamos seguir oyendo noticias sobre Hostalets de Pierola con toda serenidad. Hubo un momento de terror cuando uno del bando de la barretina de cloroformo creyó percibir que quizás había unos catalanes compitiendo por la copa inexistente. Ciertos locutores y periodistas (que ya han sido reeducados) mencionaron a un tal Xavi o Txavi o Chabi, como si hubiera huido al Estado Español para jugar en un campeonato de fútbol. El desconcierto no fue duradero. La férrea muñeca de los comisarios dio otra vuelta de tuerca y Cataluña volvió a ser lo que viene siendo desde hace años: la apacible siesta de una agrupación sardanista de sordos.

Artículo publicado en: El Periódico, 5 de julio de 2008.

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7 de julio de 2008
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El día del Matador

Pasa cada año, entre el final de junio y el principio de julio. Llevo una doble vida en el nombre de Wimbledon: seis o siete horas diarias de tenis compulsivo. Nunca es lo mismo ver los juegos a partir de la segunda semana que comenzar desde el primer lunes, como quien zarpa hacia un destino secreto. Cuando al fin llega uno a las semifinales, puede decir que ya comparte tanto el cansancio como el hambre de tenis de los que quedan. Sólo que este año ha sido diferente, por decir lo menos. Como bien lo explicó el cronista Bud Collins a mitad de la edición 2008: parecería que un par de jugadores celebraron su fiesta particular e invitaron a ciento veintiséis amigos a hacerles compañía. Nada más.

     A diferencia de los otros años, cuando se emocionaba uno imaginando que en un golpe de suerte cualquiera podía ganar, los cierto es que esta vez algunos -¿la mayoría, tal vez?- no hemos logrado hacer cosa mejor que esperar la final inminente de Nadal contra Federer, y entre tanto entregarnos al deleite de la especulación precoz, al igual que cada uno de los comentaristas de la televisión. Nada que quiera uno dejar de hacer cuando ha caído la noche en Londres y en México no han dado las cuatro de la tarde; ya por la noche, apenas conseguía despegarme de los anchos resúmenes del Tennis Channel, con el pretexto cierto de que al día siguiente por la mañana tenía nueva cita con la transmisión de ESPN. No había que ser experto en la materia para saber de cierto que algo bien grande estaba por ocurrir.

     Como cualquiera que conozca su juego, admiro la elegancia perfeccionista de Roger Federer. Su modo de plantarse al centro de la cancha, obligando a los otros a orbitar en torno a su zona de confort. Esa ecuanimidad envidiable que le permite jugar con el cerebro frío. El inmenso catálogo de golpes y posturas que le hace propietario natural de cada metro cuadrado de la cancha. Sus maneras aun más caballerescas que caballerosas. Me gusta así de Federer todo aquello que, temo, me es inalcanzable, ya no en el tenis como en la vida misma, igual que no me queda sino mirar de lejos a la luna. Por eso fue que hoy, como hace uno y dos años, y obviamente en las últimas cuatro finales de Roland Garros, mi favorito ha sido siempre el monstruo.

     Matador, le han llamado algunos periódicos ingleses. Otros, más específicos, lo apodan Carnicero, de seguro por esa intensidad demoledora que hace de cada punto que juega una gesta de dimensiones heroicas. Algunos, incapaces de heroísmo, miramos hacia allí y no podemos invitar la identidad profunda de los que creen que vida sólo hay una y hay que exprimirla a toda hora, a como dé lugar. A gritos, a pujidos, a la fuerza. Esta vez, lo he seguido a lo largo de seis juegos, en los cuales descuartizó a sus oponentes sin encontrar más que fugaces resistencias. Beck, Gulbis, Kiefer, Youzhny, Murray, Schuettler, no más que meros trámites para llegar al juego del domingo. Ninguno suficiente para quitar del todo la comezón por ver al Matador pelear en la final como sólo él pelea. Monstruosamente, pues.

     Quien haya estado frente a la televisión durante toda la final de Wimbledon sabrá conmigo que no hay forma de contarla. Jamás antes vi nada parecido, ni siquiera entre ambos protagonistas. Según John McEnroe, en su papel de insuperable cronista televisivo -ya en Roland Garros narraba las intervenciones de Nadal con pasmo y reverencia-, se trata del mejor partido que alguna vez presenció. Una de esas batallas que lo llevan a uno de paseo por multitud de sentimientos y emociones inefables, al punto que a partir del final del tercer set ya no puede parar de gritarle a la pantalla. Mil perdones, Rod Laver, Bjorn Borg, Peter Sampras: tampoco creo haber visto antes a un tenista de ese tamaño, menos aún a dos.

     "Lo intenté todo", ha dicho Federer al recibir la charola del segundo lugar. "Gracias", exclama McEnroe desde la cabina. Luego lo hace ante Federer, a un lado del pasillo, recién devuelto de la cancha central, con los ojos llorosos que a uno también le duelen porque nunca quisiera ver perder a un jugador de esta categoría -inaugurada a solas por él, compartida hoy con Rafa Nadal-, menos después de una batalla así. "Para ganarle a Federer tienes que ser Nadal, corretear por la cancha como conejo y tirar winners desde todos los ángulos", había declarado Marat Safin antes de su partido semifinal.

     Han pasado diez horas desde entonces y todavía no sé bien lo que vi, pero me queda claro que muy difícilmente volverá a suceder. Qué razón tuvo McEnroe en recordar lo afortunados que somos por haber visto todo lo que vimos. Han pasado diez horas desde el último golpe del Matador y todavía me queda la carne de gallina.

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7 de julio de 2008
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Galería de espectros: Gatopardo

Fotograma Burt Lancaster, "El Gatopardo", Visconti, 1963Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he contemplado al majestuoso espectro de Gatopardo.
Delfín Agudelo: Te refieres al Gatopardo de Lampedusa.
R.A: Sí, me refiero al Gatopardo de Lampedusa y simultáneamente no puedo dejar de referirme también a El Gatopardo filmado por Visconti a partir de la obra de Lampedusa. El hecho de que se realice mentalmente esa identificación nos lleva a algo que es muy atractivo pero también implica una limitación, y es el cómo el cine pone potentemente caras a personajes literarios. En este caso a nosotros ya nos cuesta muchísimo pensar en el Gatopardo que escribió Lampedusa sin el rostro y la figura de Burt Lancaster en la película de Visconti. Estoy convencido de que el 99% de las personas que piensan en Gatopardo lo hacen a través del rostro de Lancaster. Creo además que es una magnífica identificación porque Visconti logró hacer presentes todos los matices interpretativos que potencialmente tenía Lancaster y que precisamente en su trayectoria americana creo que no había expuesto suficientemente. Ahí vemos al hombre que vive entre dos mundos; tanto biológicamente es un hombre que está en la edad adulta, encaminándose ya hacia la ultima madurez y el inicio de la senectud. Y al mismo tiempo históricamente entre dos épocas, una dominada todavía por los valores aristocráticos y el impetuosa irrupción de otra época, que estará dominada por el mercantilismo burgués. Gatopardo queda como atrapado entre esos dos mundos, intentando sobrevivir. Intenta sobrevivir como un  hombre ya mayor que sin embargo siente en él toda la plenitud biológica, y que por tanto todavía necesita vivir a fondo la existencia; y al mismo tiempo como un hombre que siendo del pasado no tiene miedo de los nuevos tiempos, sino que quiere incorporarse a éstos, vivirlos, vivir esa juventud histórica que aparece con el fenómeno del resurgimiento italiano.
La gracia espléndida de Gatopardo en la novela de Lampedusa es que nos enseña a vivir en un equilibrio entre esos dos mundos, y viene casi a hincarnos que el ser humano es alguien que nunca está de una manera clara ni en un mundo ni en el otro, sino que está siempre en un proceso de transición, incluso cuando le parece que está sentado en un mundo definitivo o etapa biológica: siempre está en un proceso de transición, y tiene que tener la suficiente sabiduría como para aceptar aquello que está muriendo y aquello que está creciendo simultáneamente De ahí a que Lampedusa hiciera que su protagonista fuera un hombre que cuando estaba agotado ante la extrema mutabilidad de la realidad que le envolvía, y la extrema mutabilidad de su propio organismo, se dirigía a las estrellas, las miraba, y de alguna manera se sintiera serenado por su música silenciosa.
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7 de julio de 2008
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Ligeros de ropa

Fuera del restaurante hay cuarenta grados, dentro estamos tiritando. Se me ha olvidado echar un jersey en el bolso y me toca pagar las consecuencias. Ahora en lugar de salir de casa en todo el sopor de un mediodía de agosto con abanico, hay que salir con algo de abrigo. En invierno, por cierto, hay que quedarse en manga corta en los sitios cerrados del calor que hace. El mundo al revés para despilfarrar y gastar más energía. La ropa es casi intemporal como si nos estuviésemos anticipando al cambio climático y ya se ha dejado de decir eso de guardar la ropa de invierno para sacar la de verano y al revés, algo que suena a trabajo titánico.

Llegará un día en que no necesitemos ropa. Tal vez se invente una especie de burbuja que nos proteja del frío, del calor y en la que proyectemos los diseños que más nos apetezcan. Según van las cosas de rápido parece ya un poco anacrónico que nos tengamos que vestir y que tengamos que cargar con los trapos de un lado para otro. Pero hasta que llegue esa novedad, no veo el momento de salir corriendo de esta nevera al fuego de la calle.  

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7 de julio de 2008
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El Teatro

/upload/fotos/blogs_entradas/lalluviaamarilla1_med.jpgVayan a ver La lluvia amarilla a la sala pequeña del Teatro Español de Madrid. Si no pueden esperen que pase por algunos de sus teatros cercanos. No van  a salir más optimistas, ni más alegres, ni más divertidos. No. Si es eso lo que necesitan no hace falta que se molesten. Si, por el contrario, quieren ver teatro en su expresión más desnuda, emocionante y verdadera. Si además no les importa enfrentarse a la soledad de un hombre. A la soledad, al final, al olvido y a la muerte; sí se atreven a mirar de frente esa fatal compañía de los seres humanos, entonces sí, entonces tienen que ver "La lluvia amarilla"

No sabía cómo aquella novela de hace más de veinte años funcionaría en versión teatral. Sí que estaba viva como novela. Pues también está viva, y doliente, en obra teatral. En poco más de una hora, con un excelente actor, Chema de Miguel Bilbao. Acompañado- imprescindible compañía- de un músico excepcional, Francisco Lumbreras y gracias a la dramaturgia, la adaptación, la dirección, la escenografía, el vestuario y otros cuantos oficios más, se puede uno sentir trasladado en el tiempo a un mundo que se termina, a un final que ninguno querríamos vivir.

El autor, Julio Llamazares, dice que con esta experiencia de ver su creación trasladada al lenguaje teatral, asiste "con la curiosidad de un niño que ve cómo su juguete pasa de pronto a manos de otros". No importa, es otro juguete distinto. Es un juguete que también le gustaría haber tenido al niño Julio. Un juguete llamado teatro que de vez en cuando nos ofrece obras tan serias, tan verdaderas, tan necesarias. Eso sí, ni una puñetera risa. Eso otra tarde, otra obra, otro juguete.

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4 de julio de 2008
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Sesión XVII. Cuentos Comentados

A juzgar por los textos que hemos ido recibiendo durante la semana, pensamos que muchos de ustedes han captado con facilidad la idea del ritmo, sobre todo en la velocidad manejada en muchos de los relatos que hemos leído. Y es que, tal como se comentó en la sesión anterior, la que correspondía a la propuesta, una buena narración no solo informa de lo que ocurre, sino -y sobre todo- trasmite una sensación: de desengaño, de angustia,  de amor, de exaltación, de odio, de suspicacia, de miedo, de vértigo. Y por muchas veces que escribamos la palabra para designar esa sensación o ese sentimiento ("aquel hombre tenía miedo. Mucho miedo") no lograremos nada si es que ello no va acompañado de toda nuestra pericia para trasmitir dicha sensación o sentimiento. De allí que uno de los elementos compositivos más importantes de la narración sea el ritmo que se le imprime a la historia abordada. Por ello, una huida nos permite explorar la mejor fórmula para acelerar y desacelerar lo narrado: todo se vuelve caótico, fragmentado, convulso, y las frases también se acortan, se encabalgan, parecen confundirse y confundirnos, de la misma manera que el paisaje se disloca no sólo ante la velocidad de quien huye sino ante la confusión generada por el miedo o la angustia que motivan tal huida. Los textos que hemos colgado dan buen ejemplo de ello, de los aspectos positivos de los relatos consignados tanto como de esos desfallecimientos que con un poco de paciencia y el oficio que van ganando quienes escriben todas las semanas, se pueden mejorar.

Esperamos sus comentarios y opiniones.

Jorge

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4 de julio de 2008
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Wordle

Hoy, un regalo. Un regalo de verdad. Se trata de un "Widget", un pequeño programa que ayuda a producir nubes de palabras: Wordle. Es muy útil si uno suena ser un poeta como Apollinaire buscando dibujar con palabras en el papel. Claro que vivimos en la época de internet y Wordle sirve para organizar nubes de etiquetas en los sitios. No importa, el resultado final tiene una gracia que no se puede negar.

El proceso es muy simple hay que ir a la página de creación, introducir un texto en el cuadro grande y tocar el "Go". Tocando el "Randomize" se puede conseguir otras opciones. Lo que pongo con este post es una creación que utiliza las tres primeras frases de Cien años de soledad. La tipografía es un arte que nunca se escapa del pobre lector.

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4 de julio de 2008
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… A la formación profesional

Criterios empresariales: sí eso va a ser lo determinante en los nuestros de enseñanza universitaria; determinante en la ordenación en esos departamentos considerados espirituales por esas víctimas de la ternura común por las cosas que son los designados por Hegel como almas bellas. La escuela de Bellas Artes, el Conservatorio, o la Facultad de Matemáticas tendrán en la nueva Universidad el lugar que la exigencia social les depare. Y como se acepta como un corolario que la exigencia social ha de plegarse a la salud del mercado -criterio de la salud social en general- habrá numerus clausus de pintores o futuros músicos, en función de la cuenta de resultados de galeristas y gerentes de auditorios. Y desde luego que nadie pretenda ahondar, por ejemplo, en singularidades topológicas si lo que éstas tengan de operativo ya está recubierto por una disciplina más genérica.

Pues bien: ¿por qué lo designado con el término Bolonia sustituye al modelo kantiano-hunboldtiano de la Universidad de Berlín? Aquí viene a colación lo que indicaba al principio del anterior escrito sobre la ausencia de referencias a la sociología marxista, la cual podría eventualmente revelarse errónea, pero que tenía la enorme ventaja de ir siempre con la razón por delante, intentando poner sobre el tapete las causas (a veces expresión de un fracaso en los idearios de emancipación) y no remitirse sea a la mera suerte, sea a una historia de buenos y malos.

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4 de julio de 2008
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Contra el canon

/upload/fotos/blogs_entradas/jules_renard_med.jpgHace más de un siglo, el 25 de septiembre de 1889, escribía Jules Renard: "Leo novela tras novela, me atiborro, me empacho, me indigesto, a fin de asquearme de sus trivialidades, de sus repeticiones, de sus artificios, de sus convencionalismos, y poder hacer algo diferente".

Y soltaba antes (13 de septiembre de 1887): "Lo propio del artista no será consagrarse a una gran obra, como por ejemplo la fabricación de una novela, en que todo el talento debe someterse a las exigencias de un tema absorbente que él se ha impuesto; lo propio del artista será escribir a salto de mata sobre cien temas que surjan de improviso; desmigar, por así decirlo, el pensamiento. Así, nada es forzado. Todo tiene el encanto de lo involuntario, de lo natural. No se provoca: se espera."

En suma ¿puede decirse algo más positivo y estimulante respecto al blog? Y, de paso, no faltaba más, contra el mostrenco viviente que es en el siglo XXI la (canónica) novela.

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4 de julio de 2008
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