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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Promesas

Un amigo me juró hace diez años que no volvería a la playa hasta que pudiera comprar ?cerca de la arena? una cerveza en moneda nacional. Sus blanquísimas pantorrillas me confirman que no ha estado en el mar por una década, mientras espera una Cristal pagada con su propio salario. La vecina de la esquina dio su palabra de no cortarse el pelo antes de cierta fecha largamente añorada por tantos cubanos. Los piojos la hicieron romper el compromiso ?a principio de los noventa? cuando la melena alcanzaba su cintura. Recientemente, cambió la estrategia y puso un vaso de agua sobre el armario y sólo lo quitará cuando sus hijos exiliados puedan volver a vivir junto a ella. Diminutas casas de madera descansan sobre una tumba en el cementerio de La Habana. Son la expresión material de esos pedidos que recibe la Milagrosa para proveerles una vivienda a quienes quieren escapar de la casa paterna o del atestado albergue colectivo. Al lado de esas miniaturas, hay  aviones y barcos de juguetes, para lograr el sueño de saltarse la insularidad dentro de uno a tamaño natural. En la misma necrópolis, pero hacia el sur, está el panteón de la conocida médium que encarnaba el espíritu de Tá José.  Un gallo ?con la cabeza cortada allí mismo? le fue ofrecido por aquel joven que alcanzó finalmente el cotizado empleo en una firma extranjera. Otros aguardan por el milagro de un permiso de salida, por la liberación de un preso político o por una licencia para abrir un pequeño restaurante. Esta parece ser la isla de los imposibles, la tierra de las promesas por cumplir, el país de las ofrendas retenidas hasta que se alcance lo pedido. Yo misma me he jurado que no voy a parar de escribir, pues cada una de mis líneas es la plegaria del que no puede más, el voto virtual de quien ya se dejó crecer el pelo, puso su obsequio sobre el mármol y vio secarse varios vasos con agua.



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3 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El café

El café es de los alimentos que peor sientan a todo el mundo. El café cae como una bomba y no se diga ya del café con leche que añade mediante la lactosa un surtido de inconvenientes que los médicos relatan como sevicias que estragan el  sistema digestivo de principio a fin y pueden prepararlo para males mayores y más graves.

 Sin embrago, todo el mundo toma café y cuando alguien lo soslaya o escoge sustituirlo por una infusión de yerbas el grupo asume silenciosamente que su salud debe ser es delicada. Efectivamente, quienes han sufrido demasiadas veces las inconveniencias del café tienen registradas orgánicamente sus corrosiones como llagas y en consecuencia pueden haber desarrollado una justificada aversión que les impulsa a rechazarlo con rotundidad y en cualquier momento.

Se trata de los individuos que fueron más afectados por este elemento consuetudinario pero también por aquello mejor instruidos. Con todo el café sigue siendo central en numerosas reuniones de todo género, de la fiesta al funeral, desde la familia a la empresa, y acostumbra a erigirse en obligado colofón y resumen tras los

 Antes, hace más o menos medio siglo, la peor fama del café radicaba en que quitaba el sueño y que producía taquicardia o incluso una subida de tensión. No se le reconocían perjuicios de verdad importantes pero en cuanto a los aportes  positivos, como levantar el ánimo, incrementar los rendimientos, disfrutar de reuniones, favorecer la conversación, no podía disfrutar de una reputación más oportuna y brillante.

Con los años y la medicalización ciudadana al café se le atribuyen una serie de males reflejados especialmente en las gastritis que si antes constituían un mal casi general, particularmente  frecuente entre hombres  fumadores, no se tenía por un desorden sino un atributo social correspondiente a la especie paterna que echaba continuamente del bicarbonato.

El desprestigio en que vino a caer el bicarbonato, coincidiendo con la muerte de Franco,  abrió las puertas a antiácidos más cabales como el almax pero este mismo almax de carácter farmacéutico ha actuado no sólo médicamente sino contagiando de su simbolismo medicinal a la patología del café y del tabaco. La gastritis fue así perdiendo condición masculina o paternal hasta secularizarse en el universo de la clínica.

Aunque, con todo, el café apenas ha perdido audiencia. No posee el prestigio literario, liberal e intelectual de antes pero no hay casa donde no se guarde café y se halle siempre dispuesto para sus gentes y las visitas. Ahora, desde luego, con la reserva, cada vez más frecuente, de te y de otras yerbas.

Las hierbas son suaves y muchas de ellas incluso medicinales. Poseen la desventaja, frente al café de aún despidiendo aromas fragantes que no huelen tan bien y con tanta autoridad como el café. Y ahí radica, sin duda, la persistencia social e histórica del  café y su aura. Más aún, el café es de aquellos productos que como el perfume mismo huelen mejor que saben.  Tradicionalmente su olor emite un mensaje de concordia y persuasión donde se juntan tanto su espesa condición masculina y, de otra, un aire maternal que nace de la cocina, planea sobre la casa y llena los pasillos en una suerte de envoltura de bien y verdad que remite al pacífico corazón de un hogar mítico, al gozo de la tertulia, o a la pausa en el trabajo.

El rato del interludio el rato del café convertido no sólo en una bebida central sino en un hito de la cadencia del tiempo cotidiano. Café para negociar, café para hacer tiempo, café para amar, café para vivir más allá del decaimiento o del sueño.

En Manizales, en Colombia, donde se extienden hermosas  plantaciones de café sobre una orografía  ondulaciones, quebradas y frunces complejos,  los agricultores plantan unas palmeras junto a los cafetos para que su sombra proteja y conceda un matiz de sombra al grano. Los cafetos o árboles del café producen frutos carnosos, en general rojos o púrpura llamados "cerezas de café". y dice la Wikipedia: "Cuando se abre una cereza se encuentra el grano de café encerrado  en un casco semirrígido, de aspecto apergaminado, que corresponde a la pared del núcleo. Una vez retirado el grano de café verde,  se le observa rodeado de una piel plateada y adherida que se corresponde con el tegumento de la semilla".

El color primario de la cereza, el carácter apergaminado y el muaré plateado se presentan colmatados cuando el café se manifiesta. De esa fuerte impresión se aprende que el café posee un ser interior acaso desbocada,  acaso tan fuerte como una droga. De hecho el café considerado  por una droga, fue prohibido tanto en  Asia como en Europa, por los protestantes, los católicos o los islamistas, pero las cafeterías no dejaron de crecer hasta a rondar el millar en 1630 en El Cairo

A Europa llegó el café en torno al 1600, gracias a los mercaderes venecianos y pronto los consejos del Papa Clemente VIII le propusieron su prohibición vistos los efectos "desatados" que provocaba en los diferentes  consumidores y atribuyendo a los infieles la promoción de esa pócima diabólica. El Papa Clemente VIII, sin embargo, tras haberlo probado bendijo la bebida, la legitimó religiosamente, alegando que dejar sólo a los infieles el placer de esta bebida sería una lástima.

Los mismos monjes lo alababan con el argumento de que aumentaba sus fuerzas y la longitud del tiempo para sus rezos místicos. A mediados del siglo XVIII todas las ciudades europeas tenían ya cafeterías y poco a poco fue infiltrándose en las casas.

Su vida concentrada significa otra fuerza nuclear alternativa a la potencia de la coca o la avalancha de la anfetamina. En ese grano se aloja un manojo de nervios para desarrollarse más como un ovillo eléctrico que como un alijo. Este excitante es droga a escala de la familia que  traspasa las diferencias de sexos o edades y  hasta al muchacho  se le prepara una taza de café con leche para que salga pitando a su escuela.

 Desde la infancia hay café y  permanece presente a lo largo de toda la vida. Quizás su color evoca un mundo funerario pero efectivamente, mansamente, viene a ser así: café más café, miles o decenas de miles de cafés en la vida horadando el cuadro de colores, cubriéndonos el interior de  oscuro o de un negro biológico que finalmente lleva a un cadáver yerto,  colado por el café.



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3 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Morir por Afganistán

Esa guerra se ha llevado ya en sus ocho años de duración las vidas de más de 1.400 soldados de la coalición de 44 países que encabeza Estados Unidos, entre los que hay que contar a 88 españoles. A petición de Barack Obama, España va a incrementar ahora el número de sus tropas en dos centenares, con el consiguiente incremento del riesgo sobre las vidas y la salud de nuestros soldados.

El discurso de Obama el martes por la noche en la academia de West Point, además de anunciar un incremento de tropas y presentar un calendario de salida de Afganistán que empieza en julio de 2011, aporta una nueva estrategia civil y militar, y sustituye la idea de una victoria sobre los talibanes y Al Qaeda por unos objetivos más modestos, como son consolidar el gobierno afgano y transferirle lo más rápidamente posible la seguridad y el control de su propio país. La nueva concepción responde por una parte al análisis crítico realizado por el comandante en jefe norteamericano en Afganistán, el general Stanley McChrystal, y a su petición de incremento de tropas, que había planteado en términos de un dilema dramático: la alternativa es la aceptación de la derrota. Pero por la otra converge con las ideas de intervención mixta civil y militar de los europeos. Quizás hay continuidades entre Obama y su antecesor. Algunos comentaristas han querido hallarlas incluso en la retórica y argumentos de su discurso. Cabe incluso presentarle como más belicista todavía que Bush: el surge o incremento de 20.000 soldados que puso en práctica en Irak en 2007 es inferior al actual de 30.000 de Afganistán, sin contar que ésta es la segunda ocasión en que incrementa las tropas, de forma que estamos ante una auténtica escalada que situará la presencia militar en el país afgano a la misma altura que en Irak. Se diría, por tanto, que ha habido un trueque de guerras: la de Irak era la de Bush y la de Afganistán es la de Obama. Pero es una falsa impresión. Nada de lo que ha hecho Obama, ni su método de decisión, ni su presentación, ni sus argumentos, tienen que ver con Bush. El anterior presidente eligió la guerra de Irak, mientras que la guerra de Afganistán ya en marcha eligió a Obama. Bush tenía una posición fija, clara y radical acerca de la guerra contra el terrorismo, mientras que Obama es un moderado y un centrista, que quiere atender a los intereses y obligaciones de su país buscando el mejor equilibrio posible entre las posiciones contrapuestas, incluyendo las exigencias presupuestarias. Tiene toda la lógica que se haya tomado tres meses para la reflexión y el análisis, aunque muchos, sobre todo desde la derecha, intentarán confundir la deliberación tan propia de una democracia de calidad con los titubeos de un carácter débil. Pero también cabe interpretar su decisión, tomada en contra de las encuestas, con más apoyos entre los republicanos para el incremento de tropas que entre los demócratas, como una lección de liderazgo y de compromiso personal. Las imágenes de la madrugada del miércoles nos muestran a un Obama frágil y civil, lejos de todo belicismo, que argumenta con humildad y todo tipo de cautelas ante unos jóvenes cadetes, hombres y mujeres muy jóvenes, tan frágiles como el joven presidente. El paso es discutible y lleno de riesgos, pues parte de un plazo muy estrecho, 18 meses, para obtener resultados concretos y visibles, que le permitan empezar el prometido repliegue. Pero tiene margen de maniobra, puesto que no hay compromiso sobre la fecha final para irse ni sobre el nivel y ritmo del repliegue a partir de julio de 2011. Cabe imaginar, además, que un Afganistán estabilizado a cargo de un Gobierno afgano pueda contar en el futuro con alguna presencia militar marginal mientras persista el peligro de una resurgencia talibán. Este margen no evitará que la guerra afgana juegue en su contra electoralmente, en noviembre de 2010, cuando se celebren elecciones de mitad de mandato y ya se vislumbre el balance de la nueva estrategia, y sobre todo en noviembre de 2012, cuando bregue por su segundo mandato presidencial. Las bases legales y morales de la guerra, expuestas en su discurso del martes, son formalmente impecables. También tiene coherencia el análisis de la zona y del papel que juega como vivero mundial del terrorismo de Al Qaeda. Puede que todo sea erróneo, como sucedió con la guerra de Vietnam, cuando the best and the brigh-test (los mejores y más brillantes) dirigían la política norteamericana con Kennedy y Johnson. Pero de momento los argumentos de Obama en West Point tienen suficiente consistencia como para que los europeos se planteen seriamente sus responsabilidades. Obama pide que Europa mande a sus soldados a morir por Afganistán no para salvar la cara a nadie, ni para salvaguardar intereses económicos o hegemonía geopolítica alguna, sino para mantener la seguridad en Madrid y Londres o para evitar que se incrementen los secuestros de cooperantes españoles en el Magreb.



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3 de diciembre de 2009
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Berlanga en la huerta

En mi casa practicábamos un humor ‘berlanguiano' sin saberlo, y sin saberlo sobre todo yo, que era el pequeño y el más alejado, por mi nacimiento en Elche, del lugar de los hechos. Por supuesto, esa particular modalidad humorística de mi familia no era constante, ni trascurría toda en planos-secuencia, tan cultivados, sobre todo en la última fase de su carrera, por el autor de ‘Plácido'. Habitualmente brotaba de noche, algunas noches caseras, y también como colofón de las fiestas señaladas: bautizos, cumpleaños, bodas de plata, y ciertas concentraciones veraniegas en las que, entre primos, hermanos, padres y tíos carnales, llegábamos a formar una tribu de casi veinte valencianos haciendo el indio en Jávea.

   Invariablemente, al final de esos actos festivos, mi padre, que era por lo demás un hombre de leyes serio y algo tímido, aunque con brotes de humor dislocado en la intimidad, se ponía en pie a petición de los comensales y recitaba de memoria una copla soez y rimada a la patalallana por su padre, mi abuelo Visént Molina Maset (así firmaba), titulada ‘Casamiento de María la Chapa'. La composición está escrita en una jerga valenciano-castellana deformada por los retruécanos y términos voluntariamente incorrectos y algunas aportaciones del habla de Sueca, el pueblo natal de mi abuelo y de una buena parte de mi familia y asimismo  -y este dato tiene su importancia en el argumento de este texto- de Josep Bernat i Baldobí, el inmarcesible autor de ‘El virgo de Visenteta'.

    El ‘Casamiento de María la Chapa', sin duda la obra magna de mi abuelo, tiene 117 versos, y no es cosa de reproducirla, ni siquiera en honor de Berlanga, que sin duda la desconoce. Pero voy a citar dos fragmentos, tomados de la última reedición que se hizo, en 1981, de este único libro de Visént Molina. Así describe él, por ejemplo, el lugar donde trascurre el enlace matrimonial del hijo de la sinpar María, gente "de muy buena casa":

 

                            El corral donde soparon

                            Neteyado a ramasadas...

                            Ya no lin cabía más

                            De aligante que paraba.

                            ¡Y qué de allumenasiones

                            que de las cuerdas colgaban,

                            compuestas de pimentones

                            que en un ansa s´aguantaban.

 

    Remedando siempre, por lo bajo, el estilo satírico-escatológico de su admirado antecesor e inspirador Bernat i Baldobí, Visént Molina procede a continuación a dar el menú del convite nupcial: "Se comieron entre todos / tres friteradas de ratas / en suquito, coentitas, / y mescladas con patatas. Y había quien en un rote /apagaba una canela / y hasía más alborote / que el tiro de una pistuela". Antes de pasar al baile, y "una ves sopados bien / y con la pancha bañada", la anfitriona María la Chapa va distribuyendo regalos a los invitados de ambos sexos, los ‘pollos', el Moco, el Caguit, el Verdolaga, "que ballan com una trompa / y menjan com una draga",  y las ‘femejas', que reciben "cada una un got de horchata / hecha con un cubilete / que tenía un dit de caspa".

    Aunque él decía hacerlo mal, en comparación con la gracia rapsódica que tenía el abuelo Visént (a quien yo apenas conocí), mi padre se llevaba en cada una de sus innumerables declamaciones de ‘El casamiento de María la Chapa' una sincera ovación del público, a veces formado únicamente por su esposa, mi madre, y sus tres hijos, mis hermanos y yo, que aún recordamos de memoria, pasados cuarenta y cincuenta años de aquellos recitales, pasajes enteros de ‘El casamiento' y otras piezas ligeras del abuelo poeta. Me dicen que en Sueca aún las evocan alguna tarde los mayores del lugar.

 

                                                   &     &      &

 

   Hay muchas maneras de amar a Luis García-Berlanga, y creo sinceramente que todas ellas han sido ejercitadas por el público. La crítica, esa hidra a veces caprichosamente venenosa, también le ha acompañado y entendido, si bien yo lamento que las tal vez últimas obras de Berlanga, ‘París-Tombuctú' y el corto ‘El sueño de la maestra', fueran consideradas ‘menores'. Para mí constituyen el magistral remate de una carrera que marca la historia del cine español.

    No voy a repasar aquí su filmografía, sobradamente conocida, estudiada y recordada. Según algunos, el final de su colaboración con Azcona, que se produjo después de ‘Moros y cristianos' (1987), señalaría el inicio de una decadencia berlanguiana plasmada en sus siguientes títulos, ‘Todos a la cárcel' (1993) y las citadas ‘París-Tombuctú' (1999) y ‘El sueño de la maestra' (2002). Yo no veo tanta diferencia (Azcona, como artista disciplinado que era, también se ponía un tanto ordinario, más valenciano que logroñés, en ‘Nacional III', ‘La vaquilla' y ‘Moros y cristianos') entre el Berlanga ‘con' y ‘sin' Azcona de esa fase postrera. Simplemente, ayudado en los últimos guiones por otras manos, Berlanga recuperaba una esencia que siempre estuvo en su obra: el rudo humor fallero y rústico, no tan alejado del de los sainetes de Bernat i Baldobí. Conviene en ese sentido recordar que ‘El sueño de la maestra', estrambote añadido a ‘¡Bienvenido, Mr. Marshall!' (a partir del original en su día censurado), está firmado como "una falla de Luis García-Berlanga", y añade en los créditos: "'plantá' en la Plaza del Caudillo en 1952 y 'cremá' en 2002". Un breve pero exuberante monumento de ‘ninots' de carne y hueso, escatológico, disipado, impúdico y cazurro (ese tan creíble Santiago Segura con boina), que enlaza con los episodios picarescos y los chascarrillos, casi ninguno vulgar, alguno estupendamente surreal ("tiene usted pies de pianista"), de ‘París-Tombuctú', gran despedida cinematográfica con fuegos artificiales en la que el director, a punto de cumplir ochenta años, se desnudó frontalmente ante el espectador (en la carne de Michel Piccoli) como un disolvente viejo verde y no como un eminente viejo sabio.

     Berlanga nunca ha querido ser satírico, es decir, regeneracionista. En 1958, después de rodar ‘Los jueves, milagro', que aún seguía pautas de un neorrealismo a la española, el cineasta escribió esta declaración de principios en la revista ‘Film Ideal': "no estoy de acuerdo con los que me encasillan como satírico. Barnizar con una fina ironía, quizá por vergüenza de expresar abiertamente nuestra ternura, todo aquello que nos rodea, no da derecho a centrar a uno en el áspero ejército de los Aristarcos [se refiere al teórico y crítico cinematográfico marxista Guido Aristarco]. Yo soy un gran egoísta, tan gran egoísta que lucho por la felicidad de los demás, sólo para que no me molesten. Y por esto mismo no me interesa señalar puntos de ataque a futuros ejércitos sino disfrutar de los paisajes que en este lado, llamémosle civilización occidental, tenemos. Si pretendo ensanchar, pues, mi cantón independiente o por lo menos delimitar sus fronteras surge inmediatamente la calificación de humorista. Sólo pido que Dios sea humorista en la medida que yo lo deseo".

     Egoísmo, hedonismo, separatismo individual, humorismo como medio de secesión. El radical proyecto aislacionista y demoledor de Berlanga viene de antiguo, como puede verse, pero yo me atrevo a decir que ha alcanzado su forma más pura, guste o no, en las desordenadas, deslenguadas y desinhibidas películas finales. Quizá las más huertanas; para mí las más atávicas. Las que muestran -en todo caso- al genio, según la formulación de Baudelaire, recobrando su infancia a voluntad.

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3 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Renunciar a la espera?

Rafael Argullol: Si el hombre fuera capaz de crear absolutamente la vida anularía las incertidumbres del futuro y llegaría a una situación de dominio sobre su propia existencia y sobre lo que hemos llamado destino.

Delfín Agudelo: Pero el hombre avanza como el caracol con su casa a espaldas: nunca podrá librarse del destino, de su temor y de su zozobra, porque a lo largo de los siglos el destino ha sido precisamente una de sus grandes preocupaciones inherentes a su esencia misma. Nuestros tiempos modernos nos han inundado de nuevas y más complejas incertidumbres.  

R.A.: Evidentemente lo que ponen de relieve las obras modernas en las que se reformula el mito prometeico desde Frankenstein a Blade Runner y a tantas películas es que la zozobra humana, en la medida en que intenta dominar ese territorio de incertidumbre que es la relación del presente y futuro, se genera en nuevos territorios de incertidumbre.  Es la lógica del Prometeo griego, es la lógica del moderno Prometeo; pero en la medida en que el doctor Frankenstein creía que había dominado la vida, esa vida plantea nuevos problemas, y es la misma lógica que nos afecta en nuestro siglo XXI en el momento en que todos nuestros avances científicos parecen espectaculares al corto plazo. Por ejemplo en el terreno de la genética, de la neurología, de la comunicación, de la astronomía vemos avances que en lugar de llevarnos a un dominio de esta incertidumbre mediante su anulación lo que hace es crear nuevos territorios de incertidumbre. Es la lógica de lo que llamo el archipiélago: colonizar una isla y cuando ya estás en la otra punta te das cuenta de que hay más islas esperando. Saltas, colonizas, y cuando llegas al final te das cuenta de que hay en racimo otras esperando. Y eso nos lleva al principio: la esperanza que es lo que plantea Prometeo, la esperanza en la posibilidad de reducir al máximo la angustia es buena o mala.

Es muy difícil dar una respuesta, porque por un lado parece que nos lleve a una carrera sin fin, pero por otro lado sería mejor, quizás, como han dicho algunos filósofos y pensadores y escritores, sería quizás mejor desprenderse de la esperanza y en ese sentido no emprender esa carrera sin fin de isla en isla y archipiélago en archipiélago. Es difícil y ese dilema, esa dificultad de optar, ha guiado a la humanidad desde un principio y nos sigue llevando en nuestros días. Te daré un ejemplo muy claro, que es de la llamada ecología, cambio climático, etc.: literalmente no sabemos qué hacer con eso, pero no solo porque haya enormes intereses creados al respecto, sino porque al hombre le cuesta mucho auto-otorgarse un estatuto de quietud, de pasividad. No es solo que el capitalismo, el mercado, etc., con sus intereses dificulten una fórmula universal sobre el cambio climático o sobre la ecología, sino porque la propia lógica de la condición humana hace que sea muy difícil que el hombre llegue a plantearse una especie de detención el la carrera y se diga: "No voy a avanzar más en determinados territorios, renuncio a la colonización y transformación porque a la larga sé que serán negativas". Eso será muy difícil porque el hombre a la corta espera -y de nuevo sale el término esperanza- pretende que esas colonizaciones le reporten ventajas no solo económicas, sino de felicidad, de bienestar, etc. El tema de la esperanza también nos lleva a esa dificultad humana de medir los ritmos. El largo plazo y el corto plazo. Al hombre se le puede decir al largo plazo "lo conveniente es esto", pero claro, nosotros, por nuestra propia incertidumbre, nos movemos en el corto plazo. Es muy difícil convencer al hombre que renuncie al corto plazo. 



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3 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Coetzee, entre la realidad y la ficción

Hace algunos años, un profesor en Oklahoma me contó una anécdota de J. M. Coetzee. Un amigo de Coetzee, productor de televisión, viajaba a México para entrevistar a García Márquez. Coetzee admiraba a Gabo y quería conocerlo, de modo que viajó con el productor. Sin embargo, una vez que llegaron al lugar de la entrevista, Coetzee, que ya era un escritor famoso, le pidió anonimato al productor. Así que saludó a Gabo, buscó una silla y se fue a una esquina de la sala y presenció la entrevista como si fuera un técnico más del equipo. Cuando todo terminó, Coetzee fue el primero en marcharse. Gabo no pudo resistir la curiosidad de preguntar quién diablos era ese ser tan extraño. "Coetzee, el escritor", dijo el productor. Y García Márquez dijo que se lo debía haber dicho antes: admiraba a Coetzee, le hubiera encantado conocerlo.  

Quizás la historia no sea cierta, pero es verosímil: va perfectamente de acuerdo con la leyenda de Coetzee como un hombre lacónico, solitario, humilde, un asceta alejado de la feria de vanidades de la vida literaria. Summertime, su nueva novela, no sólo se encarga de ratificar esa imagen, sino que va aun más allá. Por supuesto, toda esta construcción es un elegante juego de espejos: la novela toma la forma de una serie de entrevistas hechas por un biógrafo de Coetzee a gente que lo conoció a mediados de los setenta, años cruciales en la carrera literaria de este escritor (ya muerto, según la novela). Lo que emerge, entonces, es una suerte de autobiografía. El hecho de que nos preguntemos si la vida del Coetzee personaje es similar o diferente a la del Coetzee real muestra cuán persuasiva es la compleja estrategia narrativa de esta novela. Summertime es metaliteratura de las buenas, en las antípodas de los juegos simplones entre autor y personaje que aparecen en las últimas novelas de Paul Auster.

Summertime tiene obvias relaciones con Infancia y Juventud, los dos relatos autobiográficos de Coetzee. Aquí, Coetzee rememora e inventa el período de la publicación de Dusklands, su primera novela. La Sud África que aparece en estas páginas es la del "fin de juego" del apartheid. En ese país deambula un Coetzee fantasmal, incapaz de dejar una impresión duradera en los otros: "Para mí, francamente, él no era nadie. No era un hombre de sustancia. Quizás podía escribir bien, quizás tenía cierto talento para la escritura, no lo sé... Sé qué se ganó una gran reputación después, pero, ¿era de verdad un gran escritor? Tener talento para la escritura no es suficiente para ser un gran escritor. Para ello tienes que ser también un gran hombre. Y él no lo era. Él era pequeño, un hombre pequeño y sin importancia".

Las palabras son de Adriana, una de las entrevistadas, condensan brutalmente lo que de una manera u otra dicen los otros de Coetzee; como un santo secular que encuentra placer en la humillación, el escritor flagela constantemente a una versión de sí mismo. En la novela, lo único que le interesa a Coetzee es la escritura: sus libros son, serán "un intento de inmortalidad". El dilema ético de Summertime es, entonces, el abismo moral que separa a la vida del arte. Ya hemos visto este debate repetidas veces--¿podemos disfrutar las novelas del fascista Celine?--, pero Coetzee lo lleva a un plano radical: visto bajo un poderoso microscopio, ningún artista está a la altura de su obra.

Coetzee ha encontrado formas de no hundirse en la irrelevancia que ataca a los escritores apenas ganan el premio Nobel. Summertime no es Esperando a los bárbaros ni Vida y época de Michael K., pero tampoco desentona en una obra que se erige, a pesar de lo que diga el propio Coetzee, como una de las más ambiciosas de nuestro tiempo.

(La Tercera, 1 de diciembre 2009)



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3 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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César Aira locuaz

César Aira en el libro de Daniel Mordzinski, fotografiado en la bañera por Daniel. Fuente: hispacpage ¿Y ahora qé? ¿Dejará de ser el misterioso misterio de América Latina? Una muy extrensa entrevista a César Aira en México DF, en la que se muestra insólitamente locuaz, aparece en la última edición de Letras Libres. Habla de todo, absolutamente de todo. Desde cómo escribe hasta su influencia de Trilce de Vallejo. Sobre los escritores intelectuales y los subsidiados. Sobre qué significa que lo crean outsider hasta por qué escribe novelas breves. El ABC Aira, ni más ni menos. La revista la realizó Pablo Duarte y ha sido publicada también en el suplemento ADN de La Nación en Argentina. Selecciono aquí algunas preguntas:-¿Ser una figura pública es un agobio? ¿Un mal necesario?-Lo es solamente en los viajes. En la Argentina he bajado la cortina y nunca hay entrevistas, muy de vez en cuando participo en algún congreso, en un panel, una o dos veces al año. Y no hago ningún tipo de vida pública. Cuando viajo sí, porque a veces es el precio que hay que pagar para que lo lleven a uno a algún lugar lindo del mundo, y lo hago con gusto. Hablar de uno mismo siempre reconforta el ego, sobre todo ver que hay algún interés por uno.-Más bien es usted una figura retraída, doméstica...-Sí, sí. No porque sea una estrategia mía, es lo natural en mí. Me sigue gustando escribir, cosa que es bastante rara entre escritores. Quiero seguir escribiendo. Tomarme tiempo, tener disposición mental para escribir. No necesito exposición pública.Está también la idea de que el escritor tiene que opinar sobre todo, volverse una especie de oráculo...-Hay muchos a los que les gusta eso. El hecho de haber escrito unos libros es la excusa para hacer esto que quieren: opinar sobre el ser nacional, como se dice en la Argentina, sobre los problemas sociales del mundo, de la vida, de la ética. Quizá no está tan mal eso, porque después de todo un escritor es un profesional de la palabra. Sabe, ha aprendido, si ha hecho bien su aprendizaje, a hacer oraciones que suenen bien...-Me gustaría que me contara un poco sobre su proceso de escritura. Ha hablado de que escribe sólo una carilla diaria...-Mis novelas parten de una idea, de algún tipo de juego intelectual, de algo que me parezca prometedor y desafiante. A ver si se puede hacer, no sé, qué sé yo, un hombre que se transforme en ardilla poco a poco. De ahí me lanzo a la aventura, a ir improvisando cada día.-¿Dónde escribe? ¿En su casa, en su estudio?-No, no. Cuando mis hijos eran chicos, vivíamos en un departamento muy pequeño, y me acostumbré a ir a un café, sentarme y escribir ahí. Buenos Aires es una ciudad, bendita sea, que tiene muchos cafés muy acogedores donde uno puede quedarse tranquilamente. En mi caso, nunca mucho. Media hora, una hora, en que me siento, a mitad de la mañana. Mis hijos crecieron, se fueron a vivir solos, pero la costumbre mía quedó. Así que todas las mañanas, a media mañana, me voy a un café y hago mi sesión del día: escribir una paginita, porque voy escribiendo muy despacito. A veces he pensado si lo mío no se parece más al dibujo que a la escritura, en el sentido de que soy muy fetichista de lapiceras, tintas, papeles buenos, cuadernos muy exquisitos, y escribo tan despacito y pensándolo tanto. Todo lo mío tiene un componente visual muy grande. Siempre estoy pensando que se vea bien lo que estoy escribiendo, al final de cuentas me parece que estoy haciendo un dibujo cada día.A pesar de esa fijación con mostrar, el lenguaje de sus novelas es bastante claro, diáfano.-Eso lo he hecho por intuición, pero me doy cuenta de que, como la invención mía es tan barroca, no podría agregarle un barroquismo del lenguaje porque sería una superfetación. Para servir a esa imaginación un poco desbocada que tengo, se necesita una prosa lo más llana y simple posible.-Podría ser visto casi como un gesto de cortesía...-Eso lo he notado cuando viajo a cualquier lado por la aparición de un libro mío. Yo corro con ventaja porque muchas veces llega un autor a presentar un libro y en la redacción te dicen que tenés que leerlo para mañana. Y resulta ser un libro así de gordo, pesado, aburrido, lleno de reflexiones metafísicas. Bueno, ese entrevistador va a ir con una mala leche... En cambio, en mi caso, es un librito así, de setenta páginas, que se lee en un rato, más o menos divertido. Entonces ya vienen con una sonrisa y me tratan bien.-¿Así que la brevedad es algo muy pensado?-Cuando empecé a escribir y a publicar, traté de ir a extensiones normales y publiqué varias novelas de doscientas páginas; en una creo que llegué a trescientas. Pero haciendo un esfuerzo. Y después, a medida que los editores me iban aceptando más como soy, fui yendo a lo natural en mí. Creo que ese formato de unas cien páginas, a veces poco más, es lo natural en mí. Digamos que es el formato ideal para el tipo de imaginación, de historias que yo invento.En cuanto al proceso de escritura, usted ha estado muy cercano a las vanguardias literarias. Me interesa preguntarle sobre la idea de poner más peso en el proceso de creación que en el resultado final.-Sí, ésa es una de las características, inclusive del arte contemporáneo. Tampoco hay que exagerar demasiado ahí porque este process art termina siendo ombliguista, mirarse a sí mismo.En esto yo, como en tantas otras cosas, como en el pago de los impuestos, soy normal y voy al término medio. Sí, me interesa el proceso, dejar desnudo el proceso de la escritura, que se vea, pero también tener cierto respeto por el resultado. Que quede algo ahí. Creo que estoy en un término medio.-A usted, sin embargo, lo ubican como un marginal, como un outsider, un escritor para fieles pero no para mayorías.-Eso le estaba diciendo ayer a mi editor acá, que yo soy uno de esos escritores que nunca van a tener público, pero siempre van a tener lectores, lectores sueltos. Nunca van a coagular en público, que es lo que hace al negocio. En mi caso no va a ser así.Hablando de los colegas jóvenes, no recuerdo quién decía que a sus contemporáneos y a sus menores uno en realidad no los leía, sino que los vigilaba. ¿Usted qué relación tiene con sus contemporáneos, con los menores? ¿Los lee?-Sí, los leo. Leo bastantes dos primeras páginas. Es raro que siga. Creo que la narrativa, en la Argentina por lo menos, ha caído en un realismo un poco chato, casi costumbrista, costumbrista tecno, pero costumbrista al fin. Hay una chatura tal (y me sucede con muchos jóvenes que se reclaman de mi influencia, de mí como modelo) que, cuando leo lo que escriben, me sorprendo. Ha quedado muy relegada la invención. Hay como más voluntad de testimonio, de estas vidas maravillosas que estamos llevando. Creo que la historia les ha jugado una mala pasada a los novelistas, y es que les ha solucionado muchos problemas. Y una novela sin conflicto... Estos jóvenes de clase media, que son los que escriben, los que van a la Facultad de Letras, hoy día ya no tienen ningún problema, la historia se encargó de solucionarles todo. El problema sexual, por ejemplo: hoy los jóvenes no tienen los problemas que teníamos nosotros. Entonces se inventan. O recurren a la neurosis. A la hipocondría. Y toda esa miseria psicológica a mí me cansa. Yo quedé como enganchado a las novelas de piratas: salgamos al mar a hacer algo, a tener aventuras. Este realismo de barrio elegante, Palermo Soho, no me convence.-Por ahí decía usted que la realidad la hacían los otros, y que usted estaba ahí mirándola como espectador. Me parece que eso tiene que ver con su apuesta y su fidelidad por la fábula y por la invención, algo que es por lo menos poco practicado.-Exacto. Lo que pasa es que una fábula, un cuento de hadas, es poco serio. Entonces, para darle seriedad, hay que hacerlo bien. Y ahí me temo que estos jóvenes desconfían un poco de sí mismos. No me voy a largar a meter a un enanito volador en mi novela porque eso lo tendría que hacer muy bien para que funcione, entonces se refieren a la rave, que ya lo tienen más controlado.Para hablar de poesía, usted ha tenido relación con grandes poetas, ha escrito sobre Pizarnik.-Me formé en medio de poetas, y de ahí creo que viene este amor mío por los libros pequeñitos, que a mí me parecen joyas. Y los libros gruesos me parecen un poco groseros, para seguir con la etimología. Como nunca escribí poesía, en cambio escribí novelitas que parecen libros de poesía. La poesía me parece que es el laboratorio de la literatura. Ahí se prueban las innovaciones, los juegos más extremados. En la narración esos juegos pueden servir como modelos para estructuras distintas...-¿De la poesía qué más le interesa?-La buena poesía. Uno de los primeros libros que leí en mi adolescencia y que me hizo descubrir algo importante fue Trilce, de César Vallejo. Ese libro me hizo descubrir que la literatura también podía ser enigma. Cuando lo leí por primera vez, a los catorce o quince años, no entendí nada, ni una sola palabra. Y eso me deslumbró. De hecho, pienso que lo que se llama literatura infantil ahora tiene el defecto de que simplifica mucho el vocabulario. Porque a los niños les encanta, los hechiza la palabra que no entienden. Bueno, a mí me pasó con Trilce, que sigue siendo un libro favorito mío y que me mostró cómo la literatura podía ser enigma, misterio. Lo releo por lo menos una vez al año, le doy una relectura a Trilce para refrescar esa maravilla.-Quisiera volver al escritor como figura pública, al escritor que opina. Hay una ligereza en usted que puede ser bastante sana. Una ligereza que se corresponde en su escritura...-Eso es lo que siento naturalmente. Creo que la literatura no tiene una función importante en la sociedad. Por otro lado, pienso que la literatura siempre ha sido, es y va a seguir siendo minoritaria, para unos pocos, y que tiene que ser opcional. Hay muchos colegas míos que casi están predicando la obligatoriedad de la literatura. Hacer leer a los jóvenes. Eso no me gusta. En nuestra sociedad todo se va volviendo paulatinamente obligatorio, así que dejemos la literatura como actividad optativa. Que lea el que quiera. El que quiera leer va a tener mucha felicidad en su vida, pero si no quiere leer, también puede ser muy feliz. No soy un evangelista de la lectura. Ahora se ha puesto de moda eso, promover la lectura. Hay hasta fundaciones que se dedican a eso. Yo sospecho que todos los que hacen ese trabajo, y cobran muy buenos sueldos por hacerlo; no leen nunca. Los que sí leemos no somos tan proclives a promover la lectura. Quizá porque hemos aprendido que es la actividad más libre que uno puede hacer.-¿Qué opinión le merecen los escritores serios, los intelectuales?-No saben lo que se pierden. No saben cuánta libertad están perdiendo. Yo pienso, y lo he dicho varias veces, que es cada vez más difícil escribir literatura seria hoy. Ha habido todo un proceso, en los últimos cien años, de ironía, de distanciamiento. Hoy, escribir en serio o hablar en serio es ponerse en el borde, en la cornisa de la solemnidad, de la tontería, del lugar común, del patetismo, de la mentira biempensante. Y quizás es un poco triste eso: estamos obligados al chiste.En cuanto a la relación del escritor y el poder, aquí en México hay programas gubernamentales que becan a los creadores nacionales...-En la Argentina por suerte nunca pasó. Desde que existe la Argentina, los escritores han vivido de su trabajo. Eso no sólo les da una independencia respecto del poder, sino que les da también un sentido de la realidad, les da garra. Me parece que un escritor subsidiado es un escritor lavado. No por sumisión al poder, que también los hay, sino que se pierde el sentido de la realidad. En la Argentina muchos de mis colegas están poniendo a México como el ejemplo que se debería seguir, pero a mí no me parece tan bueno. No que tenga nada contra México y la riquísima literatura mexicana, pero eso me parece peligroso.-¿Y qué escritores mexicanos cuenta entre sus influencias, entre sus lecturas tempranas?-Lecturas tempranas no tanto, quizá Payno, Azuela. Los de abajo fue una lectura de adolescencia que me gustó; ahí sí hay garra, hay fuerza, hay un sentido de la realidad. Mis novelas de la revolución favoritas pasaron a ser otras, más del tipo dibujo animado: Se llevaron el cañón para Bachimba, de Rafael F. Muñoz, o Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia. Y después, estudiándola más, porque soy un lector ordenado, orgánico, descubrí a mis escritores mexicanos favoritos a la fecha, sobre todo Gerardo Deniz, al que leo y releo. Es un poeta enigma. Quizás hasta más que Trilce de Vallejo. Y Elena Garro, que la adoro. Me parece que como escritora es genial, una de esas que aparecen una vez cada cien años. Creo que es la más grande novelista del siglo XX.



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2 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Subastan Olivetti de McCarthy

La Olivetti de McCarthy. Fuente: revistañ Los fetichistas literarios quizá saben que, al igual que muchos escritores que se niegan a ingresar al mundo cibernético, Cormac McCarthy escribía aún en máquina de escribir mecánica. Lo que probablemente no sabían era que lo hacía en la misma máquina desde hace décadas, una Olivetti lettera 32 color verde hospital psiquiátrico, bastante feíta y anodina la verdad, donde tipeó todas sus novelas hasta hoy. Increíble para quienes, como yo, prácticamente vivimos pendientes de los dictados del dios Steve Jobs antes de escribir lo que sea (mi próxima novela deberá esperar a que me consiga la nueva iMac y su delicioso wireless keyboard and Magic Mouse). Pero las futuras novelas de McCarthy deberán ser escritas con una nueva Olivetti o algo enchufable. Según Andrés Hax, en revista Ñ, se subastará la máquina del norteamericano para recaudar dinero para el Santa Fe Institute. Se espera 20,000 dólares. Hax, optimista, está convencido de que llegará a 100,000 dólares. Dice la nota:Es imposible imaginarse que hoy un joven novelista que recién comienza su carrera podrá terminar escribiendo su obra entera -durante los cincuenta años o más que vienen- exclusivamente en una sola máquina de escribir. Sólo por ese hecho la subasta de la Olivetti (modelo Lettera 32), que se hará en Nueva York este viernes, será un evento extraordinario para los fetichistas y coleccionistas de artefactos del mundo literario. Pero además, la máquina pertenece a uno de los mejores novelistas estadounidenses después de Ernest Hemingway y William Faulkner. Según el sitio de la subasta se estima que se venderá en una suma entre $15.000 y $20.000. Este redactor apuesta que la cifra superará los $100.000 dólares. Solo se tienen que meter un Johnny Depp y un Brad Pitt a combatir en la puja para que sea la subasta sorpresa del año. (...) Ñ Digital habló por teléfono con el instigador de la subasta, un amigo y colega de McCarthy del Santa Fe Institute, el economista John Miller. "Yo estaba hablando con Cormac y me comentó que por fin se le había roto su Olivetti. Cómo no maneja Internet ?no tiene, ni usa computadora- yo le dije que le iba a conseguir una nueva: y le compré un modelo igual en e-bay por menos de diez dólares." Fue Miller a quién se le ocurrió preguntarle a McCarthy si vendería la máquina para donar los fondos al instituto. [...] Miller le contó a Ñ Digital que cuando le sugirió a McCarthy que se podría subastar la Olivetti y donar las recaudaciones al Instituto el novelista no dudo. "Aceptó inmediatamente. Se puso en contacto con un amigo en Nueva York para arreglar la subasta, porque yo no sé nada de estas cosas." El amigo, Glenn Horowitz ?un librero anticuario? de Nueva York que hizo el puente entre McCarthy y la casa de subastas Christie's también habló por teléfono con Ñ Digital desde su librería/galería en East Hampton. "Yo creo que Cormac reconoce cuan generoso ha sido con el el Instituto de Santa Fe. Y esto es una manera de agradecerlos. En un momento pensé en comprarla yo mismo, pero después pensando en el estatus ya legendario que ha conseguido Cormac decidí que lo mejor sería ofrecerlo en una subasta pública; que le daría más beneficios al Instituto y que ?además- sería muy divertido." La Olivetti viene acompañada con una carta escrita por McCarthy certificando que es su máquina de escribir: "Esta máquina de escribir fue comprada por mi en una casa de empeño en Knoxville Tennessee en el otoño de 1958. Pagué cincuenta dólares por ella. Es una Olivetti Lettera 32 y el número de serie es 2143668. No ha sido arreglada o limpiada salvo una vez que le saque el polvo con un compresor de aire en una estación de servicio en el otoño de 2009 cuando ya estaba empezando a mostrar signos de desgaste... He tipiado sobre la máquina de escribir todo los libros que he escrito, incluyendo tres que no se han publicado aún. Incluyendo todo los borradores y correspondencia que escribí diría que han sido cerca de cinco millones de palabras a lo largo de un periodo de 50 años.



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2 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Juan Marsé (casi) en Guadalajara

Berta Marsé en la presenta el libro "Paseo por los mundos de Joan Marsé" en el programa literario de la 23 Feria Internacional del Libro de Guadalajara © Cortesía FIL Guadalajara / Diego Zavala Scherer Por motivos de salud, Joan Marsé no pudo estar en la FIL Guadalajara 2009, pero su presencia se dejó notar. Y no a través de una conferencia virtual, a lo Bradbury, sino con un mensajero especial: su hija Berta. Ella leyó, por encargo de su padre, las primeras frases del libro aún inédito de Marsé Aquel muchacho, esta sombra. Además, se exhibió un video con imágenes familiares extraídas del album Marsé (el pre-Facebook). Dice la nota:Cumplió Berta, ningún atisbo de panegírico. Marsé publicó aquí, en México, en 1973, Si te dicen que caí, que la censura no quiso dejar pasar en España; aquí conoció a Juan Rulfo, su maestro. Muchos años después, esta feria le concedió el premio Juan Rulfo, que ya no se llama así. "Yo lo sigo llamando así", decía Juan en su mensaje. "Veinticuatro años antes de aquel inmerecido regalo, en septiembre de 1973, el gran escritor y yo nos habíamos conocido en la ciudad de México. Nunca podré olvidar su gentileza y su afecto, y me parecería una traición a su memoria llamar de otra manera a un premio que tanta ilusión me hizo por llevar su nombre y del que tan orgulloso me siento". Fue un acto sencillo; Marsé nunca se ha hallado bien en medio de las solemnidades, y su hija Berta le dio la dimensión adecuada a la sintonía de su padre con el público y con la vida. Fueron desfilando fotografías familiares: con Joaquina, su mujer; con Guille, su nieto; con Jaime Gil de Biedma, con Carmen Balcells, con sus compañeros de la revista Por Favor, con sus padres adoptivos, con sus amigos Carlos Barral o José Agustín Goytisolo, con el taxista Domingo Faneca, su padre biológico, con sus hijos... Berta fue festoneando esa presentación íntima de los mundos de Marsé con algunas frases del discurso con el que este año recibió el Cervantes. Recordó, por ejemplo, sobre la foto de Juan con su agente: "Y de manera muy especial deseo mencionar a Carmen Balcells, mi agente literaria de toda la vida, de ésta y la de más allá, sobre todo el día que tomé prestada una ocurrencia de Groucho Marx y le dije: "Querida Carmen, me has dado tantas alegrías, que tengo ordenado, para cuando me muera, que me incineren y te entreguen el 10% de mis cenizas". Las imágenes de la vida, las imágenes del recuerdo de cuando era el niño que aparecerá en Aquel muchacho, esta sombra, la novela que está escribiendo. No es habitual que Marsé revele el texto en el que aún trabaja. Le dejó a Berta el comienzo, y sobre las imágenes de la Guerra Civil en Barcelona, la hija leyó lo que el padre recuerda el 26 de enero de 1939, cuando desfilan los nacionales por Barcelona y ya él comprobó que la vida iba en serio. Juan tenía entonces seis años (...)



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2 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Olguín salió campeón

Que el premio Tusquets haya ido a parar a manos de Sergio Olguín es una maravillosa noticia para mí. En primer lugar, porque Sergio es un gran escritor. (¿No leyeron Lanús?) Pero también por su campaña eterna en defensa de la buena literatura que la academia y los grandes medios de la Argentina suelen ningunear. Sergio es de los que no se traga las figuritas que los medios pretenden hacerle bajar por la garganta. El sabe muy bien que la verdadera vida (literaria) suele estar en otra parte.

         La novela por la que ganó se llama Oscura monótona sangre, a partir de unos versos de Salvatore Quasimodo ("No sabre nada de mi vida / oscura monótona sangre"), y según propia confesión surgió como reacción a un sentimiento que no me cuesta nada entender: "Me molesta el modo en que los medios de comunicación tratan superficialmente el tema de la inseguridad". Dice Sergio que la novela es de algún modo la inversión de un clásico argentino, el cuento Cabecita negra de Germán Rozenmacher: "Ya no son los cabecitas negras que acechan las casas de los burgueses para conseguir lo que no tienen, sino las clases medias que se meten en la villa para conseguir lo que no tienen". O sea, en este caso: sexo.

         Policial a la manera de su idolatrado Simenon, Oscura monótona sangre transcurre entre Barrio Norte y la Villa 21, extremos del espectro social en la ciudad de Buenos Aires. El premio se lo concedió un jurado compuesto por Juan Marsé, Almudena Grandes, Jorge Edwards, Elmer Mendoza y Beatriz Moura.

          Qué ganas de leerla tengo...



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2 de diciembre de 2009
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