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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Stephen King en PlayBoy

Stephen King. Ilustración: Andy Friedman. EsquireLa edición de noviembre de PlayBoy que tiene a Marge Simpson como "conejita" de tapa trae, además, otra novedad: Un poema narrativo de Stephen King. Un poema de terror, por supuesto, titulado "El cazador de huesos". Con ello, se une a la exclusivísima lista -encabezada por Vladímir Nabokov- que consideran a Play Boy como una plataforma literaria válida. Dice la nota:Stephen King, el reclusito pero famosísimo autor de Maine, puede agregar un logro más a su extenso curriculum: haber publicado en una de las revistas más famosas del mundo, Playboy. El poema se llama El cazador de huesos y comienza así: "Al viajar al corazón de la oscuridad, terror no es una emoción ? es un destino." El poema consiste de un hombre en un bar relatando el cuento de una expedición maldita a la jungla. Sigue el poema: "Fuimos treinta y dos que entramos a este herida verde y solo tres que perduraron./Estuvimos treinta días en el verde y al fin salió solo uno." E l poema cuenta cada muerte en detalles horripilantes que no defraudarán los lectores fanáticos de King. Pero no es la única buena noticia de Stepehn King esta temporada. Según la Revista Ñ, en el último número de Esquire apareció un ensayo que reivindica la calidad literaria de King. Así como lo oyen. Mi recordado amigo Pepe Adolph estaría más que feliz de leer ese artículo.



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5 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pestilencia

Después de  la interminable sucesión de escándalos en el PP y en tantos otros partidos de todo el mundo, ¿puede alguien dudar de que el sistema político se halla  obsoleto? Porque ahora no se trata ya de éste o aquél malvado concejal, ministro o subsecretario que malbarata o roba sin escrúpulos sino de que algo, en el mismo sistema general, infecta, induce, permite y acaso fomenta la malversación. ¿Seguiremos, pues, con un artefacto político del siglo XIX una vez que repite crónicamente su inadecuación o mantendremos todavía que "esta" democracia es el mejor de todos los sistemas posibles, habidos y por haber?



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5 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fotos de aniversario

Las celebraciones son el momento de las fotos, las imágenes fijas que congelan el fluir de los acontecimientos. Hace un año Barack Obama vencía en las elecciones presidenciales más emocionantes del último medio siglo, después de unas primarias demócratas y de una campaña electoral deslumbrantes. Hace 20 años caía el muro de Berlín y empezaba el desmoronamiento del bloque comunista, que abría las puertas a una organización del planeta radicalmente distinta, regida por la globalización y la multipolaridad.

Ambas celebraciones se juntan estos días con otras imágenes y nos ofrecen como en un mosaico la nueva configuración del mundo que Fareed Zakaria ha llamado posamericano. Las elecciones de Virginia y Nueva Jersey reconfortan al deprimido Partido Republicano y recuerdan las dificultades de Obama para traducir en hechos sus maravillosas palabras. Angela Merkel, la canciller alemana recién reelegida, habla en sesión especial al Congreso para agradecer a Washington su aportación a la libertad de los europeos. General Motors anuncia la anulación de la venta de Opel a un consorcio ruso-canadiense, poniendo en peligro millares de puestos de trabajo en la industria automovilística europea. El cazurro presidente checo Václav Klaus firma finalmente el Tratado de Lisboa. La cúspide institucional de la Unión Europea -el premier sueco y presidente en ejercicio Fredrik Reinfeldt, el presidente de la Comisión, Jose Manuel Durão Barroso, y el alto representante para Política Exterior, Javier Solana- se reúnen en la Casa Blanca con Obama y su equipo en la rutinaria cumbre semestral transatlántica, despertando como casi siempre la misma escasa atención de la prensa internacional. Es una buena agenda semanal para revisar los 20 años de retraso que lleva Europa. De aquella noche berlinesa del 9 de noviembre de 1989 surgieron las tareas que debían emprender los europeos: unificar el continente, darle una moneda común y proporcionarle una identidad política exterior. Sólo la mitad del programa entonces esbozado ha sido cumplido, aunque arrastrando los pies y con un retraso tal que cabe preguntarse a estas horas si se llega a tiempo. No se quiso hacer en Maastricht (1992). Tampoco se consiguió en las revisiones de Amsterdam (1997) y, menos aún, de Niza (2001), aunque nunca se frenó la ampliación de la UE, primero a 15, luego a 25 y finalmente a 27. Lo que estaba en los propósitos iniciales se ha conseguido al fin con el Tratado de Lisboa, revisión a la baja de la fracasada Constitución Europea, cuya ratificación y rúbrica se ha conseguido esta misma semana. El comensal llega tarde al convite internacional y sin haberse enfundado y acomodado todavía a su nuevo traje. Cuando en Berlín empezó todo, el mundo giraba sobre el eje transatlántico, esa relación especial construida durante el siglo XX en dos guerras mundiales y en la guerra fría. Ahora mismo, cuando los europeos nos disponemos a sentarnos aparentemente con una sola voz en la mesa de los negocios internacionales, el eje del mundo se ha desplazado del Atlántico al Pacífico y la resolución de los grandes problemas -la recuperación económica, el desarme nuclear o el calentamiento global- ya no pasan por las cancillerías europeas sino por la Casa Blanca y el complejo pequinés de Zhongnanhai. Obama y los demócratas tienen sus propias preocupaciones a un año de la victoria electoral. Pero las preocupaciones de los Gobiernos europeos, a 20 años de la caída del Muro, deberían ser todavía más serias, respecto a su papel en el mundo y respecto a sus relaciones con Estados Unidos. Jeremy Shapiro y Nick Witney, dos especialistas en las relaciones transatlánticas, lo explican con precisión en su trabajo Hacia una Europa posamericana, elaborado por encargo del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. Los Gobiernos europeos tienen una actitud fetichista e infantil hacia Washington. Piensan todavía en términos de guerra fría, como si la seguridad de Europa dependiera de Estados Unidos. Muchos tienen una fijación en la relación especial de cada uno por separado con la superpotencia. Conciben la relación transatlántica como un bien superior en sí mismo y actúan como si la UE y EE UU compartieran exactamente los mismos intereses. Shapiro y Witney propugnan una UE más pragmática y menos sentimental, que tome más responsabilidades en la guerra de Afganistán, las relaciones con Rusia o la paz en Oriente Próximo. Señalan, en cambio, que sobran cumbres, foros y diálogos. Su paper, en la semana de las fotos conmemorativas, es un jarro de agua fría que debiera despertar a los dormidos Gobiernos europeos. (Enlace con el portal del European Council on Foreign Relations, donde se puede leer el 'paper' en cuestión)



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5 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La violencia política narrada

Detenidos en 1983. Foto: Jorge Ochoa/ Efe. Fuente: Clarín Hace unos meses, cuando Gustavo Faverón comentó en la lamentablemente fenecida librería Ksa Tomada mi novela Un lugar llamado Oreja de perro, sentenció o pronosticó que a pesar de mis intenciones y declaraciones, el libro sería tomado como "una novela sobre la violencia política peruana". Y por supuesto que ha sido así. Esa es la perspectiva que han tomado la mayoría de reseñas. Un reciente ejemplo de eso sucedió en el diario Clarín, en el Revista Ñ, este fin de semana. Hernán Vanoli escribió un artículo titulado "La guerra y las palabras" y me cita junto a otros escritores (dos de ellos peruanos, Santiago Roncagliolo y Daniel Alarcón) como parte de los escritores latinoamericanos de última hornada que escriben sobre la violencia política en sus países. Copio el pasaje donde habla de mi novela y también aquel donde la compara -un honor excesivo para mí, pues es uno de mis escritores favoritos desde hace décadas- con la reciente novela de Rodrigo Rey Rosas El material humano (Anagrama). Dice la nota:Si el "giro autobiográfico" y las mal llamadas escrituras del yo son algunas de las tendencias más visibles en la narrativa contemporánea, no es raro que encontremos una primera estrategia donde el cruce entre biografía personal y la lucha armada sea el eje narrativo privilegiado. Se trata, en la mayoría de los casos, de textos donde los escritores se posicionan como investigadores, y donde las fronteras de la profesión literaria con el periodismo, lo detectivesco y la historia oficial contada por los organismos de la memoria genera una cierta incomodidad que alimentan los relatos. No es casual que este tipo de enfoques siempre parezcan dirigidos a un lector extranjero de firmes convicciones progresistas, horrorizado con (y fascinado por) el salvajismo latinoamericano. Fernando Vallejo es consciente de ese gesto y por eso puede parodiarlo, y Horacio Castellanos Moya, en Insensatez, ejerce una leve burla sobre el escritor-detective. Sin embargo, también hay casos donde la figura se trabaja con facetas interesantes. En Un lugar llamado Oreja de Perro, el peruano Iván Thays construye un relato del viaje de un escritor devenido periodista que debe cubrir la visita del presidente a un pequeño poblado andino donde se realizará la apertura mediática de un programa de asistencia social. Sobria y contundente, cae en baches cuando el narrador cuenta su propia vida, pero tiene la virtud de trabajar sutilmente la distancia entre la representación televisiva, el discurso de la "Comisión de la Verdad" y ciertas consecuencias del terrorismo de Estado en el tejido social. Los ecos de la violencia, y sus rastros, van a percibirse a través del relato que el protagonista hace de la galería de personajes que va encontrando en su excursión, donde no faltan un asesinato ni una lúcida descripción de diferentes posiciones con respecto al terrorismo de Estado de parte de la sociedad civil. El personaje-escritor de Thays es un detective involuntario, que viaja por una cobertura periodística y termina descubriendo una trama secreta de la violencia en la que se incluye la permanencia del aparato represivo ilegal y los cuestionamientos hacia sus propios prejuicios de clase. Algo similar ocurre en El material humano, del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, aunque el narrador no deviene detective sino que arranca como tal, revisando los archivos policiales sobre la represión en su país. En un juego de espejos entre diario personal, material de archivo y conversaciones con funcionarios que participan de las investigaciones estatales sobre la verdad histórica, el mayor hallazgo del texto consiste en que, sirviéndose de la permanente ambivalencia entre realidad y ficción, Rey Rosa también consigue narrar las contradicciones, intrigas y luchas generadas por el hecho de que la materialidad del archivo, sea propiedad de aquellos mismos que son investigados. Aquí, la historia personal y el secuestro de la madre del narrador entran en un diálogo productivo sobre el papel del Estado ante las políticas de la memoria. Y, con una transparencia comparable a la de Thays, aunque quizás con menos autocrítica, Rey Rosa señala las aporías, incomodidades e hipocresías en las que muchos escritores latinoamericanos caen al pensar su rol con respecto a la política.



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4 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿LIBERAL, ORTEGUIANO Y DE DERECHAS?

 

 

 

 

Sin ningún afán de polemizar diré algo sobre Ayala como un español de "derechas", tal como lo define un paseante por éstas páginas. Somos dueños de nuestros errores. También de nuestras convicciones. Los unos y las otras, los errores y las convicciones, son producto de nuestras ideas que muchas veces se forjan tan libres como osadas.

Nunca diría muy convencido que Francisco Ayala es un hombre de izquierdas. Al menos no de la manera "ortodoxa" en que entendíamos el ser de izquierdas. Quizá, siendo un tanto heterodoxos y generosos a la hora de entender que fueron las izquierdas, sí podríamos situar a Ayala en las izquierdas. En una izquierda no marxista. Que también podría ser tachada de liberal, burguesa, ilustrada, republicana y atea. Una izquierda culta, de café y preocupaciones sociales, que se agrupó en torno a Manuel Azaña. Se que tuvo muchos encuentros, y bastantes distancias, con el pensamiento de Ortega. Fue unos de sus maestros,  pero un maestro cuestionado. Como cuestionado fue el escritor Azaña. Tanto como el político. Pero en esas cercanías, entre esos pensamientos políticos y culturales se movía el siempre independiente Ayala.

Lo se de primera mano, por haberle escuchado muchas horas hablar de esos españoles, de sus ideas y de sus obras. De segunda mano por leer a Ayala. Y de tercera por leer y escuchar a los mejores conocedores de su obra y su vida.

 El joven Ayala, que nunca dejó de tener algo de joven maduro, irónico y muy serio, se mostró feliz, pero también independiente y sin euforias exteriores, con la llegada de la república. Aunque no quisiera pasear eufórico ondeando su bandera. Siempre fue de una independencia más allá de toda algarabía. Colaboró en sus intentos modernizadores, trabajó para ella en tiempos de paz y lo siguió haciendo en tiempos de guerra. Voluntariamente regresa del tranquilo Chile para ponerse al servicio de la República en guerra. Ya hemos contado las muertes de la familia. Después vendrían los exilios.

Se mantuvo a distancia física y moral del franquismo y de la derecha española. De la de entonces y de la de ahora. Vivió de sus escritos y de sus clases. Quizá como un pequeño burgués ilustrado. Nunca se arrodilló ni ética, ni estéticamente. Quizá se le puede considerar de la derecha si el beber uno o dos whiskies al día son rituales de derechas. O si el placer por algún buen vino, alguna comida tradicional, una formal elegancia en el vestir y la admiración por hermosas mujeres fueran patrimonio de la derecha. Como no lo creemos así, tampoco creeremos que Ayala fuera de "derechas". Ni lo fue ni se le esperó.



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4 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuestión de tonos

?Te paré porque eres blanca?, me dice el taxista después de chirriar las gomas en la calle Reina, cerca de la medianoche. De sus gruesos labios de mulato salen las justificaciones ?una tras otra? de por qué no acepta clientes ?de color? a estas altas horas. Busca complicidad en mí, que nací en un barrio mayoritariamente negro y me encantan las pieles color canela. Apenas lo escucho. Me molestan especialmente los que discriminan a sus iguales: el custodio del hotel que increpa al cubano pero deja pasar a un turista que grita y gesticula; la prostituta que se va ?por diez pesos convertibles? con un canadiense que le duplica la edad, con tal de no parecer ?derrotada? por aceptar a un compatriota; el santiaguero que una vez instalado en La Habana se burla del acento de quienes vienen de su propio pueblo. Muchas veces me levanto y tengo ganas de ser mestiza como Reinaldo o como Teo, porque cuando miran mi nariz recta y mi pellejo blancuzco creen que me ha sido fácil. Nada de eso. Hay muchas formas de ser apartado, pues junto al racismo conviven aquí la discriminación por origen social, la estigmatización por filiación ideológica y la exclusión si no se pertenece a un clan familiar con poder, influencia o relaciones. Qué decir de la subestimación que se recibe en una sociedad machista al tener un par de ovarios enclavados en medio del vientre. De ahí que me incomode tanto la disertación del chofer, que ha detenido el auto ante la palidez de mi piel. Tengo ganas de bajarme, pero es tarde, muy tarde. ¿A qué te dedicas? me pregunta bajo el semáforo de la calle Belascoaín. Soy blogger ?le advierto? y las luces de la avenida Carlos III me dejan ver su cara de suspicacia y temor. ?Fíjate, no vayas a contar lo que acabo de decirte?, indica cambiando el tono complaciente que tenía al recogerme en medio de la penumbra. ?No quiero que después publiques en Internet boberías sobre mí?, me aclara mientras se toca la entrepierna en un gesto de poder. El pelo lacio ha dejado de ser un motivo para confiar en mí, ya mis ojos no le parecen tan almendrados y cuando le explico ?con mis delgados labios? los temas que abordo en el blog, es como si lo amenazara, navaja en mano, un peligroso delincuente. Compruebo entonces que su espectro clasificatorio no sólo estigmatiza algunos matices de color, sino también ciertas tendencias de opinión, esos tonos que no se llevan sobre la epidermis pero que provocan también ?en esta Isla? muestras de segregación y rechazo.



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4 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Oswaldo Reynoso en Clarín

Oswaldo Reynoso. Fuente: revistañ Las reperscusiones de la edición argentina de En octubre no hay milagros (ediciones El Andariego) de Oswaldo Reynoso continúan. La revista Ñ, del diario Clarín, le hizo una extensa entrevista el fin de semana pasado. "El narrador de las cantinas" lo llaman (sus amigos y el Superba saben que es cierto... pero yo lo llamaría más "el narrador de los chifas" porque ir a un buen chifa con don Oswaldo es una experiencia gourmet inolvidable) y lo consideran un escritor referente del "realismo peruano" junto a Julio R. Ribeyro y Mario Vargas Llosa. Oswaldo recibió a sus entrevistadores argentinos con un diccionario ("Diccionario razonado de vicios, pecados y en­fermedades morales") en la mano. Otra estampa muy reconocible para quienes lo conocemos. La primera vez que conversé con él, tenía el diccionario Duden. Les dejo algunas preguntas:Cuando en 1965 se publicó en el Perú su novela "En Octubre no hay milagros" se generó un escándalo de proporciones y los críticos lo acusaron de marxista rabioso...Sí, y hasta quemaron el libro en la procesión de El Señor de los mi­lagros y luego hubo una petición firmada por varias personas pi­diendo al ministro de Educación que me anularan el título de pro­fesor y me prohibieran el ingreso a cualquier aula y por eso después publiqué otro libro que se llama El escarabajo y el hombre en donde retomo el trabajo con la lengua po­pular. Recuerdo que en la presen­tación de ese libro sólo pronuncié estas palabras: "me cago en los críticos del Perú y sin ninguna excepción", lo que por supuesto provocó más escándalo, y eso es lo que les digo a los jóvenes escri­tores que van a mi casa: que si son verdaderos creadores no les debe importar la crítica, porque, por lo general, es una referencia pero no puede ser una guía definitiva para los futuros creadores,Hay como un consenso en la crítica de que los principales antecedentes de la novela ur­bana en el Perú son algunas experiencias vanguardistas en la narrativa de los años 20. La novela "Duque" de Alfredo Diez Canseco y "La casa de cartón" de Martín Adán. ¿Coincide con esa visión?Por supuesto, yo recibí esa in­fluencia. Lo que sucede es que Duque es una novela un poco clandestina, y La casa de cartón una novela de vanguardia que permanece también casi oculta y que solamente llega a algunos lec­tores, hasta que en la década del 50 se hace una publicación masi­va. Pero yo tuve la suerte de leer estas dos novelas cuando era muy joven y lo que más me impresionó fue el lenguaje. Aunque de todas maneras si bien tomaron algunos elementos del habla popular, o temas como la homosexualidad, aparecen en sus relatos como al­go artificial. No era la primera vez que en la literatura peruana se to­caba en forma directa el tema de la homosexualidad, anteriormen­te ya había algunas novelas, pero en forma muy recatada. Hasta el año 60 tanto ese lenguaje como un tema como la homosexuali­dad estaban un poco al margen. Lo fundamental de mis obras es el empleo del lenguaje, asumir vi­vencialmente el lenguaje popular, la jerga, entendida como lenguaje poético. La jerga aparece como una necesidad expresiva de mis personajes para crear el ambiente y su propia problemática. Porque anteriormente los escritores del Perú eran muy pudorosos, escri­bían dentro del estándar de las formas cultas. Cuando un perso­naje, de acuerdo con su extracción social o el conflicto que tenía que resolver soltaba una grosería, los narradores, antes de la década del sesenta, ponían la letra inicial de la palabra en mayúscula seguida de punto suspensivos. O si no hay un cuento muy interesante de un escritor que es también el inicia­dor de la literatura urbana en el Perú que se llama Congrains Martín que habla de dos niños de clases muy bajas que viven en un cerro y bajan a la ciudad. La pala­bra más gruesa que emplea uno de estos personajes es "caray". Cuando yo lo leí pensé: ¿Pero qué le ha pasado a Congrains que no puso carajo?Una especie de autocensura...Sí, autocensura. Entonces en mi libro Los inocentes no es que yo quisiera innovar el lenguaje, sino que mi impulso de creador me lle­vó a presentar los personajes no solamente por la descripción físi­ca o por problemas interiores sino fundamentalmente por el lengua­je. En ese momento no se hablaba de la oralidad, entonces en mis relatos no hay un registro gráfico fidedigno del lenguaje popular, sino una reelaboración de ese lenguaje para darle cierto valor li­terario sin renunciar a la esencia misma del habla popular.¿El hecho de no haber escrito durante casi diez años lo hizo dejar de sentirse un creador?No, aunque no escribía me agra­daba concurrir a cantinas, a cafés y ahí contaba muchas cosas que luego no he llegado a escribir... y en todo siempre fui un narrador de cantina, de bar, en las aulas, en los patios de las universidades y solamente cuando una situación me parecía que estaba muy bien hecha, la llevaba a la escritura. Es lo que me pasó con Los eunucos inmortales .



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4 de noviembre de 2009
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II. Adicción a una nueva droga casera

En la lista no pueden faltar, por supuesto, el alcohol y el tabaco. Pero hablando de nuevas adicciones que traen los tiempos, a  pesar de la permanencia de la afición por las drogas de origen vegetal y químico, la lista se ve aumentada en los albores del siglo veintiuno por otras de nuevo tipo: en Fall City, estado de Washington en los Estados Unidos, se ha abierto ya el primer centro de tratamiento para las víctimas de la droga del Internet.

Aunque esta adicción o es reconocida aún como tal por la Asociación de Psiquiatras de los Estados Unidos, y el tratamiento para curarla no entra tampoco en la tabla de cobertura de los seguros de salud, este centro tiene ya una considerable clientela, sobre todo entre adolescentes y jóvenes, y se han establecido otros en China, Taiwán y Corea del Sur. Un paciente del centro de Fall City, adicto a los juegos electrónicos, dice que tuvo que abandonar sus estudios en la Universidad de Iowa, absorbido por el vicio de la pantalla hora tras hora. Una adicción, dice "tan destructiva como la del licor o el fumado".

 Hay otra paciente que debido al vicio de la navegación por los espacios cibernéticos,  perdió su trabajo dos veces, y perdió también a su marido. El tratamiento para los adictos electrónicos, incluye consejería individual, psicoterapia colectiva, labores manuales, jardinería, cocina, y abundantes ejercicios físicos. Igual que para cualquier drogadicto.

Ojo entonces con los miembros de su familia que pasan hora tras hora hechizados frente a la pantalla, y no atienden ni saludos ni llamados. Puede tener un adicto en casa, que un día necesitará tratamiento.

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4 de noviembre de 2009
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Mi primer bikini

Aún recuerdo bien mi primer bikini, no llevado por mí, aclaro para disipar confusiones, sino visto por mí a la tierna edad de siete años: al día siguiente de haber hecho solemnemente la Primera Comunión en el colegio de los Hermanos Maristas donde estudiaba. El bikini se encontraba en la playa del Postiguet, en pleno centro de Alicante, la ciudad en la que crecí, y el tiempo eran los últimos años 1950, cuando la España Negra aún lucía todo su esplendor cromático. El bikini duró poco tiempo expuesto en la arena, encima del cuerpo de una muchacha que parecía extranjera y lo era: belga, para más información. La chica (y esto se supo más tarde), iba en coche con su familia camino de Granada, y se habían detenido en Alicante para comer y refrescarse, ella en ese bikini colocado encima de un esbelto cuerpo de adolescente. Hasta que llegó a la playa la policía municipal, avisada por una señora piadosa que, vestida con un ‘burkha' español ‘avant la lettre' (espesas medias grises, falda negra, camisa morada de manga larga cerrada hasta el cuello, rebeca de lana, escapulario), se quejó del escándalo del bikini y logró no la detención pero sí la amonestación y la fuga hacia el sur de la familia belga. Yo, que acababa de abjurar de Satanás, de sus pompas y sus obras ante el altar, no llegué entonces a calibrar ni la magnitud del pecado ni la dimensión del busto juvenil.

     Con el crecimiento espectacular del turismo en la siguiente década de los 60, con el síndrome de Benidorm, que se extendió infecciosamente más allá de las costas del Levante, con la muerte del general Franco y el llamado ‘destape' en las películas y las revistas gráficas, el bikini quedó obsoleto, por frecuente, y España accedió a formas más explícitas -y universales- del bronceado integral: el topless femenino, el ‘tanga' masculino, la cala nudista para ambos sexos. Así hasta hoy en este país nuestro de extremos, más que de contrastes, donde hemos pasado en poco más de treinta años desde el siglo XIX al XXI, desde el acoso machista (físico y verbal) a la instauración de los matrimonios gay, por ejemplo. ¿Cambiará el estado de las cosas, en uno de esos movimientos de péndulo que acostumbra hacer la historia?

       Dos noticias de signo distinto pero tal vez complementario me llamaron la atención el pasado verano. Según la primera, un 43% de los españoles, eran datos del diario La Razón, se manifestaba en contra de la existencia de las playas nudistas, aunque estén situadas en lugares costeros recónditos e inaccesibles por carretera (¿serían los encuestados sólo lectores de ese diario, o razonablemente más variados?). La segunda era más inesperada: varios municipios catalanes, y entre ellos el de Barcelona, gobernado por la izquierda, considera la idea de exigir en las calles un ‘dress code' que impida no ya el nudismo sino el torso desnudo masculino de los acalorados turistas (suelen ser ingleses), así como la entrada en recintos públicos  -tiendas, restaurantes, bares-  en bañador y chancletas. ¿Moralidad? ¿Higiene? ¿Apoyo indirecto a los castigados sectores del textil y el calzado? Desconocemos aún cómo ha afectado a la discusión de esas normativas la difusión que El País hizo de las ya legendarias fotos coitales de la Boquería.

    Pero luego vino, difundida por el fiable La Vanguardia, una noticia absolutamente sorprendente, incluso para los que como yo, somos aficionados a la poesía involuntaria de los titulares de prensa, sobre todo la mexicana. "El 88% de la población catalana tiene en su organismo restos del insecticida DDT", pudimos leer en la sección de Sociedad del citado diario. A instancias del departamento de Salud del gobierno catalán, un instituto de investigaciones médicas, después de meses de estudios y pruebas del máximo rigor científico a partir de la sangre aportada por 919 personas, había alcanzado esos resultados, que demostraban la presencia de diferentes compuestos químicos de alta toxicidad en el interior de las personas analizadas. "Ningún catalán está libre de alguno de los 19 compuestos tóxicos analizados", añade el informe.  

    Siento comunicar a mis lectores del resto de España que la amenaza del DDT también les afecta, pues el instituto daba asimismo a conocer que esa carga letal que sin saberlo llevamos dentro (en su mayor parte adquirida a través de las grasas animales) se encuentra por todas las ciudades, y con más virulencia cuanto mayor sea el número de sus habitantes. No se especifica en el informe, al fin y al cabo sólo médico y no ético, si las materias contaminantes se trasmiten a través de la piel desnuda.

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4 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El servicio

Se diría que aquella película de Losey, The servant,se reproduce bajo una u otra forma en casi todas las casas que conozco. En casi todas las casas que conozco el criado o a la criada deciden de un modo terne e incuestionable el orden final de las cosas y cuya autoridad, no siendo lerdos, acaba imponiéndose en una posible disputa, una ambivalencia o incluso en la tesitura de ser cogidos in fraganti en cualquier abuso o haber actuado con desidia en el elemental cumplimiento de su deber.

El sirviente se alza sobre el amo tal como el jefe sobre el subordinado y no tanto por la relativa fortaleza dialéctica de uno u otro como porque, en efecto, el primero tiene en sus manos al segundo, bajo su elocuencia, bajo su legitimación y a través de su mayor información. El amo deja en poder del criado una delegación que mediante su ejercicio repetido pasa de ser una concesión ancilar a convertirse en una posesión absoluta y de posesión absoluta en su correspondiente ejercicio de autoridad. Autoridad inversa o perversa, según the servant.

 La delegación proporciona así una práxis tan brillante como eficiente,  crea dependencias muy radicales y esas dependencias tejen una tras otra el duro cepo en que el amo queda preso, sometido, como en mi caso a un habla balbuceante y tanto más desatinada cuanto más se extiende y aumenta la extensión de la vulnerabilidad. Es decir, cuanto más fácilmente proporciona al sirviente la capacidad para zaherir, descalificar, reducir y hasta anular a quien pretende todavía actuar como un superior, ridículamente empingorotado en un trono al que el servidor ha aserrado y convertido, al cabo, en un  escabel, sede inferior  cuyo única sentido se expresa en el pago regular del estipendio que  no viene a ser sino la ofrenda (insuficiente) que merece la gran figura de quien es decisivo, ineludible y supremos servidor.



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4 de noviembre de 2009
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El Boomeran(g)
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