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Eder. Óleo de Irene Gracia

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De gorilas y caudillos

Nueve años han pasado desde que escribí las últimas líneas de una tesis sobre la figura del dictador en la literatura latinoamericana. Aunque mi estudio señalaba la existencia aún de varios caudillos que servían de magníficos referentes para escribir novelas, en el fondo yo creía que se trataba de seres en extinción. Poco tiempo después, comencé a dudar si los tiranos no estarían en incubación para volver a brotar sobre nuestras tierras americanas. De un tiempo a esta parte ya no me quedan dudas: los dictadores ?o aspirantes a serlo- están aquí, aunque ahora visten jeans, guayaberas o camisas rojas. Tampoco se extinguió el otro peligro: el militar que se toma la justicia por su mano; el uniformado que imponen su voluntad por las armas. A los brazos de unos y de otros nos seguimos lanzando, porque una tradición de personalismos y demagogos no se erradica tan fácilmente. En Honduras, ahora mismo, toda una nación puede arrojarse al espinoso abrigo de los soldados o hipnotizarse ante el regreso ?triunfal? ?al estilo de Chávez- de quien ha sido depuesto por la fuerza. De ese dilema, pocas veces salimos bien parados los ciudadanos. No me gustan los golpes militares, ni los presidentes que intentan reelegirse infinitamente. Le tengo la misma desconfianza a quien baja de una montaña con las armas por delante, que al elegido en las urnas que administra su país como una hacienda; como si de la vieja finca de sus padres se tratara. De ahí que esté preocupada por Honduras. Tengo el temor que lo ocurrido prepare el camino para el surgimiento de otra figura investida de plenos poderes. ¡Cuidado! en la amplia gama que exhiben los sátrapas, la peor combinación es cuando convergen -en una misma persona- la figura del caudillo y del gorila armado.



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30 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tan lejos, tan cerca

 He vuelto al teatro. Lo tengo un poco abandonado. Y he vuelto por un clásico del siglo XX que, ¡ay!, se vuelve mucho más cercano, necesario y actual en éste final de euforia capitalista, en estos tiempos de crisis, en estos panoramas de para y trabajo débil.

La obra se llama "Muerte de un viajante", fue el gran triunfo de Arhur Miller en el final de los años cuarenta. Después vendrían la euforia, el crecimiento de los americano, la guerra fría, el plan Marshall y la desconfianza con todo lo que fuera o pareciera cercano a ideas comunistas o socialistas. La obra fue dirigida por Elia Kazan, e interpretada por Lee J. Cobb y Arthur Kennedy, entre otros. Es la historia de la decadencia de un americano prototípico, el vendedor ambulante Wily Loman. Tiene sesenta años y su mundo, su trabajo, su territorio se está desmoronando. En América, también en Europa, está a punto de llegar la euforia del consumo, del confort. No hablamos de España, aquí éramos diferentes. Para Wily Loman, un soñador, un ser humano que supervive engañándose- como tantos otros- el mundo que se comenzaba a pintar de technicolor, ya no es su mundo. Es un fracasado. Un desempleado. Un hombre sin fortuna, sin futuro. Eso no lo puede soportar. El final es trágico, desolador, sin salidas.

Estoy leyendo otra de las novelas americanas que marcaron época. Una novela que fue la más famosa de su tiempo y que creo estaba muy olvidada. Otra novela, que también muestra la cara menos amable de un mundo que se dedicaba a querer exportar los modelos, los lujos, la forma de vida del imperio americano. La mayor democracia, el modelo triunfador, también estaba lleno de derrotados. Y de hombres aburridos, previsibles y cansados a pesar de tener familia feliz, bonita casa, amigos, aficiones sanas, algunas escapadas y trabajo. Demasiado trabajo. De eso trata "El hombre del traje gris", de Sloan Wilson. Con un prólogo de Jonathan Franzen se acaba de publicar en "El Asteroide". Completa la visión desencantada de un imperio del que estamos viendo su caída.

Para completar esa mirada a las trampas, los agujeros y los bulevares de sueños rotos que surgieron del país más libre y poderoso, del país modelo de todo occidente, también habrá que acercarse al lúcido ensayo de Vicente Verdú, "El capitalismo funeral". Pero eso merece otra parada.

Espero que el mundo vuelva a empeorar. Es decir, pase del paro de "muerte de un viajante"  al trabajo, al aburrimiento y el hastío de la clase media y con trabajo. Que paren las desgracias de venir agrupadas. Esa manía de no venir solas.



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30 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dois anos

A Fundação fez ontem dois anos. Como é costume dizer-se, parece que o tempo não passou. Se nos pusermos a traçar um balanço do que fizemos e do que sonhávamos, motivos não faltarão para afirmar que não tivemos um momento de descanso. Em primeiro lugar, a preocupação de decidir sobre o que melhor convinha à recém-nascida para que o passo seguinte que tivesse de dar fosse firme e futurível. Depois o trabalho de convencer os desconfiados de que não estávamos aqui para nos dedicarmos à contemplação do umbigo do patrono, mas para trabalhar em benefício da cultura portuguesa e da sociedade em geral. Não temos a pretensão de os haver feito mudar de ideias, nem então, nem agora, mas essa tarefa de esclarecimento público permitiu-nos levar as nossas ideias e as nossas propostas às pessoas de boa-fé, que felizmente não faltam neste país, por muito mal que dele se diga. A Fundação já pode apresentar uma folha de serviços, não só digna, mas prometedora. As obras da Casa dos Bicos, que visitámos há três dias, avançam com afinco, e é muito provável que em seis meses ou pouco mais tenhamos a chave na mão e possamos entrar livremente na casa que já é nossa, mas que o será muito mais quando estivermos em actividade plena. Queremos que o Campo das Cebolas faça parte dos itinerários habituais das pessoas para quem a cultura não é somente uma decoração superficial do espírito. Recordámos recentemente a obra e a vida de José Rodrigues Miguéis. O próximo, talvez em Janeiro do ano que vem, será Vitorino Nemésio. E depois Raul Brandão. As leis, tantas vezes injustas, da oferta e da procura no mercado das letras, demasiadas vezes têm feito com que grandes escritores do passado recente deixem de andar nas bocas do mundo. Tudo faremos para contrariar essa maléfica tendência. Temos muito trabalho por diante. Dois anos não são nada, mas a menina está de boa saúde e recomenda-se.



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30 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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CIA y golpe

Los reflejos no cambian de la noche a la mañana, aunque desaparezcan las circunstancias que condujeron a su aparición. Hay un golpe de Estado en cualquier lugar del planeta, pero especialmente en América central, y sale alguien señalando con el dedo a la CIA. CIA y golpe son palabras asociadas entre sí casi como martillo y clavo, y eso prácticamente desde su creación. Por eso es todo un acontecimiento que llegue ahora este curioso golpe de Estado de Honduras, en el que el presidente destituido contaba sólo con su pijama para protegerse, para subrayar que desde Langley, la localidad de la periferia de Washington donde tiene su sede la gran agencia de espionaje, los Estados Unidos de Barack Obama ya no dan golpes de Estado sino que los condenan.

Si atendemos a las informaciones que llegan desde Washington, incluso cabría esperar que Obama utilizara a la CIA para reponer en su puesto al presidente expulsado. Esperemos que no lo haga: meter la pasta dentífrica en el tubo suele ser una acción mucho más difícil que sacarla. A fin de cuentas, parece que nadie en Honduras quiera darse cuenta de que lo que han hecho entre unos y otros es un auténtico golpe de Estado, una mofa del Estado de derecho, un atentado al principio sagrado del sometimiento de los militares al poder civil y un regreso al camino infame del golpismo, que tanta sangre, dolor y subdesarrollo han producido en América Latina. Ni siquiera vale el argumento de que el ejército cumplió una sentencia judicial que anulaba una decisión presidencial: los militares deben obedecer siempre al ejecutivo, que es de quien dependen. Sólo faltaba la intervención grotesca del coronel golpista Hugo Chávez contra el golpe para culminar la cadena de despropósitos. Y sólo faltaría ahora un golpe de la CIA pero al revés. Tal como están las cosas, la llegada del primer presidente afro americano a la Casa Blanca significa la culminación de otro ciclo en la política internacional que empezó, ni más ni menos que en Teherán, en 1953, con el golpe de Estado que organizó el jefe de la CIA para Africa y Asia, Kermin Roosevelt, emparentado con los dos presidentes del mismo nombre, contra Mohamed Mossadeq, primer ministro salido de unas elecciones democráticas que nacionalizó la compañía de petróleos británica Anglo-Iranian Oil, que luego se convertiría en British petroleum. La lista de golpes de la CIA desde entonces es abrumadora, sobre todo en tiempos de la Guerra Fría, que es para lo que fue organizada la agencia y la circunstancia a la que se amoldó perfectamente como su especialidad. De aquellos polvos golpistas que degollaron la democracia iraní y repusieron al tiránico Sha Reza Palehvi salieron los lodos de la Revolución Islámica en 1979 y el profundo antiamericanismo que quedó marcado a sangre y fuego en la memoria de los iraníes. Por eso Obama ha condenado autocríticamente aquel golpe contra Mossadeq y ahora ha reaccionado con sus nuevos reflejos antigolpistas. Estados Unidos está cambiando. La CIA está cambiando. Pero pasará tiempo antes de que el cambio llegue incluso a esos viejos reflejos tan útiles para personajes como Hugo Chávez, Mahmud Ahmadinejad o los hermanos Castro que necesitan a la CIA y al imperialismo americano para culparles de todo golpe de Estado y de cuanto malo les ocurra a ellos y a sus amigos.



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29 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Decir que ?no?

Click here to view the embedded video. Un presentador de la televisión le ha dado nombre a un divertido adorno, en forma de perro, que se coloca en el interior de los autos. Asentir todo el tiempo le valió a ese conductor que lo compararan con los peluches que mueven la cabeza con cada salto de la carrocería, mientras simulan decir que ?sí?. El referido señor siempre ratifica lo que dicen sus jefes, de ahí que el cuello se le vuelve un muelle cuando dirige uno de los programas con menos audiencia de la televisión cubana. Una amiga mexicana me regaló está jicotea que dice ?no?, la cual me hace recordar las negativas que los ciudadanos nunca hemos podido expresar en público. Al ritmo de este simpático quelonio, me gustaría subrayar todo aquello que desapruebo pero que no me permiten decidir con una boleta. Mover la cabeza hacia los lados cuando no se está de acuerdo implica una cuota mayor de valor que afirmar o consentir todo el tiempo. El deporte de decir que ?sí? le ha costado demasiadas pérdidas a mi generación, que carga con las consecuencias de los asentimientos y compromisos que hicieron nuestros padres. Podríamos empezar por decir que ?no? al centralismo, la burocracia, el culto a la personalidad, las prohibiciones absurdas y la gerontocracia. Como un ventilador que gira de derecha a izquierda, así me movería si alguien me consulta sobre la gestión del actual gobierno. ?No? es la primera palabra que brota cuando me preguntan si la Cuba de hoy se parece a lo que me prometieron siendo niña. Mi desaprobación no la trasmitirán en la tele, ni me valdrá las palmaditas complacientes de algún jefe, pero al menos no es automática como el ?sí? del perrito plástico que asoma detrás del parabrisas.



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29 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El lenguaje de la crítica

Retrato de John Keats poco después de su muerte, realizado por su amigo Joseph Severn Rafael Argullol: A raíz de la polémica que se ha suscitado entre determinados cineastas hace unos meses, tales como Víctor Erice o Guerin, y recientemente Pedro Almodóvar y algunos críticos, en concreto el crítico de El País, Carlos Boyero, creo que no estaría de más hablar sobre el lenguaje de la crítica actualmente. Estamos en un momento en que precisamente se está hablando de la crisis de los medios de comunicación escritos, de la crisis de la prensa, de la sustitución de la prensa tradicional por un nuevo tipo de medios de comunicación, algo que sin duda está influyendo en el lenguaje mismo de la crítica. Creo que sería interesante repasar cuál es la situación de la crítica en distintos ámbitos artísticos.

 

Delfín Agudelo: Me gustaría comenzar con una idea de Wilde, del prefacio a Dorian Gray: "Cuando los críticos difieren, el artista está de acuerdo consigo mismo." A partir de allí me pregunto acerca de la función de la crítica. ¿Está la crítica destinada al autor o al creador, o está destinada a los espectadores o lectores?

R.A.: Creo que en principio la función de la crítica en los medios de comunicación, en el sentido tradicional del término, estaba fundamentalmente destinada a informar, valga la redundancia, críticamente al lector,  a informar críticamente al espectador. En ese sentido la polémica sobre la crítica, y la polémica entre autores y críticos, es una polémica que viene de muy lejos; incluso hay algunos textos clásicos, como el de T.S. Eliot "Criticar al crítico", en el cual evidentemente no es la primera vez que algunos autores dan una especie de vuelta de tuerca y se ponen en la situación del crítico para criticar las críticas que se realizan. De hecho la influencia de la crítica para bien y para mal ha sido muy importante: desde el siglo XVIII y sobre todo desde el momento en que determinados periódicos o medios adquieren un carácter masivo. Incluso legendariamente, o no tan legendariamente, tenemos anécdotas más o menos suntuosas, como la fama que en su momento hubo de que John Keats, que en realidad murió de tuberculosis, había muerto por la tristeza que le había provocado una crítica que se realizó de su poesía, y de cómo los compañeros de Keats, Shelley, Byron, etc.,  acusaron al crítico toda la vida de haber sido uno de los causantes de su muerte. Por tanto la natural tensión entre crítica y arte, entre crítica y autor, viene de muy lejos; lo que me parece importante indicar sobre lo que está surgiendo en la actualidad es que de alguna manera parece ser que el lenguaje crítico en muchos momentos haya olvidado esa necesidad de informar críticamente al lector y al espectador para convertirse muchas veces o bien en un ajuste de cuentas personal, o bien en un tipo de lenguaje más bien vinculado al propio gremio, más bien dirigido al propio gremio. En ese sentido aspectos fundamentales de la crítica, que es contextualizar el texto y contextualizar la obra,  muchas veces se olvidan



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29 de junio de 2009
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Una praxis

Las afirmaciones de Lobo Antunes sobre el peso de la literatura me confirman en el sentimiento de que cualquiera de los grandes de la palabra hubiera podido servir así de trampolín para la exposición de la tesis que aquí vengo defendiendo y a la que intento dar soporte basándome ante todo en la  Recherche proustiana. Todo escritor auténtico nos incita a introducir entre nuestras máximas de acción (introducir en las alforjas de nuestra ética), el luchar contra lo que dificulta la asunción por cada hombre de su naturaleza, lo cual obviamente  pasa por la confrontación política contra las formas de alienación.

Los que hacen del enriquecimiento del lenguaje la  causa final de sus acciones  son de alguna manera redentores de nuestra condición; en ellos recaería la misión de reconciliarnos con nuestra naturaleza,  mediante el recurso de mostrar su fertilidad y su grandeza. Pues, como ya he señalado en múltiples ocasiones, a diferencia de los discursos teoréticos sobre la singularidad del lenguaje humano, sobre la imposibilidad de reducirlo a un mero código, y sobre su capacidad de infinita renovación, narradores y poetas tienen la ventaja de la praxis. No se limitan a predicar las virtudes del lenguaje, sino que las muestran, convirtiendo así en evidencia la conveniencia de ponerse a su servicio: conveniencia, en suma, de intentar reconciliarnos con lo que constituye el rasgo fundamental de nuestra especie.

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29 de junio de 2009
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Vacaciones del melómano vicioso

Les dejo un momento durante cuatro semanas, que lo pasen bien. Las vacaciones son para leer y escuchar música, nadie me convencerá de lo contrario. Ya sé que Susan Sontag quería subir el Matterhorn antes de morir, pero también quería aprender a tocar el piano. En meses previos a que el cáncer le hincara sus colmillos por última vez, escribió: "A lo mejor aún me da tiempo para lo del Matterhorn". Sobreentendido: porque lo del piano...

Aprender a tocar el piano, una de las pocas cosas que vale la pena en esta vida, es algo que debe comenzar en lo que se dice "la más tierna infancia" y que por lo general indica un severo episodio de llanto, inseguridad y soledades. Cuando ya vas siendo mayor y el cerebro se te llena de arena, tienes la misma posibilidad de poner los dedos en la tecla adecuada como de cargar el acento en la sílaba que da vida poética a un idioma extranjero. "¡Es tholic, no cathólic, estúpido!".

    Leo lo de Susan Sontag en esa milagrosa revista llamada "Granta", perfecta lectura de verano que en español publican Valerie Miles y Aurelio Major. El último número es soberbio, como de costumbre, pero tiene un particular hechizo para los viciosos de la semicorchea que me obliga moralmente a ensalzarla para el clan. En un artículo James Fenton cuenta su vida privada con un clavicordio: escenas íntimas que ruborizarán a más de un lector inexperto. El clavicordio (ya se esfuerza Fenton en dejarlo claro) no es el clavicémbalo. Sería como confundir a Audry Hepburn con Silvester Stallone. Dan intimidades diferenciadas.

    Pero viene luego algo aún más pecaminoso: ¡una ópera con libreto de Ian McEwan! El compositor Michael Berkeley la estrenó hace un año, en Gales, y desde luego no es sensato perdérsela. Se trata de un libreto peregrino: contiene furiosas pasiones como para dar un Verdi, sarcasmo y bufonería como para dar un Strauss y crímenes como para dar un Alban Berg. Lo que haya podido hacer Berkeley con ese combinado es algo digno de oírse, por malo que sea. La vida: pasión, sarcasmo y crimen. Música y literatura. La ópera. Telón.

Artículo publicado el sábado 27 de junio de 2009.

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29 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El País de la Canela

La segunda entrega de la vasta trilogía que el colombiano William Ospina está dedicando a la conquista de Perú y el descubrimiento del Amazonas llega avalada por la obtención del premio de novela Rómulo Gallegos correspondiente a 2009.  

La Conquista de América fue una hazaña desmesurada, cruel y sanguinaria hasta límites inverosímiles, pero también asombrosa.  Por lo tanto  no es de extrañar que el relato de unos pocos episodios  le den al autor para llenar tres gruesos volúmenes.  A pesar de lo cual la acumulación de información es tan ingente que, en ocasiones, para no abrumar en demasía al lector , el autor se ve obligado a caer en un cierto esquematismo. El primer volumen se llamaba Ursúa en honor del expedicionario navarro que supuestamente debía hacerse con el dominio del Amazonas en nombre de la Corona española. Este segundo volumen se llama El País de la Canela porque era así como se conocía la zona peruana del Alto Amazonas y cuya exploración por parte de Gonzalo Pizarro y Orellana permitió que éste navegase por vez primera a todo lo largo de un fabuloso río hoy conocido como el Amazonas. Es de suponer que en el tercer volumen, La serpiente sin ojos, regresará al principio para culminar  el relato de aquella desgraciada expedición iniciada por Ursúa y terminada a su manera por Lope de Aguirre, también conocido como el Loco o el Traidor.

 

                El relato de todo ello corre a cargo de un narrador, posiblemente hijo de un moro converso y una amerindia al que su padre dejó por toda fortuna una mentira piadosa, pues para asegurarse de que no correría la suerte de los mestizos en América hizo creer a todos que la  madre fue española y cristiana. Pero advierto desde ya que eso de que "el relato corre a cargo de un narrador" no es un eufemismo sino una férrea decisión estilística que condiciona decisivamente la fabulación. Porque se trata de un narrador omnipresente, indesmayable y único, que ha tomado la palabra en la primera línea del tomo primero y que posiblemente no la suelte hasta finalizar el tono tercero. Él dice, conjetura, juzga, recuerda y se encarga de dar voz a todos los demás personajes. No hay diálogos. Ni cambios de puntos de vista. Ni tampoco cualquier otro de los muchos recursos que los novelistas han inventado en nombre de la amenidad, la pluralidad y hasta la contradicción en lo fabulado.  Conste sin embargo que  esto no es tanto una crítica como una descripción de lo que el lector va a encontrar. La decisión estilística es tan férrea que no cabe otra sino entregarse incondicionalmente a lo que el narrador tiene que contar. Y que no es poco. Al contrario. Es como un volcán de acontecimientos alucinados y alucinantes, encadenados por una suerte de fatalidad que es lo más parecido a un despeñadero socavado por el delirio, la avaricia y una crueldad exacerbada por un valor y una capacidad de sufrimiento sólo comparable a la capacidad de provocar sufrimiento en los demás.

                Pero hay una circunstancia narrativamente perversa que viene a introducir una dimensión inesperada. Al lector que no esté muy versado en la historia de la conquista de América le basta navegar un poco por Internet para quedar sucintamente informado de quienes fueron Pizarro, Ursúa, Orellana, López de Aguirre y sus respectivas hazañas y tropelías. Con lo  cual, si el lector quedaba  al principio un poco inerme ante la omnipotencia de la voz narradora, una vez lograda la información necesaria recupera sin saberlo la condición del niño que escucha un cuento. Pues como bien sabe todo aquel que haya contado cuentos a niños, a estos no les preocupan en absoluto la moral,  la verosimilitud o la justicia de lo que se les cuenta. Lo único que de verdad quieren es saber  cómo acaba el cuento, pues a partir de ahí ya no deben ocuparse de nada más salvo disfrutar de la narración. Lo cual en este caso es más necesario porque el autor está tratando de reproducir un larguísimo cuento que un personaje (el supuesto mestizo) le cuenta a otro (el infeliz Ursúa) y el narrador muchas veces se deja llevar por la pasión y no siempre respeta el orden cronológico  ni la sucesión lógica de los sucesos. Pero quien acepte esta regla de juego tendrá su recompensa porque, como ya he dicho, la historia es alucinante y alucinada y el lenguaje narrativo es de una gran calidad y potencia evocadora. Además, el autor parece haber llevado a cabo una larga labor de documentación y ello es algo que enriquece y dignifica un texto, poniéndolo muy lejos del mero ajuste de cuentas histórico.

 

El País de la Canela

William Ospina

La otra orilla

 



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29 de junio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El grito de Francis Bacon

La retrospectiva de la obra de Francis Bacon en el Metropolitan de Nueva York muestra que, así como asociamos a Duchamp con un orinal o a Warhol con una lata de sopa Campbell's, el pintor irlandés será conocido por sus Papas aulladores. Esa serie, pintada a fines de los años cuarenta y a principios de los cincuenta, está basada en un cuadro de Velázquez -"Retrato del Papa Inocencio X" (1650)--, que Bacon admiraba por la perfección de los detalles y la intensidad de los colores.

Pocos casos como el de Bacon para mostrar cómo el gran arte no sólo se inspira sino que saquea al gran arte. En sus Papas está Velázquez, pero la majestuosa solemnidad del pontífice en el cuadro del español se ha convertido en otra cosa: el retrato de una humanidad doliente. Un hombre que concentra el poder en su tiempo aparece frágil, vulnerable en extremo. Es curioso que Bacon no se haya inspirado en Munch, cuyo "El grito" es una obra clave en la expresión de la desesperanza de la condición humana. Quizás a mediados del siglo veinte el cuadro de Munch se había vuelto demasiado obvio, un alarido para adornar las casas de la clase media en la era de la reproducción tecnológica. O quizás era que a Bacon le interesaban los detalles viscerales de la boca abierta -los dientes, la lengua-- que se convertían en el centro de la composición, y eso no se encontraba en Munch.

Bacon decía que su grito no tenía un significado psicológico especial, que sólo quería "lograr el mejor cuadro del grito humano". Por supuesto, no tenemos que creerle. Para ello sólo hay que pensar en los otros modelos que eligió en vez de Munch; por un lado, está Poussin, en cuya "Masacre de los inocentes" (1628-29) Bacon descubrió la más brutal representación del dolor humano (la madre que grita cuando su hijo está a punto de ser asesinado); por otro, Eisenstein, que mostró en El acorazado Potemkin el impactante "aullido silencioso" de una enfermera agonizante con los lentes rotos. Si comparamos los fotogramas de Potemkin con los cuadros de Bacon, la conclusión es clara: el gesto desesperado de la enfermera es muy similar al de los purpurados del irlandés.

Al ver los cuadros de un pintor que hoy es considerado un clásico, es difícil imaginar que hubo alguna vez resistencia a su obra. Al leer a contrapelo las críticas, sin embargo, se descubren algunos secretos del por qué la obra se impuso. En los años treinta y a principios de los cuarenta, Bacon era una mala palabra en el mundo del arte británico. En 1945, el prestigioso crítico John Russell se refirió a un cuadro de Bacon como tan "irremediablemente horrible... que la mente se cierra de golpe". Exacto. Bacon creía que la pintura de su tiempo se había convertido en un juego para académicos, que incluso los espectadores más inteligentes trataban de comprender un cuadro cuando lo que debían hacer en realidad era sentirlo visceralmente. Había que pintar lo más cerca posible del sistema nervioso. Había que cerrar la mente de golpe.

La retrospectiva del Metropolitan muestra que, así como Bacon estaba influido por la pintura, el cine y la fotografía, también lo estaba por la literatura. No es poca cosa, para alguien que decía buscar lo que estaba más allá de las palabras. Él sentía que su equivalente literario era T. S. Eliot, y que había conexiones temáticas entre su obra y La tierra baldía. Pero las influencias no sólo provenían de la literatura moderna; Esquilo era también clave, sobre todo por La Orestiada. A Bacon le gustaba citar una frase de Esquilo: "El hedor de la sangre humana provoca alegría en mi corazón". Pues sí: ante tanta desesperanza, no quedan más que reacciones extremas. El gozo, o el aullido de un Papa impotente.

(La Tercera, 29 de junio 2009)



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29 de junio de 2009
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