Husmeando el sitio que el suplemento cultural del diario La Nación, llamado adn, tiene en Internet, me encontré con un artículo de Vargas Llosa que me conmovió. El texto habla del documental Bilin, My Love, producido por Claudia Levin y dirigido por Shai Carmeli-Pollak. Aunque no vi la película, en estas semanas contemplo a diario la realidad de la que habla. Los muros que el gobierno israelí ha levantado en todo el territorio, confinando a los palestinos dentro de sus pueblos y ciudades sin otra salida que los checkpoints militares, son tajos que desgarran el paisaje dondequiera que se mire. En el caso de Bilin, en Cisjordania, el trazado de esos muros incurría además en una afrenta extra, dado que impedía a los campesinos el acceso a doscientas hectáreas de cultivos de los que la pared los separó. Por supuesto, no se trata del único inconveniente que el muro de 650 kilómetros provoca a los palestinos. Como dice Vargas Llosa, "esta espesa muralla de cemento armado y alambradas electrificadas penetra profundamente en los territorios ocupados, parte en dos y a veces en tres las localidades que atraviesa, separa a los vecinos de sus chacras y rebaños, a los escolares de sus escuelas, a los enfermos de los hospitales, incomunica a las poblaciones palestinas entre sí y convierte los desplazamientos a través de sus muy espaciadas puertas en indescriptibles pesadillas".
La causa legal que los pobladores de Bilina abrieron entonces tuvo y tiene, por cierto, muchos adherentes israelíes. Levin -de origen argentino- y Carmeli-Pollak son tan sólo dos de ellos. Desde el viernes 20 de febrero del año 2005, grupos de israelíes comenzaron a manifestarse en las afueras de Bilin, solidarizándose con las protestas de los palestinos. Desde entonces el reclamo se ha repetido todos los viernes, "sumando voluntarios internacionales, organismos de derechos humanos, periodistas, instituciones religiosas y muchos jóvenes conocidos en Israel bajo la engañosa definición de anarquistas, pues entre ellos se mezclan hippies y punkies con ecologistas, seminaristas, rabinos y viejos comunistas", dice Vargas Llosa.
Las imágenes del documental fueron registradas en las más precarias de las condiciones, pero según Vargas Llosa eso no le resta elocuencia a la narración. Menciona dos escenas que lo impresionaron. Una dedicada a una función escolar, durante la cual los niños actuaron escenas que están acostumbrados a vivir -golpizas, requisas, secuestros- y otra en la que un soldado que grita a los fotógrafos que lo rodean: "Dentro de una semana salgo de filas, así que no me importa ya nada. ¡Tómenme las fotos que quieran!" Después de lo cual dispara a quemarropa sobre la multitud.
Dice Vargas Llosa que productora y director "sienten que lo que en Bilin está ocurriendo es algo sucio e innoble, un despojo amparado en el puro derecho de la fuerza, y que privar de sus miserables lotes de tierras y sus olivos y sus cabras a esas pobres gentes en el nombre sacrosanto de la seguridad, al mismo tiempo que, allí mismo, se construyen las poderosos instalaciones donde vendrán muy pronto a instalarse los colonos, es, además de cínico, un acto de colonialismo y conquista que está en contradicción radical con todo aquello que hizo posible el nacimiento de Israel".
Hace pocos días la Corte Suprema de Israel falló en favor de los 1.600 habitantes de Bilin, lo cual obligaría al gobierno a rehacer el trazado del muro en ese punto para permitirle a la gente el acceso a su territorio. Esta es una buena noticia, que hay que asimilar con prudencia. La Corte ya ha laudado en otra ocasión en el mismo sentido, cuando dos años atrás se aceptó que el muro cortaba la ciudad de Kalkilia en tres partes, pero todavía se está a la espera de que la sentencia se cumpla. En el mismo sentido, la condena del Tribunal Internacional de La Haya, que declaró ilegal la construcción del muro, ha sido desestimada en los hechos: la pared sigue allí, sólida, opacándolo todo.
La verdadera buena noticia, en todo caso, es la existencia de gente como Levin y Carmeli-Pollak. Algo ha salido muy mal para que tanto de un lado como de otro el poder tienda a quedar en manos de las fuerzas más extremistas, pero el hecho de que también haya tanta gente de buena voluntad a ambos lados de la barrera abre una página de esperanza.
Mientras tanto, Palestina sigue llena de poblados como Bilin.
