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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Listas

Aunque nunca he sido particularmente amigo de las listas y casi siempre sus conclusiones tienen el signo inequívoco (y frágil) de la inmediatez, no pude sustraerme a la lectura de la lista de los mejores libros publicados en el 2009 y que registra el suplemento Babelia de El País de esta última semana.  «Anatomía de un instante» de Javier Cercas, el libro elegido como el mejor de este año que termina, es un libro extraño, a medio camino entre el ensayo y la novela, y que tiene su punto de partida en el golpe del 23 F, en España.  Es curioso que en esta ocasión, según se desprende de la encuesta hecha a cincuenta críticos, la novela parece haber perdido fuelle en detrimento del ensayo. Al menos eso dicen: la gente quiere más realidad y menos ficción, ¡vaya!, eso suena como toda una novedad, dicen. El ensayo ha destronado a la novela, insisten.

Pero más allá del hecho evidente, siempre según los encuestados de Babelia, de que este año se han valorado mejor los ensayos que las novelas, creo que sería apresurado sacar conclusiones erróneas respecto a estas últimas. Me parece simplemente que los lectores buscan un nuevo empuje en la novela, un rapto de audacia: que esta ponga un pie en otros territorios para no sucumbir tragada por las sombras de sí misma. Ese híbrido entre ensayo y novela, como es efectivamente el espléndido libro de Cercas, me recuerda a la Negra Espalda de Tiempo, de Javier Marías, a Sefarad, de Muñoz Molina o las Nocillas del buen Agustín Fernández Mallo, que capitanea (me parece que sin querer) un grupo de escritores que proclaman una ruptura algo aparatosa, una nueva forma de contar...  En el fondo se trata  del mismo asunto de siempre y demuestra que la novela es un género que se columpia entre estos dos hechos incontrovertibles: por un lado pertenece de manera inequívoca a una antiquísima tradición, que para los occidentales empieza con Homero, y por otro siempre pretende romper esa misma tradición. Heredera y transgresora al mismo tiempo, la novela -toda novela, cualquier novela- siempre estará en su hora cero, buscando contar una historia de la mejor manera posible. Y para ello echará mano de lo que tenga a su alcance, sea ensayos, cuentos, memorias, diarios, cartas, blogs, biografías... La perplejidad que de tanto asalta a los críticos, a los periodistas especializados, a los editores y hasta a los propios escritores, sólo demuestra que la novela parece ir siempre por delante de sus lectores más exigentes.

(De todas formas, yo también tengo mi propia lista, pero simplemente de los libros que he leído este año, y de la que espigo unos cuantos, por si se animan también ustedes a contarme la propia: Santo Diablo, de Ernesto Pérez Zúñiga, Me casé con un comunista, de Philip Roth, Historias de las despedidas, de Pedro Sorela, El otro nombre de Laura, de Benjamin Black. ¡Ah!, y En el bosque, de Juan Carlos Chirinos, aún inédita. Pero esa es otra historia que ya les contaré.)

Feliz año y felices lecturas. 



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29 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Breviario del año que acaba: el caso Haidar (2)

 

La deportación de la líder saharaui Aminatu Haidar, su huelga de hambre en Lanzarote, la reacción de la opinión pública, los esfuerzos fallidos del gobierno para hacerse escuchar en Marruecos y, finalmente, la mediación de la diplomacia norteamericana y francesa, nos han ilustrado sobre la astucia que hace falta para manejar la verdad y la mentira en la escena internacional.

La reconstrucción de los hechos permite ver en nuestro cuerpo diplomático una falta de pericia que quizá diga mucho sobre su sinceridad pero muy poco sobre el maquiavelismo que distingue a los grandes zorros de nuestro tiempo.

El gobierno consintió parecer un cómplice de Marruecos. Aceptando que deportara a una ciudadana castigada por su militancia saharaui, el gobierno se prestaba a ser un colaborador de la policía política alauita. La reacción de Haidar, iniciando una huelga de hambre, y recibiendo en el mismo aeropuerto a sus numerosos simpatizantes, transformó un gesto de buena vecindad en objeto de befa: España hacía de nuevo el ridículo.

En la "imagen" del gobierno -forjada por los medios y los activistas de los Derechos Humanos- cuenta sobre todo el titubeo ministerial. Podría haberse presentado como el gobierno que acoge a una exiliada y hacer del territorio nacional una tierra de asilo. Pero en lugar de ofrecer una justificación plausible prefirió dejar a flote lo evidente. En lugar de enmascarar su complicidad con una mentira moderna, se precipitó a omitir la verdad que al final se supo: recibiendo a Haidar sólo quería hacer un favor al levantisco y listísimo Reino de Marruecos.



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29 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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China con Irán

La comparación entre China e Irán vuelve a estar en el orden del día. La hice en junio, cuando empezó la revolución verde contra el régimen del ayatola Jamenei y la retomo ahora cuando se observa cómo se mantiene y se extiende el movimiento de protesta por todo el país. El detonante sigue admitiéndola: las protestas de Tian Anmen empezaron como homenaje a Hu Yaobang, el dirigente reformista apartado del poder, fallecido el día 15 de abril de 1989; al igual que en Irán ha sido la muerte del gran ayatola Montazeri, el hombre que en su día pudo suceder a Jomeini, la que ha actuado de catalizador. Pero la relación entre las revoluciones democráticas china e iraní va mucho más allá: hay que entrar en twitter para darse cuenta de la ola de solidaridad que está suscitando el movimiento iraní entre los chinos.

En esta nueva revolución iraní están los viejos componentes que suelen acompañar todas las transiciones, pacíficas o no. La lucha por el poder dentro del régimen que se tambalea, la división entre los duros y los reformistas del régimen, el relevo generacional, la ascensión de nuevos valores e ideas que van minando las dominantes... Esto sucedió en Tian Anmen y está sucediendo en Teherán, con el añadido, ciertamente muy relevante, del uso de las tecnologías de la comunicación, sobre todo a través del teléfono móvil, como instrumento organizativo y también de solidaridad. No es lo mismo convocar saltos en las calles o citar a la gente a una manifestación al viejo estilo de los panfletos o del boca oreja, que hacerlo por mensajes e mail, facebook o twitter. Los acontecimientos se siguen en todo el mundo con una intensidad y una cercanía imposibles hace 20 años. Quizás esto explica la resistencia de un movimiento que lleva ya seis meses sin rendirse e incluso incrementando su fuerza, como indica el desbordamiento del escenario de la capital. No hay duda de que la torpeza del régimen y la obsesión enfermiza en la represión, propia de dirigentes que se sienten acorralados, también han hecho su contribución a la vitalidad de la protesta. Pero los hechos del domingo, durante la festividad chiíta de la Ashura, han demostrado que el gobierno ni siquiera es capaz de mantener sus fuerzas bajo control. Son numerosas las imágenes que están llegando de policías acorralados por los jóvenes o luciendo los símbolos verdes de la protesta en un gesto de simpatía o de rendición ante los manifestantes. A la vez, este desbordamiento se combina con decenas de detenciones o con los numerosos muertos entre los manifestantes, diez veces más de los reconocidos por las autoridades según los mensajes que se pueden leer a través de twitter. El sobrino de Mussaví, fallecido por disparos efectuados desde su espalda, podría ser víctima de una represalia destinada a amedrentar al principal rival electoral de Ahmadinejad. La familia se ha encontrado con que el cadáver ha desaparecido del hospital. Varios colaboradores del dirigente reformista han sido también detenidos. El cerco del régimen sobre los dirigentes de la protesta se estrecha, a medida que la protesta de los jóvenes se extiende. No hay duda de que los iraníes se acercan a momentos decisivos. (Enlaces: con mi post sobre China e Irán de junio pasado; con el signo de la solidaridad China con Irán en twitter: #cn4iran)



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29 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vargas Llosa al teatro de nuevo

Mario Vargas Llosa con Aitana actuando. Fuente: rtve Yo me pregunto, si Vargas Llosa empezó a los 70 años a cumplir su sueño de ser un actor de teatro, ¿por qué no puedo yo, a los 41, empezar a cumplir mi sueño de convertirme en un pintor expresionista abstracto? La respuesta me costó 300 dólares enviado a un tipo que me habló por Skype 25 minutos desde Isla Canarias. Es mi culpa. Vargas Llosa, en cambio, qué grande. Ahora reescribió Las Mil y Una Noches para adaptarla al teatro con su actriz fetiche Aitana Sánchez-Gijón. Dice la nota que han editado el libro en Alfaguara:A partir de la observación de que prácticamente ninguna traducción de Las mil y una noches era idéntica a otra, al escritor peruano Mario Vargas Llosa se le ocurrió hacer una propia, "libre" y "minimalista". El texto, que él mismo interpretó en teatro junto a la actriz Aitana Sánchez Gijón, llega ahora a las librerías. Para escribir sus Mil y una noches, Vargas Llosa consultó distintas traducciones de este compendio de "multitud de historias, algunas orales y otras escritas, de origen principalmente persa, indio y árabe". Aunque muchas de ellas se remontan a los siglos IX y X, buena parte de los relatos son cuentos del siglo XIII que comienzan a ser recopilados a partir del siglo XVIII y a traducirse (en general con muchas variantes) a lenguas como el francés, el inglés y el alemán. La historia de cómo la princesa Sherezada se salva de una condena a muerte gracias a su capacidad para contar relatos encarna, según Vargas Llosa, "la función humanizadora y civilizadora que tiene la ficción". En su versión minimalista, pensada originalmente para ser llevada a escena, el escritor recrea algunos de los cuentos y noches menos conocidas. A partir de la estructura de esos relatos, el autor añade y recorta "desde lo que podría llamarse una sensibilidad moderna".



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28 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La historia secreta de la ciencia ficción

James Patrick Kelly y John Kessel acaban de publicar la antología de cuentos The Secret History of Science Fiction (Tachyon, 2009). En su introducción, Kelly y Kessel citan un ensayo de Jonathan Lethem, en el que el escritor norteamericano se pregunta qué hubiera pasado si en 1973 se le habría concedido el premio Nébula -el más importante de la ciencia ficción- a Thomas Pynchon, finalista en ese entonces con El arcoiris de la gravedad, y no al que lo ganó finalmente, Arthur Clarke. Para Lethem, el triunfo de Pynchon hubiera significado el deseo de la ciencia ficción de dejar de lado su estatus de género popular más interesado en "explosiones, efectos especiales, extraterrestres e historias de aventura" que en su potencial literario y artístico. Con el Nébula para Clarke, la ciencia ficción perdió la oportunidad de ser tomada en serio.

Kelly y Kessel recuerdan que a principios de los setenta la ciencia ficción se hallaba en un gran momento: después de las décadas "pulp" -los años que van de los treinta a los cincuenta--, en los sesenta aparecieron los escritores de la "nueva ola" -Brunner, Aldiss, Ballard--, que iban más allá de los límites del género y eran influidos por escritores modernistas como Dos Passos y Joyce, y cineastas como Kubrick. Kelly y Kessel, sin embargo, creen que Lethem le da mucha importancia a lo ocurrido con Pynchon en 1973. Su antología muestra que, si bien el público de hoy asocia a la ciencia ficción con las películas de Spielberg, Lucas y Cameron -comercialmente exitosas y de gran influencia en la cultura popular--, en las últimas décadas se ha estado escribiendo una ciencia ficción "secreta", generalmente a espaldas del éxito masivo. Hay dos tipos de escritores que la han practicado: aquellos que, dentro del género mismo de la ciencia ficción, han explorado cuestiones más típicas de la literatura "seria", como el desarrollo de personajes y la experimentación formal, y algunos escritores de ficción literaria no asociados con el género y cuya obra narrativa suele ser publicada en revistas canónicas como el New Yorker. En el primer grupo, The Secret History of Science Fiction incluye cuentos magistrales como "Interlocking Pieces", de Molly Gloss, o "The Nine Billion Names of God", de Carter Scholz, un escritor que ha aprendido de Borges; en el segundo grupo se hallan textos magníficos de Don DeLillo, Margaret Atwood y George Saunders.

Como en toda antología, hay cuentos que brillan más que otros (las contribuciones de Thomas Disch y Lethem no son de las mejores). Pero Kelly y Kessel tienen la virtud de hacernos recordar que hubo un largo momento, allá por el siglo XIX y a principios del XX, en que la ciencia ficción no era un género de culto y ni siquiera estaba tan obsesionada con el futuro: buena parte de la obra de Verne, Poe y Wells transcurre en el presente de los autores y no tiene que ver con viajes interplanetarios o batallas galácticas. Si en el siglo XX escritores y críticos quisieron encorsetar a la ciencia ficción dentro del ghetto del género, hoy eso está cambiando con rapidez. El Nébula del 2008 lo ganó Michael Chabon, cada vez son más los escritores "serios" que escriben obras que pueden considerarse de ciencia ficción (Houllebecq, Ishiguro, McCarthy, Mitchell), y los de género que rompen las convenciones dentro de las que trabajan (LeGuin, Simmons).

En la tradición latinoamericana no hubo tanta adherencia al género, y éste no logró consolidarse como un mundo autónomo, con sus propias revistas, críticos y premios. Por ello, la historia no es tan secreta. O al menos no debería: Holmberg, Quiroga, Lugones, Clemente Palma, Borges, Bioy Casares... La lista es larga, y sin embargo, la literatura latinoamericana -tanto críticos como lectores y autores- se empeña en aparentar que la ciencia ficción es cosa de otros. La ciencia ficción latinoamericana actúa como la carta robada de Poe: se halla escondida a la vista de todo el mundo.

(La Tercera, 28 de diciembre 2009)



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28 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Noches de odios

 

 

 

Es más fácil odiar en tiempos de imposición del buenismo navideño. Yo creo que hasta el bueno de Machado sabía odiar  noches y días como éstos. Con la tontería iluminada de un  mundo supuestamente feliz, con los empalagos en forma de villancicos y con los empalagos en general en forma de comida, bebida, compañeros, familia y otros animales. Por eso, y por cosas que no debo decir y no diré, recomiendo alimentar un poco más el odio. Se que algunos lo tienen muy difícil, ya son odiosos, odiadotes y odiados gran parte del año, pero otros quizá con un buen consejo, un libro adecuado o un amigo generoso lo pueda mejorar.

He leído el breve texto de William Hazlitt, casi un desconocido entre nosotros pero muy admirado por algunos tan queridos como Stevenson, Thomas de Quincey o Charles Lamb. Y también rechazado, odiado y negado por muchos de sus contemporáneos. Demasiado libre, demasiado listo, demasiado independiente. El texto breve se llama "El placer de odiar". Publicado en la pequeña editorial barcelonesa "Nortesur" y acompañado por otros textos, también breves y sagaces, de Hazlitt que hablan sobre la moda o sobre el por qué de nuestro gusto por los objetos distantes.

Antes de conocer, de leer a Hazlitt dormí en su casa de Londres. En pleno Soho, al lado de mi lugar de un mítico lugar del jazz londinense, está la casa en que habitó Hazlitt. La casa de sus años de esplendor porque por el prefacio de Jordi Doce nos enteramos de sus caída en desgracia, en olvido y pobreza. No es fácil ser lúcido. Y "odiar, por encima de todo  la pedantería, las jergas abstrusas o herméticas, la pretensión de cualquier índole o lo que él llama con repugnancia obsesiva cant, la afectación, el fingimiento de lo que no se es o no se piensa". Antes de todo eso tenía una hermosa casa burguesa que ahora es hotel. Un precioso pequeño hotel que lleva su nombre y que guarda algo de la atmósfera de éstos ilustrados de los años de esplendor. Por cierto, mucho le gustaba a Hazliit-  y a muchos cinéfilos, rebeldes con o sin causa- ese poema de Wordsworth : "devolvernos la hora / del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores"

También odio a los que no nos devuelven esa hora.

Y copio, para los que aman y para los que odian, algunas líneas de Hazliit. ¡Qué pena que "su hotel" sea más bien caro! Odio a los pudientes que no se merecen estar en su casa.

 

"La naturaleza, cuanto más la observamos, hecha de aversiones: sin nada que odiar, perderíamos el auténtico resorte del pensamiento y de la acción. La vida se convertiría en una charca de aguan estancada si no la agitaran los intereses opuestos y las pasiones irrefrenables de los hombres...Lo cierto es que en la mente humana existe una atracción secreta, un ansía de maldad que encuentra un deleite perverso, y a la vez gozoso, en la fechoría pues es una fuente inagotable de satisfacciones. La bondad absoluta no tarda en volverse insípida, carente de variedad y brío. El sufrimiento es agridulce, y no sacia nunca. El amor se convierte, con un poco de indulgencia, en indiferencia o en hastío: únicamente el odio es inmortal"

 

Tengo que hacer llegar el texto completo a mi amigo Lorenzo Díaz que sabe odiar mucho y bien. Hemos tenido años de varios odios compartidos. Los amores eran otra cosa.



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28 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Feliz día, Iván

Fuente: freerepublic Normalmente, en estas fechas siempre hacía una broma por el día de los inocentes. Y muchas veces, esas bromas las hacía en pared con Gustavo Faverón y "Puente Aéreo". Era divertido. Pero este 28 no hay bromas. El único al que todo el año lo han agarrado de inocente, en realidad, es a mí. Así que Feliz Día, Iván.



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28 de diciembre de 2009
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Una cruz en Duchov II

Siendo así que nadie mejor que él va a contarnos su vida, limitaremos esta introducción a unos cuantos asuntos que pueden orientar al lector. Y el primero de ellos es ¿a qué "vida" se refiere el título? Porque Casanova vivió decenas de vidas y no una sola; es el suyo un caso de síntesis colosal en la que es posible adivinar por lo menos cinco destinos potenciales, aunque por fin venciera el menos cómodo para él. Vivió la vida de un seductor, pero también la de un eclesiástico, músico, inventor, político, científico, geómetra, médico, químico (o alquímico), economista, ¿qué vida no vivió? Este hombre tanto se dedicaba a proporcionar atractivas muchachas a Luis XV (la célebre Mademoiselle O'Murphy cuyas nalgas de melocotón aún se pueden admirar gracias a Boucher) como le escribía un estudio a la Emperatriz de Rusia para adaptar el calendario ortodoxo al europeo (Nota 2). Y sin embargo, cuestión que a él le desagradaría profundamente, ha quedado para siempre decretado como aquel que sedujo a cientos de mujeres, el fenómeno sexual de Europa. Esta es su herencia trivial.

    ¿Sedujo Casanova a muchas mujeres? Para empezar, rara vez seduce sino que más bien se deja seducir, es decir, acepta de buen grado las ocasiones que se le presentan. Eso sí, adivina muchas más ocasiones de las que un ciudadano vulgar es capaz de intuir... o asumir. Nunca fuerza la situación, jamás violenta a ninguna de sus amantes e incluso tiene una reserva sensible que le impide, por ejemplo, aprovecharse de mujeres ebrias. No hay nada extraño o exagerado en la vida amorosa de Casanova como no sea algo que, en efecto, es infrecuente: que se convierte casi siempre en amigo y protector de sus antiguas amantes. Muchos casanovistas lo han subrayado: el veneciano es el anti-Don Juan, su contrario y enemigo. Allí donde el aristócrata sevillano, infectado por la teología, se muestra vengativo, psicópata, misógino y engañador, en ese mismo lugar luce el burgués veneciano cómplice de las mujeres, su secuaz y su salvador en más de una ocasión. De otra parte (permítaseme la humorada) tampoco fueron tantas. No más de las que muchos estudiantes actuales conocen bíblicamente entre el bachillerato y la licenciatura (Nota 3).

    Quizás el mayor misterio sea el de cómo pudo producirse semejante fenómeno: un libertino que, sin embargo, respetaba profundamente a las mujeres, en contraste, por ejemplo, con el perverso seductor Valmont de Les liaissons dangereuses (otro manual casi científico sobre las estrategias sexuales), por no hablar del marqués de Sade (Nota 4). Creo que en esa inclinación amable y loable de Casanova influyó grandemente que fuera nativo de Venecia, lugar en donde no se dio la represión religiosa que atenazó al resto de Europa durante siglos, donde la tolerancia sexual era manifiesta, y en donde (como le sucedió al propio Casanova) casi nadie era hijo de su padre. Absoluta y rotundamente veneciano, siempre en relación con venecianos que irá encontrando por todos los rincones del mundo (¡incluso en Barcelona... y le costará la prisión!), Casanova no dejó su patria hasta verse obligado a escapar.

    Nos referimos al celebérrimo episodio de su huida de la prisión de los Plomos, una de las mejores aventuras de su vida, una obra maestra de suspense que fundará su fama en las cortes europeas cuando la publique con el título de "Mi huída de los Plomos". Pero cuando esto sucede nos las tenemos ya con un hombre de treinta años en la plenitud de su fuerza. De no ser así, nunca habría podido escapar. Hasta ese momento, 1756, ya era muy viajado, había vivido en Constantinopla, en París, en Dresde, en Praga, en Viena, pero seguía siendo un perfecto súbdito de la Serenísima. La huida de la prisión del Dogo y la humillación de la nobleza veneciana ante semejante audacia, harán imposible su regreso hasta mucho más tarde.

    Emociona pensar que sólo a partir de esa extraordinaria fuga perderá Casanova la nacionalidad republicana, pero que no cejará hasta que la retome en 1774, cuando la nobleza se digne perdonarle. Y aquí tiene el lector otro dato de suprema importancia: en cuanto regresa a Venecia con el perdón del Dogo, se acaba la historia de su vida narrada, se acaba la Histoire de ma vie. No cumple su promesa y cierra el relato cuando regresa a casa. Será justamente ese ansiado retorno, ya cincuentón y vencido, lo que le irá sumiendo en un abismo de abyección (espía, soplón, rufián) que sólo acabará con un segundo exilio, cuando, moral y físicamente hundido, se vea obligado a fatigar nuevamente los caminos de Europa sin un céntimo, rechazado por la sociedad opulenta (que era su sustento, como el mar para los peces) y en circunstancias cada vez más desesperadas hasta que, ya sexagenario, lo recoja el conde de Waldstein y lo mantenga en la biblioteca de su castillo de Dux (hoy Duchov, en Chequia) como una curiosidad o un ornamento de gabinete. Allí moriría en 1798 sin ni siquiera una lápida. Y cuando por fin la pusieron, estaba mal escrita.

    Los detalles de esa parte sombría, la que Casanova no escribió, nos ha ido llegando gracias a los casanovistas, un club internacional selecto y trabajador que ha rastreado hasta el último rincón de la vida real de Casanova y esclarecido puntos chocantes, como que muchas de las aventuras inverosímiles sean verdaderas, en tanto que las verosímiles puedan ser falsas. Ellos son los que nos han descrito los últimos años de Casanova en aquel castillazo bohemio (Nota 5), en el confín del mundo, befado por sirvientes que le despreciaban y atormentaban, convertido en una figura grotesca que vestía, se maquillaba y actuaba como un primoroso galán de los que se pavoneaban por París sesenta años antes, sin dientes, medio chiflado.

    Pues, a pesar de todo, (¡oh asombro, oh admiración!) todavía era capaz de seducir epistolarmente a dos o tres buenas mujeres (jóvenes) que le enviaban sopas, dulces, mensajes, regalitos, compañía escrita y, sobre todo, afecto. Fue allí, jugando al escondite con la locura, cuando, para distraer el insoportable dolor de una vejez miserable, comenzó la redacción de este libro pluscuamperfecto, el más completo homenaje que se ha escrito jamás a la energía de la juventud, al gozo supremo de lo inmediato, el placer de respirar, de tener músculos elásticos, nervios templados y el deseo tenso como un felino que olisquea gacelas.

    Seguramente comenzó a redactar estas memorias hacia 1789 (¡año memorable¡) durante los interminables inviernos bohemios, pero las fue puliendo y reescribiendo en sucesivas ocasiones hasta que el texto que ahora conocemos estuviera listo posiblemente hacia 1797-98. La revolución y las guerras napoleónicas, que no terminarían hasta 1814, hicieron del manuscrito una pieza secreta y preciosa, conocida por muy pocos y difundida sólo entre los amigos del Príncipe de Ligne, gran guerrero y amigo de Waldstein, el cual había tomado una particular afición por el anciano Casanova, y a quien éste copió parte del texto para uso personal del magnate, lo que originaría un lío mayúsculo en la posterior recepción del manuscrito definitivo.

    Conocemos también el detalle más triste de este final despiadado. Aún retocaba su obra en 1798 cuando, tras innumerables cartas pidiendo clemencia, le llegó un segundo perdón del Dogo veneciano. Compadecida, la máxima autoridad de la Serenísima otorgaba su favor para que el anciano de Duchov regresara a morir en su ciudad natal, como había rogado por mensajería a lo largo de innumerables y fríos inviernos bohemios. No pudo ser. El bibliotecario de Duchov, personaje estrafalario por el que nadie estaba ya interesado y que todos tenían por un incomprensible capricho del duque (hacía ya muchos años que Waldstein no ponía los pies en su castillo, afanado de batalla en batalla en las campañas napoleónicas), se apagó con la carta del Dogo en la mano. Sería enterrado de mala manera en aquel lugar oscuro sin que nadie pudiera sospechar el monumento a la felicidad que había escrito el extravagante bibliotecario de un duque quizás inexistente. Nunca se han recuperado sus huesos.

    Cuenta uno de sus biógrafos, Guy Endore (aunque lo tengo por invención ya que ningún otro lo señala), que sobre su tumba clavaron los lugareños una cruz tan pobre y malparida, que cayó al suelo con la primera tormenta. Desde entonces, algunas mozas que acudían al camposanto de noche para encontrarse con sus amigos, salían despavoridas cuando la falda se enganchaba en los restos de la cruz derribada. ¡Qué éxtasis no habría supuesto para la mano de hueso del veneciano haber tan sólo rozado como una brisa aquella piel de veinte años, la dorada piel del mundo viviente!

 

Notas al texto

(2)- Como ejemplo de sus trabajos científicos (y en razón de que lo menciono), el lector curioso puede ver el titulado "Proposiciones de un diputado de la república de las letras, sometida al profundo juicio de la emperatriz de todas las rusias, Catalina II, con el objeto de hacer coincidir el calendario ruso con el europeo". Fue traducido y editado por La Gaceta del FCE en su nº 132 (diciembre de 1981).

(3)- En cambio, fue severamente castigado por éstas tan inocentes aficiones. El doctor Jean-Didier Vincent da la siguiente lista de enfermedades venéreas de Casanova entre los 17 y los 41 años: cuatro blenorragias, cinco chancros blandos, una sífilis y un herpes prepucial.

4)- Hay que subrayar, además, que muchas de sus aventuras amorosas o sexuales son serias y no cosa de un día. Algunos de sus lances son deliciosas novelitas dentro de la gran novela de su vida. La historia de la abadesa de Murano que compartió con el espléndido abate Bernis, la del travestido Bellino y esa escena digna de Hollywood que es el reencuentro con la mujer irrecuperable ya convertida en esposa y madre, la de Henriette a quien tanto respetaba y la única de quien quemó las cartas, la de Manon Balletti y tantas otras, podrían editarse como breves narraciones libres y con fundamento propio.

(5)- Una ingente cantidad de documentación apareció en el propio castillo de Duchov: más de diez mil documentos que hoy se encuentran en los archivos de Praga, porque Casanova fue tomando notas a todo lo largo de su vida y guardándolas celosamente en un baúl que llevaba consigo a todas partes o lo confiaba en manos amigas hasta recuperarlo, lo que explica una capacidad de rememoración que de otro modo no sería razonable.

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28 de diciembre de 2009
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Dublín sin boda

Dublín es la ciudad favorita de dos secciones muy específicas de la población europea: los que estudian inglés y los que se van a casar. Les veo más sentido a los segundos. Dublín (en general Irlanda) es un lugar de gran hermosura natural, relativamente pequeño y abarcable y habitado por personas locuaces; tiene además para el viajero católico practicante la oferta de sus muchas iglesias, no tan hermosas como las de Italia pero siempre abiertas. Constituye un misterio para mí, sin embargo, que tanta gente de la Europa no anglosajona piense que el mejor sitio para aprender inglés es la capital de Irlanda: algo así como si se hubiera extendido la convicción de que el destino idóneo para aprender español fuese Lugo. No dudo del nivel docente de las numerosas escuelas de lengua que se ven en Dublín, además de las que no se ven, repartidas por la campiña y anunciadas profusamente en la prensa española. Lo que tampoco es posible negar es el acento de los dublineses, tan señaladamente distinto del inglés ‘standard' como lo puede ser el castellano de los lucenses (el gaélico, lengua de arcana y dulce música, se oye poco en la ciudad). Pero ahí están, en corros o pandillas dicharacheras, los chicos de ambos sexos, españoles, franceses, italianos, a la salida de las academias de la zona céntrica situada entre el río y el Gran Canal, cargados de cuadernos y gramáticas y con el cigarrillo preparado; esto último no llama tanto la atención en un país de gran densidad fumadora.

     El segundo segmento humano al que me refiero se observa sobre todo los fines de semana y está compuesto de ingleses que, en formaciones estrictamente masculinas o femeninas, recorren las calles cercanas a Temple Bar uniformados y llevando en la cabeza artilugios vibrátiles: grupos organizados de amigos y amigas que han elegido la acogedora ciudad para sus despedidas de soltero. Me dicen los que saben de asuntos matrimoniales que también Girona (bien servida por una compañía aérea ‘low cost'), aparte de Palma de Mallorca, son destinos preferentes de estas celebraciones; en Dublín llaman grandemente la atención, en mi caso desde que llegué al aeropuerto, si bien no dejé de verlos en los siete días de estancia, ellas con camisetas alusivas a la condición gallinácea (las despedidas de chicas se llaman en inglés "hen parties", fiestas de gallinitas) y ellos con similares ‘tee-shirts' y un aderezo de cuernos de plástico para afirmar que están en medio de una "stag party", una fiesta de ciervos machos. La cercanía entre el Reino Unido e Irlanda, la cantidad de los ‘pubs' dublineses y la alta calidad de la cerveza local, la negra sobre todo, se dan como los principales motivos de esta proliferación del turista pre-nupcial.

    Para el soltero no-casadero o para los ya casados, Dublín dispone de muchos otros atractivos, bastantes de ellos ligados a la letras. Es sintomático que el primer cartel de propaganda que el recién llegado ve al bajar del avión sea una bienvenida al "país (pequeño país, eso no lo dice el anuncio, pero lo sabemos: poco más de 4 millones de habitantes en total) de los cuatro premios Nobel de literatura". Los cuatro son Bernard Shaw, Yeats, Beckett y, el más reciente, el poeta Seamus Heaney, pero la lista de nombres con los que la República de Irlanda ha enriquecido la literatura en inglés es deslumbrante: desde pensadores como Berkeley o Burke a dramaturgos (Sheridan, Synge, O´Casey, Behan) y novelistas (Jonathan Swift, Oliver Goldsmith, Bram Stoker, Flann O´Brien, James Joyce, hablando sólo de los muertos, y no de todos). Y luego está, naturalmente, Oscar Wilde. La ciudad los resalta, los honra y los tiene abundantemente esculpidos, por mucho que en su día los viera partir sin poner remedio, camino de Gran Bretaña, el oscuro objeto de un amor y un recelo nunca del todo bien compensados. El escritor británico V.S. Pritchett, en su excelente y a menudo muy ácido libro sobre Dublín, dijo que los irlandeses son los peores enemigos del escritor irlandés, y "éste sólo puede triunfar fuera de ella, en Inglaterra o en América".

    En el corazón de la zona georgiana de la ciudad, Merrion Square, el curioso puede dar la vuelta a la plaza, rodeando uno de los muchos parques de Dublín, St. Stephen´s Green, y siguiendo la estela de los escritores que allí nacieron o vivieron: Oscar Wilde, el autor de relatos góticos Le Fanu o el primer Nobel irlandés, Yeats, descrito en la placa correspondiente como "senador, poeta y dramaturgo". En la mansión de esquina, 1 North Merrion Square, donde Oscar pasó una buena parte de su juventud, contienden dos placas en el muro, la del escritor y la de su padre, el eminente cirujano y oculista de la reina Victoria Sir William Wilde, un caballero de vida amorosa agitada y hábitos de higiene puestos en duda por sus contemporáneos. Siendo justos, podría haber habido una tercera placa conmemorando a la madre y esposa de los dos hombres, Lady Wilde, poetisa refinada y animadora, vestida siempre con un toque excéntrico, de un salón literario de gran relieve. La mansión de los Wilde, hoy ocupada por el Colegio Americano, se puede visitar, aunque su interior carece de interés; mucho más popular entre los turistas es cruzar la calle y buscar en un recodo del parque la estatua de alabastro que se le erigió al autor de ‘De Profundis' en la pasada década. Aunque las columnas de granito y figuras aladas que le acompañan son de una notable cursilería, hay ocurrencias ‘wildeanas' grabadas en la piedra, y una de ellas, "Ser natural no es más que una pose", cuadra perfectamente a la languidez irónica y estudiada que tiene su cuerpo de ‘dandy' recostado, no se sabe muy bien porqué, en un peñasco.

     La ciudad gira en torno a dos puntos cardinales, el río y la universidad. Dublín tiene cerca del centro su puerto marítimo, pero el Liffey es un río tan ameno y caudaloso que el amante de las aguas puede conformarse navegándolo (hay cruceros fluviales de distinta extensión) o paseando por sus dos orillas urbanas. La ribera sur bordea la llamada área medieval, donde se encuentran el Castillo y la no muy impresionante catedral de Christchurch, y también la zona de bares de Temple Bar, refugio favorito de las concentraciones avícolas y venatorias de los británicos. La ribera norte exhibe la fachada más monumental de la ciudad, con los macizos pero elegantes edificios neoclásicos del arquitecto James Gandon, el Palacio de Justicia, conocido como las Cuatro Cortes, y la Aduana o Custom House. También es atractiva, aunque más tardía, la sede central de Correos, subiendo por O´Connell Street desde el río, un lugar lleno de connotaciones históricas para los irlandeses, pues desde su escalinata de acceso leyó el patriota Pádraig Pearse la declaración de la república, dando así comienzo a los sangrientos sucesos de la Pascua de 1916; ardió en el asedio de las tropas inglesas, y volvería a ser escenario de combates armados durante la guerra civil de 1922, dejando las balas huellas aún hoy visibles en las altas columnas dóricas de su pórtico.

     Pasear por un Dublín nocturno, no sólo alrededor del Liffey, es un ejercicio placentero; los Romanos nunca llegaron a la isla, pero la ordenación urbana de la capital dio paso a mitad del siglo XVIII a un "Comité para hacer calles anchas y cómodas", y el posterior desarrollo de la ciudad las ha respetado. Tan sólo las noches de los viernes y sábados estas amplias calles se ven un tanto abarrotadas, sobre todo en la cercanía de los locales con música en vivo; el ‘folk', incluso para un turista con buenas intenciones étnicas, puede llegar a hacerse, por omnipresente y por chillón, empalagoso.   

   Los ‘pubs' de Dublín tienen fama, y se visita mucho el más antiguo de todos,  The Brazen Head (la Cabeza Bronceada), situado junto al río, enfrente de las Cuatro Cortes, y activo desde el siglo XII, antes de que fuera legal vender alcohol públicamente. A mí me gustaron sobre todo los bares tradicionales de dos hoteles con historia, el Shelbourne, junto al citado parque de St. Stephen´s Green, y el más modesto del Hotel Lincoln´s Inn, al lado del Instituto Cervantes pero más significativo aún porque en él se conocieron James Joyce y Nora Barnacle, que trabajaba allí de camarera. Dublín ofrece ahora muchos recorridos y mementos ‘joycianos'; mi homenaje más fiel fue la pinta de cerveza Guinness en el astroso pero atmosférico ‘pub' de Jack Kavanagh, donde aún hoy beben los enterradores del cementerio de Glasnevin, uno de los escenarios del ‘Ulysses'.

    Decir universidad en Dublín equivale a decir Trinity College, un conjunto académico que ocupa una extensa parte del centro desde su fundación a finales del siglo XVI gracias a una cédula de la reina Isabel I, interesada en impedir que sus jóvenes súbditos irlandeses fueran a estudiar a Europa y se contagiasen del papismo. La universidad fue durante siglos un reducto exclusivo de protestantes, si bien hoy los estudiantes son en su mayoría católicos. La arquitectura que vemos paseando por su agradable entorno abierto al público es casi toda decimonónica; una de las construcciones menos vistosas en su exterior alberga sin embargo uno de los ‘musts' absolutos de la ciudad, la biblioteca. La gente hace cola para ver el Libro de Kells, con sus páginas bellamente iluminadas en el siglo VIII por unos monjes escoceses; la exposición montada a propósito del libro es algo vulgar, y las láminas abiertas pocas. La gran recompensa a la larga espera es subir después a la biblioteca, una especie de nave catedralicia donde los volúmenes, los anaqueles, las ingeniosas escaleras y la bóveda cubierta de madera nunca, como en otras grandes bibliotecas, arredran. Aunque grandiosa, tiene algo de teatro de cámara donde uno gustosamente se pondría a hablar con los libros.

     Hay muchos museos en Dublín, y tres inolvidables. La Galería Nacional de Irlanda ofrece una vasta colección de muy buena pintura británica e irlandesa y una serie apabullante de obras maestras de la escuela italiana y española, con un extraordinario retrato de la actriz Antonia de Zárate pintado por Goya. El estimulante Museo de Arte Moderno, dirigido por el poeta y crítico mallorquín Enrique Juncosa, ocupa el antiguo Hospital Real, quizá el más noble edificio de la ciudad. Al norte del río, y desdeñando el tontísimo Museo de los Escritores, no hay que perderse, dos puertas más allá, la Hugh Lane Gallery, también conocida como la Dublín City Gallery. Los cuadros impresionistas que se muestran fueron coleccionados por el magnate Sir Hugh Lane antes de morir torpedeado en el Lusitania, pero el visitante tiene que guardar tiempo suficiente para enfrentarse, al fin del recorrido, a un sublime paisaje de catástrofe: la reconstrucción minuciosa del estudio de Francis Bacon, que sus herederos legaron a la ciudad natal del gran pintor fallecido en Madrid. Amontonados en un desorden casi inverosímil ("Trabajo mucho mejor en el caos", dijo Bacon), las cajas, recortes, maletas y lienzos acuchillados tienen un poder hipnótico, y en la sala contigua hay obra suya poco conocida y toda magistral.

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28 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El plato

Hay un abismo entre el plato vacío y el plato lleno.  O mejor, hay un abismo entre el plato lleno y el plato vacío. Este hiato se describe pictóricamente como el clamor del hambre y, semióticamente, como la palabra y el mutismo. La mudez, la oratoria y el silencio, el argumento y la nada.

 La casa da el plato impulsa a hablar. La casa da el habla. Siendo de un linaje alimentario se posee un lenguaje y teniendo un lenguaje sustancial y propio se posee un poder. El discurso del poder del plato en su variada versión.

Del plato llano se parte para el discurso llano y del plato hondo - el segundo plato capital- para el discurso más trascendencia. Juntos forman, en combinación  con otros que componen la integridad de la vajilla la  pertinencia a un sistema donde el conjuntos se integra como un juego de juegos significantes en el valor general.

No cualquier valor general, sino el valor particular concebido y respetado como una enseña de familia, de manera que es en los juegos de platos, como en los de la cubertería o en la cristalería donde se plasman o inscriben las señas ( o iniciales) de la casa.

Esa casa es dueña de una insignia que trasmite su marca a los alimentos que sirve y, en consecuencia, su característica alimentaria forma parte de  su territorio y su campamento distintivos. Esa familia,  esa nobleza, ese linaje, se graba en las piezas de comer como lo fuera en su armamento, puesto que disponer con propiedad de la comida concede un estatus de privilegio, de prevalencia o de identidad social

Sólo los mendigos carecen de platos propios y marcados. Exponen sus platillos mendicantes y anónimos como soportes de una limosna que indiferenciadamente reciben de aquí y de allá. Son mendigos  y nómadas. no poseen el alimento por su casta sino por amor de Dios, azarosamente, milagrosamente. Son, de este modo, por-dioseros. Deben su sustento a la caridad en cuanto trasunto del posible amor de Dios repartido caprichosamente sobre la conciencia de los hombres.

Se alimentan, por tanto,  basados en la piedad o, lo que es lo mismo, en la estocástica intersección de la benevolencia divina. La providencia les provee, los files le ofrecen  sus cosechas en un juego de benevolencia y azar.

El plato vacío, en la vida tradicional es sinónimo de una petición extrema. El plato lleno es equivalente a la gula pero el plato vacío es patrimonio e Dios. Entre ambos extremos se halla la virtud, el alimento que se reparte en forma de cuerpo místico o el sustento que se dona en nombre de la  caridad.

Dentro de las casas modernas el plato se apila como  un rutinario  instrumento del almuerzo o de la cena pero todos los platos reunidos, presentados en resma, dan a entender el desahogo de la economía doméstica y su potencial capacidad para cubrir el aforo de los diferentes platos requeridos.

 Hondos y llanos, bandejas y platillos de postres, se reúnen en el sistema  del banquete que la familia se otorga u ofrece festivamente a los parientes o la los demás. He aquí una seña de poder burgués que no se representa en las cuentas corrientes, ni las escrituras, sino en los atributos instrumentales para invitar a comer en el hogar.

Contar con  una vajilla,  una cristalería y una cubertería completas remite a un nivel social que no sólo come bien y holgadamente sino que invita a comer  gentes del exterior. La  casa goza del poder de invitar y, virtualmente, cuenta con  invitados plurales. Gentes que procediendo del exterior se atienen al interior a través del régimen que dispondrá el menú. s.

La cocina es una máquina de poder. Lo constata el cocinero, sea o no profesional, y lo exhibe la casa en cuanto  bajo su menú particular ve sometidos a los comensales. Agasajados sí pero, a la vez, gobernados por el firme dictado de los platos. La cocina es una máquina de poder: obliga al asentimiento de los invitados e  impone con su composición el gusto de los invitados.

n todos estos actos, el plato cumple una función  esencial. En su superficie se deposita el alimento propio de la casa, su interpretación del gusto o  el linaje y de su contenido han de participar los comensales, los partícipes de   su digestión posterior, realizada en cada estómago individual más o menos orquestada por la dirección de la casa. El plato actúa, en consecuencia, como un intermediario entre la oferta y su metabolismo, entre el rito de la invitación y la realidad del colon.

Todo plato, como en el ofertorio católico, es una ofrenda al más allá pero, en cuanto elemento mediático, conlleva una surte de  regalo social que reclama una contraprestación social.

Todo plato en soledad es un espejo del fracaso individual  mientras todo plato en la concurrencia de una mesa conlleva una positiva manifestación social. Frente al plato en soledad donde prevalece el espejo deletéreo, el plato desplegado en sociedad y convertido en vajilla disponible. Entre uno y otro extremo discurre la escala del vasallaje. la asimetría del don y el contradón, la evidencia del plato como un plano en donde se provoca la deuda infinita, teológica, o la deuda humana de la contraprestación. Acaso nunca, con más contundencia, se advierte que todo regalo alimenticio reclama su equilibrio igual. Y de ahí las interminables cenas de sociedad siempre incapaces de cumplir, plato a plato, la deuda social del banquete y su simbólica simetría institucional.



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28 de diciembre de 2009
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El Boomeran(g)
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