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Trabajar cansa

/upload/fotos/blogs_entradas/el_hermoso_verano_med.jpg"En aquellos tiempos siempre era fiesta.". Así comienza El hermoso verano de Cesare Pavese, una de esas lecturas que nos acercaron al escritor piamontés. Un niño crecido en el campo, cerca de las colinas, con veranos largos y trabajos campesinos que cansaban. "Lavorare stanca", trabajar cansa. Escaparse a la ciudad, no trabajar el campo, ejercer el oficio de poeta y encontrarse, otra vez, con la soledad después de conocer el hermoso aburrimiento de la narración y la libertad del poema. Vivir la ciudad, pasear sus calles, perderse por sus bares, dormir en sus hoteles y seguir soñando con las colinas. Aquella colina es la patria. Hablar con los mitos, descreer de los dioses, enamorarse, estar contento e infeliz, saber que el futuro está escrito en el pasado. Escribir, leer, fumar, beber y saber que vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Cien años hubiera cumplido el 9 de septiembre, antes de cumplir los cuarenta y dos se quitó la vida en una habitación de un hotel de su ciudad de estudios, de vida, en Turín. /upload/fotos/blogs_entradas/dilogos_con_leuc_med.jpgMurió solo en compañía de su libro preferido, Diálogos con Leucó y dejó una nota a sus colegas y amigos para que no hicieran demasiado ruido con su muerte. En estos días se le recuerda en todo el mundo, al menos en todo el mundo occidental. Nunca será mucho el ruido para que los que amen la poesía, los cuentos, las narraciones y las lecturas se acerquen a un hombre que de adulto nunca consiguió recobrar el tesoro infantil de los descubrimientos, esa forma de felicidad que el hombre abandona cuando crece.

"Llorar es irracional. Sufrir es irracional. Tu problema consiste, pues, en valorar lo irracional. Tu problema poético es valorarlo sin desmitificarlo." Así se expresa en unas líneas de su libro La literatura norteamericana y otros ensayos, con ese libro y con Tras las mujeres solas, Lumen comienza una colección sobre Pavese. También en Pre-Textos anuncian nuevas traducciones. No hagamos caso a Pavese, hagamos ruido con su obra, con su vida, impidamos su muerte. El suicidio también es irracional.

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10 de septiembre de 2008
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Sobre la pareja

Hemos celebrado mucho el don de ciertas parejas que, estando a nuestro lado, nos entienden tan bien que intuyen nuestros pensamientos, anticipan  nuestras reacciones y previenen atinadamente nuestras respuestas. Estas parejas, en realidad, no existen. Se trata de psicólogos, médicos del alma y profesionales esotéricos, unidos a la mítica de la unidad (dos en la misma carne, en la misma sangre, en la vida y en la muerte...).

La pareja se ama y traba mejor,  brinda más y mayores gratificaciones sucesivas cuando la relación se construye a través de la conversación, la descodificación, el conocimiento detallado de las razones de la queja o del soprprendente bienestar que en ocasiones procuramos. De la expresividad de cada cual se obtiene  un saber que, como los grandes saberes, produce un jubiloso  beneficio al alma. Del buen saber del otro a través no por instinto sino por entendimiento se genera gradualmente una plataforma de comprensión y convivencia donde los malentendidos pueden ser desanudados con tanto entrenamiento que hasta se transforman menos en dolor que en entretenimiento. La base de una vigorosa relación se halla invariablemente en la ligazón de la confianza mutua. En ese ámbito de confiado es posible esperar sin impaciencia que la extrañeza de una acción se deshaga más tarde en un plus de entrañamiento.

Pero, además, interpretarse recíprocamente significa respetarse también en los papeles singulares. Contra la pretensión de disfrutar una relación donde la coincidencia neutralice el conflicto, se impone el aura de la interpretación del otro en cuya tarea emerge como un ser respetado y diferente. No opuesto sino distinto, no impropio sino propiamente dicho. La cuantiosa provisión de gozo que se niegan las parejas empeñadas en ver del mismo modo casi cualquier cosa y con la consecuencia de distanciarse por la comprobación de sus perspectivas inalienadas,  sólo es comparable a la triste ofuscación de los fanáticos que en su delirio por la verdad absoluta se conforman con un único y estricto perfil del mundo.

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10 de septiembre de 2008
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Infame turba

/upload/fotos/blogs_entradas/los_girasoles_ciegos_2_med.jpg"Infame turba de nocturnas aves", decía Góngora. El verso lo recordó Alberto Méndez en Los girasoles ciegos. Y lo vemos en la película de Cuerda copiado en las paredes del refugio en que el joven poeta que ya está solo, sin versos, sin la mujer adolescente y sin el hijo nacido en la huida. Solo y perseguido por ser republicano. Después, muerto sin sepultura. Uno más. Uno de los miles de inocentes que terminaron asesinados en caminos, descampados, tapias o en su propia casa.

Su caudillo les había asegurado que estaban luchando en una cruzada en defensa de la civilización.

Expulsados, encarcelados, torturados, asesinados sin defensa ni juicio, con falsos juicios, sin piedad ni perdón. Sin paz. Sin sepultura. Supervivientes que vivieron escondidos como el maestro de la película: culpable hombre bueno, machadiano que no soporta el terror de la humillación. Derrotados y silenciosos que callan, se ocultan porque han visto cómo actúa la infame turba. Las nocturnas bandas de asesinos que abandonan en barrancos, cunetas o descampados, entre cardos y cañaverales dispersos, a sus víctimas de cada noche. Nocturnas escuadras, infame turba que actuaba en los pueblos, en las ciudades, como complemento del ejército rebelde. "Golpead duro y será el terror", les había dicho su general Mola. Su caudillo les había asegurado que estaban luchando en una cruzada en defensa de la civilización. Alguien tenía que hacer el trabajo sucio para dejar limpia España de los "malos españoles".

Esa turba, en compañía de curas que enseñaban el canto de los himnos, los nuevos amaneceres, de las escuadras vencedoras, aparece en la película al lado de los derrotados, escondidos, perseguidos y muertos. No es complaciente. No es de risa, aunque, para sorpresa del director y de otros que estuvimos en el estreno en Orense, parte del público se reía con los excesos patrióticos de los curas. Parece un chiste, un esperpento, es una tragedia basada en hechos reales. La verdad de las mentiras del cine, de la literatura.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_higuera_med.jpgHay que leer la novela de Ramiro Pinilla La higuera para recordar, por la verdad de la ficción, cómo y quiénes mataron en aquel bando que pretendía devolver a España la espiritualidad. Sobre esos muertos de la anónima tierra, sobre los descampados que guardan el secreto de aquellos huesos, creció una higuera. Uno de los asesinos no puede soportar la mirada de un niño que vio asesinar a su familia. La mirada de la memoria.

Ahora, los hijos de ese niño quieren que se sepa qué hay debajo de la higuera. Quieren poner nombre a los que no tuvieron ni una modesta tumba en cementerios bajo la luna. Durante años soportaron, siguen soportando, las listas de otros muertos en las paredes de espacios públicos, de iglesias, de monumentos. Ahora, con la ayuda de un juez que se atreve, quieren dignificar públicamente a los que siempre fueron dignos.

Artículo publicado en: El País, 7 de septiembre de 2008.

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8 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XXV

XXV. ¿Papá...?

Cuando Gabriel García Márquez le preguntó a Fidel Castro Ruz por un deseo que se hallara más allá de sus posibilidades, éste le respondió con cuatro palabras contundentes: "Pararme en una esquina." ¿O es que alguien esperaría encontrarse al dictador más experimentado del mundo parado simplemente en la próxima esquina? Tampoco espera uno dar con él arrodillado al lado de la puerta que comunica a dos cuartos de hospital. Vamos, que hasta esa puerta parece inconcebible. Pero todo eso no se lo pregunta Segismundo Andersón, cuya capacidad de acreditar lo inacreditable ha crecido en tan amplias proporciones que ahora lo tiene atónito, en cuclillas ante la puerta entreabierta.

     No alcanza a ver gran cosa, pero le basta con las barbas irregulares y esos pants rojo y blanco marca Adidas que tantas veces han aparecido en los periódicos. Hay algo, sin embargo, que lo paraliza. Creyó siempre que en un momento como éste -una oportunidad tantas veces soñada, jamás sensatamente esperada- le saltaría al cuello en el nombre de todos esos años junto a su madre sola, desamparados ambos, e inclusive le pediría cuentas, antes de terminar de estrangularlo. Pero al cabo está tieso y tembloroso, diríase que de pensamiento, palabra y obra. Asoma apenas una chispa de odio en su mirada, un sentimiento en tal modo profundo que al otro de inmediato lo intimida.

     -Un momento, mi hermano. Calma, que yo no soy quien usted piensa.

     -Yo no pienso, yo actúo -escupe finalmente Segismundo, con los ojos ardientes, cual si en este momento se tornara de vuelta en el hombre rudo que aporreaba borrachos en el Cheetah y levantaba en vilo a los tramposos del Treasure Island. Todavía no consigue mandar sobre sus brazos, pero su voz ya lo obedece cabalmente.

     -Míreme bien, mi hermano, no vaya usted a ponerse verraco, que estos hijos de puta van a oírnos.

     -¿Verraco, yo? -ahora la voz le tiembla, no tanto por el miedo como por la duda. Conoce esa palabra y no le cuadra. No en labios de quien cree tener enfrente. O mejor, de quien ya no sabe si cree que es quien creía. El acento, la voz, la situación: nada coincide. Ha vivido en Florida por demasiados años para no darse cuenta de ciertos detalles.

     Camilo Alfonso Peñuelas Macías. Bogotano, nacido en Medellín por un mero accidente, al principio del último día de 1939. Siguiendo convicciones por entonces muy sólidas, se instaló en La Habana hacia el final de los años sesenta. Ingeniero de profesión, contrajo matrimonio con la hija de un miembro del Comité Central del PCC, fallecida en extrañas circunstancias durante la primavera de 1974. Aprovechando un viaje de trabajo a Barcelona, encontró la manera de escabullirse y volver a Colombia en el ‘77. Se instaló entonces en Medellín, donde echó a andar una pequeña empresa consultora. De paso por Caracas, en 2002, desapareció de su cuarto de hotel y nadie más volvió a saber su paradero. Aún hoy se le cree secuestrado por las FARC, sin una sola prueba que así lo acredite. María Isabel Peñuelas, hija única de su segundo matrimonio, todavía se esfuerza en dar con él.

     -O sea que usted...

     -Me parezco, eso sí, pero no porque sea. Ni porque quiera, pues. Soy un doble forzado, mi hermano. Y ya deje de echarme esos ojos, que no le voy a poner gotas... -ahora el extraño le tiende la mano- ¿Tiene usted una vaina allí en su cuarto para ayudarme a quitarme estas barbas? Soy Camilo Peñuelas, un placer conocerle.

     -Segismundo Andersón -se presenta a su vez, como un autómata, y aprovecha para asomarse a la habitación: más grande, aunque también vacía de testigos. Lo contempla por fin, con cierta calma. El hombre no es Fidel y se muere de miedo. Igual que él, al final. Desde que llegó a México, es la primera vez que Segismundo no se siente solo. De repente, la idea de morir acompañado le parece un consuelo. Y, por qué no, un estímulo.

Miércoles en FLOR DE LOTTO: XXVI. Dos ya son multitud.

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8 de septiembre de 2008
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Auster en Hispanoamérica

En América Latina y España, lo más cercano que tenemos a un Dios de la literatura se llama Paul Auster. En Estados Unidos, ese mismo Dios tiene su propio Paul Auster Day en Brooklyn, pero hay un límite para la veneración. Ni James Wood ni Harold Bloom, los críticos literarios más influyentes hoy, lo mencionan como un escritor importante. La gente lo lee, pero el respeto se reserva para Philip Roth, Updike, Toni Morrison, DeLillo y compañía. Quizás en el futuro se intente recuperar a Auster; hay obra para ello, sobre todo la trilogía de New York y Leviatán. Por lo pronto, sin embargo, Auster es apenas un asteroide en una galaxia de planetas inmensos.

Es curioso ver cómo la obra de un autor viaja tan bien a otros países que termina siendo más importante allí que en su propio país. Ahora, ¿por qué es tan grande Auster en América Latina y España? Si bien uno de los temas centrales de la narrativa de Auster es la importancia del azar en la vida cotidiana, lo que ha ocurrido con su obra en Hispanoamérica es cualquier cosa menos fruto del azar. De hecho, Auster funciona en nuestros países porque nos es muy familiar: para la fácil recepción de su obra, hemos sido entrenados por la lectura de Borges, Cortázar, Cervantes y Unamuno.

"No hay una realidad única", dice un personaje de su última novela, Hombre en la oscuridad (Anagrama), "Hay múltiples realidades... Hay muchos, mundos paralelos, mundos y antimundos... y cada uno de ellos lo sueña o imagina alguien en otros mundo. Cada mundo es la creación mental de un individuo". El narrador, el crítico literario August Brill, menciona que estas ideas son del filósofo italiano Giordano Bruno. Sin embargo, para nosotros, esto suena peligrosamente parecido al Borges de "El jardín de senderos que se bifurcan" y muchos otros cuentos.

Brill se evade del presente contándose historias en la noche. La más fascinante, tiene ecos de la paranoia de Philip Dick y del Cormac McCarthy apocalíptico de El camino: un mago, Brick, se encuentra en un Estados Unidos paralelo en el siglo XXI, un lugar asolado por una guerra civil y en el que no hubo guerra en Irak ni tampoco un 11 de septiembre. En esta historia, unos militares que lo rescatan le encomiendan la misión de matar a un hombre. Brick se pregunta por qué. La respuesta: "Porque él es dueño de la guerra. Él la inventó, y todo lo que ocurre o vaya a ocurrir está en su cabeza. Elimina la cabeza, y la guerra se detiene. Así de simple... No es un Dios, es sólo un hombre. Se sienta en su escritorio todo el día, escribiendo, y todo lo que escribe termina ocurriendo de verdad".

El hombre que debe ser asesinado, quizás sea obvio decirlo, es August Brill, creador de Brick. Se trata, claro, de meta-literatura, algo que ha producido la peor novela de Auster (Viajes por el Scriptorium) y algunas de sus mejores páginas (La ciudad de cristal). Y se trata también de algo muy familiar para los lectores de los cuentos de Cortázar. En Hombre en la oscuridad los caminos que parecen más productivos para Auster -Dick y McCarthy-son abandonados para elegir otros caminos -Borges y Cortázar--, al final también explorados a medias porque Auster ha elegido terminar con algo más doméstico, más prosaico.  

La gran deidad que preside la obra de Auster es el Cervantes meta-literario que crea personajes que luego se leen a sí mismos en una novela (las deudas con el Quijote son explícitas en la Trilogía de New York). Cervantes está flanqueado por Borges y Cortázar, y tiene por ahí, de edecán, al Unamuno que reflexionaba sobre la relación entre el creador y sus personajes. El gran mérito de Auster es hecho suyos a algunos de nuestros escritores más importantes, para devolvernoslos como si fueran otra cosa. Lo leemos como si fuera literatura norteamericana de primer nivel, pero en el fondo nos gusta porque sus juegos extraños nos parecen muy conocidos. De hecho, lo son.

La Tercera, 8 de septiembre 2008

 

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8 de septiembre de 2008
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José Manuel Nava Sánchez

Le asestaron 30 puñaladas. Su cuerpo fue encontrado en su departamento de la calle Varsovia, en la colonia Juárez de la Ciudad de México. Fue director del periódico nacional Excélsior y acababa de presentar su libro Excélsior, el asalto final, donde narraba los entresijos de la lucha de poder del rotativo que finalmente fue comprado por el magnate de la comunicación Olegario Vázquez Raña. Laboró en ese periódico durante 30 años. Había denunciado la intromisión política en el interior del diario del que fue expulsado por la cooperativa. Antes de ser asesinado dijo a la prensa que "un grupúsculo de traidores emboscados" selló a medianoche las oficinas de la dirección del periódico cuando lo echaron de manera ilegal. Las autoridades han declarado que no han encontrado "el móvil" del crimen.

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8 de septiembre de 2008
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El nombre del enemigo

Le costó diez años a Hugo Chávez Frías, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, nombrar a sus enemigos. Me explico: los enemigos sobran, tanto dentro del país como fuera. El gran vecino del Norte y su presidente, George Bush, es el enemigo mayor, todos lo sabemos. Pero a Chávez le faltaba una palabra para decirlo. Y ahora parece que la tiene: hay en Venezuela pitiyanquis, es decir, personas que aman a EE. UU. y hacen todo para complacer a este país. El New York Times dedicó un artículo al febril uso de la palabra por el presidente y sus seguidores. Vídeos en la web son testimonios del esfuerzo del presidente venezolano por promover la palabra.

/upload/fotos/blogs_entradas/fogel_pitiyanqui_med.jpgAunque el diccionario Collins afirma que la palabra se traduce de manera fonéticamente homónima al inglés, es decir, que un pitiyanqui vale un pitiyanki, es fácil entender que la expresión no es más que una mezcla del francés petit (pequeño) con el inglés yankee.

A pesar de su presencia, a veces en la conversación, pitiyanqui no era una palabra muy utilizada en el hablar venezolano. Pero ahora un sitio como Aporrea que apoya a Chávez se dedica a entregar una etimología y opositores como Alexis Marrero se honran en asumir la palabra. A mí me parece, en ambos casos, un gran éxito lexicográfico de Chávez. No se puede luchar contra un enemigo sin tener una palabra para nombrar a este enemigo. Fidel Castro nunca consiguió esta hazaña. Utilizaba gusano, para los enamorados de EE.UU. que buscaban exiliarse ("¡pim pom fuera: abajo la gusanera!" y "¡Gusanos por compotas!" son dos de las grandes composiciones de la propaganda revolucionaria). Y para nombrar a los yanquis, decía los yanquis (Girón: primera gran derrota del imperialismo yanqui en América). La solución de Chávez es más eficiente, al incluir la palabra yanqui en un término despreciativo que viene, según muchos, de una palabra creada en Puerto Rico.

En realidad, el éxito de Chávez tiene una explicación: era imprescindible promover a un término frente a la abundancia de referencias a la boliburguesía, la burguesía creada por la corrupción dentro de la revolución bolivariana. En Venezuela, hay restaurantes, casas, centros comerciales que "son de la boliburguesía" por un estilo propio de nuevos ricos. En Youtube se puede ver una presentación de carros que se apoya en la propaganda oficial para los cinco motores de la revolución (las leyes habilitantes de corte socialistas; la reforma constitucional; la revolución educativa; la nueva geometría nacional y el nuevo poder comunal) para presentar cinco carros de lujo y denunciar a sus propietarios boliburgueses.

Ya tenemos los dos bandos de un enfrentamiento creciente: boliburguesía contra pitiyanquis. Falta por ver si habrá un estilo pitiyanqui en el consumo tan fácil de identificar como lo que compra el derroche de dinero de la boliburguesía.

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8 de septiembre de 2008
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La apariencia lo es todo

La mala consideración en que se tiene a "la apariencia" en nombre, supuestamente, de que encubre los rasgos de una verdad, representa uno de los tópicos más extendidos y estúpidos de nuestros días. Precisamente cuanto más ha aumentado por todas partes la producción de ficciones (en cine, vídeo, videojuegos, publicidad, internet) los puritanos de "la verdad" se empeñan en que el mundo se ha vuelto falso y es, por lo tanto, falso todo cuanto sucede dentro de él.

Esta inquina contra la ficción no se aviene con los ditirambos que la novelística sigue recibiendo pero mientras en este caso -por tratarse de libros- posee la ficticia reputación de hacernos mejores, más libres o más lúcidos, la ficción en general recibe juicios durísimos, tal como si efectivamente nos estuviera abocando a la evasión.

/upload/fotos/blogs_entradas/hombre_con_careta_med.jpgDe hecho, según este discurso, lo profundo y pesado sería lo bueno y lo superficial o cosmético lo malo. Lo profundo, en fin, aquello que no se ve, se tendría por auténtico y, por el contrario lo que vemos y cada vez más, serían falsificaciones, alucinaciones. Ni Platón podría hallarse mejor representado.

Vivimos, según el juicio de los nuevos platónicos a la violeta, como empapelados de infinitas mentiras y, en consecuencia, nuestra existencia se funda tan sólo de ellas. Pero siendo así, si la existencia entera se funda y compone de ellas, ¿dónde se hallaría la otra manera de existir auténtica? ¿Qué sería necesario hacer, levantar, abatir, refundar, reestructurar, extirpar, para que la supuesta ficción se revelara un postizo y quedara a la luz la luz de la verdad? ¿No cabría prever que liberada la realidad de sus supuestas máscaras tropezaríamos -como en el cuento- con otra y otra máscara para llegar finalmente a la nada? Y no sólo a la nada, sino a nada de nada, porque lo que hacemos, pensamos, sentimos, olemos, amamos o combatimos forman parte del mismo elenco teatral. El Teatro Real del mundo, tan antiguo como Dios, su insuperado histrión.

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8 de septiembre de 2008
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'Naturaleza infiel'

/upload/fotos/blogs_entradas/naturaleza_infiel_med.jpgCristina Grande

RBA

Barcelona 2008

Cuando Naturaleza infiel fue presentada al público, allá por los meses de febrero o marzo, fue recibida de manera ciertamente notable. El nombre de la autora, Cristina Grande, apenas había traspasado entonces las fronteras de su ciudad de residencia, Zaragoza, pero a raíz de esta su primera novela pasó a ser una escritora unánimemente elogiada y reconocida. El autor del texto de la contraportada incluso se aventuró a afirmar que Cristina Grande estaba llamada a ser una de las voces de referencia de su generación.

Al hacer ahora una lectura veraniega de Naturaleza infiel, ya sin la perturbación del factor sorpresa, lo primero que llama la atención es la tranquilizadora sensación de sensatez que transmiten la autora y su obra. Al enfrentarse por vez primera a la empresa de escribir una novela, Cristina Grande ha elegido un tema que puede ser doblemente calificado de familiar, primero porque narra la historia de una familia, y segundo porque resulta evidente que el material narrativo le resulta muy próximo a la autora, cuya voz se confunde por cierto con la de la narradora. Lo cual no implica que se trate necesariamente de material autobiográfico. Sólo próximo. Conocido. Familiar. Igual nada de lo narrado le ha ocurrido en realidad a ella ni a nadie de su círculo de amistades. Pero podría perfectamente estar contando algo muy próximo y personal. En realidad, qué más da.

Otro rasgo evidente de sensatez es la forma elegida para sacar adelante la historia que ella quería contar: frases a base de sujeto, verbo y predicado que raras veces sobrepasan una línea o línea y media; y pequeñas escenas cotidianas, muchas veces no más extensas de dos o tres páginas. O sea, una prosa ordenada y concisa para desarrollar una historia igual de concisa, ordenada y limpia. Cada personaje tiene su momento y su emoción, y dentro de lo posible se manifiesta sin enfrentarse ni imponerse a los demás integrantes de la familia,  que son: el padre y la madre, sin que importen apenas su nombre y apellidos porque casi siempre salen como "mi padre" y "mi madre"; el hermano mayor, Jorge, un ser distante y casi desconocido; la narradora, Renata (muy preocupada por la posibilidad de ser infiel por naturaleza), y su hermana gemela, María, que es un desastre de mujer; la criada, Matilde; la adusta abuela materna y la pobre tía Genoveva, aparte de una nada desdeñable cantidad de novios, amantes, jeringuillas, camellos y demás. Al final acaba pasando de todo, pero con orden y contención, sin amontonamientos. Aquí imperan en todo momento el temple  y el buen gobierno.

Resultaría inútil seguir acumulando elementos descriptivos porque lo que cuenta es que, una vez más, según se avanza en la lectura acaba produciéndose ese fenómeno universal y eterno, el fundamento de la literatura, y que podría describirse así: el tema de la narración y el estilo adoptado para desarrollarla dejan de tener la menor importancia cuando el lector -muchas veces de manera inconsciente- cae en la  cuenta de que el libro que tiene en las manos ha sido escrito por alguien capaz y bien dotado para contar historias.  A partir de ese momento uno deja de lado su consciencia y su capacidad crítica y se dedica a hacer aquello que justifica la existencia misma de los libros, es decir, disfrutar de su lectura.  Y de paso, establecer complicidades y fobias según se manifiesten los personajes. Identificarse con sus anhelos y lamentar sus fracasos. Odiar la injusticia y celebrar el triunfo del bien. En definitiva, lo que hace todo buen  lector es acompasar el propio aliento al acontecer de los hechos y sumergirse en el espacio/tiempo en que transcurren los mismos. ¿Y dice usted que la autora resulta un poco demasiado esquemática y simplista y que tal vez abusa un poquitín del recurso a sujeto-verbo-predicado? Qué observaciones tan raras e incongruentes. En la literatura no hay tal cosa como esquemas  ni tampoco el sujeto, verbo y predicado como recurso. Eso, que lo digan los profesores. Aquí sólo se trata de emociones, sentimientos, búsquedas, renuncias, derrotas y hallazgos. La vida.

Como decía Juan García Hortelano -aunque de inmediato él soltaba alguna boutade para quitarle toda importancia a lo dicho no fuera ser que la frase sonase demasiado seria-  la literatura es la otra vida de la vida. Y Naturaleza infiel está llena de vida. O de literatura. O sea que era verdad: es una buena novela.

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8 de septiembre de 2008
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La narración y la vida

La emoción que el relato de Melville produce viene de ese sentimiento de que, por perdidos que estemos en los dilemas y querellas de una cotidianeidad artificiosa y muy a menudo construida como parapeto, lo esencial reside en muy pocas cosas, entre las cuales cuenta la confrontación elemental de los hombres con la naturaleza -emblemáticamente encarnada por los marineros del Pequod- y el imperativo ético de no ser vencido por sí mismo; imperativo presente tanto en la desconfianza de Bulkington ante las promesas de la costa a sotavento, como en la resistencia de Ahab por trascender la misión -aportar grasa de ballena para las lámparas de los hogares- encomendada por los armadores, en la aceptación de la nueva misión por sus hombres ( desde el más reticente, el Segundo Starbuck, al Queeqeeg que se sabe ya muerto), mas también en la inclinación de Ismael a reencontrar el mar, y sobre todo en su lucidez respecto a la causa final de su supervivencia:

Queeqeeg lanza los dados que cifran su destino y al constatar que la combinación surgida anuncia su muerte se abisma en sí mismo y ya no volverá a pronunciar una sola palabra, mas el ataúd que construye preservará -como hemos visto- al único destinado a hablar cabalmente, a quien tiene como destino el dar cuenta de la historia.

Pues contarlo, y contarlo tan bien como Ismael lo hace, es algo que ayuda a redescubrir lo que ningún ser de razón hubiera debido nunca haber olvidado, a saber, que sin narración no habría habido vida propiamente humana y, en consecuencia, que si no hacemos de nuestra vida trama de un excelente relato estamos sencillamente repudiando nuestro origen.

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8 de septiembre de 2008
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