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Blogs de autor

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Éramos tan pocos

Como el estornudo de una gripe deseada, la blogósfera alternativa cubana no deja de propagarse. Ya no se parece a ese páramo que mostraba ?si acaso?  unos pocas páginas con seudónimo en abril del 2007, cuando comencé con Generación Y. He perdido la cuenta de cuánto somos ahora porque cada semana me entero que han nacido, al menos, dos nuevos espacios virtuales. El bloqueo de varias plataformas bloggers y los constantes ataques sólo han servido para que el virus de la opinión libre mute hacia formas más complicadas de callar. El ADN de la expresión ciudadana no cederá ante vacunas basadas en la intimidación y la difamación: terminará por infectar a todos. La pluralidad de enfoques es el signo de las plazas de discusión que han encontrado en el ciberespacio un escenario más tolerante que en la realidad. Conozco sitios de catarsis ante la acumulación de frustraciones, mientras otros se especializan en la noticia o la denuncia. Van desde simpáticos blogs como Cuba Fake News hasta revistas cargadas de imprescindibles artículos al estilo de Convivencia. Sus autores son lo mismo ex oficiales de la contrainteligencia del Ministerio del interior que escritores desterrados de las editoriales oficiales. A todos los une la necesidad de pronunciarse, el tirante deseo de terminar con un ciclo de silencio que ha durado demasiado. Cual manojo de electrones libres, esta blogósfera no responde a jerarquías ni a figuras principales. Su fuerza está en que no es posible descabezarla, ni atraparla, por ser escurridiza y lúdica, no necesitada de tomar acuerdos ni de portar credenciales. En el tiempo en que se desarrolla una estrategia para combatirla, en que por allá arriba se reúnen, levantan un acta, bajan sus directrices hacia los posibles ejecutores de la censura, ya el número de estos sitios se está duplicando dentro de la Isla. Para cuando empiecen a entender de qué se trata y cómo se administra el antídoto, la fiebre blogger habrá hecho latir las sienes de miles de cubanos.



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15 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Paco Ibañez

Paco Ibáñez es la mejor de nuestras leyendas roncas, cercanas, profundas, irónicas, cargadas de futuro y con un pasado que nos hace viajar a los tiempos en que contra Franco no vivíamos mejor. El cantante que llegó vestido de negro, comprometido como Celaya, descreído como Brassens, cercano como Miguel Hernández, pícaro como Quevedo, se hizo necesario como el aire que respiramos. Desde su primer disco en directo grabado en el Olimpia parisino, Paco fue nuestro mentiroso poético más necesario. Aprendimos de la verdad de sus mentiras y nos hicimos seguidores de un tipo hermosamente contradictorio como un lobo bueno, altivo como un aceitunero, solitario como Góngora y cachondo como el Arcipreste de Hita.

Llegó con sus canciones desde París, con los pintores del exilio y las voces de nuestras quejas, con la poesía profunda y la poesía necesaria, con Valente y con Alberti. Con los unos, contra los otros. Y nos aprendimos los himnos y los poemas puros, las coplas a la muerte y los cantos a la vida. Paco era, es, nuestro cantante esencial para intentar entender este país de todos los demonios. Desde París o en nuestras barricadas, en Barcelona o en el País Vasco, desde las arboledas perdidas o en algún Finisterre. Paco, el exiliado Ibáñez, el vasco que trabajaba la madera y jugaba a las cartas, el hombre de la voz que se rompe para emocionar a golpe de guitarra y palabras de la tribu, ese joven que lleva cincuenta años cantándonos como si nos invitara a seguir resistiendo las noches y sus días, canta una noche de éstas y nos hace encontrarnos con una esquina que conocemos desde hace varias décadas. Volveremos a nuestras galas de antaño: negros por fuera, rojos por dentro. Volveremos al color de la vida que se carga de futuro. Al que canta porque le duele y  porque le gusta. Volver al gozo de sentir que la canción tiene sentido, que el cantante sabe de dónde es aunque no sepamos, no nos guste,  saber a dónde vamos.

Una mañana en Jaén, nuestro Jaén, el de Miguel Hernández, el de los aceituneros, se encontraron Paco Ibáñez y Raphael. Después de que cada uno mirase para otro lado, de que intentaran disimular sus evidentes presencias, esos dos cantantes, dos mitos tan diferentes, tan nuestros, esas dos Españas, se dieron la mano. Me brotó una sonrisa, un resto de mi ingenuidad y me retiré sin escuchar lo poco que se dijeron esas dos barricadas que se rindieron por unos minutos La timidez de vasco, la condición de exiliado, el mundo radical y profundo de Paco hacían muy difícil el encuentro con la amable y un tanto impostada manera de ser y estar de ese ídolo de la canción sentimental, divertidamente amanerada, eficazmente popular. Dos que estaban en las antípodas. El chicharrón crecido en las profundidades de la queja, en la mejor desnudez de la poesía forjada desde la edad media hasta nuestros poetas de la generación del alcohol y la experiencia. Y el niño de Linares, el chico del coro de la iglesia, de las fiestas con aristócratas venidos a menos y militares idos a más. Y sin embargo los dos chicos del pueblo. Los dos "carne de escenario". Gente que dice cosas cantando. Cada uno con lo suyo. Con sus voces, con sus ámbitos. Soy de los que creció cantando a Paco Ibáñez. Pero no dejo de saberme muchas canciones de Raphael. No me hacen falta las canciones, las músicas y las letras de Raphael. Y no me imagino nuestras músicas sin las canciones de Paco Ibáñez. Me gustó verlos juntos, no revueltos, por unos minutos. Me gustaría estar al lado de Paco en ese concierto de Barcelona. O de Carabanchel, bajo.



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15 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los peces de la amargura

A menudo ocurre que las ficciones iluminan con mayor contundencia aquellas zonas de la realidad que las ciencias sociales se empeñan en diseccionar con pulcritud y minucia. Digo «contundencia» y no «certeza» porque las ficciones apelan no al frío raciocinio y a la lógica sino a esa parte más emocional e intuitiva de nosotros que sin embargo también nos sirve para entender la realidad.

Comento esto a propósito de un libro de relatos escalofriantes que acabo de terminar, «Los peces de la amargura», de Fernando Aramburu quien, con aparente desapego, nos ofrece en sus páginas un diagnóstico de la sociedad vasca secuestrada por la ETA. Durante años los periódicos y los telediarios que han abierto sus ediciones con el festín de sangre al que se han entregado estos patriotas de la Goma 2, así como los pronunciamientos (desde los más enérgicos hasta los habitualmente pusilánimes) de nuestros políticos, nos habían acostumbrado a este paisaje de horror como a una dolencia  crónica y hasta cierto punto inevitable: Una dolencia que ocurría no en el país vasco sino en las pantallas de nuestros televisores, claro. Leer los relatos de Aramburu produce tal sensación de incomodidad y vergüenza que es difícil no ceder a la tentación de abandonarlos una y otra vez pues, leyéndolas a contraluz, sus historias nos llaman la atención respecto a nuestra indiferencia.

 ¿Qué cuenta Fernando Aramburu? No se dedica a narrar las sevicias de los terroristas sino el miedo y la cobardía -aquí por desgracia inevitablemente hermanados- de un gran sector de la sociedad vasca que prefiere mirar hacia otro lado cuando atropellan a su vecino, o de la señora de edad cuyo pecho se inflama al calor de la palabra «patria» tanto como al odio que parece instilar este sustantivo cuando cree que alguien acomete contra ella... son historias mínimas, cotidianas, pero que dan cuenta de la fiereza nazi que viven quienes no apoyan a ETA, o nos muestran a aquellos para los cuales el asesinato de un vecino es motivo de alegría, un cadáver más apilado en el muro con el que quieren construir una patria en permanente estado de descomposición moral. En «Los peces de la amargura» estos cómplices no son los lobotomizados cachorros de ETA sino señoras de mediana edad, vecinos de escalera, el panadero de la esquina o los amigos de la consuetudinaria partida de mus. Sigilosos y cobardes cuando se acerca a ellos el infectado, desgañitados y furibundos cuando hay que hacer escarnio de él.

Leyendo a Aramburu, cuya prosa limpia y sin aspavientos nos lleva por la parte más sórdida de una sociedad, uno comprende hasta qué punto es necesaria la complicidad de los ciudadanos anónimos para que existan los iluminados y para que se cometan todos los atropellos y excesos que se cometen en nombre de un ideal. Leer a Aramburu me trajo a la memoria otro libro, este ambientando en la Alemania de Hitler, otra sociedad de vergüenza: «Historia de un alemán» de Sebastian Haffner. Allí, como en este libro del escritor vasco, vemos dibujada la siniestra orografía del terror y de la anuencia ciudadana, la misma indefensión de las víctimas, pero sobre todo nos asomamos a un espejo donde puede resultar incómodo encontrarnos. Quizá porque lo que cuenta Aramburu con maestría no es la historia de una parte de la sociedad, sino de toda ella y de cómo el terrorismo es un cáncer que nos afecta también a los que miramos para otro lado. Cuando así lo hacemos, parece recordarnos Aramburu, ya estamos contaminados.   



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15 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La Casa de Campo

 

 

            La Movida de los años 80 y la noche madrileña son dos tópicos sobre Madrid que me producen bastante melancolía. La Movida me la perdí porque precisamente en esos años huí a Dénia, junto al mar, en plan solitario, a oír las olas en lugar del roce de los pantalones pitillo y la dolida voz de Antonio Vega. Mientras empujaba el carrito de mi hija recién nacida me perdía aquel ambiente del que todo el mundo habla y sobre el que se hacen tesis doctorales o películas como la de Rafael Gordon sobre Ouka Leele. Me perdí la Movida porque estaba viviendo otras cosas distintas, pero siento como que he faltado a una manifestación en la que todo el mundo estaba. Todo el mundo, menos yo. Digamos que te deja una mella histórica en el corazón. Cuando lo del mayo del 68 aún no tenía la edad, cuando la Movida estaba fuera de Madrid, cuando... ¿Qué pasa con la gente que no está donde está todo el mundo? Y la famosa "noche madrileña" me ha pillado sin ganas, me resulta trabajosa, sobre todo si pienso que tengo que divertirme. En el fondo, los mejores secretos de Madrid se juegan al mediodía en las comidas de trabajo y de no trabajo, a la luz del día. Lo que hacemos los madrileños en ese rato en que uno se escapa del trabajo merecería una novela, una película, un documental, algo. Hubo un tiempo, a los diecisiete más o menos, en que lo que más me atraía del mundo era la noche, tenía un magnetismo extraño, como si en la oscuridad se guardaran todas las alegrías escasas y buenas, por eso entiendo a los chicos de ahora. Dejadles que vivan la noche para que más tarde no sientan ninguna mella en el corazón. Pero además habría que darles las gracias a todos los que con gran esfuerzo, dejándose el tiempo y la salud, han creado un reclamo tan invisible como poderoso. Crear "la noche" y poder venderla fuera de nuestras fronteras me parece lo más ingenioso que ha hecho este pueblo al que le gusta la calle a muerte. Un pueblo creativo que inventó la Movida, la Ruta del Bacalao, el Botellón, que por cierto se está quedando muy viejo, habrá que idear algo rápido.

 Lo que más triunfa siempre tiene que ver con el entretenimiento o perder el tiempo. Luego podrá tener todas las aplicaciones interesantes que se quiera, pero de entrada lo que prospera entre las gentes es lo que llama a jugar y pasar el rato, de ahí que no exista nada, pero absolutamente nada, más interesante en este país (y en otros) que el fútbol. Y de ahí, Internet, una herramienta educativa de primer orden, una red de comunicación brutal, pero ¿qué nos comunicamos?, ¿de qué hablamos cuando chateamos? Ves a alguien con la cabeza metida en el ordenador horas y horas y lo más probable es que esté deleitándose con alguna tontería de YouTube o consultando el facebook. Se supone que este invento es para hacer amigos y seguirse la pista unos a otros mediante notas. Muchas celebridades se dirigen al mundo y hacen sus declaraciones mediante el facebook. Esto está muy bien si no fuera porque se te puede esfumar toda la mañana cotilleando en el facebook de las narices cuáles serán los amigos de fulano o mengano, mirando fotos, leyendo frases a medio hacer. Aunque ya sabes lo que se dice: "vales menos que un amigo de facebook". Si escribes un blog, te metes en facebook, le das al twitter (leo en el de Ricky Martin: "Piensa en el éxito, enfócate, quédate ahí". Vaya, Ricky, que positivo eres.), te bajas música o películas (mal hecho), te embelesas en el correo, te pones con los vídeo juego, la play station, etc., si haces todo eso, no pisas la calle. Y entonces, ¿quién ve las hermosas hojas del otoño cayendo sobre la acera?

El Otoño está por encima de todo. Las mañanas neblinosas, el color enrojecido y amarillento de los árboles, las setas para quien se atreva a cogerlas, los rayos de sol colándose entre las encinas de la Casa de Campo. La Casa de Campo es una de las maravillas de Madrid, te saca de la ciudad, te hace sentir que estás en otro lugar. Caminas por estrechos senderos salvajes, cruzas el puente de la Culebra, te metes unas bellotas en el bolsillo (la mejor encina está al pie de la caseta del teleférico),  ves una ardilla, pasas bajo castaños, álamos y robles y te sientas un rato a contemplar las piraguas que cruzan el lago. Al fondo hay una ciudad, has viajado. Respiras hondo. Existen parques maravillosos en Madrid empezando por El Retiro, pero la Casa de Campo te pone en el campo, te adentra en la tierra y logra que te olvides de todo.

 



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15 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El perfume

Algunos de los lenitivos que encontramos en la vida corriente proceden del buen olor. El olor de los churros, del caldo de gallina, del café y también, muy naturalmente del perfume o la colonia puesto que la colonia se fabrica precisamente para neutralizar los posibles daños debidos al incontrolado olor. Expuestos a numerosas amenazas las provenientes del olor son  del tipo propio de los embates que desconciertan y ante los que apenas sabemos reaccionar.  Una cosa por tanto es el mundo asalvajado y bárbaro de los olores del mundo, esencias sin manipular, y otra es el cosmos -la cosmética- de los perfumes donde el olor ha sido explorado, aderezado e instruido para cumplir una función  en provecho del alma, su salud y su buen humor. De este modo, la colonia viene a ser de hecho una defensa contra los acosos indeterminados u olfativos pero por sí misma, fuera de toda  lucha contra lo hediondo, los perfumes son dones de felicidad que se reparten deliberadamente como obras de arte o, sencillamente, como buenas obras. s. Perfumes unos que se acompañan de una memoria dichosa y otros que oliendo a violetas o a bebés nos sitúan en un ámbito  excepcional mientras el efluvio continúa con vida. Una vida corta que los expertos buscan  llenarla de múltiples atributos y así se habla de perfumes  ácidos, suaves, fríos, cálidos, plateados, sordos,  agresivos, tiernos, cantarines, nostálgicos, clamorosas. Tantas sensaciones diferentes puesto que un perfume compuesto por unas 30 esencias da lugar a decenas de miles de interacciones estéticas o sensitivas.

De hecho, el aroma se comporta como un ser vivo que mientras nos auxilia y embellece se debilita y se agota. La constatación de que el perfume va desvaneciéndose y llegará irremediablemente a cero crea la idea de una desolación propia del abandono compatible con el terror de no oler a nada.  La colonia trata así extraer de la cotidianidad al empleado en su penosa gestión y transportarlo (etéreamente) a una dimensión tan surtida como más lozana. De hecho, a finales del siglo XIX el  doctor Sylvius se hizo célebre comercializando agua de colonia como remedio contra las neuralgias, reumatismos, la atrofia muscular, los dolores de cabeza, la debilidad y la parálisis.

La colonia no era entonces cosa  de hombres y su actual apreciación estética, su "nota" o su "forma" sensitiva  evocando colores, sabores, gustos, sonidos, tiempos (duración, volatilidad, volumen)y tactos es un producto propio de  la estetización general del mundo feminizado que culminó el siglo XX.

Nada en el mundo huele como el perfume aunque algún elemento se le parezca pero todos tratan de oler con aquello que fuera lo mejor del mejor mundo. Unas veces tratando de mimetizar a la naturaleza y otras procurando mejorarla para componer un espacio cuyo principio sería la base olfativa, la base odorable o, contiguamente, adorable.

Las fragancias se evaporan demasiado pronto o pero gracias a su presencia podemos ser capaces de imaginar una muestra de sensaciones exhaladas por el otro mundo posible: cariñoso, delicado, festivo, cordial. Un mundo de amor y bienestar que la colonia anticipa puesto que si su inhalación no será capaz de transformarnos, por un momento el sufrimiento se confunda. 

Siendo seres humanos, no siempre puede exigirse que el dolor  desaparezca pero bastará que se alivie en algún grado para que una efímera línea de deleite nazca.

 Vivir, decía Ortega, significa cierta dificultad del ser y ¿quién duda de que la colonia o mareando la dificultad o embelleciendo el tufo de ser no aromatiza circunstancialmente la engorrosa presencia de las cosas? Se tratará de pequeños momentos cuya fragancia encubre o  irradia hasta el linde de una felicidad soñada y como en ellos, poco más tarde, la iluminación al despertar se apaga. 



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15 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Atentado en Milán

¿Por qué me odian tanto? Ésta es la pregunta que se hace a sí mismo el presidente del Consejo de Ministros de Italia, Silvio Berlusconi. Quizás la respuesta la dio él mismo antes incluso de formularla y pudo leerse en su rostro ensangrentado y tumefacto por la salvaje agresión perpetrada por un aparentemente perturbado mental. Después de recibir el golpe, lejos de arredrarse o refugiarse en su coche, el primer ministro italiano se incorporó y buscó con la mirada al agresor con la evidente intención de devolverle el golpe. A Berlusconi ni siquiera le entra en la cabeza que la gente rechace sus pretensiones, se oponga a sus órdenes o pretenda cerrarle el paso en la adaptación del Estado y del derecho a sus conveniencias. ¿Cómo puede ocurrírsele que alguien ose y sobre todo pueda llegar a agredirle físicamente?

La eventualidad de una agresión o incluso de un magnicidio es algo que rodea permanentemente la vida política. Recordemos el asesinato de Olof Palme cuando su país no había entrado en la paranoia de la seguridad en la que obligadamente todos estamos. De ahí que no sea un acontecimiento excepcional, por más que sea absolutamente condenable, que el primer ministro sea agredido con tanta saña por parte de alguien con la mente perturbada, probablemente calentado, es verdad, por el ambiente irrespirable que se vive en Italia. Lo que es excepcional es su reacción, y lo que constituye un peligro es que ahora pretenda cargar las responsabilidades sobre quienes le han venido criticando o quienes intentan evitar que culmine sus fechorías legales para blindarse de nuevo ante los tribunales después que el tribunal constitucional levantara la inmunidad que se había otorgado a sí mismo. Hay que buscar, pues, las respuestas en esas imágenes que ya han dado la vuelta al mundo. En el rostro sangrante de Berlusconi, con más expresión de rabia que de sufrimiento, se refleja la sorpresa de una fragilidad súbita, más dolorosa probablemente que el propio golpe, al igual que se desvela una senilidad inmisericorde que la violencia descubre detrás de la máscara y de la cirujía. Ese hombre que se cree todopoderoso, capaz de comprar todas las voluntades, cambiar todas las leyes, rejuvenecer su imagen y su cuerpo, proporcionarse todos los gustos y placeres, y rodearse de todos los sistemas de seguridad y de cuantos guardaespaldas haga falta, tiene luego muchas dificultades para comprender una cosa tan sencilla como que su vida es tan ligera, insegura y frágil como la de todos los demás mortales. Por eso lo que nos sorprende y no hemos visto en otros personajes en el momento de ser agredidos es cómo asoma en su rostro lacerado la ira de quien se ha creído un dios y la sorpresa de comprobar que está hecho de la misma carne que el resto de sus compatriotas.



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15 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Paul Auster en el Sweet Melissa Cafe

El Sweet Melissa Cafe, donde entrevistaron a Auster pese a que la música estaba muy alta. Fuente: hubbe Paul Auster sin su bufanda roja. Fuente: clarín Paul Auster y su novela Invisible (publicada por Anagrama hace una semana) es todo menos "invisible". El peregrinaje para ir a entrevistarlo ya se inició y ahora le tocó el turno a Francesc Peiron, para La Vanguardia y Clarín. Es una extensa entrevista, pregunta y respuesta, que se llevó a cabo en el Sweet Melissa Cafe en Nueva York. Ropa oscura, bufanda roja, otra vez. Aquí se habla de todo. Hasta de Obama y de una nueva novela, que ya estaría concluida. Algunas respuestas picadas:-Unos conocidos vinieron a Nueva York a pasar sus vacaciones y alquilaron un departamento en Brooklyn para tener una experiencia "austeriana"...-Me parece una locura. No puedo decir nada más. No tiene sentido que alguien venga a Brooklyn porque yo vivo aquí.-Tal vez creían en un tropiezo casual con usted, fruto del azar, una circunstancia tan característica de sus novelas...-No son mis libros, sino que todo en la vida es fruto del azar. Es fascinante pensar, por ejemplo, ¿dónde se conocieron tus padres? Es la suerte. Si ellos no se hubieran encontrado, tú no estarías en Brooklyn. ¿No es una historia extraña? Se encontraron por suerte, no lo dudes, y ahora estás sentado enfrente de mí...-... hablando con Paul Auster... -Cada vida es el producto de un accidente que sucedió una vez.-En su última obra vuelve a producirse una historia de azar. ¿Feliz con el resultado?-¿Feliz? Nunca.-¿Por qué no?-No sentirse feliz forma parte de la naturaleza de este trabajo. Experimento un minuto de satisfacción cuando acabo un libro o cuando pienso que ha sido un buen día de trabajo. Después, me gana el desasosiego, pienso que he de leer más libros para hacerlo mejor en la próxima ocasión.-La crítica que se publicó hace unos días en el Book Review de The New York Times concluía que ésta es su mejor novela...-Lo sé. Sólo es la opinión de una persona. Y cada una tiene una opinión diferente.Sí, porque esta semana, James Wood arremete contra usted en The New Yorker.-No he leído la reseña. No leo ninguna desde hace cuatro o cinco años, aunque también la conozco. Sé que me ataca. No tengo nada personal con él, pero siempre es así. Muchos amigos me preguntan cuál es el problema. Es un reaccionario. No quiero preocuparme. Siri (Husdvedt), mi mujer, que está de viaje, me llamó para contármelo. Dijo que era como si fueras por la calle y un desconocido te soltara un trompazo en la cara.Le gusta Obama...-Su elección me alegró. El presidente es brillante, tiene talento y la derecha republicana se ha de reconstruir, está verdaderamente muy deprimida. Sin duda, es mucho mejor que el anterior.-El terrible atentado del 2001 vuelve a salir en su libro, aunque sea sólo una pincelada.-Si escribes sobre algo que sucede después del 2001, y eres americano y más en concreto neoyorquino, es imposible no pensar en lo que sucedió. Piensas cada día.-También se refiere a la pesadilla de los neoyorquinos de que alguien, de repente, les salga con una pistola...-Sí, es cierto, pero especialmente entonces, cuando se encuadra esta historia. Los 60 y 70 eran muy violentos, mucho más que ahora. La ciudad ahora es más segura. Esa imagen del libro explica lo peligrosa que era entonces la ciudad, con drogas por todos los lados, pistolas y navajas, amenazas, tiroteos. Todavía los hay pero no en el grado de entonces. Cuando yo era estudiante ibas por la calle mirando a tu alrededor.-¿En Manhattan?-Sí, en todos lados, pero sobre todo en Manhattan. En esa época nunca había puesto los pies en Brooklyn.-¿Por qué eligió Brooklyn para vivir?-Fue hace casi 30 años. Y fue sencillamente porque no podía vivir en Manhattan por una cuestión de dinero. Era más barato. Me trasladé en 1981 y jamás pensé que no me movería. Cuando vino mi mujer del medio oeste, en 1978, estaba en Manhattan, pero era caro, y se vino a Brooklyn. Hace unos años, el departamento nos quedó chico, nos teníamos que cambiar a uno más grande. Le dije si quería volver a Manhattan, ése era el momento. Pero no, nos quedamos en Brooklyn, sólo nos movimos una cuadra. Ahora hay muchos escritores jóvenes norteamericanos que viven en Brooklyn, al menos la mitad.-¿Qué lo ha llevado escribir esta novela?-He trabajado en ella seis o siete meses, cada día. Pero cada libro es diferente. Algunos los escribes en diez años, otros, en uno, todo depende.-¿Y ahora?-Ya tengo otro libro listo. Lo terminé hace dos meses y saldrá el próximo año. Finito.-¿De que va?-Ya se verá.



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14 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Todos somos Edipo

Rafael Argullol: Entonces aparece con todo su esplendor ese claroscuro de las ciegas esperanzas a las que aludió Esquilo en su Prometeo.

Delfín Agudelo: Ante las imágenes del verso referido, la ceguera y sus falsas esperanzas, no puedo dejar de pensar en Edipo. Comprendiéndolo como el tipo de hombre, vemos su liberación de la subjetividad para convertirse precisamente en tal: la relación que se establece de la ceguera tanto con Tiresias el invidente y con su destino ineludible que es terminar ciego. Es un poco esta plancha que se hace sobre el humano: siempre vamos a estar sujetos a nuestra propia ceguera y la verdad, en la medida en que queremos llegar a ella, implica la liberación de la ceguera.

R.A.: Creo que de la misma manera que decía que "ciegas esperanzas" es uno de los versos que más magistralmente resumen la condición humana, creo que el mito de Edipo es el mito más universal. Y evidentemente para reconocer esa universalidad debemos liberarnos un poco del prejuicio moderno del llamado "complejo de Edipo", popularizado por Freud y la psicología moderna, que afronta de una manera sesgada un espacio parcial del mito. El mito de Edipo es el más universal porque todos somos Edipo, ya que es un problema de distancia. Nosotros en general tenemos una excesiva cercanía respecto a nosotros mismos. Esa cercanía hace que creamos que lo que llamamos nuestra identidad sea nuestra identidad real. ¿Por qué? Pues porque nos lo han dicho desde pequeños, porque nos lo han dicho en la escuela, porque tenemos apellidos, porque nos han dado un carné de identidad, porque nos han nombrado con un determinado nombre, etc. Pero el problema es que siempre estamos demasiado cerca de nosotros, y para conocernos realmente es necesario alejarnos de nosotros y mirarnos  no desde un solo punto vista o sitial sino desde muchos sitiales: ver lo que está oculto en nosotros, ser capaces de ver lo inconfensable que hay en nosotros, ser capaces de ver lo que hay en los sueños, en la duermevela, liberar al máximo nuestros pensamientos. En la medida en que somos capaces de mirar desde estos distintos sitiales nuestra propia vida y nuestra propia trayectoria nos damos cuenta que lo que llamábamos identidad era algo absolutamente falso, y que para llegar a un conocimiento medianamente aceptable de lo que es nuestra vida, de lo que es nuestra existencia, tenemos que desarticular muchas evidencias, tenemos que desnudarnos, tenemos que cegarnos, y tenemos que aprender a mirarnos de nuevo sobre lo que es la vida.

Todos somos Edipo en ese sentido. Edipo era un hombre que llegó al máximo de conocimiento respecto a esa identidad falsa en el inicio de la obra de Sófocles, pero que luego ese conocimiento es completamente frágil, fraudulento, como el que tenemos nosotros acerca de nuestra supuesta identidad hasta que la ponemos en cuestión. Y de ahí que en el enfrentamiento, en el clímax de la obra de Sófocles entre Edipo y Tiresias, Edipo, que es el que ve, no está en condiciones de ver, y Tiresias, el adivino ciego, es el que realmente ve. En el desenlace Edipo tiene que arrancarse los ojos para empezar ese aprendizaje de revisión, de volver a mirar de otra manera sobre lo que es la vida. Por tanto no es solo la cuestión que se ha hablado por parte de la psicología de que Edipo incurre en dos de los tabúes más grandes de la cultura antigua y moderna, ya que eso es un problema parcial; el problema más importante de Edipo es que estaba convencido de que era uno que no era, y que para llegar a avanzar respecto a quien es realmente, tiene que cegarse respecto a lo que era la mirada anterior y volver a mirar de otra manera. Edipo quiere decir "el de los tobillos torcidos", pero en realidad debería querer decir, también, "el que tiene que mirar de otra manera", para así llegar a conocerse. A mí además me parece muy interesante el tema de Edipo en el contexto de la cultura europea porque es como el paso de una sabiduría arcaica a una sabiduría moderna que planteó la filosofía en sus orígenes. Cuando Edipo descifra el enigma de la esfinge, él se está enfrentando con métodos arcaicos y míticos al problema del conocimiento, pero eso no es suficiente: a partir de ahí tiene que poner en marcha toda la maquinaria de interrogación que en el terreno de la filosofía llevó a cabo Sócrates y que luego recogió Platón. Si Edipo hubiera solo descifrado mistéricamente el enigma de la esfinge, nos hubiéramos quedado en un universo mítico-arcaico. Si Edipo quiere avanzar mucho más en el conocimiento de la identidad, tiene que empezar a disparar una serie de porqués, como aconsejaba también Sócrates, casi contemporáneo de Sófocles, y eso es porque esto necesariamente lleva a la desarticulación de la propia identidad a poner en cuestión muchos planos de lo que llamaos confidencia, y avanzar hacia otros niveles de la conciencia mucho más complejos pero que a la final dictaminan nuestra identidad real. Por tanto Edipo sería por un lado un problema de distancia, por otro lado el del paso de un tipo de sabiduría mistérica y enigmática a otra sabiduría que es la filosófica. 



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14 de diciembre de 2009
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Lo que se ha perdido

Hace unos años en un programa cultural de radio, dedicado en esa ocasión a la filosofía, el entrevistador, defensor de la presencia de una mayor presencia de esta disciplina, no ya   en la enseñanza  sino en la sociedad, me incitó a reivindicar una mayor implicación de los poderes públicos  en la formación de profesionales. Mi respuesta fue matizada, pues tras manifestarle que no podía estar más de acuerdo, añadí con algo de socarronería que, desde el punto de vista del ciudadano en general, era importante  que los demás tuvieran una vida sexual y espiritual ricas, pero que más importante era que tal fuera en primer lugar su propio caso. Manera de decir que la exigencia filosófica le concierne a todo el mundo en general y cada uno en particular, que no es satisfactorio el pensar que otros -se supone que los finos- responden plenamente a ella. Y lo que digo de la filosofía es ampliable al arte y a la ciencia y en general a todas las modalidades de fertilización del espíritu.      

Pierre- Louys Rey y Brian Rogers,  co-editores de la edición parisina  de de En busca del Tiempo perdido  ( La Pléiade 1989) finalizan su estudio relativo al último libro, El Tiempo reencontrado, con la siguiente frase: "El Tiempo reencontrado se dirige a la individualidad creadora de cada uno de nosotros y, más aun que una invitación a leer, constituye una invitación a escribir".                                 

Quisiera completar esta invitación con la siguiente frase de T. S. Eliot: "Pero no hay competencia, sólo existe la lucha por recuperar lo que se ha perdido y reencontrado y vuelto a perder mil veces"

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14 de diciembre de 2009
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El sótano de Allende

Sólo estábamos la guardiana y yo esa mañana de domingo del pasado mes de noviembre en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, al sur del céntrico Barrio Brasil de Santiago. Situado en un palacete de estilo ecléctico, entre los muchos que bordean la avenida República, este museo tiene un origen español y una historia inevitablemente agitada. Surgido de la iniciativa personal del crítico de arte sevillano José María Moreno Galván (fallecido en 1981), en un gesto de apoyo solidario al gobierno de Allende que obtuvo la respuesta inmediata de muchos grandes pintores (Lam, Saura, Frank Stella, Matta, por citar algunos), nunca llegó a abrirse en vida del presidente socialista, quien alentó desde el comienzo la propuesta de Moreno Galván y llegó a ver antes del golpe militar de septiembre de 1973 la primera obra generosamente donada, una hermosa pintura de Joan Miró. Treinta años tardó la colección formada en llegar definitivamente a Chile, tras unos avatares que recuerdan, y por similares condicionantes políticos, los que sufrió el ‘Guernica' de Picasso antes de su devolución a España.

     El museo expone en rotación un número limitado de los 2000 cuadros reunidos, estando en todo momento alguna parte del fondo en exposición itinerante por diferentes países extranjeros. El día de mi visita solitaria lo expuesto era en su mayoría pintura surrealista, no toda muy distinguida, aunque también estaban colgados varios de las grandes lienzos en permanencia. Una vitrina de la planta baja muestra objetos personales de Allende al lado de un peculiar muro de las lamentaciones hecho con fragmentos encadenados de sus discursos políticos. "¿Y los sótanos?", le pregunté a la amable guardiana. En mi guía Lonely Planet de Chile, edición española de 2009, se hablaba de que el visitante podía reconocer en ellos "cables telefónicos enmarañados e instrumentos de tortura dejados en tiempos de la DINA, que empleó el edificio como estación de escucha". La señora hizo un gesto difícil de interpretar: entre la sonrisa de disculpa y la mirada huidiza: "No hay acceso al sótano ahora, aunque usted podrá observar al salir, si se fija, restos del cableado y las antenas de escucha en el tejado".

     Al día siguiente por la noche seguí con atención, sentado en mi habitación del hotel Plaza San Francisco, a unos cientos de metros del Palacio de la Moneda, un largo y animado debate  -emitido en directo por el Canal 13-  entre los cuatro candidatos a las elecciones presidenciales chilenas celebradas este domingo 13 de diciembre. Me fascina especialmente, entre las tonalidades del castellano americano, la chilena, que oí por primera vez en España a dos magníficos escritores aquí largo tiempo residentes, José Donoso y Mauricio Wacquez; un habla levemente atropellada y hasta ansiosa, capaz, sin embargo, de la melodía más dulce. Esa noche escuché, tratando de sustraerme un poco a la encantadora música de sus acentos, los discursos cruzados entre el centro-derechista Sebastián Piñera, el comunista (aliado con la izquierda cristiana) Jorge Arrate, el independiente y antes diputado socialista Marco Enríquez-Ominami (MEO en su abreviatura no despectiva), y el candidato de la gobernante Concertación entre socialistas, radicales y democristianos, Eduardo Frei hijo, que ya fue presidente en un mandato anterior y repite opción al estar obligada la presidenta Michelle Bachelet (con un 80% de aceptación popular ahora mismo) a dejar el cargo por el límite constitucional de cuatro años.

      No soy un conocedor profundo de los entresijos de la política actual de aquel país, aunque Chile, el Chile del Frente Popular y el Chile de Pinochet y sus gorilas, fue para mi generación, acabada la guerra de Vietnam, el máximo punto de referencia moral, similar, me atrevo a decir, a lo que la España de la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura franquista fue en la conciencia de muchos de nuestros mayores de Europa y América. La pasión chilena y la amarga nostalgia ‘allendista' volvieron naturalmente a revivir (y en este caso también para numerosos ciudadanos españoles que eran niños o no habían nacido en septiembre de 1973) con los episodios del mandato judicial de Baltasar Garzón y la detención en Londres, a finales de 1998, del exdictador Pinochet, con el decepcionante final de la liberación del militar criminal decidida por un gobierno, el de Tony Blair, que ya empezaba, si no antes, la cadena de vergonzosas traiciones al espíritu progresista que decía encarnar. Devuelto a Chile, el general, como es sabido, jamás llegó a ser debidamente juzgado, utilizando argucias y mentiras hasta la muerte, en su propia cama, el 10 de diciembre del 2006.

     El debate en Canal 13 tuvo momentos muy vivos, y uno que, desde el punto de vista español, disfruté particularmente: las palabras de MEO, un político joven (36 años) de físico atractivo y vacilante discurso, acusando a Piñera de tener como consultor en política y gurú personal a José María Aznar, un jefe de estado, dijo, que ha mentido a los ciudadanos y fue "el hombre que arrastró a España a una de las guerras más crueles que ha conocido el mundo". A Frei se le acusó de haber aceptado el cambalache del retorno sin cárcel en firme ni enjuiciamiento en España del general Pinochet, y esa acusación, de nuevo esgrimida por MEO, salpicaba a Arrate, que era ministro en aquel gobierno progresista de Frei y, discrepando de la mayoría del gabinete, protestó pero no dimitió, por no hacerse  -dijo con la elocuencia que tiene este antiguo profesor de economía-  "un llanero solitario". MEO, por su parte, tuvo que arrostrar las críticas, de Piñera y Frei, a sus connivencias con los gobiernos de Chávez y los hermanos Castro, respondidas por él con una inquietante mezcla de coquetería y populismo.

     En Chile, fue mi impresión de viajero, Allende está presente, pero yo creo que para una parte muy substancial y tal vez mayoritaria de la población más como icono del pasado que como inspiración de cara al porvenir. Su estatua, de una gran fealdad artística (sobre todo en comparación con la de los presidentes anteriores que la acompañan en la plaza Constitución), está erigida a pocos metros del bombardeado palacio donde se quitó la vida tan dignamente, y no faltan en los alrededores las huellas o presencias de aquellos trágicos días: unas, conmemorativas (por ejemplo la placa mural que recuerda a los miembros de su ‘guardia de corps' caídos el infausto 11 de septiembre), y otras aún encaminadas a la restauración de la verdad, como el anuncio, en la entrada del cercano Ministerio de Justicia, de un servicio médico estatal que con una pequeña muestra de sangre "puede ayudar a identificar los cuerpos encontrados y los que se podrían encontrar".

    El mismo Palacio de la Moneda se visita libremente, con cita previa fácil de obtener, tras la decisión tomada en 2000 por el presidente Lagos. El recorrido guiado incluye los lugares del crimen: el salón blanco donde el presidente resistió hasta el último momento, la ‘chaise longue' donde se reclinó para dispararse a la cabeza, la ventana del primer piso en la que fue fotografiado por unos escolares que pasaban camino del colegio, la puerta por donde fue sacado su cadáver, tapiada posteriormente por los golpistas.

    Es comprensible que los chilenos voten el 13 de diciembre pensando en el futuro, teniendo además una situación económica -no sólo comparativamente- airosa. El país, sin embargo, y de nuevo especulo, no va a desligarse con facilidad de su aún reciente historia; en los días de mi estancia saltó a la prensa el conflicto creado por la decisión de la presidenta de nombrar como comandante en jefe del Ejército al general Fuente-Alba. El militar, subteniente con mando en 1973, nunca ha sido imputado, pero el solo hecho de haber tenido que declarar dos veces en el caso de la llamada Caravana de la Muerte bastaba para hacerle inconveniente a ojos de las asociaciones de familiares de desaparecidos. Pero me extrañó que en el amplio folleto que entregan gratuitamente al visitante del Palacio de la Moneda, con seis pequeñas fotos del estado en que quedó el edificio neoclásico tras los ataques con bomba de las fuerzas rebeldes, el único nombre propio que no se menciona en ninguna de sus páginas sea el de Salvador Allende.

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14 de diciembre de 2009
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El Boomeran(g)
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