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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuba performance

  Hace algunos días, pudimos ver en nuestra casa el documental Cuba  performance, dedicado a la labor artística del grupo Omni Zona Franca.  La sala se llenó de peludos y hasta algunos autores extranjeros,  invitados a la Feria del libro, subieron los catorce pisos por la  escalera. Amaury ?el protagonista del filme? no estuvo presente, porque  hace unos días le nació un hijo que lo tiene ahogado entre pañales y  noches sin dormir. Era viernes trece y había luna llena, pero la  superstición no nos impidió disfrutar de algunas horas de creación,  libertad y descarga. La directora del documental, Elvira Rodríguez Puerto, convivió durante  semanas junto a Eligio, David y los otros artistas de Alamar. Gracias a  esa cercana interacción, logra mostrarnos la mezcla de poesía, pintura,  zen y grafiti con la que estos talentos autodidactas han llenado las  calles de la proyectada ciudad del ?hombre nuevo?. Disfuncional y  estigmatizada, la singular villa del este es hoy un sitio en el que  pocos quieren vivir, lleno de bloques de concreto repetitivamente  idénticos. Allí habita y hace su arte Amaury, un hombre grande, negro,  que se pasea con un casco de minero y con una saya amplia. Él logra  involucrar a los vecinos en sus acciones plásticas, les hace olvidar las  jabas vacías con las que vuelven del mercado y les ayuda a aflojar el  rictus de incredulidad con que lo miran todo. La vida nuestra está llena de performance y de acciones plásticas  cargadas de simbolismo, aunque nos parezcan totalmente lineales y  cotidianas. Esa es la sensación que me ha dejado escuchar la filosofía  de este risueño poeta que camina apoyado en su báculo de madera.  Esperar el ómnibus, hacer la cola para el único pan del racionamiento,  intercambiar productos en el mercado negro, construir una pequeña balsa  para echarse al mar y hasta fingir que se está de acuerdo, son parte de  un guión que hemos interpretado durante décadas. Sólo que añoramos la  soltura del happening y la espontaneidad con que se mueve Amaury, tan  lejos del miedo, las convenciones y los controles.

 



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23 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Danilo Kis: Formas de sugerir el horror

Durante varios años, pensé que el serbio Danilo Kis (1935-1989) era un escritor borgiano, basado en el hecho de que, a principios de los noventa, lo único que había leído de él era su magistral Enciclopedia de los muertos (1983). Ya en esta década, leí de Kis Una tumba para Boris Davidovich (1976) y volví a ser atacado por la fiebre generalizadora: el serbio en realidad era un gran escritor político. Había que volver a Enciclopedia de los muertos con otros ojos. Hace poco terminé su extensa trilogía, Circo familiar (compuesta por los libros Penas precoces, Jardín, ceniza y El reloj de arena), y me dí por vencido. En realidad Kis era uno de esos extraños autores capaces de reinventarse con cada nuevo libro, alguien que nunca tuvo la menor intención de repetir en un nuevo proyecto aquello que le había funcionado en el anterior; tenía, sobre todo, "miedo al auto-pastiche".

Cada uno de los libros de Circo familiar tiene un estilo diferente. El primero, Penas precoces (1970), lo componen cuentos con un tono más bien lírico, escritos desde la perspectiva ingenua de un niño. La novela Jardín, ceniza (1965) es una evocación proustiana de la infancia; el niño sigue siendo el narrador, pero ahora se desdobla en el adulto que rememora lo ocurrido en su infancia tres décadas atrás; la mirada ha dejado de ser ingenua, la voz es madura. El reloj de arena (1972) es una novela a lo Joyce (el de Ulises), en la que el tono lírico desaparece para dejar paso a documentos narrativos de todo tipo: interrogatorios jurídicos, notas, cuadros de viaje que parecen sacados del nouveau roman.  

En Jardín, ceniza se encuentra el corazón de Circo familiar. Esta novela de Kis pasa por diferentes etapas: su inicio convoca a En busca del tiempo perdido, con el niño estremecido por la relación intensa con su madre. Sin embargo, cuando aparece el padre, cuya presencia en la novela es tan imponente que le quita oxígeno al resto. A nivel estilístico, parecería que se ha pasado de Proust a Schulz: el padre es mitificado como un ser extravagante, un borracho egoísta entregado de forma "mesiánica" a escribir un Horario de transporte, algo que se inicia con modestia, como una guía turística, para terminar como una anárquica enciclopedia sobre los más diversos temas. En Schulz, sin embargo, el padre excéntrico siempre es visto con ternura y se queda en el territorio admirable del mito; Kis construye el mito para luego desmitificarlo: "sin sombrero... con sus torpes pies planos, quedaba despojado de toda su grandeza, insignificante". La perdición del padre es, después de todo, la perdición de la familia.

Las historias que narra Circo familiar se concentran en la década del cuarenta. E.S., el hombre que trabaja en el ferrocarril, se afana por descubrir por qué se le ha reducido la pensión (E.S. es un  descendiente de los "héroes" de Kafka). Las respuestas son indirectas: Kis ha decidido que el tema de fondo de su obra -el exterminio de judios y serbios de Voivodina durante la segunda guerra mundial- tiene más fuerza en su ausencia. Es mejor sugerir el horror que hablar de él: en Jardín, ceniza se menciona una sola vez la palabra "ghetto". El camaleónico Kis, cuyo estilo puede hacernos recuerdo tanto a Borges como a Proust, Schulz o Kafka, es, en realidad, un escritor poco común, que sabe que a veces se escriben libros para no decir de manera explícita aquello que de verdad se quiere contar.

(La Tercera, 23 de febrero 2009)



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23 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Carta a Antonio Machado

Antonio Machado murió hoy hace setenta años. En el cementerio de Collioure, donde sus resto descansan, un buzón de corres recibe todos los días cartas que le escriben personas dotadas de un infatigable amor que se niega a aceptar que el poeta de ?Campos de Castilla? esté muerto. Tienen razón, pocos están tan vivos. Con el texto que viene a continuación, escrito cuando el 50º aniversario de la muerte de Machado, y para el Congreso Internacional que tuvo lugar en Turín, organizado por Pablo Luis Ávila y Giancarlo Depretis, tomo mi modesta lugar en la fila. Una carta más para don Antonio. Me acuerdo, tan nítidamente como si fuera hoy, de un hombre que se llamó Antonio Machado. En ese tiempo yo tenía catorce años e iba a la escuela para aprender un oficio que de poco iba a servirme. Había guerra en España. A los combatientes de un lado les dieron el nombre de rojos, mientras que los del otro lado, por las bondades que de ellos oía contar, debían tener un color así como el del cielo cuando hace buen tiempo. Al dictador de mi país le gustaba tanto ese ejército azul que dio orden a los periódicos para que publicaran las noticias de modo que hicieran creer a los ingenuos que los combates siempre terminaban con victorias de sus amigos. Yo tenía un mapa donde clavaba banderitas hechas con alfileres y papel de seda. Era la línea del frente. Este hecho prueba que conocía a Antonio Machado, aunque no lo había leído, lo que es disculpable si tenemos en cuenta mi poca edad. Un día, al darme cuenta de que andaba siendo engañado por los oficiales del ejército portugués que dirigían la censura de la prensa, tiré el mapa y las banderas. Me dejé llevar por una actitud irreflexiva, de impaciencia juvenil, que Antonio Machado no merecía y de la que hoy me arrepiento. Los años fueron pasando. En cierto memento, no recuerdo cuando ni como, descubrí que el tal hombre era poeta, y tan feliz me sentí que, sin ningún propósito de vanagloria futura, me puse a leer todo cuanto escribió. Fue entonces cuando supe que ya había muerto, y, naturalmente, coloqué una bandera en Collioure. Es tiempo, si no me equivoco, de poner esa bandera en el corazón de España. Los restos pueden quedarse donde están.



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22 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Llévame a navegar, por el ancho mar*

  En una tierra rodeada de agua, el marinero es un vínculo con el otro lado, el portador de esas imágenes que la insularidad no deja ver. En el caso cubano, quien trabaja en un barco puede, además, comprar en el extranjero muchos productos inexistentes en los mercados locales. Una especie de Ulises, que después de meses navegando, trae su maleta llena de baratijas para la familia. El marino conecta los electrodomésticos trasladados en las barrigas de los buques con el mercado negro; hace que las modas lleguen antes de lo planificado por los burócratas del comercio interior. Durante varias décadas, ser ?marino mercante? era pertenecer a una selecta cofradía que podía ir más allá del horizonte y traer objetos nunca vistos en estas latitudes. Los primeros jeans, grabadoras de cintas y chicles que toqué en mi vida fueron transportados por esos afortunados tripulantes. Lo mismo ocurrió con los relojes digitales, los televisores en colores y algunos autos, que en nada se parecían a los poco atractivos Lada y Moskovich. Para los parientes de un marinero, los largos meses de ausencia se suavizan con el bálsamo económico que producirá la estancia en puertos con precios más baratos y mejores calidades que las tiendas cubanas. Cuando llega la edad de jubilarse y de echar el ancla, entonces a vivir de lo que se ha podido transportar y de las imágenes que han quedado en la memoria. Cuento toda esta historia de barcos, mástiles y mercado informal, porque a Oscar, el esposo de la blogger de Sin Evasión <http://www.desdecuba.com/sin_evasion>, están amenazándolo con expulsarlo de su trabajo como marinero. El motivo: la decisión de Miriam Celaya de quitarse el antifaz y seguir escribiendo sus opiniones a cara descubierta. El castigo: dejar a la familia sin el necesario sustento. Por ella navegar libre en la red, puede él perder la posibilidad de surcar las aguas. ? * De la canción infantil ?Barquito de papel?.



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21 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Messi por Saviano

Lionel Messi con el traje del Barcelona. Fuente: sport.es Y ya que hablamos de perseguidos por sus obras, el escritor italiano Roberto Saviano, quien no puede vivir tranquilo acusado por la mafia siciliana por su novela Gomorra, se presentó hace una semana en Barcelona y dijo, entre otras cosas, que quería ver el Camp Nou donde brilló Maradona -imagen sagrada para los napolitanos como Saviano- y donde ahora brilla su apostol más luminosos: Lionel Messi. El interés de Saviano por Messi se ha traducido en un artículo muy elogioso y entrañable del italiano donde comenta los duros comienzos de la "la Pulga", lo vincula con el mismísimo patrono Maradona, y habla sobre este duelo de david contra los goliats del fútbol donde gana el arte, la belleza, el talento. El texto se publica íntegramente hoy en Revista Ñ. Dejo aquí unos fragmentos como parte de mi propia admiración por Messi, el mejor jugador del momento más allá de los disfuerzos de Cristiano Ronaldo:Lo encuentro en los vestuarios del Camp Nou de Barcelona, un estadio enorme, el terce­ro en el mundo. Desde la tribuna, Messi es una manchita, incontro­lable y velocísima. De cerca, es un chico frágil pero sólido, timidísi­mo, habla casi susurrando con ca­dencia argentina, de rostro dulce y terso sin un hilo de barba. Lionel Messi es el campeón de fútbol vivo más menudo. Le dicen "La Pulga". Tiene estatura y cuerpo de chico. En realidad, fue de chico ?más o menos a los diez años? cuando Lionel dejó de crecer. Las piernas de los otros se alargaban, también las manos, les cambiaba la voz. A Leo no le pasaba. Algo no andaba bien y los análisis lo confirmaron: la hormona del crecimiento estaba inhibida. Messi padecía una rara forma de enanismo. Con la hormona del crecimien­to, se bloqueó todo. Y ocultar el problema era imposible. Entre los amigos, en la canchita de fútbol, todos se dan cuenta de que Lionel se quedó: "Hiciera lo que hiciera, o fuera adonde fuera, siempre era el más chico de todos". Dicen jus­tamente eso: "Lionel se quedó". Como si se hubiera detenido en algún lugar. (...) La única forma en que se puede tratar de intervenir es una terapia a base de la hormona "gh": años y años de bombardeo continuo que le permitan recupe­rar los centímetros necesarios para enfrentar a los colosos del fútbol moderno. Es un tratamiento muy caro que la familia no puede permitirse: inyecciones de quinientos euros cada una, que deben aplicarse to­dos los días. Jugar a la pelota para poder crecer, crecer para poder ju­gar: a partir de ese momento, ése es el único camino. Lionel no pue­de ni siquiera imaginar un modo de curarse que no tenga en cuenta la pasión de su vida, el fútbol. Pero esos malditos tratamien­tos no podrá permitírselos a me­nos que un club de cierto nivel lo tome bajo sus alas y se los pague. Y la Argentina está hundiéndose en la devastadora crisis económica de la que huyen en primer lugar las inversiones, luego las personas, cuyos ahorros se volatilizan con el derrumbe de los bonos estatales. Nietos y bisnietos de inmigrantes criados en el bienestar buscan la salvación emigrando a los países de origen de sus antepasados. En esa situación, ninguna empresa argentina, aun intuyendo el talen­to del pequeño Messi, tiene ganas de cargar con los costos de seme­jante apuesta. Aunque llegara a crecer algu­nos centímetros ?tal es el razo­namiento? en el fútbol moderno, ahora, sin un físico imponente, no se es nadie. A La Pulga, una defensa maciza lo aplastará, La Pulga no podrá hacer un gol de cabeza, La Pulga no soportará los esfuerzos anaeróbicos requeridos a los centro-delanteros de hoy. Pe­ro Lionel Messi, de todos modos, sigue jugando en su equipo. Sabe que debe hacerlo como si tuviera diez pies, correr más rápido que un potro, ser imbatible con la pe­lota en el suelo si quiere tener al­guna chance de ser un jugador de verdad, un profesional. Durante un partido, lo ve un observador. En la vida de los ju­gadores, los observadores son to­do. Cada partido que ganan, cada penal que consideran ejecutado a la perfección, cada muchacho que deciden seguir, cada padre con el que van a hablar, significa trazar un destino. Dibujarlo en líneas generales, abrirle una puerta: pero en el caso de Messi, lo que le ofre­cen, representa mucho más. No sólo le ofrecen la oportunidad de ser jugador de fútbol, sino la po­sibilidad de curarse, de tener por delante una vida normal. Antes de verlo, los observadores que oyen hablar de él, son de todos modos muy escépticos. "Si es muy peque­ño, no tiene esperanza, aunque sea fuerte", piensan. Pero, en cambio, hubo otras voces: "Bastaron cinco minutos para comprender que era un predestinado. En un instante fue evidente hasta qué punto era especial el muchacho". (...) Después de tres años, final­mente el Barcelona convoca a Lionel Messi y la familia sabe que si no está en condiciones de jugar como se espera, las dificultades para seguir adelante serán insu­perables. En Argentina, los Messi perdieron todo y en España toda­vía no tienen nada. Y Leo, a esa al­tura, recaería sobre sus espaldas. Pero cuando La Pulga juega, toda la angustia se desvanece. Entre­nándose duramente con el apoyo del equipo, Messi consigue crecer no sólo en bravura, sino también en altura, año tras año, centímetro tras centímetro exprimido de los músculos, alargado en los huesos. Cada centímetro adquirido, un sufrimiento. Nadie sabe en reali­dad cuánto medís ahora. Algunos calculan apenas un poco más del metro cincuenta, algunos un poco menos, un sitio habla de un Messi que, al seguir creciendo, llegó al metro sesenta. Las estimaciones oficiales cambian, concediéndo­le cada tanto algún centímetro de más, como si fuese un méri­to, un premio conquistado en la cancha. Lo cierto es que cuando los dos equipos están formados antes del silbato inicial, el ojo encuadra to­das las cabezas de los jugadores más o menos a la misma altura, mientras que para encontrar la de Messi debe bajar por lo menos al nivel de los hombros de los com­pañeros. Para un deporte donde cuenta cada vez más la potencia y, para un atacante, los casi dos metros de Ibrahimovic y el me­tro ochenta y cinco de Beckham pasaron a ser la norma, Lionel si­gue pareciéndose peligrosamente a una pulga. (...) En una publicidad donde lo in­vitaron a dibujar su historia con un marcador, es divertido y melancó­lico ver a Messi retratarse como un chiquillo minúsculo entre larguísi­mos bosques de piernas, perdido allí entre pelotas demasiado gran­des que vuelan lejos. Pero cuando tocan tierra, él las agarra, veloz, y pequeño como es consigue pasar entre las piernas de todos y llegar al arco. Cuando hay laterales y los adversarios recuperan el aliento es precisamente el momento en que él sale y los pasa, de tal ma­nera que cuando los goleadores se imaginaban que lo tenían detrás de la espalda, se lo encuentran en cambio ya cinco metros más ade­lante. El gran jugador no es el que hace cometer faltas, sino ése al que nunca se le puede hacer ninguna gambeta. La belleza misma Ver a Messi significa observar algo que va más allá del fútbol y coincide con la belleza misma. Algo como un ímpetu, casi un es­tremecimiento de conciencia, una epifanía que permite al individuo que está allí, viéndolo gambetear y jugar con la pelota, dejar de per­cibir una separación entre él y el espectáculo que está presencian­do, confundirse plenamente con lo que ve, al punto de sentirse uno con ese movimiento desigual pe­ro armónico. En esto, las jugadas de Messi son comparables a las sonatas de Arturo Benedetti Mi­chelangeli, a los rostros de Rafael, a la trompeta de Chet Baker, a las fórmulas matemáticas de la teoría de los juegos de John Nash, a todo lo que deja de ser sonido, materia, color, y se convierte en algo que pertenece a todos los elementos, a la vida misma. Ya sin separación, sin distancia. Están ahí, y no se puede vivir sin ellos. Y nunca se ha vivido sin ellos, sólo que cuan­do se descubren por primera vez, cuando por primera vez se los ob­serva al punto de quedar hipnoti­zados, la conmoción es inevitable y uno no puede más que intuirse a sí mismo. (...) Me pregunto qué maravilla y qué vértigo sería ver jugar a Mes­si en el San Paolo, él, de quien el propio Maradona dijo: "Ver jugar a Messi es mejor que tener sexo". Y Diego sabe mucho de las dos cosas. "Me gusta Nápoles, quiero ir pronto ?dice Lionel?. Estar un poco debe ser lindísimo. Para un argentino es como estar en casa". El momento más increíble de mi encuentro con Messi es cuando le digo que cuando juega se parece a Maradona ? "parece", porque no sé cómo expresar algo repetido mil veces, aunque deba decírsela igual ? y me responde: "¿De verdad?", con una sonrisa aún más tímida y contenta. Por lo demás, Lionel Messi aceptó verme no porque sea un escritor o por otra cosa, sino porque le dijeron que vengo de Nápoles. Para él es como para un musulmán nacer en La Meca. Nápoles, para Messi y para mu­chos simpatizantes del Barcelona, es un lugar sagrado del fútbol. Es el lugar de la consagración del ta­lento, la ciudad donde el dios de la pelota jugó sus mejores años, don­de de la nada partió hacia la derro­ta de los grandes equipos, hacia la conquista del mundo. Lionel parece todo lo contrario de lo que uno espera de un juga­dor: no es seguro de sí mismo, no usa las frases habituales que les aconsejan decir, se pone colorado y se mira los pies o se mordisquea las uñas del índice y del pulgar acercándoselas a los labios cuando no sabe qué decir y está pensan­do. Pero su historia es aún más ex­traordinaria. La historia de Messi es como la leyenda del abejón. Se dice que el abejón no podría volar porque el peso de su cuerpo es des­proporcionado respecto de la fuer­za de sustentación de las alas. Pero el abejón no lo sabe y vuela. Messi, con ese cuerpo flacucho, con esos pies pequeños, esas piernas, el tor­so exiguo y todos sus problemas de crecimiento, no podría jugar en el fútbol moderno, todo músculo, masa y fuerza. Sólo que Messi no lo sabe. Y por eso mismo es el más grande de todos.



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20 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hacia la hiperficción

Rafael Argullol: Lo que se ha sometido a la revolución mayor ha sido en el ojo, el terreno de la ciencia y en el terreno de las repercusiones populares de la técnica a través de la realidad virtual y de la televisión, a través de los videojuegos etc.
Delfín Agudelo: De esta manera, cada época carga consigo su posibilidad de crear las nuevas ficciones de su tiempo. Y a través de sus avances actuales, puede aventurar nuevas ficciones en tiempos futuros.
R.A.: Ahora de alguna manera vivimos en un momento en que se permite la creación de nuevas ficciones, ya no a través de esa categoría parecelsiana y de Coleridge de la creación de mundos imaginarios desde el ojo clásico, sino a través de una especie de suplantación de este ojo que se convierte como en el monstruo Argos de mil ojos. Es decir, ya no tenemos uno sino mil ojos, infinitamente más precisos que el ojo que podía no calcular ya Homero o Dante o Coleridge, sino alguien contemporáneo nuestro como puede ser Orwell. De ahí que otra obra de referencia que en su momento nos pareció que se adelantaba mucho al tiempo pero que en estos momentos resulta obsoleta, y a la que debemos muchísimos valores anticipatorios que hemos citado a veces, Blade Runner: con sus distintas metáforas y manipulaciones del ojo, en estos momentos cualquier clínica de microcirugía ocular de cualquiera de nuestras ciudades deja atrás los pronósticos de Blade Runner que se situaban en los Ángeles de 2019. Llevamos doce años de ventaja y llevamos una sofisticación mayor. En la medida en que hemos revolucionado la posición del cuerpo y de los sentidos, sobre todo la del ojo, en esa misma medida toda nuestra capacidad ficcional se ha subvertido, revolucionado, y estamos en lo que podríamos llamar efectivamente una hiperficción pero que no nos hace olvidar el viajo debate entre realidad y fucción sino que nos la sitúa en un terreno completamente distinto y completamente innovador.



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20 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En crisis: ganadores y perdedores

Los más débiles son quienes más pierden en las crisis económicas. Los políticos se llenan la boca de promesas y declaraciones ampulosas: no permitiremos que la recesión golpee a los más humildes. Mentira. La recesión golpea por definición a los más desprotegidos. Lo más que se puede hacer es no retirarles la única y pobre manta que todavía les cubre. Pero pregonar que con la recesión quedarán protegidos es en el mejor de los casos una declaración de intenciones sin contenido alguno. Los inmigrantes, sobre todo si no tienen papeles; los más débiles de las familias más pobres, es decir, los niños, los enfermos y los ancianos; los pensionistas sin otra fuente de ingresos que su pensión, todos sufrirán y están sufriendo la crisis con especial intensidad. Los pobres de África ante todo, seguidos de los pobres de Asia y América Latina a continuación, con especial mención a los más pobres de lugares donde ya hay mucha riqueza, como China, Brasil e India, serán quienes más duramente la pagaran internacionalmente; entre otras razones porque también van a disminuir los presupuestos de ayuda al desarrollo, las aportaciones a las ong's, los programas de Naciones Unidas. Todo se encoge cuando la economía mundial se encoge, pero las necesidades siguen siendo las mismas e incluso mayores.

De manera que ya tenemos una primera lista de víctimas de la crisis, la de más abajo. A continuación llega lo que queda de la clase obrera y similares, una amplísima capa de las sociedades occidentales que de hecho son clases medias en términos mundiales. Tienen sindicatos que de una forma u otra todavía intentan defenderles; cuentan con legislaciones protectoras en algunos países; también con Gobiernos que se apoyan en su voto y responden de forma recíproca a su actitud: no permitiremos que los trabajadores sean los paganos de la crisis, suelen decir unos y otros. Pero estas clases medias también notarán el embate de la recesión, en puestos de trabajo perdidos, en rentas recortadas, en derechos erosionados. Vencidos muchos por la crisis, muchos de ellos y sobre todo sus hijos tendrán quizás la oportunidad de aprovecharla para resituarse en la salida del túnel, cuando se abra el nuevo paisaje de una economía distinta, donde habrá nuevos jugadores.

Pero sigamos con los perdedores. Arriba del todo también los hay. Muy relativos, claro está: será difícil que les falte lo más elemental, la vivienda, la comida, el vestido, la vida cómoda, como sucederá a buena parte de los anteriores y a casi todos de los primeros. La crisis hace bajar a todos varios pisos, pero por mucho que bajen los de arriba del todo será difícil o casi imposible que alcancen a los otros. Pierden, son quienes más pierden, pero no son los perdedores. En realidad, incluso el que más pierde tiene todos los salvavidas preparados para mantenerse a flote: dejará de tener prestigio e influencia, ya no lucirá más en lo alto de la pirámide, pero seguirá adelante, tan campante. De ahí que ahora sea el momento también de regar por aspersión con dinero en una sola dirección, las zonas más pobres de la sociedad y del planeta. Habrá que controlar, claro está, este dinero como cualquier otro; pero está claro que esta inversión es de la que más aprovecha, en términos de vidas humanas, de salud e incluso del consumo que hace arrancar de nuevo la economía. Los pobres gastan para sobrevivir cuando los ricos guardan.

Luego están los ganadores de la crisis. Los que van a seguir el consejo de que no hay que dejar que una buena crisis se eche a perder. El consejo vale para todos, gobiernos, empresas y personas. Pero no está al alcance de todos poder seguirlo. Unos lo seguirán literalmente, aprovechándose personalmente; pero otros lo harán decentemente para hacer las políticas o tomar las medidas correctas que durante la bonanza no había forma de tomar. Hay que estar atentos a los primeros, para que no se cuelen y nos engañen como si estuvieran con los segundos. Algunos banqueros que han recibido dinero público como consecuencia de la crisis lo han aprovechado para cobrar sus bonus o renovar su flota de aviones privados. Sarkozy ha intentado aprovecharla, sobre todo mientras Obama no había todavía aterrizado, para hacerse el dueño de Europa. Como esos empresarios que sólo quieren abaratar el despido pero no lo necesitan para volver a crear puestos de trabajo más tarde, sino puramente para que les salga más barato el cierre y liquidación. Luego están los pedigüeños: ya es larga la cola de quienes van a pedir subvenciones públicas sin otro objetivo que mejorar sus balances en momentos difíciles. Pero los Gobiernos, auténticos amos de la situación y guardianes de la llave de la caja, no debieran dar ni un euro a quien no demuestre que lo gastará adecuadamente para sacar buen provecho de la recesión, de forma que sus empresas, reconvertidas y modernizadas, vuelvan a funcionar, a dar trabajo y a tirar de la economía, y así la inversión pública revierta en el conjunto de la sociedad.

(Sugerencia para los comentaristas: cuenten quien gana y quien pierde en las crisis y sobre todo en esta crisis. Se agradecerá además que se entre en detalles: casos reales y prácticos.)



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20 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Carnaval capitalista

Nadie va a escapar de esta crisis. Pero vamos a ver quién sabe aprovecharla. Sacar partido de la crisis es la consigna del día en Washington, donde un célebre economista (Paul Romer, nada que ver con Christine Romer, la presidenta del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca) formuló hace cinco años la sentencia que el eco ha ido repitiendo hasta dejarla esculpida como la frase más citada de la temporada, en boca del jefe de Gabinete del presidente, Rahm Emanuel: "No dejes que una crisis grave se desperdicie".

La crisis es el carnaval de la economía. Es el momento en que se levantan las prohibiciones y tabúes. No es extraño que salga Marx en procesión después de tantos años con Adam Smith. Muchos se admiran de que las inversiones que no fueron posibles cuando las vacas gordas se conviertan en obligatorias con las flacas. No se dan cuenta de que éste es exactamente el argumento de la obra. Alan Greenspan está ahora a favor de la nacionalización de la banca, temporal por supuesto, para regocijo de los impenitentes partidarios de nacionalizarlo todo, en cualquier tiempo y lugar.

Para sacar todo el provecho posible de la recesión ha construido Barack Obama el paquete económico por importe de 787.000 millones de dólares (unos 605.000 millones de euros) que acaba de firmar, justo cuando se cumple un mes de su llegada a la Casa Blanca, bajo el nombre de Ley de Recuperación y Reinversión (ARRA: American Recovery and Reinvestment Act), probablemente el mayor proyectil de inversiones públicas jamás lanzado desde la II Guerra Mundial, y sólo superado en términos relativos por el conjunto de inversiones del New Deal, con las que Franklin Roosevelt afrontó la Gran Depresión en 1933. Puro keynesianismo.

Una tercera parte son devoluciones fiscales. Las clases medias y bajas recibirán un cheque de 400 dólares, que será utilizado rápidamente, dadas las múltiples y urgentes necesidades de esta parte de la población. Su eficacia será mayor que la misma medida aplicada a todos los contribuyentes, tal como hicieron Bush o Zapatero en el primer semestre de 2008, pues los más ricos no trasladan estos regalos al consumo. Las otras dos partes, más de 500.000 millones de dólares, van directamente a inversiones destinadas a producir dos efectos simultáneos: crear puestos de trabajo y sustentar el cambio de modelo hacia una economía más verde y tecnológica. La receta es clara: se riega el país con dinero y se intenta poner los cimientos de los negocios futuros que tirarán de la economía cuando termine la crisis.

Hay que ser muy prudente con sus efectos inmediatos. La velocidad de pérdida de puestos de trabajo en Estados Unidos es de medio millón al mes. Veremos si el paquete de Obama es capaz de crear o salvar esos tres millones y medio de puestos de trabajo que promete. Sus efectos a medio y largo plazo ofrecen menos dudas: informatizar la red eléctrica para hacerla más eficiente y ahorradora, instalar banda ancha en las zonas rurales, mejorar el aislamiento de los hogares para recortar el consumo energético, utilizar la tecnología para gestionar mejor el sistema de salud, construir coches más ecológicos y eficientes o apostar por energías alternativas son objetivos de inversión seguros. El paquete también atenderá los déficit más sangrantes en infraestructuras y equipamientos públicos del tipo que condujeron al desastre del Katrina, que asoló Nueva Orleans; este tipo de asignaciones, sin ser directamente productivas, también mejoran la competitividad.

Obama quiere aplicar su plan de salvación con la participación de los ciudadanos y la máxima transparencia y control democrático. Aplicando ya sus recomendaciones, ha creado un portal en Internet con el objetivo de que se pueda seguir hasta el último dólar que se gaste en este nuevo New Deal de 2009 (www.recovery.org). Los europeos debiéramos tomar ejemplo: de la envergadura, de su visión a largo plazo, y sobre todo de la vocación de gobierno abierto y participativo.

Todo esto disgusta a los republicanos. Vaya paradoja: consideran que tanto gasto e intervención pública son cosas de europeos. Su auténtico líder, el radiopredicador Rush Limbaugh, ya ha dicho que desea antes que nada el fracaso de Obama ante la crisis: hasta ahí llega su patriotismo. Aunque un buen puñado de gobernadores ha cerrado filas con el presidente, sólo tres senadores republicanos le dieron su voto, que era imprescindible. Obama no ha conseguido el consenso nacional que obtuvieron Franklin Roosevelt con su New Deal en 1933 o Ronald Reagan con su recorte de impuestos en 1981. Sobre todo, porque la política y las ideas suelen ir detrás de los hechos. Los republicanos ya piensan en quitarle la mayoría en las dos cámaras en 2010 y se aferran a los dogmas del libre mercado y del Gobierno inhibicionista. Así es como aprovechan la crisis, aunque saben que estamos en carnaval y toca invertir los términos del mundo tal como lo hemos conocido.



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20 de febrero de 2009
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II. Reverencia ante la reverencia

Metieron al hijo de Juan Gelman en un bloque de cemento y lo tiraron al río los sicarios que andan siempre sueltos, el río de los muertos, el mar de los muertos lanzados desde los aviones militares, tierra inmensa y oscura de los desaparecidos, y su nuera secuestrada con un hijo en el vientre, la sacaron clandestina al Uruguay, la hicieron parir y también la asesinaron y quién da cuenta de su tumba, Juan Gelman y la nieta desaparecida y luego reencontrada gracias a esa tenacidad suya que nunca doblegó el viento cruel del infortunio, ese mismo que le ha acuchillado la cara.

Apenas un poco inclinado, y ligeramente sonriente, un esbozo de ironía en la foto, y toda la dignidad del poeta vestido de chaqué el día de recibir el premio a su concubinato de por vida tan pasional y tan feroz y tan carnal con la poesía, amor de desvelos nocturnos, pasión de los ojos ardidos despiertos, tantos oficios y fue a dar con éste que él dice que no es suyo pero ante al cual hoy en esta foto se inclina, un oficio para dejar constancia de los dolores ajenos, ya no se diga de los propios, las palabras que no se trabajan sino con la sangre que hay que sacarse de las venas, como en los tangos y en los boleros, y lo que yo siento al contemplar desde Managua esta foto suya impresa en este periódico del año pasado, es un ligero temblor en el alma y en el cuerpo, y entonces yo también me inclino reverente ante la figura que se inclina en la foto, él ante la poesía y yo ante el poeta.

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20 de febrero de 2009
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La necesidad de regresar

Unos días antes indicaba que en su reflexiones sobre Sésamo y lirios de John Ruskin, el creador de la Recherche indica que la literatura es tan sólo el pórtico que posibilita la búsqueda de una verdad escondida en cada lector, y que sería una errónea inversión de jerarquía el considerar que lo profundo reside en la literatura misma. También Venecia es fundamentalmente una ocasión de reencontrar la verdad propia; en el caso del Narrador ocasión de sentirse de nuevo en ese Combray del que quizás nunca realmente se había alejado. Nada encuentra en Venecia el que no tiene en su fuero interior algo que reencontrar. Al que realmente ama Venecia no les motiva, de hecho, otra cosa que la necesidad de regresar.

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20 de febrero de 2009
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El Boomeran(g)
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