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Con Toni Morrison

Por fin, luego de una larga cena, en un congreso de escritores en Puerto Rico, pude hacerle la pregunta que tenía para ella:

-Toni, los negros que en tus novelas vuelan de vuelta al África,¿vienen del libro de García Márquez?
-No -respondió de inmediato-, vienen de Ohio.
Reímos.
-Cuando yo era estudiante graduada en Ohio -contó de buena gana-, decidí hacer un trabajo de campo en las afueras de la ciudad, donde la comunidad negra sobrevivía de la pequeña agricultura. Un día una muchacha me dijo que su padre había regresado, volando, al África.
¡Un evidente mecanismo de control social!
También en español se cuenta del padre que dice "voy a comprar cigarrillos," y no vuelve nunca, dije.
¿Era un mito local o una leyenda proveniente del África? Concluí que se podía asumir como una protesta contra la esclavitud; pero que en este siglo se repita una hipérbole colonial, es inquietante. Luego,Toni encontró que conforme la ciudad se expandía sobre los márgenes rurales, la leyenda del vuelo de regreso iba desapareciendo.
En la ciudad los dramas familiares de dominación patriarcal se negocian en los juzgados.
Cotejando relatos, resultó evidente que la historia del vuelo era otra estrategia de control de la humillación social. Cuando la figura paterna desaparecía, la familia sólo tenía los recursos de su cultura para suturar el desamparo.
Remedios la bella, en Cien años de soledad, es una epifanía del mismo linaje popular.
En este caso, la historia de una muchacha que desaparece con un vendedor ambulante, y el padre anuncia al pueblo que ella ha subido al cielo en cuerpo y alma.
Por eso, imaginé que el personaje de Toni es el Ángel de la historia que contempla las ruinas coloniales de su cultura, sin bienes que repartir a los suyos. Y Remedios, la bella, es el Ángel del relato, que huye más allá de los pájaros de la memoria, hacia el mito popular, donde ya no hay penuria social. Ambos, quiero creer se cruzan en el cielo luminoso del Caribe y se hacen adiosito. Aunque, en verdad, se avistan en el horizonte de la novela, sin culpa ni pena, recuperados por la iluminación de la lectura.

Toni Morrison había cometido el peor error de un escritor que va a un congreso: llevar a su hijo pequeño. El chico se pasaba el día en la piscina, y yo hacía turnos para acompañarla con una piña colada.
De pronto Juan Rulfo cruzó el jardín, leve y frágil, tan discreto que nos hizo volver la mirada para saber quién hacía tanto silencio. Lo vimos desaparecer como el personaje de un cuadro que escapase con un hop lewiscarreano.
Esa noche, en la tumultuosa recepción, me topé con Rulfo al centro del salón, y me dijo:
-He visto una mesita vacía al fondo, vayamos allá...
Lo seguí sorteando celebrantes, pero no lo reconoció nadie. En efecto, una mesita nos esperaba con dos sillas bajo una luz cenital. Me contó lo que bien podría ser el origen de Pedro Páramo.
Otra vez en la piscina con Toni, le propuse que fuese a Brandeis, donde yo dirigía Latin American Studies, y habíamos empezado unos encuentros con escritores. Toni aceptó de inmediato. Me pidió que la mitad de sus honorarios fueran directamente al fondo de la asociación afroamericana.
El Premio Nobel de Literatura de 1993 fue para Toni Morrison.
Ruth Simmons, presidenta de Brown entre 2001 y 2012, me contó con detalle la destrucción de sus archivos en el incendio de su casa. Ruth, que entonces era Provost de Princeton, se mudó a la casa quemada para supervisar la tarea restauradora. Puedo verla entre el grupo de estudiantes y el equipo técnico, comprometida en los detalles de su misión. No ha habido, hasta donde sé, dos mujeres de semejante talento disputando palabras a la ceniza.
Me doy cuenta ahora que el relato de Rulfo como el de Toni Morrison son, contra toda fuerza destructiva contraria, la intermediación que resuelve los extremos de la violencia dominante.
Juntos, ambos mundos se refractan, distintos pero paralelos.
El espacio de Rulfo es de economía inversa: una resta que sólo puede terminar en el desierto. Pero la cultura popular que asoma en el lenguaje empírico brilla en las costuras del desierto como una breve huella del huerto perdido en manos del padre errático. En pocos libros las palabras del pueblo llevan su peso terrestre. Por lo demás, la mascarada de la muerte tiene más que ver con la perspectiva indígena, si no carnavalesca por lo menos guiñolesca. Justamente, la cultura popular permite a la novela abrir leves espacios donde asoma el horizonte. Y es en un carnaval donde Pedro Páramo es asesinado por su hijo Abundio. De modo que en el esquema de dos espacios confrontados (huerto/desierto; comunidad/infierno; padre/hijo), el relato, sin embargo, es disputado por el principio barroco de la hipérbole.No hay sólo un discurso en la novela, sino el espacio virtual de un despliegue dialógico, capaz de remontar la economía de la destrucción.

Dada la tradición narrativa estadounidense en torno a la experiencia afroamericana, Toni Morrison no requiere resolver la discordia fundacional de la violencia, sino confrontar las consecuencias de la precariedad familiar y, en su caso, la demanda de alguna justicia reparadora contra los demonios del discurso patriarcal. Pero lo decisivo es que su instrumental analítico proviene del realismo mágico, y aunque ella se tomó en la representación menos libertades que Rushdie, había asimilado la lección de García Márquez para demostrar la capacidad resolutiva de la cultura popular, hecha de varias fuentes y corajes. De modo que el pasado no impone el trauma, sino la tarea de exorcisarlo en el relato.

Ella sobrevuela el horizonte de nuestra lectura.

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25 de agosto de 2019
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Contra el silencio y el olvido

Después de más de un año de la rebelión cívica en Nicaragua, y de la despiadada ola represiva que dejó centenares de muertos, heridos, encarcelados y exiliados, el régimen se encierra en sí mismo para negar toda posibilidad democrática. Su aspiración parece ser la de prolongarse en una "normalidad" forzada, que haga a la comunidad internacional acostumbrarse a convivir con una dictadura más en América Latina, de las muchas a lo largo de la historia.
 

El férreo control único, policía, fiscales, tribunales, diputados, magistrados electorales, apunta a ganar tiempo y silencio para llegar a las elecciones del año 2021, y bajo las mismas reglas fraudulentas del sistema electoral viciado, y quizás apenas retocado, conseguir de nuevo la reelección de Ortega, que empezaría su quinto período acercándose a los ochenta años de edad.

Un país convertido en el reino del olvido, sujeto a la mediocridad cotidiana, del que nadie se acuerde, como el Paraguay del doctor Francia, en la primera mitad del siglo diecinueve, que describe en colores tan sombríos Augusto Roa Bastos en Yo el Supremo.

Si los niveles de deterioro siguen progresando, las condiciones económicas habrían devuelto a Nicaragua en ese año de 2021 al Producto Interno Bruto que tenía a comienzos de los años sesenta del siglo pasado. Un país situado en la cola del desarrollo, ese territorio de allá atrás desde donde los ruidos llegan confusos, y amortiguados.

Y más exiliados, jóvenes sobre todo. Ya hay centenares de miles en Costa Rica, en el resto de Centroamérica, en los Estados Unidos. El primer producto de exportación de Nicaragua son los nicaragüenses: las remesas de los emigrantes se colocan ya muy por encima del café, o de la carne, o del oro.

De acuerdo a esa visión arcaica, los aliados internacionales de Ortega son ahora casi todos lejanos y fantasmagóricos: Abjasia y Osetia del Sur, los dos territorios del Cáucaso que Putin arrancó a Georgia; Sudán del Sur, sometido a la guerra civil y las hambrunas, con el que Ortega ha establecido recientemente relaciones diplomáticas; Irán, cuyo canciller, Mohamad Javad Zarif, estuvo hace algunas semanas de visita oficial en Managua; y, hasta cuando dure, la agónica Venezuela de Nicolás Maduro.

Pero Nicaragua es, por el contrario, un país vital y abierto, que resistirá el aislamiento y la parálisis, y que no dejará nunca de demandar libertad y democracia, como lo ha hecho a lo largo de su historia. Y que pugnará siempre para que no se olvide que por debajo de la losa de silencio que se trata de imponer, y por encima de la arbitrariedad cotidiana, está latente la rebeldía, que es la que al fin y al cabo se impondrá.

Las arbitrariedades llegan a volverse cómicas, pese a la cauda trágica que arrastran. Este es el único país del mundo donde los colores de la bandera nacional, azul y blanco, convertidos en símbolos de resistencia por la gente, están prohibidos, y exhibirlos o desplegarlos es penado con golpizas y prisión: como en una novela de Jorge Ibargüengoitia, a un ciudadano que pintaba las paredes de su casa de azul y blanco la policía le decomisó la brocha y los botes de pintura, y luego, manu militari, fue vuelta a pintar de verde y amarillo, colores que la autoridad estimó que la casa de este ciudadano debería tener: los gustos y colores están confiscados.

Que no se olvide, fuera de nuestras fronteras, que la empresa de televisión 100% Noticias sigue silenciada, sus oficinas y estudios ocupados por fuerzas policiales, y su director, Miguel Mora, pasó preso medio año en una celda de aislamiento.

Las instalaciones de la empresa de comunicaciones que publica el semanario Confidencial, y emite los programas de televisión Esta Semana y Esta Noche, también se encuentran ocupadas, y su director, Carlos Fernando Chamorro, fue forzado al exilio en Costa Rica, igual que otros periodistas de esos medios.

Los únicos dos diarios de Managua, La Prensa, y El Nuevo Diario, están siendo estrangulados por la retención arbitraria de papel y tinta en la aduana lo que los obliga a salir con un reducido número de páginas, y hace inminente el cese de su publicación.

Un país donde los jóvenes, con inmensa sabiduría y madurez, ha renunciado a la lucha violenta y buscan una salida democrática sin más derramamiento de sangre, merece ser escuchado, y no ser sometido al silencio y al olvido que la dictadura pretende, convirtiendo en normal lo anormal.

Lo que la gente quiere, y se impondrá al fin y al cabo, es un país con alternabilidad democrática, sin posibilidad de reelección, ni de sucesión familiar; donde los votos sean contados limpiamente, donde impere la separación de poderes, donde los jueces fallen de manera independiente, donde la política no sea el refugio de los mediocres, los actos de corrupción deban ser castigados, y todos puedan expresarse libremente; un país libre de la mentira oficial.

Y es lo que Nicaragua conseguirá.

 

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21 de agosto de 2019
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Joan Valent o la música del mar y su isla

Una hoja ligera y metafísica rasga los ojos. El llanto a punto de desbordarse sin saber si se trata de la felicidad o de la tristeza o de las cuerdas emocionales que sólo la música es capaz de tocar. Llevo un par de meses escuchando este disco todos los días y ha sido como un bálsamo y un llanto a la vez, una definición única de belleza. Tuve el privilegio de ver como Joan Valent lo escribía en la isla que es su casa que a su vez está rodeada de esa isla de fantasmas que se llama Mallorca. En su escritura volumétrica está el luto de su padre y el doloroso e inexplicable proceso de la orfandad, la experiencia visionaria de Ramón Llull y la cueva y luego la costa de donde partió hacia Túnez para terminar su Ars Magna; las piedras y acantlados de Robert Graves y su I´d died for you; la conexión que Valent tiene con el exilio español en México a través de Pedro Salinas (¿Serás amor un largo adiós que no se acaba? y Si me llamaras) y su guiño a Dylan Thomas (Do not go gente into that good nigh). Encerrarse en Poetic logbook es una declaración de amor al amor, pero también a la poesía y al olvido y al doloroso acto de tocarse por dentro para reconocer que siempre seremos la nostalgia de lo que ya no será. Somos nuestro propio cuaderno de bitácora y sus renglones son las cicatrices. Por días el escucha podrá tararear las letras como si le brotaran en la lengua, por días el escucha se abrazará al vértigo del cello y la marea de violas, violines y piano, para caer rendido ante la voz de Maia Planas mientras el misterio de la arena y el agua lame sus pies. Este es un conjunto de piezas donde uno es una estrella de cinco puntos y también es el mar.

         El único autor español vivo que ha grabado en la Deutsche Gramophon, abandonó aquellos años en que puso su virtuosismo al servicio del cine (¿Cuánto pesa su edificio señor Foster? de Norberto López Amado y Carlos Carcas, Las brujas de Zugarramundi de Alex de la Iglesia, El rey de la Habana de Agutsí Villarogna o Birdman de Alejandro González Iñárritu) para volver a sí mismo no en un trabajo personal sino en un ejercicio desgarrador que le ha dado a la música contemporánea un clásico y una nueva  carta de navegación.

 

 

 

https://www.youtube.com/watch?v=65grMYjdC4A

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20 de agosto de 2019
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Una palabra a liberar… no a repudiar

En plena agonía del dictador Franco, la revista francesa Esprit publicó un número titulado " Europa en política", centrado en cinco países: Alemania (texto escrito por Jürgen Habermans), Italia, Reino Unido, Francia y España. Hablando con el entonces director de la publicación sobre el tipo de abordaje en relación a nuestro país, me manifestó su sorpresa por el hecho de que en su primer viaje realizado, había encontrado una España muy diferente de la imagen pre-concebida. Esperaba encontrar una población resignada, temerosa y triste, y se encontró con una secuencia de pueblos, que se mantenía diversa en lo lingüístico, rica en sus expresiones culturales, muchas veces audaz en lo social y desde luego afirmativa y festiva. La impresión no era aislada. Muchos eran los que tenían el sentimiento de que el proyecto de sumisión que la dictadura suponía había fracasado en una dimensión esencial, y que de alguna manera no había encontrado en el cuerpo social la porosidad necesaria para calar en lo profundo.

Ello explica que para los emigrados (ya fuera por razones económicas, políticas o ambas a la vez), España fuera una causa a reivindicar, una España que cantaban poetas, evocaban músicos, y desde luego describían con amor escritores totalmente alejados de connotación ideológica con la dictadura. Había que arrojar lastre de muchas cosas que se referían a España. España era una palabra a liberar, no una palabra a repudiar. Liberar la palabra de connotaciones estereotipadas, que a veces suponían una auténtica traición a las costumbres y manifestaciones culturales de sus pueblos (paradigmático era ciertamente la abyecta instrumentalización de las tradiciones populares andaluzas), para que resurgieran las imágenes de una España serena en su cotidianeidad, conmovida en sus ritos y fiestas y desde luego indómita y resistente cuando precisamente los enemigos de todo lo que representaba quisieron verla en genuflexión. Imágenes que, en el París de mis años de estudiante, despertaban en tantos españoles un sentimiento de desarraigo que a su vez alimentaba el imperativo de lucha.

Muchas personas de aquel París han desaparecido, mas por eso mismo puedo evocarlas como testigos, en su vida y en su trabajo, de esta presencia de una España de la que siempre tendremos digna añoranza. Añoranza de una promesa no sustentada en el vacío, sino en una potencialidad, un objetivo de realización que respondía a un pasado y que se trataba de recuperar. Odiábamos el casticismo, el trazo grueso reductor de identidades plurales, la retórica patriota, pero amábamos profundamente a España... amábamos su lucha en el pasado y su resistencia a ser un pueblo de tiniebla. Todos éramos conscientes de que España sufría una humillación consecuencia de una gran derrota. Pero nos animaba respecto a España la misma confianza que teníamos respecto a tantos otros pueblos: bajo el manto de la mentira encubridora de la injusta realidad social, perduraba el rescoldo de una gran civilización y este rescoldo podría ser en cualquier momento avivado.

Ello hacía que la misma resistencia política fuera también cultural en el sentido fértil de la palabra: expresión de una simiente múltiple que se recrea; resistencia de un pueblo contenido en el duelo y luminoso en la celebración. Una España afirmativa en la que (con severo juicio sobre tantos aspectos de su pasado y su presente) merecía la lucha simplemente por poder vivir en ella. Vivir en cualquiera de los lugares de su cultura, con la aceptación por supuesto de lo que cada uno de ellos decidiera respecto al tipo de lazo con los demás, en una comunidad que lo sería simplemente porque se constituía en base a querer que lo fuera.

 

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20 de agosto de 2019
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A vueltas con la necesidad y el libre albedrío (v): los implícitos de un problema teológico

El asunto respecto al peso a acordar a la cultura en el devenir moral de la humanidad, del que me he venido ocupando en columnas recientes a partir de ciertos textos de Rousseau, va más allá de este filósofo (y de su polémica con Voltaire), pues en el mismo se vieron peligrosamente implicados muchos pensadores vigilados por la ortodoxia de uno u otro tipo. La atmósfera espiritual de una de estas ortodoxias tiene la siguiente transcripción teológica:

La razón (al menos la razón cognoscitiva) no sería fuente alguna de moralidad; en el mejor de los casos su virtud consistiría en adecuarse a esa moralidad natural que Dios nos acordó "graciosamente"; en el caso peor, la razón se erigiría en facultad dominante de la voluntad del infortunado, al que Dios habría dejado de mano. Conservar la gracia equivale a poner la razón en su sitio, subordinarla respecto a la condición natural. Adán y Eva no lo hicieron, y de tal mal uso somos por así decirlo herederos. Si haciendo el bien nos salvamos, no será en absoluto como consecuencia de nuestro libre albedrío sino, por el contrario, de que Dios nos protege de nuestra libertad, haciendo magnánimamente que perdure nuestro estado de gracia.

En el mundo social implícita o explícitamente determinado por referencia al cristianismo, esta visión tiene una inmediata consecuencia, a saber, que la mediación por las condiciones que la iglesia erige en imperativo de salvación es prescindible. Responder a las mismas es eventualmente inútil, pues todo en definitiva depende del lazo directo de cada uno con el hacedor. No estamos lejos del protestantismo luterano: sólo la fe (que en su libertad absoluta Dios otorga o deja de otorgar) salva.
Pero en la atmósfera rousseauniana que estoy evocando, estamos aún más cerca de un radical movimiento que se da en el seno de la propia obediencia católica y muy particularmente en Francia. No olvidemos que el vicario de Rousseau es savoyard, y que Savoya fue lugar dónde tuvo relevancia esa modalidad radical de competencia con la reforma calvinista que fue el jansenismo.

El clérigo holandés Corneille Janssens, o Jansen ( 1585 - 1638) se enfrentó a los jesuitas arguyendo las doctrinas de Agustín de Hipona y lanzó un movimiento espiritual que tuvo gran repercusión en el catolicismo y más allá. Uno de los puntos esenciales de las polémicas de los jansenistas es que sus adversarios otorgaban excesiva importancia a la libertad humana. Los jansenistas ponían en la diana fundamentalmente a las teorías del jesuita español Luis de Molina.

¿Que había pues de singular en las tesis de este filósofo, nacido en Cuenca y enviado por la orden como estudiante de filosofía a Coímbra, de cuya universidad llegó a ser profesor, tras haber seguido quizás las clases del entonces célebre Fonseca? Pues simplemente que Molina abordaba con gran originalidad un problema que recubre una interrogación esencial de la condición humana, a la cual se da en general respuesta negativa. El andamiaje escolástico del asunto era la doctrina de la predestinación, que a muchos parecía incompatible con la no menos canónica doctrina del libre albedrío. Pues si estábamos pre-destinados para el mal o para el bien, ¿cómo es posible que se nos atribuya responsabilidad alguna?

Tesis escolástica comúnmente aceptada era que, a diferencia de la nuestra, la inteligencia de Dios es susceptible de conocer exhaustivamente el futuro, y en consecuencia Dios sabía de toda eternidad si cometeríamos o no actos contrarios a su voluntad, sabía concretamente que podíamos (como Adán y Eva) hacer mal uso de nuestro razón. Pero, aun así, Molina pone el énfasis en nuestro libre albedrío y en un último recurso frente a la secuencia que nos llevó al mal:

Por pecadores que aun seamos, demandaremos la gracia, implorando que aquello que nos condujo al pecado no haya tenido lugar. Gracia que, de sernos acordada (la sinceridad de la petición sería criterio suficiente para el don), supondría intervención humana sobre el pasado, aunque no directamente sino... Dios mediante, pues la veracidad de la petición de gracia lo que hace es desencadenar la intervención correctora del Hacedor. La objeción es inmediata: sin duda Dios había previsto también si haríamos buen uso o mal uso de nuestra capacidad de implorar la Gracia, es decir, de nuestra potencia de intervenir en el pasado, con lo cual todo seguiría predeterminado... de ahí que no hubiera concordia entre los protagonistas de la discusión, a la que el Papa puso fin, acabando por suprimir la Congregación creada ex profeso para decidir sobre el asunto.

¿Qué es, en suma, lo que no gusta a los jansenistas en Molina? Pues en esencia lo siguiente: el hombre gozaría de capacidades que relativizan la potencia de Dios; pues si hacemos buen uso de ellas, ni Dios mismo podría impedir nuestra salvación. Frente a Molina, y apoyándose en interpretaciones de los textos de San Agustín, los jansenistas repudian todo lo que no sea asunción de estar en manos de una voluntad sin limitación posible, ese Señor implacable e imprevisible que "exige dónde no ha dado y recolecta dónde no ha sembrado" de la parábola de los talentos, y tan presente en las máximas de Lutero en "La Esclavitud de la voluntad": 

"Es obvio que las malas obras ofenden a Dios. Lo importante es que las buenas tampoco le satisfacen. Merecen su ira, no su favor". Y en otro momento, al constatar que dios condena en ocasiones al que creíamos honesto y premia al que estimábamos malvado escribe: "No nos incumbe investigar por qué lo hace".

En el siglo de Rousseau y Voltaire las doctrinas jansenistas habían sido proscritas en el seno de la iglesia católica: en 1713 el Papa Clemente XI había realizado una condena formal de 101 proposiciones jansenistas y en 1718, a través de una nueva bula, ya decididamente excomulgó a sus defensores. Pero el anatema por parte del Vaticano no suponía que el espíritu jansenista dejara de estar presente dentro de la iglesia y fuera de ella. Pero ¿qué sostenía en esencia el jansenismo? Pues, como ya indicaba en una columna anterior, que hubo un momento en el cual el hombre gozaba de la Gracia divina en un estado de perfecta armonía con la naturaleza, sus semejantes y el propio hacedor. De tal situación el hombre cayó...según el mito bíblico por sucumbir al deseo del conocimiento (árbol de la ciencia del bien y del mal), en la filosofía rousseauniana por razones más complejas.

Sin duda esta aproximación tiene sus límites. De hecho en 1762 los jansenistas están en el origen de una de las persecuciones a las que se vio sometido el pensador de Ginebra, pero como señala la estudiosa Monique Cottret ( « 1789-1791: triomphe ou échec de la minorité janséniste? », Rives nord-méditerranéennes, 14 | 2003, 49-61) fueron muy sensibles a ciertas ideas rousseanianas, entre ellas la de la voluntad general. El propio Rousseau confiesa que, pese al espanto que le provocaba la dureza de la teología jansenista, la lectura de Port Royal y del Oratorio habían hecho de él un semi-jansenista.

Nada más cercano a la visión jansenista de la vida como una potencial y muy probable condena...nada más alejado de la afirmación vital que (pese a su lucidez) atraviesa toda la obra de Voltaire que esta afirmación ya citada anteriormente: "Lloraba y suspiraba a propósito de cualquier nimiedad, sentía que mi vida se escapaba sin haberla degustado".

Habrá ocasión de volver sobre el tema en próximas columnas.

 

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6 de agosto de 2019
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En las patas de los caballos

El tema de la relación entre novela y política difícilmente se agota en América Latina. En la recién pasada Feria Internacional del Libro en Lima, me tocó subir dos veces al escenario para unas conversaciones literarias donde el contenido terminó siendo el mismo, o parecido: tanto en Los paraísos narrativos, con Mario Vargas Llosa, bajo la mediación de Patricia del Río; como en ¿Existe la novela política?, con J.J. Armas Marcelo, moderada por Clara Elvira Ospina.
 

Mi primera reflexión, en base a aquel doble ejercicio, es que desde muy temprano del siglo diecinueve aprendimos a ver la historia como epopeya; y a partir de entonces comenzó a ser tarea difícil fijar la distancia entre historia y literatura, bajo el fragor y los relámpagos de la epopeya, hasta que esa delgada línea de separación entre realidad y ficción quedó desvanecida.

 Los libertadores arrastraron imaginación e historia en las patas de los caballos. Lo inconmensurable, lo exagerado, es la medida que siempre busca la imaginación para el crear el asombro: en una trivia ideada por la BBC de Londres, se declara a Bolívar el americano más importante del siglo diecinueve: 

Cabalgó 123.000 kilómetros, más de lo que navegaron Colón y Vasco de Gama sumados juntos, diez veces más que Aníbal, tres más que Napoleón, y el doble de Alejandro Magno. No vivió más que 47 años pero fueron suficientes para pelear 472 batallas, viendo la derrota sólo seis veces; en 25 estuvo en riesgo de muerte, y liberó seis países.
 

Pero de las estadísticas gloriosas tenemos que pasar a las vidas humanas, los seres vistos en su individualidad, y así abrirnos paso hacia el territorio de la novela, donde el documento adquiere fulgores irisados, porque es ya el dominio de la imaginación; reconstruir vidas, y por tanto heroísmos, visiones, ambiciones, pasiones, celos, mezquindades. Traiciones.

La novela convierte a las personas en personajes. La singularidad se basa en lo extraordinario, no pocas veces en lo imposible, en todo aquello que resulta perturbador porque se sale del común. Capitanes desquiciados que buscan un absurdo, como Ponce de León la fuente de la eterna juventud, convencidos de que lo que otros han imaginado es la verdad, y pueden mover una flota entera tras una mentira.
 

Héroes obsedidos por una idea libertaria, como Bolívar, cabalgando sin tregua, decididos a romper el yugo, unir países que surgen a una vida nueva, y que ya al nacer son díscolos, ingobernables, y al final del camino sólo espera la decepción de haber arado en el mar, frase de personaje de novela como no hay otra.

 Pero el individuo que busca, no se encuentra a sí mismo, y muere generalmente en derrota, lejos de aquello que buscaba. Muertos de gangrena por causa de una flecha envenenada, como Ponce de León, o en la soledad del ostracismo, rumiando la desventura del fracaso, como Bolívar. 

Por eso mismo es que la historia se puede leer como una novela, o ser reconstruida como novela. La Florida del Inca, escrita por el Inca Garcilaso, es una novela, como lo es la Verdadera Relación de la Conquista, de Bernal Diaz del Castillo. Y sin esta visión de la historia como novela, no serían posibles El general en su laberinto, de García Márquez, ni La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa.
 

 La galería de personajes es infinita. Pero si me dieran a escoger a uno de entre tantos, me quedo con Francisco de Miranda. Sus diarios son eso, una novela fascinante que se lee sin respiro. Es el más exuberante de entre todos los héroes de a caballo, el más apasionado y el más apasionante, guerrero, trotamundos, aventurero, seductor.

No hay escenario de su época donde no hubiera estado, como testigo o protagonista. Capitán del ejército español, espía de la corona inglesa, perseguido por la inquisición por lector voraz, Mariscal de Campo en Francia bajo la revolución, consejero de Catalina la Grande en Rusia, luchador por la independencia sudamericana, entregado al final de su vida a las autoridades de la corona española, el propio Bolívar de por medio, y llevado prisionero a Cádiz donde murió en las mazmorras víctima de un derrame cerebral.

Novela política, novela histórica, no existen como tales, o si existen no se salvan como géneros literarios. Existen hechos extraordinarios, y protagonistas singulares, que la historia pone a disposición de la novela, la cual, en último caso se alimenta de la realidad para crear otra paralela. Pero esta otra es ya criatura de la imaginación, no de la relación rigurosa y fehaciente de los hechos, lo que a la postre viene a resultar siempre aburrido.

Y cuántas historias para ser contadas no nos ha dado ya este siglo de caudillos iluminados, reyes del narcotráfico que se solazan en el poder del dinero y de la muerte, y democracias hundidas bajo el peso de la corrupción. Un siglo sin héroes, bajo el fulgor luciferino de lo siniestro.

 

 

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5 de agosto de 2019
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Presentación singular

Inicia Borges el relato "Sobre el Vathek de William Beckford", incluido en Otras inquisiciones, diciendo que Wilde atribuye a Carlyle la siguiente broma: ‘una biografía de Miguel Ángel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Ángel’. Pues bien, Carlos Jiménez Arribas, tras la presentación de Ciudad propia. Poesía autorizada, el jueves 8 de febrero de 2006 en la librería Central del Raval de la ciudad de Barcelona, comentó que ‘nunca había participado, ni asistido, a la presentación de un poemario en la que no se leyera algún poema’. En la presentación, además de Jiménez Arribas y el autor, intervinieron Félix de Azúa, Javier Ozón Górriz y Ulises Ramos, este último representando a Artemisa Ediciones. Una aproximación a lo acontecido en dicho acto lo relata Feingeschliffen en su blog: ‘Ayer (...) tuvo lugar la presentación del libro Ciudad propia. Poesía autorizada, de Francisco Ferrer Lerín (...) que recopila los tres volúmenes de poesía escritos por Ferrer Lerín a lo largo de su vida. (...) Un orador tan fino como Félix de Azúa, amigo personal de Ferrer lerín, prefirió leer su intervención, cosa que sólo hace cuando su admiración por obra y autor son excepcionales. El acto fue muy barcelonés, todos se conocían y saludaban, los jóvenes llevaban gafas de pasta, las jóvenes eran realmente guapas, las mayores eran realmente feas y vestían muy modernas y Joan de Sagarra (que no saludó a nadie al entrar ni al salir) se sentó en la primera fila. Francisco Ferrer Lerín es un maestro de las palabras y, como habrá notado quien le haya leído, tiene un sentido del humor sensacional. Tras las alabanzas que le dedicaron los tres presentadores, el escritor pasó simplemente a relatar un par de hilarantes anécdotas vividas hace muchos años y que, si aparentemente muy poco o nada tenían que ver con la poesía, sí que tenían que ver con ella en la singularidad de su mente.

 

 

 

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4 de agosto de 2019
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Frontera

A la mayoría de nosotros la palabra “frontera” nos evoca una barrera física (por ejemplo una alambrada) que parte nítidamente en dos un territorio que muchas veces era uno solo…hasta que alguien tuvo la ocurrencia de dividirlo. El paradigma podría ser ese aborrecible Muro de Berlín que Donald Trump parece querer emular  ahora para impedir la llegada de sus aborrecidos hispanos. Pero frontera  también puede referirse a un territorio inmenso, de límites físicos imprecisos  y abierto a los cuatro vientos, razón por la cual está expuesto a la irrupción de toda clase de pueblos, culturas e ideologías que pugnarán por imponerse a las demás,  generalmente por la fuerza del arma.

                En el caso de Europa su frontera oriental (Asia) es una gigantesca franja que va de Siberia al Mediterráneo y cuya delimitación ha costado incontables y ancestrales conflictos bélicos, con el agravante de que ni siquiera han podido fijarse todavía sus límites de forma estable. La zona norte de esa inmensa frontera, es decir Rusia y los territorios que integraban la extinta Unión Soviética nos resultan menos conocidos debido a la lejanía y a la proverbial renuencia de las autoridades soviéticas a dar noticia de sus conflictos internos, aunque si alguno de ellos ha salido a la luz pública (pongo el caso de Chechenia, sin ir más lejos)  las noticias que llegan desde allí suelen ser atroces.

Tradicionalmente, los conflictos ocurridos en la zona sur de la frontera euroasiática han tenido como epicentro los Balcanes y sus vecinos más inmediatos: Bulgaria por el norte y Grecia y Turquía al sur. La autora de Frontera, Kapka Kassabova nació en la esquina de Bulgaria donde confluyen también Grecia y Turquía, ocupando esos tres países un territorio conocido en la Antigüedad como Tracia. En 1989, cuando debido a la caída del Muro de Berlín se desmoronaron las URSS y el entramado de países que formaban el llamado Telón de Acero, los padres de Kapka Kassabova aprovecharon para emigrar a Nueva Zelanada, aunque más adelante ella se trasladaría a Escocia. Al cumplir los 30 años Kapka Kassabova decidió que había llegado el momento de regresar al escenario de su infancia y aprovechar la actual libertad de desplazamiento para conocer las zonas situadas al otro lado de las fronteras con Grecia y Turquía y que tantas vidas y sinsabores les había costado a quienes trataron de traspasar clandestinamente  esas  barreras.

El presente libro es el resultado de los vagabundeos de la autora por aquellos parajes. Casi sin proponérselo, pues más que un ensayo histórico formal es el recuento de incontables horas pasadas en cafés, posadas, carreteras que no llevaban a ninguna parte o incursiones por bosques impenetrables, la autora recrea en las conversaciones con unos y otros los paisajes y las vidas de  cuantos le van saliendo al paso. Y el recuento es alucinante porque sus interlocutores (taberneros, pastores, guardias fronterizos, poetas o viajantes de comercio),   tienen casi todos una característica común: son como  náufragos que han quedado varados en pueblos deshabitados debido a la descabellada política étnica  llevada a cabo por las autoridades de los tres países vecinos. A veces eran antiguos pueblos búlgaros que por aquello de la redefinición de fronteras pasaron a pertenecer a Turquía y fueron obligados por las autoridades de su nuevo país a regresar a su origen, con el agravante de que al no acomodarse en su nuevo asentamiento porque los consideraban turcos, al tratar de volver a sus casas se encontraban que éstas habían sido ocupadas por “griegos” de origen búlgaro también expulsados de sus hogares. Pero como  los  intercambios forzosos de unos territorios a otros ha sido una práctica habitual, el resultado es que la autora nunca sabe lo que va a encontrar a uno u otro lado de las fronteras, aunque casi todos tienen otra característica común: suelen aferrarse a su lengua y sus tradiciones y creen fervorosamente en los mitos y supersticiones de sus ancestros porque parece como si tales señas de identidad fuesen la única certeza que les cabe en una vida sin esperanza de mejora y que transcurre al límite de la miseria. Incluso se encuentra con una pareja acomodada y propietaria de una buena casa  que tienen en venta porque sueñan con poder instalarse algún día en Marbella. Es alucinante la capacidad del ser humano para infligir dolor y asumir las consecuencias de sus desmanes.

 

Frontera

Kapka Kassabova

Traducción de Cristina Lizarbe

Arma/enia.

                 

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3 de agosto de 2019
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Necesitamos vacaciones

La ola de calor terminó por reventar las cremalleras con las que pretendíamos resistir sin arrugarnos. Histriónica y desmedida, hinchó las carpinterías metá­licas, descolgó clavos de estanterías y reblandeció toda exigencia. De la misma manera que la muerte, la playa o la sed, el calor es de lo más democrático. Nos iguala y nos desmonta el cromo de quienes creemos ser: el rostro brilloso, ­sudado, la ropa malmetida, el paso desmayado, el jadeo cuando parece que no ­podremos seguir aguantando. Pero aguantamos. El umbral de tolerancia se empequeñece a medida que el verano se desviste. Mal soportamos a nuestros políticos airados, a nuestros famosos y sus bodas de quita y pon, a nuestros abogados, a la rémora de asuntos farragosos. “No puedo más”, repetimos, pero seguimos tragando lo que viene, la contrariedad servida en el desayuno, el desengaño nacional estampado en el periódico. Y suman a la colección de microdecepciones cotidianas que padecemos: la avería del aire acondicionado, el overbooking ya en chanclas y sin otro plan B que el de resistir y obligarnos además a ser decentes, eso es, paciencia, comprensión y buena cara.

El calor ensucia y pudre, pero aún y así lo ansiamos cada año porque con él llegan músicas y mares, y alguna noche en la playa donde atisbamos colores que jamás habíamos visto mezclarse. Durante el curso nos hemos demorado en encontrar un nuevo sentido a lo que hacemos. Además, nos hemos cuestionado –a nosotros mismos y a nuestros ellos– deseando escapar, no de un despacho o una familia, sino en general: hacernos invisibles, aunque se trate de esa vieja fantasía infantil que no se fue del todo.

“Querías un mar que nunca embraveciera. Pretendías llevarte bien con todo el mundo, no causar molestias, no pedir nada a nadie. Pero no se le pide al mar que no se enfurezca”, leo en las páginas de Donde me encuentro (Lumen). Su auto­ra, Jhumpa Lahiri, parece escribir sobre una sábana blanca. Son esos momentos los que buscas, la reparación del verano a pesar de que sus ardores emboten igual que la fiebre. Espacios en blanco, sin urgencias, donde es más lo que te desviste que lo que te viste, y así se renuevan las ilusiones. Nos decimos con solidaridad: “Necesitamos vacaciones”. Basta esa frase para anunciar la necesaria interrupción de la rutina. Dejaremos fluir las horas, pero también habrá tráfico, electrodomésticos que se nos resistan, tormentas que aguarán el día de playa, turistas bárbaros que destrozarán rincones de belleza... El sudor mezclado con aceite de coco. Cuánto anhelo expresamos en el deseo de apagar el botón, incluso sin saber muy bien cuál de ellos, como en los endemoniados cuadros de luces de los hoteles. Felices vacaciones.

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31 de julio de 2019
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La especie

Hacía un siglo que no pisaba una piscina populosa. Este año pude hacerlo y me ha quedado un cálido sentimiento de ternura. En las piscinas de los grandes hoteles se junta una muestra exacta del género humano en versión democrática. Casi desnudos, sin máquinas que los distingan, los teléfonos son todos iguales y los clientes del hotel, también.

El espectro es antropológico. Van primero los niños chiquitos, sin movilidad, frágiles, agarrados a sus madres y con los ojos muy abiertos. Vienen luego los niños propiamente dichos, lo mejor de la especie, los cachorros prístinos, perfectos, vivísimos. Son originales, imprevisibles y escandalosos. No lo hacen adrede, pero molestan todo cuanto pueden. Sus padres sueltan incoherencias como: "¡Ven aquí, que te voy a dar un azote!", y los niños van, aunque sea haciendo mohines. ¡Como lluvia de estío!

Lo que sigue son los adolescentes, arrogantes, tímidos, incompletos, soberbios, aplastados por su inseguridad y por la obligación que les ha caído de golpe: seducir. Lo intentan, aterrados por el fracaso, pero cuando se sosiegan son la belleza misma. Sus padres, que se los miran con temor y orgullo, soportan ahora la carga más desgraciada, tienen que dar de comer, vestir, cobijar y contentar a toda la familia. Tarea ímproba y sin reconocimiento. Todos son iguales, aunque ciertos caracteres secundarios distingan a un ruso (un tercio de carne más) de un italiano (fino, moreno, peludo), son diferencias triviales. Y luego ya, en el último tramo, los abuelos, tipos sin futuro, sin agobios, sin angustias, a quienes todos ignoran menos los niños, y eso les basta.

Hay que reconocerlo. La especie humana es admirable y magnífica solo cuando está en pelotas. Gocen de la piscina y hasta septiembre. 

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30 de julio de 2019
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El Boomeran(g)
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