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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Coetzee, entre la realidad y la ficción

Hace algunos años, un profesor en Oklahoma me contó una anécdota de J. M. Coetzee. Un amigo de Coetzee, productor de televisión, viajaba a México para entrevistar a García Márquez. Coetzee admiraba a Gabo y quería conocerlo, de modo que viajó con el productor. Sin embargo, una vez que llegaron al lugar de la entrevista, Coetzee, que ya era un escritor famoso, le pidió anonimato al productor. Así que saludó a Gabo, buscó una silla y se fue a una esquina de la sala y presenció la entrevista como si fuera un técnico más del equipo. Cuando todo terminó, Coetzee fue el primero en marcharse. Gabo no pudo resistir la curiosidad de preguntar quién diablos era ese ser tan extraño. "Coetzee, el escritor", dijo el productor. Y García Márquez dijo que se lo debía haber dicho antes: admiraba a Coetzee, le hubiera encantado conocerlo.  

Quizás la historia no sea cierta, pero es verosímil: va perfectamente de acuerdo con la leyenda de Coetzee como un hombre lacónico, solitario, humilde, un asceta alejado de la feria de vanidades de la vida literaria. Summertime, su nueva novela, no sólo se encarga de ratificar esa imagen, sino que va aun más allá. Por supuesto, toda esta construcción es un elegante juego de espejos: la novela toma la forma de una serie de entrevistas hechas por un biógrafo de Coetzee a gente que lo conoció a mediados de los setenta, años cruciales en la carrera literaria de este escritor (ya muerto, según la novela). Lo que emerge, entonces, es una suerte de autobiografía. El hecho de que nos preguntemos si la vida del Coetzee personaje es similar o diferente a la del Coetzee real muestra cuán persuasiva es la compleja estrategia narrativa de esta novela. Summertime es metaliteratura de las buenas, en las antípodas de los juegos simplones entre autor y personaje que aparecen en las últimas novelas de Paul Auster.

Summertime tiene obvias relaciones con Infancia y Juventud, los dos relatos autobiográficos de Coetzee. Aquí, Coetzee rememora e inventa el período de la publicación de Dusklands, su primera novela. La Sud África que aparece en estas páginas es la del "fin de juego" del apartheid. En ese país deambula un Coetzee fantasmal, incapaz de dejar una impresión duradera en los otros: "Para mí, francamente, él no era nadie. No era un hombre de sustancia. Quizás podía escribir bien, quizás tenía cierto talento para la escritura, no lo sé... Sé qué se ganó una gran reputación después, pero, ¿era de verdad un gran escritor? Tener talento para la escritura no es suficiente para ser un gran escritor. Para ello tienes que ser también un gran hombre. Y él no lo era. Él era pequeño, un hombre pequeño y sin importancia".

Las palabras son de Adriana, una de las entrevistadas, condensan brutalmente lo que de una manera u otra dicen los otros de Coetzee; como un santo secular que encuentra placer en la humillación, el escritor flagela constantemente a una versión de sí mismo. En la novela, lo único que le interesa a Coetzee es la escritura: sus libros son, serán "un intento de inmortalidad". El dilema ético de Summertime es, entonces, el abismo moral que separa a la vida del arte. Ya hemos visto este debate repetidas veces--¿podemos disfrutar las novelas del fascista Celine?--, pero Coetzee lo lleva a un plano radical: visto bajo un poderoso microscopio, ningún artista está a la altura de su obra.

Coetzee ha encontrado formas de no hundirse en la irrelevancia que ataca a los escritores apenas ganan el premio Nobel. Summertime no es Esperando a los bárbaros ni Vida y época de Michael K., pero tampoco desentona en una obra que se erige, a pesar de lo que diga el propio Coetzee, como una de las más ambiciosas de nuestro tiempo.

(La Tercera, 1 de diciembre 2009)



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3 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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César Aira locuaz

César Aira en el libro de Daniel Mordzinski, fotografiado en la bañera por Daniel. Fuente: hispacpage ¿Y ahora qé? ¿Dejará de ser el misterioso misterio de América Latina? Una muy extrensa entrevista a César Aira en México DF, en la que se muestra insólitamente locuaz, aparece en la última edición de Letras Libres. Habla de todo, absolutamente de todo. Desde cómo escribe hasta su influencia de Trilce de Vallejo. Sobre los escritores intelectuales y los subsidiados. Sobre qué significa que lo crean outsider hasta por qué escribe novelas breves. El ABC Aira, ni más ni menos. La revista la realizó Pablo Duarte y ha sido publicada también en el suplemento ADN de La Nación en Argentina. Selecciono aquí algunas preguntas:-¿Ser una figura pública es un agobio? ¿Un mal necesario?-Lo es solamente en los viajes. En la Argentina he bajado la cortina y nunca hay entrevistas, muy de vez en cuando participo en algún congreso, en un panel, una o dos veces al año. Y no hago ningún tipo de vida pública. Cuando viajo sí, porque a veces es el precio que hay que pagar para que lo lleven a uno a algún lugar lindo del mundo, y lo hago con gusto. Hablar de uno mismo siempre reconforta el ego, sobre todo ver que hay algún interés por uno.-Más bien es usted una figura retraída, doméstica...-Sí, sí. No porque sea una estrategia mía, es lo natural en mí. Me sigue gustando escribir, cosa que es bastante rara entre escritores. Quiero seguir escribiendo. Tomarme tiempo, tener disposición mental para escribir. No necesito exposición pública.Está también la idea de que el escritor tiene que opinar sobre todo, volverse una especie de oráculo...-Hay muchos a los que les gusta eso. El hecho de haber escrito unos libros es la excusa para hacer esto que quieren: opinar sobre el ser nacional, como se dice en la Argentina, sobre los problemas sociales del mundo, de la vida, de la ética. Quizá no está tan mal eso, porque después de todo un escritor es un profesional de la palabra. Sabe, ha aprendido, si ha hecho bien su aprendizaje, a hacer oraciones que suenen bien...-Me gustaría que me contara un poco sobre su proceso de escritura. Ha hablado de que escribe sólo una carilla diaria...-Mis novelas parten de una idea, de algún tipo de juego intelectual, de algo que me parezca prometedor y desafiante. A ver si se puede hacer, no sé, qué sé yo, un hombre que se transforme en ardilla poco a poco. De ahí me lanzo a la aventura, a ir improvisando cada día.-¿Dónde escribe? ¿En su casa, en su estudio?-No, no. Cuando mis hijos eran chicos, vivíamos en un departamento muy pequeño, y me acostumbré a ir a un café, sentarme y escribir ahí. Buenos Aires es una ciudad, bendita sea, que tiene muchos cafés muy acogedores donde uno puede quedarse tranquilamente. En mi caso, nunca mucho. Media hora, una hora, en que me siento, a mitad de la mañana. Mis hijos crecieron, se fueron a vivir solos, pero la costumbre mía quedó. Así que todas las mañanas, a media mañana, me voy a un café y hago mi sesión del día: escribir una paginita, porque voy escribiendo muy despacito. A veces he pensado si lo mío no se parece más al dibujo que a la escritura, en el sentido de que soy muy fetichista de lapiceras, tintas, papeles buenos, cuadernos muy exquisitos, y escribo tan despacito y pensándolo tanto. Todo lo mío tiene un componente visual muy grande. Siempre estoy pensando que se vea bien lo que estoy escribiendo, al final de cuentas me parece que estoy haciendo un dibujo cada día.A pesar de esa fijación con mostrar, el lenguaje de sus novelas es bastante claro, diáfano.-Eso lo he hecho por intuición, pero me doy cuenta de que, como la invención mía es tan barroca, no podría agregarle un barroquismo del lenguaje porque sería una superfetación. Para servir a esa imaginación un poco desbocada que tengo, se necesita una prosa lo más llana y simple posible.-Podría ser visto casi como un gesto de cortesía...-Eso lo he notado cuando viajo a cualquier lado por la aparición de un libro mío. Yo corro con ventaja porque muchas veces llega un autor a presentar un libro y en la redacción te dicen que tenés que leerlo para mañana. Y resulta ser un libro así de gordo, pesado, aburrido, lleno de reflexiones metafísicas. Bueno, ese entrevistador va a ir con una mala leche... En cambio, en mi caso, es un librito así, de setenta páginas, que se lee en un rato, más o menos divertido. Entonces ya vienen con una sonrisa y me tratan bien.-¿Así que la brevedad es algo muy pensado?-Cuando empecé a escribir y a publicar, traté de ir a extensiones normales y publiqué varias novelas de doscientas páginas; en una creo que llegué a trescientas. Pero haciendo un esfuerzo. Y después, a medida que los editores me iban aceptando más como soy, fui yendo a lo natural en mí. Creo que ese formato de unas cien páginas, a veces poco más, es lo natural en mí. Digamos que es el formato ideal para el tipo de imaginación, de historias que yo invento.En cuanto al proceso de escritura, usted ha estado muy cercano a las vanguardias literarias. Me interesa preguntarle sobre la idea de poner más peso en el proceso de creación que en el resultado final.-Sí, ésa es una de las características, inclusive del arte contemporáneo. Tampoco hay que exagerar demasiado ahí porque este process art termina siendo ombliguista, mirarse a sí mismo.En esto yo, como en tantas otras cosas, como en el pago de los impuestos, soy normal y voy al término medio. Sí, me interesa el proceso, dejar desnudo el proceso de la escritura, que se vea, pero también tener cierto respeto por el resultado. Que quede algo ahí. Creo que estoy en un término medio.-A usted, sin embargo, lo ubican como un marginal, como un outsider, un escritor para fieles pero no para mayorías.-Eso le estaba diciendo ayer a mi editor acá, que yo soy uno de esos escritores que nunca van a tener público, pero siempre van a tener lectores, lectores sueltos. Nunca van a coagular en público, que es lo que hace al negocio. En mi caso no va a ser así.Hablando de los colegas jóvenes, no recuerdo quién decía que a sus contemporáneos y a sus menores uno en realidad no los leía, sino que los vigilaba. ¿Usted qué relación tiene con sus contemporáneos, con los menores? ¿Los lee?-Sí, los leo. Leo bastantes dos primeras páginas. Es raro que siga. Creo que la narrativa, en la Argentina por lo menos, ha caído en un realismo un poco chato, casi costumbrista, costumbrista tecno, pero costumbrista al fin. Hay una chatura tal (y me sucede con muchos jóvenes que se reclaman de mi influencia, de mí como modelo) que, cuando leo lo que escriben, me sorprendo. Ha quedado muy relegada la invención. Hay como más voluntad de testimonio, de estas vidas maravillosas que estamos llevando. Creo que la historia les ha jugado una mala pasada a los novelistas, y es que les ha solucionado muchos problemas. Y una novela sin conflicto... Estos jóvenes de clase media, que son los que escriben, los que van a la Facultad de Letras, hoy día ya no tienen ningún problema, la historia se encargó de solucionarles todo. El problema sexual, por ejemplo: hoy los jóvenes no tienen los problemas que teníamos nosotros. Entonces se inventan. O recurren a la neurosis. A la hipocondría. Y toda esa miseria psicológica a mí me cansa. Yo quedé como enganchado a las novelas de piratas: salgamos al mar a hacer algo, a tener aventuras. Este realismo de barrio elegante, Palermo Soho, no me convence.-Por ahí decía usted que la realidad la hacían los otros, y que usted estaba ahí mirándola como espectador. Me parece que eso tiene que ver con su apuesta y su fidelidad por la fábula y por la invención, algo que es por lo menos poco practicado.-Exacto. Lo que pasa es que una fábula, un cuento de hadas, es poco serio. Entonces, para darle seriedad, hay que hacerlo bien. Y ahí me temo que estos jóvenes desconfían un poco de sí mismos. No me voy a largar a meter a un enanito volador en mi novela porque eso lo tendría que hacer muy bien para que funcione, entonces se refieren a la rave, que ya lo tienen más controlado.Para hablar de poesía, usted ha tenido relación con grandes poetas, ha escrito sobre Pizarnik.-Me formé en medio de poetas, y de ahí creo que viene este amor mío por los libros pequeñitos, que a mí me parecen joyas. Y los libros gruesos me parecen un poco groseros, para seguir con la etimología. Como nunca escribí poesía, en cambio escribí novelitas que parecen libros de poesía. La poesía me parece que es el laboratorio de la literatura. Ahí se prueban las innovaciones, los juegos más extremados. En la narración esos juegos pueden servir como modelos para estructuras distintas...-¿De la poesía qué más le interesa?-La buena poesía. Uno de los primeros libros que leí en mi adolescencia y que me hizo descubrir algo importante fue Trilce, de César Vallejo. Ese libro me hizo descubrir que la literatura también podía ser enigma. Cuando lo leí por primera vez, a los catorce o quince años, no entendí nada, ni una sola palabra. Y eso me deslumbró. De hecho, pienso que lo que se llama literatura infantil ahora tiene el defecto de que simplifica mucho el vocabulario. Porque a los niños les encanta, los hechiza la palabra que no entienden. Bueno, a mí me pasó con Trilce, que sigue siendo un libro favorito mío y que me mostró cómo la literatura podía ser enigma, misterio. Lo releo por lo menos una vez al año, le doy una relectura a Trilce para refrescar esa maravilla.-Quisiera volver al escritor como figura pública, al escritor que opina. Hay una ligereza en usted que puede ser bastante sana. Una ligereza que se corresponde en su escritura...-Eso es lo que siento naturalmente. Creo que la literatura no tiene una función importante en la sociedad. Por otro lado, pienso que la literatura siempre ha sido, es y va a seguir siendo minoritaria, para unos pocos, y que tiene que ser opcional. Hay muchos colegas míos que casi están predicando la obligatoriedad de la literatura. Hacer leer a los jóvenes. Eso no me gusta. En nuestra sociedad todo se va volviendo paulatinamente obligatorio, así que dejemos la literatura como actividad optativa. Que lea el que quiera. El que quiera leer va a tener mucha felicidad en su vida, pero si no quiere leer, también puede ser muy feliz. No soy un evangelista de la lectura. Ahora se ha puesto de moda eso, promover la lectura. Hay hasta fundaciones que se dedican a eso. Yo sospecho que todos los que hacen ese trabajo, y cobran muy buenos sueldos por hacerlo; no leen nunca. Los que sí leemos no somos tan proclives a promover la lectura. Quizá porque hemos aprendido que es la actividad más libre que uno puede hacer.-¿Qué opinión le merecen los escritores serios, los intelectuales?-No saben lo que se pierden. No saben cuánta libertad están perdiendo. Yo pienso, y lo he dicho varias veces, que es cada vez más difícil escribir literatura seria hoy. Ha habido todo un proceso, en los últimos cien años, de ironía, de distanciamiento. Hoy, escribir en serio o hablar en serio es ponerse en el borde, en la cornisa de la solemnidad, de la tontería, del lugar común, del patetismo, de la mentira biempensante. Y quizás es un poco triste eso: estamos obligados al chiste.En cuanto a la relación del escritor y el poder, aquí en México hay programas gubernamentales que becan a los creadores nacionales...-En la Argentina por suerte nunca pasó. Desde que existe la Argentina, los escritores han vivido de su trabajo. Eso no sólo les da una independencia respecto del poder, sino que les da también un sentido de la realidad, les da garra. Me parece que un escritor subsidiado es un escritor lavado. No por sumisión al poder, que también los hay, sino que se pierde el sentido de la realidad. En la Argentina muchos de mis colegas están poniendo a México como el ejemplo que se debería seguir, pero a mí no me parece tan bueno. No que tenga nada contra México y la riquísima literatura mexicana, pero eso me parece peligroso.-¿Y qué escritores mexicanos cuenta entre sus influencias, entre sus lecturas tempranas?-Lecturas tempranas no tanto, quizá Payno, Azuela. Los de abajo fue una lectura de adolescencia que me gustó; ahí sí hay garra, hay fuerza, hay un sentido de la realidad. Mis novelas de la revolución favoritas pasaron a ser otras, más del tipo dibujo animado: Se llevaron el cañón para Bachimba, de Rafael F. Muñoz, o Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia. Y después, estudiándola más, porque soy un lector ordenado, orgánico, descubrí a mis escritores mexicanos favoritos a la fecha, sobre todo Gerardo Deniz, al que leo y releo. Es un poeta enigma. Quizás hasta más que Trilce de Vallejo. Y Elena Garro, que la adoro. Me parece que como escritora es genial, una de esas que aparecen una vez cada cien años. Creo que es la más grande novelista del siglo XX.



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2 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Subastan Olivetti de McCarthy

La Olivetti de McCarthy. Fuente: revistañ Los fetichistas literarios quizá saben que, al igual que muchos escritores que se niegan a ingresar al mundo cibernético, Cormac McCarthy escribía aún en máquina de escribir mecánica. Lo que probablemente no sabían era que lo hacía en la misma máquina desde hace décadas, una Olivetti lettera 32 color verde hospital psiquiátrico, bastante feíta y anodina la verdad, donde tipeó todas sus novelas hasta hoy. Increíble para quienes, como yo, prácticamente vivimos pendientes de los dictados del dios Steve Jobs antes de escribir lo que sea (mi próxima novela deberá esperar a que me consiga la nueva iMac y su delicioso wireless keyboard and Magic Mouse). Pero las futuras novelas de McCarthy deberán ser escritas con una nueva Olivetti o algo enchufable. Según Andrés Hax, en revista Ñ, se subastará la máquina del norteamericano para recaudar dinero para el Santa Fe Institute. Se espera 20,000 dólares. Hax, optimista, está convencido de que llegará a 100,000 dólares. Dice la nota:Es imposible imaginarse que hoy un joven novelista que recién comienza su carrera podrá terminar escribiendo su obra entera -durante los cincuenta años o más que vienen- exclusivamente en una sola máquina de escribir. Sólo por ese hecho la subasta de la Olivetti (modelo Lettera 32), que se hará en Nueva York este viernes, será un evento extraordinario para los fetichistas y coleccionistas de artefactos del mundo literario. Pero además, la máquina pertenece a uno de los mejores novelistas estadounidenses después de Ernest Hemingway y William Faulkner. Según el sitio de la subasta se estima que se venderá en una suma entre $15.000 y $20.000. Este redactor apuesta que la cifra superará los $100.000 dólares. Solo se tienen que meter un Johnny Depp y un Brad Pitt a combatir en la puja para que sea la subasta sorpresa del año. (...) Ñ Digital habló por teléfono con el instigador de la subasta, un amigo y colega de McCarthy del Santa Fe Institute, el economista John Miller. "Yo estaba hablando con Cormac y me comentó que por fin se le había roto su Olivetti. Cómo no maneja Internet ?no tiene, ni usa computadora- yo le dije que le iba a conseguir una nueva: y le compré un modelo igual en e-bay por menos de diez dólares." Fue Miller a quién se le ocurrió preguntarle a McCarthy si vendería la máquina para donar los fondos al instituto. [...] Miller le contó a Ñ Digital que cuando le sugirió a McCarthy que se podría subastar la Olivetti y donar las recaudaciones al Instituto el novelista no dudo. "Aceptó inmediatamente. Se puso en contacto con un amigo en Nueva York para arreglar la subasta, porque yo no sé nada de estas cosas." El amigo, Glenn Horowitz ?un librero anticuario? de Nueva York que hizo el puente entre McCarthy y la casa de subastas Christie's también habló por teléfono con Ñ Digital desde su librería/galería en East Hampton. "Yo creo que Cormac reconoce cuan generoso ha sido con el el Instituto de Santa Fe. Y esto es una manera de agradecerlos. En un momento pensé en comprarla yo mismo, pero después pensando en el estatus ya legendario que ha conseguido Cormac decidí que lo mejor sería ofrecerlo en una subasta pública; que le daría más beneficios al Instituto y que ?además- sería muy divertido." La Olivetti viene acompañada con una carta escrita por McCarthy certificando que es su máquina de escribir: "Esta máquina de escribir fue comprada por mi en una casa de empeño en Knoxville Tennessee en el otoño de 1958. Pagué cincuenta dólares por ella. Es una Olivetti Lettera 32 y el número de serie es 2143668. No ha sido arreglada o limpiada salvo una vez que le saque el polvo con un compresor de aire en una estación de servicio en el otoño de 2009 cuando ya estaba empezando a mostrar signos de desgaste... He tipiado sobre la máquina de escribir todo los libros que he escrito, incluyendo tres que no se han publicado aún. Incluyendo todo los borradores y correspondencia que escribí diría que han sido cerca de cinco millones de palabras a lo largo de un periodo de 50 años.



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2 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Juan Marsé (casi) en Guadalajara

Berta Marsé en la presenta el libro "Paseo por los mundos de Joan Marsé" en el programa literario de la 23 Feria Internacional del Libro de Guadalajara © Cortesía FIL Guadalajara / Diego Zavala Scherer Por motivos de salud, Joan Marsé no pudo estar en la FIL Guadalajara 2009, pero su presencia se dejó notar. Y no a través de una conferencia virtual, a lo Bradbury, sino con un mensajero especial: su hija Berta. Ella leyó, por encargo de su padre, las primeras frases del libro aún inédito de Marsé Aquel muchacho, esta sombra. Además, se exhibió un video con imágenes familiares extraídas del album Marsé (el pre-Facebook). Dice la nota:Cumplió Berta, ningún atisbo de panegírico. Marsé publicó aquí, en México, en 1973, Si te dicen que caí, que la censura no quiso dejar pasar en España; aquí conoció a Juan Rulfo, su maestro. Muchos años después, esta feria le concedió el premio Juan Rulfo, que ya no se llama así. "Yo lo sigo llamando así", decía Juan en su mensaje. "Veinticuatro años antes de aquel inmerecido regalo, en septiembre de 1973, el gran escritor y yo nos habíamos conocido en la ciudad de México. Nunca podré olvidar su gentileza y su afecto, y me parecería una traición a su memoria llamar de otra manera a un premio que tanta ilusión me hizo por llevar su nombre y del que tan orgulloso me siento". Fue un acto sencillo; Marsé nunca se ha hallado bien en medio de las solemnidades, y su hija Berta le dio la dimensión adecuada a la sintonía de su padre con el público y con la vida. Fueron desfilando fotografías familiares: con Joaquina, su mujer; con Guille, su nieto; con Jaime Gil de Biedma, con Carmen Balcells, con sus compañeros de la revista Por Favor, con sus padres adoptivos, con sus amigos Carlos Barral o José Agustín Goytisolo, con el taxista Domingo Faneca, su padre biológico, con sus hijos... Berta fue festoneando esa presentación íntima de los mundos de Marsé con algunas frases del discurso con el que este año recibió el Cervantes. Recordó, por ejemplo, sobre la foto de Juan con su agente: "Y de manera muy especial deseo mencionar a Carmen Balcells, mi agente literaria de toda la vida, de ésta y la de más allá, sobre todo el día que tomé prestada una ocurrencia de Groucho Marx y le dije: "Querida Carmen, me has dado tantas alegrías, que tengo ordenado, para cuando me muera, que me incineren y te entreguen el 10% de mis cenizas". Las imágenes de la vida, las imágenes del recuerdo de cuando era el niño que aparecerá en Aquel muchacho, esta sombra, la novela que está escribiendo. No es habitual que Marsé revele el texto en el que aún trabaja. Le dejó a Berta el comienzo, y sobre las imágenes de la Guerra Civil en Barcelona, la hija leyó lo que el padre recuerda el 26 de enero de 1939, cuando desfilan los nacionales por Barcelona y ya él comprobó que la vida iba en serio. Juan tenía entonces seis años (...)



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2 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Olguín salió campeón

Que el premio Tusquets haya ido a parar a manos de Sergio Olguín es una maravillosa noticia para mí. En primer lugar, porque Sergio es un gran escritor. (¿No leyeron Lanús?) Pero también por su campaña eterna en defensa de la buena literatura que la academia y los grandes medios de la Argentina suelen ningunear. Sergio es de los que no se traga las figuritas que los medios pretenden hacerle bajar por la garganta. El sabe muy bien que la verdadera vida (literaria) suele estar en otra parte.

         La novela por la que ganó se llama Oscura monótona sangre, a partir de unos versos de Salvatore Quasimodo ("No sabre nada de mi vida / oscura monótona sangre"), y según propia confesión surgió como reacción a un sentimiento que no me cuesta nada entender: "Me molesta el modo en que los medios de comunicación tratan superficialmente el tema de la inseguridad". Dice Sergio que la novela es de algún modo la inversión de un clásico argentino, el cuento Cabecita negra de Germán Rozenmacher: "Ya no son los cabecitas negras que acechan las casas de los burgueses para conseguir lo que no tienen, sino las clases medias que se meten en la villa para conseguir lo que no tienen". O sea, en este caso: sexo.

         Policial a la manera de su idolatrado Simenon, Oscura monótona sangre transcurre entre Barrio Norte y la Villa 21, extremos del espectro social en la ciudad de Buenos Aires. El premio se lo concedió un jurado compuesto por Juan Marsé, Almudena Grandes, Jorge Edwards, Elmer Mendoza y Beatriz Moura.

          Qué ganas de leerla tengo...



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2 de diciembre de 2009
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Literatura versus nihilismo

Todos aceptamos que la imaginación tiene en los  en los niños este  papel  primordial, que no se halla en ellos sometida a realidad empírica, sino que se sirve más bien de la misma.  Mas a la vez tendemos a pensar que ahí reside precisamente la razón de  que  la vida infantil no sea paradigma de la vida cabalmente humana, y asimismo... la razón de que la vida literaria no pueda ser tomada con excesiva trascendencia. Es muy generalizada la convicción de que de alguna manera el arte empieza allí dónde acaba aquello realmente en lo que, por así decirlo, nos la jugamos. Hay incluso en la actualidad escritores que parecen llevar esta convicción hasta sus últimas consecuencias, proponiendo una literatura cuya misión sería en cierto modo extirpar todo rescoldo de trascendencia. Y así, tomando más o menos pretexto, en el manido tema de la decadencia de la novela y hasta del agotamiento de la poesía (lo cual obligaría a apostar a una suerte de post-poesía), ideas que son casi tomadas como axiomas, se exacerba el peso de nomenclaturas sin excesiva significación (indie etcétera) y se estruja  el desecado concepto de post-modernidad (quizás estéril desde su origen). Que eventualmente ello se haga con talento, no mueve sino a lamentar que ese talento no se despliegue en proyectos más fértiles, proyectos menos marcados por el nihilismo. Pues la reducción de la literatura a un análogo de los juegos de diseño no hace en efecto otra cosa que manifestar esa ausencia de confianza en la potencia del rasgo que caracteriza al hombre en el seno de la naturaleza y de la animalidad. Pues sólo la confianza en que la palabra constituye efectivamente ese verbo en el que la naturaleza y la vida superan su inmediatez, posibilitaría el responder a la exigencia que se halla en la base de la obra literaria: exigencia de no subordinar, no reducir y sobre todo no traicionar esa misma palabra que, en el seno de la determinación natural, sería potencia de apertura, es decir, de libertad.

 La concepción radical de la literatura (y en general la obra de arte) como una suerte de búsqueda del Grial, equivale a una  apuesta por la posibilidad de una reconciliación; reconciliación  que no consiste en otra cosa que en retornar a aquello que se ha perdido cuando los árboles dejaron de hablar, cuando los árboles se escindieron del mundo "interior", es decir, del  mundo de esa singular  alma animal que es el alma  humana;  singular en razón  de su porosidad, de su permeabilidad absoluta a los efectos del lenguaje. En la literatura habría pues un elemento de revivificación que no se da mientras permanecemos anclados en la cotidianidad del presente, por un lado, en la memoria ordinaria del pasado, por otro lado. La literatura permitiría que la imaginación juegue plenamente la función de efectuar síntesis que constituye su nota primordial. Pero no se trata de una síntesis con elementos dados, sino una síntesis en la que la operación sintética no se halla subordinada a otra cosa que no sea la síntesis misma.

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2 de diciembre de 2009
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II. Un fantasma del pasado

Me dieron un apartamento en Wilmersdorf, uno de los antiguos barrios de la burguesía judía hasta la segunda guerra mundial, y mi calle, la Helmstedterstrasse, era una de esas calles berlinesas tranquilas con tilos sembrados en las veredas, que en  verano reverdecían relucientes de sol, un modesto desfiladero de edificios grises, bloques de cemento sin gracia, adornados por alguno que otro cantero de flores en los balcones. En el costado de unos de esos edificios podía verse todavía, desleído por soles, nieves y lluvias, un viejo anuncio comercial de antes de la guerra, de colores ya indefinibles, quizás un anuncio de polvos dentífricos, o de crema para la piel, no lo recuerdo; sólo recuerdo aquel rostro de muchacha ya apagándose para siempre, como un fantasma del pasado que se oculta en sí mismo, se borra y se esfuma en la nada.

 

             No lejos pasaba la Bundesallee, un río turbulento de automóviles, autobuses y trenes subterráneos, afluente que iba a desembocar, más lejos, a otro río aún más bravo y caudaloso, la Kurfüsterdamm; pero mi calle, tan cerca de ese caudal, seguía siendo un arroyo calmo, gracias a esa magia urbana del Berlín de los káiseres que, pese a la irrupción de las improvisaciones de la modernidad, aún era capaz de preservar el sentido provinciano de los barrios, islas protegidas del revuelto turbión de las avenidas y bulevares maestros que se oían hervir, desbocados, en la distancia. En aquel barrio se tenía a mano la carnicería, la farmacia, la frutería en manos del frutero teutón, calvo y alegre, siempre a la puerta, que me saludaba a gritos como un napolitano cualquiera, y alguna vez que yo regresaba de la ferretería llevando en la mano un martillo recién comprado, no sé para qué menester, exclamó a mi paso: ¡eso es; clave bien su puerta, enciérrese bien

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2 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las tijeras

En un hogar, las tijeras no son el tópico instrumento del horror que en tantas otras escenas policiacas representan.

En el hogar, las tijeras cortan los hilos, las uñas o las partes que en la cocina se excluyen de las verduras, las carnes o el pescado. Son, en general, objetos muy útiles y sobriamente eficaces, típicamente caseros y auténticos: modestos, sencillos, baratos, prácticos. Ahorran trabajo y auxilian con prontitud cuando se las reclama. No son, por tanto, la herramienta  con la que se asesina en las películas o salen de vez en cuando en las noticias tremendas que narran los crímenes de sexo.

Las tijeras caseras se pasan de mano en mano desde los recortables de los escolares a la confección tradicional, del corte de las etiquetas que llegan con las compras al recorte de la foto que se enmarca. Sus usos domésticos  son tan plurales y su comportamiento viene a resultar tan conveniente que en todas las casas hay tijeras y a menudo varias clases de ellas, desde las de la cocina al cuarto de baño, desde la escribanía tradicional a alguna más que se encuentra en donde nunca se encuentra.

Cargan, efectivamente, con una morfología inquietante pero, al cabo, sean o no metálicas, pliegan sus hojas y parece que se sumen  en un sueño tan natural y pacífico que no despertará sino es obedeciendo a nuestra voluntad y con no poca condescendencia. De la tijera, tarde o temprano, no se puede prescindir y es ella, más que nada, la que gracias a la calidad de su anatomía podría pervivir  fácilmente sin nosotros. De hecho. la tijera es le objeto articulado que se justifica a sí mismo y perfectamente en el juego de abrirse y cerrarse sobre sí. Constituye el ejemplo perfecto de palanca de primer orden doble.ç

 Con este quehacer propio de su perfección empieza y acaba su vida  con o sin objeto en medio, con o sin dedicación exterior. Abre y cierra, cierra y abre como un puro juguete autómata y, de hecho, nadie  ha podido perfeccionarla en  nada a lo largo de su historia iniciada en la edad del bronce y adquiriendo el diseño actual desde el siglo XIV.  Como el clip en la era moderna,  la tijera no tiene descendencia que la mejore en nada. Pero además, como las pinzas de la ropa, su mecanismo basado en apenas tres piezas las hojas, el mango y el tornillo) ha sido insuperable con  los avances tecnológicos, sea mediante artilugios eléctricos o electrónicos. Constituye un producto acabado en su misma perfección y de ese modo debe entenderse que con su historia, nuestra historia personal no las modifique. Una de dos: o corta un segmento inútil o se clausura.

Empleada como estilete o como daga, usada para extraer los desperdicios de una rendija o destinándola a servir de palanca por la rigidez de su constitución, su prestación es tan torpe como desatinada, tan artificial como perversa. De ahí su terrible carga cuando asesina, de ahí su turgente excepcionalidad  cuando se hinca en un cuerpo lo hace sangrar o llega incluso a producir muerte. Muertes sin proyecto de matar, muertes surgidas de la urgencia, contraventora del mismo ser pausado de las tijeras cuyo eje, incluso en la industria de la piel, de la sastrería la jardinería, el esquilado o de la pescatería actúa como un ojo que observa el movimiento, lo vigila, lo califica y lo regula.

 Nunca, de hecho, es tan hermosa la tijera que cuando opera con lentitud siguiendo el dictado de una línea, respetando una indicación o manifestando la destreza del oficio. Ella es en sí la señal de un oficio y en el hogar se introduce como una reminiscencia de la casa artesana y taller donde se ganaba el salario con su concurso. O, al revés, puesto que las tijeras conocieron también un uso suntuario asociado al tocador de las mujeres romanas -según se ve en un fresco pompeyano del siglo I- o más tarde, en el siglo XIV que en las cortes reales se ensalzaban con metales y piedras preciosas.

Efectivamente una cosa es la tijera laboral y otra la moderna tijera pequeña o de tocador que se lleva incluso en el neceser y se aplica privadamente  para eliminar callosidades, desbordes capilares y crecimientos ungulares. En ese sentido, la tijera forma parte del oprobioso ajuar que impone la condición e estar vivo. La vergüenza connatural a las vulgares imposiciones de la existencia y a las cuales la tijera se aplica con tanto ahínco como en el ámbito de la cirugía.

Tijeras para tratar con las excrecencias, los sobrantes, las vesículas infectadas. Tijeras de intervención sobre el cuerpo en aquellos de sus aspectos tan deplorables como los padastros que afean los dedos, las uñas aguileñas que desvirtúan el diseño de la mano o los pies y, en el colmo, esas tijeras de la teletienda que cortan con esmero los pelos de la nariz y las orejas.

Su parecido con las pinzas de la ropa termina pues en esta zona propia de la ignominia o de la cirugía puesto que las pinzas para la ropa, en madera o en plástico, son tan puras y beatas como benefactoras. Cuelgan la colada de la cuerda o cierran el sobre de los garbanzos o el café. Confinan  el aroma del té, la manzanilla o las galletas y otorgan, de otra parte, la ocasión de que la ropa se oree, cuelgue en el aire, se oxigene  y regrese al uso refinada.

La pinza es en todos los casos cabal mientras la tijera puede ser circunstancialmente libertina. La pinza de la ropa forma parte de la bondad pura, maternal, mientras las tijeras poseen en su fuero la tentación del crimen y el desdoro. La pinza nunca hiere ni tampoco miente. Hace las veces simbólicas de un pájaro común, pero la tijera posee una secreta ambición de estrella. De hecho, la pinza es un instante mientras la tijera se comporta como un plano secuencia. O dicho de otro modo, la pinza pose el carácter de un gesto y la tijera de una sentencia o incluso un discurso entero. Una pellizca y concluye, la otra corta y sigue a menudo un trazo largo. Ambas, en cualquier sentido, han traspasado las diferentes etapas civilizatorias y sin  cambio fundamental alguno perduran como incuestionables figuras de lo doméstico.



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2 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mafiosos, xenófobos y castristas

No vamos a olvidarnos ahora del Caimán. Ni de sus últimos avatares judiciales, en los que el cerco sigue estrechándose, y esta vez por un delito de complicidad mafiosa. Nada puede ocultar esta historia de creciente tensión y ansiedad para ?il presidente del Consiglio?. Ni las historias de sus velinas y de sus ardores interminables. Ni la demanda de separación multimillonaria que le ha presentado la señora Verónica. Las sospechas sobre el Gran Besluca son antiguas y serias. Su capacidad para eludir la acción de la justicia le ha facilitado las cosas por un lado pero se las ha complicado por el otro. Antonio di Pietro, el ex magistrado, se lo ha dicho con meridiana claridad: ?En vez de seguir haciendo proclamas, que vaya a los jueces y se haga juzgar y explique las relaciones que ha mantenido con empresarios y otros personajes próximos a la Mafia?.

De momento, Berlusconi ha anunciado querellas contra todos los que le atacan, especialmente los periodistas de Repubblica, y se ha defendido con un argumento que es todo un clásico (de la cara dura): ?Si hay alguien que está lejísimos de la Mafia por carácter, sensibilidad, mentalidad, formación, cultura y voluntad política esta persona soy yo?. Ya dijo en otro momento que él es el mejor primer ministro que ha tenido Italia en toda su historia. En cambio, hay muchos italianos y no italianos que piensan que es el peor primer ministro de la historia y el mejor jefe que ha tenido jamás la Mafia, hasta el punto de colocarle al frente del Consejo de Ministros. No vamos a dedicarle mucho más tiempo, porque esto sólo acaba de empezar. Levantada la inmunidad judicial por el tribunal constitucional italiano, ahora pesa sobre el magnate la acusación de ?concorso in associazione mafiosa?, que ha servido para condenar a varias decenas de amiguetes de la Cosa Nostra. Todo esto tendría un interés limitado casi si toda la vida política italiana no girara alrededor de dos ejes vergonzosos: la defensa panza arriba de Berlusconi ante la justicia, con baterías de leyes ad hoc y una manipulación montruosa del Estado de derecho; y las leyes xenófobas y racistas promovidas desde la Lega Nord. Sólo faltaba ahora que los vecinos suizos se hayan lanzado en brazos de la extrema derecha en el referéndum contra el islam. Este voto de la intransigencia y la intolerancia, contra la pluralidad religiosa, tendrá unos efectos que irán mucho más lejos que la mera prohibición de construir alminares en cada mezquita. El rechazo del islam será recibido como una bendición celestial por quienes viven de atizar el odio de los inmigrantes contra los europeos, empezando por los grupos terroristas. Más alarmante es que estas posiciones encuentren la comprensión de partidos y medios conservadores: en vez de moderar a los radicales prefieren que los moderados se radicalicen, algo que también estamos viendo en nuestras latitudes en relación a otras cuestiones. Finalmente, reseñar aquí que me alegra poder desmentirme. Cuando publiqué ayer el post sobre Juan Juan Almeida, la policía ya le había soltado, aunque dudo que esté en libertad. Ningún cubano con residencia en Cuba, salvo la nomenclatura del régimen, está en libertad. Lo que todos queremos es que los presos políticos cubanos salgan de la cárcel y luego que todos los cubanos queden en libertad cuanto antes. (Enlaces: con Repubblica; con el artículo ?La dignidad del catalanismo? de Antoni Puigvert, donde puede leerse la siguiente frase: ?mientras el catalanismo consigue, no sin dificultad, moderar a sus radicales, el españolismo consigue con demasiada facilidad radicalizar a sus moderados?; enlace con la información sobre Cuba del Nuevo Herald.)



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2 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Murió Milorad Pavic

Milorad Pavic. Fuente: españarusa Se murió uno de mis "golpes" para los Premios Nobel. Tal como lo anuncia la emisora de radio B92, el escritor serbio Milorad Pavic murió ayer 30 de noviembre, a los 81 años. Quienes hemos tenido la suerte de leer a Pavic sabemos que la cultura occidental ha perdido no solo a una de las prosas más delicadas del siglo XX y principios del XXI sino a una mente lúcida, un hombre-sintetizador. Así lo demuestra sobre todo su Diccionario jázaro (traducido por Anagrama) y sus últimas obras, traducidas por la editorial mexicana Sexto Piso, como la bellísima Siete pecados capitales, la inclasificable "novela-tarot" Último amor en Constantinopla y la novela policial más rara que he leído en mi vida, Pieza única. Un consejo: aprovechen el triste suceso y vayan en busca de una literatura exigente, probablemente distinta a la que suelen leer, pero muy reveladora del estado actual de la ficción contemporánea (en la Feria Ricardo Palma estos libros están en el stand del Fondo de Cultura Económica, por si acaso) Dice la nota: El reconocido escritor y novelista serbio Milorad Pavic murió en Belgrado a los 81 años, informó la agencia Tanjug citando fuentes de la familia. Historiador de la literatura serbia clásica y especialista en lírica barroca, Pavic fue autor también de ensayos y poesía. En occidente es conocido sobre todo por sus obras fantásticas sus novelas y relatos breves, colmados de detalles misteriosos y connotaciones esotéricas, caracterizados por la alternancia de sueño y realidad. Según la crítica, la producción de Pavic, que ha sido traducida a varias lenguas, es un clásico ejemplo de literatura postmoderna y una alegoría de los Balcanes donde diversas civilizaciones compartieron por siglos la misma región.



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1 de diciembre de 2009
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El Boomeran(g)
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