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El fin de semana

Muchos tienen familia y pareja. O pareja sin familia o familia sin pareja ni parientes  con quienes compartir,  más o menos, las horas de los fines de semana. Yo puedo hablar, como testigo directo, del fin de semana puro, fin de semana single y sin otra presencia humana, despojado de otros planes, otras voces, otro rumor.

Yo, a solas, en casa, mientras el fin de semana planea  y las cuarenta y ocho horas sin expresa obligación exterior componen una imaginaria tienda de campaña que fabrica  mi estancia y delimita un espacio en el que he sido olvidado del exterior, he olvidado el afuera, o las dos cosas a la vez.

Tanto la inmovilidad del teléfono o la parálisis ocasional de los aparatos domésticos, el silencio entero e  inmóvil, hace que, en general, los muebles y los objetos  creen alrededor una cápsula sonora tan frágil como invisible. Digo frágil, inspirado en el  pánico incluso de que alguien pueda interrumpirlo mediante una llamada o que,  aún peor, pulse nada menos que el timbre de la puerta y quiebre del todo este santuario,  este finde, que ya es socialmente un edículo en donde nos parapetamos delicadamente de los demás y en cuyo seno hogareño, nuestro seno personal, sea esto lo que sea, reposa en la cárcava  de la vacación.

Una semana no parece nunca un intervalo considerable pero el fin de semana confiere al tiempo laboral, anterior y posterior una intensidad y   longitud palpitantes. Tras el fin del fin de  semana aparece un escalón abismado hacia unas tareas laborales difíciles de soslayar y antes, en el borde del fin de semana, se trata de taponar una presión que todavía empuja en las mentes y prueba la obsesiva potencia que posee.

Pero  digamos que ahora, en estos momentos del finde, nos hallamos encerrados en su cenobio,  protegidos contra la urgencia empresarial, las órdenes superiores y los plazos de importancia mercantil.

Por un periodo que se refiere exactamente a dos fechas del calendario somos liberados (formalmente) del requisito contractual y provisionalmente emancipados de los reglamentos que hacen posible un indispensable sueldo al final de mes. Este tiempo llamado "libre", se halla sin embargo incluido en el contrato y precisamente para suspender el cariz del contrato absoluto, dos días cada cinco, liberar la obligación de defecar productividad durante dos jornadas después de haber legado hasta las heces el resto intestinal. Dos días, en fin, que el contrato reconoce como del trabajador y no de la empresa, a pesar de que en suma "todo es de la empresa" y con los nuevos medios de telecomunicación cada vez más.

Estos dos días son, en cualquier caso, días parados, simulacros de libertad personal. La vestimenta informal, la libre cadencia de los movimientos los posibles planes para comprar el diario sin apremios, dar un paseo sin causa, acudir a un centro comercial, ver una película o un partido en la usura de la televisión, componen un modesto repertorio de entretenimientos que, aún así, transforman la naturaleza de los demás días reglados.

Cambian, en fin, el sentimiento productivo de la vida por el sentimiento desvalido de la vida. O bien, así nos parece que oponemos, como el mismo Dios manda, el sábado y el domingo, apegados ya como una pareja indisoluble de lo sabático y dominical, a los otros números  del calendario donde cada día se presenta unitariamente, soldadescamente.

El martes, el miércoles el jueves, son días ferruginosos y pesados que circulan por su cuenta, días  superiores a nuestra elección y dirigen nuestro albedrío, ejercen su autoridad y priman sus necesidades sobre las nuestras. O más que eso: ponen sus necesidades en un encimado lugar y de tal carácter impositivo que nuestros deseos deberán permanecer celados en  nuestro interior y nuestra mente enfocada  cumplimiento de la obligación establecida.

Esa obligación es igual a la requisitoria empresarial en la mayor parte de los casos, pero en cualquier caso  la obligación productiva se yergue como un  SuperYo, Dios o Existencia  imponente, al llegar el lunes. Todo el repetido pavor que el lunes despierta -aún en su objetiva inocencia- obedece a su catadura impositiva y terminante de la noche del domingo a su despertar.

Una catadura de erección muy firme y que de súbito se vive como el nacimiento del otro mundo doméstico: el mundo de la realidad colectiva, exterior al hogar,  frente al universo  de la realidad personal, el mundo de una organización adulta que no permite  la versión del juego, la práctica del gusto individual, el deseo o la desorganización pueril, sexual o no.

El lunes, en cuanto primer día de la semana laboral, actúa como faro de la imposición y se yergue una y otra vez como la voz antipática  de nuestra existencia, sea cualquiera que sea.

La existencia se realiza físicamente en su tropiezo con este plano simbólico de la reglamentación. No sabríamos nada de lo que es existir aquí si con frecuencia no se nos recordara la  existencia que pagamos o, dicho de otro modo, la parte de existencia que a otros, instituciones políticas, sociales, mercantiles o religiosas,  pertenecen nuestras vidas para que, en el tributo oficial que nos empobrece, podamos todavía vivir. O bien: sólo vivimos de verdad en cuanto experimentamos el robo. La muerte en primer lugar como reina de la máxima ruina y del atronador desfalco, desaforados tributos a la reglamentación como entregas regulares de  nuestra libertad en proporciones sangrantes,

Porque , de otro modo, sin pagar con nuestra carne, nuestro cuerpo, nuestra mente o nuestra vida ¿cómo distinguir el  Paraíso de la Tierra o la vida regalada de la insoportable ruindad de la muerte.

 En los dos términos comparativos, el paraíso  y la muerte, la regla se suspende sólo cuando los guardianes de la medicina se interfieren como ángeles de los seres humanos De hecho, ¿sabríamos vivir los actuales seres humanos, más sanos y mejor peinados, sin la medicina? 

Precisamente vivimos cada vez, un mayor número de años cosméticos, gracias a la clínica (o Clinique, Shisheido, L' Orèal) pero desde el momento de nacer nuestra vida se halla incluida en el nuevo diagnóstico médico/ estétoco. Con muerte no hay medicina que valga pero estética contemporánea tampoco.

Los fines de semana nos reparan, decimos, son cosmética. No es siempre así ni mucho menos pero poseen la facultad de acercarnos más al hogar reparador, contribuyen a procurarnos a acercarnos una salud rosada o tranquila puesto que el resto de la semana la relación con el mundo fue erosión y envejecimiento.

De este modo, la esencia del hogar ideal debía entonces expresarse, como las vidas mollares de los caracoles, en donde el periodo de indolencia podría asimilarse al modo del caracol baboso, indiferente, y al modo del caracol que expone el meollo de su identidad fuera de la caracola.

 La peor de todas las consecuencias del trabajo es aquella que lleva a  sentir que somos unos queroides durante  la semana laboral y otros seres mollares durante el finde, preparándonos para recuperarnos del encierro. En la recuperación, el lunes viene a ser, finalmente, la prueba. Quines reciben el lunes como una maldición fatal  sufren el hecho repetido de vivir y dormir sin alternativas. Quienes, los menos, toman el lunes como una prolongación de  funciones que les procuran satisfacción al sueño, una realidad superior a la ficción, abrazan la vida como a un muñeco de la infancia.

La vida del artista, por ejemplo, que se estrena en cualquier  ocasión, el lunes de los hombres y mujeres que aman su trabajo y, como sería deseable el mundo que les ha tocado, se complacen tanto en el supuesto descanso como la acción virtual, n  el reposo como en la competición.

¿Jugadores de fútbol? ¿Estrellas del cine? No importa el nivel o la fama de  profesión ara ser felices en el finde de casa o en el pleno lunes. Lo que cuenta es el interés y la confortabilidad personal en el trabajo que se ama, en  la felicidad natural del trabajo como la felicidad del  afortunado hogar donde se habita.

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5 de abril de 2010
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Salvarse del expolio por sutileza

El castillo se empina arriba de un roquedal en pirámide que cae hasta cien metros sobre una rotunda hoz del Júcar. Alarcón es uno de los conjuntos guerreros más sensacionales del medioevo, aunque no es sólo un castro; frontera al castillo se levanta la torre astronómica del marqués de Villena, el mayor nigromante del renacimiento.

    Dentro en Alarcón y entre otras monumentales fábricas está la iglesia de Juan el Bautista, bello templo herreriano en cuya nave ha tenido lugar un alto lance artístico este fin de siglo. Lo descubrió ya desafectado Jesús Mateo en 1994 y decidió que él tenía que pintar aquel recinto de proporciones perfectas. El asunto merece una novela, pero lo resumo groseramente. Tras conseguir, no sin esfuerzo, la venia eclesiástica, logró persuadir a un grupo de mecenas y comenzó la obra de reparación y luego de pintura. Tardó seis años en acabarlo, durante los cuales malvivió en cuchitriles y se afanó muerto de frío o de calor. El conjunto suma mil quinientos metros cuadrados de figuras. A medio acabar, en 1997, la UNESCO ya lo declaró de interés artístico mundial. Ha recibido luego mucho reconocimiento, incluida una sinfonía de Eduardo Rincón.

    El grupo de mecenas y el propio pintor habían invertido casi dos millones de euros, pero pronto comenzaron a afluir los visitantes que suman hoy varias decenas de miles al año. Eso avivó el amor de la iglesia católica por su templo, ay, tantos siglos olvidado, de modo que decidió apropiarse de las pinturas. Por fortuna Jesús Mateo, que es un artista pero no tiene un pelo de tonto, ya se había asesorado legalmente. El templo es del clero, sí, pero las pinturas son suyas. El argumento jurídico es magnífico y merece ser conocido para futuros pleitos.

    Si Mateo hubiera elegido la pintura al fresco habría sido despojado de su obra, pero pintó con acrílicos sobre las capas de imprimación con que se aísla la piedra, de manera que la pintura no penetra en el muro sino que está como suspendida entre el muro y la nada. Eso le ha salvado. Una milésima de milímetro. O sea, Dios.

 

Artículo publicado el domingo 28 de marzo de 2009.

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5 de abril de 2010
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El olvido que seremos

 

Hace un par de semanas comentaba aquí el libro de Héctor Abad Faciolince  titulado Traiciones de la memoria. A favor de quien no haya leído el libro, ni mi comentario, resumo brevísimamente el argumento: el 25 de agosto de 1987 el doctor Héctor Abad, activista en favor de los desheredados y reiteradamente amenazado por sus denuncias de las desigualdades sociales, es abatido a tiros y en los bolsillos de su traje ensangrentado aparece un soneto apócrifo pero que todas las trazas de haber sido escrito por Borges. Algún tiempo después  el hijo del fallecido, Héctor Abad Faciolince, llevará a cabo una apasionada investigación cuya finalidad será averiguar quién fue en realidad el autor del soneto y por qué lo llevaba el fallecido en el bolsillo.  Al comentar el libro que surgió como resultado de aquella investigación, Traiciones de la memoria, señalaba yo como curiosidad que si bien la figura (o la memoria) del padre estaba presente desde la primera a la última página del libro, en cambio era una presencia como reflejada porque el foco de atención era la investigación acerca del misterioso poema y el misterio de su creación. Pocos días después en Babelia calificaban a Héctor Abad Faciolince de "detective literario".

                Acabo de leer ahora El olvido que seremos, cronológicamente anterior a Traiciones de la memoria. Se trata de un libro absolutamente singular en el que el motivo central, y aparentemente único, es la figura del padre alevosamente asesinado por unos sicarios a sueldo de aquellos a quienes inquietaba el resonar de una voz que reclamaba justicia para los desheredados y recurrieron a silenciarla por la vía más rápida  y barata, esto es, la compra de una pistola que hizo callar para siempre al disidente. Digo que El olvido que seremos es absolutamente singular porque el paradigma de la relación paternofilial es, por ejemplo, Carta al padre, de Kafka, un ajuste de cuentas duro e inmisericorde  cuya intención es destruir la figura del padre castrador y carente del más leve rastro de amor por un hijo condenado a destruir a su vez al padre como condición indispensable para su propia supervivencia. Supongo que al terminar de leerlo Sigmund Freud cayó de rodillas y alzando los brazos al cielo lanzó gritos de júbilo porque uno de los mejores escritores del siglo XX le había proporcionado un argumento imperecedero para su propia teoría acerca de la relación padre-hijo y que, según él, no sólo ha de ser necesariamente dura e inmisericorde sino que debe desembocar, asimismo necesariamente, en  la muerte del castrador a manos de su víctima.

                Nada que ver con lo que pasaba en la familia Abad, en la que el supuesto padre castrador era de hecho un tipo encantador y  que no sólo supo ganarse de por vida el amor de una gran  mujer sino también el de los seis hijos que ésta le dio, aunque para huir de las trampas machistas del lenguaje es de aclarar que en realidad fueron cinco niñas y un solo varón, el penúltimo. Y otro matiz más: en lugar de un hogar patriarcal al uso, el de los Abad fue un gineceo en el que, como dice la primera línea del libro,  "vivían diez mujeres, un niño y un señor". En lugar del habitual ajuste de cuentas, lo que hace Héctor Abad Faciolince en su libro es poner de manifiesto una larga, morosa, intensa e incondicional declaración de amor filial. Amor tal cual, sin rodeos ni subterfugios: "Amaba a mi padre sobre todas las coas [...] con un amor casi animal [...] su olor y también el recuerdo de su olor [...] Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo".   

En una sociedad patriarcal como la nuestra, teñida por un regusto machista que menosprecia el papel de la hembra pero atenaza por igual al macho  ("Los niños no lloran", "Aguanta como un hombre", "Tener miedo es cosa de niñas", etc), manifestar sentimientos amorosos por el padre se tolera en la infancia, aunque una  vez traspasada la línea de la edad adulta es rarísimo, y por ende sospechoso, que un macho hable del padre con amor.

       Otra singularidad de El olvido que seremos es que, aparte de una exaltación continua e incondicional de la figura paterna, en torno a ésta se van dibujando poco a poco la vida, las costumbres y los comportamientos y relaciones humanas de una capital de provincias de Colombia, más concretamente Medellín, a mediados del siglo pasado. Al hilo de la trayectoria vital del padre, junto con sus amigos y enemigos y las luchas de todos ellos, se van consolidando las figuras de los abuelos, tíos, primos o vecinos del narrador. Y, según vaya creciendo éste, su propio entorno familiar y social hasta que tiene lugar el asesinato del padre y los acontecimientos posteriores que desembocaron en los sucesos ocurridos entre el día 25 de agosto, fecha del asesinato del padre, y la marcha al exilio del propio narrador, progresivamente cercado por unas circunstancias que cada vez se iban pareciendo más a las que motivaron el asesinato de aquél. Se entiende que este libro lleve vendidas ya ocho ediciones porque, aparte de estar muy bien escrito, es un documento vivo de un momento histórico. Y sobre todo porque es una exploración valiente de un territorio pocas veces hollado por los masculinos si no es en plan guerrero, pues el tema último es la manifestación de un sentimiento tan difícil de tratar, y con grandes posibilidades de descarrilamiento, como es el amor, amor tal cual, con independencia de quien sea el objeto amoroso. Y que en ese caso es nada menos que el padre.

El olvido que seremos

Héctor Abad Faciolince

Seix Barral

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5 de abril de 2010
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Bicicletas

Hace veinte años nuestras calles comenzaron a llenarse de bicicletas y a vaciarse de autos. No era una moda para proteger el medioambiente o para ejercitar el cuerpo, sino el resultado directo del fin del subsidio soviético. Se interrumpió el suministro de petróleo a precios preferenciales llegado desde el Este, el transporte público colapsó y mi padre perdió su empleo como maquinista de trenes.  Por aquellos años, trasladarse hacia al trabajo podía tardar el equivalente a media jornada laboral y frecuentemente viajábamos colgados de las puertas de los ómnibus, como racimos humanos. Llegaron entonces sucesivos cargamentos de bicicletas desde la tierra de Deng Xiaoping y se distribuyeron entre obreros destacados y estudiantes vanguardias. Ya el premio  por una meritoria faena o por la incondicionalidad ideológica no era un viaje a la RDA o la entrega del último modelo de Lada, sino un reluciente ciclo marca Forever. Aparecieron por doquier parqueos donde se protegía a los ligeros vehículos de los ladrones y mi papá abrió un taller para repararles los ponches. También surgieron innovaciones que les agregaban sillas de bebé, tráilers y cestas delanteras. Hasta las mujeres de avanzada edad, renuentes a mostrar sus piernas mientras les daban a los pedales, terminaron por adaptarse al ritmo de los tiempos. Con la dolarización de la economía, se permitió a altos funcionarios, artistas y extranjeros residentes importar sus propios autos, mientras que los turistas podían rentar un Peugeot o un Citröen. Así las calles experimentaron nuevamente el rodar constante de los neumáticos. Las bicicletas fueron menguando porque ya no llegaban barcos cargados de ellas, las piezas de repuesto escaseaban y los cubanos se cansaron de pedalear a todos lados. Una ligera mejoría en las rutas de ómnibus ha hecho a muchos deshacerse del rodante compañero, como si estuvieran con ese gesto librándose de la crisis.

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5 de abril de 2010
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Madrid, Barcelona, Jerusalén

El éxito de Madrid, depende de Barcelona, que a su vez depende de Jerusalén. Madrid es el gobierno de España. Barcelona es la Cumbre de la Unión para el Mediterráneo. Y Jerusalén es la ciudad de las tres grandes religiones monoteístas.

A la presidencia española de la Unión Europea, que empezó el 1 de enero y termina el 30 de junio, y ahora acaba de cruzar su ecuador, le queda una última traca para quemar antes de hundirse en el fracaso. Consiste en que la Cumbre Euromediterránea, convocada para los días 5 al 7 de junio, se convierta en un rotundo éxito, que ayude a olvidar la suspensión de la cumbre con Estados Unidos, en la que Obama iba a deslumbrarnos en Madrid y a cambiar el rumbo de la historia junto a su amigo Zapatero, y sobre todo la mediocre marcha de la entera presidencia, que obligaba al gobierno español, uno de los peores alumnos de la clase económica europea, a convertirse en el maestro de los estudiantes mejor cumplidores. Todo pende, así, del hilo más frágil, de una zona del mundo donde hay una situación de guerra abierta o larvada desde hace casi 90 años y de las posibilidades de que por fin, alguna vez debe suceder, empiece el círculo virtuoso de la paz entre quienes se han combatido cruelmente durante tantos años. Sin Jerusalén, pues, no habrá Barcelona ni Madrid. Aunque esto último es lo menos importante. Esta presidencia española que todavía se puede salvar señala la escasa consistencia de las presidencias europeas a partir de ahora. Puede ser que con Sarkozy, Berlusconi o Merkel, la presidencia hubiera tenido más fanfarria y tacto de codos entre el presidente en ejercicio y los nuevos altos cargos de la UE. Con Zapatero no ha sido así, al menos hasta ahora, y será difícil que cambie en adelante: la crisis económica ha desmontado la mitad del chiringuito; la otra mitad la ha desmontado la desgana internacional del presidente del Gobierno, que no ha tenido inconveniente en ceder todo el protagonismo a Herman Van Rompuy, hasta un extremo a veces exagerado: en más de una ocasión ha estado de un tris que Zapatero se quedara sin atril en la conferencia de prensa posterior a los consejos europeos. Más importante es que triunfe Barcelona. Por la ciudad, claro: a ver si se consolida esta capitalidad históricamente tan merecida y trabajada como institucionalmente frágil. A fin de cuentas, lo único que tiene es una pequeña secretaría, instalada en el Palacio de Pedralbes, y ahora tendrá la cumbre anual reglamentaria que deberá pasar sucesivamente a otras capitales. Pero más importante que por la ciudad, Barcelona debe triunfar por la Unión para el Mediterráneo, un proyecto de profundidad estratégica, destinado a superar la fosa que separa las dos orillas y que dentro de unos años igual puede equipararse en capacidad de cohesión y solidaridad a la conseguida por la Unión Europea. La urgencia, las prisas y el esfuerzo político están, sin embargo, con Jerusalén. El órdago entre Obama y Netanyahu ha sido por la construcción de nuevos asentamientos israelíes en Jerusalén. Toda la pelea sería mucho menor si no estuviera por medio la ciudad santa de las tres grandes religiones monoteístas. Es lo que inflama al mundo islámico y deprime al cristiano. La Semana Santa católica y ortodoxa encuentra cada año que pasa más dificultades por parte de las autoridades israelíes, que obstaculizan a los peregrinos por razones de seguridad. La seguridad de los israelíes da permiso para todo; los derechos de los palestinos, sean musulmanes o sean cristianos, para nada. Por eso siguen las demoliciones, los desalojos y la fuga de la población árabe de Jerusalén. El conflicto es cada vez más religioso que político y Jerusalén cada vez más judía y menos cristiana y musulmana. Esta evolución forzada por las armas no es buena para nadie. Tampoco para Israel, que observa como su capital eterna se convierte en una ciudad llena de fanáticos y como su ciudad civil, Tel Aviv, se aleja y se siente cada vez más ajena a un Israel irreconocible. Que triunfe Jerusalén significa que se congelen los asentamientos y se revierta el signo negativo de las relaciones entre israelíes y palestinos. Pero es tan improbable que esto suceda pronto y que sea antes de la Cumbre de Barcelona y de que termine el semestre español, que todos cederíamos a gusto victorias tan caseras y menores con tal de que finalmente triunfara Jerusalén.

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5 de abril de 2010
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¿Teléfono rojo? Ya no volamos hacia Moscú

Obama ha puesto la directa. Algo ha cambiado desde la aprobación de la reforma del sistema de salud. Hasta ahora, todo eran palabras y propósitos, aperturas de ajedrez en partidas sin rumbo. Desde el 21 de marzo, cuando consiguió trabajosamente y por siete votos que se aprobara su reforma, está engarzando una detrás de otra las decisiones y las jugadas.

La primera fue con Netanyahu en la Casa Blanca, donde demostró al arrogante primer ministro israelí quién manda en Washington: la actuación del lobby pro israelí y su influencia en el Congreso habían conducido a muchos políticos israelíes, casi todos, a creer que eran ellos quienes dictaban la política norteamericana sobre Oriente Medio. La segunda ha sido con Dimitri Medvedev, el presidente ruso, con quien Obama ha acordado ya los términos de una reducción histórica de armas nucleares como no se había realizado ninguna desde el final de la Guerra Fría. La tercera, esta semana, autorizando prospecciones petrolíferas en las costas norteamericanas, una medida a medio camino entre el ecologismo radical y los viciosos del petróleo que prefieren terminar con toda la naturaleza salvaje, con tal de llenar a buen precio sus cuatro por cuatro. De las tres jugadas la de mayor profundidad política e histórica es la renovación del segundo tratado de reducción de armas estratégicas (Start II), cuya vigencia concluyó a finales del pasado año. Además de situar los arsenales en el nivel más bajo desde que existe este tipo de armas, el acuerdo constituye toda una lección sobre el destino de las bombas nucleares. Sin reducción, Obama no puede encarar la renovación del Tratado de No Proliferación que corresponde a este año. Estados Unidos ha exigido siempre a los otros que no adquieran el arma nuclear pero no ha predicado con el ejemplo, reduciendo su arsenal tal como se había comprometido. Tampoco puede abordar el rompecabezas iraní, país que reivindica el acceso a este tipo de amenazante energía en la condición de potencia regional alcanzada gracias a los errores estratégicos de EE UU y sus aliados. Es también un nuevo comienzo de Washington con Moscú. Habrá menos ojivas apuntándose mutuamente. Aquel viejo teléfono rojo de la guerra fría está ya en el trastero y apenas quedan sabios locos que quieran volar hacia Moscú subidos a un misil. Al contrario, son legión los ex secretarios de Estado y consejeros de seguridad, encabezados por Kissinger, que apoyan a Obama en su gesto de desarme. Necesitará dos tercios del Senado, es decir, un buen puñado de votos republicanos, para que el acuerdo con Medvedev se apruebe en Washington. Pero si gana la partida, habrá torcido de nuevo el brazo del extremismo republicano y de aquel siniestro doctor Strangelove de Stanley Kubrick que encarnaba Peter Sellers.

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4 de abril de 2010
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Perdonen las risas

 

¿Qué hablan y predican en mi nombre?  Es una de las interrogantes de un al Jesús.  Nacido en Nazaret, judío, más pobre que rico y sobre el que, desde hace un poco más de dos milenios, se han montado toda clase de mentiras, imperios, negocios, represiones, miserias, muertes, obras de arte, fanatismos,  sexo oculto y cintas de vídeo. El cuento de nunca acabar. Eso sí, muy bien pensado, escrito, corregido y aumentado. Todo un tinglado sobre "ese" imaginario que sacan en procesiones, entierran, desentierran, lloran, cantan y bailan muchos que viven del miedo, la limosna y el morro. Mucho morro.

Como no quiero condenarme, no quiero seguir soltando por mi boca más fáciles, repetidas y previsibles opiniones- ellos las llamarían "blasfemias"-  y dejaré que sea un ilustrado, culto, experto e irónico erudito llamado José María Prieto. Catedrático en Psicología, científico de las religiones, autor de "haikus" y erudito en imaginaciones y sensibilidades diversas, sea el que diga cosas. Algunas de las muchas que cuenta, en verso libre y en su libro: "Jesús nunca fue cristiano". Un texto no sagrado y muy venerado por mí  en días y noches de mi paganismo. Que perdone mis pecados y que no me ponga penosa penitencia por extractar el penúltimo poema de su libro dedicado a mis admirados Casiodoro de  Reyna y Cipriano de Varela.

 

"Jesús, de Nazaret

...Nací y me crié en Nazaret, en la pobreza,

un chicarrón del norte galileo,

una ocurrencia literaria      mi nacimiento

                                           en Belén,

                                            al sur

                                           de Jerusalén.

Poco o ningún caso les hice a mis padres,

en mi entorno, los familiares, cuanto menos

mejor...

Ni afirmé ni negué ante Caifás que fuera el Mesías:

dar una larga cambiada no es blasfemia.

No inicié revuelta alguna contra los romanos,

ví a Pilatos lavarse las manos y pensé...

se acabó este lío.

Por eso en la cruz, en arameo,

pedí a Yahvé una explicación.

Resucitado me vieron las mujeres, los apóstoles, los discípulos,

y mucho más tarde Pablo,

y todos los que han querido verme y comerme,

al partir el pan y beber vino como lo hice yo en la Última Cena.

Quiero saber algún día

quién es ese Cristo al que rezan los cristianos,

del que hablan y predican en mi nombre,

tampoco sé nada de ese que llaman Jesucristo:

el culto que le rinden se parece al que profesan

los romanos al divino emperador.

Yahvé sólo hay uno, entre Yahvé y uno mismo,

nadie ...ningún intermediario,

basta y sobra con recitar cada día el padrenuestro,

la oración que aprendí y enseñé a todos.

Ni en sueños fundé una nueva religión"

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2 de abril de 2010
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Fama y aplausos

Durante más de una década, la esquina de Infanta y Manglar mostró la mole inacabada de un edificio de veinte plantas. Su terminación se había quedado varada con la llegada del Período Especial y el fin de aquel concepto constructivo llamado ?microbrigada?. Los que comenzaron levantando los cimientos con la ilusión de obtener un apartamento en el espigado inmueble, rabiaron de impotencia cuando se les anunció que no se podía continuar su construcción. Habían entregado años de sus vida a levantar las paredes y de pronto la ansiada casa se les escapaba con la misma celeridad que los técnicos soviéticos abordaban los aviones de regreso a su patria. Con sus veinte pisos incompletos y aún rodeada de restos de materiales constructivos, la edificación pasó a ser una de esas ruinas nuevas que desdoran nuestra ciudad. Los enormes problemas habitacionales hicieron que muchos planificaran ocuparla ilegalmente, con tal de no seguir en el albergue para damnificados de algún remoto ciclón. Sin embargo, el sitio estaba bien custodiado pues en alguna oficina ya se cocía un plan para reabrir la obra y otorgar sus apartamentos. Los vecinos vieron retornar las grúas, los camiones con cemento y a unos constructores que no residirían allí después de la inauguración. En lugar de los primigenios microbrigadistas, los propietarios serían seleccionados por sus méritos políticos, artísticos o periodísticos. Todos entendimos de qué se trataba: el edificio de Infanta y Manglar sería entregado a los más fieles. En medio de la campaña por traer a Elián González de regreso a Cuba, se destacaron algunas voces que inmediatamente vieron compensado su entusiasmo con la llave de una nueva vivienda. La picardía popular bautizó al finalmente terminado edificio del Cerro, como Fama y Aplausos ?en alusión a un programa televisivo? pues empezó a llenarse de cantantes, directores de cine, caricaturistas, ministros, reporteros y actores. Participar en la Batalla de Ideas* ya tenía un resultado concreto, poder disfrutar de un ventanal con vista al paupérrimo barrio de San Martín. A muchos, el obtener finalmente una vivienda propia los hizo comprometerse aún más con el discurso oficial y su proyección pública aumentó unos grados en la incondicionalidad. Abajo, el iluminado parqueo se llenó rápidamente de modernos autos que venían a completar la ya sustanciosa prebenda. Los ojos que atisban en las humildes viviendas colindantes siguen sorprendidos de que el ruinoso edificio de antaño sea esta mole, recién pintada y de cristales sensibles al sol, con rostros famosos asomados en cada ventana. ?         *La llamada Batalla de Ideas fue una vuelta de tuerca en la propaganda ideológica que arrancó con el caso Elián González y feneció ?sin que la prensa oficial lo anunciara? hace ya un par de años. Consumió enormes recursos económicos en movilizar a los participantes de las Tribunas Abiertas, confeccionar pullovers con consignas políticas y organizar marchas de reafirmación revolucionaria.

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2 de abril de 2010
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Merkel ensimismada

Alemania ha dejado de ser el país más europeísta de la Unión Europea. Se veía venir. La decepción ante las reiteradas dificultades con que la UE ha ido tropezando en la última década hacía temer esta reacción. Si hay un país donde se venía apostando por la unión política, éste era Alemania, país profundamente federal donde no repugnaba la idea de ceder soberanía a una Europa que se convertiría algún día en unos Estados unidos europeos. Hasta que, amputada por todos los lados, se ha convertido en una quimera muerta, momento en que los alemanes han optado por el repliegue en los intereses nacionales.

Después de ceder el marco alemán para dar luz al euro y el lugar privilegiado que tenía el Bundesbank a favor del Banco Central Europeo, Alemania no ha interpuesto obstáculo alguno a los sucesivos avances en la construcción europea, al contrario. Francia, la otra pieza del motor franco-alemán, en cambio, los ha sometido a consulta en dos ocasiones, la última con el resultado de retrasar cinco años la aprobación del Tratado de Lisboa. Reino Unido, como estaba escrito en el guión, ha actuado de freno permanente, a pesar de que Tony Blair prometió que situaría a su país en el centro de Europa y entraría en el euro tras un referéndum. Son políticos alemanes quienes han realizado las aportaciones más prácticas y audaces para reforzar la unión política, formuladas la primera en 1994, en un documento del actual ministro de Economía, Wolfgang Schäuble, y el ex diputado cristiano demócrata Karl Lamers, y la segunda en una conferencia del ex ministro de Exteriores Joschka Fischer en la Universidad Humboldt de Berlín en 2000. En ambas se contemplaba la posibilidad de que los países que quisieran avanzar pudieran hacerlo sin que los otros pudieran frenarlo: lo contrario de lo que ha venido sucediendo. Ahora no hay unión política, no hay gobierno económico, son evidentes los frenos a las políticas de defensa, y no hay voluntad política de impulsar que Europa actúe en el mundo con una sola voz y una sola visión, como revelan la escasa ambición de los últimos nombramientos de los más altos responsables europeos. En estas condiciones se ha producido la crisis griega, con una canciller como Angela Merkel formada en la Alemania comunista, y perteneciente a una generación y una cultura ajenas a los entusiasmos de los 80, de donde salieron el mercado único y el euro. Sin la compañía de los socialdemócratas en el Gobierno, se han activado en ella los reflejos provincianos y euroescépticos que caracterizan a casi todos los políticos del Este de Europa, fruto de una dolorosa experiencia con la Unión Soviética, que se traslada injusta y miméticamente a la UE. Está, además, condicionada por las próximas elecciones en Renania-Westfalia, el 9 de mayo, en las que se juega la mayoría en el Senado, el margen de maniobra de su Gobierno y en cierta forma el destino de su coalición. Se halla presionada también por los liberales del FDP para que cumpla el compromiso electoral de rebajar los impuestos. Tiene a la opinión pública preparada para lanzarse sobre ella: no tiene pase sufragar a los griegos su gasto público cuando los alemanes lo están recortando. Así es como Merkel, por primera vez y rompiendo la tradición europeísta de todos sus predecesores, se ha convertido en la voz disonante y reticente ante el inevitable paso hacia alguna forma de gobierno económico europeo, que exige la estabilidad e incluso la supervivencia del euro en mitad de la devastadora crisis económica que ha sacudido el planeta. La canciller impuso todas sus condiciones en el último Consejo Europeo donde se trató del caso griego, de forma que el mecanismo de ayuda aprobado sólo se activará en caso de extrema necesidad, arrancará con la aportación de un tercio del FMI, y sólo después entrarán los países socios del eurogrupo, con los dos tercios restantes, mediante préstamos bilaterales. Pero lo decidirán por unanimidad, de forma que podrán reconsiderar la decisión en cualquier momento. Ha sido una solución europea, pero más formalmente que de contenido. Lo es porque la han tomado los europeos, pero los instrumentos son los más alejados posible de las instituciones europeas. Es una Europa por defecto. Que toma decisiones minimalistas y en el último momento. Con un mecanismo preventivo, como el arma nuclear, pensado para no tener que usarlo, eficaz en los primeros días, pero cuya futura capacidad disuasoria es dudosa. El contexto explica muchas cosas. Europa, en plena crisis económica, sigue virando hacia el populismo derechista. Sus instituciones no arrancan. Apenas cuenta en la mesa del póker mundial. El país central, con mayor peso demográfico, económico y geográfico, se halla ocupado en sus cosas. Y a su canciller, la figura política europea más fiable de su generación, sólo le interesa la política alemana y las próximas elecciones regionales. Ensimismada, al igual que todos los otros dirigentes de la UE.

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1 de abril de 2010
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Liberación

Esta no es la crónica de una mujer que logra escaparse del esposo abusador ni la historia del adolescente que se les escurre a unos padres autoritarios. El título refiere a otro proceso de emancipación, a ese permiso ?engorroso y feudal? que deben pedir los doctores, enfermeras y farmacéuticos para viajar fuera de esta Isla. Bajo el significativo nombre de ?liberación?, existe un procedimiento obligatorio que los trabajadores de Salud Pública deben cumplimentar ya sea para una salida temporal o definitiva. En el expediente del posible viajero se incluye si éste posee casa o auto propios, pues el Estado los confiscará si no vuelve antes de los 11 meses. El trámite pasa por numerosos niveles de autorización que pueden demorar un año o una década. Muchos nunca reciben respuesta. Mario atendía a los pacientes en una consulta especializada y comenzó a ser mirado como un desertor cuando anunció el deseo de reunificarse con su familia al otro lado del mar. De inmediato lo castigaron a ocupar una plaza de médico general en un cuerpo de guardia bien alejado de su casa. Le recordaban cada día que aquel título que colgaba de una pared de su sala se lo había dado esa Revolución que ahora él traicionaba. Tragando en seco soporto cinco años de coser puñaladas e indagar por ese salvoconducto ?para abandonar el país? que el ministro de su ramo aún no le había firmado. ?Tenemos muchos casos, no damos abasto? le repetía la secretaria y su esposa exiliada rompía a llorar por la línea telefónica, cuando él se lo contaba. Sus hijos, mientras tanto, crecían sin padre en algún lugar distante. En medio de la impotencia, Mario llegó a reprocharle a su mamá el haberlo aupado a estudiar medicina. ?Por qué no me advertiste?, le gritó una tarde en que ya no pudo más con aquella bata blanca que se había convertido en su grillete. Para cuando le permitieron abordar el avión, un círculo de calvicie se delineaba en el centro de su cabeza y un tic nervioso se había apoderado de sus manos. A quien le dieron la bienvenida en un aeropuerto lejano, no fue al emprendedor ortopédico de años atrás, sino a alguien decidido a separarse de los hospitales. El angustioso proceso de ?liberación? le había quitado los deseos de arreglar una rodilla o corregir un tobillo; no dejaba de pensar que aquella profesión lo había separado de su familia.

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1 de abril de 2010
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El Boomeran(g)
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