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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Crecer de golpe (6)

A los cultores de ambas disciplinas artísticas nos vendría bien discutir de verdad sobre esta crisis que nos afecta a todos, relegando tanto a la literatura como al cine a una estantería marginal de la tienda, donde ya ni deslumbran y peor aún: ni siquiera molestan, después de haber ocupado durante tanto tiempo el escaparate principal. En este contexto, el enfrentamiento de aquella noche en la Villa Ocampo se parece menos a “la primera gran polémica” de la que hablaba Silvina Friera que a una oportunidad perdida.

         En estas últimas décadas, cine y literatura han resignado parte de la relevancia que tenían en la vida de la gente, y por extensión en la cultura. Y cada vez que se roza la cuestión se le echa la culpa a las dificultades económicas, a la decadencia de los medios culturales, a la intromisión de las nuevas tecnologías y los cambios en las costumbres sociales, entre tantas otras excusas, pero nunca se habla de lo que deberíamos hablar. Porque ninguno de nosotros puede hacer nada para sanear la economía, ni para frenar el avance de la tecnología ni para preservar las viejas costumbres. Lo que sí podríamos hacer sería crear medios culturales que no operen como club de amigos ni le vendan a la gente que ese bodrio invisible o ilegible es, tal como suelen pretender, una obra maestra. Lo que sí deberíamos hacer es dejar de sugerir que la gente se ha vuelto idiota y plantearnos qué es lo que nosotros –escritores, cineastas- estamos haciendo mal. Preguntarnos por qué no estamos escribiendo ni filmando las historias que tanta gente no lee ni ve hoy, no porque no quiera, ni porque no esté en condiciones de apreciarlas, sino más bien porque no existen.

No es la economía, eso está claro. Ni tampoco el mercado. Ni mucho menos es culpa del público.

         Los que estamos en falta, los que no alcanzamos la altura de los tiempos, somos nosotros.

         Por eso no tiene sentido buscar respuestas simplistas. (Ni historias lineales ni historias deconstruidas, ya que cualquiera de las opciones puede ser resuelta desde la modernidad más inclaudicable: ¡la cuestión pasa por otro lado!) Ni sentirse reconfortado porque al otro gremio le va un poco peor que a uno, o ha perdido el favor de los Arbitros de la Moda. (Esto me hace acordar a District 9 de Neill Blomkamp, donde los sudafricanos negros parecen contentos de que haya aparecido alguien –alienígenas, en este caso- que se ubique en un sector de la escala social todavía menos agraciado que el suyo.) Y tampoco se trata de crear pensando en el público como oposición a la creación solipsista que abunda, como sugería ‘Un internauta aburrido’ en su comentario; aunque sí se trataría de crear un poco menos desde el ego, como recomendaba Mayté, de tal modo de que la antena del artista perciba algo más de lo que lo rodea, en lugar de seguir pataleando para que se le conceda a sus berridos la categoría de arte.

         El imperativo es buscar una solución a esta crisis que ante todo es creativa, y asumir además que, si buscamos en sociedad con los artistas de enfrente, la salida debería aparecer más rápido y sernos útil a todos, escritores y cineastas por igual, moradores de ese campo “infinitamente común” del que hablaba Llinás.

         La primera gran polémica –de la Villa Ocampo, pero ante todo del siglo- sigue pendiente.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las puteadas de Fogwill

Rodolfo Fogwill. Foto: Julieta Cecchi. Fuente: no retornable Hace poco, Mario Bellatin colgó en su ajetreado perfil de Facebook una nota en hebreo donde hablaban -debe suponerse- de su obra, con una foto enorme. La nota tenía también un pequeño círculo donde se veía a Fogwill. Un comentarista dijo: "Las puteadas de Fogwill se entienden hasta en hebreo" Ja! Estuvo bueno el chiste. Y sí, pues, las puteadas de Fogwill amenazan con hacerse más famosas incluso que sus novelas. La feria del Libro de Santiago de Chile ha sido testigo de algunas "citas citables" Dice suplemento Ñ:De visita en la feria del libro chilena, el autor argentino Rodolfo Fogwill criticó a los escritores que no logran escribir con facilidad y rapidez. En el marco de su visita a la Feria Internacional del Libro de Santiago, dijo: "Esos boludos, esos huevones que dicen que tienen 'el terror de la página en blanco', aunque ahora se usa la pantalla, y que la llenen con los dedos, no sé, que dibujen algo, que pongan una porno en Internet si les da terror una página en blanco". Autor de "Vivir afuera" y "Runa", Fogwill aseguró que "si uno tiene algo para decir, lo puede decir en 20 minutos". Sobre lo mismo, alardeó que en su vida tuvo etapas de escribir diez horas al día, especialmente cuando "trabajaba mucho haciendo informes de opinión pública de marketing, de desarrollo de productos, discursos de diputados, cualquier pavada, por dinero". El escritor admitió que en esa época fue "bien prostituto" en sus convicciones, pero que de aquel período le quedó "la cosa de escribir ocho o doce horas, lo que en literatura es inútil". Los alardes de Fogwill circularon por la Feria del Libro de Santiago paradójicamente después que el también escritor argentino César Aira dijera que en su país todo hombre es un megalómano.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Seres de la sombra

Después de lo ocurrido el pasado viernes, he decidido sacar a la luz

una serie de fotos de personas que me vigilan y acosan. Mi relación con el cine siempre fue desde las butacas, en la penumbra de una sala donde se escuchaba el sonido de un viejo proyector. Se mantuvo así hasta que comencé a vivir mi propia película, una especie de thriller de perseguidores y perseguidos, donde me toca a mí escapar y esconderme. El motivo de tan repentino cambio de espectador a protagonista ha sido este blog, ubicado en ese amplio espacio -tan poco abordado por el celuloide- que es Internet. Me desperté hace dos años con ganas de escribir el verdadero guión de mis días y no la comedia rosa que mostraban los periódicos oficiales. Pasé entonces de ver las películas a habitarlas. Tengo mis dudas si algún día veré bajar el telón y podré salir viva del cine. El largo filme que vivimos desde hace varias décadas en Cuba no parece cercano al momento de mostrar los créditos y apagar la pantalla. Sin embargo, los espectadores ya no están tan interesados en la cinta interminable que le muestran los proyeccionistas autorizados. Más bien parecen cautivados por la visión de quienes toman un blog o una página en blanco y graban en ellos las preguntas, frustraciones o alegrías de los ciudadanos. Creyéndome Kubrick o Tarantino, he comenzado a dejar testimonio de esas criaturas que nos vigilan y acosan. Seres de las sombras, que como vampiros se alimentan de nuestra alegría humana, nos inoculan el temor a través del golpe, la amenaza, el chantaje. Individuos entrenados en la coacción, que no pudieron prever su conversión en cazadores cazados, en rostros atrapados por la cámara, el teléfono móvil o la retina curiosa de un ciudadano. Acostumbrados a acopiar pruebas para ese expediente que todos tenemos en alguna gaveta, en alguna oficina, ahora les sorprende que nosotros hagamos el inventario de sus gestos, de sus ojos, la meticulosa relación de sus atropellos.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Eduardo Halfon, Premio José María de Pereda

Eduardo Halfon y yo cuando todo era felicidad. Fuente: moleskine ¡Bravo, Eduardo! Los B39 estamos de fiesta. Nuestro queridísimo amigo Eduardo Halfon, una de las personas más estupendas que conozco, además de gran narrador, ha ganado el Premio de Novela Corta José María de Pereda, dotado con 30,000 euros, con la novela La pirueta. Eduardo es un escritor guatemalteco, autor de El ángel literario (Anagrama) y El boxeador polaco (Pre-Textos), que participó del Bogotá39 y tiene como hobbie comprar calzoncillos Calvin Klein en Aventura Mall, en Miami, acompañado del también premiado B39 Andrés Neuman. Tengo datos más oscuros y obscenos sobre su vida, pero como él tiene 30,000 euros en el bolso podemos conversar al respecto. Dice la nota: El escritor guatemalteco Eduardo Halfon ha ganado el Premio de Novela Corta José María de Pereda, dotado con 30.000 euros, con la obra "La pirueta", en la que relata el viaje que emprende un hombre desde su Guatemala natal hasta Serbia tras el rastro de un amigo. Además, la colección de relatos "Las chicas terribles", del madrileño Pablo Vázquez, ha obtenido el Premio de Cuentos "Manuel Llano", y "Abierto", de Juan Marqués, ha sido galardonado con el Premio de Poesía "Gerardo Diego", dotados con 6.000 y 12.000 euros, respectivamente. Así lo ha anunciado hoy, en rueda de prensa, el consejero de Cultura del Gobierno de Cantabria, Javier López Marcano, quien ha dado a conocer el fallo de los tres certámenes literarios que anualmente convoca su departamento. Según la escritora Almudena Grandes, que ha actuado como portavoz del jurado del premio de novela, "La pirueta" es una obra "muy original" que cuenta la "historia de un viaje, de una amistad y, en definitiva, de una obsesión". Su protagonista, ha explicado, es un guatemalteco, muy consciente de lo que significa vivir en un país apartado de los lugares donde se toman las decisiones, que conoce a un pianista serbio, que le fascina por su personalidad y también por su forma de interpretar la música de Thelonius Monk. Eduardo Halfon, que ha publicado, entre otras obras, las novelas "El boxeador polaco" y "El ángel literario", relata la aventura que le llevará hasta Serbia en su búsqueda. Para Almudena Grandes, "La pirueta" es un libro "muy bien escrito, con un tono melancólico muy especial" y un ganador "estupendo" para un premio que en varias de sus ediciones ha quedado desierto. Junto a ella, han otorgado el premio, por unanimidad, los escritores Andrés Trapiello y Carlos Galán y el editor Manuel Ramírez.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pensar o conocer

La multinacional Thomson Reuters ha lanzado el definitivo eslogan de la época. Un eslogan  que define a la perfección el alma de nuestro tiempo. Su lema, a modo de formidable profecía, sentencia:  "The end of think. The beginnig of know" "El fin del pensamiento, el principio del conocimiento ¿Puede filosóficamente dividirse una categoría de otra? Puede que no filosóficamente y mediante un rigor tajante pero el agua que comunica sus orillas, totalmente mezclada en otros tiempos, empieza a presentar sus diferencias de personalidad y valor práctico. Pensar es demasiado lento para ejercer una acción, con el conocimiento actualizado, en cambio, la intervención vuela.  La ponderación del bien o el mal, lo relativamente positivo o lo relativamente negativo se reemplaza por el conocimiento efectivo y neto, lo oportunidad gana a lo meditación, lo eficiente a lo vacilante o menos productivo. El pensamiento, por su propio carácter, duda y se balancea. El conocimiento, por el contrario, ilumina el objetivo y  lo alancea.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El peligro alemán

Margaret Thatcher y François Mitterrand se llevan la palma, a los 20 años del memorable acontecimiento. Se supo entonces, pero se ha confirmado todavía más ahora. Pero no estaban solos. Al contrario. Fueron muchos los que acogieron la caída del Muro con serios reparos, que fueron creciendo a medida que el horizonte hasta entonces lejano de la unificación alemana iba acercándose a toda velocidad. En España hubiera habido mayoría en contra si se hubiera puesto a votación entre los dirigentes políticos a derecha e izquierda. Helmut Kohl ha evocado con agradecimiento el caso excepcional de Felipe González.

La mayoría de los políticos españoles del momento hacían suya la frase del escritor François Mauriac, que no de Mitterrand como se ha dicho: estaban tan enamorados de Alemania que preferían que hubiera dos. Una Alemania unificada, nos decían, volvería a las andadas. Toda Europa marcaría el paso de la oca al compás de sus tambores. Regresarían el nacionalismo y el militarismo, incluso el antisemitismo. Quizás un nuevo Hitler surgiría de las sentinas de la sociedad alemana. Todo eso no era más que una enorme demostración de conservadurismo político, estrechez moral y miseria intelectual. Y también de un curioso prurito historicista, profundamente perezoso, que sólo sabe ver el futuro como repetición de un pasado convertido en mito inmutable. Aunque los hechos han desmentido todos y cada uno de los temores, vale la pena hacer un rápido balance de lo que ha sucedido en estos 20 años respecto a los miedos europeos ante el regreso de Alemania. Para empezar, no tenemos una Europa alemana, sino una Alemania europea, tal como quería Kohl. La unificación alemana ha traído también la unificación europea, que arrancó inmediatamente con el ingreso de los países que habían sido neutrales en la guerra fría, Austria entre ellos. Ante este movimiento, también hubo quien se echó las manos a la cabeza: otra vez la Anschluss o anexión de Austria, como en 1938. No ha sido así, al contrario. Austria es un socio europeo más, que comparte la moneda con Alemania, pero desarrolla su vida política propia con total independencia de Berlín. El euro es la moneda de 13 países y no una nueva denominación del marco alemán. El miedo a una continuación de la llamada zona marco, en la que la moneda más fuerte actuaba de cabeza de la serpiente monetaria europea, ha quedado desmentido por los hechos. El Banco Central Europeo no es el Bundesbank y el euro no es un disfraz del marco. La renuncia de Alemania a su soberanía monetaria es el precio contante y sonante con el que Berlín ha pagado por el apoyo a la unificación. La extrema derecha nacionalista tampoco ha renacido ni lo ha hecho el racismo xenófobo y antisemita, como los agoreros más truculentos se empeñaban en profetizar. Hubo en los primeros años algunos incidentes, a veces trágicos y con víctimas mortales, con trabajadores extranjeros, pero no en mayor medida, quizás incluso menos, de lo que se registran en otros países. Tampoco ha habido resurgimiento alguno del militarismo como fruto de la unificación y de la salida de las tropas soviéticas. El Ejército alemán ha participado por primera vez en misiones en el extranjero, fruto de una decisión tomada por un Gobierno rojo y verde, con un ministro de Exteriores como Joschka Fischer al frente, primero en los Balcanes y ahora en Afganistán. Y no ha pasado nada. Los sucesivos Gobiernos alemanes se han entregado con toda franqueza a la construcción europea y no han sido ellos, sino sus vecinos holandeses, franceses, irlandeses, polacos y por supuesto británicos, quienes han aprovechado las sucesivas reformas para poner obstáculos y barrer hacia casa. Se ha notado, es cierto, un repliegue nacionalista en toda Europa, pero no ha sido obra de los alemanes, sino de los socios de siempre. Alemania ha sido un jugador leal y europeísta en un momento de depresión y desaceleración en la construcción europea. La ampliación, con la que los británicos buscaban diluir la UE, ha sido muy interesante para Alemania, pero por razones sobre todo económicas. La lengua alemana y la influencia cultural han menguado en todo el centro de Europa, pero no las inversiones ni el comercio. Una razón adicional para desmentir los temores de quienes blandían los espantajos del hegemonismo y del expansionismo. La capitalidad de Berlín, que también fue esgrimida en algún momento como alguna forma de inconveniente, ha enriquecido a toda Europa, que cuenta con un nuevo centro cultural y político de enorme dinamismo y extiende así la influencia europea hacia el profundo Este europeo. En la urbe prusiana repite mandato Angela Merkel, hija directa de la unificación y la primera mujer que preside un Gobierno alemán. Todo contribuye a que los 20 años de la Alemania unida sean un motivo de alegría y de esperanza para todos los europeos.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gripes

En días como estos, poblados de gripes y sus parecidos, se plantea el dilema de o bien acudir al trabajo puesto que el malestar físico todavía no cuenta con la legitimación de un firme diagnóstico médico o no acudir, simplemente porque uno mismo no se encuentra bien para nada, ni para trabajar, ni para divertirse, ni para conversar, ni para ver la tele.

 Sin embargo el trabajo es un asunto de importancia capital. El trabajo, que í contiene etimológicamente la palabra de un instrumento de tortura, es por definición bíblica una penitencia. Rehuir el trabajo es eludir la penitencia y con ello aventurarse a la  trasgresión y en el mismo pecado. ¿Compensa no ir a trabajar por sentirse mal y sin mediar sentencia médica? ¿Compensa ir a trabajar en malas condiciones físicas, lesionado y en consecuencia incompetente para rendir como Dios manda?

Las dos ecuaciones se cruzarían sin trastornos si nuestra tradicional educación cristiana no incluyera la culpa y la inocencia pero es ya imposible entre gentes curtidas en el castigo y la purificación, el deber y la obediencia divina, no sufrir esta vacilación en estos tiempos de gripes donde la posible dolencia llega a ser un extraño artefacto de martirio, martirio sin fin, martirio sin finalidad, martirio de la confusión en un cuerpo que no dice ni que sí ni que no con claridad al sagrado cumplimiento de su debida penitencia.



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11 de noviembre de 2009
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Sobre los muertos

Nos faltan testimonios del más allá, otra pérdida que añadir a la de la muerte. Dejando al margen cuestiones más metafísicas (la forma del cielo, el empleo del tiempo dentro del limbo, el grado de calor en las calderas de Pedro Botero, la complacencia exacta de las huríes), sería bueno saber, por ejemplo, cómo se sienten los muertos instantes después del rito funerario en el que les hemos acompañado siguiendo, en la mayoría de los casos, sus propias indicaciones. Hay personas crédulas que recurren al espiritismo para seguir el diálogo con sus seres queridos fallecidos, y algunas dicen haber sostenido conversaciones de lo más interesante con ellos; la única vez que uní en torno a un velador mis manos con las de otros espiritistas convencidos oí, en efecto, una voz familiar, pero lo que dijo fue un ‘taco' desconcertante.

    El domingo pasado, al amanecer, tuve un sueño. No pensaba yo ir en ese Día de los Difuntos al cementerio madrileño de la Almudena, donde hay tumbas que guardan los restos de dos de las personas que más he querido en mi vida, Juan Benet y Vicente Aleixandre. Se forman colas en la entrada y en las calles del camposanto, pero sobre todo no quería encontrarme en el ‘metro' y en los aledaños con los trasnochadores de la tribu urbana, cada año en mayor crecimiento, que mima con atuendos y maquillajes mortuorios el Halloween, la fiesta más postiza que conozco. El sábado era imposible caminar por Madrid sin encontrarte a cada paso con esos ‘impersonators' un tanto pobres del ‘gothick' norteamericano.

   En compensación onírica, tal vez, a mi decisión de no honrar físicamente a los muertos, el subconsciente me llevó a un panteón con sus grandes puertas abiertas donde varios desconocidos vivos daban la impresión de estar buscando algo que no encontraban. Les compadecí levemente y seguí mi camino, seguro de encontrar, yo sí, a mi difunto. Al llegar ante el portón, sin embargo, di uno de esos saltos vertiginosos que tan cinematográficos hacen los sueños; de repente no estaba en el cementerio sino en la campiña, como si una grúa o un globo aerostático me hubiese transportado en cuestión de segundos al centro de una pradera. Allí pues estarían los huesos de mis allegados, como los de los fusilados del franquismo que ahora empiezan a removerse en Granada. Ni rastro de lápidas, ni siquiera una piedra blanca modesta como la que señala, en el cementerio de Larache, la tumba de Jean Genet. Nada. Ese campo soñado era hermoso, pero como estaba desguarnecido (ni césped tenía) empecé a sentir una angustia no menor que la que había visto en el rostro de los desconocidos del panteón. De repente llegó el viento, y ya se sabe que el viento y la lluvia a menudo nos sacan del abatimiento con su golpe. No fue así esta vez. El viento llegaba cargado de partículas que se me metieron -sigo en pie en la pradera, más que entre las sábanas de mi cama- por los ojos, haciéndome llorar, y no de pena. Así me desperté, consciente de haber sido cegado por las cenizas de muchos cadáveres.

     Por respeto a quienes, también en número creciente, defienden la práctica de la cremación antes que la sepultura, me abstengo aquí de decir lo que al respecto siento y ya alguna otra vez he manifestado por escrito. Es más ecológico, tal vez, y más radical para la cura de los sentimientos, que el cuerpo se vea reducido a cenizas luego guardadas en una cómoda o dispersadas junto al acantilado, pero yo, simbolista también ante la muerte, prefiero ir a un lugar donde presiento que hay alguien latiendo sin voz. Y hay partes tan hermosas en los cementerios madrileños. Los de San Justo y San Isidro son los más literalmente románticos de todos, pero yo llegué a Madrid cuando ya no se enterraba allí, por lo que mis muertos de la capital están en la Almudena, tanto en su zona llamada Este como en la Civil, adosada de modo discreto en uno de los laterales de la Avenida de Daroca.

   Cuando uno se acerca a la edad en la que, según los versos de Borges, se hace evidente que "Morir es una costumbre / que suele tener la gente", resulta inevitable recordar las bajas sufridas. No pude acompañar, por estar viviendo temporalmente fuera, los restos mortales de Rafael Conte, José-Miguel Ullán y Eduardo Chamorro, amigos literarios fallecidos en los últimos meses. Creo que los tres fueron incinerados, pero eso no me impide hacer mis ceremonias. Cuando voy por Alfonso XII en dirección a Atocha pienso en la casa de libros de Conte, al pisar la de Cartagena me viene la imagen de mi tantos años vecino Ullán, y por Eduardo, el más añorado de los tres, brindaré siempre que vaya al bar donde solía encontrármelo, el Hispano.

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11 de noviembre de 2009
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II. La vieja historia vuelve a repetirse

En 1991, el general Raoul Cédras derrocó por la fuerza de las armas al presidente constitucional de Haití, Bertrand Aristide, interrumpiendo un breve sueño de democracia en un país gobernado hasta hacía poco por la larga tiranía de los Duvalier, padre e hijo. Cédras estableció otra, a la vieja usanza de la guerra fría cuando la guerra fría había recién terminado, y la presión internacional, coronada por una intervención militar, lo obligó a devolver el poder a su legítimo dueño que, otra vez, electo de nuevo, volvió a ser derrocado  en 2004, esta vez sin esperanza de regreso desde su lejano exilio en Sudáfrica.

            El siguiente disparo se escuchó en 1992, cuando el coronel Hugo Chávez encabezó un levantamiento militar, fraguado dentro de los cuarteles, para derrocar al presidente constitucional de Venezuela, Carlos Andrés Pérez. El golpe fracasó, pero le abrió a Chávez las puestas de su futuro político, pues tras dos años en la cárcel, y después de ser indultado, vino a ganar las elecciones presidenciales de 1999, y se ha quedado desde entonces en el Palacio de Miraflores, de donde no pudo arrancarlo otro golpe militar orquestado por sus propios compañeros de armas en el 2002, en connivencia con civiles.

            Cédras no proclamó ninguna revolución, por supuesto. El padre Aristide, depuesto dos veces, era el que se proclamaba revolucionario de izquierda, como se proclamó  el coronel Chávez con su revolución bolivariana, fracasado en su golpe militar, y triunfante luego en las elecciones, sin que fuera la primera vez que un golpe militar abría al golpista las puertas del triunfo electoral; basta citar el ejemplo del general Juan Domingo Perón en Argentina, que organizó el golpe contra el poder civil en 1943, fue derrocado y encarcelado en 1945, y de la cárcel salió a ganar las elecciones presidenciales de 1946, en olor de multitudes, para ser reelecto de nuevo, aunque al final, otro golpe lo sacó del poder en 1955. Pero de golpes de estado nacieron el peronismo, y el chavismo como fenómenos populares, y populistas.

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11 de noviembre de 2009
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“Que en el sur de los Tartesos…”

El lector se sorprenderá quizás al saber que las líneas  que siguen no fueron escritas por alguien simétrico  de los voceros de la hedionda patriotería falangista, sino por alguien cuya memoria está asociada en nuestro país a la causa de la libertad...y  que lo fue efectivamente,  excepto en  estrofas como éstas y en la pulsión general que le motivaba al escribirlas:

"Nosotros levantados contra los invasores/Godos, árabes, romanos que escupimos afuera, / Y contra esos mestizos de moros/ Y latinos llamados españoles"

"Chabacano Madrid, gusanera española /Yo eusko-íbero te escupo.../En  nombre de la vida, libre, abierta activa,/ La vida del íbero, la vida de los vascos,/ La vida de verdad"

"Una es la verdad de Iberia; vario el Carnaval de España/Los disfraces, los pingajos, la Dignidad con piojos"

No traigo aquí estos versos para poner en entredicho el valor general de la obra, ni la radicalidad del  compromiso de este autor. Se trata, ni más ni menos de alguien que  recordó a una generación que la palabra veraz, cristalizada paradigmáticamente en forma de poesía, lejos de ser contingente ornato ("bello  producto") propio de vidas marcadas por el ocio, es  "lo más necesario", tiene en el pueblo su único depositario legítimo, y así es intrínsicamente "un arma" contra la brutalidad, la indigencia y la mentira:

"Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
"

Y no obstante, la misma técnica ("me siento un ingeniero del verso y un obrero")  que servía la causa del imperativo moral de resistencia ante la ofensa,  que clamaba por la restauración de la dignidad de un país  ("que trabaja con otros a España en sus aceros."), es instrumentalizada por el polo sombrío de la personalidad del escritor  para ofender profundamente a esa misma España, cuyo nombre en otro momento reivindica.

Y así, en lugar de obra poética surge un sintomático testimonio del cúmulo de prejuicios, inercias, abandonos y construcciones imaginarias de la realidad que, desgraciadamente, configuran en cada uno de nosotros el ego que confundimos con la personalidad:

"Los vascos combatimos. Los vascos golpeamos/ levantando la vida/ Los vascos somos serios. Serio es nuestro trabajo/ Seria es nuestra alegría. / Los vascos somos hombres de verdad, no chorlitos/que hacen sus monerías. /¡Que los pájaros canten! ¡Que en el Sur los tartesos/ se tumben panza arriba/creyéndose de vuelta de todo, acariciando /una melancolía!/ Nosotros somos otros, nosotros poseemos/ ferozmente la vida/ Nuestros cantos terrenos son cantos de trabajo, /victoria y alegría/ Cantándome a mi mismo, canto a mi viejo pueblo/ y el rayo me ilumina"

Cuando hace muchos años una alumna de la universidad de Dijon me descubrió esta faceta de alguien que yo identificaba a lo más noble de la resistencia de los vascos ante la barbarie franquista, lo más desolador fue pensar en el insoportable complejo por el cual versos como los citados fueron entremezclados con cantos de resistencia y merecieron el silencio cómplice de tantos luchadores anti-franquistas, versos tan ofensivos para los  vascos como pretendían serlo para los españoles:

Pues a fin de mostrar su compromiso con la causa de un pueblo vasco ofendido en la exigencia de libertad (como lo eran entonces todos los de España), pero además mutilado por la dictadura en el ejercicio de la lengua de la que recibe nombre, el autor procedía a una tan tópica como indecente valorización jerarquizante de ese mismo pueblo (por cierto, no en ese Euskera que da sentido al término Eusko que reivindica). Jerarquía sustentada en conformidad a los únicos criterios entonces (¡y por desgracia aun más ahora!) operativos a la hora de jerarquizar a los seres humanos, a saber: su mayor o menor adecuación a una sociedad en la que valor equivale a propiedad, decoro equivale a impresión de buen balance y virtud a ascesis en pos de la primera, mas la imprescindible astucia para producir efectivamente la segunda.

Uno de los aspectos más sorprendentes en el tratamiento de los personajes en La Recherche proustiana es la imposibilidad en la que el lector se encuentra de dar de ellos  una entera y definitiva caracterización moral. Pues al igual que el tiempo da cuenta de los sentimientos (... en este mundo,  en el que todo se gasta, todo perece, hay algo que cae en ruina, que se destruye aún más completamente, dejando  todavía menos vestigios que la belleza: es el dolor -IV, 270) destruye asimismo las convicciones. De ahí que nos veamos a menudo obligados a rectificar los juicios que hemos realizado sobre los demás, ya se trate de los seres que nos rodea, ya se trate de aquellos que siendo personajes de ficción han llegado a formar parte de nuestra vida espiritual. Así, convencidos de la ignominia de una de las principales protagonistas del relato, Madame Verdurin, nos vemos sin embargo sorprendidos por el hecho de que se comporta generosamente y de manera totalmente anónima con uno de sus conocidos (al que por otra parte había muchas veces maltratado), víctima de la ruina. Por el contrario, pintado  Robert de Saint Loup como el personaje más entero y generoso de la Recherche, el propio Narrador se sorprende al escuchar la ignominiosa conversación que mantiene con un subordinado. Una de las claves de la Recherche  proustiana reside en la exploración exhaustiva de ese universo de larvas en el que el imperativo moral hace argamasa con la ignominia y la exigencia de dignidad con la complacencia en los propios excrementos. Habrá ocasión de retomar el asunto.

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11 de noviembre de 2009
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