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II. Todos en la calle

Sólo la decisión popular hizo posible que la protesta se diera por fin en las calles hace pocas semanas en contra del fraude electoral de hace un año, en contra del fraude judicial de hace poco, cuando se declaró inconstitucional la Constitución, y en contra de  la grave acumulación de poder y de riqueza en manos de la familia gobernante, rompiendo con el dictum del partido oficial de que "las calles son del pueblo", es decir, de los partidarios del gobierno, y rompiendo con el temor frente a la agresiones y amenazas de las turbas armadas de morteros caseros y de palos y tubos.

            A las calles no salió la derecha, como los socialistas que se abstuvieron en el Parlamento Europeo parece que imaginan, sino una multitud de miles formada por gente de todas las clases sociales y de todos los colores políticos que solamente quieren la oportunidad de vivir en un país libre y en paz, sin amenazas de familia única en el poder ni partido único en el poder; la oportunidad de tener elecciones periódicas, con los sufragios libremente contados, como las que se celebran en Europa entre la izquierda y la derecha, sin que nadie tema que le van a robar el voto.

Sería un error trágico que los socialistas europeos vieran en Nicaragua una confrontación entre la izquierda en el poder y la derecha en las calles, bajo el supuesto de que la derecha rechaza las medidas de la izquierda a favor de los pobres, que en Nicaragua son la mayoría.

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11 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El reloj de la cocina

Un reloj, sobre todos los demás, marca la hora central de la casa. Es el reloj grande que se coloca en la cocina y  desarrolla el papel del campanario que, en la vida rural, convocaba a los oficios o señalaba en su transcurso el momento de reposar y comer.

Este reloj en que los diseñadores han invertido mucho un interés de acuerdo a su notoriedad se encuentra encimado, bien sobre los estantes o sobre la campana de los humos. Y, en ocasiones, lo tropezamos de frente, al entrar, como si la cocina entera gracias a él se comportara como una estación de ferrocarril y, obviamente, los pasajeros debieran tener presente el tiempo que tienen.

Para "tener el tiempo" cada uno  nació el reloj de pulsera que siendo una posesión individual sustituía a la sagrada impartición del tiempo colectivo, refrendado por la torre de la iglesia o el edicto municipal.  En el reloj de pulsera se lleva el tiempo consigo y de ahí la pregunta de "qué tiempo llevas". Se transporta de aquí para allá a riesgo de golpes y accidentes, se lleva de aquí para allá entre faenas y ocupaciones honestas o perdularias, amables a los ojos de Dios o condenables. Este reloj profano fue, no obstante, en sus principios una pieza asociable a la excepcionalidad de un acontecimiento y casi siempre símbolo de un rito de paso: de la niñez a la adolescencia, desde la soltería a la prenda de la boda.

 La mano actual y profana que conduce este reloj personalizado, tuneado, viene a ser una mano sin bendecir largamente apartada de la esencia colectiva y el tufo del cuerpo místico. Este cronómetro antes herencia de una autoridad se convierte en una suerte de derecho del hombre y del ciudadano que busca la moral y la vida por su cuenta. Este reloj cuenta particularmente una sola vida.

El reloj de la cocina, sin embargo, evoca la esfera que miraba a la población desde la torre y con ello encierra autoridad y jerarquía. Respetar las horas de comer, sentarse  a la mesa en un momento exacto por respeto a los demás y especialmente al padre que se ubica en la cabecera, fue una regla heredada con solemnidad del patriarcado y de los usos burgueses inclinados al orden y la reglamentación para dividir el tiempo de descanso  y de trabajo, continuando en el interior del hogar la disciplina propia del taller o la fábrica.

Así, el reloj grande de la cocina reproduce al que se erigía en las naves fabriles, a la vista de todos y con la vista en todos. Fábricas dotadas de un ojo vigilante que venía a ser como el ojo del patrón que todo lo miraba y controlaba. Observaba a los obreros en el desempeño de sus tareas, vigilaba con la rectitud y severidad que este mismo reloj mostraba cuando al llegar las agujas a un punto se disparaba una bocina apabullante que establecía el comienzo, la mitad o el fin de la jornada.  Ese reloj fabril de capital  importancia ha derivado en el doméstico reloj de la cocina, relegado a una sala de máquinas también, como la llaman  los arquitectos courbuserianos. Sala de máquinas destinada a la manufactura de comestibles en clara sintonía con lo que fuera la industria en el siglo XIX  y su horario de ocho horas de reloj.

Reloj, en suma, para medir las horas de producción y  determinadas no sólo  por los pactos sindicales sino por la asunción de otra vida humana sobreviviente a la explotación mediante la prueba revolucionaria del reloj.

Todos los relojes marchan, poseen su mecanismo de marcha, pero el de la cocina especialmente se ajusta al transcurso natural del día. Cuando todos los cronómetros se hacen dudosos o, por su carácter banal, susceptibles de error, el reloj de la cocina dirime, la verdad absoluta.

Su naturaleza incorporada al sistema elemental de los fogones y los alimentos trasluce una verdad natural, una suerte de carácter auténtico que, por el contrario, parece tan fácil de trucar en el cronógrafo de muñeca.

Un individuo, ahora, tienen más de un reloj  y no aquella pieza única e irremplazable que se había recibido en un momento especial y cuya aura santa lo acompañaba siempre. Con diferentes unidades el reloj de pulsera ha perdido buena parte de su caudal reverencial y ha pasado a ser, en  nuestros tiempos, un complemento, un capricho, un aderezo, una curiosidad o una joya.

Miles  de diseños y precios distintos entre una incalculable cantidad de marcas han trivializado la identidad del reloj, ajustado por correas de plástico, de cáñamo o de latón. Frente a esta barahunda, una de las más abrumadoras del consumo, el reloj de cocina parece una excepción, seudomonumento que proyecta su dominio sobre la voluntad de la casa y en un recinto como la cocina que ha ido ganando prestigio y presencia en relación al salón, lugar donde los amigos modernos se reúnen en detrimento del antiguo salón. Un salón en  declive frente a una cocina que gana auge y prestigio, reciclada como una pieza que vuelve a comportarse casi como el llamado "vestíbulo" o "la casa del fuego" en el medievo, es decir la única parcela casera donde se alzan y se ven las llamas.



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11 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La necesidad de la fuerza

De nuevo Obama se ha mostrado a la altura del desafío. El reto de Oslo era de los más difíciles: aceptar el premio Nobel de la Paz como comandante en jefe de un país en guerra abierta en dos conflictos; recibirlo además sabiéndose poseedor de más promesas que merecimientos (?mis logros son escasos?). Y el presidente norteamericano lo ha abordado por lo derecho, agarrando la contradicción por sus propios extremos: bajo la advocación del pacifismo de Gandhi, Mandela y Luther King, ha defendido la idea de guerra justa y ha argumentado sobre la necesidad del uso legítimo de la fuerza en determinadas circunstancias. El discurso de Oslo es todo lo contrario del buenismo progre y del apaciguamiento de blandos y moderados que las caricaturas de matriz conservadora lanzan tradicionalmente sobre la izquierda, y naturalmente sobre el propio Obama.

Humillado y agradecido. Sin parangón en sus comienzos presidenciales con quienes lo han recibido con merecimiento --Schweitzer, King, George Marshall y Mandela, en la enumeración de Obama. Ni con quienes lo han recibido pero tienen muchos más merecimientos: ?hombres y mujeres en todo el mundo que han sido encarcelados y apaleados en su combate por la justicia; quienes trabajan en organizaciones humanitarias para aliviar el sufrimiento; los desconocidos actos de valentía y de compasión de millones capaces de impresionar a los más duros cínicos?. Las condiciones para la guerra justa son muy claras: último recurso para la defensa propia; uso proporcional de la fuerza; máximo ahorro de víctimas inocentes. No lo es la de la Irak, pero lo son la del Golfo librada por Bush padre contra Sadam Hussein y la de Afganistán. Pero este político realista, con los pies tan bien asentados en tierra y la cabeza tan clara, no se llama a engaño: ?este concepto de guerra justa rara vez ha sido observado?. ¿Y entonces? Desgarrado entre el idealismo y el realismo, Obama defendió en Oslo el uso de la fuerza, incluso unilateral, para defender a su país en caso de ataque (?como cualquier otro jefe de Estado?, aclaró); y para prevenir las matanzas de civiles por parte de su propio gobierno o frenar una guerra civil. Pero no de cualquier forma, sino bajo el estricto cumplimiento de las reglas legales de la guerra justa: ?Por eso prohibí la tortura. Por eso ordené el cierre de Guantánamo. Por eso he reafirmado el compromiso norteamericano con las convenciones de Ginebra?. Nunca desde la Casa Blanca se había trazado una línea de tiza tan nítida entre la guerra y la paz como ha hecho Obama. Junto a la guerra justa, el nuevo americanismo. Obama no ha terminado todavía la rectificación de la anterior presidencia, en la que se incumplieron todas las exigencias de ayer. Le quedan muchos flecos y resistencias, algunas sonrojantes. Pero sí ha empezado otra rectificación respecto a la imagen y a la interpretación de la historia de Estados Unidos como superpotencia. En ella hay sobre todo una proyección de su idea de los valores fundacionales y de su proyección en el mundo: ?Estados Unidos nunca ha entablado una guerra contra una democracia y sus amigos más próximos son los gobiernos que protegen los derechos de sus ciudadanos?. Pero no sólo, pues EE UU ha sido también un factor de seguridad global durante 60 años al precio de la sangre de sus ciudadanos y gracias a la fuerza de las armas. El discurso se debía a la paz, motivo del Premio; pero versó en buena parte sobre la guerra. De la paz aseguró que no basta con desearla: requiere responsabilidad y sacrificio. Quiso también especificar las condiciones para que sea justa. Sabemos muy bien que hay una paz que no lo es y que contiene la semilla de la guerra. Tres condiciones exigió para esa paz justa. Debe ser, en primer lugar, una paz que respete las leyes internacionales y sancione a quienes no lo hacen: Obama cito en este punto, con el ojo de la mirilla sobre Irán y Corea del Norte, su idea de desarme nuclear; ?pieza central de mi política exterior?, aseguró. En segundo lugar, la justa paz no es meramente la ausencia de conflicto, sino que debe basarse en los derechos y la dignidad de cada individuo?. Y en tercer lugar, no basta con los derechos civiles y políticos; no hay paz justa sin seguridad económica e igualdad de oportunidades para todos. En el fondo, aunque muy claro y profundo, también bastante abstracto y teórico y con escasos engarces con las guerras y los procesos de paz concretos. No hubo en el discurso de Oslo mención alguna a esa negociación entre israelíes y palestinos que parece escapársele, uno de los retos más serios de su presidencia, que redujo a una referencia neutra y de pasada: ?Vemos cómo en Oriente Próximo se endurece el conflicto entre árabes y judíos?. Pudo entenderse que algo tenía que ver su referencia más genérica a la relación entre guerra y religión: ?Ninguna Guerra Santa puede ser una guerra justa?. Pero está claro que el nuevo premio Nobel quiso ceñirse a su estricto papel de galardonado sin aprovechar el lugar y el momento para realizar el más mínimo gesto que pudiera interpretarse como un mensaje a israelíes o palestinos. Si acaso, los únicos que pudieron sentirse aludidos fueron Teherán y Pyongyang. (Enlace con el texto del discurso).



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11 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Canistel o El Dorado

Mi abuela me hablaba de él con el mismo arrobo que décadas atrás sus padres le habían contado el viejo sueño de El Dorado. Me revelaba su masa entre amarilla y naranja, seca en la primera mordida pero grata y suave una vez dentro de la boca. Su juego preferido consistía en explicarme el canistel, tarea ardua, pues no hay nada tan difícil como entender un sabor que nunca se ha probado. ¿Ana, a qué se parece?, le preguntaba yo, porque sólo la comparación podía ayudarme a acorralar el aroma de esa fruta ausente de mi vida. ?Como un mamey, pero más rico?, era la parca frase que lograba arrancarle antes de que se callara. Muchos de mi generación conocimos ciertos sabores de oídas, descritos por quienes habían atesorado en su memoria gustativa al níspero, el caimito, el marañón y la guanábana. Esa habilidad para activar las papilas gustativas con algo que nunca habíamos masticado, nos ayudó durante los años más duros del Período Especial. Sobre la litera de hierros oxidados de un albergue en Alquízar, yo refería para un grupo de muchachas cómo eran aquellas frutas que no habían ni siquiera probado. El cuento se repetía cada semana en una improvisada tertulia donde los temas principales eran ?sexo y comida?. Esta última, verdadera obsesión de todas las quinceañeras allí reunidas. Pasó el tiempo y hace una semana mi madre se apareció en casa con tres canisteles. Los había comprado a un campesino en un precio que excedía el de toda una jornada de trabajo. Pensé primero en Ana, que murió hace más de veinte años y en las últimas décadas de su vida no volvió a ver la dorada redondez que tanto la angustiaba. Teo fue quien dio la primera mordida e hizo un gesto raro antes de confirmar ?Es como un mamey?. Después regresó a su cuarto sin ver la indecisión en mi rostro. ¿Lo pruebo o no lo pruebo? ¿Y qué tal si no se parece a lo que me contaron? Felizmente, resultó ser a la medida de aquel canistel que ?mientras salivábamos las dos? mi abuela me había narrado.



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11 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dos miradas lúcidas

Magris y Vargas Llosa en Lima. Fuente: La RepúblicaMientras trato de ordenar los papeles, las notas en el Moleskine, y dejar mis impresiones sobre lo que se habló ayer en el auditorio de la Biblioteca Nacional-destacando los aspectos literarios, que fueron mucho- entre Claudio Magris y Mario Vargas Llosa (presentados estupendamente por un atinado e incluso divertido Enrique Planas) les dejo algunas notas de prensa. En el diario "La República" Pedro Escribano resume así la conversación:El primer invitado a tomar la palabra fue Claudio Magris. El autor de El Danubio abogó por el oficio de escritor y señaló cuán poderosa y útil es la literatura en una sociedad, sobre todo en aquellas en las que impera la coerción. ?La literatura es una revolución contra el orden y el control?, sostuvo el escritor italiano. Y que la literatura enfrenta a todos los poderes y que, por ejemplo, a veces significa la derrota de las utopías, ya sean religiosas o políticas. ?Ante la derrota de las utopías, la literatura nos ayuda mucho a imaginar nuevos caminos?, subrayó. En su turno, Mario Vargas Llosa afirmó que ?un escritor no solo tiene que ser un escritor nomás?, sino debe asumir sus deberes cívicos como ciudadano.?Nada más instructivo para entender la relación entre literatura y sociedad que leer la obras de Claudio Magris?, señaló el escritor peruano para aludir la obra ficcional y ensayística del escritor italiano. Coincidiendo con Magris, sostuvo que la literatura nos entrega instrumentos para entender mejor nuestra sociedad. Señaló que las obras literarias nos entretienen, nos producen placer, pero también ?nos educan para enfrentar y criticar el mundo?. Por eso, los regímenes tienen una desconfianza de la lietratura, sobre todo la novela?, agregó. [...] Otro tema fue el de la migración. Y que Europa no sabe qué hacer. El autor de La casa verde refirió que ?grandes conquistas de la democracia se resquebrajan en nombre de la identidad?. Puso como ejemplo las comunidades islámicas que están imponiendo valores antidemocráticos en nombre de la identidad.Por otra parte, una nota en EFE comenta así el encuentro:Dos eternos candidatos al Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa y el italiano Claudio Magris, coincidieron hoy en Lima en que la mejor literatura de ficción no nace de la razón, sino del lado oscuro e irracional del ser humano. En esta reivindicación de lo irracional como germen de la mejor literatura, Magris lo comparó a "escribir con la mano o escribir con la cabeza" y, según él, los mejores escritores son los primeros, pues en ellos habita el genio, mientras los otros son los que se rigen por la inteligencia. Para Vargas Llosa, la novela se escribe "con la totalidad humana", pero reconoció que "de la parte oscura y escondida" de su personalidad, que también llamó demonios y fantasmas, que "brota muchas veces una vivencia que da una riqueza mayor" a la literatura. [...] También reflexionaron sobre la construcción del tiempo en la literatura, mucho más compleja de lo que parece, y Magris comparó la labor del escritor, cuando trata de recomponer el fragmentario tiempo contemporáneo, con el hilo de Ariadna, el que servía para conducir a Teseo a la puerta del laberinto tejido por el Minotauro. Vargas Llosa recordó que el tiempo literario, incluso en las obras clásicas, es siempre un artificio, pero "nunca arbitrario, sino necesario para la construcción del relato", y se mostró convencido de que muchas obras de ficción triunfan o fracasan por el buen o mal manejo de las sutilezas de la construcción temporal. [...] Pero no solo de literatura versó el debate, ya que ambos fueron requeridos por el moderador, el escritor peruano Enrique Planas, para que se pronunciaran sobre problemas sociales contemporáneos, y concretamente el conflicto creciente entre la identidad occidental y la oriental que suponen las comunidades de emigrantes en Europa. Magris recordó que para resolver el "miedo al otro" es fundamental una apertura y un diálogo, un permanente cuestionamiento de las ideas propias, pero trazando límites sobre los principios que consideró innegociables, como la igualdad de las personas. Vargas Llosa se mostró de acuerdo, pero fue escéptico al "no ver una solución pronta y rápida" a los conflictos que crea el apego a las identidades colectivas, particularmente de las comunidades musulmanes en Europa, cuando colisionan con los derechos humanos. Así, consideró que "grandes conquistas de la democracia se resquebrajan en nombre de la identidad", y puso como ejemplo el que existan reclamos abiertos para practicar cosas como los matrimonios negociados o la ablación del clítoris en nombre del respeto a la identidad y las tradiciones.



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10 de diciembre de 2009
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La novela que abre mil puertas (2)

Otra pista sobre la construcción de su novela nos la brinda Negroni en el ensayo de Galería fantástica sobre Vicente Huidobro. Allí, al hablar del relato Cagliostro que Huidobro concibió como “su diatriba contra el ‘realismo’ en la ficción”, Negroni lo define como “una novela imposible. Quiero decir una novela escrita por un poeta”. “La provocación –continúa- es el rasgo más claro de este tipo de obras”. (“Qué ganas de hacer algo insolente”, dice alguien en algún tramo de La Anunciación.) Y culmina enumerando características de Cagliostro que bien pueden ser predicadas de su propio libro: “Su desinterés por la anécdota y la interioridad psicológica de los personajes, su apuro por desenmascarar las convenciones literarias, su anacronismo militante, no desprovisto de humor, hacen de él un libro ‘raro’”. No menos que La Anunciación, en todo caso.

         Y sin embargo no se trata de una lectura abstrusa, difícil, expulsiva. Por el contrario, es de una seducción exquisita. Uno se va dejando leer por la novela del mismo modo en que las copias de La Anunciación se van dejando pintar (todos los lectores somos iguales en cierto sentido, aunque algunos vestimos mejores azules que otros), porque la estrategia que adopta la escritura es precisamente la de la analogía “Pintar es pensar” que Emma dice en algún momento a la manera del oráculo: pintar es pensar tanto como escribir es pensar y La Anunciación se lee así, como quien piensa en voz alta y lo va mezclando todo, pasado y presente, lo sublime y lo chabacano, lo alto y lo bajo. (“¡Qué delicia escribir trivialidades!”, se dice por allí.)

         Es por eso que uno no puede leer La Anunciación como lee la mayoría de las novelas: en diagonal, adelantándose a los acontecimientos, porque basta con que uno salte por encima del cerco de una línea para que se pierda una formulación deliciosa. Yo, por ejemplo, me quedé un rato colgado de la frase que sugiere que la novela es “un cementerio de palabras”. Porque más allá de los sentidos inmediatos –todas esas palabras precisas están enterradas allí en efecto, cada libro es un Pere Lachaise de calles concéntricas-, también están los sentidos ocultos o paradójicos. (“La duplicidad del sentido es, quizá, nuestro paraíso más alto”, dice Athanasius, cuyo nombre viene de athanatos, inmortal –o sea, no muerto.) Porque así como los cadáveres se desmenuzan en la tierra para proporcionarle nutrientes, las palabras enterradas en una novela se amalgaman en uno de esos barros de los que crecen cosas. No hay mucha diferencia entre abrir un libro y levantar una piedra o una lápida, ahí debajo suele haber cosas húmedas e insectos que inspiran escalofríos, uno siente asco al tiempo que recibe una revelación (¿una anunciación?): ¿dónde más se puede asistir en primera fila al espectáculo de la vida insospechada, de esa porfía que nos precedió y nos sucederá?

         ¿Ven? Esto es lo que La Anunciación hace con el lector.

         Lo pone a sonar. Lo tañe.

 

(Continuará.)

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10 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El timbre

En la casa desde donde probablemente se escribió Toda la noche se oyeron pasar pájaros,  se escuchaba también, según Cabllero Bonald, el quejido, la tos, el canturreo o los suspiros de la casa.

En el auténtico organismo que componen los diferentes materiales de la construcción, en sus ensamblajes y en sus enfermedades de nacimiento o de vejez, se forma un coro de sonidos que conferían a aquella "vivienda" el carácter de ser vivo.

Poner oído a las vicisitudes del edificio, atender a sus dolorosas peticiones y procurar, en general, no soslayar sus requerimientos son las funciones de un buen casero, amo de un particular animal, que obliga a su asistencia. Puesto que la casa, en efecto, vive, la vivienda nos vive y, encima, nos da o nos quita vida. Nos acoge o sonríe con nuestros desatinos o bosteza al tenernos dentro.

El timbre, como parte del artefacto donde habitamos, trata en especial de recordarnos el mundo exterior y el entorno que crece alrededor del refugio que cerramos.  El timbre del teléfono también tiene este encargo, pero especialmente íntimo es el timbre de la puerta cuyo relámpago acústico pone en directa e inmediata comunicación el exterior y el interior después de un primer instante equívoco.

Pulsar el timbre de una casa, sea desde la calle o ante el mismo dintel, supone emplear un poder invasivo que, en principio, impresiona al sujeto mismo que realiza la osadía. Impresiona pulsar un timbre desde afuera pero adentro asusta el preludio que media entre el disparo del mecanismo hasta que se revela la visita. No hace falta sino referirse a los encuestadores y los vendedores de puerta a puerta, los carteros que portan denuncias y los mensajeros que entregan paquetes, para admitir que esas llamadas comportan un oficio que requiere templanza y hasta cierto punto un valiente desapego tanto narrativo como afectivo.

El timbre altera la vida privada con un leve movimiento de la mano, desencadena una energía emocional a partir de un gesto ínfimo. Este es su desmedido poder: tras su acción se transforma la circunstancia que se desarrollaba en el espacio interior, tras su voz irrevocable se desata una escena nueva e imprevisible procediendo, como es el caso, de la intemperie. La intemperie o solar del que no se conoce nada antes y nunca se alcanza la seguridad del tiempo.

 Desde esa intemperie o tiempo irregular el timbre opera y a manos, provisionales, de un extraño. Efectivamente el timbre traza el  equivalente a una interrogación y su dibujo sonoro la representa. El buen timbre nos avisa con vigor y aunque, efectivamente, su música es conocida no por ello resulta, en algún grado, sosegante. Por el contrario, el diseño del timbre, el timbre del timbre es, en la mayoría parte de las veces -y antes de la aparición del politono en el móvil- composiciones dirigidas a despertar inquietud. El timbre del teléfono fijo poseía la misma intención. la intención de acuciar, reclamar, urgir, de modo que cualquiera deja todo cuanto está haciendo para llegar a satisfacer la llamada.

Tras el teléfono que suena llega la buena o la mala noticia, La noticia alborozante y la más trágica noticia. No se trata, en consecuencia, de restar o añadir nada a la importancia que supone  una llamada. El mismo hecho de que a menudo muestre exclusivamente una motivación banal, un argumento intrascendente,  no disminuye sino que aumenta el temor de que bajo el mismo soniquete se halle algo grave o muy grave.

De entre los rumores o zumbidos de la casa el timbre se repite con una frecuencia  familiar pero, a diferencia de los murmullos que registra el propietario auscultando la respiración del hogar, la intensidad que logra esa estridencia viene a significar,  literalmente, una "ad-vertencia" sin importar el ser que la provoca.

La voz del timbre no es bien conocida, pero que alguien ignominado pueda recurrir a  él nos pone en guardia. La estabilidad interior depende de la inestabilidad de la llamada que concebida como estrépito o señal de cambio, deliberadamente llega para  alterarnos.

Amamos que suene el teléfono, nos estimulamos con que en la puerta alguien pulse esa voz, nos embalsamaríamos en el silencio si estos fenómenos no contribuyeran a colorearnos la vida pero, a la vez, la inquietud nos apresa hacia un  más allá del territorio donde el timbre suena. A falta de otras aventuras cotidianas, el timbre cumple con el papel de introducir en la horizontal sonora una pequeña fuga. Para bien o para mal, para el asisuo ejercicio de vida conjunta con el alma de la casa

 

 

 



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10 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El nido del populismo

El primer lance de las justas electorales francesas de 2010, unas elecciones regionales en las que mucho se juegan tanto la mayoría como la oposición, corre a cuenta de la identidad nacional. Peligrosa elección, cuyo responsable es, por supuesto, quien lleva constantemente la iniciativa política en Francia: el presidente de la República, ese hiperactivo Nicolas Sarkozy, al que espolean los pésimos sondeos que le sitúan en lo más bajo de su presidencia (desaprobado por el 61% de los franceses en el sondeo de IFOP que se publica hoy). En caso de duda y de impopularidad, Sarkozy ha sabido siempre qué hacer: buscar un buen charco, que salpique a todos, en el que naufraguen sus adversarios y que le permita sobresalir como el más gallardo. La poza elegida para su exhibición de bravura y buena fortuna es el debate sobre la identidad francesa, lanzado hace apenas un mes y reavivado ahora por el referéndum suizo que ha prohibido la construcción de alminares en territorio de la Confederación.

Llevan razón quienes no ven novedad alguna en este debate, inscrito ya en la campaña presidencial de Sarkozy. Hasta tal punto que no es ocioso recordar los títulos que exhibe su ministro Éric Besson, un tránsfuga socialista de profundas convicciones jacobinas al que enroló como titular "de la inmigración, la integración, la identidad nacional y el desarrollo solidario", endiablado tutti fruti del que nada bueno puede salir. La novedad está en la recrudescencia del debate, en el ímpetu renovado que ha llevado al presidente francés a definirse con vehemencia sobre el referéndum suizo en un artículo publicado en Le Monde, y en el pavor al desbordamiento que ha prendido en las filas de la mayoría presidencial, donde se observa cómo la cuestión ya no es la identidad sino directamente el islam, los inmigrantes y aquel mito de una Eurabia musulmana con el que la desaparecida Oriana Fallaci asustaba a los italianos. A Sarkozy le preocupa más y le suscita más animadversión el rechazo al referéndum suizo que la iniciativa xenófoba e islamófoba que ha llevado al rechazo a los alminares. Al igual que en la campaña presidencial, en la que fustigó a la generación de mayo de 1968 como culpable de todos los males de la modernidad, ahora se trata de atizar al progre antes de que píe para culpabilizarle de la ola de islamofobia que nos invade. Su pecado es "la desconfianza visceral a todo lo que viene del pueblo". Con esta actitud, Sarkozy defiende lo suyo, no en vano es el único presidente europeo elegido por sufragio universal directo. Para el presidente francés, "este desprecio del pueblo siempre termina mal", dando así la culpa de lo que pueda suceder no a quienes promuevan esos males sino a las Casandras que los profeticen y condenen de antemano. Va más lejos así que los propios responsables suizos, como la ministra de Exteriores, Micheline Calmy-Rey, abrumada por los resultados, que ha reconocido el error de cálculo que llevó a subestimar "las preocupaciones legítimas de los ciudadanos" pero no duda en señalar que la iniciativa de la consulta corresponde a "una amalgama sistemática entre islam y violencia, sumisión femenina y discriminación". El hueco en el que Sarkozy viene poniendo los huevos de su peculiar populismo es la fosa cada vez más profunda que se ha abierto en los últimos 20 años entre las élites políticas europeas y los ciudadanos. La Confederación Helvética, sin estar en la Unión Europea como Italia, rivaliza con su vecina en cuanto a los avances corrosivos de la antipolítica. En 1992, apenas tres años después de la caída del Muro, el consejo federal suizo quería pedir el ingreso en la UE, pero en diciembre del mismo año los suizos rechazaron en referéndum el ingreso en su antesala económica, el EEE (Espacio Económico Europeo). Ocho años más tarde aprobaron en referéndum siete acuerdos bilaterales con la UE equivalentes al EEE, pero en 2001, un año después, rechazaron por abrumadora mayoría de un 77,5% el ingreso en la Unión. La UE jamás hubiera llegado a su desarrollo actual si todos y cada uno de los miembros se hubieran visto obligados como Suiza a celebrar consultas populares para cada paso (Francia, Irlanda y Holanda lo han demostrado con la Constitución y con Lisboa). Pero no importa, porque justo en el momento en que la Unión Europea más se parece a Suiza por su irrelevancia y su falta de vocación internacionales, Suiza es quien marca la pauta para el comportamiento de la UE frente a la inmigración, por encima de lo que diga el Tratado de Lisboa y su Carta de Derechos Fundamentales en vigencia desde este 1 de diciembre. Lo que Reino Unido ha hecho con la UE -deshilacharla políticamente a base de ampliarla como espacio comercial-, lo está haciendo ahora Suiza respecto a la identidad y a la religión, que empujan por sustituir a la ciudadanía y al derecho como bases de la vida política en común.



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10 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sobre Maria João Pires

Maria João Pires não teve muita sorte com o país em que nasceu. Sessenta anos de carreira (e que extraordinária carreira a sua) justificariam uma homenagem de âmbito nacional capaz de expressar a nossa gratidão por pisarmos o mesmo chão e respirarmos o mesmo ar. Não será assim, pelos vistos, ainda que não lhe venham a faltar na terra portuguesa outras manifestações de admiração e respeito. Foi em casa de uns amigos que a ouvi pela primeira vez, quando ela não passava de uma adolescente que, com o seu frágil corpo, mal parecia haver saído da infância, e que me fez temer se os braços e as mãos lhe chegariam para enfrentar-se ao gigantesco teclado. O piano familiar, vertical, talvez não estivesse em perfeito estado de afinação, mas as primeiras notas saltaram límpidas, cristalinas, dando-me a sensação, não de serem a mera consequência do choque dos martelos com as cordas, mas de haverem brotado directamente dos dedos da própria pianista. Foi o meu baptismo na arte de Maria João Pires. Depois, ao longo dos anos, sempre que ela, já viajante emérita, aparecia por Lisboa a dar os seus recitais, eu lá estava, rogando às potestades celestes que a protegessem do mau-olhado, de um simples sopro de ar que a perturbasse. Talvez por efeito das minhas petições e do crédito que tenho no céu, todos os concertos e recitais de Maria João Pires a que assisti chegaram felizmente ao seu termo. Desta vez, por razões de distância e também de saúde, não poderei estar presente, dar palmas e beijar as suas mãos tão cheias de música, de humanidade, de beleza. Por tudo o que me fez ouvir e sentir, Maria João, obrigado. Eunice Muñoz lê o texto “Sobre Maria João Pires”



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9 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Yeniva Fernández: Presentación hoy

carátula del libro. Fuente: revueltaeditores Hoy, en el marco de la Feria del Libro Ricardo Palma, se presentará el libro de cuentos TRAMPAS PARA INCAUTOS, de la narradora Yeniva Fernández. La edición está a cargo de Revuelta Editores.Los encargados de comentar esta publicación, serán los escritores Jorge Harten, Sebastián Pimentel e Iván Thays.La cita es a las 5 y 30 de la tarde en la sala Los geniecillos dominicales.



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9 de diciembre de 2009
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El Boomeran(g)
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