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Flor de Lotto / VII

VII. La Corleonetta.

Su nombre es Apolonia y tiene mala fama. Nadie lleva la cuenta de los guapos sin sesos que alguna vez quisieron seducirla y acabaron marcados, como bueyes; si bien se habla de docenas de torpes. Ojos verdes, labios carnosos y una expresión que igual puede ser dulce o dura, según los altibajos de un temperamento que por regla rechaza los pronósticos. Puede ser asimismo ardiente o gélida, dependiendo del día, el lugar y el imbécil que la piense a sus pies.

     Apolonia, hija única del no menos escurridizo Alejandro Zarur Medinacelli, no se siente a disgusto con su nombre de pila -muy rara vez se cansa de contar que su padre la bautizó a partir de la esposa siciliana de Michael Corleone-, pero apenas permite a unos cuantos llamarla de ese modo, con frecuencia por tiempo limitado. Contra lo que los primerizos suelen suponer, prefiere que la llamen por el apodo que desde adolescente le colgó su padre, y a sus oídos rebosa autoridad. De ahí que hasta sus guardaespaldas la llamen "señorita Corleonetta", con la cabeza gacha y una mansa disposición al maltrato.

     Convendría insistir: sabe ser dulce. Como lo fue en el club de Miami Beach, durante la noche corta en que hábilmente se hizo perseguir por el tal Segismundo Andersón. Un pelmazo enamoradizo que en dos patadas la llevó a su departamento, y no bien pretendió embestirla con un beso recibió el choque eléctrico que sin más trámites lo dejó desmayado. Fue también ella quien se encargó de ponerle la primera inyección, amarrarle las manos a los tobillos y entregarlo a los dos empleados de su padre que lo llevaron del noveno piso en Key Biscayne al aeródromo en Marathon, metido en un costal.

     -¿Cómo te llamas, sweetie? -se acercó Segismundo, creyéndose agresor. Tiene la Corleonetta la habilidad histriónica de parecer bocado fácil a ojos glotones.

     -Como tu gustes, hottie -susurróle al oído la interpelada, que de ahí a Biscayne Boulevard se nombraría únicamente Sweetie.

     Andersón no ignoraba el prestigio fatal de la Corleonetta, pero estaba muy lejos de pensarse lo bastante importante para ser candidato a tropezar en sus redes, o siquiera llegar a verla en persona. Sabía, en todo caso, que la diva mentada vivía con papá en la ciudad de México y, según afirmaban los atrevidos, hallaba un regocijo incomparable en mordisquear habanos y apagarlos sobre la baja espalda de sus fugaces amantes. Ninguno de los cuales, tal parece, ha logrado arrancarle una sola palabra de afecto.

     Una vez despachado el bulto hacia Tecamachalco, la Corleonetta dormiría sola en el apartamento de Biscayne Boulevard y pasaría la mañana siguiente gastándose en las tiendas de Bal Harbour hasta el último de los cinco mil dólares que encontró en el buró de su anfitrión. Tiene ese defectillo, la niña de Don Alex. No le faltan recursos, pero igual que su padre sabe encontrar lujuria en lo malhabido. Sabe también adelantarse a las quimeras ajenas, por eso no le cabe ni la mínima duda de que el tal Segismundo más temprano que tarde va a preguntar por ella.

Mañana en FLOR DE LOTTO: VIII. Dime algo que no sepa.

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12 de agosto de 2008
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La resurrección de los cuerpos

Rafael Argullol: Sustituyen en casos la auto-escultura por una especie de monigotes universales todos iguales, altamente difundidos a través de grandes campañas de propaganda y publicidad. De ahí que tenga algo muy angélico y demoníaco este negocio.

Delfín Agudelo: En cuestiones de cambios estéticos, hay un ejemplo que me gusta mucho y lo veo a veces en la televisión. Trata del programa que consiste en la transformación de alguien que tiene problemas de dentadura, de visión, en el rostro, de peso, etc, y luego de someterla a variadas operaciones, la convierten: su cuerpo es otro. No es solamente el cambio, sino la manera como la devuelven al mundo, puesto que organizan una fiesta, invitan a su familia y amigos a participar del renacer.

R.A.: Mientras te estaba escuchando recordé una viejísima cuestión teológica, que es cómo serían los cuerpos en el momento de la resurrección de los cuerpos. Esa cuestión teológica implicaba la cuestión moral y psicológica, porque dependiendo de cómo sería el cuerpo en el momento de la resurrección, cómo te recibirían los demás. Como en tantas otras cosas, nuestra televisión y medios de comunicación están asumiendo en nuestra época muchísimas funciones sacerdotales anteriores. Han llegado a tal refinamiento en sus propósitos que plantean la resurrección de los cuerpos. Estas pobres personas de las que me hablas, que salen en este programa, son recogidas en estado terminal desde el punto de vista de la belleza considerada por la sociedad, y comienzan un proceso de reconversión frankensteniana, son de nuevo ofrecidas a sí mismas y a los otros como resurrectos.

Ahora bien, como esa resurrección no ha sido dominada por ellas mismas, cabe preguntarse qué ocurrirá no con los otros sino con ellos mismos. No me pregunto tanto qué ocurre con el marido o con la novia, o esposa o padre del resurrecto o resurrecta; me pregunto qué está ocurriendo en su interior. Es una vieja cuestión teológica pero también es una vieja cuestión de las leyendas y de los cuentos. En la mayoría de las culturas está la leyenda y folclore de la horrorosa bruja, o de la rana asquerosa, del sapo que en realidad era una princesa, o también de cualquier monstruo que se convierte en príncipe azul. Claro, cuando eres pequeño te fascinan mucho esas metamorfosis. Pero cuando eres adulto piensas en el momento en que de bruja pasa a princesa, con una gran belleza. ¿Qué ocurre en tu interior? ¿Eras bruja o eras princesa? Esa es la cuestión.

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12 de agosto de 2008
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La música y la atmósfera

Si Mallarmé fuera significante apto a designar la atmósfera inmediata en la que el niño encuentra un mundo, si desde el vientre materno experimentara ya los efectos de la vibración acústica propia a la veracidad de la palabra... desde luego ese niño sería fóbico al sonido perturbado que supone no ya la música ambiental, sino el discurso ambiental.

Música ambiental, en ocasiones de la llamada culta, que el usuario del ferrocarril de cercanías se ve forzado a escuchar, más o menos distraídamente, en el cotidiano ida y vuelta marcado por un trabajo embrutecedor para el que dicha música apunta a ser un lenitivo espiritual, una suerte de evasión consoladora. El cuarteto de Schubert se alterna con una romanza de Beethoven, intercalándose a intervalos la megafonía informática, o el ruido de la puerta que separa dos vagones.

O bien música de otro orden, usurpadora del término popular, que acompañada de imágenes indigentes nos sirve ese bidimensional foco permanentemente vivo que hace de nuestro nicho cotidiano un simulacro de hogar. Música, esta última, que apela simplemente a nuestra pereza; apela a esa letal inclinación por la que el espíritu se limita a iterar contenidos que un día tuvieron quizás cierta frescura. Música, simplemente que, en lugar de incentivar nuestro juicio perceptivo, nos ancla en ancestrales prejuicios, es decir, en lo ya cosificado y fosilizado.

Música letal para nuestra exigencia espiritual, acompañada de palabras no menos letales. Palabras que son mero eco de un momento esterilizador del desarrollo individual: ese momento en el que los niños abandonan la interrogación sobre lo que, en el entorno, es causa de estupor, complaciéndose en la repetición mecánica, que despoja de todo mordiente a lo que  lo un día fue descubrimiento, exactamente del mismo modo que la iteración anula la fuerza de un chiste.

La música y la palabra (siempre bajo el postulado de que, en la atmósfera prístina ambas son indisociables) sólo son legítimas si usan lo dado como trampolín para síntesis irreductibles a toda composición ya dada. Esto tiene su corolario respecto al acto concreto de la composición, a saber, la exigencia de sintetizar a partir de elementos y no  a partir de algo que ya constituye síntesis; o si se quiere: imperativo de no sintetizar con frases hechas. Tal es, desde luego, la exigencia absoluta, ya se trate de elementos musicales o de fonemas, es decir de los dos aspectos nucleares e indisociables de la palabra.

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11 de agosto de 2008
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Los jueces de la avena Quaker

Otra vez los jueces de la avena Quaker sientan en el banquillo de los acusados a un reo de lesa moral, el ex senador John Edwards, precandidato del partido Demócrata en las recién pasadas elecciones primarias que terminó por ganar Barack Obama. /upload/fotos/blogs_entradas/quaker_med.jpgDigo los jueces de la avena Quaker, por el cuáquero que aparece en el membrete de la lata, vestido a la usanza de aquellos puritanos de atuendos oscuros y sombreros aludos que se encargaban de vigilar que el pecado no contaminara a los justos. Ninguna clase de pecado, ni los consabidos pecados mortales que merecen siempre el fuego del infierno, ni los veniales, aunque se tratara de pensamientos que nunca llegaran a resolverse en la acción, como eso de mirar con codicia al hombre o la mujer ajena, ya no se diga imaginarlos desnudos.

John Edwards, con cara de galán de cine un tanto envejecido, ha tenido que comparecer ante las cámaras de la ABC News para confesar sus culpas sexuales, y tratar de expiarlas ante el santo tribunal de la opinión pública. Su delito consiste en haberse liado en un amorío con una dama cuarentona llamada Rielle Hunter, a la que contrató para su equipo de propaganda como realizadora de un documental de campaña. Y para defenderse de sus jueces, el reo declara que nunca estuvo enamorado de ella, y que tampoco es el padre de una criatura a la que Rielle dio a luz en fechas que lucen concordantes.

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11 de agosto de 2008
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La melena

La cabellera constituye a la Mujer misma, decía Roland Barthes. En las religiones, a la mujer se la requiere para recoger sus cabellos antes de entrar en los templos como una acción destinada a borrar su sexualidad./upload/fotos/blogs_entradas/eva_longoria_cuenta_que_su_marido_le_cort_el_pelo_med.jpg El sexo se anula en el espacio sacro mediante la ocultación de la cabellera profana que, de otra parte, según Freud, sería, convertida en trenza, otra suerte de falo que la norma religiosa castraría para impedir toda lujuria y su impuro placer. 

Incluso examinados más superficialmente, la cabellera y sus peinados constituyen el principal accesorio de la mujer, el complemento central  por excelencia. El pelo y el peinado son tan decisivos para las mujeres que el mundo se encuentra poblado de peluquerías para su atención y arreglo; y la melena, no sólo el pelo raso, trasciende por completo el mundo del aderezo para convertirse en una enseña de la feminidad.  Es así coherente que las lesbianas, orgullosas de su identidad y de su proclama,  busquen abolir este signo cortándose radicalmente el cabello. No haciendo uso, en suma,  de la melena como bandera que, en el código general movería a confusión y errores en la interpretación del gesto.  

Porque en  los gestos, la melena desempeña un importante papel de instrumentación en el arte de la seducción femenina y de la seducción en general. Ella realiza la función paradigmática de enseñar y  ocultar, el juego de fragmentar la imagen y hacer más deseable el objeto a través de las punzadas de lo entrevisto, el rostro que se deja a medias contemplar y se reserva, siendo la melena el telón y directa porción del espectáculo. Puertas  que se entornan, cortinas que descorren parcialmente, sombras que celan y encelan el objeto velado. Las mismas caricias prestadas a la melena poseen también este mix equívoco mezcla de dulzura y de agresividad, de suavidad y crimen que viene a ser la primaria receta del erotismo. Erotismo que muerde y besa la carne,  lamida como una miel y aspirada como una droga. Pieles que deliciosamente se aman juntas en un silencio infinito o que aproximadas estallan en una ensordecedora  flama.  

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11 de agosto de 2008
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Con vistas desde el exterior

/upload/fotos/blogs_entradas/medio_sol_amarillo_med.jpgAyer volví a pecar y leí un cuento escrito por una joven tan lejana como su nombre, Chimamanda Ngozi Adichie, la historia de quien pudo ser su abuela en algún lugar del sur de Nigeria.

Me asombra que la literatura pueda infiltrarnos en almas por completo ajenas y nos deje vivir allí dentro. Es como si tomáramos el domicilio de unos nativos de otro espacio. No hay baños, ni cocinas, ni alcobas, sino la sala de las fiestas y la sala de los llantos, el cuarto de la tierra y el del agua, el lugar de la soledad y el de la reunión. Entonces constatas que nuestra alma es un invento de artífice desconocido. El célebre demiurgo, el gran arquitecto, no es sino el océano de signos y palabras que nos da forma, o mejor, en el que nadamos sin saber que estamos sumergidos. Yo me he visto a mí mismo desde el alma de una abuela subnigeriana y he constatado que soy raro.

La reacción usual es tratar de adaptarse al otro, digerirlo y asimilarlo. Lo tengo por un ideal propio de sociedades satisfechas de sí mismas. Me temo que oculta la exigencia de que todos seamos iguales. A pesar de ello, se entiende la disposición: es terrible que haya gente diferente a uno mismo, sobre todo en países tan gregarios como los nuestros. Los europeos hemos impuesto un alma cristiana, científica y técnica a todos los pueblos del planeta. Y también un modelo de libertad basado en el número, la proporción, el cálculo estadístico al que llamamos democracia. Los pueblos del África subnigeriana no participaban de esta concepción matemática de la libertad, lo cual no impide que vivieran con la misma emoción que nosotros el momento de tomar decisiones libres. En este cuento, el madurado día en que la viuda Nwambgba decide entregar a su hijo a los misioneros católicos para que le enseñen inglés, lengua que da poder. Decisión libre que trae consigo, al cabo de muchos años, el regreso de su nieta desde una universidad británica al poblado, con la intención de cambiar su nombre, Grace, por el de Afamefuna y de ese modo recuperar un alma momificada en los libros de antropología.

Artículo publicado en: El Periódico, 9 de agosto de 2008

Enlace de interés: Lista de diez libros que cambiaron la vida a 100 escritores en español (El País Semanal, 10 de agosto de 2008)

 

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11 de agosto de 2008
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Medalla de oro y bronce

Juegos de Pekín. Sábado por la mañana. Samuel Sánchez gana su y nuestra primera Medalla de Oro olímpica. Su entrada en la meta fue emocionante y me alegro por él porque es un luchador que hasta ahora no ha tenido fácil ganar. No es mal comienzo para sí mismo y para el resto de deportistas españoles, porque con la moral alta es más fácil hacer grandes cosas, de hecho el deporte español ha viajado a China con la vitrina bien repleta de triunfos. Pero también es muy importante intentar ganar cuando se tiene la moral baja, cuando no te viene todo rodado, cuando las cosas no salen como se supone, cuando todo el mundo espera que el triunfo sea para otro. Entonces ganar sabe a gloria porque no sólo se ha entrado el primero, no sólo se tiene la mejor marca, sino que se le ha dado la vuelta a la realidad y eso es muy saludable. Es algo que sucede con menos frecuencia de lo que parece porque la mayoría de las veces no esperamos que ganen los mejores sino los ganadores.

Juegos de Pekín. Domingo por la mañana. Segunda medalla. José Luis Abajo gana la Medalla de Bronce, la primera para este deporte en unos Juegos Olímpicos.

Ojalá que sigan las sorpresas.

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11 de agosto de 2008
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El hombre almohada, o el nuevo Fausto

The Pillowman me llenó de curiosidad desde que leí en el New York Times la crítica de la versión de Broadway, con Billy Crudup en el papel de Katurian. Ya había registrado comentarios interesantes respecto de su autor, Martin McDonagh, debidos a sus obras anteriores (la trilogía de Leenane, y también The Lieutenant of Inishmore), haciéndome la debida anotación mental para echarle un vistazo apenas pudiese: irlandés, con debilidad por las historias violentas y llenas de humor negro, McDonagh jugaba en el patio central de mis intereses estéticos.

Hace pocos meses me compré en Londres la edición en libro de The Pillowman. La leí de un tirón. Me dejó un sabor agridulce. Eso ocurre muchas veces cuando uno se crea demasiadas expectativas en torno de una obra. Suele ocurrir que esa obra -libro, película, drama teatral- no sea exactamente lo que uno se imaginó que sería. El único problema grave, en todo caso, ocurre cuando la obra en cuestión no es lo que uno esperaba, pero tampoco es ninguna otra cosa válida o interesante. Ese no fue el caso de The Pillowman. Pero sólo terminé de entenderlo anoche, viendo en Buenos Aires la puesta de Enrique Federman producida por Daniel Grinbank.

El atractivo de The Pillowman ya me había quedado claro desde aquella crítica en el Times. Katurian -allí Billy Crudup, aquí Pablo Echarri- es un escritor de cuentos terribles, casi inédito (tan sólo le han publicado una historia, en un medio gráfico de oposición al régimen), que es detenido por la policía cuando alguien empieza a imitar sus relatos oscuros en la vida real. McDonagh ubica la obra en un tiempo y en un país indeterminado, pero la recurrencia a nombres de origen eslavo (Katurian, Tupolski, Michal) sugiere Europa Central, y la omnipresencia de un Estado dictatorial recuerda los años de la dominación soviética. Pero para cualquier argentino mayor de 30, el escritor sospechado, las fuerzas policiales todopoderosas y su debilidad por la picana eléctrica no pueden sino remitir a nuestra propia experiencia dictatorial -y producir el escalofrío correspondiente.

/upload/fotos/blogs_entradas/pillowman.3jpg_med.jpgLeyendo el texto de la obra, sentí la misma inquietud del interrogador Tupolski frente a los cuentos de Katurian: me pregunté de manera incesante cuál era su tema. ¿La cuestión de la libertad de expresión bajo un sistema opresivo? ¿La crítica a una sociedad paternalista que de una manera u otra nos convierte a todos en (ex) niños abusados? ¿Una reflexión sobre la compulsión de todo creador, que privilegia la supervivencia de su obra a cualquier lazo humano? ¿Todo lo anterior a la vez? ¿O era apenas un endeble andamio teatral que McDonagh utilizaba para shockear al espectador -la experiencia de ver Pillowman es fuerte- mientras vierte sus propias, ominosas historias por la boca abierta del público, a la manera del aceite de ricino con que se forzaba a los niños de antaño -por su (presunto) bien?

Viendo en escena la obra de McDonagh, comprendí que esa negativa a dejarse comprender a simple vista y de una sentada, era parte de lo que me seducía. Así como Katurian se resiste a la demanda del policía Tupolski, que espera que sus relatos indiquen, esto es sugieran con trazos gruesos el tema que pretenden abordar, The Pillowman se rehúsa a ser simplificada, desbrozada, predigerida. En un tiempo de comidas y de entretenimientos ready made, no es poco mérito.

Pero entre la trama de temas y preocupaciones que Pillowman despliega, creo haber hecho al fin mi propia lectura. Al menos para mí, The Pillowman es una obra sobre la obsesión creadora. ¿Quién que no sea un artista, y quién que no se considere público devoto -lector, espectador- entenderá que la vida puede obtener el sentido que para tantos es esquivo, si logra cristalizarse en una obra inmortal? Ante la resultante de un cuento, una película o un drama inolvidable, todos los dolores y requiebros de la existencia quedan justificados. Puesto en la disyuntiva de ser preservado del dolor o de obtener una obra maestra, todo artista que se precie elegiría el combo agridulce: el dolor y la gloria, por supuesto. Del mismo modo, ninguno de nosotros como espectadores o lectores elegiría convertir a Malcolm Lowry en un señor feliz al precio de perdernos Bajo el volcán; no señor, queremos que los artistas sigan sufriendo siempre y cuando la compresión de ese dolor arranque un diamante del carbón original.

No es casual que yo haya comprendido esto tan sólo viendo a los actores en vivo: Carlos Santamaría como Tupolski, Vando Villamil como Ariel, Carlos Belloso como Michal, el hermano retardado de Tupolski. (En una composición luminosa, Belloso vuelve cierto aquello de la verdad más profunda se encuentra a menudo en los labios del idiota.) Pero ante todo, lo comprendí experimentando el increíble desgaste físico y emocional de Pablo Echarri en escena. Al verlo prodigarse de ese modo (volviéndose irreconocible, casi ratonil, tan distinto del Echarri habitual como Gregorio Samsa del insecto en que se transformó un día), entendí que Katurian elegiría sin duda padecerlo todo otra vez -del mismo modo en que el actor teatral lo hace cada noche, dicho sea de paso- si le asegurasen que sus cuentos vivirían para siempre.

¿No es ese el pacto que suscribiríamos todos, de molestarse alguien en presentarnos el contrato?

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11 de agosto de 2008
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Bolivias

Los grandes problemas de ciencias políticas comparten un rasgo común: no tienen solución. En otras palabras: son problemas que obligan a vivir sin tener una solución. Casos de Medio Oriente, del País Vasco, de Osetia, para citar unos ejemplos de violencia reciente o actual. Casos de personas que conviven en un territorio sin tener la capacidad de convivir en paz. Es el caso de Bolivia o mejor dicho de las Bolivias pues el resultado de las votaciones del domingo  permite comprobar la existencia de dos países: el territorio de los Andes, que se reconoce en el presidente Evo Morales, y la llamada "media luna", donde prefectos (gobernadores) elegidos sobre programas de construcción de la autonomía son confirmados en su cargo.

 Si ponemos aparte el caso de los departamentos de Oruro y La Paz, cuyo resultado desconozco en el momento de escribir, vemos un país estable en su implacable división. Un apasionante sondeo de Equipos Mori lo decía de manera completa antes de empezar el año 2008: Bolivia, de manera general, quiere mantener a Morales pero no reconoce la legitimidad de "su" constitución votada en un recinto militar y sin presencia de la oposición. Hace unos meses, leí un post pre-referéndum revocatorio que vale la pena releer hoy: "Voy al grano. A las conclusiones. Primera: el referéndum revocatorio no resuelve la crisis política, ni siquiera la atenúa. La extiende, la posterga, la traslada unos meses para que los actores ganen tiempo y busquen que el pueblo decida, ¡como si el pueblo supiera lo que quiere!"... Este texto lo dice todo de manera muy acertada sobre el carnaval electoral, incluyendo lo que se afirma sobre el desprecio a las mujeres.

 Ahora, nadie lo puede negar, lo prometido por las encuestas corresponde a lo que decían los estudios de fondo, que no es diferente del resultado de los votos: Evo Morales es presidente de un país que no existe. Un informe (en inglés) de George Gray Molina es quizás la lectura ineludible de este lunes. Otra vez, claro, es un aporte de Inter-American Dialogue, la organización que sigue siendo imprescindible para mirar a América Latina. Más allá de la descripción de la larga marcha a la polarización (definida con gran precisión en este documento) se repite en el último párrafo los dos puntos que nadie puede borrar de la agenda del país: participación real de los indígenas en la vida política y autonomía real de los departamentos responsables del desarrollo económico. Evo Morales es la cara y la figura del primer punto y el obstáculo aparente al segundo. El presidente confirmado en su cargo es a la vez la solución y el problema de las Bolivias.

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11 de agosto de 2008
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Saúl Noé Martínez Ortega

Lo golpearon hasta matarlo. Hijo de un periodista y hermano de tres periodistas más, dejó esposa y tres niños. El cuerpo fue descubierto envuelto en una cobija en el fondo de un barranco de 40 metros de profundidad, ubicado a la altura del kilómetro 77 de la carretera Janos-Agua Prieta, Sonora. Lo mataron el 23 de abril de 2007  cuando investigaba el secuestro de un vecino de la localidad donde trabajaba como reportero de Interdiario. La familia del periodista no tuvo acceso al expediente ministerial y mostraron su desconfianza sobre el tratamiento de las autoridades al caso, que aún sigue sin resolverse.

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11 de agosto de 2008
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El Boomeran(g)
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