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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Esperando a 'Watchmen'

Hoy se estrena Watchmen aquí. Hoy voy a ver Watchmen.
    Mientras espero que llegue la hora tan soñada, me divierto con una producción de The A.V. Club (www.avclub.com) titulada Otras 24 novelas gráficas que nos gustaría ver llevadas al cine. Algunos de los títulos sugeridos me parecen elecciones naturales, desde Ronin de Frank Miller hasta otra obra de Alan Moore, The League of Extraordinary Gentlemen. (Alguien dirá: ¡pero si esa ya la filmaron! Precisamente. Lo hicieron tan mal, que sería justo que alguien volviese a hacerlo –pero bien.)
    Otros constituyen elecciones exóticas, pero por eso mismo interesantes: desde Maus de Art Spiegelman, que recrea el Holocausto con la imaginería de ratones, gatos y cerdos inspirada en el Mickey Mouse de los comienzos, pasando por Jimmy Corrigan, The Smartest Kid On Earth (una historia de soledad tan tierna como devastadora) y llegando a Black Hole de Charles Burns, que –dicen- sería el próximo proyecto de David Fincher. De ser así representaría un regreso a la oscuridad más que bienvenido, después de la agridulce Benjamin Button.
    Lo interesante fue que la gente de A.V. Club recomendase historietas de las que nunca había oido hablar y suenan maravillosas. Como Cerebus: High Society, de Dave Sim, calificada de ‘una de las cuatro o cinco mejores novelas gráficas jamás publicadas’. Con esa recomendación, ya me la anoté en mi lista mental de próximos libros por comprar… O Concrete: Strange Armor, de Paul Chadwick, protagonizada por ‘una especie de superhéroe que usa sus dones para lidiar con cuestiones sociales o emprender increíbles expediciones, en vez de combatir el crimen… Un héroe que piensa más de lo que hace’. O The Sword de The Luna Brothers, autores de títulos como Girls y Ultra de los que he oido maravillas pero nunca cayeron en mis manos.
    ¿No se entusiasman ustedes cuando piensan cuántas cosas maravillosas quedan por leer?
    Mañana les digo qué comics me gustaría ver a mí en el cine.

                                                                                                (Continuará)



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5 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La buena gente del campo

Flanery O´Connor en plena faena. Fuente: Joe McTyre/Atlanta ConstitutionLa chica que un día dijo: "Soy una de esas personas que penetran la nada. La buena gente del campo" es hoy, según su biógrafo Brad Gooch, "a one-woman academic industry". Pero el poder de la narrativa de la escritora norteamericana Flannery O´Connor, criadora de pavos para más detalles, se basa en elementos aparentemente sencillos: una buena historia, un buen personaje y el deseo de dejarse conducir por todo eso a algún lado. Así lo dice en esta tesis sobre la escritura de relatos que encontré en Ciudad Seva y que se lo dedicó a una amiga muy querida, admiradora rendida de la O´Connor ciertamente, quien me ha prometido empezar hoy mismo a recuperarse de una gripe y de otros dolores menos virales:Siempre he oído decir que el cuento es uno de los géneros literarios más difíciles; y siempre he tratado de descubrir por qué la gente tiene tal impresión respecto de lo que considero una de las formas más naturales y básicas de la expresión humana.Aún me inclino a pensar que la mayor parte de la gente posee una cierta capacidad innata para contar historias; capacidad que suele perderse, sin embargo, en el camino. Por supuesto, la capacidad de crear vida con palabras es esencialmente un don. Si uno lo posee desde el inicio, podrá desarrollarlo; pero si uno carece de él, mejor será que se dedique a otra cosa.No obstante, he podido advertir que son las personas que carecen de tal don, las que, con mayor frecuencia, parecen poseídas por el demonio de escribir cuentos. Estoy segura que son ellas quienes escriben los libros y los artículos sobre "cómo se escribe un cuento".Un cuento es una acción dramática completa, y en los buenos cuentos los personajes se muestran por medio de la acción, y la acción es controlada por medio de los personajes. Y como consecuencia de toda la experiencia presentada al lector se deriva el significado de la historia. Por mi parte prefiero decir que un cuento es un acontecimiento dramático que implica a una persona, en tanto comparte con nosotros una condición humana general, y en tanto se halla en una situación muy específica. Un cuento compromete, de un modo dramático, el misterio de la personalidad humana.Para el escritor de ficciones, en el ojo se encuentra la vara con que ha de medirse cada cosa; y el ojo es un órgano que además de abarcar cuanto se puede ver del mundo, compromete con frecuencia nuestra personalidad entera. Involucra, por ejemplo, nuestra facultad de juzgar. Juzgar es un acto que tiene su origen en el acto de ver. En la escritura de ficción, salvo en muy contadas ocasiones, el trabajo no consiste en decir cosas, sino en mostrarlas.Un buen cuento no puede ser reducido, sólo puede ser expandido. Un cuento es bueno cuando ustedes pueden seguir viendo más y más cosas en él, y cuando, pese a todo, sigue escapándose de uno.En la mayoría de los buenos cuentos es la personalidad del personaje lo que crea la acción de la historia. En la mayoría de esos cuentos, siento que el escritor ha pensado en una acción y luego seleccionado un personaje para que la lleve a cabo. Usualmente, existen más probabilidades de llegar a un buen fin si se comienza de otra manera. Si se parte de un personaje real estamos en camino de que algo pase antes de empezar a escribir, no se necesita saber qué. En verdad, puede ser mejor que uno ignore lo que sucederá. Cada uno debe ser capaz de descubrir algo en el cuento que escriba. Cuídate mucho, bebe mucha agua, escribe mucho, Principita.



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4 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amélie Nothomb en Barcelona

Amelie Nothomb. Fuente: revistañ Quienes leen Moleskine Literario desde sus inicios sabrán que la belga Amélie Nothomb no es una escritora que me interese demasiado. La lectura de Estupor y temblores, su más exitosa novela hasta el momento, me dejó con estupor y temblores: el racismo era asfixiante, la burla y ridiculización contra los japoneses fue demasiado obvia. Algo de eso me ocurrió cuando vi la película de Sofía Coppola Perdidos en Tokyo, aunque de eso no voy a hablar más porque siempre que lo comento en voz alta pierdo un amigo o amiga. Supongo que va a pasar mucho tiempo antes de que Europa y EEUU vea a Japón (y a los "excéntricos" japoneses) como algo más complejo que un país que se hizo millonario vendiendo cámaras de fotos. Pero nunca debe uno cerrar las puertas a nada. La nueva novela que publica Anagrama de Nothomb, quien está en España promocionándola, Ni de Eva ni de Adán, vuelve al territorio japonés (que ella conoce bien pues vivió varios años allá con sus padres y luego sola). La leeré para saber si ahora sí logra superar el prejuicio y nos entrega una buena novela. Pero por sus declaraciones de ayer, no guardo demasiada esperanza.Para que nada falte, asegura que ayer comenzó a escribir en Barcelona su novela número 66, pero que sólo ha publicado 17 y quiere que el resto permanezcan secretas incluso tras su muerte, para lo que baraja desde enviarlas a la Biblioteca Vaticana hasta publicarlas en La Pléiade. El remate quizá es que algunos de sus relatos autobiográficos se ambientan en Japón, donde nació, pasó sus primeros años, regresó en 1989, se enamoró y, según se mire, desafortunadamente, trabajó. "Todos los malos tratos posibles estaban permitidos en las empresas japonesas excepto uno, despedirte, que era como matar a alguien. En eso resultaban modélicos, pero se acabó". La humillación que sufrió en su trabajo la llevó a escribir con disciplina, y la historia de sus vejaciones daría origen años después a su éxito Estupor y temblores (Anagrama). Ahora la sociedad japonesa y sus estereotipos son el trasfondo de Ni de Eva ni de Adán."La primera ministra Édith Cresson comparó a los japoneses con hormigas. Se les ve como robots. Una afirmación que no resiste a mi libro, donde todo lo que explico sucedió y todos tienen personalidad, incluso en la empresa". Eso sí: afirma que la vida en Japón es como "sucesivas duchas escocesas", porque "hasta los tres años los niños son como pequeñas divinidades", pero luego "la primera escuela es un pequeño ejército donde tienes que obedecer a silbatos y banderitas. En general, hasta los 18 años en la escuela se vive como en un ejército, y creo que eso está ligado a la dificultad de su escritura: necesitan 12 años para aprender sus magníficos ideogramas". Le sigue "la universidad, espacio de libertad, y, finalmente, la empresa, un horror donde te pueden tratar como a un esclavo". Está segura de que la crisis que vive Japón hace años obligará a una transformación, pero cree que será muy difícil "porque no es un pueblo para cambios profundos, estructurales. Es increíble que un país tan inteligente para comprender la importancia de la flexibilidad en las artes marciales no sé dé cuenta de que con su rigidez social no va a ninguna parte", concluye.



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4 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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LAS ORGIAS DE FLAUBERT

 

Volver de vez en cuando a Flaubert, quiero decir volver a sus libros. Y volver por el recuerdo de "Salambó" o porque hay una pequeña delicia editorial- otra vez publicada por la gran pequeña editorial "Periférica"- es una pequeña biografía, un homenaje de alumno cercano, de disimulado alumno, nada menos que de Guy de Maupassant.  En ese breve libro se nos acercan manías cotidianas, sueños y realidades de ese gigante literario que era Flaubert. Empezó- como todo el mundo- escribiendo para gustar más y terminó escribiendo atrapado por esa orgía de disfrutar con la escritura. "Toda su existencia, todos sus placeres, casi todas sus aventuras fueron mentales". Un gran aventurero, un ser humano tan cercano que a veces, para no ponerse sentimental escribiendo, le da  al Burdeos "para atontarme un poco".

Maupassant también hace una selección de textos que recortaba, que guardaba para utilizar en su trabajo. Por ejemplo de Gausme, "Catecismo de la perseverancia": "es una maravilla que los peces puedan nacer y vivir en el agua del mar, que es salada, y que su especie no se haya extinguido hace tiempo"

O este otro de "Armonías de la naturaleza" de Bernardin de Sain Pierre : "Al melón la naturaleza lo ha dividido en rajas con el fin de que pueda ser comido en familia: la calabaza, al ser más gruesa, puede comerse por los vecinos".

Genial, recortar ideas peregrinas para convertirlas en otra cosa.



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4 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La potencia del pensamiento

 

Los ensayos de Giorgio Agamben que publica Anagrama deberían recetarse como si fueran un complejo vitamínico. Desde luego, la ingestión no será fácil y probablemente produzca alguna de esas inevitables complicaciones que hoy caracterizan la digestión intelectual. Pero ¿acaso no es eso lo que le hace falta al mundo? Aquejada de simplicidad la opinión asiste perpleja al espectáculo trágico de nuestro tiempo sin entender de dónde procede tan súbita catástrofe. Sin recordar que siempre hemos vivido abrazados a la causa de nuestra destrucción.

El libro contribuye a que la filosofía, como suele decirse, regrese con renovado ímpetu a la "conversación de la humanidad" pero no en balde señala algunas diferencias decisivas entre la reflexiva exploración del laberinto cultural y los ensayos divulgativos escritos para inspirar a un público desorientado. Agamben, y sea dicha la advertencia para evitar reclamaciones, exige a su lector esfuerzo y una informada memoria.

Hay una profusa producción de textos que pasan desapercibidos por los que abominan de los especialistas de la cosa en sí, pero todos ellos desbrozan significativas observaciones sobre nuestro fuste torcido. Warburg, Kommenerell, Milner, Jesi o Segalen, entre otros, son hilvanados por Agamben para dar cuerpo a una especie de antropología metafísica que, a fin de cuentas, renueva el aparentemente agotado expediente de la condición humana.

La potencia del pensamiento debería aparecer en una nueva lista de libros recomendados. Una especie de hard-books elaborada para violentar la complacencia de la cultura contemporánea, mecida por todo cuanto arrullo suene a melódico estribillo.



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4 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amor a las basuras

En 1857, ocurrió la primera crisis financiera importante en Estados Unidos. Se inició con el hundimiento del Ohio Life & Trust y se extendió por todo el país, quebrando 1.415 instituciones bancarias. Las aciciones cotizadas en la Bolsa de Nueva York disminuyeron hasta 75% de valor y poco después las dificultades llegaron a Europa donde incluso se fue a pique el primer banco de Inglaterra, el Overend, Gurney & Co. Por esa época de adversidad y malestar escribía Flaubert: "Debemos gritar contra los guantes baratos, contra los sillones de escritorio, contra el impermeable, contra las estufas baratas, contra la tela falsa, contra el lujo falso (...) ¡La industria ha generado fealdad en proporciones gigantescas!" (Correspóndanse) Los precios de todos los productos no habían dejado de bajar a lo largo del siglo XIX a causa de las nuevas tecnologías pero ningún periodo fue más deflacionario que el de 1873 a 1896 en que, en Grab Bretaña, los precios de las cosas bajaron hasta en un 40%. A la manera que se ha sentido en los últimos años del low cost las mercancías y los servicios tendían relativamente a no valer nada pero, a diferencia de ahora, no se había producido el fenómeno general de la gran rebaja en la calidad, a pesar de que Gustave Flaubert se declarara alarmado.

Entonces, todo lo físico y moral tendía, aunque lentamente, hacia la cultura industrial pero distaba mucho de parecerse a la basura, física y moral, política, educativa y municipal que se ha alcanzado en nuestros días. Y al respeto que, además, merece. ¿Regreso a la fase anal? ¿A la fase infantil del psicoanálisis?

El culto a las basuras en la cultura de la posmodernidad forma parte de una tendencia que ha llegado a los bonos basura y las hipotecas subprime después de haber pasado por la moda del grunge, el arte povera, la pintura del residuo, la inspiración de los diseñadores en los harapos del suburbio, el hip hop o el rap, las tiendas de ropa usada, las cadenas de comida basura, la telebasura, las redes de supermercados chinos. ¿Cómo no iríamos a parar a este colosal vertedero, económico, social, moral y financiero?



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4 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Media docena de robos y un par de mentiras

Mercedes Abad

Alfaguara

 

La base que fundamenta la estructura de esta amena serie de relatos reunidos bajo el título de Media docena de robos y un par de mentiras es la transgresión de la propiedad intelectual. Curiosamente, el tema de la originalidad y la autoría, es decir, los derechos inalienables de autor, es una cuestión que preocupa mucho en la antes llamada República de las letras.  No voy a entrar ahora en el gigantesco tinglado que hay montado al respecto y que va desde los derechos de reproducción en internet hasta la versión libresca del top manta. La cuestión es muy compleja y, además, esa batalla se libra a un nivel que no tiene nada que ver con la clase de robos que se cometen en esta media docena de robos firmados por Mercedes Abad.  Aquí la cosa está en la línea de esas periódicas noticias y referidas a un oscuro escritor de provincias que acude a los tribunales con la pretensión de crucificar al autor de campanillas que le ha plagiado su obra.  También nos movemos aquí  en la órbita de esos escritores en ciernes que antes incluso de sentarse a escribir corren a la oficina de la propiedad intelectual para inscribir al menos el título, por no hablar de quienes, una vez terminada la obra, renuncian a mandarla a un premio  por temor de verla publicada un día bajo la rúbrica de una estrella de las letras patrias. Es decir, que muchas veces se trata de autores  domingueros, o casi.

                Obviamente, y a pesar de que en conjunto se trata de un océano de paranoias inútiles y propias de "creadores" escasamente profesionales,  es bien conocida la figura del plagiador profesional, un tipo (o tipa, pues también las hay) que una vez desenmascarado(a)s aluden vagamente a la existencia de "archivos olvidados" en la memoria del orden ador. Aunque también se les ha visto reivindicar el derecho a la "inspiración" en los escritos ajenos y al derecho a "citar" a sus inspiradores. Con ser pocos, los casos de plagio son tan jaleados y morbosamente seguidos en los medios que parece que sean una práctica habitual. Y que tal vez lo sea, pero con una precisión: antes o después, todo maestro honrado le susurra a la oreja a su discípulo predilecto una máxima que él a su vez le susurrará a su propio discípulo aventajado. Y que dice así: "Tú copia bien y no mires a quién". Y la clave está en el "bien" y no en la acción de copiar. Al fin y al cabo, después de dos mil años y pico de cultura narrativa, o cuatro mil y pico si contamos  las culturas orientales, pretender que un escritor diga todo el rato lo que nadie había dicho hasta ahora es demencial.  Y bromas aparte, quien no aprende a copiar bien acaba arrastrando su pecado toda la vida como una penitencia, y si  no que se lo digan a Dino Buzzati, feliz autor de esa excelente novela que es  El diesierto de los tártaros, pero que incluso después de muerto sigue aplastado por el gran pecado de no haber sabido ir un poco más allá de su modelo, Franz Kafka.  Claro que, bien pensado, menudo enemigo se buscó el pobre Dino.

                Los relatos de Mercedes Abad no son robos a escritores de fuste. Por lo general son obras desechadas por amigos, o gruesos manuscritos que le dan a leer y de los que, a modo de compensación por la tostada, se queda un relato suelto, aunque también puede ser una argentina que vende sus composiciones poéticas, musicales, narrativas o culinarias en un puesto callejero. Y la excusa para el robo no es del todo eximente, pero sí elocuente: si uno lee un texto - dice la voz narradora -,éste puede producirle un impacto profundo y perturbador, pues en cierto modo es algo que él, el narrador-lector , hubiera querido escribir. Y si  decide apropiarse de él, en cierto modo es para "descubrir qué se siente al escribir algo tan bueno", pero sobre todo porque está adentrándose en un terreno en el que apropiarse de esa expresividad ajena es un acto de afirmación. Insisto en que no es eximente, pero sí hay algo que convierte el robo en un acto noble (con perdón):  la pasión con la que el plagiador hace suyo lo ajeno a veces confiere a lo robado más valor del que le daba el propietario legítimo.

                Hay otro aspecto que contribuye a amenizar la lectura, y es el juego de espejos en el que se inserta la voz narradora. Quien firma el libro es una mujer, pero el narrador del hurto puede ser un hombre que le ha robado la idea a una mujer, la cual había encarnado su relato en una voz narradora masculina. Sobre todo en el primer relato robado, "A mí la regla me vino en Salamanca", esa entrega de la antorcha narrativa que va pasando de unas a otros y de otros a  unas,  produce efectos cómicos muy notables.  Los restantes relatos son desiguales, aunque cumplen con su objetivo de proporcionar un rato de lectura intrascendente pero amena, y a ratos de calidad.



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4 de marzo de 2009
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El problema de la función de la música

¿Por qué la música nos motiva?, se pregunta Steven Mithen en un libro que lleva el prometedor título de The Singing Nearderthals. The origens of Music, Language, Mind and Body (Hardcover: New York, 2005)

En un sabroso comentario al libro, el filósofo Jerry Fodor expresa la siguiente decepción: "Hubiera pensado que la manera natural de entender la pregunta: ¿qué pasa con la música que es tan buena? (What's so good about music?) Sería: ¿Qué hay en la música para que resulte algo tan bueno? (What is it about music that's so good?). Sin embargo, Mithen entiende la pregunta teleológicamente, en la forma: ¿para qué es buena la música?"( Jerry Fodor, "Give me that juicy bit over there" London Review of Books, 6 October 2005)

La última pregunta conduce casi inevitablemente a consideraciones utilitaristas: aspectos de la vida humana vinculados esencialmente a imperativos de subsistencia individuales o específicos y que -como decía- a priori nada tendrían que ver con la música, resulta que encuentran en ésta un auxiliar.

Steven Mithen tiene una concepción universalista del hecho musical, sustentada cuando menos en la constatación de que, por alejadas que se hallen históricamente y geográficamente dos culturas, ambas tienen en común la presencia  (en sus ritos como en su existencia cotidiana) de algún tipo de música. De la tesis universalista se pasa con toda lógica a la tesis innatista: la capacidad de producción y recepción de la música estaría inserta en nuestros genes (como para ciertos herederos de las teorías de la Gramática Generativa lo está el lenguaje); sería, en consecuencia, parte integrante de nuestra naturaleza.

Obviamente esta tesis nada tiene a priori que ver con una posición pragmatista respecto a la música. Esta posición puede surgir, sin embargo, como resultado de la interrogación sobre la causa o razón de ser de un rasgo innato. Al respecto no hay más que dos actitudes: o bien se describe la estructura innata a la que la facultad de percepción o creación musical se reduciría, es decir, se da cuenta en términos de lo que Aristóteles llamaba causa formal; o bien se busca una causa final, y entonces se explica la cosa en términos de adaptación.

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4 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Crónicas de Argentinarnia

Pequeñas delicias de la patronal del campo en la Argentina… Ayer me llegó esta anécdota, cuyos detalles ignoro pero imagino veraz en su esencia. Durante los meses del año 2008 en que el lockout patronal impidió la libre circulación de las rutas, la gente de Walden Media, productora de la saga de Narnia en el cine, barajó la posibilidad de filmar la tercera parte (Chronicles of Narnia: The Voyage of the Dawn Treader) en este país. Las facilidades estaban y los números cerraban. Pero finalmente los productores hicieron gala de sentido común y decidieron mudar sus tiendas a otra parte. Obligados a filmar en paisajes tan diversos como remotos de la Argentina, y por ende a movilizar toneladas de equipo mediante camiones, hubiese sido insensato que se arriesgasen a hacerlo en un país donde no se podía garantizar la libre circulación. ¡Cada día de un camión parado en un piquete hubiese representado una pérdida de millones de dólares!
    Hoy en día Dawn Treader está en marcha con fecha de estreno en diciembre de 2010. Será rodada en Nueva Zelanda y Australia, naciones que suelen meter presos a los que se adueñan de rutas públicas y toman bancos (como hizo aquí días atrás el empresario Alfredo de Angeli) y donde además la comercialización de granos está controlada por el Estado. Algo que sin duda espantaría de los Abanderados del Capitalismo Salvaje de mi país que, a diferencia de sus congéneres del mundo entero, no se ocultan con vergüenza en estas semanas sino que persisten en sus modos prepotentes y sus prácticas dignas de un mafioso.
    Así que sumen. A las pérdidas millonarias que produjeron entonces al país todo, a los aumentos de precios que provocaron, a los trastornos derivados de la falta de alimentos, al hombre que murió en la ambulancia a la que impidieron el paso (del que nadie parece acordarse, pero yo sí) y a las toneladas de granos que todavía se niegan a vender con tal de no pagar impuestos, agreguen ahora el lucro cesante de los cientos de argentinos que podrían haber trabajado en Dawn Treader y no tuvieron la oportunidad.



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4 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Reparar

Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara. Escribí esto para Ensayo sobre la ceguera hace ya unos buenos años. Hoy, cuando se estrena en España la película basada en esa novela, me he encontrado con la frase en las bolsas de la libraría Ocho y medio y en la contracubierta del libro de Fernando Meireles “Diario de Rodaje” que la misma librería-editorial ha editado con primor. A veces digo que con leer los epígrafes de mis novelas ya se sabe todo. Hoy, no sé por qué, viendo éste, yo mismo he tenido una súbita percepción, la de la urgencia de reparar, de combatir la ceguera. ¿Será por haberlo visto escrito en un libro distinto al que le corresponde? ¿O será porque este nuestro mundo necesita combatir las sombras? No sé. Pero si puedes ver, repara.



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4 de marzo de 2009
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El Boomeran(g)
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