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El velo

Rehuyo instintivamente meterme en los asuntos que despiertan una voracidad opinativa desaforada y general pero el caso de aceptar o prohibir el velo ( el hyjab islámico) en las escuelas públicas, como en el actual conflicto de Pozuelo (Madrid) me impulsa a declarar que mi mundo no es de este reino. Toda la argumentación sobre la neutralidad de la escuela laica no es más que un fanatismo de la llamada neutralidad. La verdadera neutralidad sería la no intervención en los hábitos y creencias de cada uno. Choca que mientras los alumnos convivan entre sí cordialmente, más allá de las adscripciones religiosas particulares, venga la autoridad a señalar que todos somos iguales y, en consecuencia, sobran los signos de identidad. ¿Una escuela sin identidades? ¿Unos alumnos sin particularidad? Sólo la ofuscada idea de la Ilustración, cuantificando, normalizando, homogeneizando en aras de la razón puede llevar. En su colmo, a esta sinrazón. A este anacronismo de la negación de las diferencias y a esta represión de los sentimientos como un subproducto de la personalidad. ¿En qué tiempo estamos? ¿En qué apolillado cerebro se atora la autoridad oficial? 

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21 de abril de 2010
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Baltasar Garzón

 

Esperemos no cometer jamás la imprudencia de ofender a un juez con nuestra presencia. Caería sobre nosotros el peso de su toga y nadie podría salvarnos. Esto es lo que deduce cualquier ciudadano que lea la crónica de la persecución contra Garzón. Ahí está la Falange Española tocando las puertas del Supremo y recibiendo el homenaje del Estado a su primitiva razón de ser, ahí está. Pero más importancia tiene la animadversión que la corporación de jueces ostenta contra un colega díscolo. Es probable que ignoren el daño que hacen a la credibilidad de una institución sin cuyo prestigio caeremos en un solitario descreimiento. Todo ciudadano a partir de ahora podrá ser triturado por la maquinaria de poder alzado contra su disidencia, o impertinencia, y liquidado como una simple molestia. ¿A quién podrá apelar? Si los jueces pueden permitirse el lujo emocional de castigar en público a un rival, si no les importa enfrentarse a los editoriales de la prensa extranjera, al estupor de las instituciones internacionales, al reproche de jueces de todo el mundo ¿qué será de nosotros? Que no haya nadie dentro del llamado Poder Judicial dispuesto a corregir el mal paso dado, que ninguno -salvo los jueces y fiscales jubilados- salga a criticar el tremendo error, ya nos da una idea de cómo se administra la obediencia en el Tercer Poder del Estado. En el acto convocado en la Universidad de Barcelona en apoyo a Garzón intervino, entre muchos otros, el ex fiscal jefe de Catalunya, José María Mena, y dice El País que protagonizó la intervención más "brillante, emotiva y rigurosa" al presentar al juez como la "víctima de un corporativismo transversal e inaceptable".

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21 de abril de 2010
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El desgobierno europeo

La vida nos examina a todos con mayor frecuencia de lo que esperamos y probablemente deseamos. Lo mismo sucede con la Unión Europea, que anda cosechando la temporada de calabazas más importante de su historia a cuenta de las nuevas dimensiones del mundo. Ha quedado descalificada como agente internacional global en las últimas ocasiones en que el gobierno del mundo se ha puesto a prueba entre quienes aspiraban a ejercerlo, y ahora, estos mismos días, se ha revelado también como absolutamente incapaz para gobernarse a sí misma, dentro de casa. Si no sirve para sentarse en la mesa global con los grandes, Estados Unidos, China, Rusia, Brasil e India, y tampoco sirve para mantener su casa en buen orden, deberemos preguntarnos en algún momento para qué diantre la hemos inventado.

El volcán de nombre impronunciable es el responsable de este examen que la UE está suspendiendo. Nos hemos dado cuenta, de pronto, que las decisiones pueden tomarse automáticamente sin que nadie se haga responsable ante los ciudadanos de sus consecuencias. Unos vulcanólogos que trabajan con un modelo matemático nunca experimentado ?y que se ha revelado erróneo? han aconsejado el cierre de los cielos a una agencia de coordinación del tráfico, y a partir de ahí los gobiernos han ido decidiendo cada uno de ellos independientemente pero todos en la misma dirección, sin apenas coordinarse en nada. Cinco días han hecho falta para que se convocara un consejo de Transportes de la UE por vídeo conferencia, donde los 27 ejecutivos han empezado seriamente a tomar en sus manos la responsabilidad de la crisis. Es evidente que la gestión de la navegación aérea y del tráfico aeroportuario escapa a las decisiones soberanas que puedan tomar los 27 gobiernos democráticamente elegidos y celosos cada uno de ellos de su independencia. Pero no hay autoridad alguna capaz y habilitada para tomar decisiones, que son necesariamente políticas, sobre cómo enfrentarse al riesgo que suponen la cenizas del Eyjafjalla para los aviones y cómo organizarse para seguir asegurando la movilidad dentro de la UE. No tiene competencias la Comisión. Tampoco las tiene Eurocontrol, que ya hace suficiente con controlar y coordinar el tráfico. Sólo un inexistente gobierno europeo podría haber organizado con la mínima eficiencia exigible toda la compleja operación de repatriar primero a los que han quedado colgados por la suspensión de los vuelos; organizar los transportes alternativos que garanticen la continuación de la actividad; y, lo más importante de todo, hacerse cargo del control de un riesgo móvil y errático, que puede prolongarse durante un tiempo indeterminado, como son las nubes de cenizas, para actuar luego en consecuencia, abriendo y cerrando espacios aéreos en función de la actividad del volcán. El estado actual de la navegación aérea es un ejemplo óptimo de cómo el cambio tecnológico y la globalización destruyen las fronteras y las soberanías nacionales. Buena parte del funcionamiento de nuestras sociedades, las economías e incluso la actividad política, dependen del desplazamiento diario por vía aérea de centenares de miles de personas. En estas alturas donde circulan los aviones puede haber cenizas volcánicas pero lo que no hay, sin duda alguna, son soberanías nacionales. Mientras naciones, regiones y nacionalidades se debaten en discutir sobre identidades, competencias, soberanías e independencias, la velocidad con que cambia el mundo nos deja sin gobierno efectivo. No sabemos cuanto va a durar la erupción del volcán. Pero lo peor de todo es no saber cuánto tiempo podemos estar con la miseria política de esta desunión europea y este desgobierno.

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21 de abril de 2010
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¡ACTUALICEN SUS FAVORITOS!

Moleskine Literario se muda. Ahora estamos en dominio propio y definitivo: http://ivanthays.com.pe/ Ya pueden actualizar sus Favoritos. El lanzamiento oficial del nuevo blog (con fiesta incluida) será el 21 de mayo, pero desde ya estoy actualizando el blog diariamente en la versión BETA en la nueva url.Nos vemos allá. ¡Un abrazo!

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20 de abril de 2010
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A título de inventario

 

Lee hoy en La Vanguardia la entrevista de Núria Escur a Francisco González Ledesma. Es un lamento, una elegía. No te la pierdas. El escritor languidece ante la cámara con los recuerdos de una biografía urgente. Nos habla de sus deudas. Me arrepiento de esto, y de lo otro. ¡Ojalá pudiera rectificar! En lugar de inventar motivos épicos, don Francisco consiente ante sí mismo: esto es lo que hay. Una ruina, una ilusión. En su auto retrato la tristeza es un trazo grueso. ¿Para qué disimular? Su ancianidad enfadada es reconfortante. En contra de la tendencia que impone alegría hasta en el lecho de muerte, el escritor libera las poderosas corrientes de esa nostalgia que clama contra la verdad del tiempo perdido. Ni siquiera los recuerdos nos redimen. Tenlo en cuenta a partir de ahora.

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20 de abril de 2010
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El niño malo en Madrid

Acabo de terminar de leer la novela «El niño malo cuenta hasta cien y se retira», (editorial Escalera) de Juan Carlos Chirinos. La he leído un poco a trancas y barrancas, pues la presento el viernes en Madrid. Yo ya había leído de Chirinos --Chirinator, como se le conoce al escritor venezolano por sus ágiles y rotundas embestidas dialécticas-- una novela aún inédita, «El Bosque», que me pareció no sólo buena, sino fundamentalmente original, llena de una frescura que no obstante no impide que esté contaminada de turbiedad y sombras y que genera esa expectación fascinada y al mismo tiempo llena de horror que crean ciertos cuentos infantiles en la imaginación de los niños. Pues bien, «El niño malo...» me ha producido exactamente lo mismo, esa mezcla de desasosiego, risa --mucho tiempo atrás que no soltaba una carcajada en plena lectura-- y afecto que Chirinos sabe mezclar tan bien.

Un caraqueño viaja (¿cae en?) a un pueblo, a una comarca más bien, perennemente nevada. Estrella su trineo contra una granja donde vive una chica con su abuela. Estas trasuntas algo estrambóticas de Hedi y su abuelo Pedro enfrentarán al urbanita protagonista con un mundo que tiene mucho de nostálgico y al mismo tiempo de atávico, donde se manejará mal, particularmente como pastor, y ello desembocará en el turbulento final que cierra la novela con ese hechizo que genera el narrador durante tantas páginas previas. No se equivoquen: la novela no es exactamente realista ni es exactamente una fábula, pues se mueve en ese límite inquietante, como ocurre con las pesadillas o los sueños más nítidos, que separan un término del otro. Está llena de ternura (la relación con la joven pastora) y al mismo tiempo llena de un horror tan conspicuo (la relación con la joven pastora) que produce en el lector una tensión sólo aceptable por la calidad de la prosa, de temple cervantino, como por la originalidad de su enfoque.

Decía al principio de este post que leí la novela a trancas y barrancas, y no es del todo cierto: la empecé a leer con premura, la noche anterior a viajar a Antequera, y la continué leyendo en el tren fascinado, metido de lleno en su historia, impaciente porque viajaba con un amigo escritor que, ajeno a mi obnubilación lectora, conversaba conmigo. La terminé al día siguiente, también en el tren, de regreso a Madrid, y tuve la sensación de haber hecho al mismo tiempo otro viaje, más profundo, más lleno de sombras y recovecos, por donde me llevó la novela. Pero no se trata de una novela agridulce, nada de eso, porque está llena de un humor inteligente y por lo tanto no deja malestar alguno. Como verán, divago sin poder definirla --como el sabor de un kiwi-- y sólo sé que el viernes me veré en aprietos para explicarla al público. Poco precio para los momentos tan estupendos que he pasado leyéndola. 

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20 de abril de 2010
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En la tropa

Cuando todavía éramos jóvenes y yo sufría periódicas depresiones, mi hermano Pepe me decía: a ti lo que te pasa, Vicente, es que pides demasiado a la vida.

Han pasado los años y, sin que hayan desaparecido las depresiones, he avanzado en comprender  que la clave (o como se llame) de la felicidad tiene que ver con admitir ser menos feliz de lo que acaso, imaginativamente, se pudiera.

Exactamente, como decía Pepe, si uno no se empeña - o no se inventa alegremente- que la circunstancia podría dar mucho más de sí, es menos probable que su resultado nos frustre. Nos pasa con el cine, con un partido de fútbol, con una pareja y, sobre todo, con nosotros mismos. Toda fantasía desmedida sobre la posibilidad de nuestras proporciones provoca una holgura igual al volumen de la pena.

El ajuste exacto es prácticamente imposible pero si hay que medir, mejor nos medimos con humildad y ahorro que con derroche, haciendo antes las cuentas propias de la pobre tropa y no las del Gran Capitán. Una figura que, en todas las historias verdaderas es abatido siempre o cuando menos se piensa. 

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20 de abril de 2010
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La descatolización

Difícil papeleta la del Vaticano en esta nueva época de la globalización multipolar y tecnológica. Aguantó mejor la embestida de la modernidad con el anterior Pontífice Romano, el polaco Wojtila, que algo supo sintonizar con el espíritu de los tiempos. Pero parece abocado en cambio a un penoso naufragio con el bávaro Ratzinger ?cinco años ya en el sede pontificia--, que combina la solidez intelectual de un catedrático de teología germánico con la torpeza diplomática y política de un pobre cura de provincias.

Juan Pablo II fue un Papa profundamente político, impulsor junto a Walesa, Havel, Reagan y Gorbachev, de la mayor transformación de Europa y del mundo desde 1917. Supo aprovechar luego la globalización resultante para hacer llegar los mensajes y los símbolos del catolicismo romano a todos los rincones del planeta, teñidos de un profundísimo contenido conservador, e incluso reaccionario en cuestiones de moral. El ideólogo de aquel curioso movimiento de repliegue ideológico y de expansión mediática planetaria era quien sería su sucesor, Joseph Ratzinger, martillo de progres y relativistas que ha ido desmochando el huerto teológico de toda cabeza heterodoxa que asomara a su izquierda. Éste ha sido el Papa de la identidad católica, que ha reivindicado las raíces cristianas de Europa, se ha reconciliado con el integrismo preconciliar y ha mostrado su vocación casi medieval de entrar en un torneo con musulmanes y judíos para demostrar la superioridad de sus propias creencias. Entre ambos Papas, ajenos a las dudas y a las angustias del Papa Montini y a la sintonía con su época y a la bondad del Papa Roncalli, han conseguido convertir a la Iglesia de Roma en el mascarón de proa de un comunitarismo occidental que da la espalda a la Iglesia de los humildes y de los pobres y encuentra el aplauso y la devoción de las clases conservadoras y adineradas europeas y americanas. Teocons y neocons son primos hermanos. Y eso ha sucedido en los mismos años en que Europa derivaba a todo galope hacia el laicismo, el islamismo embarrancaba en el fundamentalismo y en las tentaciones yihadistas y la religiosidad realmente existente se acercaba al patchwork de un nuevo mundo multicultural y sin grandes faros de referencia, exacta correspondencia del nuevo mundo multipolar. El escándalo de la pederastia clerical encubierta por la jerarquía es el remache a los cinco años de reafirmación identitaria católica de Ratzinger: muestra un profundo e inquietante desfase ante las exigencias de los Estados de Derecho y de la modernidad jurídica por parte de una institución que ha venido protegiendo con el secreto papal los delitos comunes cometidos por sus servidores sobre los más vulnerables e indefensos. Por más que haya sido el propio Ratzinger quien ha encendido la mecha desde su cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe o ex Santo Oficio, su falta de resolución y su pésima gestión política del escándalo han conducido a un enorme desprestigio de la Iglesia incluso entre sus propios fieles. Con los últimos episodios ha empezado la rectificación, que necesita ahora de pruebas tangibles y, sobre todo, el desvelamiento de los casos mantenidos en secreto para que los culpables sean entregados a los tribunales. Pero eso es algo que muy difícilmente sucederá y si sucediera no bastaría en un caso de tanta amplitud y de tan variadas y altas responsabilidades, que sólo puede zanjar una seria e improbable catarsis. Una institución con métodos de elección más modernos destituiría ahora a los responsables y elegiría a un nuevo Papa capaz del borrón y cuenta nueva, algo que está en contradicción con la misma esencia de esta Iglesia jerárquica, masculina y autoritaria, que después del Concilio Vaticano II se ha revelado incapaz de abrirse al mundo y a las otras religiones y creencias. La respuesta encubridora y burocrática a los casos de pederastia y la reafirmación en la identidad y en la fe ortodoxas se han revelado así como las dos caras de la peor y más desgraciada estrategia que podían escoger los responsables del Vaticano para la proyección de la vocación universal de la Iglesia, su catolicidad, en el mundo globalizado. Es una amarga paradoja para la civilización católica, que se define precisamente por su afán globalizador.

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20 de abril de 2010
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La religiosidad más nihilista

He recordado aquí en varias ocasiones que el trabajo de todos los grandes del verbo sólo se explica en base a la convicción de que el lenguaje no puede reducirse a instrumento al servicio de la subsistencia, y ni siquiera a vehículo de exploración cognoscitiva de la naturaleza. Siendo esta segunda capacidad el primer don con el que la naturaleza nos singularizó, narradores y poetas apuestan a riqueza aun mayor. Apuestan a que el lenguaje, fruto azaroso de la evolución, alcance sin embargo la potencia de ese verbo al que hacen referencia los evangelistas; potencia que no nos arranca al mundo, pero sí nos hace sentir que lo irreversible del devenir del mundo no es lo único que nos determina. Narradores y poetas apuestan a que el lenguaje pueda librarnos parcialmente del gravamen que, en la inmediatez natural, coarta nuestra libertad; apuestan a que pueda rescatarnos del vejamen que para el ser de palabra supone la finitud y, en suma, apuestan a que el lenguaje encierre una potencialidad literalmente redentora. Y saben que los demás esperamos de ellos que se sacrifiquen para desplegar esta potencia, a lo que contribuimos también todos y cada uno de nosotros cada vez que asumimos nuestra singular naturaleza, cada vez que, comportándonos como seres de palabra, en lugar de usarla, hacemos de su enriquecimiento un fin en sí.

De esta asunción plena de nuestra naturaleza se deriva la preocupación por la naturaleza en general, y la exigencia del cuidado de las demás especies vivas. Pues alcanzando razones para amarse a sí mismo, alcanzando razones para escapar al nihilismo, entonces el hombre, el único ser en quien la historia evolutiva encuentra espejo y testigo, se sentirá por añadidura garante de la riqueza y salud de la naturaleza de la que procede en exclusiva, pero que ha dejado atrás en su forma elemental. En el momento en que escribo estas líneas hay en nuestro país un tenso debate en el que en base a convicciones presentadas como filosófico-científicas se propone la homologación en derechos de ciertos animales superiores y el ser humano. No hay duda de que la genética proporciona en este caso una base (baste recordar el alto grado de homología genética que se da entre los grandes simios y el ser humano). Sin embargo la radicalidad de determinadas posiciones hace pensar que la ciencia sirve en realidad de coartada para posicionamientos cuya motivación subjetiva se halla muy cerca de la que determina a la actitud religiosa. Religiosidad tan radical que, a diferencia de la cristiana o la islamista, parece determinada por una radical voluntad de negar la naturaleza propia del ser humano y su singularidad en el seno de la animalidad y la vida. Me atrevo a decir que se trata de la mayor creencia nihilista de la historia conocida del ser humano, y desde luego incompatible con la apuesta por la fertilidad del lenguaje de la que el trabajo de los grandes escritores es símbolo.

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20 de abril de 2010
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