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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Berlín, Terranova (2)

Con la criba de la lista doble en mano, lo primero que hay que decir es que Terranova es fiel a sus gustos y disgustos. Lejos de Berlín arranca como un policial típico (crimen, policía experimentado y escéptico) pero ya desde el segundo capítulo va donde la lleva el viento –un viento negrísimo, por cierto. Ubicada temporalmente en 1946, revela enseguida que el protagonista no es el policía sino un ex (por fuerza, más no por voluntad) miembro de la SS llamado Bruno Ritter, que ha sido enviado a la Argentina por obra de un movimiento de inteligencia del que nada sabe, más allá de la orden de esperar órdenes ulteriores mientras finge ser otro, en este caso un fotógrafo suizo llamado Louis Danton.

         Cuando leemos sobre Ritter por vez primera, está tumbado en la cama de la pensión de Buenos Aires en la que vive, tratando de reafirmar su propia identidad. En buena medida, Lejos de Berlín es el relato de una deconstrucción (la de Bruno Ritter, el nazi) y de una construcción (la de Louis Danton, el artista de izquierdas), que dada la trayectoria que va de uno a otro, no puede menos que ocurrir mediante gran violencia –o hiper-violencia, para ponerlo como a Terranova le gusta.

          Aquí también hay cruces entre la política de alto y bajo estamento, un poco de sexo ‘animaloide’ y un (falso) fotógrafo freelance en una ciudad infestada de ratas. Hay un mundo que ya se ha derrumbado, el de la fantasía nazi de dominación mundial, dejando en su lugar la baba de aquel sueño, igualmente ponzoñosa: lo que queda es la fantasía de la impunidad en la riqueza, tan imitada por sus discípulos, los militares argentinos de los ’70. Y hay otro mundo que se está construyendo, el del peronismo que la Historia se ha encargado de crear (“Perón no generó el 17 de octubre, camarada”, dice el personaje más lúcido de la novela, “el 17 de octubre generó a Perón”), dejando con el culo al aire a las izquierdas tradicionales.

         Habrá quien patalee ante el relato del ‘nazi’ bueno. En ese caso se perderá una muy buena novela, que habla de un mundo que aunque pretérito se parece mucho al nuestro, en esto de desconfiar de las etiquetas, las filias y las nacionalidades; donde nadie está llamado a responder por su religión, su raza o su ideología, sino por sus actos; y en el que un acendrado sentido del pecado y de la expiación, que pervade hasta las piedras, se encarga de administrar justicia aun lejos de los palacios donde se la administra formalmente.

         Muy buena lectura, Lejos de Berlín. Inteligente.

         Por lo demás, sólo me resta apuntar que desacuerdo con Terranova en lo que hace a Hammett, Chandler y Bogart. Y que coincido plenamente en lo que hace a la escasa nobleza de los periodistas, a Variaciones en rojo, El sindicato de Policía Yiddish y Leonardo Oyola.

         Me cae bien, Terranova.   



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Berlín, Terranova

Durante la presentación de su nueva novela, Lejos de Berlín, Juan Terranova desgranó una lista con las cosas que le gustan y no del género policial al que, aunque más no sea por pertenencia a la colección Negro Absoluto que dirige Juan Sasturain, su libro debería adscribir.

"No me gusta la parte policial, prefiero la parte negra", dice de arranque, con el ánimo terrorista de siempre. "No me gusta el clásico relato donde un detective combate a la mafia mientras fornica con una mujer rubia que oscila entre la prostitución y la santidad. No me gusta la tan venerada ‘tradición del policial'. Entiendo su valor relativo. Pero no me interesa mucho Hammett. Ni Chandler. Ni Humphrey Bogart. Ni la combinación del piloto de lluvia y la mirada cansina. (O me interesa tanto como la figura esbelta de Quijote y la gruesa de Sancho Panza.) No me gustan las Variaciones en rojo de Rodolfo Walsh, un libro donde el asesino casi siempre es un gordo que juega a la pelota paleta en la playa. No me gusta la nostalgia del género. No me gustan esos policiales que quieren ser ‘negros' y son ‘blancos' con un detective que lee a Neruda y que finalmente descubre que el terrorismo de estado en Latinoamérica fue algo malo. No me gusta cuando se usa el tema de los desaparecidos. (A menos que tenga un torturador de la ESMA como detective, un torturador que mientras le mete máquina a un preso clandestino elabora una larga teoría política sobre el ser nacional.) Y sobre todo, no me gusta ‘el periodista roto pero noble, alcohólico pero honesto, cocainómano pero nunca paranoico ni mucho menos golpeador de mujeres'. No me gusta porque los periodistas no son nobles".

Después viene la parte de la lista con las cosas que sí le gustan del género. "Me gusta la hiper-violencia", dice. "No sé por qué. Me gustan los cruces con la política de alto y bajo estamento. Me gustan las escenas de sexo animaloide. Me gusta Jake Arnott que en su novela Crímenes a largo plazo construyó un matón homosexual, anti-comunista, anti-laborista y ultra violento que en un momento droga a un Lord de la Cámara Alta Británica y le saca fotos con el pito de un efebo en la boca. Me gusta New York Graphic de Adam Lloyd Baker, porque el protagonista es un fotógrafo freelance en una ciudad infestada de ratas. Me gusta El sindicato de Policía Yiddish de Michael Chabon, porque cuenta la historia de cómo los judíos colonizaron Alaska y de cómo la violencia es parte del pueblo judío. Me gusta lo que escribe Leonardo Oyola, porque es probable que él sea el que escriba los mejores policiales de mi generación".

Acabo de leer Lejos de Berlín.



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1 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Aprender (a amar la) literatura

Ayer domingo en el New York Times leí un artículo sobre una profesora de Atlanta llamada Lorrie McNeill que, cambiando por completo los principios que suelen regir la enseñanza de su materia (Inglés, en este caso), deja ahora que sus alumnos elijan las novelas que quieren leer. Por supuesto, hay algunos que no salieron de lo obvio (la serie Maximum Ride de James Patterson, los libros de romance vampírico de Stephenie Meyer), pero otros optaron por novelas interesantes, que nunca habrían elegido de no haber sido desafiados a probar algo mejor: cosas de Toni Morrison, David Wroblewski y Tim O’Brien, por ejemplo. Por supuesto, las innovaciones de la profesora McNeill no son un capricho aislado, sino parte de un movimiento para “revolucionar la manera de enseñar literatura en las escuelas de los Estados Unidos”, sostiene el Times.

         ¿Habría aprendido más de lo que aprendí, durante mi educación secundaria, de haber tenido la suerte de contar con un profesor como esta McNeill? Por supuesto. Si hoy escribo novelas se debe, entre otras cosas, a que mi amor por la narrativa era tan grande que incluso toleró la tortura de las clases de literatura de cuarto y quinto año. En cuarto nos castigaron con clásicos españoles de los que nada recuerdo, y apenas nos permitieron leer uno o dos capítulos del Quijote. En quinto nos expusieron a una serie de mamotretos por completo olvidables (La Bolsa de Julián Martel, por ejemplo); por fortuna mi maestra la señorita Barbeito ya me había hecho descubrir Cortázar en la primaria, que de ser por mi profesora de la secundaria me habría perdido por completo. 

         ¿A cuánta gente se le escapó la única oportunidad de su vida para aprender a apreciar los libros, por la tendencia a enseñar historia de la narrativa en lugar de apreciación literaria? ¿Qué es más importante: registrar las características del movimiento romántico, o entender cuán maravillosa, iluminadora, transformadora puede ser la experiencia de la lectura de ficción?

         ¿Ustedes sufrieron como yo mientras estudiaban Literatura?



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31 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las páginas abiertas de América Latina

Según cuenta Samuel P. Jacobs del blog The Daily Beast, la difusión de la lista de libros que los presidentes de los Estados Unidos leen en durante su descanso veraniego se ha convertido en una tradición. Tal parece que hasta George W. Bush leía libros durante sus vacaciones. (Tal vez sea cierto: se tomaba tantas y tan largas, que tiempo para leer debía sobrarle.) Su monje negro, Karl Rove, se tomó el trabajo de alentar esa creencia con un artículo en el Wall Street Journal llamado Bush is a Book Lover. No sé por qué, pero tengo la sospecha de que los libros que Bush leía van por la misma senda de los que Menem leía, una galería fantástica que incluía los escritos de Sócrates (que nunca escribió) y las novelas de Borges (que, como es vox populi, nunca fue más allá de los cuentos, los poemas y los ensayos).

         Ahora que tanto Bush como Menem están dedicados a las vacaciones permanentes, presumo que deben haberse devorado los poemas de Stephen King, las novelas de Paul Krugman y los ensayos de Charles M. Schulz.

         Por supuesto, nadie se toma demasiado en serio estas listas. Tanto es así, que en la que acaban de difundir respecto de Obama hay algo que huele a error: ¿cómo puede ser que vaya a leer Hot, Flat, and Crowded, el best-seller ecologista de Thomas L. Friedman, cuando ya estaba citando partes y conceptos del libro durante la campaña pre-electoral? Quizás leyó tan sólo partes un año atrás. (O bien las leyeron aquellos que preparaban sus discursos…) Pero en cualquier caso, la gaffe siembra dudas sobre la seriedad de semejantes listas.

         Dicho lo cual, es justo celebrar el buen gusto de aquel que las armó, aunque no haya sido Obama en persona. Que un presidente decida leer, o cuanto menos proclame que leerá Lush Life de Richard Price, novela que ha sido profusamente elogiada aquí, o The Way Home de George Pelecanos (que no elogié porque todavía no leí, pero sí hablé bien del hombre como guionista de The Wire) es verdaderamente un lujo.

         Eso sí, lamento que no se haya llevado a Martha’s Vineyard una versión en inglés de Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, que si mal no recuerdo Chávez le había regalado en su español original. Dado el conflicto originado por las bases militares norteamericanas en Colombia y su tibieza a la hora de repudiar el golpe cívico-militar de Honduras, no le vendría mal adquirir un poco de perspectiva sobre la dura historia de nuestro subcontinente.



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28 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El bautismo de 'Aquarium'

Para no dejar en ascuas a los que manifestaron su interés, todo salió bien ayer en la presentación de Aquarium. Como los actores involucrados son muy populares en la Argentina, la prensa sopló su vendaval. Pero una vez iniciada la presentación, la intensidad que ellos mismos aportaron en sus roles transformó el clima en uno íntimo, aquel que era adecuado para contar las vidas tan delicadas como preciosas que la novela pretende reflejar.

         Pablo Echarri asumió la voz del Narrador. Adrián Navarro interpretó a Ulises. Mónica Antonópulos fue Irit. Leo Sbaraglia fue el irrefrenable Ari Broitman. Juan Gil Navarro fue David Kaufman. Y last but not least, Alejandro Awada le brindó su humanidad a ese Morty para quien nada importa más que la amistad.

         Como las presentaciones se ven obligadas a ocurrir poco después de la salida de un libro, la mayor parte de la gente acude a ellas antes de haberlo leído. Como yo no quería abrumar al público hablando de un texto que les iba a resultar desconocido, preferí que los actores leyesen / representasen algunas escenas selectas, de modo que nadie se fuese de la presentación sin haberse enterarado de la historia que se cuenta, del clima que se busca, del tono general de la narración.

         Además mi hija Agustina editó un video con las fotos de mi amigo Pasqual Górriz, a quien conocí en Jerusalén en el año 2000 cuando ambos cubrimos la Intifada para la revista española Planeta Humano: imágenes que oscilan entre lo bello y lo desgarrador, en tanto narran la excepcionalidad de esos paisajes y el dolor del enfrentamiento que los torna casi inhabitables. Las fotos de Pasqual hicieron de telón de fondo, colaborando con el clima que buscábamos crear –ayudados, también, por las grabaciones del músico suizo Erik Truffaz que en su debido momento Pasqual me hizo conocer.

         En la locura general de la velada, seguramente ofendí a algunos a los que no pude prestarles la debida atención. A todos ellos, mis disculpas de corazón. En circunstancias como las del martes, uno hace más bien lo que puede y nunca lo que debe.

Aprovecho este instante de reflexión para agradecer a todos aquellos que colaboraron para que la presentación saliese tan bien: a Julia Saltzmann, Gabriela Franco y Augusto Di Marco de Alfaguara Argentina, que también figuran en los agradecimientos del libro. A Ezequiel Martínez y Paula Etchegoyen, de prensa de la editorial. A la gente de la librería Cúspide de Recoleta. A mi hija Agustina, que además de editar el video se encargó de alquilar los atriles y los plasmas donde se vieron las fotos y sufrió como una madre en ausencia del cable que siempre falta. A mi hija Milena, que colaboró con la musicalización. A Luis Andrade, que lo grabó todo.

         Muy especialmente a los actores, que son gente ocupadísima y aun así invirtieron un tiempo que fue mucho más allá de la lectura de ayer, dado que se tomaron el trabajo de leer el material y ensayar los textos en la tarde del lunes que suele ser su día de descanso: la pasión que le pusieron a la narración y a los personajes me hizo sentir indigno de semejante homenaje.

         Entre ellos muy especialmente a Adrián Navarro, que es parte esencial de la historia de Aquarium dado que me inspiró la historia de Ulises e Irit y escribió conmigo la adaptación cinematográfica de la novela: antes que nada, es un amigo de fierro.

         Y ahora sí, gracias a todos los que fueron y aportaron sus cuerpos y su emoción para que todo saliera como salió. Además de la gente conocida y amada estuvo Jane, a quien quizás conozcan del blog por su insistencia en reclamarme finales felices. Y la gente de Lamujerdemivida, una de mis revistas favoritas en el mundo entero. Y Martiniano y Rosana, que de tanto en tanto irrumpen por aquí con comentarios maravillosos. Y la legendaria Natu Poblet. Y el guionista Marcelo Camaño, que acaba de ganarse dos premios Martín Fierro –uno de ellos el de Oro- por la serie Vidas robadas. Y los escritores Elsa Drucaroff, Mariana Enríquez, Graciela Mochkofsky, Cristina Piña, Esther Cross, Fernando Cittadini, Diego Rojas, Juan Terranova, Alejandro Soifer y Leo Oyola, que aunque debía irse a trabajar se tomó el esfuerzo de presentarse temprano a saludar. E Isabel de Sebastián, una de mis cantantes preferidas y gran amiga desde hace años. Y la periodista Andrea Rabolini. Y Perla, una actriz israelí que no sé cómo supo de la existencia de Aquarium. Y el documentalista Coco Blaustein, siempre sosteniendo. Y la cineasta Sandra Gugliotta. Y la productora Margarita Gómez. Y por supuesto los amigos y la familia: mi hija más grande Oriana, mi padre, mis hermanos, mis cuñados, mis yernos, Zule Kompel, mi prima Ana, mi mujer Flavia y por supuesto Bruno, el benjamín. Hijo mío: ya has sido bautizado en las aguas procelosas del mundo literario… ¡Me hizo muy feliz tenerte cerca!

         El resto –ustedes incluidos- estuvo presente en espíritu: Mayté Bravo, Eduardo Varas, Valeria Sobel, Bisiesta, Rodrigo, Sara F…

         El cineasta Marcelo Piñeyro me envió un mensaje desde Madrid que conservaré para siempre.

         Y los amigos que no pudieron estar (el dictamen de la Corte Suprema despenalizando el consumo personal de marihuana y la renuncia del Fino Palacios a la policía de Buenos Aires fueron dos buenas noticias que retuvieron a algunos en las redacciones, como Cristian Alarcón y Eduardo Fabregat) enviaron sus plácemes por escrito: los cineastas Miguel Cohan y Nicolás Lidijover, la productora Vanessa Ragone, Patricio Zunini de la librería Eterna Cadencia…

         Si me olvido de alguien, por favor sepan disculpar. Estoy seguro de no haber tenido la oportunidad de registrar a todos los que estaban.

         Esta gente contribuyó para transformar algo que podría haber sido un trámite en una creación colectiva de un instante de belleza.

         Me hicieron muy feliz. Ojalá esté a la altura de tanta generosidad.



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26 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A la hora señalada

Hoy es un día especial para mí. Esta tarde presento mi novela Aquarium aquí en Buenos Aires, en la librería Cúspide del Village Recoleta. Por regla general estas cosas lo ponen a uno muy nervioso –tienen algo de parto, o de strip-tease delante del público equivocado-, y más cuando uno se aparta de la ruta convencional (charla con crítico-periodista-escritor amigo) para meterse en un berenjenal como el que yo diseñé para que no todo fuese tan fácil y poder sufrir un poco más, como le debo mi formación culposo-cristiana: un fondo de imágenes de Israel-Palestina tomadas por mi amigo, el fotógrafo mediterráneo Pasqual Gorriz, editadas en video como un sinfín, y un grupo de maravillosos actores leyendo / interpretando escenas del libro –Mónica Antonópulos, Alejandro Awada, Pablo Echarri, Adrián Navarro, Juan Gil Navarro, Leo Sbaraglia.

         Cuento todo esto antes del hecho porque se me ocurrió que, dado que internet y esta clase de blogs tienen tantos usos, bien podrían servir para pedirles que me deseen suerte –dado que la voy a necesitar…

         Gracias desde ya. Ojalá estuviesen aquí.



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25 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El sabor de la mentira

La serie Lie to Me deriva de moldes ya probados (el personaje brillante y asocial a la Dr. House, el equipo de expertos que soluciona varios misterios a la vez al estilo C. S. I.) pero cuenta en su ventaja con un morbo del que sus predecesoras adolescen. Su fundamento teórico –la noción de que todos los que mienten revelan su pensamiento a través de tics, gestos o lo que aquí se llama microexpresiones, esto es expresiones faciales que para el lego suelen pasar desapercibidas- resulta irresistible para la mayoría de nosotros, porque todos mentimos de una u otra manera y en mayor o menor medida –y muy especialmente, porque todos querríamos evitar ser víctimas de la mentira.

         Cada vez que en medio de la serie se explican las microexpresiones a través de imágenes de gente real –y no cualquier gente: Clinton, Bush, O. J. Simpson…-, uno siente un escalofrío que recorre su espalda. ¡Cuánto mejor nos iría si, al igual que el doctor Cal Lightman (Tim Roth, en la serie) pudiésemos descubrir a simple vista cuándo y cómo nos engañan los poderosos!

            El fenómeno de la mentira es fascinante, en tanto el ser humano la ha elevado a la categoría de una de las bellas artes. Hay animales que se pretenden más de lo que son para seducir y reproducirse, y otros que se mimetizan con el entorno para protegerse o alimentarse, pero ninguna criatura viviente ha creado una maraña de engaños tan innecesarios como el hombre.

         Como podría predicarse de prácticamente todos nuestros defectos graves, mentimos porque podemos. Aunque muchos de nuestros congéneres dicen cosas que no son con el mismo objetivo de los animales citados (para seducir y reproducirse, para protegerse y alimentarse), la mentira que nos define es aquella en la que nos embarcamos tan sólo porque suena menos salvaje que la verdad. Mentimos, pues, porque mentir es más fácil que ser honesto, y los hombres solemos privilegiar lo fácil a lo correcto aun cuando sabemos, o al menos intuimos, que la mentira de hoy nos conducirá al atolladero de mañana.

         Dado que hoy nos cuesta más que nunca comprender cuál es el valor intrínseco de la verdad, la existencia de mucha más gente como el doctor Cal Lightman nos vendría bien. Ya que no podemos dejar de mentir por convencimiento, tal vez lo hagamos por el temor a ser descubiertos.

         En este aspecto, como en tantos otros, también somos hijos del rigor.



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24 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Signos de que los Idiotas nos Están Conquistando (2)

Gente estúpida ha habido siempre. El problema es que, en estos tiempos, la estupidez se multiplica de modo exponencial por una causa de difícil remedio. El hecho de que cada vez existan más medios electrónicos, o sea más envases comunicacionales, significa que cada vez se necesitan más contenidos. Y al aumentar inevitablemente la demanda de contenidos los idiotas se tornan necesarios porque, a diferencia de la gente inteligente o cuanto menos sensata, son los únicos que nunca saben cuándo callarse.

         ¿Necesitan pruebas, como Tomás el incrédulo? Enciendan la televisión en cualquier canal. Si descartan películas y series, en siete de cada diez casos darán con un idiota en pantalla. A medida que vayan comprobando la seriedad de mi estadística, reirán de manera contagiosa. Una vez que los números aumenten –habrá casos en los que me habré quedado corto-, la risa empezará a sonar con un retintín de desesperación.

         Para colmo, en este mundo que desalienta la experiencia real y propicia el encierro de la gente en sus casas (el delivery es un camino sin retorno), cada vez son más los que obtienen su información y sus “ideas” –de algún modo hay que llamarlas- de la inmersión permanente en estos medios. Y así, ante la duda o en la necesidad de decir algo, el ciudadano tipo recurrirá a la tabla salvadora de una frase que oyó en la radio o en la TV, repitiéndola aun cuando no resista el menor análisis.

         Obama no nació en los Estados Unidos. El campo está en crisis. Micheletti aceptó negociar con Oscar Arias. Macri no va a robar porque ya es rico. (Inserten aquí sus propios ejemplos.)

         Lo que buscan es escapar del vacío, nada los incomoda más que el silencio. Y en la mayoría de los casos ni siquiera pasarán vergüenza, porque a su lugar común no le responderán con un cuestionamiento, sino con un lugar común aún más trillado. ¿Cuándo fue la última vez que oyeron decir no me considero en condiciones de opinar?

          A continuación, algunos Signos de que los Idiotas nos Están Conquistando:

 

1.    Los reality shows.

2.    La entronización de Michael Jackson como ‘un genio’.

3.    En ausencia de George W., Berlusconi.

4.    El éxito de Ricardo Arjona.

5.    Las ‘elecciones libres’ en Irán.

6.    G.I. Joe.

7.    Cada vez más teléfonos, cada vez menos que decir.

8.    La televisión argentina.

9.    El resurgimiento de los nacionalismos y los muros en las fronteras.

10.  El dinosaurio Barney.

 

Siéntanse libres de agregar sus propios Signos…



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21 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Signos de que los Idiotas nos Están Conquistando

Aunque sigo el asunto de manera superficial (un signo de clara estupidez de mi parte), lo que alcancé a ver de los debates públicos en torno a la reforma sanitaria de USA confirmó un temor que viene gestándose en mí desde hace tiempo: que la conjura de los necios esté imponiéndose –o para ponerlo de modo menos eufemístico: que estemos a punto de ser definitivamente conquistados por los idiotas.

         El espectáculo de la gente que se presenta a las asambleas populares para decir que Obama es un nazi que quiere asesinar a las abuelitas sería divertido, si su trasfondo no fuese más bien trágico.

         Para empezar, porque esta gente está en todas partes. (Primer Signo del Advenimiento de los Idiotas: son legión y se reproducen con la velocidad de un seamonkey.) El hecho de que planteen objeciones tan irracionales quita lugar, por ejemplo, a que se oigan las objeciones racionales que podrían hacerse al plan de Obama o a cualquier otra iniciativa, por más progresista que se pretenda. Así, en lugar de informar o disipar dudas sensatas, hombres brillantes como el demócrata Barney Frank se ven reducidos a preguntarle a la gente en qué planeta pasa la mayor parte del tiempo, o concluir que hablar con sus compatriotas equivale a discutir con la mesa del living. El video de YouTube es divertido, pero no borra la amarga sensación de que todo el nivel de la discusión ha descendido a menos diez.

         El problema con la idiotez es que nadie (empezando por aquel que esto escribe) está exento de ella. No hay Premio Nobel ni lama tibetano que no haya experimentado alguna vez un momento de intensa estupidez, o tomado decisiones importantes por los motivos más irracionales. La presencia de la estupidez en la cadena del genoma humano nos fuerza a todos a un módico de humildad, pero al mismo tiempo nos vuelve inoperantes para combatir el mal en su esencia: ¿con qué derecho puedo acusar a alguien de idiota, cuando yo mismo estoy a segundos, horas, días de cometer mi próxima estupidez?

         La máxima goebbeliana del miente, que algo queda está siendo usada en el mundo entero por los Adalides de lo Peor, con la ayuda inestimable de los medios electrónicos que están por todas partes y son expertos en el arte de magnificar la nada. En una franca discusión política Sarah Palin no puede expresar siquiera un silogismo, pero basta con que diga en un discurso que Obama quiere organizar Paneles de la Muerte para matar abuelitas (hay que admitir que, de aquella pieza de ¿oratoria? tristemente célebre, esta fue la única frase que se le entendió) y que lo difunda por Facebook, para que miles de estadounidenses afectados por la crisis, maniatados por el miedo y poco proclives al ejercicio del pensamiento la acepten como estandarte.

 

(Continuará.)        



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20 de agosto de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amábamos tanto a Aimee (2)

Lo que me arrasa de Aimee Mann es su capacidad de cantar a corazón abierto. En un mundo determinado a escapar compulsivamente de la verdad, Mann busca la sinceridad total con la obstinación de un espeleólogo. Pero por supuesto, semejante busca no acaba con la definición precisa de lo que siente o le ocurre, por más brillantemente que logre plasmarla. (“Tenés todo el aspecto de ser / el complemento perfecto / para una chica necesitada / de un torniquete”, dice en Save Me.)

         Eso constituye apenas el principio. Sus pequeñas historias –porque cada canción, cabe decirlo, funciona en sí mismo como una short story; Paul Thomas Anderson sabía bien lo que hacía cuando concibió Magnolia- avanzan siempre hacia el diagnóstico. Y aunque la cura no exista, y la señal que indica la salida no aparezca nunca en la ruta (“Pensé que mi vida iba a ser diferente de algún modo / pensé que mi vida iba a ser mejor a esta altura / pero no lo es, y no sé dónde doblar’, canta en Thirty One Today), no se detendrá hasta por lo menos asumir que el cambio es necesario. No faltarán ocasiones en las que sienta que “la Historia muestra / que no existe una maldita posibilidad” (Pavlov’s Bell) de rescatarse a sí misma –les dije que era honesta. Pero aun así no dejará de preguntarse si “no será esta tu oportunidad, baby / de romper con las circunstancias” (Today’s the Day).  

         Mann es simplemente una escritora maravillosa, de una disponibilidad emocional que no he vuelto a ver desde Joni Mitchell. (Ah, por qué será que sólo las mujeres tienen el coraje necesario…) La santa patrona de todos aquellos que vivimos convencidos de formar parte de “las filas de los freaks / que sospechan que nunca podrán amar a nadie / excepto a los freaks / que sospechan que nunca podrán amar a nadie”.

         En un momento clave de mi vida, sentí que el personaje que narra Deathly describía como nadie mi fragilidad emocional: “Así que por favor no saques a relucir tu encanto / porque ya tengo suficientes problemas / no, por favor no me elijas / porque un simple gesto de amabilidad podría resultarme / fatal”. De algún modo puedo decir que las canciones de Aimee Mann me acompañaron en el periplo, hasta que llegué al puerto para nada espectacular pero promisorio que tan bien interpretó Anderson en el plano final de Magnolia: la sonrisa que acude a los labios cuando uno comprende que, después de todo, quizás exista algo parecido a un buen futuro.

         Por favor no se pierdan a Aimee Mann.



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18 de agosto de 2009
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