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Eder. Óleo de Irene Gracia

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LIBROS, LECTORES Y RAROS EN SEGOVIA

 

 

 

Para encontrarme o perderme por Segovia no me hacen falta excusas literarias, ni gastronómicas, ni musicales, voy porque sí, porque me gusta y porque allí cerca tengo refugio y libros. Esta vez cambié mi casa por un hotel de la ciudad  en el que pasé tres rodeado de escritores, editores, críticos, periodistas y toda esa fauna que se mueve en este negocio. Un divertido, interesante y curioso tinglado que partió del pueblo de viejas librerías, Hay on Way, que encontró el eco de "The Guardian" y un director hábil llamado Peter Florence. Ayudado por Sheila Cremaschi y todo un equipo de profesionales, voluntarios, becarios y otros entusiastas han conseguido que la ciudad se llene de lectores. Han conseguido montar un espectáculo bastante peculiar. Escritores en exhibición, hablando en público de sus libros delante de gente que paga una entrada por ese espectáculo.

Irreal islote que durante unos días crea el espejismo de que otro mundo, otra vida y otras lecturas son posibles. Llenos los espacios para escuchar a Anthony Beevor, Leonardo Padura, Isabel Fonseca, Luis Mateo Díez, Jorge Wagensberg o Howard Jacobson. Como si los libros, la lectura y los lectores no fueran especies en extinción. Gente rara, gente necesaria como Martin Amis que desayunaba a mi lado inmerso en su libro, el mismo libro que cada mañana le hacia escaparse del mundo que le rodeaba. Estaba leyendo al imprescindible Vladimir Nabokov, "Mira los arlequines". Volveré a ella. Y seguiré leyendo a éste "raro", solitario y excelente escritor que es Martin Amis. Su último libro, los ensayos sobre el "horrorismo" del terrorismo y el mundo después del 11 de Septiembre, es excelente y esclarecedor. Valiente, incorrecto y provocador por ponerse al lado de la razón. Los fanáticos y los ignorantes han ocupado mucho terreno. Es necesario volver a reivindicar la razón- como hace Amenábar en su última película, como hace Maalouf en su último ensayo, de ellos quiero hablar en otro momento- para defendernos de todos lo que la desprecian:

"Cuando los talibanes, esos patanes sanguinarios, corean su eslogan: "arrojad la razón a los perros", están haciendo una especia de apuesta faustiana: aplastad la razón, acabad con ella, y cualquier cosa parecerá posible." Otra vez tenemos que pelear por la razón. Que no nos ganen los de la fe.



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28 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Verano griego

 

Verano griego

Hay escritores de viajes y viajeros apasionados. Jacques Lacarrière es de los segundos. Entró en contacto con Grecia en 1947, cuando el país estaba en plena guerra civil. Y no sé qué tienen los griegos cuando pelean pero desde Homero hasta la edad moderna cuando alguien les ha visto matarse ha iniciado con ellos una de esas relaciones que cambian la vida.

                Sin necesidad de remontarse a la Grecia heroica, dos personas tan diferentes como Patrick Leigh Fermor y Kevin Andrews quedaron atrapadas al mezclarse con griegos en pie de guerra y ya nunca más volvieron a recobrar el camino que llevaban hasta entonces. Patrick Leigh Fermor fue enviado a Creta como oficial de enlace durante la feroz oposición de los isleños a la ocupación alemana. Debido a la intensidad de los sucesos  vividos en aquella contienda, el exquisito escritor británico estableció con Grecia una relación amorosa que dura hasta hoy. A sus noventa y cuatro años, "Paddy" continúa viviendo en  un ignoto rincón del Peloponeso y ni siquiera la muerte de su compañera de toda la vida le ha animado a regresar a Inglaterra.   Se considera un griego más y está donde tiene que estar.

                Kevin Andrews por su parte no fue tocado por el don de la longevidad, pero lo compensó a fuerza de intensidad. También él conoció Grecia en guerra - en su caso ya había acabado la II Guerra Mundial pero en cambio estaba en su momento álgido la contienda civil - y tras casi romper todos sus vínculos con Estados Unidos también él se quedó a vivir donde creía que era su lugar natural.

                Jacques Lacarrière no experimentó uno de esos devoradores coups de foudre que todo lo arrasan pero en cambio inició una relación amorosa basada en apasionados encuentros y largas distancias que también le iban a durar toda la vida. Fue a Grecia formando parte de una compañía de teatro universitario pero su implicación con el país fue total, y no deja de ser significativo que sus cenizas formen parte actualmente de la isla de Espetsas.

En su Verano griego se cuentan más bien los encuentros que las distancias, en el sentido de que no es el relato de un viaje que empieza y termina en sí mismo sino muchos relatos y muchos viajes a lo largo de casi veinticinco años. Y hay capítulos espléndidos, como el relato de sus estancias en las montañas santas de Atos, o los titulados "Los cipreses de Antígona" y "Los olivos de Delfos", por citar algunos.

Sin embargo, según avanzas en la lectura se va poniendo de manifiesto una circunstancia poco habitual. La Grecia clásica que todavía pervive en la Grecia moderna es para los occidentales la experiencia más próxima a un universo en el que los dioses conviven con los humanos y mantienen con éstos querellas que muchas veces son una prolongación de sus propias querellas. Porque estamos muy acostumbrados a interpretar el mundo desde la perspectiva del monoteísmo, nos fascina la sola posibilidad de una deidad múltiple y cercana (o al menos que no se oculta tras una zarza ardiendo un lo alto de un monte inhóspito). Y el viajero medio suele resaltar justamente ese rastro casi tangible que los dioses han dejado en alguno de sus lugares más frecuentados.  Pero no así Lacarrière, un gnóstico de convicción profunda aunque sin aspavientos. No cree en otra posibilidad de conocimiento que la derivada de la experiencia sensual y no va por Grecia rematando dioses ni desenmascarando impostores, pero desde luego el suyo es un discurso radicalmente laico. En Atos, por ejemplo, le interesa profundamente cómo es aquel universo y cómo se las apañan los monjes para vivir su espiritualidad en semejante lugar. Pero en ningún momento cuestiona el porqué de esa clase de vida, ni la razón última de la vida monástica.

Creo que es esa laicidad sin alharacas lo que sedujo a Lawrence Durrell. En su correspondencia con Henry Miller (que fue quien le puso tras la pista de Les gnostiques, de Lacques Lacarrière) Durrell el mitómano, el más fervoroso creyente en la persistencia de los dioses en la Grecia actual, se dice admirado por la clarividencia de ese libro, llegando incluso a decir que podría haberlo puesto como prólogo de su Cuarteto de Alejandría. Y esa influencia volverá a ponerse de manifiesto en el Quinteto de Avignon, ahora reeditado por Edhasa. Y por descontado que de cuando en cuando sale el Lacarrière erudito y de tono profesoral, pero lo que dice no sólo es pertinente sino que lo compensa de sobras con sus descripciones de paisajes y gentes que le salen al paso, en absoluto sacralizados.

 

 

 

 

Verano griego

4.000 años de Grecia cotidiana

Jacques Lacarrière

Altaïr



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28 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Laboratorio Bellatin

Mario Bellatin, el Corán y sus perros en la Calle Ideal. Fuente: entropíablog Mario Bellatin estará en Buenos Aires a principios de octubre para ofrecer el Laboratorio Bellatin. Se trata de un seminario muy especial, muy bellatinesco, donde los alumnos se acercarán al sistema de escritura de unos de los raros más raros de América Latina. Además, en Buenos Aires -al igual que en Lima, por Matalamanga- la editorial Entropía anuncia Biografía ilustrada de Mishima la nueva novela de Bellatin. En suplemento Ñ se anticipan a la llegada de Mario a Buenos Aires:¿Se puede enseñar a escribir?No lo creo. Habría primero que definir qué es escribir. A partir de mi experiencia puedo decir que de haber tomado de manera racional la decisión de ser escritor me sentiría como un verdadero tonto. Escribo porque debo hacerlo, y siento que si llegara a preguntarme profundamente por aquella acción se derrumbaría todo. La plástica tiene una presencia enigmática en su obra. También la fotografía y el teatro.¿Cómo integra otras artes en su poética?Considero que no hay otras artes. Parto de la idea, un tanto descabellada, de que todo es escritura, por esa razón no veo la diferencia de fondo que puede haber entre una disciplina y otra. Parece insoslayable el tema de su brazo faltante, como en la escena en que tira la prótesis al Ganges en "El gran vidrio".¿Qué relación hay entre esa falta y su actividad artística?Ninguna. O sí, una relación de engaño, de falsa inocencia más bien. Al hacer más evidente el accidente, creo lograr un determinado mecanismo de seducción que me permite hacer pasar la mentira por verdad y viceversa. ¿Quién sabe si en realidad arrojé el brazo "biónico" al Ganges? O que cuando era niño -escena presente en "La Escuela del dolor humano de Sechuán"- desapareció, en una fiesta infantil, la pequeña mano que usaba entonces, arruinando de ese modo el cumpleaños del festejado, quien me odió desde el primer momento porque me vio entrar en su casa sin el regalo que el tacaño de mi padre se negó a comprar. ¿Qué parte de la secuencia sucedió? Ni siquiera yo estoy seguro, pero ¿importa saberlo?¿Ha cambiado su escritura o se reconoce en ese relato [Salón de belleza]?Hubo un quiebre definitivo en mi escritura cuando ingresé a una orden sufí. Antes tenía más miedos, estaba más obsesionado por estar y no estar dentro de la norma. Mi experiencia como sufí me enseñó a desconfiar de los límites, así como de las razones que aparecen como producto de un ejercicio racional.¿Podría anticipar algo de sus textos en ejecución?Hago ahora un libro largo que se conforma por nuevas versiones de textos ya escritos. Se llama "Mendicidad: pequeña muestra del vicio en el que caigo todos los días", que aparecerá primero traducido al francés, para luego ser traducido de vuelta al castellano. Esta forma de destilación de la escritura me permitirá leerme a mí mismo como si fuera otro, aspiración suprema de cualquier escritor.



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28 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Formentor

El hombre propone, pero son las circunstancias las que disponen. Después de tantos meses saboreando anticipadamente el proyectado encuentro en Mallorca, la reunión con amigos, el debate anunciado, he aquí que las razones de una salud que necesita ser vigiada acabaron desaconsejando el viaje: las ya citadas circunstancias y casualidades determinaron que algunos exámenes que debo hacer coincidiesen con las fechas del encuentro. Paciencia. Habrá otros Formentor y en algunos de ellos estaré. Estas palabras van dirigidas a todos los participantes del encuentro, conferenciantes y público. Expresan mi pesar por la forzada ausencia, pero, al mismo tiempo, quieren dar testimonio de la importancia de la continuidad de Formentor, tanto por las obligaciones contraídas en el pasado como por las esperanzas que su regreso traerá a la definición de nuevas estrategias en la acción cultural. El espíritu libre de Formentor de los años 60 debe ser revivificado, y este es el momento exacto para hacerlo. Todos sentimos que ha llegado la hora de levantar otra vez la palabra para promover la reflexión libre y, que no se escandalicen los oídos castos, la justa disidencia. De eso se trata: disentir es uno de los dos derechos que le faltan a la Declaración de Derechos Humanos. El otro es el derecho a la herejía. Los participantes del ?viejo? Formentor, entre ellos, además de a Carlos Barral, quiero recordar a mi colega José Cardoso Pires, lo sabían, todo su empeño se orientaba hacía una necesaria desmitificación de conceptos y en aclarar la función social del escritor, con independencia de lazos ideológicos o de partido. Hablemos claro y nos entenderemos los unos a los otros. A todos les mando un saludo, amigos y desconocidos, a Perfecto Cuadrado, que por ahí está, y también a mis compañeros de mesa (y algo más) Basílio Baltasar, gracias, querido Basílio, y a Juan Goytisolo, a quien quiero dejar expresos en esta breve declaración todo mi respeto y toda mi admiración.



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28 de septiembre de 2009
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I. Periódicos que no envejecen

En Sentencia previa, la película futurista de Steven Spielberg basada en el cuento de Philip K. Dick, hay una escena en el metro, o en el autobús, donde los pasajeros leen periódicos electrónicos compuestos de hojas de material flexible del tamaño de un tabloide. Las noticias, ilustradas con videos más que con fotografías, cambian a medida que se producen. El lector tiene entonces siempre en sus manos un periódico absolutamente actual, que no envejece nunca.

 

            Estamos cada vez más cerca de esa lejana era del futuro que la película de Spielberg presenta como ciencia ficción. Los periódicos se pueden ya leer en las pantallas de los teléfonos celulares.

            ¿Y los libros electrónicos, conectados a una inmensa biblioteca central de donde uno puede bajar a su gusto lo que quiera leer? Ya existe el artilugio Kindle ganándole la carrera al mañana, toda una revolución en el universo de la lectura, que pone seriamente en cuestión a los libros de papel; y tiene, por supuesto, competencia abierta con otros fabricantes que entran en el mercado con sus propias versiones del libro electrónico, pantallas provistas de tinta digital en las que también se puede leer periódicos y revistas en cualquier parte que uno se encuentre, en la calle, en el autobús, en la casa, en la oficina.

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28 de septiembre de 2009
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Diario de rodaje 5. Mavi

Mavi es uno de los dos nombres que el personaje interpretado por Marisa Paredes tiene en la película. Todo el mundo la llama en el tiempo real de la acción María Luisa, pero ella fue antes Mavi, y en esa época inconcreta sus amigos la conocían así. En homenaje -que cobra después importancia en la trama- a ese su primer nombre, María Luisa le puso a su boutique de ropa femenina 'Mavi', y el decorado de la tienda tiene mucha presencia en 'El dios de madera'.

Pero hoy quiero hablar más que de Mavi del responsable del rótulo y demás elementos plásticos de 'Mavi', Miguel Ripoll. Miguel es un amigo veinte años más joven que yo a quien conocí -siendo él estudiante- enfrente de la  Casa de Socorro de Alicante, aunque ninguno de los estábamos accidentados. Le he seguido desde entonces la pista, no siendo fácil, pues su trayectoria múltiple (no me atrevo a usar con él el socorrido latiguillo de 'multicultural') le ha llevado por diversos trabajos y diversas ciudades, hasta convertirlo, instalado entre Barcelona y Londres,  en lo que -de momento- ya es: uno de los más grandes diseñadores de Europa. ¿Sólo de Europa? Me dicen los expertos que África cada vez le reclama más, por no hablar de continentes de mayor lejanía. Miguel Ripoll hizo, como un regalo al director, toda la rotulación y los extraordinarios títulos de crédito animados de mi primera película, 'Sagitario', y lo que adjunto en esta entrada de mi diario es sólo una pequeña muestra de sus primeros bocetos.

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28 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El ornamento

En los próximos cinco años la población activa femenina pasará de mil millones a más de mil doscientos millones a lo ancho del mundo. No es una noticia bomba. Lo explosivo será que muchas de ellas ocuparán importantes y numerosos puestos de responsabilidad y con una cadencia que nunca antes se había conocido. Y de ahí derivará, sin duda, en consonancia con el diseño de una nueva era, una nueva manera de vestir. Donna Karan que acaba de cumplir 60 años viene a ser un modelo diseñadora que anuncia el nuevo corte textil y vital.
Si el fin de la primera guerra mundial creó una indumentaria andrógina para mujeres que dejaban el hogar y ocupaban oficinas y fábricas, la consecuencia de esta Gran Crisis, equiparable a la tercera Guerra Mundial, arrojara sobre los despachos y las calles, un modelo de mujer investida (y revestida) de un estilo inaugural. Se trata, como hace casi un siglo, de una simplificación y funcionalización de las ropas pero también de los complementos y sus adherencias. El cambio será patente a lo largo de las jornadas laborables pero, como extensión, también alcanzará al porte para las fiestas, los banquetes y los acontecimientos de categoría político-social. A una nueva mujer una nueva ropa, a un nuevo ropaje un nuevo cargo, acaso inédito, expresado en los colores, los trazos o las texturas. La simplificación de objetos y arquitecturas, vestidos y bolsos que se anuncian como metáfora de la crisis y su austeridad se corresponde con el ascenso de autoridad de una mujer que en una acción liberadora, sin fanfarria feminista, lleva de una indumentaria a otra, de una a otra apariencia y, en definitiva, como corresponde al teatro del mundo de uno a otro disfraz. El traje masculino vino a ser como la línea recta y práctica para actuar frente al ornato y el perifollo de la mujer para representar. Ahora, redoblando el viento de los años veinte, una terapia de la simplicidad, un hastío del ornamento anuncia una a era de la salud, la naturaleza, la evidencia y la simplicidad.



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28 de septiembre de 2009
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Irremplazable figura del traidor

En ninguna biblioteca burguesa de hace cincuenta años (no sólo española sino también francesa o inglesa) faltaba aquel título, "Yo elegí la libertad", cuyo autor, Victor Kravchenko, fue el más popular de los comunistas arrepentidos. Había muchos otros, aunque los más célebres son George Orwell, Arthur Koestler y Victor Serge. Ellos fueron los primeros en dar cuenta de las atrocidades estalinistas, con feroz indignación de los intelectuales europeos. A medida que se ampliaba la información sobre la URSS fuimos sabiendo que no sólo decían la verdad sino que se quedaban cortos.

    También las vidas de estos personajes fueron novelescas. Perseguidos por la policía política comunista, calumniados por la prensa de izquierdas, no tenían más refugio que los círculos derechistas que se aprovechaban de ellos. Mantener la independencia les costó a muchos arrepentidos el suicidio, la salud mental o la marginación.

    Se edita ahora un curioso libro, "El conspirador" (Galaxia Gutenberg), cuyo autor es otro fascinante converso, Humphrey Slater. Fue una novela muy vendida e incluso se llevó al cine en 1949 (con los dos Taylor, Elizabeth y Robert), aunque luego cayó en el más absoluto olvido. La trama narrativa es una excusa sagaz: un agente comunista infiltrado en el ejército británico se casa sin pedir permiso al Partido. Esta decisión (la única que ha tomado libremente en su vida) se mostrará demoledora. Lo que a Slater importa es describir el mecanismo de los servicios secretos soviéticos y su abyección ética. Los conocía muy bien. Es más que probable que formara parte de esos servicios cuando participó como brigadista en la guerra civil española.

La narración del totalitarismo aplicado a la vida cotidiana es magistral y el lector constata que esa fe en una Verdad suprema por encima del individuo (la Revolución, el Partido, la Patria), instancia teológica que exige sacrificios humanos, se mantiene en la actualidad con excelente salud y nuevos nombres. Slater murió en España en 1958 en eso que se suele llamar "extrañas circunstancias".

Artículo publicado el sábado 26 de septiembre de 2009.

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28 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La farsa sacramental del toro de la Vega

Agarrando con fuerza el mástil de la lanza castellana, el mozo más aguerrido la clava en el costado del toro. Brota el primer chorro de sangre y mientras el animal embiste a los que tiene por delante los de atrás hincan en su cuerpo unas largas y afiladas hojas de acero. El toro busca entre la polvareda que levantan los caballos un lugar por dónde escapar, pero el cerco se ha cerrado y desangrándose agoniza ante el envalentonado griterío de los lanceros. Quien en este momento consiga darle "la más certera, valiosa y grave lanzada", aquel que vaya a ser considerado autor de la muerte del toro de la Vega podrá embadurnarse con su sangre, cortar sus testículos y enarbolarlos en la punta de su lanza, pasear por las calles de Tordesillas y ser aclamado como vencedor del torneo.

Entre el honor y la brutalidad, los lanceros llevan a cuestas el insufrible rubor que los oprime

Los que ven en este festejo un espectáculo denigrante reclaman al Estado que prohíba de una vez la ofensiva brutalidad popular. Por su parte, las autoridades municipales y autonómicas, respaldadas por el fervor vecinal, protegen una costumbre que refleja su manera de ser, define su identidad y establece los lindes de su soberanía.

La disputa confronta argumentos no del todo desconocidos: los partidarios de la tradición remontan su legitimidad hasta los ancestros fundadores del primer sacrificio y se amparan en su prestigio para imitar la ceremonia original; los adversarios, sin más respaldo que su discernimiento moral, reclaman el derecho del sentido común a cancelar una herencia indeseable. Unos y otros se tratan con franca hostilidad: para los vecinos, los adversarios de la fiesta son foráneos entrometidos; para los ecologistas, los lanceros son unos indígenas despiadados.

Los defensores de los derechos de los animales perciben con agudeza el sufrimiento del toro y una resuelta ternura cultural les lleva a rechazar la humillación a la que es sometido. Cada año se preguntan con la misma perplejidad cómo se puede carecer del más elemental sentido de la compasión y perseguir al toro profiriendo espeluznantes aullidos de ferocidad.

Sin embargo, cuando consideren detenidamente el fenómeno de Tordesillas les sorprenderá descubrir que, en realidad, a estas cofradías taurófagas les resulta insoportable cargar con el peso de la tradición. El indecible gozo de martirizar al toro les procura un placer duradero, pero al mismo tiempo la matanza les produce un inquietante resquemor.

El reglamento de las cofradías expresa, con una nitidez asombrosa, la repugnancia que sienten sus miembros al ejecutar el sacrificio del toro y el gran empeño puesto en desvirtuar el verdadero sentido de los ritos que practican. La normativa de la "sabia y heroica" Orden del Toro de la Vega, después de solemnes preámbulos, exige "que se trate al toro con dignidad y honor y que nadie ose tratarlo mal, ni vivo ni muerto, ni de palabra ni de obra".

La ordenanza declara que el respeto de los lanceros por el toro pertenece al modo caballeresco del ser castellano, que el torneo examina el estado anímico y físico de los vecinos, que el rito resume el modo de pensar de un pueblo y que es de "grandísima" utilidad a todos y cada uno; y advierte que nadie debe osar acudir al torneo en mal estado de ánima, que el torneante se mostrará muy cortés, evitando las malas formas y comportándose con humildad.

He aquí el testimonio de una extraña ceremonia de expiación. Pues tan intensa negación de la vívida verdad de los hechos cometidos supone forzosamente tener una clara conciencia de su significado. Nadie trata con dignidad al toro que está martirizando. La contradicción es insalvable. Para perseguirlo, asustarlo, acosarlo, alancearlo, desangrarlo y darle la última puñalada hace falta un furor inconciliable con la humildad.

Pero las ordenanzas de la Orden del Toro de la Vega no pretenden embellecer un festejo incompatible con las virtudes morales ni encubrir con una retórica medievalizante el sudor de las camisetas manchadas de sangre. Las ordenanzas no son un embuste escrito para enmascarar la verdad sino, justamente, el medio elegido para confesarla. Al enumerar los principios que nadie puede cumplir, al prohibir la vejación del toro, la Orden admite lo que no puede poner por escrito: lo que fatalmente ocurrirá.

El texto desvela una rara especie de farsa sacramental: conscientes de la violencia que los posee, las gentes de Tordesillas hacen de su modesta hecatombe una bufonada sangrienta. El ampuloso respeto al toro, pregonado antes de iniciar la persecución, les sirve de catarsis cómica. ¿Cabe imaginar una negación de sí mismo más risible?

Sin embargo, los feroces cazadores de toros no son tanto los prisioneros del perturbado imaginario de la violencia como las víctimas de una íntima y secreta vergüenza. Incapaces de abolir la tradición que les impone la violencia, sometidos al torturado dilema entre honor y brutalidad, los lanceros de Tordesillas llevan a cuestas el insufrible rubor que los oprime.

 



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28 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las voces de la novela (I)

Muchas veces, dando un curso o un taller sobre este tema, me han preguntando acerca de la voz necesaria para contar una novela. ¿Debo narrarla en primera persona, en segunda o más bien en tercera? Quienes esto preguntan olvidan a menudo que rara vez una novela se cuenta desde una perspectiva única y que incluso en muchas novelas escritas en primera persona aparece de pronto, como la lejana melodía instilada por un hilo musical, una voz ajena a la del protagonista y narrador y que se filtra en la historia para darle énfasis a un fragmento o para alumbrar desde otra perspectiva ese territorio incierto que es la ficción. Una novela, a diferencia de un cuento, hace descansar su funcionamiento en una urdimbre compleja cuyos mimbres tejen la robustez necesaria para avanzar por sus muchas páginas. Por ello, rara vez admite la posibilidad de una voz exclusiva y químicamente pura. Y si me apuran un poco, salvo casos excepcionales, las múltiples voces de una buena novela suelen crear una atmósfera coral y al mismo tiempo tan sutil que para el lector pasa desapercibido el hecho de que, en contra de lo que cree, la novela que tiene entre sus manos está contada por una única voz. Probablemente ello es así porque la novela pretende simular la vida tal y como es, y esa atribución la obliga a desdoblarse en un sinfín de perspectivas. El cuento rara vez tolera esa multiplicación de perspectivas porque su efectividad descansa en un brío tan potente como corto. La novela es un largo camino que requiere pausas, renovados entusiasmos, arborescencias, elecciones... y voces distintas. Aunque sean apenas unas líneas, una mínima excursión a la conciencia de otro personaje distinto al que lleva la voz cantante, la novela suele nutrirse de esos cambios. 



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28 de septiembre de 2009
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