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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El perfume

Algunos de los lenitivos que encontramos en la vida corriente proceden del buen olor. El olor de los churros, del caldo de gallina, del café y también, muy naturalmente del perfume o la colonia puesto que la colonia se fabrica precisamente para neutralizar los posibles daños debidos al incontrolado olor. Expuestos a numerosas amenazas las provenientes del olor son  del tipo propio de los embates que desconciertan y ante los que apenas sabemos reaccionar.  Una cosa por tanto es el mundo asalvajado y bárbaro de los olores del mundo, esencias sin manipular, y otra es el cosmos -la cosmética- de los perfumes donde el olor ha sido explorado, aderezado e instruido para cumplir una función  en provecho del alma, su salud y su buen humor. De este modo, la colonia viene a ser de hecho una defensa contra los acosos indeterminados u olfativos pero por sí misma, fuera de toda  lucha contra lo hediondo, los perfumes son dones de felicidad que se reparten deliberadamente como obras de arte o, sencillamente, como buenas obras. s. Perfumes unos que se acompañan de una memoria dichosa y otros que oliendo a violetas o a bebés nos sitúan en un ámbito  excepcional mientras el efluvio continúa con vida. Una vida corta que los expertos buscan  llenarla de múltiples atributos y así se habla de perfumes  ácidos, suaves, fríos, cálidos, plateados, sordos,  agresivos, tiernos, cantarines, nostálgicos, clamorosas. Tantas sensaciones diferentes puesto que un perfume compuesto por unas 30 esencias da lugar a decenas de miles de interacciones estéticas o sensitivas.

De hecho, el aroma se comporta como un ser vivo que mientras nos auxilia y embellece se debilita y se agota. La constatación de que el perfume va desvaneciéndose y llegará irremediablemente a cero crea la idea de una desolación propia del abandono compatible con el terror de no oler a nada.  La colonia trata así extraer de la cotidianidad al empleado en su penosa gestión y transportarlo (etéreamente) a una dimensión tan surtida como más lozana. De hecho, a finales del siglo XIX el  doctor Sylvius se hizo célebre comercializando agua de colonia como remedio contra las neuralgias, reumatismos, la atrofia muscular, los dolores de cabeza, la debilidad y la parálisis.

La colonia no era entonces cosa  de hombres y su actual apreciación estética, su "nota" o su "forma" sensitiva  evocando colores, sabores, gustos, sonidos, tiempos (duración, volatilidad, volumen)y tactos es un producto propio de  la estetización general del mundo feminizado que culminó el siglo XX.

Nada en el mundo huele como el perfume aunque algún elemento se le parezca pero todos tratan de oler con aquello que fuera lo mejor del mejor mundo. Unas veces tratando de mimetizar a la naturaleza y otras procurando mejorarla para componer un espacio cuyo principio sería la base olfativa, la base odorable o, contiguamente, adorable.

Las fragancias se evaporan demasiado pronto o pero gracias a su presencia podemos ser capaces de imaginar una muestra de sensaciones exhaladas por el otro mundo posible: cariñoso, delicado, festivo, cordial. Un mundo de amor y bienestar que la colonia anticipa puesto que si su inhalación no será capaz de transformarnos, por un momento el sufrimiento se confunda. 

Siendo seres humanos, no siempre puede exigirse que el dolor  desaparezca pero bastará que se alivie en algún grado para que una efímera línea de deleite nazca.

 Vivir, decía Ortega, significa cierta dificultad del ser y ¿quién duda de que la colonia o mareando la dificultad o embelleciendo el tufo de ser no aromatiza circunstancialmente la engorrosa presencia de las cosas? Se tratará de pequeños momentos cuya fragancia encubre o  irradia hasta el linde de una felicidad soñada y como en ellos, poco más tarde, la iluminación al despertar se apaga. 



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15 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Atentado en Milán

¿Por qué me odian tanto? Ésta es la pregunta que se hace a sí mismo el presidente del Consejo de Ministros de Italia, Silvio Berlusconi. Quizás la respuesta la dio él mismo antes incluso de formularla y pudo leerse en su rostro ensangrentado y tumefacto por la salvaje agresión perpetrada por un aparentemente perturbado mental. Después de recibir el golpe, lejos de arredrarse o refugiarse en su coche, el primer ministro italiano se incorporó y buscó con la mirada al agresor con la evidente intención de devolverle el golpe. A Berlusconi ni siquiera le entra en la cabeza que la gente rechace sus pretensiones, se oponga a sus órdenes o pretenda cerrarle el paso en la adaptación del Estado y del derecho a sus conveniencias. ¿Cómo puede ocurrírsele que alguien ose y sobre todo pueda llegar a agredirle físicamente?

La eventualidad de una agresión o incluso de un magnicidio es algo que rodea permanentemente la vida política. Recordemos el asesinato de Olof Palme cuando su país no había entrado en la paranoia de la seguridad en la que obligadamente todos estamos. De ahí que no sea un acontecimiento excepcional, por más que sea absolutamente condenable, que el primer ministro sea agredido con tanta saña por parte de alguien con la mente perturbada, probablemente calentado, es verdad, por el ambiente irrespirable que se vive en Italia. Lo que es excepcional es su reacción, y lo que constituye un peligro es que ahora pretenda cargar las responsabilidades sobre quienes le han venido criticando o quienes intentan evitar que culmine sus fechorías legales para blindarse de nuevo ante los tribunales después que el tribunal constitucional levantara la inmunidad que se había otorgado a sí mismo. Hay que buscar, pues, las respuestas en esas imágenes que ya han dado la vuelta al mundo. En el rostro sangrante de Berlusconi, con más expresión de rabia que de sufrimiento, se refleja la sorpresa de una fragilidad súbita, más dolorosa probablemente que el propio golpe, al igual que se desvela una senilidad inmisericorde que la violencia descubre detrás de la máscara y de la cirujía. Ese hombre que se cree todopoderoso, capaz de comprar todas las voluntades, cambiar todas las leyes, rejuvenecer su imagen y su cuerpo, proporcionarse todos los gustos y placeres, y rodearse de todos los sistemas de seguridad y de cuantos guardaespaldas haga falta, tiene luego muchas dificultades para comprender una cosa tan sencilla como que su vida es tan ligera, insegura y frágil como la de todos los demás mortales. Por eso lo que nos sorprende y no hemos visto en otros personajes en el momento de ser agredidos es cómo asoma en su rostro lacerado la ira de quien se ha creído un dios y la sorpresa de comprobar que está hecho de la misma carne que el resto de sus compatriotas.



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15 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Paul Auster en el Sweet Melissa Cafe

El Sweet Melissa Cafe, donde entrevistaron a Auster pese a que la música estaba muy alta. Fuente: hubbe Paul Auster sin su bufanda roja. Fuente: clarín Paul Auster y su novela Invisible (publicada por Anagrama hace una semana) es todo menos "invisible". El peregrinaje para ir a entrevistarlo ya se inició y ahora le tocó el turno a Francesc Peiron, para La Vanguardia y Clarín. Es una extensa entrevista, pregunta y respuesta, que se llevó a cabo en el Sweet Melissa Cafe en Nueva York. Ropa oscura, bufanda roja, otra vez. Aquí se habla de todo. Hasta de Obama y de una nueva novela, que ya estaría concluida. Algunas respuestas picadas:-Unos conocidos vinieron a Nueva York a pasar sus vacaciones y alquilaron un departamento en Brooklyn para tener una experiencia "austeriana"...-Me parece una locura. No puedo decir nada más. No tiene sentido que alguien venga a Brooklyn porque yo vivo aquí.-Tal vez creían en un tropiezo casual con usted, fruto del azar, una circunstancia tan característica de sus novelas...-No son mis libros, sino que todo en la vida es fruto del azar. Es fascinante pensar, por ejemplo, ¿dónde se conocieron tus padres? Es la suerte. Si ellos no se hubieran encontrado, tú no estarías en Brooklyn. ¿No es una historia extraña? Se encontraron por suerte, no lo dudes, y ahora estás sentado enfrente de mí...-... hablando con Paul Auster... -Cada vida es el producto de un accidente que sucedió una vez.-En su última obra vuelve a producirse una historia de azar. ¿Feliz con el resultado?-¿Feliz? Nunca.-¿Por qué no?-No sentirse feliz forma parte de la naturaleza de este trabajo. Experimento un minuto de satisfacción cuando acabo un libro o cuando pienso que ha sido un buen día de trabajo. Después, me gana el desasosiego, pienso que he de leer más libros para hacerlo mejor en la próxima ocasión.-La crítica que se publicó hace unos días en el Book Review de The New York Times concluía que ésta es su mejor novela...-Lo sé. Sólo es la opinión de una persona. Y cada una tiene una opinión diferente.Sí, porque esta semana, James Wood arremete contra usted en The New Yorker.-No he leído la reseña. No leo ninguna desde hace cuatro o cinco años, aunque también la conozco. Sé que me ataca. No tengo nada personal con él, pero siempre es así. Muchos amigos me preguntan cuál es el problema. Es un reaccionario. No quiero preocuparme. Siri (Husdvedt), mi mujer, que está de viaje, me llamó para contármelo. Dijo que era como si fueras por la calle y un desconocido te soltara un trompazo en la cara.Le gusta Obama...-Su elección me alegró. El presidente es brillante, tiene talento y la derecha republicana se ha de reconstruir, está verdaderamente muy deprimida. Sin duda, es mucho mejor que el anterior.-El terrible atentado del 2001 vuelve a salir en su libro, aunque sea sólo una pincelada.-Si escribes sobre algo que sucede después del 2001, y eres americano y más en concreto neoyorquino, es imposible no pensar en lo que sucedió. Piensas cada día.-También se refiere a la pesadilla de los neoyorquinos de que alguien, de repente, les salga con una pistola...-Sí, es cierto, pero especialmente entonces, cuando se encuadra esta historia. Los 60 y 70 eran muy violentos, mucho más que ahora. La ciudad ahora es más segura. Esa imagen del libro explica lo peligrosa que era entonces la ciudad, con drogas por todos los lados, pistolas y navajas, amenazas, tiroteos. Todavía los hay pero no en el grado de entonces. Cuando yo era estudiante ibas por la calle mirando a tu alrededor.-¿En Manhattan?-Sí, en todos lados, pero sobre todo en Manhattan. En esa época nunca había puesto los pies en Brooklyn.-¿Por qué eligió Brooklyn para vivir?-Fue hace casi 30 años. Y fue sencillamente porque no podía vivir en Manhattan por una cuestión de dinero. Era más barato. Me trasladé en 1981 y jamás pensé que no me movería. Cuando vino mi mujer del medio oeste, en 1978, estaba en Manhattan, pero era caro, y se vino a Brooklyn. Hace unos años, el departamento nos quedó chico, nos teníamos que cambiar a uno más grande. Le dije si quería volver a Manhattan, ése era el momento. Pero no, nos quedamos en Brooklyn, sólo nos movimos una cuadra. Ahora hay muchos escritores jóvenes norteamericanos que viven en Brooklyn, al menos la mitad.-¿Qué lo ha llevado escribir esta novela?-He trabajado en ella seis o siete meses, cada día. Pero cada libro es diferente. Algunos los escribes en diez años, otros, en uno, todo depende.-¿Y ahora?-Ya tengo otro libro listo. Lo terminé hace dos meses y saldrá el próximo año. Finito.-¿De que va?-Ya se verá.



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14 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Todos somos Edipo

Rafael Argullol: Entonces aparece con todo su esplendor ese claroscuro de las ciegas esperanzas a las que aludió Esquilo en su Prometeo.

Delfín Agudelo: Ante las imágenes del verso referido, la ceguera y sus falsas esperanzas, no puedo dejar de pensar en Edipo. Comprendiéndolo como el tipo de hombre, vemos su liberación de la subjetividad para convertirse precisamente en tal: la relación que se establece de la ceguera tanto con Tiresias el invidente y con su destino ineludible que es terminar ciego. Es un poco esta plancha que se hace sobre el humano: siempre vamos a estar sujetos a nuestra propia ceguera y la verdad, en la medida en que queremos llegar a ella, implica la liberación de la ceguera.

R.A.: Creo que de la misma manera que decía que "ciegas esperanzas" es uno de los versos que más magistralmente resumen la condición humana, creo que el mito de Edipo es el mito más universal. Y evidentemente para reconocer esa universalidad debemos liberarnos un poco del prejuicio moderno del llamado "complejo de Edipo", popularizado por Freud y la psicología moderna, que afronta de una manera sesgada un espacio parcial del mito. El mito de Edipo es el más universal porque todos somos Edipo, ya que es un problema de distancia. Nosotros en general tenemos una excesiva cercanía respecto a nosotros mismos. Esa cercanía hace que creamos que lo que llamamos nuestra identidad sea nuestra identidad real. ¿Por qué? Pues porque nos lo han dicho desde pequeños, porque nos lo han dicho en la escuela, porque tenemos apellidos, porque nos han dado un carné de identidad, porque nos han nombrado con un determinado nombre, etc. Pero el problema es que siempre estamos demasiado cerca de nosotros, y para conocernos realmente es necesario alejarnos de nosotros y mirarnos  no desde un solo punto vista o sitial sino desde muchos sitiales: ver lo que está oculto en nosotros, ser capaces de ver lo inconfensable que hay en nosotros, ser capaces de ver lo que hay en los sueños, en la duermevela, liberar al máximo nuestros pensamientos. En la medida en que somos capaces de mirar desde estos distintos sitiales nuestra propia vida y nuestra propia trayectoria nos damos cuenta que lo que llamábamos identidad era algo absolutamente falso, y que para llegar a un conocimiento medianamente aceptable de lo que es nuestra vida, de lo que es nuestra existencia, tenemos que desarticular muchas evidencias, tenemos que desnudarnos, tenemos que cegarnos, y tenemos que aprender a mirarnos de nuevo sobre lo que es la vida.

Todos somos Edipo en ese sentido. Edipo era un hombre que llegó al máximo de conocimiento respecto a esa identidad falsa en el inicio de la obra de Sófocles, pero que luego ese conocimiento es completamente frágil, fraudulento, como el que tenemos nosotros acerca de nuestra supuesta identidad hasta que la ponemos en cuestión. Y de ahí que en el enfrentamiento, en el clímax de la obra de Sófocles entre Edipo y Tiresias, Edipo, que es el que ve, no está en condiciones de ver, y Tiresias, el adivino ciego, es el que realmente ve. En el desenlace Edipo tiene que arrancarse los ojos para empezar ese aprendizaje de revisión, de volver a mirar de otra manera sobre lo que es la vida. Por tanto no es solo la cuestión que se ha hablado por parte de la psicología de que Edipo incurre en dos de los tabúes más grandes de la cultura antigua y moderna, ya que eso es un problema parcial; el problema más importante de Edipo es que estaba convencido de que era uno que no era, y que para llegar a avanzar respecto a quien es realmente, tiene que cegarse respecto a lo que era la mirada anterior y volver a mirar de otra manera. Edipo quiere decir "el de los tobillos torcidos", pero en realidad debería querer decir, también, "el que tiene que mirar de otra manera", para así llegar a conocerse. A mí además me parece muy interesante el tema de Edipo en el contexto de la cultura europea porque es como el paso de una sabiduría arcaica a una sabiduría moderna que planteó la filosofía en sus orígenes. Cuando Edipo descifra el enigma de la esfinge, él se está enfrentando con métodos arcaicos y míticos al problema del conocimiento, pero eso no es suficiente: a partir de ahí tiene que poner en marcha toda la maquinaria de interrogación que en el terreno de la filosofía llevó a cabo Sócrates y que luego recogió Platón. Si Edipo hubiera solo descifrado mistéricamente el enigma de la esfinge, nos hubiéramos quedado en un universo mítico-arcaico. Si Edipo quiere avanzar mucho más en el conocimiento de la identidad, tiene que empezar a disparar una serie de porqués, como aconsejaba también Sócrates, casi contemporáneo de Sófocles, y eso es porque esto necesariamente lleva a la desarticulación de la propia identidad a poner en cuestión muchos planos de lo que llamaos confidencia, y avanzar hacia otros niveles de la conciencia mucho más complejos pero que a la final dictaminan nuestra identidad real. Por tanto Edipo sería por un lado un problema de distancia, por otro lado el del paso de un tipo de sabiduría mistérica y enigmática a otra sabiduría que es la filosófica. 



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14 de diciembre de 2009
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Lo que se ha perdido

Hace unos años en un programa cultural de radio, dedicado en esa ocasión a la filosofía, el entrevistador, defensor de la presencia de una mayor presencia de esta disciplina, no ya   en la enseñanza  sino en la sociedad, me incitó a reivindicar una mayor implicación de los poderes públicos  en la formación de profesionales. Mi respuesta fue matizada, pues tras manifestarle que no podía estar más de acuerdo, añadí con algo de socarronería que, desde el punto de vista del ciudadano en general, era importante  que los demás tuvieran una vida sexual y espiritual ricas, pero que más importante era que tal fuera en primer lugar su propio caso. Manera de decir que la exigencia filosófica le concierne a todo el mundo en general y cada uno en particular, que no es satisfactorio el pensar que otros -se supone que los finos- responden plenamente a ella. Y lo que digo de la filosofía es ampliable al arte y a la ciencia y en general a todas las modalidades de fertilización del espíritu.      

Pierre- Louys Rey y Brian Rogers,  co-editores de la edición parisina  de de En busca del Tiempo perdido  ( La Pléiade 1989) finalizan su estudio relativo al último libro, El Tiempo reencontrado, con la siguiente frase: "El Tiempo reencontrado se dirige a la individualidad creadora de cada uno de nosotros y, más aun que una invitación a leer, constituye una invitación a escribir".                                 

Quisiera completar esta invitación con la siguiente frase de T. S. Eliot: "Pero no hay competencia, sólo existe la lucha por recuperar lo que se ha perdido y reencontrado y vuelto a perder mil veces"

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14 de diciembre de 2009
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El sótano de Allende

Sólo estábamos la guardiana y yo esa mañana de domingo del pasado mes de noviembre en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, al sur del céntrico Barrio Brasil de Santiago. Situado en un palacete de estilo ecléctico, entre los muchos que bordean la avenida República, este museo tiene un origen español y una historia inevitablemente agitada. Surgido de la iniciativa personal del crítico de arte sevillano José María Moreno Galván (fallecido en 1981), en un gesto de apoyo solidario al gobierno de Allende que obtuvo la respuesta inmediata de muchos grandes pintores (Lam, Saura, Frank Stella, Matta, por citar algunos), nunca llegó a abrirse en vida del presidente socialista, quien alentó desde el comienzo la propuesta de Moreno Galván y llegó a ver antes del golpe militar de septiembre de 1973 la primera obra generosamente donada, una hermosa pintura de Joan Miró. Treinta años tardó la colección formada en llegar definitivamente a Chile, tras unos avatares que recuerdan, y por similares condicionantes políticos, los que sufrió el ‘Guernica' de Picasso antes de su devolución a España.

     El museo expone en rotación un número limitado de los 2000 cuadros reunidos, estando en todo momento alguna parte del fondo en exposición itinerante por diferentes países extranjeros. El día de mi visita solitaria lo expuesto era en su mayoría pintura surrealista, no toda muy distinguida, aunque también estaban colgados varios de las grandes lienzos en permanencia. Una vitrina de la planta baja muestra objetos personales de Allende al lado de un peculiar muro de las lamentaciones hecho con fragmentos encadenados de sus discursos políticos. "¿Y los sótanos?", le pregunté a la amable guardiana. En mi guía Lonely Planet de Chile, edición española de 2009, se hablaba de que el visitante podía reconocer en ellos "cables telefónicos enmarañados e instrumentos de tortura dejados en tiempos de la DINA, que empleó el edificio como estación de escucha". La señora hizo un gesto difícil de interpretar: entre la sonrisa de disculpa y la mirada huidiza: "No hay acceso al sótano ahora, aunque usted podrá observar al salir, si se fija, restos del cableado y las antenas de escucha en el tejado".

     Al día siguiente por la noche seguí con atención, sentado en mi habitación del hotel Plaza San Francisco, a unos cientos de metros del Palacio de la Moneda, un largo y animado debate  -emitido en directo por el Canal 13-  entre los cuatro candidatos a las elecciones presidenciales chilenas celebradas este domingo 13 de diciembre. Me fascina especialmente, entre las tonalidades del castellano americano, la chilena, que oí por primera vez en España a dos magníficos escritores aquí largo tiempo residentes, José Donoso y Mauricio Wacquez; un habla levemente atropellada y hasta ansiosa, capaz, sin embargo, de la melodía más dulce. Esa noche escuché, tratando de sustraerme un poco a la encantadora música de sus acentos, los discursos cruzados entre el centro-derechista Sebastián Piñera, el comunista (aliado con la izquierda cristiana) Jorge Arrate, el independiente y antes diputado socialista Marco Enríquez-Ominami (MEO en su abreviatura no despectiva), y el candidato de la gobernante Concertación entre socialistas, radicales y democristianos, Eduardo Frei hijo, que ya fue presidente en un mandato anterior y repite opción al estar obligada la presidenta Michelle Bachelet (con un 80% de aceptación popular ahora mismo) a dejar el cargo por el límite constitucional de cuatro años.

      No soy un conocedor profundo de los entresijos de la política actual de aquel país, aunque Chile, el Chile del Frente Popular y el Chile de Pinochet y sus gorilas, fue para mi generación, acabada la guerra de Vietnam, el máximo punto de referencia moral, similar, me atrevo a decir, a lo que la España de la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura franquista fue en la conciencia de muchos de nuestros mayores de Europa y América. La pasión chilena y la amarga nostalgia ‘allendista' volvieron naturalmente a revivir (y en este caso también para numerosos ciudadanos españoles que eran niños o no habían nacido en septiembre de 1973) con los episodios del mandato judicial de Baltasar Garzón y la detención en Londres, a finales de 1998, del exdictador Pinochet, con el decepcionante final de la liberación del militar criminal decidida por un gobierno, el de Tony Blair, que ya empezaba, si no antes, la cadena de vergonzosas traiciones al espíritu progresista que decía encarnar. Devuelto a Chile, el general, como es sabido, jamás llegó a ser debidamente juzgado, utilizando argucias y mentiras hasta la muerte, en su propia cama, el 10 de diciembre del 2006.

     El debate en Canal 13 tuvo momentos muy vivos, y uno que, desde el punto de vista español, disfruté particularmente: las palabras de MEO, un político joven (36 años) de físico atractivo y vacilante discurso, acusando a Piñera de tener como consultor en política y gurú personal a José María Aznar, un jefe de estado, dijo, que ha mentido a los ciudadanos y fue "el hombre que arrastró a España a una de las guerras más crueles que ha conocido el mundo". A Frei se le acusó de haber aceptado el cambalache del retorno sin cárcel en firme ni enjuiciamiento en España del general Pinochet, y esa acusación, de nuevo esgrimida por MEO, salpicaba a Arrate, que era ministro en aquel gobierno progresista de Frei y, discrepando de la mayoría del gabinete, protestó pero no dimitió, por no hacerse  -dijo con la elocuencia que tiene este antiguo profesor de economía-  "un llanero solitario". MEO, por su parte, tuvo que arrostrar las críticas, de Piñera y Frei, a sus connivencias con los gobiernos de Chávez y los hermanos Castro, respondidas por él con una inquietante mezcla de coquetería y populismo.

     En Chile, fue mi impresión de viajero, Allende está presente, pero yo creo que para una parte muy substancial y tal vez mayoritaria de la población más como icono del pasado que como inspiración de cara al porvenir. Su estatua, de una gran fealdad artística (sobre todo en comparación con la de los presidentes anteriores que la acompañan en la plaza Constitución), está erigida a pocos metros del bombardeado palacio donde se quitó la vida tan dignamente, y no faltan en los alrededores las huellas o presencias de aquellos trágicos días: unas, conmemorativas (por ejemplo la placa mural que recuerda a los miembros de su ‘guardia de corps' caídos el infausto 11 de septiembre), y otras aún encaminadas a la restauración de la verdad, como el anuncio, en la entrada del cercano Ministerio de Justicia, de un servicio médico estatal que con una pequeña muestra de sangre "puede ayudar a identificar los cuerpos encontrados y los que se podrían encontrar".

    El mismo Palacio de la Moneda se visita libremente, con cita previa fácil de obtener, tras la decisión tomada en 2000 por el presidente Lagos. El recorrido guiado incluye los lugares del crimen: el salón blanco donde el presidente resistió hasta el último momento, la ‘chaise longue' donde se reclinó para dispararse a la cabeza, la ventana del primer piso en la que fue fotografiado por unos escolares que pasaban camino del colegio, la puerta por donde fue sacado su cadáver, tapiada posteriormente por los golpistas.

    Es comprensible que los chilenos voten el 13 de diciembre pensando en el futuro, teniendo además una situación económica -no sólo comparativamente- airosa. El país, sin embargo, y de nuevo especulo, no va a desligarse con facilidad de su aún reciente historia; en los días de mi estancia saltó a la prensa el conflicto creado por la decisión de la presidenta de nombrar como comandante en jefe del Ejército al general Fuente-Alba. El militar, subteniente con mando en 1973, nunca ha sido imputado, pero el solo hecho de haber tenido que declarar dos veces en el caso de la llamada Caravana de la Muerte bastaba para hacerle inconveniente a ojos de las asociaciones de familiares de desaparecidos. Pero me extrañó que en el amplio folleto que entregan gratuitamente al visitante del Palacio de la Moneda, con seis pequeñas fotos del estado en que quedó el edificio neoclásico tras los ataques con bomba de las fuerzas rebeldes, el único nombre propio que no se menciona en ninguna de sus páginas sea el de Salvador Allende.

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14 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Consultas populares

La democracia es deliberación y participación. Nada que objetar a quienes impulsan consultas populares sin ayuda de las instituciones ni de los partidos parlamentarios. Todo lo que impulse a los ciudadanos a debatir y a participar en las decisiones merece la aprobación e incluso el apoyo de los poderes públicos. Las iniciativas que impulsan la consulta de los ciudadanos sobre las cuestiones públicas que les afectan o sobre la organización y el futuro de la comunidad política, la polis, son muestra de vitalidad democrática; al igual que lo contrario, la aceptación pasiva de un funcionamiento mecánico y burocrático de las instituciones democráticas, es el síntoma pésimo de un sistema político en vía muerta.

Este no el problema, sea cual sea el contenido de las consultas. Iniciativas así, como la que celebraron ayer 166 municipios de Cataluña para definirse sobre la independencia respecto de España, merecen todo el respeto, como lo merecen los ciudadanos que desean expresar sus puntos de vista y especialmente cuando se trata de la primera ocasión en que pueden pronunciarse sobre una cuestión que consideran trascendental para su futuro y el futuro de su país. La dificultad llega a la hora de evaluar el precio y las consecuencias. No hay iniciativa política sin precio ni consecuencias, eso es evidente, aunque a veces algunos crean que se puede hacer cualquier cosa gratis. Especialmente cuando estas iniciativas que surgen de forma optativa se producen en mitad de una crisis económica, con una pérdida de puestos de trabajo que será en muchos sectores irreversible, de forma que se da pie a una sensación de un cierto irrealismo y de un fuerte divorcio entre las dificultades y problemas cotidianos de la gente y las propuestas políticas un tanto quiméricas y lejanas del soberanismo. Yo no sé muy bien si los dirigentes políticos nacionalistas, principalmente los de Convergència i Unió y de Esquerra Republicana de Catalunya realizaron un cálculo bien ajustado sobre las consecuencias de su apoyo sin matices a la consulta de ayer sobre la independencia, impulsada desde una plataforma a su vez independiente de los partidos. Ambas formaciones nacionalistas se situaron a rebufo de las consultas, probablemente por una mera cuestión de disputa de un importante espacio electoral. Pero una vez implicados, su compromiso puede depararles nuevas dificultades: no es fácil simultanear tareas de gobierno y de oposición, como hace ERC, o en cierta forma CiU, que apoyó el Estatut y ahora está en una iniciativa que lo erosiona. La dificultad surge sobre todo cuando se observa el nivel de participación, muy por debajo de cualquier otra consulta o elección en los últimos años, a pesar de la incorporación de los jóvenes a partir de 16 años y de los inmigrantes censados en los municipios donde se han celebrado las consultas. Y teniendo en cuenta, además, que se ha celebrado en municipios propicios, por su tamaño y por el enraizamiento del nacionalismo. Sobre todo si se piensa la lectura que se hará desde determinadas instancias políticas, donde se había denunciado como una peligrosa iniciativa ilegal que podía pone en peligro la estabilidad de España. Los resultados son buenos esencialmente para sus convocantes iniciales, militantes por la independencia de Cataluña que nada esperan del actual Estatuto ni del gobierno tripartito. Pero son malos para todos los otros, incluidos los socialistas, pues demuestran la limitada capacidad de movilización del independentismo y refuerzan la teoría, más que discutible, de que una sentencia negativa sobre el Estatuto será encajada sin muchos problemas por la sociedad catalana. Sólo el PP y Ciutadans, entre los partidos parlamentarios, pueden regocijarse seriamente por el desarrollo de la jornada. Mucho me temo que sería mejor que de momento se aplazara la idea de realizar la consulta en Barcelona el 25 de abril.



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14 de diciembre de 2009
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Acerca de un pasado con futuro

La amenaza de muerte iguala a las personas. Es menos frecuente que el suicidio las iguale; tal es el caso del miserable De Juana Chaos y la digna Amninatu Haidar. Ambos parecen mártires de una patria, la vasca y la saharaui, pero son opuestos. A los vascos nunca se les colonizó sino que ellos colonizaron. Los saharauis, en cambio, son un producto de aquellas fronteras que se trazaron con tiralíneas en los despachos europeos. El mapa de las colonias, aunque está en la raíz de muchas matanzas actuales, es ya un fantasma; el de las nacionalidades europeas aún respira.

     Tengo delante de mí el mapa que las Waffen SS propusieron a Hitler para cuando el Reich dominara la totalidad del continente. Debería enseñarse en las escuelas. Las autonomías españolas figuran al completo con leve diferencia, como una Andalucía dividida en "Guadalquivir" y "Bética". Tampoco difiere mucho el mapa francés, si bien los bretones pasan a ser "Armoricanos". Italia e Inglaterra no deparan sorpresas, aunque Irlanda figura como unidad. Por supuesto Suiza ha desaparecido y la frontera europea se detiene a las puertas de Rusia. Es en la Europa Central donde surgen decenas de nacionalidades: "Panonia", "Oltenia", "Vanania", "Poznania"...

     Si en el mapa de la colonización europea lo que salta a la vista con notable cinismo son los intereses económicos empresariales (la bomba atómica iraní está en el ángulo recto de su frontera con Irak), en el mapa nazi se da un híbrido delirante (¡y tan actual!) de antropología mítica, geografía arcaica, racismo "científico" e historia sagrada. Hay "nacionalidades" que aparecen como etnias, las hay que responden al mero folklore o al paganismo animista, otras son culturas legendarias o lugares fabulosos de las crónicas medievales.

     Lo notable es que el mapa nazi pretende lo mismo que el del imperialismo: crear infinitos intereses minúsculos destinados a generar tal sinnúmero de conflictos que "los pueblos" acaben suplicando mano de hierro al Führer. Y si bien el mapa imperial es una ruina, el de los nazis parece seguir con vida.

 

Artículo publicado el sábado 12 de diciembre de 2009.

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14 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La cama

Hace nada menos que cuarenta años se publicó un libro sobre arquitectura de un escritor chileno llamado José Ricardo Morales. Esta obra titulada Arquitectónica fue editada en dos volúmenes y cuando la conseguí y la aprendí me parecía que dentro de ella se hallaba todo lo que siempre y tennazmente me había obsesionado sobre los objetos caseros. Por ejemplo, la silla, que examinaré en  otro lugar y la cama, el mueble rey de la comedia y la tragedia domésticas.

Morales que amaba la etimología por encima de todas las cosas deducía que la idea de "ser" procedía e sedere, estar sentado o en su extremo hallarse, en general, aposentado. La fonética de sedere, por añadidura, se aproximaba mucho a essere y apoyándose en el diccionario de Corominas, podría concluirse que "ser" significa lo definitivamente establecido. El "residente" es el asiduo del lugar, el que repite sede. Pero también permanecer continuadamente en determinada "sede" o asiento transforma a este lugar en "sitio" y se hace, por tanto, "situable".

La cama que abate la posición corriente del homo erectus, listo para la lucha o la marcha, representa un elemento claramente femenino. El hombre yace, se acopla al yacimiento, se acerca a la matriz. Las aguas del río masculino fluyen y el "lecho" lo acoge en sus brazos.
La idea de estabilidad y origen  (establo, cibija/cobijo, reposo, poso, yacija, matriz) se halla tan asociada a la cama y por derivación al estatus afianzado que en el siglo XV, cuando ya se había introducido el importante dosel, los señores más acaudalados mostraban a las visitas una hermosa cama como  señal de riqueza y sin que sirviera para acostarse en ella. Se trataba no de un mobiliario para dar asiento al sueño sino como simbólico artefacto de poder.

De hecho cuando Carlos el Atrevido, duque Borgoña, se casó con Margarita de York en 1468, su vivienda disponía de una cámara pequeña en la se dormía realmente y una estancia destinada a las recepciones en la que había lo que se llamaba lit de parement, cama de adorno. Esta investigación de Edward  Lucie Smith en Breve historia del mueble fue el preludio de la consideración que se le concedió también en el palacio de Versalles durante el siglo XV o en la corte de Eduardo IV, en Windsor que tanto asombró  al embajador borgoño Gruuthuse, en 1472, puesto que tras mostrarle un suntuoso lecho se le hizo saber que aquello no era para dormir (era para presumir) y fue llevado a continuación a un  cuarto con sencillo camastro.

No hace falta insistir demasiado sobre el valor, el significado y la poderosa presencia doméstica de la cama. En buena medida el suceso que desconcertó al embajador borgoño lo vi repetir en la casa de unas señoras amigas en Villafranca de los Barros que cuando enseñaban su nuevo cuarto de baño a las vistas, decían "y por el momento gracias a Dios no hemos tenido que usarlo". Su camastro funcional era el retrete y el cuarto de baño en los años cincuenta un bien de lujo.

La cama en fin fue el lugar natural del nacimiento en esa época y hasta el estreno reciente de las secciones hospitalarias de puericultura. La cama continúa significando la base técnica y tópica del amor carnal, la matriz de la confidencia, la máxima delación, el espionaje y el sexo. El lugar contradictorio donde tiene lugar tanto la escena más despierta del cuerpo erótico y como la más dormida. El catafalco para morir y, también, para resucitar. La plataforma donde se dimite del mundo o aquella que, como en los tiempos romanos, permitía reclinarse mientras se comía o hablaba con los subordinados. Incluso refiriéndose a los años de la posguerra me contaba Luis Carandell que un tío suyo médico recibía a los pacientes reclinado en  la cama y aquella postura lejos de restarle autoridad aumentaba la credencial y la magia de su ciencia 

Hacer la cama guarda todavía el doble significado de engañar a alguien vilmente y prestar socorro noblemente al enfermo, al ser querido o al desvalido. Representa el lugar de los sueños y de las pesadillas, el mueble que cambia nuestra mente de lugar y de actuar como un faro erguido se comporta como una luz  basal  que, a menudo, en la duermevela ve más allá en el horizonte. De hecho el niño verdaderamente ilustre ha venido disponiendo durante siglos de dos camas: una para el día y otra para la noche en busca de una rica educación que le hiciera sacar el mayor provecho horizontal desde dos sedes y puntos de vista.

 Meterse en la cama da a pensar negativamente en nuestra cultura de la acción constante pero lo peor es la supuesta rendición que se escenifica uniendo el sentirse mal con decidir encamarse. Ira a la cama equivale a huir del mundo y darse de baja en él. Dentro de la cama, sin duda, se despliega como en ningún otro sitio un teatro dinámico de conceptos, recuerdos, collages y composiciones muy creativas, pero a los ojos de los otros el encamado aparece como un disminuido, falto de altura.  Un menos en la intervención social puesto que ese mueble posee no ya la característica de mostrarnos en decúbito sino presos en sus manos. Envueltos en una ondulación de telas que sin asociarse directamente al amortajamiento lo citan sigilosamente. Las sábanas poseen esta altísima convención bíblica: hacia la sepultura y hacia la resucitación. Telas que alteran -como diría el gran José Ricardo Morales- provisional o definitivamente nuestros "telos".   



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14 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Anemia de argumentos

Foto: tomada de actualidad.orange.es Un molote agredió el pasado 10 de diciembre a mujeres que sólo llevaban gladiolos en sus manos. Puños levantados -instigados por policías vestidos de civil- rodearon a esas madres, esposas e hijas de los encarcelados desde la Primavera Negra de 2003. Varios de los atacantes se aprendieron el guión a la carrera y mezclaban las actuales consignas políticas con los gastados /slogans/ de hace casi tres décadas. Era una tropa de choque con licencia para insultar y golpear, otorgada ?justamente- por quienes debieran mantener el orden y proteger a todos los ciudadanos. En el noticiero del viernes, un periodista llegó a decir que quienes increpaban a las Damas de Blanco representaban al ?pueblo enardecido?, pero en la pantalla no se les notaba un solo viso de espontaneidad o de real convicción. Sólo parecían fanáticos con miedo, con mucho miedo. Me da vergüenza decirlo, pero en mi país los demonios de la intolerancia estuvieron de fiesta el día de los Derechos Humanos. Fueron incitados por quienes hace mucho perdieron la capacidad de convencernos con un argumento o de atraernos con una nueva y justa idea. Ya no tienen ni siquiera una ideología, de ahí que sólo les quede manejar los resortes del temor, apelar a los ?ejemplarizantes? actos de repudio para detener la creciente inconformidad. Sin embargo, en los rostros de esos convocados al linchamiento social se podía percibir como la duda alternaba con la furia y la exaltación con los temblores de saberse observados y evaluados. Por doloroso que sea, es fácil prever que quizás un día una multitud igual de irreflexiva y ciega dirija su cólera hacia los que hoy azuzan a unos cubanos contra otros. A falta de aperturas, de más comida sobre el plato, de cambios estructurales o ansiadas flexibilizaciones, el gobierno de Raúl Castro parece haber optado por el castigo como fórmula para mantenerse. No muestra resultados palpables de su gestión, pero hace sonar los oxidados instrumentos de la coacción y las viejas técnicas del castigo. En los últimos meses ya ni siquiera lanza promesas al vuelo, ni enuncia planes para fechas imprecisas. Más bien se ha llevado la mano al cinturón y no precisamente para apretárselo en un gesto de austeridad o ahorro, sino para usarlo como hacen los padres autoritarios, sobre el pellejo de sus hijos.



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13 de diciembre de 2009
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El Boomeran(g)
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