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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pintar en la tercera edad

Una ocupación muy socorrida para personas, en general, de la tercera edad, es la de acudir a unas clases de pintura. Estas escuelas se encuentran concurridas sobre todo por mujeres y es admirable la concentración, la paciencia y el empeño con el que se aplican. Los profesores, efectivamente, no esperan de verdad ningún resultado notable de esos pintores tan ocasionales como ínfimos  pero actúan con la misma diligencia que emplearían con prometedores alumnos niños. El futuro no está presente en el proyecto de esta docencia  pero el presente llega a ser suficiente para comportarse como si existiera. Bastará que alguna alumna, por torpe que sea, dé un paso adelante en su instrucción para que ella y el profesor, la familia y la escuela celebren ilusionadamente la circunstancia.

 ¿Cuál es el fondo de la circunstancia? Precisamente el indicio de que sigue habiendo un depósito inexplorado de vida. Una vida que florece todavía desde lo oculto y se complace en la plástica cromática de un  cuadro. Más que los aparatos propios de la clínica que indican el nivel de salud, el colesterol o los reflejos, el ascendente nivel pictórico sintetiza un crecimiento interior, más que simbólico. Crecimiento del  aprendiz, cuya categoría, por sí sola evoca un rejuvenecimiento no menos sustantivo.

La pintura opera así no sólo como una terapia ocupacional más sino como un reflejo. Un dato indesmentible de la vitalidad que todavía queda y puede extraerse de  quien se comunica con el amor a la pintura. Ni la música, la gimnasia acuática o el rezo dan cuenta tan elocuente de la pasión por vivir, aquí o a allá.  Se recurre a la pintura como un entretenimiento cualquiera  pero, a continuación, la pintura se encarga de interactuar para hacerse única. En el obsesivo bosque de sus colores, en su capacidad para objetivar el reinaugurado movimiento del cuerpo, en su potencia para asombrar con sus imprevisibles resultados,  la pintura acaba revelándose una compañía inseparable. Nadie puede soportar su yo continuadamente ni tampoco su propio yo de repetición a la tercera edad. Con la pintura, sin embargo, el yo se fuga, viaja, da un invisible rodeo, y al regresar se presenta como un segundo yo. Entre otras lecciones, esto creí aprender a lo largo de tres sesiones en un segundo  piso de la calle Espronceda.



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2 de septiembre de 2009
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Marcel Proust. Analectas (3)

La parietaria

 "¡Hiedra instantánea, flora parietaria y fugaz! La más incolora, la más triste, al juzgar de tantos, de entre todas las que pueden trepar por los muros y alcanzar la balconada; para mi la más querida desde el día en que apareció en nuestro balcón como la propia sombra de la presencia de Gilberte que estaba ya  quizás en los Campos  Elíseos (...); hiedra frágil, arrastrada por cualquier vientecillo, mas asimismo relacionada no con la estación del año, sino con la hora; promesa de felicidad inmediata que la jornada a transcurrir rechazará  o llevará a cabo, y por ello mismo de la felicidad inmediata por excelencia, la felicidad que el amor proporciona; aun mas dulce y cálida en la piedra que lo es la propia espuma; flora vivaz a la que basta un rayo de luz para nacer y hacer que la alegría se expanda, incluso en el corazón del invierno." (I, 389-390)

 

Texto 17 Ciudad y jardines

Así todas las flores de nuestro jardín y  las del parque de Monsieur Swann y las ninfeas del río Vivonne, y las buenas gentes del pueblo, y sus pequeñas casas y la iglesia y todo Combray con sus alrededores, todo ello bien formado y sólido, surgió, ciudad y jardines, de mi taza de té. (I, 47)

 

Texto 18 Sombras de huidas

¡Oh desgracia! en la avenida de las Acacias- la alameda de los mirtos- veía de nuevo  a algunas de ellas, viejas, y que no eran más que las sombras terribles de lo que habían sido, errabundas, buscando desesperadamente un no se qué en los bosques virgilianos. Habían huido desde mucho tiempo atrás, mientras yo seguía interrogando  los caminos desiertos. (I, 419)

 

  Los botones de oro. Combray

Avanzábamos en el camino de sirga que dominaba la corriente desde un terraplén de varios pies; del otro lado la orilla era baja, prolongándose hasta el pueblo y hasta la estación, distante del mismo, en amplios prados. Se hallaban sembrados de ruinas, medio sepultadas en la hierba, de castillos de los antiguos condes de Combray,  que en la Edad Media tenían de este lado el caudal del Vivonne como defensa contra los ataques de los señores de Guermantes y los abades de Martinville. No eran más que unos fragmentos de torre salpicando la pradera, apenas visibles, almenas en las que en el pasado el arcabucero lanzaba piedras y el vigila mantenía a ojo Novepont, Clairfontaine, Martinville-le-Sec, Bailleau l'Exempt, todas ellas tierras vasallas de los Guermantes, entre las cuales Combray era un enclave, hoy al raso nivel de la hierba, dominadas ahora por los niños de la escuela de los hermanos que venían allí a estudiar sus lecciones o a jugar durante los recreos- pasado casi sumergido en la tierra, acostado junto al agua como un caminante que toma el fresco, pero que provocaba mis ensoñaciones, haciéndome añadir al nombre de Combray, a la pequeña villa de hoy, una ciudad muy diferente, fijando mis pensamientos por su aspecto incomprensible y arcaico, que apenas lograba esconder bajo los botones de oro. Eran muy numerosos en este lugar al que habían escogido para sus juegos en la hierba, aislados, en parejas, por tropas, amarillos como yema de huevo, brillando tanto más, me parecía, que, no pudiendo derivar hacia veleidad alguna de degustación, el placer que su vista me causaba, lo acumulaba en su superficie dorada, hasta que se hiciera suficientemente poderoso para producir una belleza inútil; y ello desde mi primera infancia, cuando desde el sendero de sirga tendía hacia ellos los brazos, sin acertar a deletrear completamente sus hermosos nombres de Príncipes de los cuentos de hadas franceses, llegados quizás siglos atrás desde Asia, pero tomando patria para siempre en el pueblo, satisfechos en su modesto horizonte, amando el sol y la orilla del agua, fieles a la reducida vista de la estación, conservando aun, sin embargo, como en ciertas de nuestras antiguas telas pintadas, en su simplicidad popular, una poética luminosidad de Oriente."

  Ángeles

"Y el ángel que transporta un sol y una luna ya inútiles cuando ha sido dicho que la Luz de la cruz será mil veces más potente que la de los astros; y el que introduce su mano en el agua del baño de Jesús para ver si está caliente; y el que surge de las nubes para poner la corona en la frente de la Virgen; y todos aquellos que, inclinados desde la cima del cielo en los balcones de la Jerusalén celeste, alzan los brazos expresando su espanto y su alegría ante la visión del suplicio de los condenados y la felicidad de los elegidos..."       

Texto 22 La verdad  y la muerte

"...Afortunados aquellos que encontraron la primera antes que la segunda, y para quienes, por cercanas que se hallen la una de la otra,  la hora de la verdad se anunció antes que la de la muerte"

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2 de septiembre de 2009
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I.

Jorge Luis Borges dice que le empresa de leer por completo las Mil y una noches puede llevar a la locura. He probado a desmentir a Borges intentando ese ejercicio desmedido de lectura, la primera vez en la adolescencia, y lo he conseguido ya tres veces, la última hace unas pocas semanas, sin más consecuencias que un encandilado sentimiento de epifanía, como ocurre siempre que uno se halla de frente a la majestad del milagro, los pies en el aire como si levitaran encima de la superficie encrespada de un mar de ilusiones y de portentos donde no hay sentido de la mesura.

            Es un mar sin sosiego de más de tres mil páginas, si uno se atiene para este ejercicio que bien recomiendo a la traducción desde el árabe clásico al francés del doctor Mardrus, que Rubén Darío prefería por encima de la de Garland, o la de Burton, a las que mejor acude Borges. Y fue la versión francesa del doctor Mardrus la que Vicente Blasco Ibáñez, tan famoso en su tiempo como Gabriel García Márquez, y leído por igual en las barberías, utilizó para la versión en español que yo conservo desde hace medio siglo, en sus dos tomos en papel biblia, empastados en rojo maravilla.

La propuesta narrativa de Las mil y una noches es de una arquitectura perfecta, y en sí misma un acto de suprema imaginación: el califa Schahriar, engañado por su esposa con un negro entre los negros, de generosa dotación, manda decapitarla y decide, además, vengarse de las mujeres, ejecutando una tras otra a todas las jóvenes de su reino tras casarse con ellas, después de cumplida la noche nupcial.  No queda ninguna otra para ir al sacrificio sino Scheherazada, la hija del Gran Visir, quien se ofrece a correr el riesgo de la muerte con el designio de contarle al califa sanguinario una historia cada noche.

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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Infaustos aniversarios

Nada tienen en común los aniversarios que se conmemoraron ayer en Gdansk y Trípoli. Pero son fechas funestas ambas: pésima la primera, la del 1 de septiembre de 1939, pues corresponde al día más aciago del siglo XX según explicó tan bien el domingo en El País mi amigo Julián Casanova; pero mala también la del golpe de Estado del 1 de septiembre de 1969 en Libia -no por el depuesto rey Idris ni por el carácter incruento del derrocamiento, sino porque llevó al poder al megalómano coronel Gadafi, que ahí sigue tan campante en su jaima de dictador.

Cada una de estas fechas puede asociarse con un estigma infame de nombre preciso: Katyn, el lugar donde Stalin ordenó fusilar a 15.000 soldados y civiles polacos, pocos meses después de la partición de la pobre Polonia; y Lockerbie, el lugar donde el 21 de diciembre de 1988 cayó un avión de Pan Am en ruta de Londres a Nueva York, con sus 270 pasajeros y tripulantes, causando la muerte de once personas más en tierra, abatido por un artefacto explosivo que habían colocado los servicios secretos libios. Ha pasado mucho más tiempo del primero que del segundo, pero las cuentas de la redención y del perdón, las morales y las políticas, están abiertas en ambas y convierten las celebraciones en momentos amargos para las víctimas y sus descendientes. Así les sucede a todos los polacos, todavía recelosos del nacionalismo ruso y de su defensa en bloque de la Gran Guerra pPtria contra Hitler, en la que diluyen y olvidan la invasión y partición de su país y el exterminio de una parte tan sustancial de su élite militar y profesional. Y lo mismo ocurre con los parientes y amigos de las victimas del terrorismo libio, la mayor parte norteamericanas, sorprendidas por la liberación del responsable condenado por el atentado y por el recibimiento jubiloso que le ha proporcionado el régimen libio. Escandaliza la indiferencia con que la matanza de Katyn ha atravesado las décadas, resguardada primero por las alianzas de la Guerra Mundial y después por la Guerra Fría y la división en bloques. Pero escandaliza también la tranquilidad con que Bush, Blair y Aznar, los maestros del antirelativismo, los látigos de apaciguadores y muniqueses, absolvieron al terrorismo libio y prepararon el camino para el recibimiento que Gadafi pudo organizarle al autor condenado del atentado y para este aniversario en el que el coronel reunirá a Hugo Chávez y a Silvio Berlusconi bajo la misma jaima de la vergüenza.



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bitácora norteamericana de Soler Frost

Kayenta, tierra de los Navajos. Fuente: trivago La primera vez que fui a México me llevé dos nombres desconocidos, ambos estupendos consejos de amigos mexicanos, para leer: Juan Vicente Melo (especialmente La obediencia nocturna) y Pablo Soler Frost. De este último se afirmaba que era el gran escritor oculto de la literatura mexicana. Probablemente tenían razón. Cuando lo conocí, en una segunda visita, supe que no solo era un escritor "raro" sino que, además, como personaje y mito, una persona entrañable pero cuya pista era muy fácil perder desde Perú. Y así fue, he ido perdiendo y encontrando su pista una y otra vez. Ahora lo ubico de nuevo. En "Letras Libres" se ha publicado una bitácora, a manera de road movie, de un viaje por Estados Unidos que hizo como guionista de una película cuyo título no se especifica. Dejo aquí algunas entradas:Laredo, Tejas, principios de octubre.De parecer que estamos listos, parecemos, y a fin de empezar la aventura: rodar un largometraje mexicano cuya casi enteridad transcurre en los Estados Unidos de América. Un poco es como si fuéramos un crew vietnamita a las puertas de China, un equipo polaco a punto de ingresar a Rusia, con cámaras.Somos dieciocho. El director, una actriz y dos actores, un director de fotografía, una script-girl, el director de sonido, una directora de arte, una directora de vestuario, dos directores asistentes, dos productores, el primer asistente de cámara, un key-grip, un gaffer, un loader y el guionista, que soy yo. Somos catorce mexicanos y una argentina, una húngara, un italocolombiano y un español. Un crew. Yo, que siempre he sido solitario, me hallo un poco confuso, aunque también muy entusiasmado. Sé que va a ser difícil, que me va a ser difícil. Espero que vaya a ser un viaje profundo, divertido, nuevo, alerta. Por lo menos, como me dice el director, significa salir todos de nuestras zonas de confort: la cama de uno, el baño de uno, el juguito de naranja, los taquitos, el cine. Hay dos miembros del crew que nunca han salido de México; otros dos más nunca han ido a los Estados Unidos de América. Catorce de nosotros nunca hemos hecho un largometraje. Ninguno hemos cruzado Estados Unidos en coche hasta el Continent?s End del poema, described & decried por Robinson Jeffers. Sabemos que podemos fracasar, que el camino guarda sus peligros y su enseñanza y, como querían los chinos, que el viajero no debe pretender mostrarse demasiado alto.La película trata de tres mexicanos (dos hombres y una mujer) que están como muertos en México; deciden ir a Real de Catorce; de allí a Nueva York, y, ya allá, cruzar hasta California, hastiados como están de sus vidas en su propio país. Y de lo que les pasa en el camino. ?Qué raro que tú, que no sabes manejar, hayas escrito un road movie, me dice un conocido. Es por amistad.Vamos a recorrer, de acuerdo con el guión, diecinueve estados (y un distrito sin representación): Tejas, Luisiana, Misisipi, Alabama, Tenesí, Virginia, Washington dc, Maryland, Pensilvania, Nueva Jersey, Nueva York, Nueva Jersey y Pensilvania de regreso, Ohio, Indiana, Illinois, Misuri, Kansas, Colorado, Utah, Arizona y California. Vamos en una van dorada, una pick-up con placas de Tejas, que lleva el lowboy donde va amarrado el Mercedes Benz verde, 1975, que es un actor más, un jeep negro que atrás dice ?Namasté? y trae placas del Distrito, y un camión rentado en Laredo mismo, donde va el equipo, también rentado.(...)Más allá de Houston, Tejas, 15 de octubre.Un restaurante mexicano que es además estación de Greyhound (van desde las Carolinas hasta Querétaro) mejora nuestro ánimo muchísimo: hay tacos de carnitas y de suadero, frijoles, chiles rellenos, aguas frescas, licuados, chaparritas (de El Naranjo).(...)Blue Ridge Parkway, Virginia, 26 de octubre.Esta niebla, estos riachuelos que golpean en blanco sobre las piedras negras; a su lado, un arce rojo. Árboles de color borgoña, solferino, magenta. Troncos negros o blancos de agua. Pienso en los espíritus de los guerreros de las Siete Naciones. Pienso en mi madre. En don Salvador, en el padre Miguel. Seguimos subiendo, buscando el paraje donde filmar. Estoy triste. La actriz, que es mi comadre, se da cuenta y sencillamente toca mi brazo con su mano.La niebla espesísima. Temo que nos desbarranquemos, aunque vamos a menos de cinco millas por hora, pero el productor es un conductor excelente. La carretera es sinuosa y serpentina; de pronto hemos bajado lo suficiente para que la niebla ya se haya levantado. Llovizna. Un chavo, en un lodge; va caminando por Virginia, sin otra compañía que un ejemplar de Moby Dick.(...)Nueva York, 8 de noviembre.En una servilleta en un bar en el Lower East Side: ?El glamour del cine no es nada. Esperar, estarse, estarse callado, después hablar alto, y cargar la carga. Buscar una silla o un banquito o un escalón o de perdida la caja negra de cantos de plata de los magazines. Esperar. ?Buscar donde sentarse ?nos dijo un día famosamente Alain Robbe-Grillet? es el hecho más importante de hacer una película.? El cine presta poder a cosas sin poder; embellece cosas que no son bellas, entristece otras que no son tristes. Pero es conmovedor.?Todo medio indie y medio ravero, pero diluido. Something wicked this way comes.Nueva Orleans y Nueva York han sido las únicas ciudades en las que ha habido pleitos, o casi pleitos, de alguien del crew, en las calles, con homeless, con turistas borrachos, con gente ociosa.(...)Kansas City, 12 de noviembre.Qué rara ciudad es Kansas, de verdad. No lo digo sino porque es rara. Verdaderamente no tiene centro, sino el tren, y cada colina es un centro en sí mismo; hay grandísimas excavaciones, para un estadio nuevo y más edificios. La piedra es bellísima y me recuerda un poco, aunque parece más porosa, a la de las cercanías de Oxford. Hay un pueblo español de los años veinte, el primer mall abierto en los Estados Unidos, y primer mall de tema.Filmamos en el Liberty Memorial, un inmenso falo, con un hall dedicado a los héroes y dos torres que contienen banderas propias y banderas capturadas. Una flama eterna, me imagino, y veteranos de guardia, y pantallas donde aparecen fotografías de los caídos, y placas de mármol. Oh you know, me dice un tocayo mío, condecorado, que hace guardia: It all started with an idea.Camino de vuelta al estacionamiento que es nuestra ?base?; yendo oigo a un homeless blanco que me sigue discurrir acerca de lo dura y triste que es la vida.Recuerdo a un policía aquí: alguien lo había llamado (tal vez los abogados cruzando la carretera) porque llevábamos ya varias horas en ese estacionamiento vacío. What are you people doing here?, preguntó con el gesto clásico de quitarse los lentes obscuros y dorados. We are making a film, officer, le dijimos. Nos miró y luego dijo: Ok, that?s none of my business. Esa escueta claridad. Duda un momento cuando ya va a la patrulla. Voltea y dice. ?What?s the name of the movie? ?It?s called ?Hope?. La palabra vuelve a ejercer su efecto; el policía sonríe, y cuando, una hora más tarde, a ver qué seguíamos haciendo, llegaron el dueño del predio y su sobrino, en un coche rojo y malencarado, el título de nuevo cambió la situación. Venían de negro, y el sobrino me sacaba una cabeza. Venían muy enojados. Pero esta cosa gringa: siempre preguntan, luego obran en consecuencia (y te pueden dar un balazo o poner una venda). Pero siempre preguntan. Y el sobrino, un verdadero refrigerador, se calmó casi enseguida al oír el nombre de la película, y saber que no estábamos filmando su propiedad, sino tan sólo la estábamos usando como campamento, y que, además, ya nos íbamos a ir pronto. Y se despidieron ya en otro tono. Hacía sol, un sol de noviembre.Cazadores en la carretera: pick-ups que nos rebasan: en la tina, ciervos muertos. Y los lazos to support our troops.Caminos Kayenta, Nación Navajo, Arizona,22 de noviembre.Lo pobres que son los navajo. Es impresionante. El museo del ?Navajo Code Talk? está en un Burger King. Dentro. Una vitrinita.Necesitamos filmar un velorio. Por estar en la Nación Navajo pensamos que los usos y costumbres (y las supersticiones y los gustos) de la gente allá no nos permitirían hacerlo, más que en condiciones muy difíciles. Y es verdad: la mayoría se niega, cortésmente. Pero de pronto la productora conoce en un restaurancito a una chava que atiende y que nos dice que sí, que no hay problema, y allá vamos, con dos actores más, llegados por la noche, por el monte, hasta una casa, donde nos esperan señoras vestidas de pants y niños y un hombre, y nos dejan hacer y deshacer como queramos, mientras ellas se ríen de nosotros y de nuestros apuros. Compartimos papitas y refrescos.En la novela Los perros de Cook Inlet de Alberto López Fernández, una novela que a mí me gusta mucho, novela sobre la búsqueda del sueño americano en Alaska, aparece, en la oficina de un capataz blackfeet o shoshone, no recuerdo, este letrero: There is only one Chief: all the Rest are Indians.El padre Jerome, en la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. El Cristo es navajo. Hay una fuentecita: el padre la prende, y prende las luces, y nos hace sentir en casa. La Última Cena es navajo también, en una casa de adobe, y Cristo como ?The Medicine Man?. Le pedimos una bendición y nos la da. Él nos pide que firmemos el libro de visitas de su parroquia. Luego nos dice que tengamos cuidado con los coyotes en la carretera, porque pasan muy rápido, al atardecer, ya anocheciendo, y causan muchos accidentes.(...)Bahía de la Soledad, Baja California Norte, un día antes del 1º de diciembre.La belleza frágil de México. Una poza de medusas y anémonas, en un castillo de piedra en el borde de las olas, en La Soledad. No hay un graffiti, ni basura, más que un envase de plástico, que retiramos. Pero sabe uno que está así, prístino, porque está retirado, y nadie viene.Último día de viaje; acaba la secuencia de la playa. Es el último rollo que se va a filmar hasta la ciudad de México, donde faltan escenas; el primer asistente de cámara, el decano del crew, pone la cámara sobre una piedra en el acantilado, apuntando al mar y filma en silencio, la puesta de sol.Me siento más fuerte; ojalá no degenere en pura prepotencia: más tolerante; ojalá no sea simplemente frívolo cinismo. Pero siento que aprendí a hacer amigos de nuevo, que logré vencer algunos miedos, que sé por fin la diferencia entre un grip y un gaffer; que de alguna manera, como creen todos los viajeros, regreso mejor; y, como consideran casi to-dos los viajeros, regreso a un lugar donde nada ha cambiado, y donde a nadie le interesa qué hizo uno mientras estuvo fuera. Mientras que uno es ya otro.Centro histórico, ciudad de México, 17 de diciembre.Lo logramos, me dice, guapa, llena de felicidad, la productora. Estamos en la fiesta del término. Hay luces, tragos, un dj, meseros de desgastados chalecos rojos e impecable cortesía, amigos. Cosa curiosa, ando más bien callado. Doy gracias por la oportunidad que he tenido, y gracias a todos los santos del cielo que todos estamos de regreso con bien. Habrá tal vez otros viajes, otras películas. Quién lo sabe, sino Dios.Pienso en lo que nos dijo Nunca: Hacer cine es un privilegio. Y lo que me dijo el director: En México el cine se hace de rodillas. Porque es un milagro. ~



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1 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Berlín, Terranova

Durante la presentación de su nueva novela, Lejos de Berlín, Juan Terranova desgranó una lista con las cosas que le gustan y no del género policial al que, aunque más no sea por pertenencia a la colección Negro Absoluto que dirige Juan Sasturain, su libro debería adscribir.

"No me gusta la parte policial, prefiero la parte negra", dice de arranque, con el ánimo terrorista de siempre. "No me gusta el clásico relato donde un detective combate a la mafia mientras fornica con una mujer rubia que oscila entre la prostitución y la santidad. No me gusta la tan venerada ‘tradición del policial'. Entiendo su valor relativo. Pero no me interesa mucho Hammett. Ni Chandler. Ni Humphrey Bogart. Ni la combinación del piloto de lluvia y la mirada cansina. (O me interesa tanto como la figura esbelta de Quijote y la gruesa de Sancho Panza.) No me gustan las Variaciones en rojo de Rodolfo Walsh, un libro donde el asesino casi siempre es un gordo que juega a la pelota paleta en la playa. No me gusta la nostalgia del género. No me gustan esos policiales que quieren ser ‘negros' y son ‘blancos' con un detective que lee a Neruda y que finalmente descubre que el terrorismo de estado en Latinoamérica fue algo malo. No me gusta cuando se usa el tema de los desaparecidos. (A menos que tenga un torturador de la ESMA como detective, un torturador que mientras le mete máquina a un preso clandestino elabora una larga teoría política sobre el ser nacional.) Y sobre todo, no me gusta ‘el periodista roto pero noble, alcohólico pero honesto, cocainómano pero nunca paranoico ni mucho menos golpeador de mujeres'. No me gusta porque los periodistas no son nobles".

Después viene la parte de la lista con las cosas que sí le gustan del género. "Me gusta la hiper-violencia", dice. "No sé por qué. Me gustan los cruces con la política de alto y bajo estamento. Me gustan las escenas de sexo animaloide. Me gusta Jake Arnott que en su novela Crímenes a largo plazo construyó un matón homosexual, anti-comunista, anti-laborista y ultra violento que en un momento droga a un Lord de la Cámara Alta Británica y le saca fotos con el pito de un efebo en la boca. Me gusta New York Graphic de Adam Lloyd Baker, porque el protagonista es un fotógrafo freelance en una ciudad infestada de ratas. Me gusta El sindicato de Policía Yiddish de Michael Chabon, porque cuenta la historia de cómo los judíos colonizaron Alaska y de cómo la violencia es parte del pueblo judío. Me gusta lo que escribe Leonardo Oyola, porque es probable que él sea el que escriba los mejores policiales de mi generación".

Acabo de leer Lejos de Berlín.



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1 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fogwill por él mismo

Fogwill. Fuente: diarioperfilEl primer comentario en la página web del suplemento Ñ, luego del artículo Fogwill por Fogwill, declara: "Hay días que me siento tan Fogwill". ¿Y qué es ser o sentirse Fogwill? Un poco descreído, un poco despeinado, un poco genio loco, un poco huevón, un poco cínico, un poco mentiroso, un poco con ganas de joda, un poco ladilla en serio y un poco por las puras, algo envidiosillo y algo seguro de sí mismo, subestimado u sobreestimado al mismo tiempo, bastante egomaniaco y sobre todo, castigado por una cabalgante incontinencia verbal. Así es Fogwill y así habla sobre sí mismo:Yo vivía en una pocilga vecina al departamento de mi mamá. Cada día, volviendo de trabajar, pasaba por su casa a saludar y a surtirme de comida antes de irme a engordar mi Memoria Romana y revisar las novedades de su enfermedad. Ella estaba enferma y yo trabajaba en una agencia de publicidad donde se daban cita comodoros y generales a repartirse las ganancias de las cuentas publicitarias de las empresas intervenidas por el Banco Central: las marcas Noel, Resero, Ferrum, el grupo Greco, el Grupo Catena y otras. Era una mina de oro y allí participaba en conversaciones en las que un brigadier retirado Cabrera, por entonces vicepresidente del Central y un general activo Saá se jactaban de la victoria inminente de las tropas argentinas. Como yo imaginaba miles de muertos, la escena no daba risa, sino pánico. Esa tarde, creo que fue el primer martes de mayo del 82, al llegar a la casa encontré a mamá y a la empleada que la cuidaba pegadas al televisor y mamá me recibió gritando entusiasmada:?¡Hundimos un barco...!Ni la imagen de decenas de ingleses violetas flotando congelados, que de alguna manera me alegraba, pudo atenuar el horror que me producía el veneno mediático inoculado a mi familia.Entonces volví a mi pocilga, escribí la frase "mamá hoy hundió un barco" con la que di por terminada para siempre mi fallida novela romana, cargué otra hoja de papel en la IBM y doce horas después había completado la mitad del relato de Los Pichiciegos: cien mil caracteres que, sin hacer mal a nadie, siguen tan vigentes como Giancarlo Elia, que ahora es un rico empresario y mecenas de la Fundación Valori que subvenciona los premios de la academia francesa de ciencias y diversos premios a servicios humanitarios. En el currículum del mecenas se destacan lauros de Unesco ?Gran Cruz al Merito?, Francia ?la Légion d´Honneur?, y la Orden de Isabel la Católica de España y la del Libertador, concedida por la Argentina en 1973. Vinculado por amistad y negocios con los más altos dirigentes de China, Libia, y, hasta su muerte con el rumano Ceausescu, fue reconocido como benefactor del estado de Israel por el primer ministro Simon Peres por su aporte a los vínculos entre Tel Aviv y la elite dirigente de Pekín. Entre las metas de la fundación Valori figura la conservación de las lenguas y las canciones tradicionales. Justo él que tanto contribuyó a la conservación de la marchita peronista que ahora suena en la Secretaría de Cultura de la Nación.



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1 de septiembre de 2009
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Trier y Coetzee

No es ni mucho menos Lars von Trier el primer artista al que le repugna o angustia la naturaleza. Durante siglos, lo que estaba más allá de las ciudades y sus pobladores daba pánico a los pintores, como lo daba a los hombres, demasiado acostumbrados a los desmanes del agua, las anfractuosidades del monte y el temible misterio del bosque. Alguien nada timorato en cuestión de peligros y excesos como Baudelaire ha sido quizá quien mejor sentenció sobre el asunto, señalando que la virtud siempre es artificial, es decir, enseñada a una "humanidad animalizada" que tiene como primer instinto el de hacer daño: "el crimen, cuyo gusto el animal humano ha sacado del vientre de su madre, es originalmente natural".

    Las atrocidades, los desvaríos dementes, las mutilaciones y el sadismo extremo en los encuentros sexuales que marcan el desarrollo de ‘Anticristo' y están sin duda en la raíz del escándalo que la película produjo en Cannes, remiten a los impulsos de lo que no se puede reprimir ni educar; una religión en bruto, con creencias ciegas pero sin mandamientos reguladores ni mandatarios sacerdotales. "La naturaleza es la iglesia de Satán", le dice a la mujer (Charlotte Gainsbourg) el marido, psicólogo de profesión (Willem Dafoe), cuando ya ambos, tras la tragedia ocurrida a su bebé, han buscado refugio en la cabaña aislada en medio de un campo frondoso habitado por bestias parlantes y tétricas. Para entonces, el espectador ya ha pasado por la aflicción y el dolor, pero aún no se ha visto obligado (el que lo aguante, y no serán todos los que hayan pagado la entrada) a ver en pantalla los ritos de un infernal castigo que al menos uno de sus dos ejecutores, la mujer, entiende como deber sagrado. Sería una lástima, sin embargo, que la radicalidad turbadora de las imágenes de ‘Anticristo' privara al aficionado al cine de la que, a mi juicio, no sólo es la mejor película de Lars von Trier sino uno de los relatos que con más libertad, imaginación desbocada y arrojo afronta el tema de la trasgresión expresiva y los límites de lo decible en el arte.

     El frecuente desnudo de los protagonistas causó los primeros problemas a ‘Anticristo', y le habrá de causar alguno más. El cine, el cine ‘mainstream' o destinado a las salas comerciales, ha tardado en aceptarlo, cuando y donde lo acepta, y es en ese sentido más pudibundo que el teatro, pese a que sobre las tablas al actor o a la actriz no se le permiten trucos ni "dobles de cuerpo"; los hay (lo dicen al final los títulos de crédito) en ‘Anticristo', aunque no sepamos exactamente en qué partes radica la falsificación, pues hay muchas escenas en que el cuerpo de Dafoe es de Dafoe y los genitales explícitos de Gainsbourg pertenecen a la extraordinaria actriz. Pero el tiempo ha corrido más que el pudor, y el desnudo, incluso el enteramente frontal, está dejando de ser tabú en el cine, aunque no en todos los países; ‘Anticristo' no es la primera película que se estrenará amputada de imágenes en países de gran consumo cinematográfico como Japón o Estados Unidos. En España, Francia e incluso la papista Italia llega tal cual la concibió y rodó el director danés.

   ¿Erotismo o pornografía? El dilema es casi tan antiguo como la práctica de la sexualidad, y Lars von Trier debe de estar cansado de responder, desde el pasado mes de mayo, a la pregunta, que también le hizo, en una muy interesante y larga entrevista publicada con motivo de la presentación del film en el festival de Cannes, el escritor Knud Romer. El cineasta afirma ante Romer no saber si lo que ha hecho es pornografía. Tal vez, añade, "pero la pornografía siempre me ha molestado. Las películas porno son ‘utilitarias', y suelen ser muy crudas". Es cierto lo que dice Trier, tan cierto como que, en el encuentro que yo tuve con él en Copenhague en septiembre del año 2006, enviado por este periódico, reconoció haber producido "películas porno para mujeres heterosexuales, concebidas y dirigidas por mujeres [...] Qué irritante que no haya un buen cine porno en ningún sitio. A mí mismo me gustaría intentarlo. Ha de ser posible hacer buenas películas porno" (EPS, ----).

   No hay, sin embargo, contradicción entre ambas declaraciones. El objetivo capital de la pornografía, su razón de ser, es producir lo que en inglés se llama ‘titillation', es decir, mera excitación, y no creo que nadie, excepto algún secuaz recalcitrante del marqués de Sade o Hannibal Lecter, obtenga retribución libidinosa de las escenas de la última media hora de ‘Anticristo'. Lo que hace singular a esta película es que la desnudez corporal, la franqueza de los coitos y el crudo relieve de sus episodios de sado-masoquismo se producen en un contexto que trata de la culpa, el dolor y el castigo. Asuntos muy cristianos que tampoco sorprenderán a quienes conozcan la obra anterior de von Trier, si bien éste, en la citada entrevista de Romer, confiesa ser cada día "más ateo", apostillando que "la religión en general es una mierda". (No hay que sumar, pese a estas palabras, la escatología al catálogo de las psicopatías de ‘Anticristo', pues es una de las pocas que la película no presenta).

     Nadie ha pedido hasta ahora, que yo sepa, prohibir la exhibición comercial de ‘Anticristo', aunque es de imaginar que ni el Vaticano ni las ciudades santas de Irán la acojan en sus salas de cine, si las hubiere. Por eso aquí no hablamos (en esta ocasión) de censura, sino de límites. Mi opinión al respecto no va a ser, me temo, muy original. Lo escandaloso es un registro privado, relativo y a menudo psicológico; la forzada violencia sexual no, desde luego. Nunca. Y por eso siempre es sospechoso de hipocresía y aprovechamiento sectario (y por tanto condenable) el intento de la autoridad competente de cerrar una exposición de arte o suspender un espectáculo teatral o una proyección cinematográfica  -actos todos de libre elección para quien los frecuenta-  por su supuesta condición escabrosa o blasfema. Los intentos, a veces conseguidos, siguen ahí, y por desgracia no sólo en países gobernados por el integrismo islámico; también en ‘el mundo libre'.

     Von Trier se ha referido a Strindberg como su fuente de inspiración en ‘Anticristo', pero yo no me olvidaría de Shakespeare, sobre todo el más truculento; el de ‘El rey Lear', por ejemplo, con sus bellísimas metáforas animalescas y su alusión frecuente a los desarreglos de la naturaleza, o, en clave menor, el de ‘Tito Andrónico', cuyo reciente montaje teatral a cargo del habitualmente excelente grupo Animalario perdía, al perder en escena la sangre y la crueldad, esencia dramática. Es por el contrario un gran acierto del autor de ‘Rompiendo las olas' la progresiva transformación de lo que empieza como tragedia doméstico-amorosa en película ‘gore', sin esquivar ninguno de los componentes sanguinolentos y estridentes del género de terror de posesiones demoníacas. Pocas veces, y lo digo como espectador poco afín al género, el terror ha tenido tanta sustancia y amenaza como en ‘Anticristo'.

   Ahora bien, la frontera entre lo decible y lo indecible no sólo está en el universo de las secreciones y los traumas. Otra película actualmente en cartelera, ‘Desgracia', plantea, a partir del libro homónimo de J. M. Coetzee, otro asunto de similar o superior trascendencia, ligado en este caso a la naturaleza no menos terrible del odio político. El cineasta australiano Steve Jacobs ha hecho, con corrección escolástica, una adaptación literal que, siguiendo las pautas de la novela, evita mostrar las brutalidades que los protagonistas sufren y estiliza la voracidad sexual del protagonista, aunque filma sin recato las escenas de los animales enfermos o sin dueño, sin duda para provocarnos el ‘pathos'. También hay que agradecerle que se mantenga fiel a lo que subyace en la ficción de Coetzee: el fantasma de la injusticia social que reaparece, acabada ésta, en forma de venganza no menos cruel, y en la que las víctimas repiten el papel de sus antiguos verdugos.

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1 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bocados de amor

Dice Woody Allen que lo cómico es lo trágico más el paso del tiempo. Ciertamente no siempre, desde luego, es así ni mucho menos, pero tratándose de las grandes tragedias románticas el tiempo cumple una eficiente función trasfiguradora que lleva de lo sublime a lo irrisorio y hasta de lo que es bello a lo siniestro.

Bastaría pues esperar el paso del tiempo sobre el despecho  para asistir a la metamorfosis del  sufrimiento en divertimento y, en el extremo, aquel gran dolor en un ridículo pasatiempo. ¿Son, por tanto, las tragedias amorosas guiñoles rebozados de importancia, simples bodeviles sin trascendencia? Nadie lo diría atendiendo a las muertes diarias que provocan los despechos amorosos, los celos, las separaciones, las penas dentro de una relación que formada con los mejores anhelos de felicidad se revela, al cabo, una lacerante e insoportable tortura.

¿Qué sería pues primero en el desarrollo de la película amorosa? ¿El desamparo, la tristeza de la rutina y la soledad, el desencanto del desparejamiento o, por el contrario, la dicha peligrosa y su final  crecientemente grotesco? Los románticos de todos los tiempos sólo aceptarían la respuesta cabal de un enamorado. O más aún,  no habría en su opinión posibilidad de aceptar el dictamen, sobre estas y otras cuestiones, de quien no experimentó o experimenta pasión. La ilusión del amor sería así equivalente a la ilustración del saber y la pena o la exaltación amorosa los únicos bocados reales para constatarse sabroso y viviendo.



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1 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cosa de albañiles

Es tan fácil ir a parar a una prisión, tan corto el camino que lleva a la celda, que todos somos ?potencialmente? reos que rondan los centros penitenciarios. Un pedazo de carne de res comprado en el mercado negro, un par de sacos de cemento adquiridos a un vendedor informal, una hoja de papel impresa y distribuida entre un grupo de amigos o una reunión furtiva para hablar del futuro, podrían conducirnos a esas cárceles de techo bajo, columnas de concreto y fotos de mártires en el comedor. La libertad suele ser considerada un concepto abstracto, de difícil representación o definición, asunto de filósofos; la prisión, en cambio, es cosa de albañiles, fundidores y cerrajeros. Resulta relativamente fácil construir una cárcel, lo difícil es perfilar los contornos de la libertad.

P.D: Les dejo algunas fotos de los muros que rodean la prisión de Canaleta, en Ciego de Ávila. Allí tengo varios amigos, en su mayoría periodistas independientes encerrados desde la Primavera Negra de 2003. Algunos de ellos nos dictan a varios bloggers ?como Claudia Cadelo, Iván García, Reinaldo Escobar y yo? noticias por teléfono para que las colguemos en Internet. Eso me lleva a pensar que no hay rejas que encierren la opinión y que el ciberespacio tiene la capacidad ?también? de colarse por entre los ladrillos y la argamasa de estos lúgubres lugares.



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1 de septiembre de 2009
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El Boomeran(g)
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