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Escrito por

Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Al César lo que es del César

Rafael Argullol: Sería muy importante vincular la llamada crisis económica con unos determinados factores espirituales que han estado vinculados a esa crisis económica y vincular una posible salida de esa crisis a un cambio de paradigma en todos los terrenos, en el cual toda una serie de comportamientos oscurantistas de la última década vayan siendo superados. En ese sentido incluso es simbólica la foto a la que aludías, en la que Obama se rodea no de telepredicadores, pero sí de íconos ilustrados.

Delfín Agudelo: Aparentemente en ciertas decisiones o manifestaciones de Obama, tanto el de la fotografía como el mensaje enviado a Irán por la fiesta religiosa nacional, demuestran un aparente intento de desligamiento absoluto de un aspecto religioso frente a la manera como superar esa crisis. En la medida en que Obama intenta sacar las cuestiones religiosos para enfocarse en el avance comercial y pacífico, es innegable que existe una crisis religiosa en el seno mismo de la religión por lo menos vaticana que consiste en una toma de decisiones a contravía de un pensamiento global. Son muy diferentes las maneras de actuar de Obama y aquellas de Benedicto, por ejemplo.

R.A.: Respecto a dicha postura soy el producto de una determinada época, de un determinado camino personal, y creo que el único factor cohesionador que pueda haber en el mundo, en el terreno colectivo, es la tradición humanística e ilustrada. Soy muy respetuoso respecto a las creencias religiosas, pero para éstas mismas me pasa un poco que con las tendencias sexuales: forman parte del ámbito de lo privado. La religiosidad siempre la he entendido como algo extremadamente privado, que puede dar lugar a complicidades entre individuos, pero que el ámbito o esfera pública, el escenario democrático, tiene que estar regido por el ideal humanístico e ilustrado, en el cual pueden converger todos los pensamientos religiosos pero siempre que éstos queden en un segundo plano respecto a la prioridad de la ley democrática y del ideal democrático.

En ese sentido me parece tremendamente perjudicial aquella idea que tenía Bush y han tenido otros presidentes norteamericanos, en la que pretendían tener una comunicación directa con Dios; igual de perjudicial como que en estos momentos la predicación mundial -cobrando mucho dinero- que está haciendo Tony Blair, convirtiéndose en un telepredicador global. El evangelio en ese sentido tiene una frase inteligentísima para aplicación a nuestras sociedades: "Dar al César lo que es del César; a Dios lo que es de Dios." La religiosidad como la sexualidad tienen que ser estrictamente privadas. Pueden fomentar publicidades pero no tiene que ocupar la plaza pública. Ésta tiene que ser para aquellos ideales que el hombre ha ido forjando, y para aquellas leyes que el hombre se ha ido otorgando siempre a través de ese dinamismo de buscar una humanidad mejor. Por esto la religión no tiene nada que ver aquí.

 


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25 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un paseo entre duendes

Una noche de invierno -como en el relato de Italo Calvino- en el salón de un hotel sin apenas huéspedes escuché en una pianola automática piezas de Schumann, Chopin y Satie. Aunque heredera de los organillos la pianola era en realidad un moderno Yamaha en el que las teclas se iban hundiendo al ritmo preciso del pianista invisible que las tocaba. Como nunca había visto hasta entonces un artefacto de este tipo me quedé escuchando hipnotizado, sobre todo las Gymnopédies de Erik Satie que parecían, no sabría decir por qué, especialmente adecuadas para ser interpretadas por dedos invisibles.

El magnífico concierto, algo espectral a decir verdad, me hizo pensar por primera vez en la música desde el punto de vista de los instrumentos y no, como es habitual, del de los compositores y ejecutores. En el gran duelo, y en el gran juego, entre el músico y el instrumento no han faltado intérpretes que a la caza de la perfección total han soñado con llegar a prescindir del aparentemente imprescindible compañero: Glenn Gould, sin ir más lejos, afirmaba que en el concierto perfecto el pianista debería prescindir del piano para teclear en el interior de su mente. Algo semejante a lo que opinaba Adrian Leverkhün, el compositor ideado por Thomas Mann en su novela Doktor Faustus, un hombre que en sus composiciones finales deja de lado el piano para que el alma, sin condicionamientos sensoriales, trabaje con la mayor libertad. Las posiciones de Glenn Gould y Adrian Leverkhün -éste desde la ficción- representan adecuadamente, creo, una de las fantasías del músico: emanciparse del instrumento que tan perentoriamente necesita. Como el pintor que quiere olvidarse de los pinceles para ver bien la obra en su interior; como el escritor que quisiera escribir todo su libro sin mover un músculo sobre el papel; como el arquitecto que, siguiendo a Leon Battista Alberti, contempla con mayor gozo el edificio en forma de idea que sometido a la servidumbre de la realidad.

Claro que igualmente legítima, como sugerían los divertimentos nocturnos de la pianola automática, es la emancipación en el sentido contrario. Cuando observamos un edificio podemos eliminar tranquilamente al arquitecto que hace años o siglos lo construyó y quedarnos con el mundo que lo vio nacer y con los mundos que lo han recorrido desde entonces; y algo semejante ocurre con un cuadro, que ya no es el del pintor que lo pintó, sino de quienes una y otra vez han puesto sus ojos sobre él, o con un libro, objeto que muy pronto deja de ser propiedad de su autor -diríamos casi desde que abandona el estado de manuscrito- para convertirse en cautivo de las sucesivas generaciones de lectores que pueden, si quieren, moldeando a su placer. De ahí el carácter evocador de las grandes bibliotecas o de los museos que, como los Uffizi de Florencia, atrapan en su caos el poder del arte y el estupor que ese poder ha provocado en miles de retinas.

Con todo debo confesar que quizá la emancipación más fascinante se produce con los instrumentos de música cuando, liberados de sus constructores e intérpretes, se presentan ante nuestros ojos, ante nuestros oídos, como poseedores secretos de tesoros que nunca, nadie, podrá admirar en un solo concierto. Cada instrumento musical es el testimonio callado de un sinfín de conciertos y es precisamente en ese silencio en el que reconocemos el desfile incesante de sonidos y las emociones que se arremolinan alrededor de ellos. En ese oboe que tenemos delante escuchamos a Mozart y los latidos de la época de Mozart y las sugestiones que entre esa época y la nuestra se han esparcido en el aire. Y ese violín, ¿cuántos mundos, individuales y colectivos, ha visto desvanecerse y renacer?

El paseo por los vericuetos de una gran colección de instrumentos musicales ofrece una experiencia única. De ahí que el otro día me alegrara al leer en el último número de Diapasón, la prestigiosa revista de música francesa, que el Museo de la Música, inaugurado no hace mucho en Barcelona, era considerado uno de los mejores de Europa. Con toda justicia, me parece. Gracias al talento y al tesón de su director, Romà Escalas, la vieja colección depositada en el Palau Quadras ha resurgido en todo su esplendor en el espacio del Auditori permitiendo, por primera vez, una auténtica propuesta museográfica. El visitante, el paseante más bien, se mueve entre los instrumentos musicales como si estuviera recorriendo un vasto pedazo de la historia de Europa, ya no únicamente musical sino, por así decirlo, vital. Ve y, si quiere, oye; y al oír vuelve a ver lo que sucedió aquí y allá y, si quiere, siente de nuevo lo que otros sintieron o sencillamente siente por primera vez y se convierte en dueño absoluto de este instante. Es un paseo entre duendes.

Un lugar que ofrece algo así reconocerán que no es poca cosa en comparación a tantos lugares suntuosos que nos rodean sin ofrecer nada.

El País, 25/04/2009


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21 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Situación límite: resistencia e indefensión

Rafael Argullol: Pero algo de lo que se ha hablado menos es que el capitalismo y el hipercapitalismo siempre ha necesitado el apocalipsis colectivo. Lo necesita renovar cíclicamente pero en este caso la solución no es ni el paraíso en el cielo de las religiones tradicionales, ni el paraíso en la tierra de las ideologías utópicas y seculares, sino la solución es el paraíso del consumismo, el paraíso continuamente presente del consumismo.

Delfín Agudelo: ¿Cómo reaccionaría el hombre ante una amenaza verdadera de una situación apocalíptica? ¿Cómo se preguntaría acerca de sí mismo si se ve involucrado en un escenario completamente cinematográfico? Porque no ha habido mayor éxito en las taquillas que en las películas en las que se proclama una amenaza, sea un asteroide o un virus. Detrás de la amenaza está la inquietud: "esto no es una película". ¿De qué manera puede sacudir esto el concepto que tenga el hombre de sí mismo cuando cae en cuenta de que "las cosas sí le pueden pasar a uno, y le pueden pasar en este momento"?

R.A.: Hay que activar la amenaza de alguna manera para indicarle al hombre que la vida es corta, pero no para que la enriquezca, sino para que consuma al máximo, y le enfrenta ante la posibilidad de que la única manera de escapar de la lógica apocalíptica es ese paraíso efímero del consumo. De ahí que creo yo que nuestra sociedad, a pesar de las películas que se han hecho,  está escasísimamente preparada para la pregunta que tú formulabas respecto a cómo reaccionaría el hombre ante una situación apocalíptica de verdad, ante una situación en la cual nos enfrentáramos a una situación límite. Porque para enfrentarse  a esa situación se requeriría una resistencia, un sentido de la libertad, incluso un sentido de la continuidad humana que muchas veces ahora no es lo que se tiene presente de manera inmediata. Creo que el capitalismo a través de las cíclicas amenazas prepara para ofrecerse él mismo como salvación, pero de ninguna manera nuestra civilización actual está preparada para mantener vínculos de solidaridad y resistencia y rebeldía, como exigiría una amenaza apocalíptica real. Más bien estamos enfrentados a una especie de fragmentación en la cual hay una desconfianza extrema entre los diversos seres humanos, poco cohesionada. Quizá la amenaza cohesionaría, pero de momento lo que estamos comprobando es que esas amenazas cíclicas e invisibles que vamos padeciendo en las últimas décadas lo que hacen es producir un mayor desconcierto y de alguna manera vendernos todavía más a la lógica del mercado.



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18 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Apocalipsis y capitalismo

Rafael Argullol: Quizá en lugar de dirigirnos a las imágenes religiosas o a dios mismo, ahora nos dirigimos al director de la sucursal bancaria, a los banqueros a los expertos, a los economistas; y en última instancia al estado para ver si nos puede subsanar o hacer más visible lo que es invisible.

Delfín Agudelo: Me pregunto el momento hipotético en el cual una de estas dos amenazas efectivamente se cumpla. Lo estoy imaginando como un escenario apocalíptico: que supiéramos que el Apofis impactará irremediablemente con la tierra en determinado año, o que la gripe porcina efectivamente se convirtiera en una gigantesca pandemia, un virus verdaderamente indomable. ¿Cómo se contemplaría el hombre en una situación apocalíptica? ¿Qué tan preparados estamos para vivirla?

R.A.: Sería difícil de ver la capacidad de reacción del hombre en esas circunstancias. De todos modos hay que decir que el hombre ha tenido una tendencia innata a crear escenarios apocalípticos, porque en todas las mitologías se contempla el momento en el cual los dioses, hartos de los hombres, van a desembarazarse de éstos: ese es el momento apocalíptico. Hay un final sobre el cual el hombre ha fantaseado continuamente, probablemente como consecuencia de sus propias insuficiencias, limitaciones o miedos al tiempo, a la muerte, elevadas a una vena apocalíptica. Pero creo que esta vertiente apocalíptica, que en lo personal puede ser una muy creativa reflexión sobre el tiempo, la muerte, las cosas, la fugacidad de la vida, sobre la necesidad de disfrutar del presente, cuando se utiliza como esquema colectivo es muy peligroso. De ahí que las religiones, utilizando el apocalipsis, siempre han sido peligrosas porque han buscando la sumisión de la que hablaba antes. El esquema es el siguiente: "los humanos estáis sometidos a un proceso de final de los tiempos, apocalíptico; nosotros, la religión, os damos la solución". Hubo también ideologías apocalípticas que tomaban el esquema religioso pero eran seculares, como las grandes utopías revolucionarias del siglo XIX y XX, que también partían de un esquema apocalíptico, pero entonces le decían a los hombres: "estáis sometidos al apocalipsis, la alternativa que damos nosotros es la anarquía, el comunismo, el socialismo, etc". Pero algo de lo que se ha hablado menos es que el capitalismo y el hipercapitalismo siempre ha necesitado el apocalipsis colectivo. Lo necesita renovar cíclicamente pero en este caso la solución no es ni el paraíso en el cielo de las religiones tradicionales, ni el paraíso en la tierra de las ideologías utópicas y seculares, sino la solución es el paraíso del consumismo, el paraíso continuamente presente del consumismo.



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14 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La amenaza viene de las grandes cifras

Rafael Argullol: Nos encontramos que de las tres amenazas posibles que en este momento se cruzan en España, la que está en la calle, la de los parados, queda mucho más relativa e invisible que la amenaza que está en el virus y que la amenaza que está en el espacio.

Delfín Agudelo: Me llama mucho la atención de la amenaza del espacio y de la amenaza del virus es que una es solamente visible a través del microscopio mientras que la otra es solamente visible a partir del telescopio. Es el micro contra el macro, pero que, sin importar, es amenaza. En relación, por ejemplo, a la del paro, ésta no viene del mundo de la invisibilidad; pero también podríamos hablar del mundo de la invisibilidad económica-financiera -entiende tú las multinacionales, las bolsas, los modelos económicos, etc. Para mí la economía es una ciencia invisible; su aplicación directa en una empresa o en un modelo económico nacional es implica cierta invisibilidad.

R.A.: La economía cotidiana, lo que debería ser la economía de nuestras vidas cotidianas, evidentemente no es invisible, es bien material. Pero a medida en que se va filtrando por los círculos del poder, la economía se va volviendo más y más invisible, más y más abstracta, y casi diríamos irónicamente más y más metafísica. De manera que evidentemente nosotros podemos saber lo bien o lo mal que nos va en el bolsillo, pero nos mostramos completamente impotentes para interpretar los signos que ofrecen ya los mercados bursátiles, y aún más impotentes para entender todos los grandes números que te ofrecen del Fondo Monetario Internacional, los grandes bancos, grandes modelos que se parecen a los grandes numero astronómicos, ante los cuales quedamos empequeñecidos. Evidentemente ante los grandes números de unos expertos bancarios, que manejan las compañías multinacionales, incluso ante lo grandes números que ahora se están manejando en las llamadas campañas de rescate por parte de los estados, quedamos empequeñecidos. Cuando veo lo que se utiliza en España, por no decir lo que se utiliza en Estados Unidos en las campañas de rescate, las cifras son tan enormes que me pasa igual que con los años luz y las distancias entre las estrellas: me da lo mismo tres ceros más o tres ceros menos, son igual de inabarcables, intangibles e invisibles.

Y en todos los casos la invisibilidad contribuye a esa aceptación de sumisión y por tanto a esa sensación de respeto, de adoración, que tiene algo de religioso; nosotros muchas veces nos hemos llenado la boca que en occidente, por el racionalismo, por la ilustración, Dios había muerto, utilizando -o mal utilizando, malinterpretando- la frase de Nietzsche, o que Dios había hecho mutis en el escenario. Lo que ha ocurrido es un cambio de adoraciones. No es que haya habido una emancipación teológica; ha habido un cambio de adoraciones porque vivimos completamente sumidos en adoraciones a poderes invisibles. Sentimos terror por la amenaza de sus poderes invisibles y muchas veces aplicamos los mismos esquemas que la referencia religiosa. Nos inclinamos, adoramos, valoramos, alabamos, pero quizá en lugar de dirigirnos a las imágenes religiosas o a dios mismo, ahora nos dirigimos al director de la sucursal bancaria, a los banqueros a los expertos, a los economistas; y en última instancia al estado para ver si nos puede subsanar o hacer más visible lo que es invisible.



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11 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Invisibilidad y amenaza

Rafael Argullol: En ese caso, aunque a mí las teorías conspiratorias nunca me han gustado y a veces me parecen algo infantiles, no deja de ser relevante la cierta coincidencia entre esa pandemia y una necesidad de ocultamiento de las consecuencias de la crisis económica.

Delfín Agudelo: Sin lugar a dudas los medios tienen un papel protagónico muy importante: ¿quién puede ser más feliz que el Banco Mundial y las bolsas al saber que no se está hablando de ellos, sino de una pandemia, de un virus invisible? Esto me parece un elemento clave en su "publicidad": un virus, invisible, que se transmite por contacto humano -que es muy sensible para nosotros por su terror-, ya que el contagio puede no provenir exclusivamente de otro tipo de especie. Prohíben los besos en Méjico, prohíben las masas, sugieren que los bebés no compartan juguetes... Esta invisibilidad absoluta, aquello que no podemos ver, que no deja de recordar la otra gran amenaza que hay ahora, publicada en El País hace poco, sobre el asteroide Apofis que pasará muy cerca de la tierra en el 2029 y 2036.

R.A.: La invisibilidad es lo que otorga más poder a la amenaza. Las amenazas visibles las podemos racionalizar; nos pueden causar más o menos miedo, más o menos incertidumbre, más o menos terror, pero al ser visibles se pueden acotar. La amenaza de un pozo, la amenaza de un puente, incluso la amenaza de una tempestad, es algo que se puede medir. En cambio la invisibilidad es completamente imposible de medir. En esto ocurre como en lo sagrado: el grado de sumisión que exige un dios invisible es mucho más contundente que el grado de sumisión de dioses visibles y totémicos que suscitan la idolatría, pero no suscitan el respeto y el terror que puede suscitar el dios invisible. De allí la tremenda fuerza que ha tenido el dios de las religiones monoteístas, porque es un dios invisible- el del cristianismo, judaísmo, del islamismo-, tienen un poder de hacerse respetar mucho más grande que los diosecitos animistas, por así decirlo. En igual medida la amenaza en cuanto más invisible verdaderamente más inquietante es para el ser humano. Yo incluso puedo explicar una secuencia interesante, y es que después de volver de un largo viaje la semana pasada desde Nueva Delhi a Barcelona, pasando por Munich, compré allí diarios españoles y me encontré con una amenaza verdaderamente peligrosa, y era que había más de cuatro millones de parados en España. En una ausencia de diez días se había numéricamente incrementado el número de parados: es una amenaza horrorosa, pero cuantificable.

En cambio, esos más de cuatro millones de parados han desparecido de las portadas de los periódicos esta semana gracias a la pandemia, la gripa porcina. Los titulares no están ocupados por los cuatro millones, sino por esto. Y ahí se añade muy oportunamente, como comentabas antes, el hecho de que los medios de comunicación, de manera muy curiosa, se han hecho ahora eco y resonancia de la futura amenaza de un asteroide, Apofis, que su primer acercamiento a la tierra llegará en el año 2029, y que en letra pequeña el propio periódico dice que la probabilidad de impacto es de cero, mientras que en el siguiente acercamiento, en el 2036, la posibilidad de impacto es de uno entre 45,000. Y sin embargo el titular con gran cuerpo tipográfico del periódico es "La amenaza viene del espacio". Con lo cual nos encontramos que de las tres amenazas posibles que en este momento se cruzan en España o cualquier otro país, la amenaza que está en la calle, la de los parados, queda mucho más relativa e invisible que la amenaza que está en el virus y que la amenaza que está en el espacio.



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7 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La amenaza

Rafael Argullol: Hablando de las amenazas de nuestra época esta mañana he recibido un curioso email que me ha remitido una amiga, una información sobre México que ella recibió a su vez de un corresponsal en este país, en la que se vincula  la actual situación de epidemia con supuestas conspiraciones. Algunos de los aspectos del email, éste que te he dejado leer,  parecen bastante verosímiles mientras otros producen una cierta sensación de perplejidad o incertidumbre. Para que nuestros amigos lectores y amigos lo comprendan, en el mail de origen mexicano se vincula la crisis económica mundial, la pandemia, la reciente reunión del G7 y al mismo tiempo se interroga acerca de algunos aspectos del desarrollo de la pandemia sobre todo en México, como la invisibilidad de los muertos, determinadas entradas en acción previas a la noticia como la dosificación de la información, etc.

Delfín Agudelo: Si bien nunca he sido un ferviente seguidor de las teorías de la conspiración, debo admitir que, tal como dices, encuentro algunas ideas del correo bastante verosímiles. Me llama la atención la conexión que el autor, quien quiera que haya sido, ha podido encontrar entre la crisis mundial, el G7, el estado de emergencia y la falta de imágenes de los enfermos y aquellos que han lastimosamente muerto.

R.A.: Lo curioso es que evidentemente por un lado no podemos caer en la irresponsabilidad de negar la evidencia científica de lo que está sucediendo, pero por otro lado no deja de ser curioso esta especie de impulsión cíclica en la amenaza que se produce en el mundo en los últimos decenios. Hoy se habla de la gripe porcina, hace unos pocos meses se hablaba de la gripa aviar, hace un poco más se hablaba de las vacas locas, del Sars, etc. Se va reproduciendo cíclicamente la amenaza, ante la cual siempre estamos desconcertados: por un lado podríamos mostrarnos escépticos pero el ciclo de la amenaza difundido por los medios de comunicación globales es tan poderoso que viene a decirte, si te muestras escéptico, que finalmente puede pasar como en el cuento en que el lobo viene de verdad. Cada vez que se presenta el nuevo ciclo de amenaza evidentemente entramos en una situación de duda y de contradicción. En ese caso, aunque a mí las teorías conspiratorias nunca me han gustado y a veces me parecen algo infantiles, no deja de ser relevante la cierta coincidencia entre esa pandemia y una necesidad de ocultamiento de las consecuencias de la crisis económica.

 

 


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4 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obama: científicos y telepredicadores

Rafael Argullol: Tras el periodo restrictivo de Bush en el cual parece haber habido en Estados Unidos un parón en todo lo que concernía a las investigaciones científicas de vanguardia, no deja de ser un indicio esperanzador que entre las primeras medidas del nuevo presidente Obama sea el dar luz verde a determinados proyectos de investigación. Lo cual no solamente es un indicio esperanzador para el futuro, sino que quizá también es una especie de revulsivo contra la cultura ultraconservadora que en Estados Unidos- y como consecuencia de la influencia de Estados Unidos en todo el mundo -ha llevado a la  hegemonía de determinadas doctrinas como puede ser el creacionismo y determinadas posiciones que naturalmente coaccionaban la evolución del conocimiento.

Delfín Agudelo: Obama justifica justificó de manera muy clara en el discurso anterior a la firma del decreto que permitía la utilización de los fondos federales para la investigación. A la mano derecha del presidente estaba la rama científica; ya no estaba la rama religiosa y creacionista, completamente conservadora. Es también un intento por desligar la ciencia de cualquier creencia religiosa: hacerla prevalecer en cuanto a estudio científico puro.

R.A.: Lo que nosotros ahora llamamos en todo el mundo crisis, no deja de tener una preparación espiritual a lo largo de la última década en la cual se han cuajado muchos factores. Por un lado la especulación económica sin freno, y la erección del especulador como el héroe del escenario, pero eso acompañado de un pensamiento religioso ultraconservador de una censura en el terreno de la investigación científica, de un parón en las investigaciones del sistema universitario, de un privilegio de la empresa privada en muchos aspectos. Creo que lo que quizá está, al menos simbólicamente, en el gesto de Obama, está implícito el hecho de que la superación de la crisis no puede ser solo algo de tipo económico, sino de variación general de lo que podríamos llamar el paradigma espiritual, mental o cultural de nuestra época. De esa valoración es muy importante que vuelva a tomar la iniciativa un pensamiento ilustrado, un pensamiento público, en el cual la investigación científica se realiza al servicio de la sociedad, y a través de una transparencia y de una publicidad abierta que redunde precisamente en la posibilidad de ir poniendo encima de la mesa los grandes problemas de la condición humana en nuestro mundo. En ese sentido creo que sería muy importante vincular la llamada crisis económica con unos determinados factores espirituales que han estado vinculados a esa crisis económica y vincular una posible salida de esa crisis a un cambio de paradigma en todos los terrenos, en el cual toda una serie de comportamientos oscurantistas de la última década vayan siendo superados. En ese sentido incluso es simbólica la foto a la que aludías, en la que Obama se rodea no de telepredicadores, pero sí de íconos ilustrados.

 



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30 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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1984+25

El otro día vi en la estantería el número 1984, que correspondía al título de la novela de George Orwell, y de pronto reparé en el hecho de que ya hemos sobrepasado en un cuarto de siglo aquella fecha tantas veces tenida por simbólica. Como sentí curiosidad por averiguar la vigencia de las profecías contenidas en el texto, me puse a releer el libro. Habían pasado muchos años desde mi primera lectura y recordaba más lo que se había dicho sobre la novela que la novela misma ¿Nuestra sociedad se parecía en algo a lo que Orwell dibujó como sociedad del futuro?

De entrada, me sorprendió una cierta ingenuidad en el tono. Quedaba claro que el autor, en el momento de escribir la novela en 1949, estaba completamente determinado por las circunstancias de la época. Tras el trauma de la guerra civil española, en la que había participado activamente, y de la II Guerra Mundial, Orwell se mostraba impresionado por el clima apocalíptico que iba adquiriendo la recién estrenada guerra fría. Y así, al construir su antiutopía, el novelista se servía de los lenguajes totalitarios de su tiempo como los propios de ese futuro que él intentaba ilustrar.

Quizá en 1984 -antes de la caída del muro de Berlín, por tanto- estos lenguajes tenían una cierta fuerza evocadora. Sin embargo, 25 años después, hoy, parecen extraordinariamente lejanos, no porque la amenaza del totalitarismo ya no exista, sino porque se manifiesta con un estilo bien distinto que, seguramente, hubiera resultado paradójico para el propio novelista. Y en efecto, ¿podría haber ironía mayor para el muy irónico Orwell -un seguidor de Swift y Defoe- que comprobar que su Gran Hermano, el solemne ojo totalitario inspirado en el nazismo y el estalinismo, es hoy el leitmotiv del más brutal entretenimiento televisivo?

No es que no haya una continuidad entre ambos Gran Hermano como fenomenales engranajes de control; sin embargo, el vigilante supremo de 1984 aparece inevitablemente naïf en comparación con el sofisticado vampiro que succiona las conciencias de los telespectadores en nuestros días. Orwell había analizado cuidadosamente el fenómeno de la propaganda de masas en la primera mitad del siglo XX, pero no estaba en absoluto en condiciones de prever el refinamiento y la complejidad de los engranajes de manipulación colectiva a principios del siglo XXI.

Orwell, desde luego, no iba desencaminado al plantear el futuro en términos de poder visual. En una época de decadencia de la palabra, era la imagen lo que permitiría domesticar la libertad del ser humano. En consecuencia, Orwell imagina un centinela cuyo ojo alcance todos los rincones. No obstante, 25 años después de 1984, el ojo orwelliano le parece al lector de la novela corto de vista, ingenuamente miope, si lo contrasta con ese Argos nuestro al que nos acogemos, monstruo de 100 ojos con el que perseguimos y con el que somos perseguidos en esa gran ceremonia de control mutuo que transcurre cotidianamente por las pantallas del mundo.

El Gran Hermano concebido por Orwell para la siniestra república futura jamás habría pensado penetrar en las recónditas intimidades de las que hoy se apoderan el Estado, la policía, las empresas de publicidad, las entidades bancarias y cualquier individuo con la suficiente obscenidad como para desear reducir a la nada la vida privada de los demás.

El negro ideal del Gran Hermano en 1984 es la extinción del individuo, tras la cual empezará otra especie supuestamente superior. O'Brien, uno de los jefes del Partido, se lo comunica a Winston, el último resistente: "El hombre es un ser infinitamente maleable. Si usted cree ser un hombre, Winston, considérese el último ejemplar de esa especie". En nuestros días, un cuarto de siglo después, exaltamos oficialmente al individuo, pero nos prestamos gustosamente a la extinción de la intimidad, que es sin duda el camino más directo hacia la abolición de la libertad individual. Cada vez que nos sometemos a la cámara que nos vigila -nos sometemos continuamente- y cada vez que oímos una voz que nos anuncia que nuestra conversación será grabada -algo que ocurre con creciente asiduidad- damos un paso más hacia la destrucción de nuestra vida íntima, la única que tenemos por cierta.

El valor de 1984, aunque a menudo sus escenarios aparezcan obsoletos, es la capacidad de anticipación respecto al peligro fundamental que acecha al hombre contemporáneo. Claro que para muchos perder la libertad individual no es ningún peligro, sino algo más bien deseable. Eso lo anticipó Orwell en la última frase de la novela. Abandonada toda resistencia, Winston acaba, también él, amando al Gran Hermano.

 

El País,  04/04/2009



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27 de abril de 2009

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Bram Stoker reescribe "Drácula"

Rafael Argullol: Hubiera sido muy interesante que un Kafka de finales del siglo XX o comienzos del XXI hubiera recogido la materia prima de Orson Welles: que hubiéramos pasado de Praga a Nueva York y ahora volviéramos a recoger esto kafkianamente pero con toda la experiencia del siglo XX.

Delfín Agudelo: Creo que hay un gesto de valentía absoluta cuando el director toma el libro y decide hacer a partir de él no digamos una libre traslación en la que sencillamente toma un personaje y lo sitúa, sino tomar la historia y otorgarle un elemento que no forma parte del libro, ya sea porque no forma parte del libro mismo o porque decide sencillamente cambiar directamente la novela y hacer la versión a su gusto. Es un tema que está ahí sobre la mesa por cuestiones de grandes productoras que no les gusta la historia y piden el cambio para así tener más público. Sin embargo, hay casos ejemplares, como el Drácula de Coppola -de hecho ya lcomentado alguna vez- que incluye el episodio de cómo y por qué Drácula se convierte en Drácula: luego de la muerte de Elisabeta, clava la espada en la cruz, y bebe de la sangre que de allí emana. Aquello no está en Drácula de Stoker; pero la manera como lo lleva a cabo permite pensar, en el imaginario vampiresco, que ése es precisamente el nacimiento de Drácula.

Rafael Argullol: Creo que los grandes trasladadores al cine de obras literarias son aquellos que siguen el proceso de Orson Welles; es decir, toman la materia prima, la recrean, y la convierten no solo en una obra acabada sino en una nueva  materia prima. Es decir: también ahí sería muy interesante ver cómo escribiría actualmente Drácula Bram Stoker, después de haber visto todos los Dráculas del siglo XX. Éste sería un juego intelectual de primera categoría: ver cómo el propio literato podría recoger la experiencia cinematográfica y en qué se convertiría. El caso que estábamos comentando de Orwell en 1984: lo que sería muy interesante es que él fuera capaz de construir su anti-utopía a partir de lo que ha ocurrido desde 1984 hasta ahora, este doble juego. Esto pasaba en la relación más tradicional de pintor-literato, por ejemplo en el renacmineto o en el barroco. Ocurría muchas veces que el pintor trasladaba al héroe antiguo y entonces el cuadro llegaba a incluir todas las representaciones literarias que se podían hacer. Por ejemplo en el teatro es evidente: Shakespeare lo que hace es trasladar toda una materia prima anterior, la convierte en visualidad -porque no podemos olvidar que Shakespeare fue visualidad-, y esto repercutió de nuevo en textos antiguos.

Todo allí lo vemos de una manera que encuentro clave en nuestra época: en lugar de contraponer, como a veces se hace tópica y fácilmente, la cultura de la imagen con la cultura de la palabra, lo realmente interesante es que actuara este circuito: cómo de la palabra se pasa a la imagen y cómo desde la imagen se vuelve a pasar a la palabra. En ese sentido creo que es obligación de un escritor de nuestra época estar al tanto de todo lo que es el bagaje visual, la sensibilidad visual de nuestro tiempo. Si un escritor de nuestra época estuviera solo encerrado en bibliotecas, encerrado exclusivamente con lo textual y aislado de lo visual, necesariamente sería un escritor incapaz de captar el espíritu de nuestra época. De la misma manera que, al contrario, todos los que desde la supuesta cultura visual se desvinculan radicalmente de la palabra, del anclaje de la palabra, acaban perdiéndose, que es lo que ocurre actualmente con tantísimas películas en las cuales los efectos visuales o especiales son espectaculares pero están totalmente mutilados por falta de gravedad en el guión, por falta de peso en el guión, por falta del peso de la palabra.



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23 de abril de 2009
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El Boomeran(g)
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