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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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Los espejos de la Historia

Siempre encuentro nuevas razones para volver a Shakespeare. Leyendo las dos partes de Henry IV, se me ocurrió que habría que recomendar el estudio de sus obras ‘históricas' -además de las tragedias, por supuesto- antes de abocarse a la Historia con mayúsculas en escuelas y universidades. Cualquiera que lea Titus Andronicus, o Julius Caesar, o Henry IV, o Macbeth, estará mejor preparado que nadie para saber por qué hacemos los hombres determinadas cosas -y lo que es peor: por qué seguimos haciéndolas.

Estas obras echan luz sobre las pasiones y debilidades que condicionan a sus protagonistas, determinando por añadidura un proceso histórico. Lo que importa de, por ejemplo, Julius Caesar, no es su fidelidad a los hechos, sino la profundidad con que Shakespeare entiende el alma de los personajes expuestos a esas circunstancias: nadie diría que su Mark Anthony o su Brutus se corresponden con las personas reales, pero es innegable que estas contrapartes ficcionales tienen la estatura de la Verdad. Borges sugirió alguna vez que Shakespeare era todos y ninguno, y la frase se aplica perfectamente a sus personajes históricos: César, Antonio y Bruto parecen humanos, ¡más que humanos!, porque Shakespeare ‘fue' en efecto cada uno de ellos a medida que iba concibiéndolos. Desde entonces, virtualmente nadie -ni dramaturgo ni escritor- se ha puesto la piel de sus propios personajes con hondura y autoridad semejantes.

/upload/fotos/blogs_entradas/henry4_med.jpgUnas pocas palabras de Henry IV bastaron para recordarme que en materia humana -y en materia política, como parte esencial de lo humano- no hay nada nuevo bajo el sol. En su lecho de muerte, Henry, que durante las dos partes de la obra ha hablado de su intención de recuperar Jerusalén para el mundo cristiano, le sugiere a su hijo y heredero que no olvide esa empresa. Pero en el mismo pasaje hace algo más: le confiesa al príncipe Hal la verdadera intención de semejante movida bélica. Olvidemos por un instante el hecho de que, más allá de su excusa religiosa, conquistar Jerusalén era una jugada imperialista. Eso, en todo caso, era algo que tenía que ver con el frente externo del monarca inglés. Pero a Henry IV -al Henry shakespiriano, si quieren- lo que lo desvelaba más era su frente interno, la necesidad de neutralizar a todos aquellos que todavía seguían sospechando de su derecho al trono. Por eso le dice a Hal que el principal beneficio de esa guerra sería ‘to busy giddy minds / With foreign quarrels'. Esto es, ocupar las mentes febriles con batallas en el extranjero.

Si no fuese porque George Bush padre aún vive, podríamos cambiar los nombres y atribuirle la escena en que recomienda a su hijo, o sea W, la mejor manera de lidiar con su frente interno -que, dicho sea de paso, hasta el 11 de septiembre seguía cuestionando la forma non sancta en que accedió a la presidencia.

Shakespeare más que eterno: Shakespeare visionario.

Mañana la sigo.

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19 de junio de 2008
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Por qué marchamos

Corren tiempos históricos en la Argentina, de esos en los que se torna imposible permanecer indiferente. Este mediodía habrá una marcha a la Plaza de Mayo en apoyo a la continuidad del proceso democrático y el respeto a la voluntad popular, expresada en las urnas hace muy pocos meses. Entre las expresiones que adhieren a la marcha hay una que me representa, convocada por organismos de derechos humanos como el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y Madres de Plaza de Mayo - Línea Fundadora, organizaciones sindicales como la CTA, CTERA y UOM, de pequeños empresarios, economistas del Plan Fénix, decanos y profesores universitarios, sacerdotes en opción por los pobres, dirigentes políticos independientes -como Martín Sabbatella, de Morón-, intelectuales y artistas del agrupamiento Carta Abierta y ciudadanos sin militancia partidaria ni institucional: artistas como León Ferrari, directores teatrales como Juan Carlos Gené, escritores como Leopoldo Brizuela, actores como Cristina Banegas, periodistas y narradores como Alejandro Dolina...

Reproduzco algunos párrafos de la convocatoria porque cuentan muy bien las razones por las que marcharemos:

Lo haremos desde nuestra propia identidad y sin ahorrar críticas al Poder Ejecutivo Nacional, pero en respaldo de la institucionalidad democrática y de las medidas progresivas que enfurecieron a una nueva derecha que usa la retórica del diálogo y el consenso y se envuelve en los símbolos nacionales mientras pretende imponer una política distinta a la que la mayoría del pueblo votó hace pocos meses y en defensa de sus ganancias extraordinarias'.

‘No formamos parte del gobierno. Objetamos la destrucción del INDEC y la construcción del tren bala, la negativa a reconocer la personería de la CTA y la alianza con sectores de la mal llamada burguesía nacional, que fue socia de los gobiernos neoliberales. Consideramos intolerable el mantenimiento de altos niveles de hambre y exclusión en uno de los grandes productores de alimentos del mundo y el repliegue oficial sobre estructuras políticas y sindicales burocráticas y obsoletas'.

‘Pero la restauración conservadora en marcha, con el impulso de un sector de la izquierda que imagina protagonizar una revolución agraria, no cuestiona los defectos sino los aciertos del gobierno, al que intenta imponerle sus intereses económicos por encima del interés general, sin reparar en costos ni en métodos. Cuestiona la reconstrucción de la autoridad del Estado luego del colapso de 2002, el saneamiento de la Corte Suprema de Justicia, el juicio a los responsables del Estado terrorista, el drástico descenso de la desocupación, la actualización de los ingresos de jubilados y pensionados, el establecimiento de un haber para las personas mayores de 70 años que no tenían ninguno, el aumento del presupuesto educativo, la creación de un ministerio de ciencia y tecnología, la política exterior independiente, en asociación con los gobiernos democráticos de Sudamérica. No busca un avance sino un salto atrás'.

‘Contra toda evidencia se acusa de autoritario y soberbio al primer gobierno que ha prohibido el uso de armas de fuego en el control de manifestaciones y se moteja de represión violenta al desalojo con guantes de seda de la ruta del MERCOSUR, por la que desde hace tres meses no se permite el tránsito de mercaderías, obligando a tirar millones de litros de leche y toneladas de frutas y verduras. De ese clima deslegitimador, parecido al que minó la presidencia de Arturo Illia, participan en forma tan entusiasta como irreflexiva sectores de las clases medias urbanas influidos por la cobertura tendenciosa de diarios y canales de televisión temerosos de que se democratice la comunicación de masas'.

‘De esta crisis, no menos grave porque se la niegue, sólo se sale con más democracia y más distribución de la riqueza. Para ello se impone una reforma impositiva integral, que grave a todos los sectores que en estos años han tenido beneficios extraordinarios, como la especulación financiera, la minería y la pesca'.

Ésa es la voz propia con la que hoy iremos a la Plaza de Mayo, en defensa del valioso trayecto recorrido desde mayo de 2003 y en demanda de su profundización, con mayor calidad institucional y con participación popular'.

En The Great Gatsby, F. Scott Fitzgerald escribió algo que para cualquiera que haya nacido en países como la Argentina suena a la más horrenda de las profecías: ‘Naceremos incesantemente en el pasado'. Por eso marchamos, precisamente: porque nos negamos a volver atrás.

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18 de junio de 2008
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Vida cruel

Richard Price es uno de los grandes novelistas de este tiempo, y sin embargo no es del todo conocido en Hispanoamérica. Las adaptaciones al cine de algunos de sus libros, como Clockers y Freedomland, no han estado a la altura de los originales. La narrativa audiovisual que más se acerca al universo de Price es una que no le pertenece del todo, aunque ha colaborado con ella de manera magnífica como guionista: la serie de HBO The Wire, a la que muchos consideramos lo mejor que se ha hecho en TV en muchísimo tiempo -y que, como Price, no ha obtenido la repercusión popular que su nivel demanda.

Como The Wire, las novelas de Price -y entre ellas la más flamante, Lush Life- utilizan el género policial como lo que Hitchcock solía llamar ‘Mac Guffin': un recurso que propele la narración, pero que no consume su esencia. Tanto The Wire como Lush Life son mucho más que ‘un policial', al tiempo que ranquean entre lo más notable del género. Existe el crimen y también la pesquisa, pero lo que queda al descubierto sobre el final no es simplemente la identidad de un criminal, sino más bien un ensayo, o mejor: una mirada impresionista sobre las condiciones que hicieron posible ese crimen. Por eso el formato de serie o miniserie le sienta mejor a los relatos de Price que el constreñimiento del largometraje clásico. Sus novelas suelen ser corales y están construidas por capas, al igual que la ciudad desnuda que les sirve de escenario.

/upload/fotos/blogs_entradas/lush_life_med.jpgLush Life procede del mismo modo. Hay un crimen: el asesinato de un joven barman llamado Ike Marcus, en plena calle, en presencia de su superior inmediato, Eric Cash, con quien había salido de copas a pesar de que apenas se conocían. Hay un criminal, a quien se nos presenta en las primeras páginas. Hay un detective, Matty Clark, cuyo error de juicio pone en riesgo la resolución del caso. Están los padres de Ike, que rondan al detective como fantasmas que reclaman venganza -o tal vez otra cosa, más humana y a la vez más terrible. Y están los demás en su multiplicidad digna de comercial de Benetton: vecinos, comerciantes, dealers, soplones, de todas las razas y todos los credos, con el telón de fondo del Lower East Side neoyorquino que alguna vez albergó a los inmigrantes judíos -Price muestra el espectáculo de una sinagoga derruida, con gente hurgando en sus escombros- y hoy es un inequívoco sucedáneo de Babel. Ya desde el arranque muestra Price este caleidoscopio, con lenguaje de ritmo magistral, al describir el derrotero de una patrulla de policías: ‘...boliche de falafel, boliche de jazz, boliche de gyro, esquina. Patio escolar, creperie, inmobiliaria, esquina... Sex shop, casa de té, sinagoga, esquina...'

La sociedad en que viven parece concebida para desalentar toda esperanza. Pero a pesar de ello, los protagonistas de Price -Eric, el joven Tristan, Matty Clark- la buscan contra toda esperanza, como la gente que se mueve entre los despojos de la sinagoga.

Si hubiese que elegir una frase que definiese el sentido de las novelas de Price, me quedaría con una de las canciones de Bruce Springsteen que más me gusta: Es duro ser un santo en la ciudad.

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17 de junio de 2008
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Total interferencia

El país que aplaude al empresario del agro Alfredo De Angeli e interna en un neuropsiquiátrico a Charly García no se merece dormir tranquilo.

El presente intento desestabilizador -porque a nadie le quepa duda que lo que está en juego no es una cuestión de impuestos extraordinarios, ni sectorial, sino la continuidad de un gobierno democrático que apenas llega a los seis meses de asumido- es una muestra de cuán salvajes siguen siendo las prácticas de aquellos que no tienen intención de resignar su sitial de privilegio en este país latinoamericano. No debería extrañarnos, dado que siempre estuvieron dispuestos a todo. En otros tiempos les funcionaba la fórmula de apelar a los cuarteles militares. Hoy recurren a otro ‘bastión de argentinidad', sugiriendo a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis Campestre el uso intensivo de los símbolos nacionales para convencer a la masa distraida de que la suya no es una causa de empresarios que no se resignan a ganar menos millones, sino una gesta nacional.

Al incurrir en delito flagrante -usurpar rutas, disponer de la libertad y de la propiedad de miles de argentinos, impedir la llegada de alimentos a la población-, han puesto a un gobierno que ha hecho una bandera de la no represión en una disyuntiva satánica. En caso de no recuperar la iniciativa política, reafirmando la autoridad que le concedió el voto mayoritario (quizás haya que decir que la administración Kirchner se dejó meter en la trampa a causa de una sucesión de torpezas), el gobierno debería hocicar ante el reclamo de los Cuatro Jinetes, lo cual equivaldría a firmar su defunción. Alguien me decía ayer que Cristina Fernández de Kirchner se había equivocado al crear un impuesto a la renta extraordinaria de un sector del campo, y planteaba la posibilidad de que hiciese lo mismo con la minería, o avanzase en una reforma tributaria, para demostrar que demanda igual esfuerzo de todos los sectores. ¿A alguien se le ocurre que la Presidenta podría abrirse nuevos frentes de protesta en este instante? ¿O que, en caso de fracasar ante los Cuatro Jinetes, le quedaría algún resabio de poder para meter en cintura a intereses que a la primera de cambio volverían a pararle el país?

La otra opción es recurrir a la fuerza, de la que dispone por ley. Cualquier gobierno está en su derecho de asegurar la libre circulación por las rutas nacionales, y de garantizar a la población su acceso a la alimentación básica, como acaba de hacerlo el Presidente del gobierno español. Pero en este país, si las fuerzas de seguridad salen a despejar rutas van a pasar una de estas dos cosas, o ambas -todas beneficiosas para el bando de los conspiradores. Va a haber muertos, lo que pondría al gobierno en un lugar similar al de Eduardo Duhalde y el de Fernando de la Rúa, que debieron anticipar su salida o simplemente renunciar, deslegitimados por su propia violencia. Y aun en el muy difícil caso de que no hubiese muertos, el gobierno quedaría en deuda -y las deudas políticas se pagan-, con otro ‘bastión de argentinidad': las Fuerzas Armadas, muchos de cuyos miembros ven con más simpatía a los Cuatro Jinetes que a un gobierno al que cada vez más voces acusan desembozadamente de ‘zurdo', o más delirantemente: de ‘Montonero'.

En esta circunstancia tan triste como difícil, no encuentro mejor forma de explicarme la Argentina que las palabras de un señor que a esta hora está internado en un neuropsiquiátrico, sedado hasta el moño: ‘Violamos todo lo que amamos para vivir'.

Ese verso de Total interferencia explica la historia de mi país desde los años 70 al presente mejor que todos los libros de historia juntos.

Charly está encerrado. Los violadores andan sueltos y de parabienes, sonriendo para las cámaras de TV.

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16 de junio de 2008
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El conjurado

Creo haber insinuado aquí mismo lo pésimo lector que soy de mis contemporáneos hispanoamericanos. En líneas generales los encuentro -hablo sobre todo de los argentinos, por inevitable proximidad- aburridos y pretenciosos, o bien ligeros y faltos de ambición, o esclavos de la moda (¡conspiraciones! ¡recreaciones históricas! ¡mujeres al borde de ataques de nervios!), o simplemente malos. Salvo contadísimas excepciones, que no mencionaré aquí para no cometer (más) injusticias, no me entusiasman. Pero en este último tiempo descubrí a uno que, ante sus libros, me produce la clase de excitación -esa compulsión, esa necesidad de leerlo ya- que hoy sólo me inspiran las novedades de Michael Chabon, de Richard Price, de Rick Moody, de Jonathan Lethem. Hablo del colombiano Juan Gabriel Vásquez. /upload/fotos/blogs_entradas/_medlos_amantes_de_todos_los_santosEl último libro suyo que me inoculó ansiedad tan deliciosa fue una colección de cuentos: Los amantes de Todos los Santos.

Escenificadas entre Francia y Bélgica, donde Vásquez vivió varios años antes de instalarse en Barcelona, las historias de Los amantes ponen en acto algunas de las razones que me llevan a considerarlo uno de los mejores escritores del momento -y conste que ni siquiera estoy diciendo hispanoamericano.

Los personajes de Los amantes experimentan un desplazamiento del confort de sus existencias habituales, que torna inevitable la asunción de su más profunda humanidad. Madame Michaud pierde la casa amada en El regreso, viéndose forzada a reconstruir su identidad. En El inquilino, Georges comprende que un fantasma se ha instalado para siempre entre él y su esposa. Oliveira, protagonista de La vida en la isla de Grimsey, da un tajo profundo para liberarse de su pasado y comprende al fin que necesitará otro, si es que quiere abrirle paso al futuro. Cada uno de ellos es un eco de la figura del escritor, un reflejo de la condición sine qua non de su existencia: son en tanto aceptan -algunos por libre elección, otros impulsados por la fatalidad- que en este tiempo tan pródigo en anestesias, sólo siente y piensa profundamente quien rompe con el capullo de su comodidad -es decir, quien se des-instala.

Pero no se trata de viajeros profesionales del alma, habituados a no aferrarse a nada; ni de turistas que lo ven todo por encima, consagrándose a la superficialidad. Los personajes de Vásquez no se exponen al viaje, al desplazamiento porque les parece exótico. En todo caso abrazan el dolor como una oportunidad. Condenados a una incomodidad cierta -el bulto en el cuello del protagonista de En el café de la République, el miedo de Zoé en Los amantes-, convierten la falta de equilibrio en impulso. Y en ese cambio de marcha se formulan las preguntas que cuentan: sobre la dificultad para entendernos unos con otros, sobre la capacidad que tenemos -o no- para convertir nuestras existencias en (obra de) arte, sobre la posibilidad -o imposibilidad- de asimilar físicamente tanto el dolor como el amor. Quiero decir: Vásquez no es denso -por el contrario, es todo un narrador- pero no escribe sobre boludeces. Si se permite el lugar común del acápite de Eleanor Rigby (‘¿De dónde viene toda la gente solitaria?') es porque entiende la importancia de que nos respondamos dónde vamos todos nosotros -solitarios por puros partícipes de la condición humana.

Lo que también entiende Vásquez -y esto es crucial en cualquier escritor- es el rol de la literatura en este tránsito. Escribir es ‘estar probando un par de ojos nuevos', como dice en Los amantes de Todos los Santos. La ficción es lo que produce la ruptura -siempre efímera, a nuestro pesar- de ‘la cortina que separaba este mundo y el otro', permitiéndonos ver lo eterno en lo efímero, el arte imperecedero en el gesto casual, el sentido que subyace al caprichoso fenómeno de la vida. Literatura como aleph, como conjuro que niega las constricciones del tiempo -estaríamos ciegos sin ella.

Ayer leí una entrevista a Harlan Ellison, donde decía: ‘Una especie que puede pintar el techo de la Sixtina, escribir Moby Dick y poner a alguien en la luna no necesita resignarse a las hamburguesas de McDonald's, las novelas de Judith Krantz y American Idol'. Yo leo a Juan Gabriel Vásquez porque forma parte de los conjurados: aquellos que no se resignan.

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13 de junio de 2008
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Todos los Dylan (y ninguno)

No sé bien qué pienso sobre I'm Not There. (¿Dónde figura que uno debe tener ideas claras y definidas sobre todo? Si así fuese, la vida sería tanto menos interesante...) A la película de Todd Haynes hay que reconocerle el mérito de romper con las convenciones de las biopics sobre ídolos musicales, al estilo Ray y Johnny & June. Es verdad que la figura sobre la que gira lo pide a gritos: Bob Dylan es un personaje infinitamente más complejo que Ray Charles o Johnny Cash. En este sentido, que Haynes haya decidido fragmentar a ‘Dylan' en varias personalidades es un hallazgo que encuentra sustento en la biografía pura y dura.

Dylan ha sido, o cuanto menos puede haber sido, todos aquellos a los que Haynes da distintos rostros. El niño infatuado con el cantante folk Woody Guthrie (Marcus Carl Franklin). El trovador de protesta (Christian Bale). El actor que se cree su propio personaje (Heath Ledger). El poeta que se hace llamar Arthur Rimbaud (Ben Whishaw). El arlequín andrógino que no quiere convertirse en esclavo de su público (Cate Blanchett). El artista que decide someterse a las constricciones de una fe religiosa (otra vez Christian Bale). Y el renegado que huye de la civilización, tan sólo para ser alcanzado por su destino (Richard Gere). Para ser sinceros, Dylan es de los pocos artistas que justifica una mirada tan caleidoscópica. Sólo se me ocurre una figura parangonable, y ese es el Shakespeare de quien Borges decía que era a la vez ‘todos y ninguno'.

Lo que no sé es si la película puede ser apreciada y disfrutada por alguien que no sea un dylanófilo. Por supuesto, la música es magnífica y el film vale aunque más no sea por la actuación de Cate Blanchett, que guiada por Haynes da en la tecla del Dylan que giró por Londres en el inicio de su etapa eléctrica, aquella que le valió el mote de ‘Judas' de parte de los puristas del folk; ese Dylan era en efecto un arlequín, filoso y frágil a la vez, una figura inquietante que puso en juego su vida para romper con el molde del cantante de protesta del que se había valido hasta entonces.

Pero para la mayor parte del público -y también para algunos dylanófilos, estoy seguro-, el film girará cada vez a mayor velocidad como un remolino y finalmente desaparecerá sin dejar rastros, perdiéndose en el misterio que es su centro. Porque Dylan, como la película lo acepta desde su título, no está allí. Habiendo sido todos esos, como en el texto borgiano, termina no siendo ninguno. Lo único que nos quedan son los signos de su paso: las imágenes que produjo, sus sonidos, lo que tocó, lo que transformó, lo que rompió. Y eso, al menos para los que verdaderamente apreciamos la obra de Dylan, es más que bastante.

Quizás haya sido eso todo lo que Haynes quiso decir.  

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12 de junio de 2008
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El infierno por TV

Hace unos cuantos años, cuando todavía trabajaba en un diario argentino, Charly García protagonizó uno de sus múltiples escándalos -creo, ahora que escarbo, que se trató de la vez que alguien lo internó en una clínica- y yo me sentí obligado a escribir una columna sobre el tema. Por suerte la olvidé por completo; ojalá desapareciese de todos los archivos. Imagino que le reclamé que siguiese a la altura del mejor momento de su vida (el mejor momento para mí, cuanto menos, en tanto fan de su música), y que viviese su condición de artista no sólo como un don, sino como una responsabilidad. (Mi, mi, yo, yo: todo lo que me importaba, presumo, era que García produjese más canciones como las que marcaron mi vida entre los años 70 y 90.) Recuerdo, eso sí, que Fito Páez se enojó conmigo. /upload/fotos/blogs_entradas/el_rockero_charly_garca_med.jpgCreo que hasta se tomó el trabajo de llamarme por teléfono. Debo haber pensado que Fito le tenía tanto cariño que se sentía en la necesidad de perdonarle todo cuanto hiciese. En cambio yo era un periodista, y por mi voz hablaban todos. El rol de fiscal me sentaba naturalmente.

Ayer vi en un noticiero unas imágenes que me partieron el alma. Ya me había enterado de que Charly había protagonizado un nuevo escándalo en Mendoza, producido destrozos en un hotel y terminado internado, primero en un hospital y luego en una clínica psiquiátrica. La noticia me había entristecido, como me ocurre cada vez que Charly aparece en las noticias por estas razones; a esta altura de mi vida creo haber comprendido lo que Fito quiso explicarme entonces, y sé que no tengo nada que perdonarle a Charly -es su vida, y tiene derecho a hacer con ella lo que quiere, o bien (como nos ocurre a todos) lo que puede-, en todo caso lo que sí tengo es mucho, muchísimo que agradecerle. Pero lo que vi me estremeció hasta los huesos. Alguien -vaya a saber Dios quién; en cualquier caso, que ese mismo Dios se apiade de su alma- se tomó el trabajo de filmar, supongo que con un teléfono móvil, la escena en que varios paramédicos reducían a García en aquel hotel de Mendoza. Era evidente que ya lo habían sedado, que lo habían puesto boca abajo y atado la mano derecha a su espalda. El audio es deficiente, pero bastaba para que uno oyese lo imprescindible. Primero el tono de la voz de García: lastimero -vaya a saber cuántas cosas le habían inyectado ya-, sonaba como suenan los corderos cuando se los desangra sobre una jofaina -boca abajo, también. Lo segundo inteligible eran algunas de sus palabras, repitiendo lo mismo en todas las variantes posibles: hijo de puta, hijos de puta. Incluso en el peor de sus momentos, García se las arregló para anticiparse en el tiempo y proferir el único calificativo que cabe a aquellos que perpetrarían lo que estaba por venir.

¿Existe alguna justificación válida para difundir esas imágenes en un medio de comunicación público? Y por favor, no se les ocurra decirme que eso es periodismo, o mentar el sagrado derecho del Soberano a la información. A esa altura de la soirée ya sabíamos todo lo que era necesario saber sobre el asunto: que Charly había sufrido uno de sus episodios, que estaba internado y que su estado de salud era estable. Full stop. Más allá de estos datos, nadie que no fuese pariente o amigo íntimo tenía derecho a saber otra cosa. Ni siquiera los fans. ¿Toleraría cualquiera de ustedes que alguien mostrase por TV imágenes del momento de mayor indefensión en sus vidas? ¿Creen, en todo caso, que el hecho de no ser famosos los protegería en caso de que su Vía Crucis personal se convirtiese en noticia?

Esas imágenes constituyen el momento más bajo, más degradante del periodismo televisivo que he visto en mucho pero mucho tiempo -y eso que viene protagonizando uno de sus peores momentos, hecho evidente durante el lockout de empresarios agropecuarios. ¿Debo pensar que es casualidad que esas imágenes hayan tenido tanto despliegue, justo cuando la Presidenta dejó a los Cuatro Jinetes del Campo sin discurso y había que llenar pantalla con algo que ya no fuesen las rutas?

No hay derecho a usar a ningún artista como commodity, por popular que sea; y ni siquiera en el caso que el presunto artista o celebridad esté más que dispuesto a ser utilizado. En el caso particular de García -gracias, Fito-, se trata de un artista que iluminó las vidas de millones de argentinos, convirtiéndolas en algo mejor de lo que tenían derecho a ser por sus propios medios. Lo mínimo que se merece es respeto. La exhibición de esas imágenes fue degradante para él, y nos llenó de vergüenza a todos los que no podíamos creer lo que estábamos viendo. Yo lo considero el hermano mayor que nunca tuve. Y a los hermanos, aun en el caso de que sean pródigos o infames, no se los expone ni difama en público: se los abraza, se los preserva, especialmente cuando están caidos.

Ojalá que no sea una cortina de humo lo que se dice por ahí, y que deroguen de una maldita vez esta ley de medios de la dictadura que todavía padecemos.

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11 de junio de 2008
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Deshojando margaritas

Una de las consecuencias de la huelga de guionistas en los Estados Unidos fue el acortamiento de la primera temporada de Pushing Daisies. Lo que debió haber sido una sucesión de 22 capítulos quedó en apenas nueve, el último de los cuales se vio en América Latina la semana pasada. Es decir que la temporada inicial no fue tan suculenta como las pasteles que hornea Ned (Lee Pace), el protagonista, pero de todos modos constituyó una tarteleta deliciosa -que por cierto, nos dejó pidiendo más al mejor estilo Oliver Twist.

La serie Pushing Daisies es una creación del guionista y ahora también productor Bryan Fuller. En los Estados Unidos, los guionistas de TV que trabajan con cierta regularidad pueden presentar sus propias ideas a las cadenas, y si además de talento tienen suerte es posible que obtengan la aprobación y el presupuesto para producir sus propias series. Fuller ya había tenido reconocimiento crítico, aunque no popular, con Wonderfalls. Ahora, con Pushing Daisies, está probando lo mejor de ambos mundos.

Imagínense a un guionista de la TV hispanoamericana -gente sufrida, si la hay-, proponiendo a un ejecutivo local la historia de Pushing Daisies: ‘Es la historia de este muchacho, Ned, que siendo niño descubre que tiene el poder de devolver la vida a los muertos con sólo tocarlos. Ahora bien, con el poder vienen dos complicaciones. La primera es la siguiente: si Ned vuelve a tocar a alguna de las personas que acaba de revivir, la mata para siempre -ya no puede resucitarla. Y segunda: si no vuelve a tocar, esto es a matar, a quien acaba de resucitar antes de que transcurra un minuto de su ‘nueva' vida, alguien -una tercera persona, esto es un inocente- morirá como fulminado por un rayo. Esta situación pone en marcha la historia, dado que Ned mata de este modo involuntario al padre de su mejor amiga, ‘Chuck' Charles (Anna Friel), cosa que por supuesto no le confiesa. Años más tarde, siendo Chuck víctima de un crimen, Ned decide resucitarla y afrontar los costos. El problema que deriva de esta decisión es el siguiente: Ned no puede volver a tocar a Chuck, porque si lo hiciese volvería a matarla. Y para dos enamorados, no tocarse jamás se parece mucho a una complicación'.

Lo dicho: no me imagino a Canal 13 produciendo semejante serie. Lo más complicado que se les ocurre aquí es la historia del romance entre el portero de un edificio y la encargada de otro...

Pushing Daisies es una maravilla. Ubicada en un mundo fantástico a mitad de camino entre Amelie y Tim Burton, con un humor negro inevitable (Ned ayuda a su socio Emerson Cod a resolver crímenes, mediante el simple expediente de resucitar víctimas durante menos de un minuto y preguntarles quién las mató) y unos diálogos a ritmo de ametralladora que hacen que uno extrañe menos a Gilmore Girls, la serie de Fuller es en esencia una historia de amor, la más imposible de todas (¡ah, lo que daría uno para que Ned y Chuck pudiesen besarse!) y quizás por eso la más tierna. A fin de cuentas, ningún amor es más entrañable y más cierto que aquel que persevera aun cuando no pueda disfrutar nunca de sus mieles más elementales. 

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10 de junio de 2008
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La opción por los ricos

El título parafrasea una directiva que la Iglesia difundió hace no muchos años -para ser sincero, parece que hubiese sido siglos atrás- como propia: la de la ‘opción por los pobres', esto es, lo que en aquel entonces aparecía como su decisión manifiesta de trabajar más por aquellos que menos tienen. En su columna de ayer en Página 12, Horacio Verbitsky me reveló la existencia de un periodista del que yo nunca había oído hablar -Gabriel Fernández-, director de una revista alternativa que yo desconocía -La señal medios-, citando un artículo suyo -de Fernández, quiero decir-  titulado La opción por los ricos. Quiero reproducir a continuación algunos de sus pasajes, porque definen un fenómeno insoslayable del presente argentino mucho mejor de lo que yo lo hice en este blog -en textos como El hecho maldito, por ejemplo.

Dice Verbitsky que dijo Fernández: ‘Si antes una franja apreciable de la comunidad media (argentina) abandonaba su confort para cooperar con la liberación en general y con la mejoría en la vida popular en especial, ahora otro sector de ese segmento llamea y se compromete: vamos a luchar por los ricos, esa es nuestra opción. Comerciantes, profesionales y no pocos rascas han resuelto considerar indignante que multimillonarios dirigentes rurales paguen impuestos. Y aún más: evalúan disparatado que el Estado les exija blanquear parte de su producción y su personal. Y así como una generación de muchachos de las capas medias bregaron por la justicia social para todos (Fernández habla de la generación de los años 70, aclaro yo, o sea Figueras), ahora tenemos a una pequeña multitud que lucha para expandir la pobreza'.

‘Debido al exasperante poder de las compañías concentradas y a los efectos del lockout -dice Fernández, refiriéndose por supuesto al todavía vigente lockout agroganadero-, los precios aumentan. En lugar de cuestionar al Estado por no imponer su poder y controlarlos a fondo, (este segmento de gente) se solidariza con los formadores de precios y con los cortes que impiden el paso de las mercaderías... La opción por los ricos atraviesa su ser. Es un compromiso serio, coherente y de larga data, una convicción, un programa activo, una manera de acercarse a la cúspide aunque sea como masa de maniobra'.

‘Con sus vocecitas amplificadas (por los medios, aclaro yo, o sea Figueras), opacan las voces de quienes necesitamos cuestionar aspectos centrales de la política oficial con el objetivo de debatir empleo, industria, energía, recursos naturales, finanzas, impuestos e ingresos desde una perspectiva nacional y popular... Miles de argentinos han resuelto luchar por los señorones. Ya lo han hecho antes, con éxito, y han contribuido a hundir una gran nación. Tendremos que reflexionar a fondo qué haremos nosotros'.

Inteligente, este Fernández. Espero preguntarle hoy a Verbitsky dónde conseguir La señal medios, y ver si tiene versión en la red. Cualquier cosa, les aviso.

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9 de junio de 2008
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El sueño más grande

Con el correr de los días, a medida que el recuerdo de la nueva película de Indiana Jones se me hacía más amargo, sentí la necesidad de correr en busca de las viejas películas. Volví a ver Raiders of the Lost Ark e Indiana Jones & the Temple of Doom -me estoy guardando Last Crusade para un momento especial- y por enésima vez, las disfruté como un chico. Durante el cumpleaños de mi amigo Nicolás Lidijover otro amigo me había dicho que, en una visión reciente, las había encontrado más pequeñas que su recuerdo. Pues bien, no es mi caso. No sólo sigo creyendo que son una maravillosa, encantadora máquina narrativa, sino que además envejecen como el buen vino: saben hoy todavía mejor que ayer.

/upload/fotos/blogs_entradas/indiana_jones_6_med.jpgAproveché además para ver todos los materiales extras que ocupaban el cuarto DVD de la caja. Repasando el proceso que llevó a la creación de Indiana Jones, desde la noción general -un aventurero que protagonizase peripecias non stop al estilo de los viejos seriales- hasta los detalles (el nombre Indiana con que George Lucas homenajeó a su perro, el sombrero, el látigo, la gastada chaqueta de cuero), me puse a pensar en que, más allá de las magníficas escenas de acción, la saga de Indiana Jones funciona tan bien -funcionaba, al menos, en las primeras tres películas- porque lo que nunca deja de rendir a las mil maravillas es el personaje: un científico que juega a ser un héroe, y que trata de creérsela todo el tiempo hasta que la realidad le demuestra que es un poquito menos listo, menos valiente y menos eficiente de lo que creía. Cuanto más falible, Indiana Jones resulta más encantador. Y como la personalidad y la iconografía se complementan tan bien, no es de extrañar que el personaje se haya convertido en una marca que excede el continente de sus films.

Supongo que muchos escritores y cineastas soñarán con otras cosas, pero mi sueño más grande en tanto imaginador profesional pasa por la creación de un personaje que, al estilo de lo que lograron Lucas y Steven Spielberg, adquiera vida propia. Creo que en algún sentido es más fácil escribir un libro genial o una película inolvidable -de tantos disparos que uno tira, siempre existe la posibilidad de acertar-, que crear uno de esos personajes que caminan con verdadera vida propia, al punto de eclipsar a sus autores. Más gente sabe del Quijote que de Cervantes, de Frankenstein que de Mary Shelley, de Batman que de Bob Kane, del Corto Maltés que de Hugo Pratt. Supongo que se trata de la más grande tentación demiúrgica para un artista con vocación popular: concebir un personaje que deje de ser de uno, en la medida en que la gente lo adopte como propio.

Porque aunque el copyright pretenda otra cosa, uno siente que Indiana nos pertenece a todos.

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6 de junio de 2008
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El Boomeran(g)
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