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I. La fama, dulce y efímera

Los espacios de la fama permanecen siempre abiertos en Estados Unidos, y es asunto de aprovechar las oportunidades doradas de saltar a las pantallas de televisión, los sitios de Internet, y aún el mercado de objetos comerciales para hacer pagar a los demás el precio de la propia celebridad. Los motivos del ascenso pueden ser inesperados o variados, y resultarán rentables en la medida en que se tenga la habilidad de buscarles provecho, igual si se es víctima de una traición marital, y aquí se trata de sacarle partido a la infidelidad del otro; o se tiene la astucia de colarse en una fiesta de gala en la Casa Blanca, y aquí se trata de sacarle partido a la audacia, y al descaro.

            El primero es el caso de Jenny Sanford, esposa del gobernador republicano de Carolina del Sur, Mark Sanford, aspirante a candidato presidencial y epítome del político conservador en un estado en donde, por años, el reinado de los asuntos públicos ha pertenecido a los hombres blancos protestantes, los WASPs (white anglo-saxon  protestant).

Jenny fue el motor de las campañas de su marido, su manager tras bastidores, su primer ministro virtual, y el glamoroso poder detrás del trono. Hasta que estalló la tormenta marital que puso a la pareja en las portadas de las revistas y los diarios y en las pantallas de televisión y de Internet.

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18 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las sábanas

De la materia textil de la espuma marina  están compuestas las sábanas. De hilo, de lana, de algodón  de seda, cada juego de sábanas comunica con un mundo de ensoñaciones puesto que su papel se asocia naturalmente a un posible sueño que viaja desde la alcoba a la cama hospitalaria, desde los brazos del amante a la oquedad invernal. Presentes en el amor, son también las compañeras más íntimas de la agonía. Presentes en la soledad son las cooperantes más pacíficas del mal o el desatino.

Puede adquirirse casi cualquier artículo  en El Corte Inglés pero la compra de la sábana -así como de todo aquello que se relaciona con la cama- comporta una exposición personal en la que el pudor turba para llegar a una elección serena. Esa serenidad es, sin embargo, tan necesaria en la compra como después en contacto con el juego de cama que para ser efectivamente un mundo lúdico debe prestarse al sosiego, la voluptuosidad o el jeribeque que , en muchos sentidos, corresponde a la prenda interior. Interior de la casa y del sujeto, sujeta a la cama  al cuerpo: prenda que cada noche emprende con nosotros un viaje indeterminado y que, sea cual sea su objeto, brinda una navegación a vela donde las sábanas efectivamente nos acompañan por suaves espacios de agua..

Con otras pertenencias viajamos durante el día y de aquí para allá pero efectivamente las sábanas son una suerte de túnica o sudario que nos espera en un lugar fijo y desde donde nos desplazamos inmóviles hacia un horizonte de espumas. Espumas marinas, espumas de color negro.

Porque, de una parte las sábanas son un envoltorio listo para resguardar la estancia del cuerpo y de otro se comportan diariamente como un animado sudario en donde nos refugiamos y nos callamos sin voz o sin vida.

Así el silencio en donde creemos dormir se presenta como una clase especial de transparencia. El principio acaso de lo transparente. Todas las otras formas  de la transparencia poseen en su interior el ánima vacua del silencio y de ese modo son tan mágicas o inquietantes.

El silencio sería el fluido en el que el ruido se disuelve desprendido de impurezas. Con lo cual la sábana sería el ruido primigenio, el punto del ruido, aún puro, que se anticipa a su son y vive en la fundamental acústica  del silencio. Con el silencio llegamos lejos, silenciosamente, mientras con el sonido de inmediato topamos con obstáculos. Todo obstáculo levanta un muro acústico, produce ruido, mientras todo vacío, todo solar desnudo promueve la metáfora ideal de la sábana en silencio, sin mácula, sin metáfora, sin proyecto.

El silencio patina,  plancha la sabana con su espalda y en su seno nos posee allanados. Porque mientras el ruido posee, por definición relieve, existe en la anfractuosidad, el accidente o la cordillera, el silencio es por naturaleza  horizontal, producto afín  al  desierto y el lago,  efecto de la noche sin nadie y de la luz sin paramentos.  Este silencio siempre horizontal hila la sábana y su fabricación idónea se corresponde con la dejación del sueño, o la parálisis.

Dormir sin nada ni nadie, dormir extendido y plano,  cerrar los ojos ante cualquier dificultad que impida la dulce transparencia de la nada. .

Toda ornamentación es argumento y alharaca mientras el lienzo esencial, como en pintura, carece de sonido y de palabra previa. Ama o no ama sin decir nada y nuestro yo en ella se unta de una ausencia absoluta o del olvido sin rostro ni adherencias. El ser herido o traicionado halla un amparo indecible entre las sábanas para morir o para desintegrarse. Su fantasmal disolubilidad es equivalente a la capacidad de camuflaje a que induce la mismísima sábana, tan muda y alba que recuerda en su peculiar pasividad  a la antitética personalidad del espejo: el espejo nos odia, nos quiere y siempre nos fulmina en un relámpago, la sábana más cándida y maternal, más lenta y primitiva, nos ama y nos ama.



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18 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Olé

Fantástica fiesta política, con toda la artillería pesada en acción. España, nada menos que España, se juega su futuro. ¿Qué será de los españoles sin toros en la barcelonesa Monumental? ¿Qué será de los taurinos catalanes, abundantes todavía, obligados a viajar al ?extranjero?, a Francia y a España, para gozar del espectáculo taurino? ¿No recurrirá alguien al Tribunal Constitucional para impedirlo?

No es menor el ruido y la furia de los taurófobos. También la Cataluña soberana que algunos de ellos sueñan se juega mucho en este envite. ¿Será verdad que con toros y toreros se hace imposible avanzar hacia la independencia? ¿Qué van a hacer con el bou embolat y els bous a mar de las tierras más meridionales, con la cargolera de Cardona y con la indudable taurofilia catalana de toda la vida? El festival argumentativo es fantástico, y lleno de increíbles efectos pirotécnicos como en un castillo de fuegos artificiales. Están en juego las libertades individuales y los derechos de las minorías, nada más y nada menos. Al contrario, lo que está en juego es la dignidad ciudadana y la extensión de los derechos humanos a los animales, toma ya. Zapaterismo del bueno, diría alguien. Yo confieso que no tengo criterio claro respecto a la prohibición. De los toros sólo me gusta la carne y muy de vez en cuando. La fiesta me parece un horror, qué quieren que les diga, y no me sonroja confesarlo. Pero no trago ni uno sólo de los argumentos del antitaurinismo catalanista. Ni del taurinismo españolista. Me caen bien, en cambio, los que gustan de la fiesta y la defienden con pasión, aunque tengan muy pocas razones y no pueda acompañarles ni a la plaza ni a las manifestaciones y manifiestos. Pero lo que más me gusta del asunto es que los parlamentarios catalanes se vean obligados, gracias a una iniciativa popular, a discutir sobre el futuro de las corridas en Cataluña. ¿O acaso no tienen sus señorías derecho, e incluso en este caso obligación, a debatir sobre el asunto? En el fondo es meramente una cuestión de democracia, lo único que hay en común entre este debate y el anterior sarao político catalán, el de las célebres consultas populares. ¡Olé¡



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18 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Extraño homenaje a Ribeyro

El gran Julio Ramón Ribeyro ríe después de leer su cuento post-mortem titulado "Homenaje en Riva Agüero". Foto. Caretas Cuando he ido a Congresos Internacionales fuera del país hay un denominador común: todos los escritores me preguntan por Julio Ramón Ribeyro. Ribeyro tiene una fama cabalgante fuera del Perú, es un escritor de culto, el autor que todos se precian de haberlo leído. Si Vargas Llosa o Bryce Echenique son los referentes obligados, el caso de Ribeyro es distinto: a él se le admira, se le cuida, se comparte entre buenos lectores. Y yo, debo decir, me siento tremendamente orgulloso no por ser peruano sino por ser "ribeyriano" a carta cabal. Por eso, me da pena enterarme en la revista CARETAS de un extraño homenaje que se le hizo en el Instituto Rivaguero de la PUCP donde participaron Alonso Alegría, Jorge Valenzuela y Richard Cacchionne. El sobrino de Ribeyro, Juan Ramón, comenta la cantidad de desatinos que se dijeron esa noche. Por ejemplo:"El profesor Jorge Valenzuela, a través del cuento "Junta de Acreedores" trató de demostrar que Ribeyro es autor del fracaso, y que a pesar de estar considerado como neorrealista no lo es, ya que a diferencia de los representantes de esta tendencia que se solidarizan con los personajes, Ribeyro los despoja de toda su humanidad y los degradaba con sarcasmo.En primer lugar, habría que dudar del método de crítica que expulsa ideas generales luego de la lectura de un solo cuento, más aún de un autor tan prolífico como Ribeyro. En segundo lugar, ¿de dónde sacará valenzuela aquella norma según la cual el "Neorrealismo" implica que el autor o narrador se solidarice con sus personajes? ¿Eso sucede siempre? Primera noticia. Quizá ha visto demasiado Ladrón de bicicleta de Vitorio de Sica. Pero el neorrealismo tiene demasiadas aristas. Por otra parte, creo que ya es tiempo de sacarse de la cabeza aquello de que Ribeyro es un escritor "sobre el fracaso". ¿Realmente fracasan todos sus personajes? Yo creo que no. Hay varios aprendizajes en la obra de Ribeyro. Cuentos vitales como "Al pie del acantilado" o "Silvio en el Rosedal" permiten una lectura diferente. Quizá el hecho de que la antología se llame La palabra del mudo (título impuesto por el editor Milla Batres, según supe) manipule la lectura. Cuentos de circustancias, otro de los títulos que usó Ribeyro, me parece más acertado para definir su obra.La exposición de Richard Cacchionne es resumida por Juan Ramón así:[...] dijo que el autor provenía de una familia oligárqueica y por ello tenía un pensamiento retrógrado del siglo XIX, racista y que pensaba mal del indígena.Sin palabras. Intentar explicar por el pasado familiar de un autor la ideología de la obra es un error gravísimo. Llamar "racista" a Ribeyro por exponer, justamente, con enorme acierto y solvencia el racismo de la sociedad peruana (en cuentos como "Alienación" o "De color modesto") es una equivocación horrorosa. Es confundir al mensajero con el mensaje. Lo mismo podría decirse, al leer "El marqués y los gavilanes", que Ribeyro al ridiculizar al "oligarca" como un demente que no puede ver la realidas es racista contra los blancos. Y aunque la crítica lanzó por ahí una frase célebre ("Ribeyro es nuestro mejor escritor del siglo XIX") esa frase es infortunada. Ribeyro es un escritor muy bien afiatado a su siglo. Y no solo por sus cuentos sino por sus insuperables Prosas Apátridas o sus Diarios, dos aspectos de sus obras, al parecer, lamentablemente soslayados por los comentaristas. Las reflexiones en sus prosas y diarios son las de un hombre que observa el siglo XX como un siglo en decadencia, no la de un decimonónico positivista entusiasmado con el progreso. Pero sobre todo el radical escepticismo de Ribeyro es una característica notable de la mejor literatura del XX; por lo demás, ese escepticismo riega todos sus textos como el gran unificador (más que el fracaso). Cuentos sobre el absurdo como "La insignia" o cuentos con técnicas literarias como "Carrusel" solo pueden inscribirse post-Kafka o post-Joyce. ¿Ribeyro un autor del siglo XIX? ¡Bah!La parte más extensa del artículo se refiere a las palabras, también desafortunadas, de Alonso Alegría (quien escribe una columna respecto al tema hoy en Perú21). Resume así Juan Ramón lo que dijo el dramaturgo:Alonso Alegría comenzó su ponencia [...] diciendo que ningún narrador puede hacer buen teatro ya que, para escribir una obra de este género había que ser dramaturgo, y en consecuencia las dos obras de Ribeyro Atusparia y Santiago el pajarero carecían de valor. esbozó luego una feroz crítica contra Ribeyro porque se regodea con el fracaso [...] Respecto a su actuación política dijo que hizo lobby por Alan García para defenderlo por la matanza de los penales y que tuvo una posición ambivalente respecto de su amigo Vargas Llosa. Finalmente, vaticinó que como el país iba saliendo de la crisis y el fracaso iba dejando de ser parte de la idiosincracia del país, en los próximos años ya nadie leería a Ribeyro.En primer lugar, me parece un desatino recordar -para menospreciar su obra literaria- la actitud política de Julio Ramón Ribeyro durante los años de Alan García, en que fue funcionario. Coincidentemente, un enemigo declarado de Alonso Alegría, el maoísta Miguel Gutiérrez, usó la misma estrategia en Un mundo dividido. Parece que, en el Perú resentido, envidioso y chismosón, a la hora de contar chismes mal contados no existen banderas políticas. Ciertamente, Ribeyro y Vargas Llosa tuvieron diferencias (están expuestas en las memorias de Vargas Llosa El Pez en el agua) pero sé que las solucionaron en privado, como debe ser. Alegría quiere "ponerse" extemporáneamente del lado de Vargas Llosa, a quien califica de "amigo". ¿Con qué sentido? ¿Qué necesidad hay de airear ese tema en un homenaje a un narrador extraordinario en su aniversario? Si Vargas Llosa y no Alonso Alegría hubiera estado presente, por respeto y admiración a un escritor notable, jamás lo hubiera expuesto de una manera tan arbitraria y descontextualizada. En segundo lugar, Alonso Alegría está desde hace años en una campaña personal para quedar como el único dramaturgo importante del Perú. Decir que Ribeyro es un mal dramaturgo (y vamos a pasar por alto la inferencia difícilmente defendible "ningún narrador puede ser buen dramaturgo") es como decir que Usaín Bolt, campeón plusmarquista de 100 metros planos, nunca ha ganado una medalla en Salto Alto. Lo que está en discusión es su marca mundial, no su salto alto. Lo que se discute en Ribeyro es la calidad de su obra, sin necesidad de diseccionarla. Posiblemente, las obras dramáticas no estén a la altura de sus cuentos y sus prosas. Cierto. Pero eso no significa nada en el contexto de una obra solida y compacta. Y mucho menos, puede decirse que "no tienen valor" porque cuando un autor es tan complejo y sofisticado como Julio Ramón Ribeyro todas las obras contribuyen a la comprensión de su summa literaria. Ribeyro (y quizá eso le duela mucho a Alegría) no es el autor de una sola obra celebrada, sino de una Obra Total que incluye distintos géneros, entre ellos la dramaturgia. Desdeñar su obra dramática es perder el objetivo, que es la lectura global de su obra. Resaltar la menor calidad dramática de un narrador espléndido como Ribeyro en su homenaje solo puede ser provocado por la envidia o mala leche.Pero lo que sí resulta aún más lamentable es aquella conclusión pitonisa de que en el futuro "nadie leerá a Ribeyro" en el Perú. Hay que ser muy negligente para mandarse con una frase de oráculo sobre el siempre imprevisible destino literario de un autor. Pero sustentar esa especulación bajo una teoría "sociológica" es, ya, una falta de respeto. ¿Realmente cree Alonso Alegría que el Perú es un país optimista, donde el fracaso no existe? ¿Realmente lo cree ad-portas de un proceso electoral donde la hija de Fujimori tiene un alto porcentaje de votación solo por el apellido? ¿Un país optimista es el que produce los sucesos de Bagua? Si Alonso Alegría se ha dejado llevar por las mini-series sobre bandas de cumbias que salen del fracaso y luego se compran camionetas 4x4, o si cree las estadísticas sobre el "milagro peruano" es su problema. Pero el Perú es un país complicado, dividido, desintegrado, inurbano, sin instituciones, racista y, encima, con un gran desprecio a la cultura. Un país donde cada uno jala agua para su molino, donde cada día descubrimos un escándalo político nuevo, donde todos los días nos enteramos de miserias humanas en familias de todas las condiciones sociales, desde violaciones a menores, líos por herencias familiares, jubilados sin pensiones, asesinatos selectivos que incluyen el matricidio. ¿Ese es el país que va dejando de creer en el fracaso? Incluso si así lo fuera, como acota bien Juan Ramón, nadie podría asegurar que se dejaría de leer a Ribeyro, como no se ha dejado de leer a Chejov, Kafka o a Dostoievski. O como lo demuestra la obra Millenium de Larsson, ubicada en la utópica Suecia "sin fracasados". Pero sucede, justamente, que no es así. El Perú sigue siendo el país que retrató con lucidez Julio Ramón Ribeyro. Y más allá del Perú, los seres humanos seguimos siendo esos proyectos fallidos, esos personajes tentados por el fracaso, de sus prosas. Por eso se lee cada vez más a Ribeyro no solo en el Perú sino en el exterior. Porque Ribeyro tocó una fibra humana a la que pocos autores acceden. Porque Ribeyro, incluso en sus obras menores como las dramáticas, era un autor consciente de que la verdadera tragedia del ser humano no radica solo en su entorno sino en sí mismo.Y como prueba final de que Alonso Alegría está equivocado pongo este homenaje. ¿Acaso no es un perfecto cuento de Ribeyro el convocar a tres peruanos incapaces de entender la obra de Julio Ramón Ribeyro para hablar, justamente, de las bondades de un autor complejo como Julio Ramón Ribeyro? Este es el cuento post-morten que debería sellar la exitosa reedición, por Seix Barral Perú, de La palabra del mudo (el libro más vendido de la feria Ricardo Palma, además, y el que salvó al stand de Planeta, como para darle la contra al Perú triunfalista que no lee a Ribeyro que imagina Alonso Alegría). Julio Ramón debe estarse riendo desde las alturas. Las alturas no del cielo donde debería morar sino de su enormísimo talento, por cierto.



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17 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Franquear una zona

Los conozco desde siempre, desde que me aventuré más allá de mi barrio de sucias fachadas hacia una Habana que no paraba de sorprenderme. Se puede decir que se parecen a casi todos mis amigos: peludos, alternativos y risueños. Son similares a esos jóvenes que abarrotaban nuestra sala hace unos años, para tocar guitarra y pasar el apagón entre canciones y poemas. Los muchachos de Omni Zona Franca lo mismo usan una cazuela como sombrero, una saya sobre sus piernas de varones o un largo cayado hecho con la rama de un árbol. Rebeldes en todo, rompen con la poesía edulcorada y apologética, con las normas del buen vestir y hasta con el arte institucionalizado y por tanto prudente. El escenario de sus performances es precisamente esa barriada de Alamar, diseñada para que en ella habitara el hombre nuevo. Hoy disfuncional conglomerado de edificios ?todos idénticos? donde nadie quisiera vivir y los que allí residen rara vez logran mudarse a otra zona. Tirados sobre la hierba sin mucha lógica urbanística, estos bloques de concreto han sido inspiración para varias acciones artísticas de Omni. Recuerdo cuando los vecinos de la zona llamaron a la policía al ver brazos y cabezas salir entre las lomas de la basura que ningún camión recogía hacía semanas. Fue la manera que encontraron estos jóvenes para decirles a sus conciudadanos: nos estamos ahogando en los desechos, apenas si logramos respirar en medio de tanto residuo. Cada diciembre, Omni organiza el Festival de Poesía sin fin y la actual edición ha estado marcada por el cierre de su local en la casa de cultura de Alamar. Entre patrullas de policías y la voz de un airado viceministro de cultura, a estos crónicos irreverentes les fue quitado un espacio que tenían desde hace doce años. Pudieron llevarse consigo los afiches, las cerámicas, un par de viejas máquinas de escribir y una laptop en la que editan videos y escriben para su página web. El programa de actividades se trasladó a las salas de sus casas y al garaje de un amigo, todo con tal de no suspender la larga ?fiesta de luz?. Hoy estarán cargando una enorme ofrenda por la salud de la poesía hacia el santuario de San Lázaro en el poblado del Rincón. Levantarán sobre sus brazos la enorme figura hecha con ramas y pedirán por un verso, una rima asonante o el estribillo de una canción de hip hop. Quienes les quitaron el viernes pasado su sede y los intentaron castigar con el nomadismo, no comprenden que el arte de ellos brota del asfalto, del loco que pide limosnas en una esquina y de esa ciudad lisiada pero intensa que es hoy Alamar. Un artículo sobre Omni Zona Franca que hice hace dos años



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17 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El aire acondicionado

La calefacción central pertenece al mismo orden que el agua caliente pero la distingue de ella tanto la dificultad para su regulación personalizada como la consecuencia de hallarse inscrita entre los bienes colectivos.

Invierno tras invierno, los edificios de pisos, antiguos o modernos, obligan a soportar en unas y otras plantas temperaturas diferentes puesto que los avances técnicos siguen sin resolver el problema de que aquellos residentes de plantas bajas se achicharren mientras los de las más elevadas echen de menos unos grados de más.

 Esta disputa casi universal en las comunidades de propietarios lleva a que al menos la mitad de la humanidad dotada con calefacción central pase el invierno doméstico como envuelta en una gasa agobiante cuya textura enfebrecida procura la sensación de hallarse incurso en el interior intestinal de un organismo irremediable y como efecto de una existencia colectiva.  Lo colectivo  despide este calor que efectúa, sin proponérselo, una suerte de melaza con las carnes de la pequeña muchedumbre que ocupa la torre en  las primeras plantas.

Buena parte de estos individuo vienen de la calle ateridos de fríos y al traspasar el umbral de su propio hogar parece esperarles las fauces calientes de un invisible animal crecido aceleradamente con el invierno. De este modo, la condición protectora  que el hogar representa cambia lo que sería el tibio  aliento de los seres queridos en una pavorosa flama.

 El calor, en general,  acosa mientras el frío paraliza o mata. El frío siempre tuvo un mejor predicamento puesto que de su temperatura igual a cero, igual a la pobreza mística, podría deducirse una simbología espiritual propia a su vez de las catedrales secularmente heladas.

El calor, en cambio, procedente del vapor de agua o la fricción intensa significa una sobreexplotación del elemento básico hasta el extremo de su exacerbación y transustanciación, física u orgasmática.  El calor sería así el causante simbólico del pecado mortal y el infierno lo corrobora.

 Para los atomistas griegos de la Antigüedad, el calor, como la luz  era uno de los dos fenómenos por los que nuestros órganos sensoriales detectaban la presencia de la materia. Después, en la Edada Media, la tierra, el aire, el agua y el fuego componían el surtido canónico para saber de qué estaba compuesta, en uno u otro grado, la materia.

La preeminencia de lo seco sobre lo húmedo (del agua), de la suspensión calorífuga del salón (en vez de la tierra) y  la quietud del ámbito casero en general (frente a la movilidad del aire), hacen del fuego invisible el máximo protagonista de la agobiante calefacción central. No será el fuego que llamea, sonríe o conversa y que posee el instinto voraz de extenderse o  cocinar sino el fuego desgastado, pesado,  pasivo que se  instala por todas las dependencias de la casa o el despacho abastecidos por la calefacción central.

En los principios de esta invención civilizatoria sólo el vestíbulo donde se departía con las visitas y se realizaban transacciones poseía los tubos de vapor de agua que irradiaban calor. En ese tiempo, cabía  refugiarse contra un escalofrío amenazante en esta sauna o "cuarto del calor". O no hacerlo en el seno de ese calor acuartelado, domesticado.  El calor descontrolado, sin embargo, que anónimamente llega anticipa su amenaza de desecar la respiración es el que por el momento no ha resuelto bien la industria del acondicionamiento.

Porque tampoco el aire enfriado, designado "acondicionado" por antonomasia y orientado eléctricamente ha conquistado la perfección necesaria para aceptar que el clima puede elaborarse, matizarse o tunear a voluntad. El cambio climático que realizan  las emisiones incontroladas acaba siendo un  producto más ajustado grato y humanizado que todos los repetidos intentos expresos de humanizarlo. Efectivamente la ciencia del sólo nació, con el termómetro, a finales del siglo XVII pero cuatro siglos debieran considerarse más que bastantes para que la temperatura regulada deje de presentar inconvenientes de distinto orden, desde la habitación del hotel a la alcoba, los grandes almacenes, la oficina  o el cuarto de estar.

La casa que el desarrollo arquitectónico norteamericano trató de mejorar mediante ventanas siempre cerradas al accidente exterior, separada de la temperatura y los vendavales y ahora instaladas en grandes edificios y grandes almacenes,  ha revelado sus peores consecuencias.

 En el edificio  herméticamente cerrado al exterior, el exterior no entra ni para mal ni para bien. Estados Unidos es el ejemplo supremo de esta estructura estanca que lleva a los ciudadanos de un tórrido exterior veraniego a un frío acondicionado y gélido. O bien de un bochorno irrespirable que atasca el habla sobre las moquetas a una intemperie bajo cero. En esta serie de contrastes inducidos se juega la resistencia del sujeto que, aún sutilmente, se verá privado, debido al tenaza hermetismo de las ventanas de lo que fue tan glorioso como principal a comienzos del siglo XX: la ventilación higiénica.

Ventilar la casa, renovar el aire, fue la regla maestra para que la salud se sacudiera de los microbios. De ese modo, las corrientes naturales, empujaban lejos a las microorganismos  perniciosos  y, de otro lado, nos aportaban el aire recién nacido  en la sierra, el mar o  el pulimento del cielo. Las corrientes, en efecto, también podían desequilibrar la salud si alguien osaba a colocarse enfrente de ellas puesto que la corriente debía llegar y pasar como un ángel y en su misma potencia salvífica nadie debía entrometerse.  Sin esta temeridad irresponsable la corriente se portaba  como una mágica escoba que barría el suelo y el vuelo, que despegaba de las sábanas del enfermo los posos infames y  que cambiaba en el ambiente viciado, la vulgaridad por la virtud, además de los pegotes de mal olor por la pureza del olfato.

Para extraer beneficios de las corrientes era preciso favorecer la circulación libre del aire y con ello redimir la atmósfera de sus pliegues y pestilencias. 

Ventilar, respirar, suspirar, orear, la batería de elementos relacionados con el oxígeno y lo pulmonar se ven atascados en los pisos y oficinas con extremo acondicionamiento del aire.  Se convierten así en malditos focos de enfermedad de manera que, paradójicamente,  sería la vida más resguardada , bajo techo, la vida temiblemente proclive a  la hospitalización. El hospital u otro resguardo más que, poco a poco, la yatrogenia  ha convertido en una fábrica de infecciones, septicemias, neumonías y muertes por sobrecarga de lo mismo, el incesto del bien clínico  en  la procuración del bien medicinal, la anulación, en fin, de la dialéctica natural entre lo bueno y lo malo, la vida y la muerte, el frío y el calor confundidos, aturdidos o perturbados en la extremada resolución de lo peor.



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17 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El otro muro

A excepción, quizá, de los alemanes, los jóvenes que ahora tienen 20 años saben muy poco de lo que sucedió el año de su nacimiento, cuando el muro de Berlín fue derribado y se puso fin a una de las vergüenzas más llamativas de Europa. Recuerdan algo de lo que les enseñaron en la escuela, pero han olvidado ya las circunstancias que desembocaron en los hechos de otoño de 1989 y que significaron el aparente desenlace de la guerra fría, una etapa histórica también hoy envuelta en bruma. Los europeos adultos sin duda se acuerdan de aquellas imágenes de hace dos décadas, aunque no muestran un gran entusiasmo a la hora de rememorarlos. Fuera de Alemania, e incluso para bastantes alemanes, no hay grandes motivos de celebración por más que se dé por buena la demolición del muro de Berlín.

Tras aquella caída, las posibilidades que se presentaban eran tan ricas que, 20 años después, el balance es un poco mísero, especialmente en el continente destinado a protagonizar un renacimiento. Contra lo que entonces se auguraba, Europa no sólo no ha protagonizado una edad de oro, sino que aparece ante el mundo agotada y sin ideas. Carece de aura y no seduce a sus ciudadanos, ni siquiera a los recién incorporados del este. La corriente de alivio suscitada por la extinción del socialismo totalitario ha sido sustituida por la inquietud consecuente con un capitalismo sin límites para la depredación y el pillaje. En el proceso se ha perdido la referencia del mejor pensamiento político europeo de la segunda mitad del siglo XX ¿Quién se acuerda, por ejemplo, de Olof Palme y de los que buscaban una brillante tercera vía entre la barbarie comunista y la capitalista?

En lugar de por gentes como Olof Palme, Europa está encabezada por pragmáticos mediocres, como Durão Barroso. Aunque aún podría ser peor si llegara a la presidencia un embustero confeso como Tony Blair; la sola posibilidad de que el hombre que mintió descaradamente en la guerra de Irak sea el presidente europeo proporciona una idea del bajo tono moral de la Europa presente. Si los europeos no somos capaces de derribar el otro muro que atraviesa el continente, el de la apatía, de poco servirá hacer grandes celebraciones de lo que pudo ser y no ha sido.

 

El País, 14/11/2009



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17 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La mirada hemipléjica

Sobre el siglo XX se extiende todavía una mirada hemipléjica. Sabemos todo del nazismo. Millares de libros y películas han conseguido desbrozar hasta el último detalle del Holocausto. Los campos de exterminio son lugares de la memoria conocidos por todos los europeos. Los grandes temas de la historia de los totalitarismos fascistas se han incorporado a la iconografía y al catálogo de ideas recibidas de la cultura popular. No ocurre lo mismo con el otro imperio totalitario que dominó en el Este europeo durante un periodo mucho más largo que el nazismo, ni con su rastro millonario de víctimas, en buena parte todavía pendientes de recuento y reconocimiento. Al contrario, todavía hoy en Rusia se pretende mantener una memoria simpática de Stalin que minimiza sus fechorías. La salvación histórica de aquel monstruoso dictador forma parte, incluso, del putinismo hoy en el poder; algo perfectamente coherente con el papel de los servicios secretos soviéticos en la construcción de la Rusia actual, como vivero de la burguesía de Estado que controla la economía privada y la Administración pública.

La concesión del Premio Sájarov a Memorial es todo un gesto contra la mirada hemipléjica. No es una novedad: el primer galardón en 1988 fue para el surafricano Nelson Mandela y para el ucranio Anatoli Marchenko, este último el único premiado a título póstumo, pues murió en prisión, en 1986 y bajo Gorbachov, como resultado de una huelga de hambre a favor de la liberación de los prisioneros políticos; y más recientemente, en 2002, lo recibió el disidente cubano Oswaldo Payá. Tampoco es novedad la virtud de su inoportunidad política. Ya lo fue premiar a Hu Jia, prisionero y disidente chino, el pasado año, algo que molestó sobremanera al régimen de Pekín. Y ahora, en el momento mismo en que Washington reinicia sus lazos con Moscú y se multiplican las zalamerías europeas con quienes tienen la mano en los grifos de nuestra energía, los parlamentarios europeos salen con esta pata de banco. La iniciativa del Parlamento Europeo va a contracorriente y no atiende a los requerimientos de la diplomacia europea ni al realismo político al uso.Memorial es todo lo contrario del KGB, el nombre más conocido de la policía política soviética. Tiene unos principios que son el reverso de los servicios secretos de donde salió Putin: el respeto incondicional de los derechos humanos, la vida y la libertad de las personas; y su concepción de la historia como un conjunto indisoluble que forman presente, pasado y futuro. La imbricación entre la mirada sobre el pasado y la vigilancia sobre el presente tiene todo el sentido para esta organización militante. Es una de las cosas que la diferencian de otras asociaciones similares de otros países. Pero no la única: Memorial suma a ciudadanos de todas las ideologías; y no actúa en un solo país, Rusia, sino sobre un territorio internacional. Además, el periodo de tiempo que le interesa es extenso y remoto, sin atender a prescripciones ni puntos finales. La hambruna de Ucrania <i>(Holodomor)</i> se remonta a 1932. Las primeras matanzas y campos como los que formaron luego el Gulag pertenecen a los primeros años de la revolución soviética y de la guerra civil rusa.¿Cabe imaginar una vigilancia sobre el presente ruso que extienda una amnistía sobre el tenebroso pasado soviético? ¿O una visión sobre el pasado que desatienda el actual estado de los derechos humanos? No puede esconderse la continuidad entre aquel pasado y este presente. El pasado ruso, en buena parte oculto bajo los mitos antifascistas, es también el pasado de Europa. Al igual que el anticomunismo sirvió en la posguerra mundial para ocultar crímenes fascistas, ahora desde Moscú se intenta que la mitología antifascista sirva para frenar la labor de la memoria sobre el pasado estalinista.La labor de Memorial es de trascendencia europea. Las relaciones entre Rusia y la UE también dependen de que el éxito acompañe su labor admirable. Una estrecha asociación con el gran país europeo que es Rusia, del tipo que sea, sólo será posible desde una asunción del pasado estalinista por parte de todos los europeos como la que se ha producido respecto al nazismo. La plena unificación europea es también una labor de unificación de la memoria, algo que no puede conseguirse si no se desacoplan las ideologías contrapuestas que justifican el olvido de uno de los dos totalitarismos a través del conocimiento exhaustivo del otro.Nada se puede construir sobre el desprecio y el olvido. La primera UE se fundamentó en la reconciliación franco-alemana y tuvo en la memoria de los fascismos su piedra de toque. La actual, con sus socios del antiguo bloque soviético, no culminará su unidad mientras persista esa mirada hemipléjica que impide iluminar los agujeros negros de la memoria del comunismo con la misma intensidad con que se ha hecho con el nazismo.



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17 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El patio de Karina, no es particular

Click here to view the embedded video. El lobo feroz o el loco del saco se llamaban en mi infancia de otra manera: la Reforma Urbana. Crecida en una casa de la cual mis padres no tenían papeles, cuando tocaban a la puerta nos recorría el sobresalto de que podía ser un inspector de la vivienda. Aprendí a mirar por las persianas antes de abrir, en una práctica que aún conservo, para evitar a esos husmeadores con portafolio que nos advertían de la fragilidad legal de nuestro hogar. La institución que ellos representaban era más temida en mi solar que la propia policía. Numerosas confiscaciones, sellos pegados en las puertas, desalojos y multas, hacían que a los guapos de Centro Habana les temblaran las mandíbulas cuando oían hablar del Instituto de la Vivienda. Por estos días ha regresado ese fantasma de mi niñez con lo sucedido alrededor del patio de mi amiga Karina Gálvez. Economista y profesora universitaria, esta simpática pinareña fue parte del consejo editorial de la revista Vitral y ahora es pilar imprescindible del portal Convivencia. Eso, en una sociedad donde la censura y el oportunismo crecen ?por todas partes?  como el marabú, puede interpretarse como un gran error por parte de Karina. Para colmo, siempre ha creído que la casa de sus padres, donde nació y vive hace más de cuarenta años, era una propiedad familiar, tal y como dice el título guardado en la segunda gaveta de su armario. Sobre la base de que construir en el propio patio debe ser algo tan íntimo como la decisión de dejarse crecer las uñas, levantó un ranchón sin paredes al que todos los amigos contribuyeron con algo. Poco a poco, aquello se convirtió en sitio para el debate, epicentro de la reflexión y lugar de peregrinaje imprescindible para creadores y librepensadores de Pinar del Río. Hasta el Obispo Emérito Ciro González vino a bendecir la Virgen de la Caridad que presidía aquel acogedor espacio. Recuerdo que Reinaldo y yo buscamos un ceramista que grabó la bandera y el escudo cubanos para el improvisado altar en el ya célebre ?Patio de Karina?. Comenzaron entonces las escaramuzas legales, los inspectores de la Reforma Urbana con sus amenazas de derrumbe forzoso y expropiación. Parecía que todo iba a quedar en una penalización monetaria o ?en el peor de los casos? en el derribo de lo construido. Pero a los que no han sabido edificar les produce un especial placer confiscar, quitar lo logrado por otros, incautar lo que ellos mismos no han creado. De manera que ayer martes, una brigada llegó a casa de mi amiga y le anunció que su patio ya no era suyo, sino propiedad de la empresa estatal CIMEX que colinda con la casa. A una velocidad rara vez vista por estos lares, levantaron una barrera de metal que en la noche se convirtió en un muro de ladrillos. Karina ?en su infinita capacidad de reír ante todo? me dijo que pintarán sobre la fea muralla un par de gallos de colores que anuncien la alborada. Al otro lado, el terreno que siempre le ha pertenecido ahora es usado por otros. Un día lo recuperará, lo sé, porque ni la Reforma Urbana, ni la policía política, ni la brigada de respuesta rápida que apostaron afuera podrán impedir que sigamos diciendo y sintiendo que ese es el Patio de Karina. Galería de fotos de Yoani Sánchez en Flickr



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16 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los cuentos inevitables de Alice Munro

Umberto Eco decía que le gustaba que los lectores encontraran nuevas posibilidades a sus novelas. Que sugirieran que la trama podía haber sido diferente, el final otro, la suerte de un personaje distinta. Sabía de la teoría del lector y, hombre de vuelta de todo, creía que una novela era apenas la versión del escritor y cada lector construía su propia versión de las cosas a partir de su lectura. Durante muchos años, yo creí en lo que decía Eco y me emocioné cuando alguien se me acercaba con ideas diferentes, algunas veces mejores, a las que me habían servido en la novela. Si me decían que el final debía haberse alargado un poco, lo sentía como un homenaje. ¿Que ese personaje no debía haber muerto? Pues, no sé. Quizás en la siguiente edición…  

Luego descubrí que no siempre es así. Uno lee, por ejemplo, a Alice Munro en Escapada, y entiende que su estilo es lo opuesto a lo que quería Eco: sus cuentos transmiten una sensación de inevitabilidad. Como si las cosas sólo pudieran haber ocurrido de la forma en que Munro las narra. Todo fluye a la perfección, un hecho sucede al otro de la manera más natural e irrefutable del mundo. Si los críticos dicen de ella que es “nuestra Chejov”, no sólo se debe a que se enfoca en la vida anodina de pueblos y ciudades alejados de las grandes capitales —y muestra que, gracias a la densa vida interior de sus personajes, esa vida no es nada anodina--, sino a su maestría en el arte del cuento moderno. Los suyos son cuentos perfectamente cerrados a pesar de que muchas veces tengan un final abierto.

Pienso en todo esto al leer el nuevo libro de cuentos de Alice Munro, Too Much Happiness. La prosa es excelsa, llena de detalles capaces de evocar emociones sutiles y matizar atmósferas con delicadeza, pero ¿se crea de nuevo esa sensación de inevitabilidad? En la mayoría de los casos, esta vez no. Igual, hay relatos magistrales, como "Fiction”, sobre la forma compleja en que los escritores utilizan la realidad para construir sus ficciones, con guiños irónicos a la condición de Munro como escritora sólo de cuentos: “How Are We to Live es una colección de cuentos, no una novela. Eso decepciona, disminuye la autoridad del libro, hace que el autor parezca alguien que se está colgando apenas de las puertas de la Literatura y no instalado adentro y ya a salvo”.  

En “Dimensions”, un hombre mata a sus hijos y termina en la cárcel, condenando también a su esposa a vivir con el peso de esas muertes; en “Free Radicals”, otro hombre mata a sus padres y a su hermana, entra a una casa a robarse el auto y perdona a la mujer con la que se topa ahí adentro (poco después, el hombre muere en un torpe acto de Deus ex machina; ese acto, por ejemplo, era perfectamente evitable). Es como si la Munro hubiera decidido trasladar a su mundo de clase media las tramas del universo más proletario de Joyce Carol Oates. Pero en la Oates hay una fiebre gótica que no se encuentra en la digna Munro.

El tema de Munro en Too Much Happiness está explicitado en “Fiction”: la forma en que “la gran felicidad –temporal, precaria— de una persona pueda provenir de la gran infelicidad de otra persona”, con lo que la “contabilidad emocional del mundo” termina equilibrándose. Sí, estos cuentos repletos de personajes inestables aspiran desesperadamente al equilibrio y a veces lo consiguen. Munro sabe como pocos escritores que el mundo no se rige por la justicia cósmica; sin embargo, aquí se esfuerza por encontrar ese balance, y al hacerlo desbalancea el equilibrio interno de algunas de esas mágicas máquinas narrativas que son sus cuentos.

(La Tercera, 16 de diciembre 2009)



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16 de diciembre de 2009
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