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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ecuador no queda en la Antártida Literaria

Una bandera ecuatoriana en la Antártida. Fuente: antárticosSi no fuera por Marcelo Chiriboga, la literatura ecuatoriana no tendría un autor dentro del Boom. Y si no fuera por Marcelo Chiriboga- una broma de José Donoso- no nos daríamos cuenta de lo realmente raro que fue que el Boom Literario careciera de una presencia ecuatoriana. Más allá de Huasipungo (y de Pablo Palacio para los amantes de rarezas), la literatura ecuatoriana es la hermana menor de América Latina. ¿Es bueno o malo eso? ¿Qué parricidio debe cometer un escritor ecuatoriano si Chiriboga no existe? Leonardo Valencia, escritor ecuatoriano de última generación y de gran éxito radicado en España, escribió un artículo al respecto en el último "Babelia":Lo cierto es que el gran padre literario a enfrentar en Ecuador es la política. Las tres maneras de no dejarse afectar por ella en la escritura han sido el delirio, el exilio o la proximidad de la muerte. No menciono una fuerte consciencia estética o el humor, porque ambos tienen su parte delirante y exiliada. Las novelas que han recurrido a esas tres vías son de lo mejor que se ha escrito en Ecuador y, al mismo tiempo, son novelas imposibles. El caso de Humberto Salvador (1907-1982) es sintomático de la injerencia política que tuvo la novela ecuatoriana a lo largo del siglo veinte, injerencia que condiciona la expresión literaria si el autor no sabe resistirla, esquivarla o reinventarla desde adentro. Salvador escribió En la ciudad he perdido una novela... y un par de libros de cuentos cuando tenía veintidós años. Pero luego cedió a la presión de los camaradas de su tiempo y publicó novelas comprometidas, sometiéndolas al condicionante mimético de lo inequívoco, con las que cosechó algunas traducciones y el aplauso internacional, ahora fantasma. Hacia la segunda parte de su vida quiso volver a sus comienzos pero no recuperó el fulgor de esa primera novela escrita en el puro trance de una novela imposible. Con Salvador ni siquiera puede uno dejarse seducir por su título de 1942, La novela interrumpida, porque no hay novela ni discontinuidad, sólo los pasajes inverosímiles de una escritura allanada. El halo de imposibilidad de varias novelas ecuatorianas, una especie de inmolación en el inacabamiento, la parodia y la extrañeza, que se dio en las novelas de Montalvo, Palacio o Salvador, ocurrió también con la última novela de Alfredo Pareja Diezcanseco, La Manticora, que arrasaba con su propia trayectoria de autor realista, o en novelas como El espejo y la ventana, de Adalberto Ortiz; Siete lunas y siete serpientes, de Aguilera Malta; Entre Marx y una mujer desnuda, de Jorge Enrique Adoum; Pájara la memoria, de Iván Égüez; El viajero de Praga, de Javier Vásconez; Las tertulias de San Li Tun, de Juan Andrade Heymann, o una que es mi preferida, Carta larga sin final, de Lupe Rumazo, por su combinación de géneros, entre el diario, la carta y el ensayo, en una progresión que se abisma ante la muerte de un familiar. Todas estas novelas han permitido una trasgresión frente a la imagen de un Ecuador restrictivamente andino, de un realismo chato y testimonial. Acercarse a ellas sorprenderá a un lector sin prisa y sin referentes mediáticos, porque esos autores, saboteando las nociones convencionales de la novela, han buscado la escritura, esa patria de la que Blanchot decía que no permite profetas.



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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Isabel Fonseca publica

Isabel Fonseca y Martin Amis en Barcelona. Fuente: revista ñ Ser la esposa de Martin Amis es una sombra demasiado pesada para Isabel Fonseca, también escritora. Pero ella ha sabido, o cree poder, sobreponerse. En el Hay Festival de Segovia no solo ha sido la acompañante del esposo célebre sino que también ha anunciado una propia novela: Vínculo editada por Anagrama, de la que habló en Barcelona luego del tour segoviano de su esposo. Dice la nota:Dijo estar emocionada con la crema inglesa - refiriéndose al color insignia de Anagrama-puesto que hasta ayer sólo había asistido a cenas de la editorial en calidad de esposa de. El editor Jorge Herralde definió su libro como "excelente, en el centro de la apoteosis mediática de la pareja Amis-Fonseca. Con una mirada de la narradora que me gusta, como una cámara perversa" y recordó la opinión de Richard Ford sobre el libro: "Percibe todo lo que los hombres no quisieran que las mujeres detectaran". La disección sin excusas de un matrimonio con veinte años de convivencia a cuestas. Eso es lo que aporta Isabel Fonseca en Vínculo montar una bronca a la italiana-elige otro camino: ella misma contesta haciéndose pasar por su esposo. Con el tiempo descubrirá en su rival, Giovanna, rasgos de ella misma. Pero nada es lo que parece. Tampoco en el libro - de final abierto-cuya protagonista afronta otras luchas: un padre a punto de morir, un posible cáncer y una hija que abandona el nido. "Cuando escribes estás sola y debes soltarte. De lo contrario acabas en posición fetal bajo la mesa". (...) "Un crítico me dijo que yo escribía sobre la nostalgia. Es cierto", asume Fonseca, de estricto traje chaqueta y broche brillante en la solapa. Reconoce que fue "una pesadilla buscar esas similitudes innecesarias. Pero sólo son hechos saqueados, no un informe de mi vida porque, como dijo Philip Roth, no escribimos sobre lo que sucedió sino sobre lo que no sucedió". Ese es el papel del escritor, "preguntarte ¿y si?".Y sobre la convicencia con su famoso esposo, declaró simplemente:Es magnífico compartir la vida con él, pero a menudo está absolutamente absorto en sus personajes. Sólo otro escritor puede convivir con eso.



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30 de septiembre de 2009
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Diario de rodaje. 6. Secundarios

Nunca me ha gustado la palabra, que tan cercana suena a ‘segundones'. Han sido, sin embargo, quizá la mayor gloria del cine español, o al menos la menos discutida en un país que parece tener como segunda afición acendrada, después del fútbol, la de meterse con su cine. Nadie, desde que tengo memoria, ha dejado de reconocer que la galería de actores de carácter españoles es absolutamente deslumbrante, en nada envidiable a la que ofrece Hollywood o el cine italiano. Los británicos, los franceses, los argentinos, son, en mi opinión, y dentro de lo injusto que es generalizar, más brillantes en el registro protagonístico.

‘El dios de madera' tiene un cuadrilátero de intérpretes que sostienen, en dobles parejas, la trama de la película. Pero no están solos, como lo estaban -por equipararme temerariamente a uno de los más grandes- los cuatro actores principales de ‘Saraband', la obra maestra final de Bergman. Mi historia trata de componer un mosaico de pequeñas escenas y situaciones y personajes que intervienen a modo de ecos, fondos o ‘replicantes' de los protagonistas, y de ahí que, teniendo la suerte de haber encontrado cuatro ases para los roles principales de la madre, el hijo y los dos ‘intrusos' africanos, el proceso de elección del numeroso coro de secundarios hubiese de ser largo y minucioso.

Hoy quiero retratar aquí con su imagen y unas pocas pinceladas a tres de los característicos (la palabra es la adecuada, y la que preferiblemente se usa en otras lenguas) de ‘El dios de madera'. Son tres mujeres de distinta edad que, como sucede a menudo, también tienen capacidad y experiencia de protagonistas. Lo es Vicenta Ndongo de la muy reciente y muy interesante película de Cesc Gay ‘V.O.S.', y lo han sido en teatro y televisión dos actrices valencianas más veteranas, Empar Ferrer y Lola Moltó. Vicenta tiene sólo una escena en la película, dos Empar y alguna más Lola (que sería de hecho el personaje de más entidad tras los cuatro protagonistas). La mulata que quiere reivindicar su ‘parte clara', la dueña de una pensión o cubil de emigrantes, la zapatera puntillosa. Las tres han creado concisamente un personaje, y las tres lo han potenciado por encima de lo que el director tenía en la cabeza. Las tres tendrán sin duda muchos "cinco minutos" más de ese brillo estelar al que se refería, en su citada frase, Warhol.

                                                 

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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Entre la invención y el sentimiento

 

MUÑOZ ROJAS, CIUDADANO DE CAMPO

 

Lo conocí tarde, quiero decir que no lo había leído hasta hace unos años. Quizá ya hayan pasado veinte años, pero es que Muñoz Rojas ya escribía, ya publicaba en los años treinta. Recordé haber leído algún poema suyo en "Cruz y Raya", pero para mí estaba perdido en el tiempo, entre sus campos andaluces éste poeta que ahora está tan vivo. Ahora, que acaba de morir- seguramente para no soportar los agasajos que se preparan con motivo de su centenario- el poeta se encuentra muy vivo en mis lecturas, en mi vida. Gracias sean dadas, sobre todo a Manuel Borrás, que desde Pre-Textos nos acercó a éste ciudadano de campo. No hace mucho, con motivo de la publicación de su obra completa en verso, hablaba aquí de ese poeta que perteneció a la imposible "tercera España". Un país que no pudo ser, que ya nunca será.

El poeta, enamorado y enamoradizo, muchas veces nos acercó, en sonetos, divertimientos, en cantos libres a sus lugares del corazón. A los seres humanos y a las cosas del campo. Buena idea de editor la de incluir un glosario para hacernos entender las perdidas palabras del campo. Hoy se le recuerda en esa condición casi extravagante de "cosmopolita de pueblo", viajero por el mundo y cercano a sus campos, rico y poeta y otras de las cualidades que llevó sin afectación. Un hombre extraordinario que, por suerte para nosotros, nos dejó escritas algunas de las cosas mejores que nos pudo regalar, sus escritos. Aquí tengo la edición de su poesía completa, esperando la llegada de su prosa. Hoy le despiden sus gentes en compañía de los habitantes del campo. Mañana estará bajo la sombra de una encina, allí dónde tantas veces se figuró querer estar.

Vuelvo a esos poemas finales, pasear con ellos es una forma de acercarnos al poeta que no quiso estar en su centenario.

"Amarrado a qué estoy sino a mi mismo.

A veces , dulce amarra, me sostiene

el beso o la caricia y es mi vida

aunque se llame amarra y lo parezca.

 

Jugando con palabras siempre estoy

sin saber dónde terminan por llevarme,

sabiendo que son nada y en nada quedan

salvo que la verdad, que es suya, las pronuncie...

 

Y así, entre la invención y el sentimiento

sin saber dónde el uno acaba y empieza el otro,

que no todo es puro juego, sino algo

que te duele o consuela,

y así, entre inventar y sentir

se va la vida, sin sentirla..."

 

Me llevo su libro al tren, quiero seguir entre la invención y el sentimiento.



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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Polémica animada

Chema Lobo me preguntó qué pensaba sobre la controversia desatada por Molina Foix con su artículo Dibujos animados. Para los que nada saben del asunto (como no lo sabía yo hasta entonces): Molina Foix disputa el hecho de que la historieta sea un arte en serio; critica la atención que se le dedica en los medios, festivales, museos y salones de exposición y ve mal que el Ministerio de Cultura otorgue premios a sus creadores; califica al historietista como “dibujante de monigotes”; pone a la disciplina más cerca del parchís y los juegos de mesa que de las obras imperecederas del arte; y dice, por último, que las viñetas satíricas y la caricatura política (George Cruikshank, sostiene, sí era un gran artista) pueden “reformar el mundo con su trazos” a diferencia de la historieta –“un entretenimiento muy menor”.

         Yo tengo la sensación de que se trata de una humorada de Molina Foix. (A quien no conozco más que de nombre: como ven mi ignorancia es oceánica, una de las consecuencias, mucho me temo, de mi pasión por las historietas.) Para empezar, creo que no tiene sentido tomarse en serio ningún artículo que sostenga que el Arte Equis es mejor que el Zeta. Esta es una discusión tan seria como la que pretende dirimir si uno ama más a su mamá que a su papá. Yo me siento más cerca de algunas disciplinas (el cine, la literatura) que de otras, pero nunca me atrevería a decir que Saul Bellow es mejor, o más importante, que Rembrandt. Los dos son esenciales en lo suyo, aunque yo esté en condiciones de apreciar a uno más que al otro.

         Cuando se entiende que parte de la crítica pasa por el hecho de que un Ministerio conceda no sólo la misma dignidad, sino además el mismo dinero al “dibujante de monigotes” que al novelista, poeta o ensayista, queda revelado que la objeción ya no es estética. Lo que hace Molina Foix es indignarse (de manera muy graciosa, insisto) porque alguien de los que juega en el otro patio se está quedando con los laureles y el dinero que debían, a su juicio, quedar en casa.

         Lo que está claro es que no tiene sentido hablarle de las glorias que la historieta produjo a lo largo de su historia. Sería un ejercicio tan inútil como pretender que a un daltónico vea los colores que no puede ver por culpa de su condición. Si Molina Foix no se ha dado por enterado en todo este tiempo de que el género está lleno de obras de arte imperecederas, ya no lo verá nunca. Defender un arte que se defiende por sí solo a través de sus obras es un ejercicio tan vano como intentar convencer a alguien, a esta altura del partido, que el cine puede ser un arte y no una monigotada. Hay gente que todavía discute el Big Bang y la evolución de las especies, y antes que polemizar con ellos prefiero dedicar mi energía a otros menesteres.

         Lo que termina demostrando que se trata de una humorada es la reivindicación que pretende hacer de las viñetas satíricas y la caricatura política. Puede que Cruikshank (a quien admiro, siendo como era uno de los ilustradores de mi amado Dickens) haya “reformado” al mundo, pero si uno acepta esta noción se vuelve improcedente negarle entidad a las historietas popularísimas que sin duda revolucionaron la cultura: tan evidentes, tan definitorias del paisaje mental que la imaginación humana desarrolló en su andar, que ni siquiera hace falta mencionarlas por su nombre.

Lo de Cruikshank y Daumier es, según entiendo, el punchline de la broma. Tengo la sensación de que se lo ha leido mal: lo que busca el artículo no es lanzar una polémica necesaria y mucho menos provocar indignación, sino producir una sonrisa. Pero en fin, así es como lo veo yo, que no dejo de ser un sudaca que no ha ganado premio alguno ni ha figurado jamás en las listas de best sellers.



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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hundimiento y metamorfosis

Lo nunca visto. La abstención, la caída del voto socialdemócrata y -aunque parezca extraño- también del conservador, el incremento del voto liberal, la dispersión de voto y muchas otras cosas han convertido estas elecciones generales alemanas en un caso insólito, una excepción que esta vez no confirma ninguna regla sino que la rompe e indica que Alemania está cambiando y reinventándose. "Nunca en los 60 años de la República Federal..." es la expresión repetida una y otra vez desde la noche del domingo para referirse a las cifras que arrojaron las urnas.

El partido de los que no votan ha sido el que más adhesiones ha recibido en esta ocasión. Un 28% de los electores prefirieron quedarse en casa, superando al número de votantes de la CDU (27,3%), aunque no a la adición de CDU y CSU (33,8%). El momento álgido de la participación se dio en 1972, cuando alcanzó el 91,1% y el momento más bajo, con las primeras elecciones después de la unificación, en 1990, con el 77'8%, cinco puntos más que ahora. La mayor parte de los abstencionistas fueron votantes en las anteriores elecciones de los dos grandes partidos. Nada menos que 2,1 millones de votantes socialdemócratas se quedaron en casa, pero también lo hicieron 1,1 millones de democristianos. La abstención suele ser la estación intermedia antes de cambiar de voto, una acción a veces difícil cuando la migración es entre partidos muy diferenciados o incluso polarizados. El desgaste de la Gran Coalición ha conducido a muchos votantes descontentos a quedarse en casa. Lo más probable es que la próxima vez voten a otro partido, quizás a alguno de los tres pequeños -FDP, Verdes y Die Linke-, consolidando todavía más el cambio que ahora ha empezado de forma estruendosa. Pero el fenómeno de la jornada no fue la victoria de Merkel, ni siquiera la irrupción la nueva estrella del firmamento político que es el liberal Guido Westerwelle. El acontecimiento histórico que va más allá incluso de los 60 años de la muletilla es el hundimiento del SPD, el partido de Helmut Schmidt y Willy Brandt, cuya historia se confunde con las del movimiento obrero y del socialismo democrático. Su resultado, ese 23% de votos, está cinco puntos por debajo del peor resultado en la historia electoral de la República Federal, que fue el de 1953. Además de desterrarle a la oposición y de abrir una crisis que le obligará a cambiar de dirección, de programa y de alianzas, estas cifras han disparado todas las alarmas en Alemania y en toda Europa. ¿Por dónde pierde votos el SPD? Por todos los lados y edades y en todas las direcciones. Es algo así como la implosión de un partido. El grueso de las fugas se dirige a la abstención. La transferencia más importante a otra fuerza es la que lleva 1.110.000 votos a Die Linke. También hay transferencia hacia los Verdes, 860.000 votos, la fuerza más beneficiada de las caídas anteriores de los socialdemócratas. Un número muy importante de votos, casi 1.400.000, van a las fuerzas del nuevo gobierno liberal-conservador, repartidos así: 870.000 para la CDU y 520.000 para el FDP. El SPD sale de estas elecciones como el mayor de unos pequeños que se han convertido en medianos y no como el igual del otro grande que era hasta ahora. La pérdida total ha sido de 6,2 millones de votos, lo que le sitúa, con su porcentaje del 23%, muy lejos del volumen que se considera característico de los partidos de masa o Volkspartei. Hace sólo 11 años, el SPD obtuvo un 41% y 20 millones de votos, el doble que ahora. Desde entonces ha entrado en una pendiente, con pérdidas en cada elección sucesiva. La erosión del voto popular socialdemócrata afecta directamente a los trabajadores industriales, que han dado el 28% de sus votos a la CDU-CSU, por encima del 24% al SPD y el 18% a La Izquierda. La deserción de los jóvenes es otro de los datos preocupantes para el futuro del partido. Entre 18 y 24 años el SPD ha perdido un 20% de votos, muy por encima del 11% de su caída. La única franja de edad en la que el voto desciende más suavemente es la de mayores de 60 años, donde sólo baja un 7%. La CDU-CSU también ha sufrido lo suyo, pero el premio de la cancillería y del Gobierno basta para compensar todos los disgustos. Su 33'8% es la segunda caída consecutiva y también el peor resultado de la historia (siempre haciendo abstracción de las primeras elecciones de 1949, todavía entre las ruinas de la guerra y en medio de la mayor precariedad e inseguridad políticas). Un caso peculiar es el de la CSU, el partido bávaro hermano acostumbrado a votaciones plebiscitarias. El domingo arrasó en todas las circunscripciones bávaras, obteniendo todos sus correspondientes mandatos directos, y obtuvo una cifra del 42% regional (6,5% a nivel nacional), que para sí querrían muchos partidos en todo el mundo. Pero ha perdido un 6,7% en esta elección, después de una caída del 9% en las generales de 2005; y, lo que es más deprimente para el risueño conservadurismo bávaro, tras perder hace ahora un año la mayoría absoluta en el Parlamento regional que venían manteniendo desde 1958. El dato central sobre el cambio de sistema lo proporciona la dispersión del voto que viene registrándose desde las elecciones de 2005, cuando la suma de los votos obtenidos por los dos grandes partidos fue ya la menor de la historia, un 69,4%, que quedaba muy lejos del pico del 91,2% de 1976 y del habitual comportamiento por encima del 80%. Este domingo, entre los dos sumaron sólo el 56,8%, cifra que consagra el final del bipartidismo. El aumento de la desafección hacia los dos grandes partidos y el traslado de voto hacia los tres pequeños tiene una fuerte componente generacional. Los mayores de 60 años siguen votando según las reglas del bipartidismo que han vivido toda su vida, mientras que las dos franjas generacionales de votantes más jóvenes desertan en masa y se pasan a los nuevos partidos. Buceando en el mapa electoral puede observarse como el FDP casi iguala al SPD en un Estado tan poblado como Baden-Würtemberg. Die Linke empata con los socialdemócratas en Berlín, les supera en cuatro de los seis länder del Este (Sajonia, Turingia, Sajona-Anhalt y Brandeburgo) y anda a su zaga en Mecklengurbo-Prepomerania y Sarre, este último en el Oeste. Die Linke supera la barra del 5% en todos los Estados, lo que le sitúa en una posición excelente para seguir avanzando y entrando en gobiernos regionales y locales. Un partido cargado de historia se está hundiendo, pero con él se hunde también el sistema bipartidista que ha dado estabilidad a Alemania durante los 60 años de fundación de la república que ahora se celebran. Gran parte de las novedades de este domingo de deben a los cambios sociales y económicos que ha experimentado Alemania y el mundo en las últimas décadas, como la globalización o la desaparición de las clases sociales tal como se configuraron en el siglo XX y su sustitución por otras formas de estratificación social. Pero otra parte de estas novedades son el fruto tardío de la unificación alemana, que abrió las puertas primero a un cuarto partido, los Verdes, y luego a un quinto, Die Linke. Ahora, justo 20 años después de la caída del Muro regresan al poder los liberales con la fórmula llamada de pequeña coalición que más tiempo ha dirigido el Gobierno en estas seis décadas. En asociación con los conservadores han estado en el poder 21 años, y con los socialdemócratas 13; un total de 34 sobre 60. Pero ahora ya no será lo mismo: el partido de Guido Westerwelle no es la tercera fuerza entre dos grandes, sino el tercero de cinco, en un panorama en el que ya se atisba una sexta fuerza que empuja, aunque por el momento se vista de pirata y pida sólo la máxima libertad en la comunicación digital. El SPD se hunde, pero es el entero sistema político el que se encuentra en plena transformación. Será un sistema menos estable y más plural. Y no tiene por qué ser peor, como temen muchos alemanes con el recuerdo siempre vivo de la República de Weimar que precedió a la subida al poder de Adolf Hitler.



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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El ojo del artista

Cuesta trabajo llegar a una explicación cabal, pero el hecho es que un artista capaz de distinguir entre una obra buena y otra mala, se ve  incompetente para juzgar con pertinencia el valor de lo que él hace. Hay presuntuosos y humildes, soberbios y modestos pero esta diferencia no puntúa el valor de una obra sino la diferente personalidad de sus autores. En la oscuridad de la valía de lo que se pinta, se escribe o se compone discurre  la obstinación del artista  y también, tras esa ofuscada obstinación, el impulso de su orgullo. Seguir trabajando en aquello de lo que no se conoce su importancia, requiere ineludiblemente darse importancia a sí mismo. Incluso cuando se recibe el elogio de los críticos, el artista pugna por lograr la aprobación propia que constituye la más importante aprobación. Pero ¿cómo llegar a obtenerla?

La carrera de un artista es en consecuencia una carrera sin fin, un lanzamiento sin concreción, una aventura sin luz que, salvo pocas excepciones jactanciosas, lleva consigo a la insatisfacción o al fracaso. De ahí el alto censo de suicidios en la historia de la literatura, la pintura o la música.



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30 de septiembre de 2009
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Barcos en Primrorsky Krai

Frente a la gran estatua de Lenin, en la plaza de Vladivostok que ha sido marco de numerosas manifestaciones emblemáticas de la historia de la ciudad, se hallan las vías del ferrocarril transiberiano, sobre las cuales el bello edificio de la estación erigida en 1912, inspirándose en edificios representativos de esa Rusia central, tan cercana en espíritu y tan alejada por la geografía. En paralelo se encuentra la Morskoy Vokzale, la estación marítima, que tan sólo unos metros separan de la primera, de tal manera que en Vladivostok esos dos emblemas del viaje que son el ferrocarril y el barco parecen tener raíz común.  

Atravesando a lo ancho la estación marítima se sale a una amplísima terraza volcada sobre la Zolotoy Rog, esa bahía principal a la cual he venido refiréndome. La gente se acerca a esta terraza, no ya como en tantos otros lugares de Vladivostok a contemplar el mar-aquí omnipresente- sino también a contemplar los barcos que se desplazan y los barcos anclados, empezando por los allí tan cercanos, de color casi negro de la flota de guerra.

Por boca de Ismael, el Narrador de la tragedia, Melville señala que desde un arroyo de montaña a la península de Manhatan, allí dónde hay agua hay para los hombres un fascinante polo de atracción. Cuando ese polo es el mar, la fascinación se confunde a veces con la que ejercen los abismos. Pues con el mismo espíritu  con el que los habitantes de las costas se acercan a los acantilados, los ciudadanos de Ronda acuden una y otra vez a la alameda de la ciudad,  cuyo extremo  se abisma en unos campos que se confunden con el mar. Mas desde esta terraza sobre la Zolotoy Rog de Vladivostok no se contempla quizás tanto el mar como los barcos, lo que abisma no es tanto la imagen de la profundidad como el fantasma de dejar la tierra.

A modo de nota complementaria,  presento aquí de nuevo el capítulo 23  de Moby Dick, que  bajo el título The Lee Shore  (la costa a sotavento, o la costa- refugio) se dedica en exclusiva  al personaje de Bulkington, un hombre sellado por esta pulsión de huir de las seguridades de la terra ferma.

 

 "Algunos capítulos atrás hablé de Bulkington, un marinero de larga estatura que estaba recién desembarcado y que encontré en la posada en la que me albergué en New Bedford . Pues bien: en aquella gélida noche invernal, mientras la proa del Pequod rasgaba las olas amenazantes  del océano, ¡ quien veían mis ojos sino a  Bulkington¡,  de pie ante el timón.

Contemplé con mezcla de amistoso respeto y de temor  al  hombre que, en el rigor del invierno, y que apenas había tocado tierra tras un peligroso viaje de cuatro años, volvía, sin darse un reposo, a  la aventura de un nuevo periodo de navegación. La tierra parecía arder bajo sus pies. Las cosas maravillosas son siempre inenarrables; los recuerdos profundos no producen epitafios; este corto capítulo es el memorial sin lápida de Bulkington. Básteme decir que le ocurría a Bulkington lo que al buque míseramente sacudido por la tormenta a lo largo de la costa a sotavento. El puerto  le ofrece socorro; el puerto es acogedor; en el puerto hay seguridad, confort, calor de hogar, cena apetitosa, amigos, todo cuanto es caro a nuestra existencia mortal. Pero en la tormenta, el puerto, la tierra, es para el barco el más directo enemigo. El barco debe huir de su hospitalidad, puesto que si su proa  tan sólo llegara a rozar la costa, se destrozaría por entero. Así, hará lo imposible por tender sus velas hacia mar abierto, y huirá de los vientos que le conducirían a la costa acogedora; busca de nuevo la agitación de un mar desamparado, pues, en la tormenta, tras el refugio se cierne el peligro, su único amigo es su más acerbo enemigo. 

¿Conoceis  ahora  la especie de los Bulkington?   Os parecerá  entonces  vislumbrar esta mortal e intolerable verdad: que todo pensamiento profundo y severo no es sino el intrépido esfuerzo del alma por mantener la abierta independencia de su propio mar, mientras que los más furiosos vientos del cielo y de la tierra  conspiran por arrastrarla hacia la orilla traidora y servil.

Pero sólo en la soledad del mar sin orilla reside la verdad más alta, tan in-acotada e indefinida como el mismo  Hacedor: antes perecer en esta infinitud que ser arrastrado sin gloria a  sotavento, ¡incluso aunque la salvación resida en ello¡ Pues,¿quién quisiera, como un gusano, arrastrarse cobardemente hacia la tierra? ¡Terror de los terrores¡ ¿Será vana toda esta agonía¡ ¡Coraje Bulkington, coraje¡ ¡Mantente inexorable, semidiós ¡ Pues de la espuma de tu mar oceánica, indomable,  emerge tu apoteosis

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30 de septiembre de 2009
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De viaje por los ópalos fronterizos

Todas las ciudades con río tienen un aire de familia. Lado bueno, lado malo. Jolgorio y vicio del lado malo. Lado malo convertido en bueno y más caro que el bueno. Nieblas, brumas, humedades que muerden los huesos y adornan la ciudad con ancianos doblados por la mitad. Abundancia de sombreros. Suicidas flotando, náufragos fluviales.  

También las ciudades lacustres tienen un aire de familia. Es imposible escapar a las condiciones espirituales de semejante fenómeno. Al contrario del río, el lago no separa sino que une, aunque eso sólo se ve en el mapa. ¡Felices quienes viajan sin mapa! Llegan a estas riberas sin saber qué obstáculo los detiene. Nosotros lo sabemos, los lagos son finas curvas salpicadas de pueblos casi siempre deliciosos que permiten múltiples saltos de cabotaje. El viaje asciende a juego de la Oca. La esencia del lago es además inspiradora de clausura, quietud y monaquismo, porque el río nos lleva hacia la mar que es el morir, pero el lago nos convierte en figuritas de un pesebre con un espejo en el centro. El lago es una isla de agua habitada por navegantes, que es gente de fiar.

    Un juvenil Gimferrer dio con la metáfora exacta de la Confederación Helvética. La llamó: "rosetón de los ópalos lacustres". De nuevo es el mapa de Suiza lo que deja ver ese rosetón cuyos vidrios opalinos son los múltiples lagos que la iluminan, pero si uno va en horizontal no puede hacerse idea del tamaño, la forma, o la unidad de los lagos. Son cerca de veinte y los hay grandes como una provincia española o pequeños como nuestras lagunas. Verdes, perlados, azules, plomizos, plateados.

    Las ciudades lacustres de Suiza son refugio de serena ciudadanía y afilada dentadura bancaria. Ciudades en las que sólo se oye el crujir de huesos de los morosos y el brindis de los acaudalados. Después de Ginebra y Zúrich viene Lugano, uno de los espacios más curiosos de Europa. Su belleza natural etcétera no merece mención. Vaya usted a verlo. Lo portentoso es allí la presencia impúdica del privilegio. De una parte es usted suizo y por lo tanto puede llevar la vida más civilizada del planeta. Por otra parte es usted italiano y se puede divertir como un crío. Por esta razón, el monumento que pude contemplar con mayor encanto y pasmo fue la avenida que bordea el lago, pero no por su belleza natural etcétera, sino por sus automóviles.

    Sitúese en alguno de los cafetines que serpentean la avenida sombreada por los tilos y observe. Son, sin duda, las mejores marcas y las más caras, Mercedes suavísimos cuyos cristales ahumados ocultan celebridades agonizantes, Ferraris de turbia mirada narco, Lamborghinis conducidos por herederos insolventes, Bentleys de ancianos hippies americanos, Jaguars de piel de cocodrilo con jeques barbipinchos. Lo más soberbio, sin embargo, es la limpieza eucarística de las carrocerías. Vi a un tremendo Audi frenar en plena avenida, salir el conductor mirando furioso al cielo y limpiar con la manga de su chaqueta un excremento de gaviota caído sobre el guardabarros, bajo la mirada aprobadora de los automovilistas detenidos. Prodigioso. Este es el sueño: ser italiano y suizo al mismo tiempo. Mejor que ser hermafrodito, o blanquinegro, como el difunto Jackson.

    La constatación se encuentra a media hora de tren. Si Lugano es lugar suizo, pero italiano, la ciudad y el lago de Como es lugar italiano, pero de sangre suiza. Geográficamente apenas se distingue de su hermano. Aquí el lago, en lugar de serpentear, forma una Y invertida, uno de cuyos extremos toma café con el otro lago. Si en Lugano tiene un palacio de aquí te espero la baronesa Thyssen, en Como lo tiene George Clooney. A saber quién de los dos es más aristocrático. Para ser una ciudad italiana, Como parece suiza, del mismo modo que Lugano parece italiana. La mayor diferencia es que en Como los autos no van tan limpios y se ven incluso tristes Ford, Fiat, Lancia, Volkswagen y otras especies plebeyas. En cambio, tiene una catedral presidida por los dos Plinios, dos paganazos, que da gozo, sobre todo vista desde el café de enfrente con un Negroni bien servido.

    En ambas ciudades se vive la cualidad monacal, reservada, serena de las urbes lacustres. Y por ello es recomendable trasladarse a Milán para tomar el avión en Malpensa, que es un verdadero infierno de aeropuerto, y constatar la divergencia. La capital de la Lombardía era hace diez años uno de los centros más selectos e ilustrados de Europa. Produce escalofríos ver cómo ha decaído hasta mudarse en una ciudad mediterránea. La suciedad, el estruendo de las motos, la pavimentación paleozoica, el caos municipal y el amontonamiento humano la han convertido en un centro sólidamente cutre.

    Seguramente ha pasado el tiempo de las grandes ciudades y son ahora las pequeñas y medianas las que permiten llevar una vida no absolutamente degradada. Constaté que en Milán están todos los muros pintados por grafiteros que hace treinta años Ítalo Calvino ya calificaba de reaccionarios. Es verdad que sigue habiendo quien a eso le llama arte callejero. No entienden la trivialización que de modo irreparable se produce en el espacio público. Ni su indudable totalitarismo. Ruido visual de las ciudades sin cerebro. Y sin lago.

Artículo publicado el viernes 25 de septiembre de 2009.

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30 de septiembre de 2009
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II. El viejo papel

Y ahora, gracias a la aparición de los libros electrónicos, se abre en Estados Unidos un litigio oficial que seguramente llegará a hacer época. Google se ha propuesto digitalizar millones de libros de los fondos de las bibliotecas públicas, para ofrecerlos en línea a los lectores a través de las pantallas, y para ello alcanzó un acuerdo con autores y editores. Este acuerdo, que abriría las puertas para que un día todos los libros del mundo estén disponibles por la red cibernética, ha sido recurrido ante los tribunales por Amazon, Microsoft y Yahoo, los otros gigantes en competencia por el mercado electrónico del libro. El alegato es que Google está violando la ley antimonopolio, al sacar a los rivales de la competencia.

 

            Todas estas son señales ominosas en contra del tradicional libro de papel y cartón, y hay quienes ven cercano su fin, lo mismo que el fin de los periódicos. Quizás estas señales son más graves, sin embargo, para los periódicos antes que para los libros. Uno de los diarios tradicionales de mayor prestigio en Estados Unidos, el Christian Science Monitor, cerró sus puertas de papel y se quedó nada más en la edición electrónica. Y las ediciones impresas de periódicos como The New York Times y Le Monde dejaron de ser rentables, y si siguen apareciendo es porque sus ediciones electrónicas, que sí tienen ganancias, lo permiten.

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30 de septiembre de 2009
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El Boomeran(g)
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