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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Diego Meret: autoretrato con libros

Diego Meret. Foto: Los Hechizados Según la sección "Gritos y susurros" del suplemento ADN Cultura, en la presentación de En la Pausa de Daniel Meret (ganador del Primer Premio Indio Rico de Autobiografía) Alan Pauls anunció: "Estamos ante la inauguración de un nuevo género". Para llegar a este punto, debemos retroceder un poco en la historia. Sucede que en el 2007, Diego Meret quedó finalista del premio Indio Rico de novela con La ira del Curupí. El día de la premiación, se anunció que el próximo concurso estaría destinado a la autobiografía y fue entonces que Meret decidió escribir una: "por entonces estaba escribiendo una novelita medio autobiográfica, con Michael Jackson y otros personajes, que me sirvió como punto de partida. Así que escribí este libro, lo mandé por correo y esperé?. La espera no fue en vano porque el 2008, un jurado compuesto por María Moreno, Edgardo Cozarinsky y Ricardo Piglia decidió darle el voto unánime a En la Pausa, que finalmente fue editada por la prestigiosa editorial alternativa Mansalva. ¿Y por qué podría llamar Alan Pauls como "un nuevo género" a esta autobiografía? La respuesta quizá podemos encontrarla en la reseña de Beatriz Sarlo en "Perfil":En la pausa, de Diego Meret, expone una relación con la lectura y la escritura desde la infancia hasta los treinta años. Dicho así, podría parecer uno de esos libros cuyo autor reflexiona sobre literatura mientras utiliza, como soporte, una historia más o menos tenue. Sin embargo, En la pausa es distinto a las ficciones críticas donde lo más importante es la crítica y lo menos importante, la ficción. Por el contrario, no hay en este libro crítica en el sentido académico del término, ni pedazos de discurso universitario ni fragmentos de ensayos inconclusos; hay narración, presentada como autobiográfica (...) Esto, el predominio de la narración (ficcional o autobiográfica, para el caso da más o menos lo mismo), vuelve al libro interesante. Despojado de pretensiones críticas o teóricas, presenta la historia desnuda de alguien que se convierte en lector en las circunstancias menos propicias; y, luego, decide ser escritor.Por su parte, Daniel Link comenta la publicación también con entusiasmo en su blog:El texto de Meret carece por completo de cualquier complicidad con la autocomprensión y, libre de toda necesidad de mistificar (una vida a término, una carrera, lo que ha sido), se entrega a un proceso de ascesis y de transformación que, gracias a la calidad infrecuente de la prosa, arrastra al lector a los mismos abismos de indeterminación a los que el protagonista se asoma. La autobiografía termina con el narrador acostado en una cama, al lado de su hijo y su mujer embarazada, que es como decir, precisamente, que todo está, todavía, por venir. Lo demás, lo que se ha leído, es probablemente una teoría de la infancia (de sus desarreglos, de sus terrores y de sus malos entendidos), de la lectura y de la escritura (pausa, rewind, play: ¿hace falta más?), en fin: de lo imaginario.¿Estaremos realmente ante la inauguración de un nuevo género? No parece posible o claro, pese al entusiasmo de Alan Pauls. Sin embargo, lo que sí resulta indudable es que estamos ante una novela o autobiografía extraordinaria que vale la pena leer de inmediato. ¿Alguien va a Buenos Aires?



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15 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El escritor y su comunidad (5)

No es cuestión de hacer nombres, Jane. Cada uno de nosotros tiene derecho a estar tan confundido como sea necesario, antes de rebotar en el fondo para buscar la altura que pretende para su vida. Lo que sí me da bronca son las oportunidades desperdiciadas, y este es un tiempo durante el cual muchos escritores juegan para el enemigo que prefiere a la literatura pequeña, preciosa e inoperante en el mundo, y a los narradores ya no como elementos vitales en la sociedad sino como figuras marginales, decorativas –la versión humana de un huevo Fabergé.

         Me da bronca que por el simple hecho de ser escritor, tengo hoy que probarle a mucha gente que no me siento parte de una minoría iluminada ni de un culto esotérico. Mi vida es parecida a la de todos: trabajo para comer, amo de manera un tanto desaforada, puteo cuando pago servicios e impuestos, me angustio cuando leo el diario, me río toda vez que puedo, abomino de la violencia y estoy atento a sus formas más insidiosas, practico la estupidez con frecuencia alarmante, me preocupo por el futuro de mis hijos y de la nave nos transporta a la humanidad entera y trato, en consecuencia, de que lo que pienso y lo que hago no sean dimensiones contradictorias, sino complementarias. La mayor parte de lo que me diferencia del común de la gente es cuestión superficial: yo prefiero leer un libro de Lorrie Moore a ver un partido de fútbol, por ejemplo. La diferencia vertebral pasa por otro lado. Como escritor, se me presenta a diario la siguiente opción: tomar todo aquello que constituye mi existencia y transformarlo mediante la imaginación, o darle la espalda y si escribir como si fuese el único habitante de una estación espacial llena de libros de Thomas Bernhard.

         Les cuento una escena simple. Ocurrió este domingo a la tarde. Habíamos terminado de almorzar. Bruno jugaba al sol en el balcón, bajo vigilancia de su madre. Yo barría las migas que habían caído debajo de la mesa. En la televisión sonaba Falling Slowly, la canción de Glen Hansard y Markéta Irglová que es el corazón de la película Once. Con el mango del cepillo todavía en la mano, levanté la vista, observé lo que me rodeaba y me puse a llorar como un idiota. De felicidad. De manera tan intensa, que no pude sino imaginar que mi cuerpo respondía a la cantidad de veces, a lo largo de tantos años, que soñé con tener una vida como la que hoy tengo. Terminé en la cocina, secándome la cara con un repasador sucio para no tener que dar explicaciones engorrosas. (La culpa es de mi abuelo, que de pequeño me enseñó que reír y llorar al mismo tiempo no sólo era posible, sino que además hacía bien.)

         Lo que trato de decir es lo siguiente: si yo sintiese que debo relegar experiencias como la del domingo al desván de mi vida y buscar la materia de mi escritura en otra parte –por ejemplo otros libros, u otras modas literarias-, ¿cuál sería la gracia de escribir?

         Entre otras razones, yo sigo con este blog porque refuerza mi sentido de pertenecer a una comunidad a pesar de ser escritor.

         Y escribo para tratar de entender más y de sentir mejor, cosas que nunca logré hacer por separado.

 

Gracias por haber tolerado esta tirada durante tantos días.



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15 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Coetzee se critica

J.M.Coetzee. Fuente: africaisacountry Cualquiera que se considere un auténtico escritor sabrá que ninguna crítica, por más ruda o perversa que sea, puede si quiera acercarse a la dureza con que uno mismo se critica. Si uno se tiene fe, jamás estará satisfecho. Siempre se podrá haber hecho mejor. El entusiasmo por uno mismo dura poco y, al final, la única satisfacción puede ser el haber dejado alguna buena carátula perdida en una biblioteca. Eso lo sabe perfectamente Coetzee quien (según me entero por un artículo en la siempre puntual Revista Ñ) en su nueva autobiografía ficcional, Summertime, arremete contra sí mismo con ensañamiento. Lo comprendo. Cuando uno se mira a sí mismo en el espejo, no hay premio Nóbel ni elogio que lo salve:En Summertime, Coetzee utiliza una estructura más novelística. Imagina que su otro yo murió cuando estaba a punto de escribir una continuación de Infancia y Juventud que iba a comprender su regreso a Sudáfrica procedente de los Estados Unidos en los años 70. Dejó cuadernos que sugieren que, de haber vivido, su Summertime ficticia se habría escrito con el mismo estilo que las novelas memorias anteriores. Ahora un académico, Vincent, que no conoció a John, escribe un relato de ese período de la vida del escritor valiéndose de los cuadernos y de entrevistas con cinco personas que habían tenido una relación. La figura de Coetzee que surge de los relatos de las mujeres es simple, fría, torpe, distante, obstinada, tonta. Es desaliñado y sin atractivo, tanto en el plano físico como en el emocional y el intelectual. Es grosero, audaz cuando debería ser discreto, reservado cuando debería ser apasionado. Tiene pelo ralo, una barba despareja y se viste mal. Es un perdedor nada romántico que vive con su padre anciano en una cabaña."En lo que respecta a cómo hacía el amor, ahora pienso que tenía algo de autista. No lo digo como una crítica, sino como diagnóstico", le dice Julia a Vincent. Sophie, la última entrevistada, es la que manifiesta una condena más lacónica: "No tenía ninguna sensibilidad especial que yo pudiera detectar, ninguna visión original de la condición humana", le dice a Vincent.



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15 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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También nos vamos de Afganistán

Quizás es el fin de una época. Quizás no volveremos a ver entusiasmos humanitarios como los que han rodeado a nuestros ejércitos en las dos últimas décadas. Alemania ha anunciado que quiere un plan con plazos y fechas de repliegue y retirada total de Afganistán. España ya se ha puesto a rebufo de la posición de Berlín. Las bombas que cayeron sobre Kunduz y produjeron decenas de muertos han desencadenado estos efectos. Primero fue la canciller Merkel quien anunció la pasada semana la celebración de una conferencia internacional para replantearse la intervención con un plan de trabajo a cinco años vista: ya todo el mundo entendió que era el límite para la continuación de los soldados en la fuerza de la ISAF al servicio de Naciones Unidas. Pero luego ha sido el vicecanciller y ministro de Exteriores Steinmeier el que ha elaborado un plan de trabajo en diez puntos, que incluye la decisión de una fecha, para conseguir que el ejército y la policía afganos se hagan cargo de la seguridad interior y exterior de su país y permitir así la salida de las tropas extranjeras.

La presencia alemana en Afganistán tiene el aval de cuatro partidos, que han participado de una forma u otra en las decisiones parlamentarias y gubernamentales que han conducido a 4.200 militares alemanes a combatir en el país asiático para ayudar sobre el papel a la reconstrucción civil y permitir la construcción de un sistema político democrático. La orientación alemana, en la que se combina la acción militar con la acción civil, incluida la justicia, la economía, la medicina o educación, era el modelo de intervención humanitaria europea hasta ahora. Pero este modelo, francamente molesto para cierta mentalidad militar anglosajona (norteamericana y británica en concreto) y abiertamente denigrado por buenista por el militarismo neocon, ha recibido un duro golpe hace dos semanas con el bombardeo de Kunduz por una fuerza aérea de la OTAN a las órdenes del mando militar alemán. En esta ocasión fueron los alemanes los que bombardearon a civiles, en el más puro estilo de las actuaciones norteamericanas que ellos mismos habían criticado. Las bombas también cayeron sobre la campaña electoral con unos efectos letales específicos sobre las expectativas de voto de los partidos de Gobierno. La Izquierda, Die Linke, subió cuatro puntos de una tacada. Los dos grandes partidos coaligados se sintieron obligados a reaccionar y a hacerlo con un cortafuegos que cerrara el paso al crecimiento del partido actualmente más izquierdista de toda Europa, para impedir que la aritmética electoral le proporcione una fuerza desmesurada y le convierta en árbitro de las futuras coaliciones. La intervención en Afganistán se suma a la factura de la crisis, otra cuestión en la que Die Linke tiene muchas posibilidades de minar el suelo bajo los pies de los socialdemócratas, a los que pueden succionar gran número de votos. La participación alemana en esta guerra afgana que no quiere reconocer su nombre se decidió en su día, como en España, por solidaridad atlántica con Estados Unidos y por vergüenza torera europea ante un mundo crecientemente peligroso. Pero las recientes elecciones han demostrado que no hay ni Estado ni democracia, sino mero tribalismo fragmentado. Al igual que la resurgencia de la guerrilla talibán, a veces caracterizada como bandidismo, también demuestra que poco tiene que ver todo esto con la lucha antiterrorista y mucho con una insurgencia hostil a la presencia de tropas extranjeras. La retirada de Afganistán plantea en todo caso algunos serios problemas. En primer lugar, es dudoso que en los próximos cinco años se consiga que los afganos se hagan cargo de la seguridad entera de su propio país. Está claro que lo que quieren Merkel y Steinmeier es un plan de trabajo para que se consiga. Pero siendo un objetivo difícil, cuando no utópico, es fácil deducir que nos iremos igualmente aunque no se haya conseguido. Como ha sucedido en otras ocasiones, se intentará vestir el santo como se pueda. La papeleta más difícil la tiene Obama, al que se le multiplican las dificultades. Si la salida de Irak ya se entiende como una rendición en ciertos círculos de la derecha norteamericana, podemos imaginar cómo estos mismos círculos interpretarán los planes de salida de Afganistán que están elaborando los europeos. Es evidente que hay que combatir el terrorismo de Al Qaeda y sus ramificaciones en todo el mundo, pero no es nada seguro que esto pase ahora por la guerra afgana. Lo más difícil de toda guerra es terminarla y todavía más difícil es terminar una guerra cuando no se sabe cuál es el objetivo o si el objetivo que se ha fijado es el correcto. Entonces todo se convierte en el insalvable problema de salvar la cara aún a costa de que alguien la pierda. Y esto es lo que está sucediendo en la campaña electoral alemana. Quien puede perderla, también ahí, es Obama, la guerra y la cara claro.



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14 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El escritor y su comunidad (4)

A veces creo que algunos narradores compraron de lo más encantados el buzón que les vendieron los poderes establecidos, y en consecuencia están convencidos de no formar parte de su comunidad (un ostracismo voluntario, que los enorgullece) sino de una elite –un grupo selecto de iluminados, que habita en un plano de la existencia distinto del común de los mortales.

         Lo más triste es que, aun cuando en algunos casos es verdad que no viven ni registran la realidad igual que el resto, se debe a un hecho que ni siquiera es mérito propio: la educación que han obtenido, una gracia que en buena medida le deben a sus padres… y por extensión a la comunidad de la que tanto les gusta renegar.

         Lo que singularizó a los escritores en sus comunidades originales fue el hecho de que aplicaran su sensibilidad y su facilidad para la expresión a la tarea de dar forma artística a las cosas que todos sentimos, o intuimos, o padecemos, o soñamos, aun cuando nos cueste manifestarlas. Desde el comienzo de los tiempos, los narradores verbalizaron pensamientos y emociones (las dos cosas al unísono, por definición: el pensamiento puro es materia de la filosofía, no de la literatura) del modo en que, en el dominio de lo ideal, habríamos querido plasmarlos; gente que transformaba la revelación esquiva y la verdad que había parecido enigma y la experiencia profunda en un personaje, o en una acción, o en una frase elegante, que daban la sensación de haber estado siempre allí –de surgir de un manantial por completo natural, aun cuando fuesen obra del más brillante artificio.

         En estos tiempos, algunos narradores usan su sapiencia y su habilidad sólo para diferenciarse de la masa y sacar carné de pertenencia a un club de personalidades; para pasar por inteligentes, a pesar de que sus libros podrían ser empleados para probar lo contrario (el pez por la letra muere); y para colaborar con los poderes establecidos (cosa que la mayoría hace sin siquiera darse cuenta, lo cual podría ser etiquetado Prueba No. 2 en el juicio a sus escasas luces) en la tarea de alienar una forma artística inmejorable de sus recipientes históricos: esto es, la multitud de lectores que en un tiempo coincidió casi con la cantidad de ciudadanos y que en el futuro deberíamos (tomen nota de la primera del plural: sí, los escritores también tenemos responsabilidad en el asunto) elevar por encima de esa marca histórica.

 

(Continuará.)



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14 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Padres

Padres e hijos. Fuente: bbtmagazine Hace algunos meses escribí este texto para "Babelia". Sin embargo, múltiples razones -entre viajes, mudanzas y una breve enfermedad- que también me alejaron del blog, no me permitieron enviarle el texto al suplemento español. Hace unas semanas, finalmente, lo envié y este sábado 12 de setiembre apareció en la sección "Crónicas de América Latina". Las cosas, felizmente, han mejorado un poco desde entonces: Mi padre ya no está en el hospital, sino en casa. Aunque sigue la recuperación y está visiblemente debilitado, ya no está postrado en la cama y al parecer se rehabilita más rápido de lo que pensábamos durante los meses de temor que estuvo en el Hospital. Sin embargo, los sentimientos por mi padre y por mis "padres" literarios no han cambiado y por eso el texto mantiene su vigencia. Se los dejo aquí:PADRESMi padre está internado. Duerme. Ha tenido una isquemia cerebral y luego le han detectado un cáncer al colon que tuvieron que operar dos veces. Está internado en el Hospital del Empleado porque eso es lo que ha sido toda su vida, un empleado. Durante el evento Bogotá 39 nos preguntaron frecuentemente sobre nuestra relación con los autores del boom narrativo, nuestros padres literarios. Lo que opino de ellos es lo mismo que opino sobre mi padre: los admiro aunque sostuvieron ideas, escribieron libros y tuvieron preocupaciones que no comparto y que siento completamente ajenas e incluso envejecidas. Veo a mi padre vulnerable en esa cama de hospital y pienso en su vida. Y ahora que soy también padre no puedo dejar de pensar en lo complicado que debe haber sido para él, como ahora para mí, no sólo pagar cuentas sino compartir conmigo el amor, la educación, la enseñanza, el tiempo libre. Pienso en lo complicado que debe haber sido, también, escritor latinoamericano en una época en que ese artefacto no existía en el mundo. Mi padre me dejó una enseñanza de perseverancia; mis padres literarios también. ¿Qué me ha heredado mi padre? ¿Qué he heredado de los autores del boom? No un camino para transitar ni una alta vara de excelencia que debe ser superada, como podrían pensar algunos, sino la evidencia de que los compromisos se deben asumir, las batallas se deben pelear y que nada es fácil nunca, para nadie, en ninguna época, en ninguna parte. Antes de la enfermedad de mi padre, por coincidencia -aunque las coincidencias no existen- estuve leyendo libros sobre padres e hijos. El de Martin Amis y su padre, el de Philip Roth y su padre, el de Hanif Kureishi y su padre. También leí hace poco, por segunda vez, El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince. A diferencia de los libros de Amis, de Kureishi o de Roth, en el de Abad no parece haber un arreglo de cuentas sino, al contrario, rendida admiración por aquel padre que le enseñó que la felicidad y el amor son no sólo ingredientes para una receta familiar sino una medicina social y preventiva contra la violencia. Sin embargo, incluso en ese relato tan entrañable de amor filial ocurre el parricidio inevitable: el hijo debe esperar la muerte del padre para entrar en su propia vida. Antes del asesinato del padre, el narrador se presenta como un joven fallido, incapaz de domesticar la velocidad de un auto o su propia vida de padre joven sin trabajo. Luego de la muerte y del exilio, el retorno a Colombia lo convierte en el escritor extraordinario que ahora es y que su padre supo prever.El cuento más hermoso, más justo, que he leído sobre la relación padres e hijos es uno de Julio Ramón Ribeyro llamado Las botellas y los hombres. En él, un padre que abandonó a su hijo de pequeño va a buscarlo a su trabajo cuando éste es mayor. El hijo es ahora un joven casi adulto, dedicado a enseñar tenis en un club donde empezó como recogedor de pelotas extraviadas. A pesar de que aún guarda rencor por el padre ausente, y siente asco y lástima por las fachas de alcohólico y vagabundo del padre, decide invitarlo a beber unas copas con sus amigos y luego prestarle un poco de dinero. ¿Por qué lo llevó a ese bar? Quizá tenía la secreta intención de ver cómo su padre lo admiraba y lo necesitaba. Quizá sólo quería recuperar a su padre. Sin embargo, el hombre menoscabado que se le acercó tras las rejas del club una vez dentro del bar y movido por el alcohol asume su verdadera personalidad, aquella que la alejó de su familia. Ahora es un hombre agresivo, ingenioso, parlanchín, seguro de sí mismo, machista. Y en el colmo de su cinismo, olvidando que está siendo invitado por aquel hijo educado por la mujer que él abandonó, se atrevió incluso a ofender a la madre del muchacho. Eso colmó el vaso y los resentimientos salieron a flote. Luego de una discusión, decidieron terminar la pelea a golpes. Los dos caminan hacia un callejón detrás del bar, en silencio. Se internan en la oscuridad, se distancian, se quitan los sacos y muestran los puños. Ahí tenemos la imagen simbólica fotografiada: padre e hijo a punto de representar con los puños aquella pelea antiquísima, la pelea tribal por el poder. Sin embargo, el padre está tan borracho que ante el primer golpe tropieza y cae. No se levanta más. El hijo entonces hace algo admirable por su complejidad, por su dramatismo, por su capacidad de resumirlo todo en un gesto: al ver a su padre vencido finalmente, se saca un anillo de rubí y se lo pone en el dedo. Y para evitar que se lo roben, para cuidar la joya y cuidar a su padre, le da vuelta a la piedra.Mi padre ha despertado, me mira con ojos húmedos e intenta hablar. Es el dolor de la enfermedad y, al mismo tiempo, está conmovido de verme al pie de su cama. Ambos sabemos que hemos peleado nuestras batallas muchas veces en aquel callejón oscuro y muchas veces ha sido él quien ha debido levantarme, aunque también he tenido mis triunfos. Discutir con mi padre o leer a los autores del boom con el rabillo del ojo, da lo mismo, son cosas normales, cosas de botellas y hombres diría Ribeyro. Pero ahora es diferente. Mi padre respira agitado, tiene miedo de morir. Entiende que ahora soy yo el que lo cuida, como antes era él quien velaba mi sueño de niño enfermizo. Los dos lo hemos comprendido. Sonríe y le sonrío. Es como dar vuelta a un anillo para esconder un rubí. O como leer a los 40 años una novela de Vargas Llosa, de Carlos Fuentes, de García Márquez o de Julio Cortázar con una nueva mirada. La mirada de la distancia, pero también del agradecimiento.



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14 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Oswaldo Reynoso Superstar

Oswaldo Reynoso en Buenos Aires. Fuente: eternacadencia Nuestro crédito nacional, Oswaldo Reynoso, se encuentra en Argentina para la presentación de su novela -reeditada en la editorial argentina El Andariego- En Octubre no hay milagros e invitado por el Centro Cultural de España en Buenos Aires, que contó con la participación de Washington Cucurto -si se quiere, el descrubridor de Reynoso en Argentina cuando publicó un cuento de "Los inocentes" en Eloísa Cartonera sin saber si quiera si el autor estaba vivo- y la proyección de un corto. Me alegra de que, a pesar de que Oswaldo siempre declaró que no le interesaba la internacionalización ni que lo leyesen en otros países pues él escribía solo para peruano, haya aceptado este BookTour y empiece a abrirse una puerta extranjera de reconocimiento a su obra. ¿Ves? La internacionalización no muerde, Oswaldo. Ojalá pronto otras obras suyas (como los cuentos de Los inocentes o la novela Los eunucos inmortales) empiecen a aparecer para otros lectores. Gracias a Diego Trelles me entero de que en el blog de la librería "Eterna Cadencia" le hacen una entrevista titulada: "No soy un escritor, soy un creador" en la que se despega de las creencias de su pares de "Narración" y declara que una novela no es un documento sino una "obra de arte". Bien. Les dejo algunas preguntas:La novela es del ?65. Salvo unas pocas menciones ?la guerra de Vietnam, la Revolución Cuba?, no parece haber intenciones de situarla en una época.Yo creo que ha habido una distorsión en la apreciación de la literatura peruana. No sé si en otros países se da esta distorsión. Los estudios que hacen los norteamericanos, los europeos y algunos críticos de mi país hacen más que todo es un enfoque sociológico. Entonces toman la novela como un testimonio de lo social. ¡Pero el escritor no ha escrito un ensayo! Ha escrito una novela y la novela es una obra de arte. Y sobre la concepción artística, estética del autor no dicen nada. Lo que les interesa es ver si refleja o no la realidad y como esta mirada sociológica. Me parece un error. En América Latina y en Perú se escriben buenas novelas, buenos cuentos. Pero eso se deja de lado. Con esta novela he comprobado esto porque sigue leyéndose a pesar de que se habla de otra etapa. Sin embargo hay determinados valores que subsisten. No leemos a Proust ni leemos a Dostoievski por la situación socioeconómica de Francia o de Rusia: leemos porque son grandes novelistas. Yo creo que esa óptica debe haber en la crítica, en la percepción de la obra narrativa. En mi primer libro, Los inocentes, los personajes transitan por cantinas que tienen rockolas, se visten a lo James Dean, tienen un lenguaje de esa época ?lo que se llama lenguaje popular peruano?. Sin embargo es un libro que sigue leyéndose y sigue teniendo buena apreciación de parte de los jóvenes, porque en cada uno de los personajes hay una posición interna que, a pesar de la época, conmueve al lector joven.¿Miguel ?uno de los protagonistas? lo atraviesa la literatura de Dostoievski?Es posible. Hay aspectos que me doy cuenta después de escribir, porque yo soy un sonámbulo cuando escribo. Porque no soy un escritor: soy un creador. La diferencia que establezco es que el escritor domina su forma expresiva escrita, inteligente, que puede escribir ensayo, poesía, cuento, puede escribir teatro, crónica periodística, pero no hace arte. El creador es aquel que tiene una pulsación interna y eso lo expresa a través del arte. Para mí la literatura es arte. Creo que Octavio Paz decía que un hombre inteligente y culto puede escribir un buen poema, pero no es poeta. Entonces yo hago esa diferenciación entre escritor y creador. Y yo me considero un creador.Hay un momento en que el narrador habla con el lector. Le dice ?nunca fuiste dueño de nada, la Iglesia te usa, los militares te usan??Eso para muchos críticos fue algo que desmerecía la novela, dentro de los patrones que hay de la novela. Y yo dije que no, que lo había escrito porque lo sentía. Y actualmente la novela moderna ha roto todos esos patrones. En mi libro Los inocentes, el último relato, el autor se dirige a uno de los personajes. El autor: el que está escribiendo el libro habla con uno de los personajes.Luego de la edición del ?65, ¿volvió a leerlo, lo corrigió?Nada. Ni una sola línea. No me interesó porque ya está hecho. Una vez que se publica ya no. El reformar y sacar otro libro me parece que es una trampa al lector. Y de este libro hay muchas ediciones. Ya he perdido la cuenta de las ediciones y de las ediciones piratas, y en este momento es uno de los libros que se leen en secundaria y en la Universidad. Este y Los inocentes. Con frecuencia me invitan a que yo hable con los estudiantes. Estas reuniones con los estudiantes son muy interesantes.¿Cómo tomó la Revolución Cubana?Me pareció que fue una gran revolución.¿Hoy sigue pensando lo mismo?No conozco mucho, pero si ha resistido tantos años? Pero yo nunca he hecho turismo político. Por eso nunca he ido a Cuba.Pero fue a China.Si fui a China no fue por turismo, sino fui a trabajar cuando me quedé sin trabajo en Perú. Y China me ofreció trabajo. Ahora, yo nunca he tenido una afiliación política, nunca he pertenecido a un partido político. Me parece que un partido político tiene sus planes y sus objetivos, y un escritor no puede someterse a eso, lo que no quiere decir que no tenga una ideología de izquierda. Pero eso lo vi claramente: cuando Stalin propone una reforma en el campo, Neruda escribe una oda a esta reforma, pasan tres años, la reforma fue un fracaso, y la oda de Neruda se fue al tacho.¿Qué piensa de Mariátegui?¡Ahhhh! Ahora no hay personas tanto de izquierda como de derecha que no recurran a Mariátegui. El dice ?la revolución en América no puede ser calco, tiene que ser creación?. Y en literatura él tiene un juicio muy interesante: dice que hay que distinguir entre cosmopolitismo y universalidad. Hay escritores cosmopolitas que siguen las normas, los patrones de los centros de cultura, ya sean europeos o norteamericanos. Los autores universales son aquellos que aplican lo que dijo Chejov: pinta bien a tu aldea y estarás hablando al universo. Un escritor debe penetrar en lo que todos los seres humanos, en cualquier parte de la tierra, tienen la misma raíz. Eso lo ve Mariátegui.



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14 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Bluetooth: decir sin palabras

Click here to view the embedded video. Estaban a tres metros uno del otro y orientaron sus móviles -como dos cowboy en mitad de un duelo- para lanzarse el video clip ?Decadencia? y las últimas fotos de Carlos Lage. La información viajó por el aire y se almacenó en la memoria de cada artilugio telefónico. No quedaron rastros del envío, ni siquiera los que estaban alrededor se dieron cuenta que casi cincuenta megabytes habían cruzado el parque en unos breves minutos. Cuando la noche avanzó, le pasaron los ?materiales? a una docena de amigos, que al otro día los transfirieron a otros cincuenta. La tecnología bluetooth es la pesadilla de los censores. Libros prohibidos en formato pdf, canciones que nunca se escuchan en la radio, blogs bloqueados hacia el interior de la Isla y todo tipo de noticias ausentes de los medios oficiales se trasmiten a través de estas radiofrecuencias. En la capital, es un fenómeno que va en aumento, especialmente entre los más jóvenes. Incluso hay quienes portan un teléfono celular que sólo usan como medio para almacenar e intercambiar fotos, música y videos, al no poder costear los altos precios del servicio móvil. Lo intangible se abre paso en esta sociedad donde imprimir y distribuir una publicación podría llevarnos a la cárcel bajo el delito de ?propaganda enemiga?. Numerosos periódicos, exclusivamente virtuales, están viendo la luz, mientras una cultura de lo digital deja fuera del juego a quienes piensan que las revoluciones se hacen sólo con armas y con discursos. Para ellos, estas ondas omnidireccionales son puro juego de muchachos. Es mejor que así lo crean. Cuando se den cuenta de su importancia, lo inalámbrico habrá logrado reconectar todas esas hebras que ?sistemáticamente- han sido cortadas entre nosotros los ciudadanos.



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14 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un lector nada común

 

 

 

No somos responsables de nuestros lectores, si acaso los tuviéramos. No lo somos ni los que escribimos "ligerezas" en periódicos o blogs, ni lo son los que se toman el oficio mucho más profesional y seriamente. El otro día pensaba en lo incontrolado y democrático que son los lectores. Lectores pueden ser quiénes quieran, incluso no hace falta leer muy bien. Ni haber leído. Mucho menos importa la "calidad" de lo leído. No lector puede ser cualquiera que lea aunque sea rudimentariamente. Y eso es un negocio importante para muchos editores, libreros y escritores.

Hay lectores de todo tipo, toda condición, cultura, incultura, estupidez, fanatismo, credulidad o escepticismo. Hay lectores reales, imaginarios, mediáticos, secretos, voluntarios, pertinaces, involuntarios y accidentales. Vicente Verdú, y su libro magnífico, lúcido y con muchos menos lectores de los que se merece, ha encontrado un lector que, seguramente, no esperaba. Su ensayo, "El capitalismo funeral"- publicado por Anagrama hace unos meses, y cada día más vigente- tiene uno de esos lectores que pueden hundir un país, un continente, una televisión, un periódico, una familia o un libro con sus intenciones omnívoras de poder, fama, publicidad y otras "virtudes" que le permitan mantenerse en el poder.  Hablo del presidente Hugo Chavez. Ese político que habla, visita a Castro, cita la Biblia, canta en su televisión y domina parte del petróleo mundial. Su nueva- "vieja"- manera de entender América, las relaciones internacionales, la democracia, la cultura, la música, el socialismo o el capitalismo y la lectura le llevan a ser un comprador del libro de Verdú. El azar hizo que se tropezara con ese título que le pareció escrito para él. Hubo un tiempo que escritores españoles- no se excluye un Premio Nóbel- escribían al servicio de dictadores americanos.

Ojalá el libro de Verdú que de manera accidental cayó en sus manos sirva para encontrar un nuevo lector.

 No espero nada bueno. Se que nunca es tarde pero recuerdo otros famosos lectores y la nula influencia que recibieron de sus supuestas lecturas. Soy un lector descreído aunque mantengo fe en la lectura. Si de verdad Chavez se toma en serio esa lectura le podría ocurrir lo mismo que a la reina inglesa en esa obra cautivadora e inteligente de Alan Bennet, "Una lectora poco común". En ella la lectura genera un cambio fundamental. Observaremos los cambios en tono, estilo y pensamiento de Chavez. Lo dudo.

Recuerdo las lecturas de José María Aznar. Entre sus poetas estaba Luis García Montero. Entre sus narradores Julio Llamazares. Y como escritor de cabecera citaba al imprescindible Josep Plá. ¿De qué sirvieron esas lecturas? ¿Los leyó de verdad? ¿Acaso se puede leer y no enterarse de nada?  



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14 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los personajes de la novela (I)

Escribir una novela, decíamos, consiste en un largo proceso de maduración de una idea arborescente que emerge ante nosotros de manera nunca exacta ni, mucho menos, nítida. Vamos descubriendo lo que queremos contar a medida que avanzamos por sus primeras páginas, así como vamos viendo a los personajes y sus vidas, que toman impulso un poco a contracorriente del planteamiento inicial. Dicen los novelistas que sus personajes “hacen lo que quieren”, que “cobran vida”, que “se portan de una manera distinta” a la que el creador pensó en principio. Esa insubordinación de los personajes suena a oídos extraños como una extravagancia o una coquetería del escritor y aunque en  rigor nunca es así, entiendo a mis amigos novelistas cuando dicen estas cosas. Y es que no veo posible que los personajes de una historia que nos va tomando uno, dos, tres o más años de lenta gestación no terminen por acumular a través de las mínimas acciones que realizan página a página una trayectoria ligeramente desviada de su diseño original. Ese desvío puede ser total si el novelista no ha tomado las precauciones debidas y antes de escribir la novela no ha dibujado las características del personaje, en cuyo caso puede que la novela tampoco marche bien; o puede ser un desvío mínimo si se han trabajo previamente las características de los personajes. Y ese mínimo desvío, esa insubordinación en las actitudes de los personajes, esas pequeñas sorpresas o contradicciones, son parte esencial de un buen carácter.  El escritor entonces tiene que saber cuándo vuelve a la idea original y cuándo deja un poco suelta la soga para observar los detalles novedosos de su personaje. Al fin y al cabo, decíamos, una novela no es una invención: es un descubrimiento.



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14 de septiembre de 2009
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El Boomeran(g)
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