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Salvarse del expolio por sutileza

Por 5 de abril de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

El castillo se empina arriba de un roquedal en pirámide que cae hasta cien metros sobre una rotunda hoz del Júcar. Alarcón es uno de los conjuntos guerreros más sensacionales del medioevo, aunque no es sólo un castro; frontera al castillo se levanta la torre astronómica del marqués de Villena, el mayor nigromante del renacimiento.

    Dentro en Alarcón y entre otras monumentales fábricas está la iglesia de Juan el Bautista, bello templo herreriano en cuya nave ha tenido lugar un alto lance artístico este fin de siglo. Lo descubrió ya desafectado Jesús Mateo en 1994 y decidió que él tenía que pintar aquel recinto de proporciones perfectas. El asunto merece una novela, pero lo resumo groseramente. Tras conseguir, no sin esfuerzo, la venia eclesiástica, logró persuadir a un grupo de mecenas y comenzó la obra de reparación y luego de pintura. Tardó seis años en acabarlo, durante los cuales malvivió en cuchitriles y se afanó muerto de frío o de calor. El conjunto suma mil quinientos metros cuadrados de figuras. A medio acabar, en 1997, la UNESCO ya lo declaró de interés artístico mundial. Ha recibido luego mucho reconocimiento, incluida una sinfonía de Eduardo Rincón.

    El grupo de mecenas y el propio pintor habían invertido casi dos millones de euros, pero pronto comenzaron a afluir los visitantes que suman hoy varias decenas de miles al año. Eso avivó el amor de la iglesia católica por su templo, ay, tantos siglos olvidado, de modo que decidió apropiarse de las pinturas. Por fortuna Jesús Mateo, que es un artista pero no tiene un pelo de tonto, ya se había asesorado legalmente. El templo es del clero, sí, pero las pinturas son suyas. El argumento jurídico es magnífico y merece ser conocido para futuros pleitos.

    Si Mateo hubiera elegido la pintura al fresco habría sido despojado de su obra, pero pintó con acrílicos sobre las capas de imprimación con que se aísla la piedra, de manera que la pintura no penetra en el muro sino que está como suspendida entre el muro y la nada. Eso le ha salvado. Una milésima de milímetro. O sea, Dios.

 

Artículo publicado el domingo 28 de marzo de 2009.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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