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Escrito por

Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

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Galería de espectros: el contemplador del cementerio

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he vislumbrado el espectro del contemplador del cementerio.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres a El cementerio marino de Valéry?

R.A.: Me refiero a él. Aconsejaría a cualquiera de nuestros lectores o de nuestros corresponsales que si ha leído El cementerio marino de Valéry y tiene la oportunidad de pasar o volver a Barcelona, se dirigiera al cementerio de Montjuic, de esta ciudad, porque allá podría encontrar una situación exacta a la que tiene el contemplador de este gran poema del siglo XX. Valéry se refiere al cementerio de su ciudad natal, Sète, en el sur de Francia, y ese cementerio está exactamente colocado con la misma disposición que el nuestro de Montjuic. En los dos casos son montañas que ya fueron necrológicas en el mundo romano, en la necrópolis del mundo romano, y eran pequeñas colinas que se alzaban sobre las ciudades y donde se situaba el lugar de los muertos. Tanto desde el cementerio de Sète como el nuestro de Montjuic tienes un amplísimo panorama del mar mediterráneo delante, con lo cual la disposición del contemplador es la misma desde el lugar sagrado, desde el lugar de los muertos donde se puede llegar a observar en toda su magnificencia el mar mediterráneo y sus evoluciones cromáticas. Y uno puede intentar seguir la misma experiencia que propone Valéry en su poema: uno puede mirar el mar en un día despejado el mar al medio día -lo que Valéry llama medio día de justo-, contemplar el mar, el efecto de deslumbramiento que produce el sol sobre la superficie del mar. Ese deslumbramiento es lo que Valéry de alguna manera identifica con el vacío y con la nada, con una especie de esencia del mundo, de plenitud del mundo, que es al mismo tiempo el vacío que deja al hombre anonadado, indefenso. Y a continuación puede seguir con el poema y ver cómo alejado el mediodía el cielo va adquiriendo los distintos tonos cromáticos del mediterráneo, va adquiriendo los distintos matices de la vida, y así entender mucho más el razonamiento de Valéry:  mientras que el medio día nos deslumbra y nos anonada con su propia perfección blanca, para llegar realmente a vivir la experiencia de la vida es necesario el declinar del sol y el contraste con los distintos matices del color que son exactamente los matices de la existencia. En definitiva, y así concluye el poema, más allá de ese conocimiento esencial o metafísico que pueda proporcionar la luz, quien llegue a conocer la existencia humana es aquél que como el nadador que se introduce en el agua es capaz de ir definiendo el contraste de los sentidos. Difícil encontrar un poema donde haya tal equilibrio entre el conocimiento sensual o sensitivo y el conocimiento de lo físico.



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12 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El miedo del portero

El miedo del portero en el área de penalti, más exactamente, es una magnífica narración que Peter Handke escribió en 1970 y que releída ahora mantiene todo su vigor al presentar un protagonista, antiguo guardameta, que al perder su trabajo de montador se sume en un vértigo de desconcierto que le invalida para cualquier sentido de la realidad. Pero no quiero extenderme aquí sobre el relato de Handke, sino únicamente referirme a su título, que, en el momento de la publicación, suscitó bastantes comentarios puesto que no era habitual utilizar el fútbol como metáfora de la vida. Me temo que en la actualidad el autor austriaco se lo pensaría dos veces antes de poner aquel título, entonces original, dado que hoy día el fútbol parece ser visto como la única metáfora posible.

O, al menos, eso es lo que podemos deducir de nuestra vida pública por boca de los representantes del pueblo, tan negados para la alusión filosófica, histórica o científica como bien dispuestos a demostrar su sabiduría futbolística. No sé si ustedes han observado que desde hace tiempo las discusiones parlamentarias -en las que nunca se asoman, un Ortega, un Platón, un Tocqeville o un Einstein- están repletas de "equipo titular", "banquillo de los suplentes", "alineaciones indebidas", "tácticas equivocadas", etcétera. Todo parece indicar que a medida que la cabeza se seca, el pie, es decir, el balompié, resplandece.

Ya he escrito en alguna ocasión que a mí me gusta el fútbol, el buen fútbol y a pequeñas dosis, pero me resulta insoportable la progresiva futbolización de prácticamente todos los ámbitos de la vida social. Es, como mínimo, arriesgado fiarse tanto de las virtudes de un juego, aunque se tratara de un juego practicado por mentes privilegiadas, que no es el caso. Con todo, lo más irritante es que inevitablemente se tiene la impresión de que se recurre a aquella simbología pedestre y populista por la más absoluta carencia en otros campos.

Los parlamentos hoy se asemejan más a una cancha que a otra cosa, con los parlamentarios convertidos en forofos y los cronistas políticos, en cronistas deportivos. A raíz de las últimas trifulcas, y en un alarde cultural, tres o cuatro diputados del Partido Popular criticaron la penosa montería que ya sabemos, no porque fuera siniestro que un ministro de Justicia y un juez emplearan su sentido de lo justo masacrando ciervos a mil euros al día, sino porque lo ocurrido era como si el entrenador de uno de los equipos que debían competir cenara con el árbitro la noche anterior al partido. Les respondió el gran Pepe Blanco, en otro alarde, diciéndoles que lo que les dolía es que les hubieran marcado un gol por la escuadra y, en consecuencia, iban por detrás en el marcador.

El uso viscoso de la metáfora futbolística se repite jornada tras jornada sin que los tribunos -empeñados en ser tribunos de la plebe y no representantes de la ciudadanía- muestren el menor pudor. Estamos acostumbrados. Y, no obstante, a veces el exceso llama un poco la atención. Así, por ejemplo, leyendo las páginas de información política del periódico, no las de deportes, del reciente 19 de febrero, uno podía tropezarse con vistosos análisis balompedísticos del mundo que nos rodea. Carod Rovira justificaba el anuncio de una nueva embajada catalana en Marruecos: "Si el Barça tiene política exterior, ¿por qué no la va a tener Cataluña?". Inapelable. Alejandro Agag, el inquietante yerno de Aznar, explicaba la presencia en ciertas reuniones de uno de sus amigos imputados en la trama de corrupción por el hecho de que el PP había formado un "equipo de promesas", también elocuentemente denominado "el banquillo del banquillo". Inapelable.

Con todo, la noticia más hilarante de ese día correspondía de nuevo al ministro de Justicia, Fernández Bermejo, quien horas antes se había enzarzado futbolísticamente con Federico Trillo, en un cruce de bravuconadas que causan vergüenza ajena. No lo entendieron así los diputados socialistas presentes en el hemiciclo, quienes, tras otro desplante de Bermejo a la oposición y olvidando un instante el fútbol por la fiesta nacional, puestos en pie, jalearon al ministro con los educativos gritos de "¡torero, torero!". Más razón habrían tenido gritándole, con igual casticismo, "¡matador, matador!", pero no de toros sino de ciervos.

Naturalmente, todas esas demostraciones de finura oratoria suceden mientras los partidos políticos se acusan mutuamente de los desastres en la educación. Las escuelas deben cambiar. Sin duda, y profundamente. Pero ¿qué tal si cambiáramos también los parlamentos? Podríamos empezar prohibiendo las metáforas futbolísticas. Aunque quizá sería demasiado duro y una sensación de vacío invadiría las conciencias, que, desamparadas y sin poder recurrir a las razones del pie, experimentarían en su propia piel la soledad y el miedo del portero ante el penalti.

 

El País,  28/02/2009



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9 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Galería de espectros: Pechorín

Mikhail Lermontov

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el espectro de Pechorín.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al personaje de Lermontov presente en la novela Un héroe de nuestro tiempo?

R.A.: Sí. Siempre que en la prensa o en las telenoticias oigo hablar de las guerras del Cáucaso, en las que están implicados el ejército ruso y resistentes de algunos de la república o de los pueblos del Cáucaso, siempre inevitablemente pienso en este texto y en Pechorín, al que Lermontov llamó muy adecuadamente el héroe de nuestro tiempo. ¿Y cómo era ese héroe de nuestro tiempo? Era un soldado ruso, generalmente de buena familia, que había nacido en Moscú o en San Petersburgo, que se había alejado de los círculos familiares y del bienestar, de esas ciudades, y había sido destacado a un remotísimo batallón en el Cáucaso, donde entre escaramuza y escaramuza pasaban días enteros de aburrimiento, de tedio, de amontonamiento de días siempre iguales. Lermontov es uno de los grandes definidores del tedio moderno, de manera paralela, incluso cronológica, a la definición que hizo Baudelaire en París. Y allí nos encontramos con dos abordajes simultáneos, aunque en marcos tan distintos de la cuestión del tedio, del paso irreversible del tiempo, etc. Dos escenarios tan distintos como pueden ser París, el escenario metropolitano por excelencia, y como puede ser una aldea remota en las montañas del Cáucaso. Pero el sentimiento viene a ser el mismo, quizá con la única diferencia que Pechorín y sus compañeros llegaron a inventar en la práctica algo que los poetas de París solo inventaron metafóricamente: el juego de la ruleta rusa, que consiste en sustituir la bola de la ruleta por las balas que se ponen en un revólver para al menos así romper la monotonía de las noches interminables.



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5 de marzo de 2009

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Colección particular: Ringo Starr del suspense

Rafael Argullol: Fíjate, Delfín, en esto que podría ser uno de los iconos más claros de la segunda mitad del siglo XX.

Delfín Agudelo: Se trata de Alfred Hitchcock en una de las introducciones con las que iniciaba su serie de televisión Alfred Hitchcock presenta, y en este caso en particular haciendo referencia a Ringo Starr.

R.A.: Sí, en este caso es muy gracioso porque Hitchcock era un maestro de la ironía, gracias a la cual logró ser un maestro del terror: creo que si al terror lo desprovees de ironía lo conviertes en un puro patetismo, y él siempre lo evitó. En este caso él hace una caracterización que era bastante habitual en estas presentaciones. No era tanto sus películas sino sus famosas series de televisión de la BBC las que presentaba Hitchcock, que pasaba pequeños sketches hechos y argumentados por él mismo. Y aquí parece genial la síntesis icónica que se produce porque no solo Hitchcock en un rasgo de humor supremo se pone una cabellera a lo Beatles, sino que al mismo tiempo se deja fotografiar en medio de lo que serían los platillos de una batería. En cierto modo lo que hace es converger uno de los paradigmas visuales de la segunda mitad del siglo XX, que eran sus propias películas, con uno de los paradigmas musicales, que era la música de los Beatles. Mirando esta foto uno tanto puede ser excitado a rememorar a alguna de las escenas de suspense de Hitchcock como a escuchar esa escena a través del ritmo de la batería de Ringo Starr.



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2 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El mago y familia

El otro día vi la miniserie de cinco horas titulada Los Mann. La novela de un siglo, realizada hace algunos años por Heinrich Breloer para la televisión alemana y me pareció, una vez más, que Alemania es uno de los pocos países europeos en los que se ha realizado un auténtico ajuste de cuentas con el pasado. Es verdad que el trauma alemán fue el peor del siglo XX -con los alemanes como verdugos y víctimas simultáneamente- pero también es cierto que el proceso de expiación histórica ha sido de una profundidad sin precedentes, al menos hasta la generación actual, puesto que una película como La ola, recién estrenada aquí, insinúa que los jóvenes alemanes ya son tan amnésicos como el resto de sus coetáneos europeos.

No sé si lo que se refleja en La ola -el olvido juvenil del Holocausto, nada menos- es representativo de la última generación, y sería muy grave que así fuera. No obstante, aun así, debería reconocérsele a la cultura alemana de posguerra una capacidad para remover la propia cloaca que, sin ir más lejos, jamás se ha producido en la España democrática. A este respecto, la inexistencia de catarsis con relación a la dictadura y la contaminación del forzado pacto político de la transición por parte de todos los ámbitos de la vida social española ha significado el mantenimiento de una enfermiza opacidad al volver la vista atrás. Durante 30 años las fosas comunes no han sido abiertas, pero todavía es más grave que tan pocos se hayan atrevido a abrir las cloacas morales. Aún falta en nuestro país el libro, o la película, que sea capaz de ofrecernos la radiografía de la miseria espiritual que nos llevó, primero, al desastre y, luego, a la exigencia de olvidar el desastre para sobrevivir. Y esta falta de valentía se paga colectivamente en la actualidad con una suerte de desencaje en el que el ayer sangriento, cerrado en falso, amenaza sombríamente con no dar tregua al presente y con invalidar el futuro.

En contraste con esta actitud el cataclismo alemán -de mayores proporciones que el nuestro, es cierto- se vio seguido por un alud de intervenciones radicales por parte de escritores y artistas. Durante toda la segunda mitad del siglo XX el organismo moral de la Alemania que había sucumbido a la catástrofe fue destripado, troceado, diseccionado hasta la última molécula. La consigna era clara: el mal había sido enorme y la cirugía debía estar en consonancia con tal enormidad. Era una consigna necesaria, acertada, seguida por una legión de escritores alemanes, autores de rabiosas autocríticas, y no alemanes, encargados, por lo general, de recordar que el monstruo no fue por supuesto únicamente alemán. Así se trataba de hacer limpieza y, si citamos a Heinrich Böll, a Thomas Bernhardt, a Günter Grass y a tantos otros convendremos que alguna limpieza sí se logró.

Y a Thomas Mann, naturalmente. Thomas Mann, un hombre conservador por principios y por carácter, no tuvo inconveniente en abrir solemnemente la veda con su Doktor Faustus, la novela escrita en el apogeo del nacionalsocialismo y, algo después, tras su caída: la obligación de los escritores alemanes era ir a la caza de aquella infamia espiritual que había acogido al huevo de la serpiente entre el miedo, la duda y la exaltación. No bastaba con culpar a Hitler o al nacionalsocialismo; hacía falta, antes que nada, investigar en el propio corazón culpable. Para ser más rotundo en su demanda Thomas Mann, en cierto modo, se ofrecía a sí mismo como materia prima del experimento.

Y en algún sentido el filme Los Mann. La novela de un siglo es la continuación de este experimento, sólo que en este minucioso fresco histórico, El Mago tal como era llamado Thomas Mann en la intimidad familiar, se ve acompañado por su mujer, Katia, por su hermano Heinrich y por sus hijos, en especial los dos mayores, Klaus y Erika, tan dotados para el arte como para la autodestrucción. Y no puede decirse que el experimento no funcione pues, tras cinco horas de visión, el espectador empieza a comprender que el totalitarismo no fue únicamente la consecuencia de una ideología delirante sino, por encima de todo, el fruto inevitable de la corrupción de las mentes y la mentira con uno mismo como forma de vida. Algo que, como sabemos, no es un monopolio alemán.

Thomas Mann, aunque opuesto a Hitler, no sale muy bien librado cuando es colocado en el centro de un siglo tan cruel como fue el siglo XX. Por lo demás, el viejo Mann, mucho más humano que el excesivamente moralista joven Mann, ya sabía que sería juzgado con severidad y que sólo tras este juicio recobraría su grandeza.

 
El País, 31/01/2009


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26 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las nuevas células

Rafael Argullol: En la medida en que hemos revolucionado la posición del cuerpo y de los sentidos, sobre todo la del ojo, en esa misma medida toda nuestra capacidad ficcional se ha subvertido, revolucionado, y estamos en lo que podríamos llamar efectivamente una hiperficción pero que no nos hace olvidar el viejo debate entre realidad y ficción sino que nos la sitúa en un terreno completamente distinto y completamente innovador.
Delfín Agudelo: A pesar de las distintas variaciones artísticas y visionarias de cada época, creo que es innegable pensar en cierta transición y juego de correspondencia entre cada una de las innovaciones ficcionales.
R.A.: Creo que en nuestros días como siempre el hombre tiene una enorme necesidad de mitos y de leyendas, de creación de espacios simbólicos incluso simbólico-religiosos, lo único que está abordando esa necesidad a través de una revolución sin precedentes en la historia, que es una revolución de su propio cuerpo. Hace unos días leía una entrevista en La Vanguardia que hacían al director del Centro de Regulación  Genética de la Universidad Pompeu Fabra, quien decía una cosa impresionante que tiene que ver con esto: ya no únicamente vamos a curar con células madres, sino que estamos produciendo células madres a partir de células normales, bombardeando los núcleos de estas células. En el momento en que nosotros, que es cosa de uno o dos años, tengamos este proceso acabado, será posible revertir el proceso habitual de envejecimiento de las células, y en ese sentido nos situamos en una dimensión completamente distinta con respecto al significado mismo del envejecimiento y de la vejez. Eso, a través de la manipulación e ingeniera humana. Si esto es posible en el mundo de las células madres, que ya no se necesitará la célula madre del cordón umbilical sobre la cual todavía hay tantos experimentos, sino que de la habitual se crearán células madres que regenerarán por ejemplo el trozo de corazón que un infarto te ha destruido o el trozo de piel que un accidente te ha producido; también podrás regenerar las células que están muriendo o revertir ese proceso. Si eso está pasando en el interior de nuestro cuerpo, ¿qué no está pasando en el exterior, que es lo que llamamos sentidos? Y si está pasando en el exterior, ¿qué está pasando en la relación con lo que llamamos realidad, que no era más que relación entre sentidos y el mundo que nos rodeaba? Evidentemente se está abriendo un mundo ficcional completamente distinto pero también completamente igual al anterior: distinto en cuanto a que hay una variación de las coordenadas parecidas a cuando se abandonó la geometría euclidiana de tres dimensiones por toda la geometría multidimensional por el relativismo o por la cuántica, pero que esto va a afectar de una manera decisiva a la construcción de la ficción.



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23 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hacia la hiperficción

Rafael Argullol: Lo que se ha sometido a la revolución mayor ha sido en el ojo, el terreno de la ciencia y en el terreno de las repercusiones populares de la técnica a través de la realidad virtual y de la televisión, a través de los videojuegos etc.
Delfín Agudelo: De esta manera, cada época carga consigo su posibilidad de crear las nuevas ficciones de su tiempo. Y a través de sus avances actuales, puede aventurar nuevas ficciones en tiempos futuros.
R.A.: Ahora de alguna manera vivimos en un momento en que se permite la creación de nuevas ficciones, ya no a través de esa categoría parecelsiana y de Coleridge de la creación de mundos imaginarios desde el ojo clásico, sino a través de una especie de suplantación de este ojo que se convierte como en el monstruo Argos de mil ojos. Es decir, ya no tenemos uno sino mil ojos, infinitamente más precisos que el ojo que podía no calcular ya Homero o Dante o Coleridge, sino alguien contemporáneo nuestro como puede ser Orwell. De ahí que otra obra de referencia que en su momento nos pareció que se adelantaba mucho al tiempo pero que en estos momentos resulta obsoleta, y a la que debemos muchísimos valores anticipatorios que hemos citado a veces, Blade Runner: con sus distintas metáforas y manipulaciones del ojo, en estos momentos cualquier clínica de microcirugía ocular de cualquiera de nuestras ciudades deja atrás los pronósticos de Blade Runner que se situaban en los Ángeles de 2019. Llevamos doce años de ventaja y llevamos una sofisticación mayor. En la medida en que hemos revolucionado la posición del cuerpo y de los sentidos, sobre todo la del ojo, en esa misma medida toda nuestra capacidad ficcional se ha subvertido, revolucionado, y estamos en lo que podríamos llamar efectivamente una hiperficción pero que no nos hace olvidar el viajo debate entre realidad y fucción sino que nos la sitúa en un terreno completamente distinto y completamente innovador.



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20 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Poseídos por la memoria

Rafael Argullol: Evidentemente se está abriendo un mundo ficcional completamente distinto pero también completamente igual al anterior: distinto en cuanto a que hay una variación de las coordenadas parecidas a cuando se abandonó la geometría euclidiana de tres dimensiones por toda la geometría multidimensional por el relativismo o por la cuántica, pero que esto va a afectar de una manera decisiva a la construcción de la ficción.
Delfín Agudelo: ¿De qué manera veremos este cambio en tradiciones de creación? ¿Estaremos ante una complicidad entre ciencia y arte?
R.A.: Me atrevo a hacer dos pronósticos en dos terrenos muy claros, uno que tiene que ver con lo que hemos llamado cinematografía y otro con el que hemos llamado literatura, En ambos casos nosotros vamos a construir ficciones que siempre tendrán que ver con las viejas preguntas del hombre, de esto no hay ninguna duda, las viejas preguntas y angustias y genes del hombre. Ahora bien, las construcciones que vamos a hacer van a ser construcciones mucho más pluridimensionales, más cuánticas, más relativistas. Por ejemplo cuando digo cuánticas quiero decir que vamos a aplicar a nuestros propios experimentos literarios los avances que hemos realizado en el terreno de la memoria, y es un campo que me interesa mucho, y desde hace años vengo escribiendo un libro centrado en esta función. Pero a la memoria ya no es solo aquello que habían intuido los viejos literatos, que la poesía y literatura era la maestra de la memoria, sino que la literatura deberá convertirse en discípula de la memoria y en aquello que iremos averiguando acerca de la memoria. Es como el sueño; quizá en un momento determinado deberemos decir que estamos más poseídos por el sueño en lugar de estar soñando. En otro sentido igual nosotros debemos decir que estamos poseídos por la memoria en vez de decir que recordamos. Estamos poseídos por las imágenes que no vemos en lugar de solo por la punta del iceberg que es lo que vemos. Y en ese sentido, en cierto modo,  las nuevas construcciones ficcionales incorporarán aquello que no veíamos. Y probablemente ahí también nos va a llevar a replanteamientos radicales de la vieja cuestión maravillosa pero siempre oscura entre lo que hemos llamado cuerpo y alma. Porque el alma, que era el radical extramuros del cuerpo, quizás ya no será comprendida así, porque en la medida en que seamos capaces de entrar en una especie de lo que antes considerábamos tierras movedizas o tierra de nadie, en la que incorporamos en nuestras ficciones lo que no vemos en nuestra realidad cotidiana pero que somos capaces de extenderlo a través de nuestros propios descubrimientos, en esa misma medida iremos avanzando en terrenos que antes cortábamos radicalmente. No digo que vayamos a descubrir lo que es el alma. Tengo formación porque estudié medicina aunque no la he ejercido, y cuando uno llega al último recoveco no encuentra el alma, y el médico dice "Aquí no está". Pero cuado llegamos al último recoveco no es que no encontremos el alma, pero estamos llegando al otro lado de nosotros mismos que es lo que hemos llamado "alma". En la medida en que seamos capaces de establecer puentes con nosotros mismos, mucho más poderosos que los que teníamos sensorialmente, en esa medida también la relación cuerpo/alma o cuerpo/espíritu o materia/espíritu sufrirá una poderosa transformación.



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19 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un nuevo sentido

Rafael Argullol: La imaginación es, pues, la capacidad de crear mundos imaginarios, creados desde una posición clásica del cuerpo. Una posición clásica de lo que podríamos llamar los cinco sentidos.
Delfín Agudelo: Sin embargo, la capacidad misma de la imaginación es, adicionalmente, embarcarse en nuevas dimensiones sobre cada uno de los sentidos: buscar extensiones, mejorías, y de esta manera la contemplación de un antiguo modelo de un sentido vital se examina de nuevo. Nos enfrentamos, pues, a un nuevo cuerpo.
R.A.: Creo que lo que ha ocurrido en las últimas décadas, sobre todo en la última década, un poco a remonte de lo que han sido las grandes transformaciones tecnológicas, es una variación de la cartografía misma del cuerpo o de la posición del cuerpo y de los sentidos. Fijémonos que eso tiene su paralelismo en algo muy importante en la ciencia. También en estas últimas dos décadas la revolución microcósmica -es decir, el microcosmos dentro de la variación macrocosmos/microcosmos- ha sido vital: la gran revolución se está construyendo no en el espacio exterior sino en el interior; los genes, los átomos, las neuronas, todo lo que tiene que ver con la nanotecnología, la robótica y la nanología, que juntas son un mundo de lo microcósmico. El mundo de lo microcósmico es algo que tiene que ver no con el cuerpo sino con lo que está en el interior del cuerpo. Me da la impresión que la gran revolución que se ha producido y que afecta de manera radical a nuestras ideas acerca de la ficción y lógicamente también las de la realidad, es que se ha revolucionado o subvertido la posición del cuerpo y los sentidos de una manera visceral: la posición del sentido que tradicionalmente ha sido más rapaz, que es el ojo. En Orwell, en Paracelso o Coleridge, se partía de la idea tradicional del ojo. Nosotros ya no partimos de la idea tradicional del ojo, somos la consecuencia de unas generaciones humanas que hemos hecho estallar el átomo; por tanto hemos bombardeado lo más pequeño, estamos realizando operaciones de microcirugía que recorren el interior del cuerpo, que estamos operando en todos los sentidos del propio ojo,  que además hemos producido máquinas que significan extensores de los distintos sentidos pero que quizás diríamos de los cinco sentidos tradicionales, nuestra tecnología, el sentido que más ha revolucionado es el ojo. En el tacto hemos mejorado, evidentemente, hemos hecho extensiones del olfato, también del oído, podemos llevar a percepciones ultrasónicas, pero lo que se ha sometido a la revolución mayor ha sido en el ojo, el terreno de la ciencia y en el terreno de las repercusiones populares de la técnica a través de la realidad virtual y de la televisión, a través de los videojuegos etc.



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16 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hacia una nueva ficción

 Rafael Argullol: Pienso que sería importante volver a valorar a fondo el significado de la ficción a principios del siglo XXI, al amparo de las más recientes tecnologías, y de manera consiguiente, volver a reflexionar y pensar en la vieja tensión entre realidad y ficción que se viene barajando en la historia de la civilización.
Delfín Agudelo: Cada época trae consigo su noción de realidad y, a partir de ésta, su antagonista la ficción. La tensión se ha vislumbrado siempre a partir de su negación constante, que implica que lo uno impide la convivencia con lo otro. Ahora bien, ante una catarata de avances tecnológicos que en muchos aspectos se plantean como prolongaciones mismas del cuerpo y de la mente del cuerpo humano, dos de sus categorías más latentes, la realidad y la ficción,  necesitan- ¿u obligan?- a llevar a cambio un cambio sustancial de comprensión. No hay resistencia alguna, ¿pero cómo comprenderla?
R.A.: El cambio de noción se da evidentemente a raíz de cambios que se han visto en la actualidad, que se en la última década y que hubieran resultado completamente impensables hace cincuenta años. Voy a poner un ejemplo, rápido, que nos podría servir para tomar distancias respecto a lo que estoy diciendo: si en estos momentos George Orwell escribiera 2014 en vez de 1984, por poner un ejemplo, evidentemente los mecanismos a través de los cuales él debería pensar esta especie de drama ficcional que va más allá de la realidad pero que se convierte en visión de la realidad eminente serán completamente distintos a algo que sin embargo sólo sucedió hace unos cincuenta años. Lo que permanecía en ciclos estables durante siglos, en este momento están sufriendo mutaciones de apariencia extraordinariamente rápidas.
Probablemente lo que está en cuestión es la función clásica del cuerpo; dentro de la función clásica del cuerpo, de una manera muy determinante, la función clásica de los sentidos; y dentro de ésta, de manera completamente esencial, la función del ojo. Yo diría que remontándonos a este paradigma de lo que intentó ser literatura visionaria, que era 1984 de Orwell, la arquitectura que construye es la trama sofisticada pero que en esencia no varía excesivamente respecto a lo que podían construir evidentemente con técnicas mucho más primarias en la literatura griega o romana, incluso en la Biblia. Es decir, también en las leyendas de la Biblia o en los mitos griegos y en su aplicación a la tragedia podemos concebir un ojo que vigila. Por ejemplo, en el caso bíblico, esto es tan evidente que ha formado una ontología y metafísica que nos ha sido legada en occidente. El ojo de Dios vigila al mundo o a la humanidad, ese ojo que luego ha servido incluso para simbolizaciones pictóricas, para signos de sectas como la masonería, etc. El ojo de Dios vigila al mundo. En el caso griego, de alguna manera el ojo era el rayo de Zeus, o de Júpiter para los latinos, que estaba presente en todos los rincones. Creo que en el último cambio del siglo XX aún se sigue aplicando esta concepción del cuerpo. Es decir, el hombre, a través de la potencia imaginativa a la que se referían por ejemplo Coleridge y Paracelso, que implica la creación de mundos paralelos. La imaginación es, pues, la capacidad de crear mundos imaginarios, creados desde una posición clásica del cuerpo. Una posición clásica de lo que podríamos llamar los cinco sentidos: como máximo aludíamos a un sexto sentido, una percepción imprecisa o una relación imprecisa que desbordaba estos cinco sentidos, y luego gracias a estas coordenadas clásicas sensoriales se aludía al alma o al espíritu como un territorio extraordinariamente misterioso que quedaba extra muros del dominio de los sentidos. Y ahí, pues, se desarrolla prácticamente todo lo que hemos llamado cultura, con su pintura, su literatura, etc.



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12 de febrero de 2009
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