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¿Qué significa ser artista?

Lo que sigue es un fragmento del prólogo que escribí para Mijail Bulgákov y Evgeni Zamiatin: Cartas a Stalin, un libro que acaba de editar en España Veintisieteletras. Lo pongo aquí no porque el prólogo importe, sino para llamar la atención sobre el libro en sí mismo y la obra de estos autores que emprendieron una lucha quijotesca contra el poder omnímodo del Estado.

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En su introducción a la trilogía The Coast of Utopia, el dramaturgo Tom Stoppard recuerda la historia que fue semilla de esas obras. Su inspiración, dice el autor de Hapgood y The Invention of Love, nació de una anécdota sobre Vissarion Belinsky, un crítico literario que trabajó entre Moscú y San Petersburgo en la primera mitad del siglo xix.

         Debido a su mala salud, las autoridades rusas concedieron a Belinsky un permiso para viajar a Alemania, desde donde se trasladó a París. Una vez allí, sus nuevos amigos y los viejos conocidos que habían optado por el exilio le pidieron que no regresase a su patria, «donde vivía una existencia precaria bajo la mirada maligna de la policía secreta del Zar». Sin embargo Belinsky no quiso ni siquiera considerar la idea. Según dijo, en San Petersburgo, aun bajo una censura punitiva, «la gente consideraba que sus verdaderos líderes eran los escritores. El título de poeta, novelista o crítico –dice Stoppard– importaba de verdad».

         Cuando uno lee las desgarradoras cartas que Mijail Bulgákov y Evgueni Zamiatin dirigieron a Stalin, conviene tener claro aquello que Belinsky sabía tan bien: que incluso en la Rusia de la Revolución, la de escritor no era una profesión más.

Lejos de reclamar el derecho a publicar un best-seller, salir en las revistas y ser invitados a todas las fiestas, lo que Bulgákov y Zamiatin le solicitaban al poder era que les permitiese seguir existiendo en la comunidad de la única manera que sabían –esto es, siendo escritores.

         En nuestra cultura de bajas calorías, donde la única relación entre los escritores y su comunidad suele ser mediática y regida por la conveniencia, las tribulaciones de Bulgákov y de Zamiatin corren el riesgo de ser malentendidas. El presente volumen de Cartas a Stalin puede ser, pues, sumamente útil como correctivo: porque permite evaluar lo que arriesgaron estos hombres para preservar su arte, y porque nos ayuda a reconsiderar lo que debería ser el rol del escritor, incluso –o mejor dicho: más que nunca– en estos tiempos de new media.

 

 

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16 de febrero de 2010
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Escritores y señoras

El pasado sábado mi socio, el escritor Carlos Andrade y yo, ofrecimos una copa para editores, agentes, profesores, periodistas y amigos, pues inaugurábamos el Centro de Formación de Novelistas, que además de escuela es un espacio que ofrece todo tipo de servicios para quienes quieren dedicarse a este oficio: desde correcciones de estilo hasta asesorías personalizadas, coaching y gestión editorial. Trabajan con nosotros Carlos Salem y Vanessa Montfort, ambos escritores muy sólidos y -last but not least- también muy buenos profesores de escritura. Fueron muchos quienes se pasaron a saludar y a compartir con nosotros ese momento, que sirvió para estimular algunas charlas animadas sobre infinidad de temas que nos ocupan y preocupan a los escritores: el libro electrónico (asunto del que nos instruyó largo y tendido Beatriz Rodríguez, que junto con Leonor Medel ha puesto en marcha "Musa a las 9", una singular editorial digital), la relación con editoriales y agentes, las «tendencias» literarias y, dado que inaugurábamos una escuela de novelistas,  también sobre esto de enseñar a «escribir» literatura, asunto que más de uno de ustedes conoce de primera mano, habida cuenta de que han pasado por aquel taller on line que dio origen a este blog.

Creo que cada vez es más extraño encontrar demasiados reparos o reticencias sobre dicha labor porque muchos escritores entienden que este oficio, como cualquier otro oficio, tiene un alto componente de aprendizaje sistemático, de paciencia, ensayo y error, lecturas y disciplina. Mucho más importantes, en todo caso, que la simple inspiración. Y recordé mis primeros años en Tenerife, cuando llevaba un taller que congregó durante años a muchos aficionados a la literatura que, con el tiempo, se han convertido en escritores con obra publicada, como José Luis Saorín, Ana Criado o Pablo Martín Carbajal.  Pero recuerdo también la suspicacia que generaba entre los escritores de allí la labor de los talleres. En cierta ocasión, compartiendo una mesa redonda, un novelista local habló de la «labor solitaria» que entrañaba el oficio y la escasa utilidad de la enseñanza para estos fines. Me miró furibundo y agregó que eso era un simple entretenimiento para señoras que no tenían nada mejor que hacer. Obviamente el colectivo de las señoras se sintió aludido y otros que no lo éramos tanto (señoras) también. Porque casi siempre, quien desdeña la enseñanza de la literatura alberga un concepto un tanto sacramental o litúrgico de ésta, considerándola casi un oficio al que accede sólo quien es tocado (o chamuscado...) por el fuego sagrado de la creación. Los demás son apenas unos advenedizos que entretienen sus horas libres escribiendo cuentitos prosaicos y novelas febles que nunca podrán considerarse literatura.

Es una idea errónea que sobrevive aún, aunque por fortuna con menos intensidad que hace algunos años, y que desvirtúa el carácter de esmero y trabajo cotidiano que tiene el hecho de enfrentarse con la creación de un cuento o de una novela. Y a mi modesto entender, eso es lo que procura un curso para escritores: el conocimiento de ciertas herramientas que ayudan a ahondar en el oficio.  Nada más. Por eso mismo, porque la literatura no es una profesión sino un oficio, el aprendizaje requiere una atención y un programa dúctil, cambiante, atento a las necesidades de cada uno, de sus intereses y posibilidades, tanto como de sus ilusiones y objetivos.  Por cierto, según me enteré por unos amigos, el novelista aquel terminó impartiendo algunos cursos de escritura creativa. Al parecer, las señoras lo han perdonado. 

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16 de febrero de 2010
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Habitaciones con puerta

Todavía en la casa en  vivimos muchos los arquitectos proyectaron una puerta principal y otra para el servicio. El servicio tenía su puerta por donde entrarían también los pedidos al supermercado y todos los empleados y operarios  que traían su mercancía o llegaban con el encargo de realizar alguna reparación.

 El servicio interior se relacionaría con el servicio exterior a través de esa apertura, siempre más modesta, de la vivienda y a la que, siendo traspasaba, daba acceso a un pasillo que en su recorrido comunicaba con la cocina, con el cuarto de la plancha y también, desde luego con el intenso dormitorio de servicio. Una pieza angosta donde apenas cabía o cabe una pequeña cama y otro cuchitril más, dotado  de un lavabo, un espejo barato y una ducha con una pequeña repisa.

 Al servicio se le daba mal servicio puesto que se valoraba como una fuerza no necesariamente prolongable en un valor más allá del servicio. La interna podía salir a pasear y mantener contacto con otras amigas de servicio, el novio y algún familiar, pero sólo por un intervalo regulado y con la idea de para reinsentarse pronto a la vivienda donde se hallara literalmente "interna".De hecho  vestía incluso de uniforme y con delantal almidonados para cerrar en su entorno la precisa definición de su papel como personal de servicio.

No es raro. por tanto, que tuviera adjudicada una puerta específica para salir y entrar puesto que su naturaleza particular,  adjudicada por el prontuario del mercado, no compleja ni imprevisible, se acoplaba tanto a la rutinaria catalogación de sus atribuciones laborales como a su radical obligación de cumplir exactamente las  órdenes. Con ello, su identidad laboral y general era compacta y simple, Tan compacta como par dormir en una cama que no rebasaba apenas sus propias dimensiones corporales y compacta como para no hablar, ni pensar,, ni ensoñar  nada.

Por contraste los señores entraban por la holgada puerta principal al supuesto desahogo de la casa reglamentariamente expresado por un recibidor que no cumplía de hecho casi ninguna función práctica pero sí una significación de estatus.

El recibidor, sólo se activaba al entrar o al salir y excepcionalmente con gentes que pedían el aguinaldo o personas que no  teniendo categoría para ser conducidas hacia el interior se las remansaba allí, como en un andén o antecámara, de la que no podían moverse hasta que e recado se diera por acabado.

En ambos casos, en el caso de la puerta de servicio y en el de la puerta principal de los señores, la puerta desempeñaba-y desempeña- un papel simbólico de primer orden. Se ingresa en el hogar por la puerta principal en  señal de reconocimiento, majestad o de directo dominio sobre la totalidad del contenido doméstico, material o espiritual, y se discurre por el interior de puerta en puerta recorriendo cualquiera de las habitaciones y sus respectivos reinos.

Todas las puertas de la casa forman parte de un juego de valores que determina la circulación y libertad de sus habitantes.  Permitir franquear, por ejemplo, la puerta del dormitorio paterno conlleva un acto de gran significación pero, aún más,  en asociación con ello se llega hasta una incursión inquietante cuando se ingresa en el cuarto de baño de los padres y dueños de la casa. Tanto porque, acaso, son amos y padres, intimidantes como son, en todos los casos, los señores. Sus caracteres más o menos secretos: sus olores, sus suciedades, sus intimidades, sus cosméticos, sus albornoces que cubren el cuerpo desnudo, la bañera o la ducha que llevan a escenas deformes,  cuerpos obesos, marcados por cicatrices quirúrgicas  y patologías de la piel, cargan ese baño principal de diferentes potencias escénicas: eróticas, patéticas, patológicas- que imponen al visitante.

Este cuarto de baño resulta ser más accesible al servicio que a los hijos que sólo de vez en cuando tienen ocasión, sin interés alguno, de visitarlo y, si van allí, todavía pequeños, es mediante el expediente de ser empujados por la madre para alguna operación de aseso o retoques acicalamiento.

El servicio, sin embargo, entra y sale del baño día tras día a sus horas y para cumplir con sus deberes de limpieza pero, sea o no así, sólo por necesidad higiénica, franquear su paso conlleva hacer ingresar a esta plebe en sus tremendos secretos que, acaso, se ocultarían a cualquier otro ser humano.

La ventaja es que el servicio lleva consigo un tipo de ser humano muy reducido, casi residual,  apenas un puñado de moléculas humanas articuladas para que le permitan respirar, subsistir y realizar las sencillas labores para las que se le contrataron.  Dejar el cuarto de baño en manos del servicio y al antojo de su exploración y su  mirada causa  una inquietud que sólo llega a atenuarse en la medida en que se considera a la persona que sirve un menos de persona y un plus de máquina operacional.

Algo hay que implementar operativamente allí para eliminar las impurezas y el servicio personal se encarga debidamente de ello. Purifica y ordena el cuarto, pone el mentol en la taza, emplea detergentes y lejías que huelen a limón puliendo la suavidad de las lozas, retira las marañas de pelos junto al sumidero y esparce hasta el fin los grumos de espuma,  restablece en fin la limpidez en el espejo y los azulejos, cuelga unas nuevas  toallas puras y hace desaparecer el juego marcado por el uso y el asqueroso usuario.

Marcas que informan sobre las minuciosas características inmundas  él y ella, alguno de sus vicios y de sus puercas costumbres, que se exponen sin remedio a una exploración tan larga como el tiempo que la persona de servicio requiera.

De este contacto con el baño de los señores  el personal de servicio colecta tanta información como para terminar con su crédito atildado pero ese personal, precisamente, tiene la puerta abierta para entrar sin problemas y anotar aquello que su voluntad decida. Y, sin embargo, el personal de servicio sigue siendo autorizado a introducirse en este santa santorum de la mierda porque, con gran probabilidad,  sólo irá a parar a otros compañeros o compañeras de servicio en cuya circulación común se reproduce el sistema natural de los desagües. De cuerpo a cuerpo, a través de la voz y el oído del otro, también empleado en el servicio, fluye la información como  un ruido de tuberías sin demasiado interés para el comercio del chantaje. Su alcance se detendrá en un juego episódico en base a la excrementicia intimidad del que manda y como pobre venganza de quien no llega a nada. No tener nada más que los datos sobre la sucia supuración de los amos lleva a esta situación inevitablemente coartada en donde el servicio se desenvuelve y se desenvuelve limitadamente,  sin alzarse la información a ninguna escala ni canje relevante.

Poco después, desde el parque, las internas  regresan a casa y se encajan de nuevo en su cubículo. Los amos apenas llegan nunca a la habitación ni al cuarto de baño de la criada y cuando, excepcionalmente, lo hacen preferirían, entre reproches y aprehensiones, no haberlo hecho nunca. El recinto tiene una subcategoría que no ayuda de ninguna manera a mejorar nada. Si la criada puede creerse humillantemente escudriñada, el amo que no siente necesidad de escudriñar lo peor, sólo entrará allí como por el impulso oficial  de controlar la casa.

 Una puerta, otra puerta, se va de un cuarto a otro y en  cada escenario se atiende a una vida que juntas hacen de la vivienda un retablo  donde se juntan, forzadamente, la cultura de los amos con la de los esclavos y en su mediación se abre una forma desordenada y sonora donde se hallan las habitaciones de los hijos, los hijos y la hija, las hijas y el hijo, en cuyo interior, en medio del caos, se gesta forma inasumible de entender el mundo pero que en efecto forma el presente y el futuro inmediatos. El orden en el dormitorio de los padres, con espejo y coqueta, se halla a una distancia sideral  de la desorganización en los cuartos (o cuarteles) de los hijos.

La mujer de servicio, encargada de toda la vivienda, actuaría como una lanzadera empleada para tejer una cierta relación  general o como una cirujana elemental  que cosiera el mundo redondo de los padres a los mundos facetados de los adolescentes.

Las puertas aquí y allá actúan como burladeros de la verdad de cada uno. Y, así,  de otra parte, todos los lofts o apartamentos de una sola pieza no han valido sino para una pareja única y con el destino incorporado a la resistencia directa, incorregible, entre un humano y otro ser humano, torturados, paradójicamente, en un ámbito sin portones, portillos, espacios celulares.

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16 de febrero de 2010
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Dime quien te odia

Y te diré quien eres, o mejor, qué piensas. Puede ser parte de la combustión interna de las ideologías hasta su práctica degradación. Pero también del magnetismo que ejerce esa condición contemporánea tan atractiva, que Rafael Sánchez Ferlosio ha definido como el victimato. En todo caso es curioso comprobar como la definición de las propias ideas se produce con creciente frecuencia mediante la construcción de un enemigo total y exterminador. Es la condición de víctima de una ideología adversa y destructiva, rayana en el crimen y el genocidio, la que define las posiciones políticas e ideológicas de muchos políticos y polemistas en el mundo de hoy. Será quizás que sin amenaza, sin proyecto demoledor, sin una sombra que gravite sobre nuestras débiles ideas y nuestras inconsistentes convicciones, no es posible articular unos argumentos, organizar políticamente nuestras cabezas. Si así fuera, habrá que agradecer estos favores al amable adversario que se presta a realizar esta función maniquea tan gratificante y necesaria.

El ejemplo es de ayer y voy a dar éste sólo, porque creo que basta. ?Episodios de cristofobia? se titula el artículo que publica Juan Manuel de Prada en el diario madrileño Abc, en el que denuncia la nueva ?vorágine cristofóbica?, de la que es un ejemplo la Ley de la Memoria Histórica, utilizada por los ?cristófobos de hogaño?. De atender al desgarrado lenguaje utilizado, se diría que en las calles y plazas españolas se destruyen las imágenes de Cristo y las cruces y que los cristianos son perseguidos y obligados a practicar en la clandestinidad de las catacumbas. Para extender el ejemplo basta con apelar a las derivaciones de las fobias ideológicas en nuestra actualidad: islamofobia, judeofobia, catalanofobia, hispanofobia, eurofobia, americanofobia, rusofobia, sinofobia? No estamos ya ante la clásica elección del enemigo, sino que queremos elegir el tipo de odio del que queremos ser objeto. Se trata de la construcción del adversario, y según unos parámetros de absoluta polarización. No nos basta un enemigo que nos impugne parcialmente. Queremos que desee nuestra destrucción total. Sentirnos confortados por la idea de que merecemos un odio absoluto por parte del mal en su grado máximo. Quizás no seamos buenos del todo, pero al someternos al aliento pestilente de un odio total sobre nosotros conseguimos adquirir algo de las víctimas e incluso de los mártires. Toda ideología que se precie quiere un Hitler sólo para su uso simbólico exclusivo. Hay un genocidio, un exterminio, osaremos decir incluso un holocausto, que se prepara contra mí y los míos. Situarse en su ángulo de tiro se convierte así en una forma de santidad y en un excelente reclamo propagandístico.

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16 de febrero de 2010
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Giovanna

En enero estuve en Santa Cruz y tuve la oportunidad de asistir al relanzamiento de Las camaleonas, la primera novela de Giovanna Rivero. No se trata de la típica versión corregida y revisada; de alguna manera, se trata de otra novela. Giovanna se ha animado a reescribirla, tratando de respetar al máximo la esencia de la primera edición de la novela. Pero han pasado los años, y ya sabemos: no se puede ser fiel al presente sin traicionar el pasado.

Esa noche, en la librería El Ateneo, Giovanna me contó que este mayo la editorial Bartleby publicará su segundo libro en España. Se trata de un proyecto compartido con los escritores Andrea Jeftanovic y Juan Terranova. Los tres estuvieron en Alcalá de Henares el año pasado, y se les pidió escribir un texto inspirado en el lugar; Juan se decantó por la crónica, Andrea y Giovanna escribieron ficciones.

Mientras llega el nuevo libro de Giovanna, les recomiendo conseguir Niñas y detectives, su antología de cuentos publicada por Bartleby. El libro tiene textos que me entusiasman, entre ellos "Dueños de la arena", un cuento que hace algunos años ganó el premio Franz Tamayo (el premio más importante de cuentos en Bolivia); "Sangre dulce", antologado por Diego Trellez en la versión digital de El futuro no es nuestro; y "Camas gemelas", que aparece en la edición impresa de El futuro no es nuestro.  

 

 

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16 de febrero de 2010
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Regresaron

Estepas, nieve, manzanas y el ruido de  un hacha que cortaba la leña en trozos desiguales. De esas imágenes y sonidos ajenos se nutrió nuestra infancia, debido a la excesiva presencia de la Unión Soviética en la Cuba de los años setenta y ochenta. Tiritábamos de frío mirando los dibujos animados checos y búlgaros, mientras afuera el sol del trópico nos recordaba que seguíamos en el Caribe. Algunos supimos decir primero ?koniec? que articular el monosílabo ?fin?, hasta que un día los osos emigraron, dejándonos sin los filmes de soldados victoriosos y mujiks sonrientes. Después de 1991, las cuantiosas tiradas de la editorial rusa MIR sólo podían encontrarse en las librerías de segunda mano bajo el manto polvoriento del abandono. Este febrero, sin embargo, la Feria Internacional del Libro ha dedicado su XIX edición al país que durante décadas fue mentor y soporte económico del proceso cubano. Los camaradas que antaño pagaban nuestra azúcar a precios astronómicos -mientras nos vendía su petróleo en una bagatela- han retornado vestidos con traje y corbata. Aterrizaron en la isla que una vez subsidiaron, pero esta vez para comercializar sus obras impresas en brillantes colores y de temáticas ajenas al marxismo. En la explanada de la Fortaleza de la Cabaña se entrecruzan las largas colas para comprar los nuevos títulos llegados desde el Este. Niños aquí y allá hojean láminas donde aparecen doradas espigas de trigo y gente cubierta con sombreros de enormes orejeras. Pero ya no es lo mismo. La obligada presencia que alguna vez tuvo esa iconografía en nuestras vidas es, para estos pequeñines de hoy, mera curiosidad por lo exótico. En sus mentes infantiles, los abetos no sustituirán a las palmas ni los zorros a las lagartijas; Rusia solo será  para ellos una región lejana y diferente.

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15 de febrero de 2010
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11 cartas de Jerry

Cartas de JD Salinger. Foto: Robert Stolarik. Fuente: NYT La muerte de JD Salinger ha traído, pronto, una novedad inédita. Once cartas dedicadas a su ilustrador, E. Michael Mitchell, en plena época de reclusión. Hábitos literarios, comentarios sobre actores de moda en los 80, diatribas contra sí mismo firmadas por Jerry. Ese tipo de cotilleo entre vecinos quedan expuestos ante el público. The New York Times adelantó el contenido. Una nota resume el artículo:Según informó el pasado miércoles «The New York Times», la Morgan Library and Museum, en Nueva York, acaba de hacer pública una serie de documentos que espera poder exhibir en breve. Son las cartas que Salinger envió a E. Michael Mitchell, un artista conocido por haber diseñado la portada de una de las novelas más célebres de todos los tiempos, «El guardián entre el centeno», la consagración como escritor de Salinger. El epistolario llegó en el año 1998 a este centro neoyorquino como parte de la colección de Carter Burden, centrada en literatura estadounidense del siglo pasado. La Morgan Library and Museum decidió entonces no divulgar el contenido de la parte referente J. D. Salinger hasta que el escritor hubiera muerto. Uno de los aspectos más importantes de este fondo es que incluye la descripción detallada de los hábitos de escritura de Salinger en los años posteriores a 1965, cuando dejó de publicar. Incluso en la década de los 80, describe un régimen de escritura altamente disciplinado, iniciado cada mañana a las seis, nunca más tarde de las siete, y no interrumpido «a menos que sea absolutamente necesario o conveniente». Las referencias a la obra literaria inédita resultan interesantes, por ejemplo, en una carta de 1966 cuando habla de una acumulación de «diez (borradores), el trabajo de doce años» que incluye «dos manuscritos en particular ?realmente libros? que he estado acaparando y recogiendo por años». El novelista también habla de algunos episodios curiosos, como una velada en Londres en casa de la pareja de actores formada por Laurence Olivier y Vivien Leigh en la que el alcohol corrió sin medida. Pese a su reclusión, J. D. Salinger no oculta en las misivas cierto interés por la cultura pop y por la política, especialmente por algunos iconos de la mitología más popular. Opina así sobre personajes tan dispares como son los actores John Wayne y Eddie Murphy y Nancy Reagan. [...] Mitchell fue vecino de Salinger en Westport (Connecticut). Fallecido el pasado año, el artista era considerado por Salinger como un buen amigo. El escritor se llega a disculpar ante su «querido viejo Mike» por sus manías solitarias que le impiden contestar el teléfono «sin apretar los dientes». La amistad entre ambos se enfrió en 1993 cuando Salinger se negó a firmarle un ejemplar de «El guardián entre el centeno».

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15 de febrero de 2010
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Los diarios de Francis Terry Leak

William Faulkner en Hollywood. Foto: Alfred Eriss/Getty Fuente: The Guardian Ahora ya sabemos el secreto del insumo literario de William Faulkner. Ha salido a la luz una serie de diarios de un granjero sureño llamado Francis Terry Leak que, al parecer, entre bourbon y bourbon, ya sea trepado en su granero-escritiorio o desnudo en su terraza en Hollywood, inspiró a Faulkner sus truculentas historias en El sonido y la furia, entre otras. Dice la nota:Los diarios del ignoto Francis Terry Leak, un cultivador de algodón del siglo XIX, serían la fuente directa de la que el escritor y premio Nobel William Faulkner se nutrió para escribir algunos de sus libros. Según la investigadora estadounidense Sally Wolff King, que descubrió el diario en el archivo de la Universidad de Carolina del Norte en 2009, Faulkner tomó de sus diarios nombres de personajes y anécdotas que incluyó en novelas como El ruido y la furia (1929), ¡Absalón, Absalón! (1936) y, especialmente, en los relatos de Go down, Moses (Desciende, Moisés), publicados en 1942. Aunque los diarios de Leak estaban en los archivos de la universidad desde 1946 y habían sido consultados por varios investigadores, hasta ahora nadie había descubierto que guardaban relación con la obra de uno de los más grandes escritores estadounidenses de todos los tiempos. Al parecer, Wolff King descubrió la relación al ver que los apuntes de contabilidad del diario (en especial los que hacían referencia a la compra de esclavos) se parecían mucho a los que hace uno de los personajes de Desciende, Moisés. Luego, al entrevistar a los descendientes del ignoto diarista, la investigadora confirmó su intuición: Faulkner y el bisnieto de Francis Terry Leak fueron amigos. Edagar Wiggin Francisco III, tataranieto del diarista, recordó que el escritor incluso visitó a su padre en su casa de Mississippi para consultar esos antiquísimos diarios. Gracias al hallazgo de su vida, Wolff-King publicará en junio un libro en el que contará la historia del diario y la amistad, prácticamente olvidada, entre Faulkner y el hombre que le prestó los diarios de su bisabuelo.

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15 de febrero de 2010
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Libertario, tabernario, bufón

 

La hermosa deteriora Simone Signoret cuando escribió sus memorias las tituló "La nostalgia ya no es la que era", en los paseos romanos, también en los florentinos, no pude evitar tener nostalgia de otras veces, otros años, otros lugares. Hoy pasé por una pensión romana dónde conocí el amor y la risa. Las ciudades, sus calles, sus bares, sus hoteles guardan memoria leve de lo que fuimos. Lo que ya solo seremos si lo recordamos nosotros, si lo recordamos a otros.

La aparición en éste bar abierto de Paco Otero me hace volver a tiempos libertarios. Era una vez un barrio abierto, todavía no era el barrio gay, pero ya era un lugar de muchas libertades. Algunas molestaban a los fachas de entonces. Recuerdo el bar de Emilio Sola, uno de los nuestros, "La Vaquería", cerrado por atentado de los reductos franquistas. Al lado, en la misma calle, en la misma acera de esa calle que se sigue llamando Libertad, estaba- todavía está- uno de nuestros habituales refugios, "Libertad 8". Por allí llegó Paco Otero, libertario, educado, libertino y algo bufón. Era mucho antes de que cantaran Pedro Guerra o Javier Álvarez. Eran noches para cantar con Ángel González y toda una pandilla que supimos bebernos demasiadas noches y algunos días. Cantábamos sin pudor a desentonar. También escuchábamos. Y hasta veíamos amanecer antes de, una noche más, Terele Pávez se pusiera a cantar desafinando y ligera de ropa.

Paco Otero, que ya estaba allí cuando el barrio estaba por inventarse, entre los libertarios, las academias de baile, el restaurante barato del padre de la hermosa María- que se perdió con los Hare Krisnhas-, los pinchos del "Santander" o los encuentros en "El comunista". Por allí siguen algunas bodegas de entonces, algunos garitos de los tiempos del barrio que todavía no sabía que Chueca fuera a se ese reducto de alegres encuentros rosas de hombres y mujeres de todo el mundo.

La vida nos fue cambiando de bares, de barrios, de amigos y de amores. No siempre, no todo es olvido. Me alegro de tropezar con Paco Otero, después de tantas noches de soportarnos, de convivir con esta pandilla  noctámbula que se cambió de barrio, que se cambió de bares y que, de vez en cuando, aunque sea inútil, siente nostalgia de aquellos años de un barrio en el que cabíamos casi todos.

Amigo Paco, si hay otro bar, otro lugar en otra "libertad", avisa que se de algunos y algunas de los de entonces que os echamos de menos.

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15 de febrero de 2010
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Goya 1, Oscar 0

No sé que pensarán los que viven aquí (la tendencia a ningunear al compatriota simplemente porque es del mismo vecindario no es patrimonio exclusivo de la Argentina, por cierto), pero para mí que la vi desde afuera, la ceremonia de entrega de los premios Goya al cine de España fue más que digna. Entretenida (gracias, Andreu Buenafuente: haz hecho mucho mejor papel que mi admirado Jon Stewart en los Oscar, sin ir más lejos), celebratoria en medida justa (después de todo, si hay un año en que el cine local tiene derecho a celebrar es es el 2009 que acaba de concluir) y con la dosis de humor necesario para no tragar sin agua la píldora del artista. En este sentido, el discurso del actual presidente de la Academia de Cine (y ante todo, al menos para mí, director de El día de la bestia) Alex de la Iglesia puso el tren en la vía correcta, con su llamamiento a la humildad. “El público, que es la gente para la que trabajamos, ha ido a ver nuestras películas más que nunca, y eso es un honor y un orgullo. No pensemos que somos mejores por eso. Pensemos que nos han dado una oportunidad. Hay que aprovecharla”. Me tomo esas palabras en serio, porque siento que el sayo me cabe.

         El discurso de Alex de la Iglesia constituyó un llamado a la ubicación que excede los límites de la disciplina cinematográfica. “No somos tan importantes. Importante es salvar vidas en un hospital. Eso sí que debería tener trascendencia mediática… Creemos que somos artistas, genios alternativos, creadores. Antes de todo eso, somos trabajadores. Nos pagan por hacer un trabajo, y hay que hacerlo bien”. Ojalá haya también escritores, y artistas plásticos, e historietistas, y dramaturgos que se reconozcan en estas palabras.

         También fue sensato en su evaluación del sentido de la entrega de premios. “Estamos aquí –reconoció- para que esta gala sea divertida, promocionar las películas, y que la gente vaya al cine”. Si ese es el rasero, conmigo cumplieron con su cometido: las imágenes que se repitieron durante la noche me dieron ganas de salir a ver Celda 211, Agora (todavía estoy a tiempo en algún lugar, creo), Gordos, Tres días con la familia y unas cuantas más.

         Y por supuesto, el hecho de ver celebrada a gente que conozco y quiero también ayudó. Los Goyas recibidos por El secreto de sus ojos, la candidatura de Cristina Zumárraga como directora de producción de la película de Soderbergh sobre el Che y Juan Gordon de Morenafilms recibiendo el premio mayor concedido a Celda 211 me hicieron sentir que, aunque más no sea de tanto en tanto, los buenos también reciben reconocimiento.

         Más allá de los detalles, estoy convencido de que el cine español ha hecho un esfuerzo meritorio en este último tiempo por hallar el balance entre las historias mínimas que merecen ser contadas y la inserción en el ágora planetaria del relato audiovisual, imprescindible para que las industrias cinematográficas puedan sobrevivir. Desde aquí, mis más profundos –y humildes, ya que no puede ser de otro modo- respetos.

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15 de febrero de 2010
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