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Publicidad y secta universal

Rafael Argullol: Uno de los precios de la idolatría es la amnesia, le pérdida de la memoria, y por esto el idólatra carece de ésta al adorar constantemente nuevos ídolos.

Delfín Agudelo: ¿Pensarías que esta pérdida de la memoria y constante variación del ídolo implicaría que ya no tengamos ningún tipo de mitología? Hablabas del hiperracionalismo: ante tanta variedad y cambio, ante una satisfacción que nos obligamos a tener, ¿dónde queda parte de ese mundo que te guía más hacia un bienestar propio o realización?

R.A.: Fíjate que una de las dificultades en las que nos encontramos en este mundo es la complejidad y lo arduo que es la construcción de mitos propios. Pienso que la existencia, a medida en que pasan los años, está formada tanto por nuestros actos empíricos cuanto por aquellos mitos que nosotros vamos creando alrededor de estos actos. La libertad es construirse a uno mismo, y uno se construye a través de sus acciones, elecciones, y también su capacidad para crear un mito personal -un universo imaginativo y mítico personal-, cosa que hacemos desde la infancia. En la medida en que existe una gran presión ambiental- en cierto modo uniformadora, idólatra-idolátrica-la cual tiende a ofrecerte mitos exteriores que de alguna manera son para ti, para mí y para  mil personas más las mismas. En esa misma medida más dificultad tiene el individuo para crear sus propios mitos personales, sobre todo si eso llega a exacerbarse hasta el punto de que es una invasión del horizonte imaginativo.

En los últimos tiempos me llama mucho la atención que la publicidad o la propaganda -porque a la publicidad siempre la llamo propaganda, que muchas veces está evocada en los mecanismos totalitarios de propaganda que se inventaron en el siglo XX-tiende a abarcar todas las esferas. Hubo un momento en que la publicidad se ocupaba del aspecto vinculado a lo económico o social; ahora ha incorporado también aspectos supuestamente metafísicos o espirituales. Últimamente, por ejemplo hay una publicidad que quiere sintetizar lo que fue Mayo del 68 a través de la consigna "Sed realista, pedid lo imposible". Esto quiere decir que la publicidad que en el fondo es la gran oración idolátrica de nuestra época, la que comparten masas inmensas y la que en cierto modo es creada por los sacerdotes de nuestros días, tiende a invadir la propia imagen individual y tiende a usurpar tu propia libertad para crear tus mitos. Y claro, eso se hace con una tecnología masiva sin precedentes. Si nosotros queremos comparar no es lo mismo suscitar la idolatría del becerro de oro o las idolatrías de sectas que podían tener diez, cien o mil sectarios, que las idolatrías actuales que a través de estas oraciones propagandísticas y colectivas pueden abarcar fulminantemente al mismo tiempo en los cinco continentes las mismas informaciones y al mismo tiempo reciben las mismas interpretaciones míticas. Reciben la realidad y el sueño, o la realidad y el mito, en forma inmediata y simultánea. Esto es lo que podríamos llamar nuestra idolatría a comienzos del siglo XXI; si bien es cierto que guarda conexiones con todo lo que ha sido la actitud idolátrica a la cual ha sido proclive el ser humano en todas las épocas, está regida por unos mecanismos completamente nuevos, sin precedentes en cuanto a su poder de intervención.

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17 de julio de 2008
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IV. Sin ética no hay símbolos

Los secuestradores fueron los héroes en la toma del Palacio Nacional de Somoza, celebrados universalmente, y aclamados, y los diputados, senadores y ministros secuestrados los villanos. Ahora, los héroes son los secuestrados retenidos largos años como rehenes por los guerrilleros de las FARC, que son los villanos, a quienes nadie serio o sensato en el mundo se atreve a alabar, o a respaldar. Los héroes son los miembros del comando que los liberó, y no los del comando que los apresó.

/upload/fotos/blogs_entradas/ingrid_betancourt_1_med.jpgLas cámaras de la televisión seguían hace treinta años a Edén Pastora, el jefe militar del comando del Palacio Nacional, y todos querían entrevistar a Dora María Téllez, la única mujer entre los asaltantes, que había conducido las negociaciones con los representes de Somoza. Ella vestida de guerrillera, era la heroína. Hoy, la heroína es Ingrid Betancourt, vestida de prisionera mientras aguantaba el cautiverio.

No se trata solamente de un cambio de papeles en el fenómeno mediático, ni nada más se trata de que la lucha armada irregular, con todo lo que conlleva, se halla fuera de lugar en los albores del siglo veintiuno, como el mismo presidente Hugo Chávez ha afirmado. Se trata de un cambio radical del sentido de los símbolos, porque los símbolos tienen siempre un sustrato ético, que es el que las da vida, o se vuelven retórica mentirosa.

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17 de julio de 2008
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El Pisito

Cuando muy a principios de los setenta empecé a viajar al extranjero, al volver a Madrid siempre pensaba lo mismo: ¡qué ciudad tan fea! No tenía la monumentalidad y encanto de Roma, ni un gran río que le diera profundidad y misterio como París o Londres, ni mar como Lisboa, Barcelona o Valencia. Le faltaba agua para llegar a ser una ciudad romántica, porque que el amor necesita un espejo en que reflejarse y aquí las parejas sólo tenían el estanque de El Retiro o el Lago de la Casa de Campo. El Manzanares no contaba, nada más servía para dividir la ciudad geográficamente y el precio de los pisos.

También faltaban grandes árboles que ocultaran un poco las planas fachadas de ladrillo rojo llenas de ventanas baratas. Se echaban de menos ramajes que disimularan las estrechas terrazas cubiertas con cristales encajonados en guías de aluminio sin pintar, a través de los cuales se clareaban las bombonas de butano. En cuanto se salía de barrios tipo Argüelles o  Salamanca, en que los tristes patios interiores también tenían lo suyo, te topabas con los horrorosos bloques que coleaban desde el boom inmobiliario del franquismo. /upload/fotos/blogs_entradas/qu_he_hecho_yo_para_merecer_esto_med.jpgY ahora que lo pienso, hay una línea que une la película El pisito, de Marco Ferreri (con guión del genial Rafael Azcona, basado en su propia novela del mismo título), y Qué he hecho yo para merecer esto, de Pedro Almodóvar, para mí, uno de los grandes logros de este director y la película que mejor nos cuenta la auténtica transición de esta ciudad, que venía de la supervivencia sorda de una pareja de posguerra (José Luis López Vázquez y Mary Carrillo, en El Pisito) a la supervivencia desesperada de sus posibles hijos y nietos (Carmen Maura, Ángel de Andrés, en Qué he hecho yo...). Es como si aquel piso nuevo de El Pisito, construido a las fueras entre barro y hormigoneras, fuese el de Qué he hecho yo... treinta años después y ocupado por una inmigración de segunda y tercera generaciones venidas del pueblo. Almodóvar junta a los abuelos, los hijos y los nietos en un poema de inocencias perdidas, donde la ternura choca con un paisaje urbano sin concesiones, feo y hostil a la vista como pocos. En comparación, los denostados adosados (con su pequeño jardín, garaje y todo tipo de comodidades) son puro lujo. Hay que volver a ver la película de Almodóvar para aplaudir a quienes lograron salir de aquel entorno tan heavy sin daños emocionales.

Frente a aquellos años ahora es como si hubiésemos subido las persianas y entrara la luz a raudales: la ciudad tiene un aire alegre, aun con las pegas que nos afectan a cada cual, es decir, sin meternos en profundidades de hospitales, listas de espera y demás. Y si algo me gusta de ella es que la calidad de vida es semejante en todas partes y que cada vez importa menos en qué zona vives sino lo que haces. Habrá barrios de más o menos pasta pero el nivel cultural es ya igual en todas partes, todo un signo de calidad social. Las ciudades que triunfan son aquellas en que se puede ir al aeropuerto en metro; las ciudades en que los artistas e intelectuales no están concentrados en barrios tradicionalmente de clase media alta o elitistas, sino repartidos por todo el mapa; las ciudades en que tan señor es el empleado de la basura (lo digo por poner un ejemplo, porque vaya uniformes y equipos se gastan los basureros) como el duque (por poner otro ejemplo, sonoro más que nada); las ciudades en que los inmigrantes están mezclados con el resto de la población y no apartados con los suyos; las ciudades en que uno confía, a pesar de los pesares, en la sanidad pública (por favor, no perdamos eso, supondría un claro retroceso); las ciudades en que ya se ha producido el mestizaje y se aprenden otras costumbres, otras lenguas y otras actitudes sin salir de casa.

Las ciudades que triunfan son aquellas en las que entra el mundo, mientras que las que se mantienen cerradas acaban consumiéndose en su propio caldo. Y también aquellas en que se cuida la arquitectura y no se hacen los pisos en serie como sucede ahora mismo: todos con el mismo tipo de mirador en el salón sustituyendo los antiguos balcones. Fachadas sosas y repetitivas que acabarán envejeciendo y afeándose enseguida. Y lo mismo puede decirse de los adosados de las urbanizaciones, que parecen diseñados todos en una tarde. Hay que llevar arquitectura imaginativa a las casas donde la vive la gente. Hay que poner talento en los ladrillos de la calle. Las ciudades que triunfan son aquellas en que no mandan las constructoras, ni la especulación del suelo, ni la corrupción, sino el respeto al ciudadano.

Publicado en El País el 13 de julio de 2008 

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16 de julio de 2008
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Poderes (y consecuencias) terrenales

Terminé Earthly Powers, nomás. Seiscientas cincuenta páginas en mi edición de Penguin, e imagino que bastantes más en la traducción que según vi acaba de salir en España. Una novela monumental, no tanto por lo obvio -además de su extensión, la ambición de repasar los momentos y las cuestiones cruciales del siglo XX: las dos guerras mundiales, el racismo, la persecución de la homosexualidad, el lado oscuro de la religión institucionalizada-, sino por su voluntad de interrogarse sobre la cuestión última, esto es, la posibilidad del bien en un mundo descorazonador.

Earthly Powers, de Anthony Burgess, es la historia de Kenneth Marchal Toomey, un escritor británico y ocasional letrista que imagino moldeado a imagen de Noel Coward, por su homosexualidad y por su dandismo. Hermano de un comediante popular y de una prestigiosa escultora, cuñado de un compositor de Hollywood y pariente político de un Papa imaginario -Gregorio XVII, un eco de la imagen benévola y progresista de Juan XXIII-, Toomey es un personaje fantástico para narrar el siglo XX por su indiscutible ubicuidad. Puede contar desde la vida cotidiana en Londres durante la Primera Guerra -el racionamiento, el auge del espectáculo escapista- hasta la Alemania del Tercer Reich, que conoce al principio en su carácter de autor adaptado por el cine alemán, y después al intentar rescatar a un Nobel de literatura de manos de los nazis. Es que Toomey ha estado en todas partes, y los ha conocido a todos: desde James Joyce hasta Joseph Goebbels, desde Ernest Hemingway hasta las más fulgurantes estrellas de Hollywood.

Pero en otro sentido -el esencial- Toomey parece el vehículo menos indicado para ocuparse del tema central de la novela. Escritor popular y conscientemente liviano, homosexual encubierto durante la mayor parte de su existencia, Quijote destinado al fracaso en cada una de sus luchas -desde el amor, pasando por el rescate del Nobel, hasta su intervención en un juicio por obscenidad y su participación en el proceso por la canonización de Gregorio-, Toomey no está en la mejor de las condiciones para hablar de la posibilidad del Bien -y por ende, de la Fe. ¿Qué clase de testimonio dará un hombre partido al medio por un Dios que lo creó por amor y otro Dios -el mismo, acaso- que lo ha condenado a una vida de infelicidad al hacerlo tal cual es?

/upload/fotos/blogs_entradas/lanaranjamecanica_med.jpgBurgess hace un gran uso de sus fortes: el lenguaje en todos sus regstros, música antes que nada; su saber enciclopédico; la forma punzante en que mira la Historia, buscando el bosque detrás de cada árbol. No cabe duda que Earthly Powers es su obra más ambiciosa. Y quizás sea la más lograda, porque despliega como ninguna otra su tema favorito, planteado ya en su obra más popular, la novela Una naranja mecánica. ¿Qué clase de criatura es el hombre? ¿Una bestia destinada al mal, desde su origen maculado por pecado original y naturaleza concupiscente? ¿O también una criatura capaz de elevarse por encima de su circunstancia, para producir hechos -la belleza de una obra artística, un acto de bondad o de desprendimiento- que nunca podrán ser medidos por sus resultados, sino apenas por su valor intrínseco?

La novela está atravesada por discusiones filosóficas y religiosas. Parte del mérito de Burgess pasa por el oficio con que, a pesar de ello, hurta el cuerpo al pecado del aburriento. Pero el mérito mayor es otro: la mirada impiadosa, que le impide hacer la más mínima concesión al sentimentalismo o las respuestas facilistas. Este es un mundo complejo, y Earthly Powers es una novela adulta que no se rebaja a alentar falsas expectativas. Aquí una obra genial puede ser ignorada y un milagro producir consecuencias horrendas. Earthly Powers coincide con el Dios de los Testamentos al reafirmar el libre albedrío de los hombres, pero se aparta de la tradición al sostener que no existe juez más inflexible ni más justo de nuestros actos, que aquel que habita en el silencio de nuestro corazón.

Publicada por primera vez en 1980, Earthly Powers es de esas novelas que ya no se escriben.

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16 de julio de 2008
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«Única fuente”

Stephan Mallarmé muere preparando una edición especial de su poema
                         "Un coup de dés jamais n'abolira le hasard"
                          (Una tirada de dados nunca abolirá el azar)

En esta edición el autor introducía nuevas precisiones en el Prefacio que acompaña al poema, el cual, nos dice, prefiere que no leamos. Siga o no siga el lector de Mallarmé este consejo, es útil recordar aquí algunas de las indicaciones sobre la estructura del trabajo que en el prefacio nos avanza:
 
Hay entre las líneas irregulares vacíos que introducen un alargamiento espacial ("espacement") de la lectura, que va más allá de los blancos exigidos por la versificación tradicional como silence alentour, entorno de silencio. Pues, en este caso, el blanco del papel determinará la entrada o salida de una imagen dada, a distancias variables del hilo conductor latente.
 
El evocado recurso, completado entre otros por diferenciación de los caracteres de imprenta según la jerarquía de motivos, hará, nos dice el autor, que el poema "venga a ser  para aquel que quiera leer en voz alta una  partitura".
 
Mallarmé señala más tarde que de sus procedimientos puede que nada a la larga resulte, pero que cabe también "un nuevo arte", del cual serían premonitorias las tentativas ya entonces avanzadas de conciliar  el verso con la libertad y el poema con la prosa (le vers libre et le poème en prose), conciliación que se realizaría bajo la influencia, que alguno tendería a considerar ilegítima, de la música... música escuchada, es decir, no reducida al esqueleto de una partitura.
 
En cualquier caso esta musicalización no supone ninguna subordinación de la Poesía..."única fuente", enfatiza el autor en el cierre del texto.  Siendo única es obvio que se trata de fuente cuyo caudal no es aumentado con el proveniente de otras fuentes (aunque si pueda ser derivado de su originaria rectitud  y perturbado en su composición por las singularidades del terreno); fuente entonces absoluta o primigenia. Mas ¿qué  fluye en realidad y cuál es la interna topología de esta  fuente única? Intentaré abordar esta doble interrogación retomando  un relato, que me conducirá, espero, por una reflexión antropológica a la que nadie en realidad nadie puede sustraerse.

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16 de julio de 2008
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No ficción

Cuenta Paul Valéry que los primeros paisajistas, en la mitad del siglo XIX, "componían" sus cuadros. No pintaban ateniéndose a las particularidades del paisaje sino que "lo particularizaban". Narra así que en una ocasión mientras Corot se hallaba en plena faena ante el panorama de un bosque, uno que estaba allí plantado mirándolo pintar le preguntó angustiado: "Pero señor mío, ¿dónde ve usted ese árbol que está poniendo ahí"- Corot se sacó la pipa de entre los dientes y sin girarse señaló con la boquilla una encina a sus espaldas...
 
Así escribimos quienes elegimos la narrativa de la "no ficción". Atendiendo a la simultánea realidad por todas partes. 

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16 de julio de 2008
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Búsqueda espiritual y culto idolátrico

Rafael Argullol: En este sentido una de las cosas que distingue más claramente la idolatría de la espiritualidad es que mientras que la espiritualidad siempre conserva el misterio y la duda ante la trascendencia del ser humano, la idolatría viene caracterizada por el ofrecimiento de beneficios inmediatos, de resoluciones inmediatas, de regalos inmediatos para quien tenga ese culto o esa adoración.

Delfín Agudelo: La idolatría, tal como la conocemos, no resultaría un producto de la cultura actual. Sin embargo, ¿podríamos decir que esta necesidad de idolatría está conectada con la misma necesidad de espiritualidad, así hayas visto dos elementos diferenciados por el misterio? ¿Por qué el regreso- o quizás en ningún momento ha desaparecido- a la idolatría? "L'Adoration du veau d'Or", Nicolas Poussin, 1634

R.A.: Hay una característica que es inherente a la condición humana, y es la propia necesidad trascendente del hombre que le lleva frecuentemente a erigir ídolos. No creo que sea el camino. Yo pienso que el camino es atravesar el misterio, mas no erigir ídolos a los que adorarás; pero éste ha sido un movimiento muy habitual del hombre ante sus propios miedos y sus propias limitaciones. Ahora bien, esta tendencia idolátrica en nuestra época tiene unas características propias, que casi me atreveré a definir como esa necesidad de actualidad o vértigo permanente en la que vive el habitante de nuestra época. Él cree que de alguna manera entra en posesión del mundo y de las cosas casi de manera mágica e inmediata. Esa posesión inmediata le hace que mientras dura la posesión se sienta a salvaguarda y a salvo; incluso feliz. En el momento en que se le evapora la posibilidad de la posesión es cuando entra en crisis, en ansiedad y angustia. Pero fijémonos que todo está planteado en términos de inmediatez. La realidad es la actualidad, es aquello que sucede inmediatamente; y es aplastada por otra realidad al cabo de dos días. Porque uno de los precios de la idolatría es la amnesia, le pérdida de la memoria, y por esto el idólatra carece de ésta al adorar constantemente nuevos ídolos. Necesitamos alimentar continuamente esa inmediatez de la posesión, esa producción de actualidad. Y eso lo realizamos en todo. Inventamos continuamente acontecimientos que de una manera caníbal vamos devorando, y esa también es otra de las servidumbres de la idolatría respecto a la búsqueda espiritual: que tiene este lado caníbal, o de autocanibalización por parte del idólatra.

La búsqueda espiritual exige reposo, sedimentación, de una estrategia a medio y largo plazo, mientras que la idolatría se plantea siempre en el corto plazo. Por eso oímos hablar tanto de hedonismo, pero de un hedonismo que de alguna manera es de baja intensidad, low-cost, light, fácilmente realizable. Un hedonismo en el cual no hay exploración y aventura. En la idolatría no hay tal cosa: tienes el ídolo, tienes el regalo que inmediatamente te va a dar a partir de tu culto y adoración; no te hace falta la duda, no te hace falta la pausa y la lentitud porque todo se produce inmediatamente. Tienes al ídolo que responde a tus expectativas. Cuando no lo hace, vas a uno nuevo. En cambio, lo que creo que caracteriza la búsqueda o saber espiritual, es algo basado en una dinámica de exploración y aventura en la cual cada conocimiento tiene por otro lado un misterio, en el cual nunca entras en posesión inmediata de las cosas.

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16 de julio de 2008
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Sonho Meu / I

Es domingo en São Paulo, son ya más de las seis de la tarde. El Shopping Higienopolis no cuenta con un solo café internet, pero hay a la entrada una suerte de bistro cuyo menú también ofrece tarjetas para conectarse sin cables. Abro la MacBook sobre la mesa, listo para subir un texto al blog, mientras ella se tira un clavado en las carteleras de la Folha de São Paulo. Parece un poco tarde para darse a tejer un plan ambicioso, mas ella juzga que es aún temprano para dejar morir la última esperanza. Y ahí está, tenue como los restos de la luz del día pero cierta como una estrella distante: Paula Lima en concierto en el SESC Santana.

     Leo y me quedo tieso: es a las siete y media, falta una hora para que empiece. La veo desenfundar el celular, marcar el número, preguntar y obtener la respuesta temida: hace ya cinco días que se vendieron los últimos boletos. Ella me mira como quien no quisiera decirle al niño que Santa Claus no va a poder venir. ¿Y si lo intentamos?, pregunto, y ella aprovecha para recordarme la noche en que logramos ver a Toquinho en el SESC de Vila Mariana, a fuerza de acosar a los que iban llegando. "¿Le sobra algún boleto?", es la pregunta mágica de quienes nunca planeamos nada con tiempo y lo apostamos todo a una suerte que al fin suele favorecernos. El problema es que Santana está lejos, en los meros suburbios de la ciudad. Nos miramos con ojos centelleantes: Paula Lima bien vale un lance intrépido.

     Cuando llegamos son las 7:28. Casi todos los asistentes ya están dentro, afuera quedan unos cuantos tercos, dos de los cuales corren a preguntarnos si de casualidad nos sobra algún boleto. Conforme van pasando los minutos, la esperanza adelgaza descorazonadoramente. Peor todavía ahora que nos hemos enterado del cartel completo: Duas historias, uma saudade: Paula Lima - Ivone Lara. La diva paulista y la leyenda carioca. ¿Nos vamos, de una vez? De ninguna manera. Ahora menos. Bajamos por la rampa, hasta la entrada del auditorio. Somos en total seis los que miramos hacia las puertas de cristal que nadie habrá de traspasar sin un boleto en la mano, pero ni así aceptamos capitular. Fe, que le llaman a esta forma de terquedad que pese a todo espera y de un momento a otro resplandece sin motivo aparente. ¿Será que el breve fajo de boletos que brilla entre las manos de la empleada del SESC puede acabar cayendo en nuestras manos?

     Yo no sé si la fe mueva montañas, pero a veces consigue lo inconseguible. A ver quién va a creernos que entramos sin pagar un centavo. Aún atónito, leo en el boleto y encuentro la palabra cortesía. La mujer nos ha dado las entradas por nuestra triste cara. Dos minutos después ya estamos en presencia de Paula Lima. Hasta atrás, pero adentro. Luego la voz se encarga de llevarnos a otra parte. Una garganta honda y corpulenta que de pronto recuerda a Sarah Vaughan apandillada con Sergio Mendes en el Brazilian Romance. Pero esto va más lejos, al punto que propulsa las cancioñes añejas de doña Ivone Lara y vuelve a dibujarlas con una suculenta elegancia...

     (A como van las cosas, algo se nos derretirá muy cerca de la médula cuando diva y leyenda entonen Sonho Meu.)

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16 de julio de 2008
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III. Un salto en la historia

Los guerrilleros sandinistas obtuvieron lo que pedían: la liberación de los presos políticos en las cárceles de Somoza, principalmente, la lectura de un documento en cadena nacional de radio y televisión, donde se denunciaban las atrocidades del régimen, una suma de rescate que quedó en 500 mil dólares, y un avión para salir del país todos juntos.

Cuando los miembros del comando iban en un autobús suministrado por Somoza camino del aeropuerto, a encontrarse con los prisioneros políticos para subir todos al mismo avión rumbo a Panamá, las calles por donde iban a pasar estaban acordonados de soldados armados hasta los dientes, pero eso ya no le importó a la gente que en multitud salió a las esquinas y a las aceras a vitorearlos, una ruidosa manifestación que demostraba que se había perdido el miedo a la dictadura y presagiaba la insurrección popular que empezaría poco después.

He recordado este acontecimiento del pasado de cara al largo secuestro y liberación de Ingrid Betancourt y sus demás compañeros de cautiverio en las selvas de Colombia, y no puedo sino hacer comparaciones. Si nos atenemos a las palabras claves de ambos hechos, son las mismas: secuestro, rehenes, captores, guerrilleros; pero detrás de esas palabras ha cambiado todo un universo de sentimientos, y de identificaciones, de uno al otro lado del espectro. 

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16 de julio de 2008
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Los hombres que no amaban a las mujeres

Hace tiempo tengo esta novela esperando la lectura. Hoy comenzaré en el AVE, uno de los mejores espacios para leer viajando. Al menos un buen lugar si los vecinos no se empeñan en contar su vida poco interesante por el móvil. ¿Por qué siempre cuentan cosas banales esos que tan alto hablan? Buen salón móvil de lecturas siempre que no te encuentres a algún amigo o conocido que pretenda charlar. Si no tengo suerte me haré el arisco. Un buen libro es lo mejor que te puede pasar en un viaje, excepto que se siente a tu lado una mujer interesante, y además hermosa. Soy de esa especie de hombres que sí amaba, y sigue amando a las mujeres. La novela de Stieg Larsson, una de las sorpresas literarias de los últimos años, se que trata de otra muchas cosas, pero también está presente esa lacra tan vieja e incomprensible, el maltrato de sexo. No me gusta decir de género. Para mí el género es el humano.

Esas zonas oscuras del ser humano que algunos artistas, escritores, cineastas- vayan  a ver Funny Games, si se atreven- han sabido ponernos delante de nosotros como espejo de nuestro lado monstruoso. El maltratador está entre nosotros. Es un ser deleznable pero se enmascara en una persona normal. Leeré éste primer volumen de la trilogía Milennium, sin olvidarme que la realidad, que algunas realidades, a veces se parecen a una obra tan notable como me aseguran que es ésta novela.

Me he acordado, aunque nada tiene que ver, de Alberto Méndez, el autor de Los girasoles ciegos que no llegó a saber de su enorme éxito. Lo mismo pasó con Sieg Larsson, murió repentinamente cuando había entregado el tercer tomo de la trilogía. Y antes de ver publicado el primero. La vida, como la muerte, no entiende de justicia. Siguen vivos tantos infames de esos "que no amaban a las mujeres". Porca miseria. Me refugiaré en las canciones que ésta noche quiera cantarnos Tom Waits. No todo está mal.

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15 de julio de 2008
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El Boomeran(g)
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