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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El ministerio del dolor

Esa crisis tan severa compone un friso de personalidades y actitudes políticas bien peculiares. No hablemos de los más lejanos, los Sarkozy, Merkel, Monti o Cameron, cada uno con sus cosas. Recordemos cómo el naufragio del radicalismo social de Zapatero ante el ímpetu del déficit público quedó sintetizado en su frase ya célebre: cueste lo que cueste y cueste lo que me cueste. Su personalidad política, su generación socialista y su propio partido cayeron inmolados en el altar del rigor presupuestario exigido por la canciller Merkel. Ahora vemos cómo el quietismo de Mariano Rajoy, en cambio, le lleva a descontar la catástrofe del balance político que le espera, incluso antes de ponerse a ello: es el político de la desesperanza, arcángel del paro, la liquidación y el cierre y primer ministro de un dolor sin límite ni consuelo.

Quien ya se ha dado por muerto a sí mismo y se ha dado por perdedor en varias ocasiones se siente inmune e indiferente a cualquier desgaste, y por eso anuncia dolor y más dolor cada viernes en que reúna al Consejo de Ministros: cueste lo que os cueste, a vosotros ciudadanos, y a vosotros políticos amigos del PP, y a mí que tanto me da y nada me puede costar porque ya me doy por amortizado antes de meterme en este lío. Con esta ventaja ya podemos intuir cuál será la estrategia electoral de Rajoy. Practicará el electoralismo populista de siempre de cara a las elecciones en Galicia y País Vasco de 2013; que se dé por amortizado a sí mismo no significa que desoiga las exigencias de su partido: al contrario, lo hará incluso para no tener que escucharles otra vez, por pereza cósmica. Los presupuestos del Estado más duros de este siglo mantienen algunas apuestas para estas autonomías con expectativas, donde el aparato del PP y sus barones regionales aspiran a mantener o ampliar sus cuotas de poder. El suyo es un pecado ya conocido, un vicio popular por tanto. Lo practicó antes de las elecciones andaluzas, aunque en vano, a la vista de los resultados, con la dilación morbosa de la aprobación de los presupuestos del Estado hasta esperar el resultado de las urnas y el cubileteo fracasado con las cifras del déficit ante las autoridades europeas. La panacea ante estos fallos está muy desgastada, pero no importa: la herencia recibida, que se convertirá en mentiras, deslealtades y ocultamientos ajenos si hace falta para maquillar hasta el infinito la intensa cosecha de sus propios incumplimientos, ocultamientos y evasivas. Cualquier cosa antes de ceder a la debilidad del consenso y de los pactos, y más con esta mayoría absoluta que le aplastará como una losa y nos aplastará a todos. La oposición a la oposición ya sirve ahora, pero servirá todavía más en el futuro cuando todo siga escalando a peor, y será pieza central para acabar la legislatura en forma. En el plazo más largo, jugará a debilitar a la oposición y a fomentar las divisiones. Le convendrá mantener a Rubalcaba, pero siempre bajo mínimos. Algo de alimentación asistida para que pueda sobrevivirse y desalentar alternativas serias pero a la vez el máximo cuidado para mantenerle a raya y evitar que se crezca. Es su única baza. Terminará la legislatura con unas cifras de paro notablemente mayores que las que encontró en noviembre. Sus previsiones de crecimiento tan débiles, del 1?8 por ciento en 2015, nada positivo nos dicen sobre la creación de puestos de trabajo. Llegará al final de su mandato exhausto y resoplando de fastidio, como ya se le ve hacer ahora, de forma que el PP lo confiará todo al PSOE: es decir a su presumible incapacidad para actuar como alternativa. Exactamente la medicina que le aplicó Zapatero en su día: dividir a la oposición, controlar el oxígeno que llega a su líder. Con la diferencia del ritmo. Todo lo que le pasó a Zapatero al final, le ha pasado a Rajoy ya al principio, a los cien días. No le gusta lo que hace; tampoco a Zapatero: si alguien espera pedagogía y convicción de este tipo de gobernantes puede darse por vencido antes de empezar la partida. Rajoy ha incumplido en cien días un buen puñado de sus promesas electorales; Zapatero le abrió el camino en los incumplimientos e incluso en la inversión de sus promesas y programa en el atropellado y dramático final de su presidencia: alérgicos a la verdad, solo saben ser auténticos en su administración del dolor, que señalan e incluso subrayan con su franqueza. Reconozcamos que ambos lo hacen sin delectación alguna: los sarcasmos y las sonrisas sádicas quedan para Cristóbal Montoro cuando exhibe su voracidad interventora. Zapatero era un relato excesivo, quebrado por la realidad que se le fue por otro lado. Rajoy es todo realidad sin relato, en el sigilo galaico de la escalera. Pide silencio incluso a la oposición, a la que pagamos para que hable, y a la calle, donde la protesta cívica, pacífica y democrática, es ingrediente imprescindible de una sociedad viva y dinámica. La fatalidad del rigor sustituye así a la palabra y a la política, secuestradas ambas por la afasia gubernamental, que no sabe ni quiere explicar y comunicar a los ciudadanos, dar un poco de sentido y de dirección al giro más tajante y dramático en políticas sociales, laborales y presupuestarias de los últimos 30 años.



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2 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El tirón

Ruptura con el Partido Popular. Remodelación del Gobierno con entrada de consejeros de Esquerra Republicana. Discurso solemne del presidente para certificar que Cataluña entra en una nueva etapa histórica. Confirmación parlamentaria de una nueva mayoría soberanista, dispuesta a exigir el pacto fiscal en la línea del concierto. Consulta popular para obtener el apoyo plebiscitario a la reivindicación económica catalana. Y, finalmente, elecciones anticipadas, quizás a principios de 2013, en las que el objetivo de la independencia se somete a las urnas para incorporarse en el plan de acción del Gobierno en caso de victoria. ¿Es esta la hoja de ruta? ¿Consiste en esto el pla de l?estrebada, el plan del tirón hacia adelante del que habló el portavoz del Gobierno, Francesc Homs, la pasada semana?

Hay quienes trabajan para salir de la crisis. Pero más fácil todavía es trabajar para sacar provecho de la crisis. Recordemos el dicho popular: no hay que dejar pasar la oportunidad de una gran crisis. La divulgó el alcalde de Chicago, Rahm Emmanuel, hace cuatro años, cuando empezó todo esto y era jefe de gabinete de Barack Obama. Sarkozy quería reformar el capitalismo. La salida de la crisis iba a ser verde. Zapatero todavía soñaba que no pagaran los platos rotos los de siempre. Las crisis quitan poder a unos y se lo dan a otros. Estructuras y sectores productivos enteros quedan desposeídos y obsoletos. Emergen nuevos negocios y poderes que saben convertir estas circunstancias tan difíciles en su oportunidad. Quienes no tienen poder alguno suelen ser los más perjudicados, pero quienes lo tienen todo también pueden verse impugnados y superados por el tirón de los emergentes. Pierden los que han sido muy conservadores y sufren los que nada tienen, porque las crisis son también momentos crueles e insolidarios. En la crisis hay quien practican la técnica del tirón: la fuga inesperada hacia adelante, ante la que nadie es capaz de oponerse. Una crisis permite resolver por decreto arduos problemas empantanados durante años. La tentación es enorme. Las mayores reformas se acometen sin incluirlas en los programas electorales, sobre todo si se cuenta con una mayoría absoluta tan mecánica como una sierra motorizada. El servicio universal de la salud, el modelo de televisión pública y el marco de relaciones laborales ya han pasado por el aserradero. A Esperanza Aguirre le gustaría meter la motosierra sobre el Estado autonómico. Cristóbal Montoro amenaza con intervenir a las comunidades autónomas, algo insólito en la historia constitucional española, a cuenta del cumplimiento de las obligaciones de déficit impuestas por su Gobierno. Hay que ir con mucho cuidado con la técnica del tirón. Para aprovechar la crisis no basta con tener ocurrencias geniales. Es fácil confundir la exhibición de la propia osadía con el buen cálculo político. Si se cumplen los pronósticos y Nicolas Sarkozy sale derrotado de la elección presidencial francesa, a pesar de la ventaja enorme con que siempre cuenta el titular de la presidencia y del perfil difuminado de su adversario, François Hollande, habrá quedado demostrado que, al menos en Europa, la crisis pasa factura a todos, con independencia del color político. Deberán tomar nota quienes se sienten tentados por la maniobra táctica de las elecciones anticipadas. Los peores errores son los estratégicos. El tirón que propone el portavoz del Gobierno catalán no parece circunstancial. Responde a la certeza de la oportunidad, pero pretende resolver un problema histórico. Justo en el momento en que arrea más fuerte la mayor crisis desde 1929, cuando se pierden puestos de trabajo a chorro, millares de familias quedan fuera del paraguas protector del Estado y la pobreza y la precariedad penetran incluso en las clases medias. Puede que el plan del tirón sea solo un mero gesto estridente en una negociación a cara de perro con el socio y aliado que asegura la mayoría parlamentaria y a la vez el dinero líquido para el funcionamiento de la Administración autonómica. Cuando Francesc Homs amenaza con el pla de l?estrebada, aclara que se hará ?sin violentar la legalidad, que tiene mala prensa?. Menos mal. En una crisis hay algo peor que ser irrelevante, y es equivocarse por no saberlo.



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1 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Presidentes taumaturgos

Los reyes medievales curaban las escrófulas de sus súbditos con una imposición de manos. La soberanía conferida por Dios no incluía tan solo el derecho a cobrar diezmos e impuestos, reclutar soldados o declarar cruzadas, sino que abarcaba poderes milagreros, que les resguardaban a ellos mismos de los ataques de las fieras salvajes. Una reminiscencia de aquellas dotes taumatúrgicas permanece todavía en nuestra época secularizada, en la que el único milagro monárquico es que la añeja institución todavía se sostenga en pie en unos pocos países.

Ahora son algunos presidentes surgidos del sufragio universal los que intentan apoderarse de los perdidos rituales curativos con las escrófulas de nuestro tiempo. Las recetas y programas de los partidos políticos clásicos han perdido todo impulso y capacidad de diferenciación. Las políticas vienen dictadas por las instituciones internacionales y por los intereses de los inversionistas que una deidad llamada mercado ha sabido personalizar en los atributos de su omnipotencia, su omnisciencia y su omnipresencia. Solo queda margen para la palabra ?que con frecuencia es demagogia populista? y a veces para los poderes paranormales. Respecto a la palabra, es difícil encontrar una fuerza política que renuncie a la demagogia. El populismo tan mal visto en Europa es un instrumento sin color negativo en la política estadounidense, al que todo político recurre en un momento u otro. En cuanto al milagro, en cambio, es más exclusivo: solo está al alcance de algunos. En Europa, por ejemplo, donde la derecha campa a sus anchas sobre la crisis de una izquierda que ya no se reconoce ni a sí misma, el argumento de los poderes curativos ante la crisis económica ha sido utilizado como argumento central de algunos discursos conservadores. La victoria del líder se ha convertido así en un momento mágico para los males económicos, las cifras de paro, la falta de empleo o el déficit público, conjurados como en una imposición de manos por las urnas, y aun más cuando arrojan una rotunda mayoría absoluta. La llegada o permanencia en el poder de un presidente taumaturgo confiere confianza a los mercados, rebaja la prima de riesgo o incrementa incluso el poder adquisitivo de los ciudadanos. El perdedor, por su parte, queda estigmatizado por gafe o malasombra, derivación lógica de sus ideas progresistas. Los milagros terminan exigiendo la comprobación empírica, sobre todo en esta época tan materialista. Así es como ahora estamos al cabo de la calle; en España después de los cien días de Rajoy y en Francia de cinco años de Sarkozy. Su carisma no ha bastado para sanar la economía. Sabemos lo que valen los presidentes taumaturgos. Ni unos eran gafes ni los que han venido a sustituirles tenían poderes. Todos tropiezan por igual. Tras la etapa sobrenatural, siempre regresa el mundo real, la política.



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30 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Derecha extrema

La derecha extrema no es la extrema derecha. Al menos todavía. La primera es la radicalización, desacomplejada y populista, y esperemos que circunstancial, de la derecha de siempre; mientras que la segunda anida y vive en el cabo del fin del mundo ideológico, aunque en algunos casos, como ahora en Francia, intente salir de su soledad y apoderarse del espacio conservador entero. Puede que Nicolas Sarkozy haya cruzado la línea roja que separaba ambos territorios y que Jacques Chirac, su predecesor en el gran partido de la derecha francesa, la Unión para un Movimiento Popular (UMP), y en la presidencia de la República, había trazado y mantenido celosa y enérgicamente desde los años 80, cuando empezó el ascenso electoral del Frente Nacional. Según un editorial de ayer de Le Monde, esto ya ha sucedido, puesto que ha adoptado "el lenguaje, la retórica, y por tanto, las ideas, o mejor dicho, las obsesiones, de la señora Le Pen" y atizado "los miedos de la sociedad francesa en vez de apaciguarlos, como es el caso de la estigmatización de las 'elites', lanzadas como pasto al 'pueblo'; o la denuncia del sistema, sobre el que cabe preguntarse si acaso no es la República de la que él mismo debería ser el garante".

Dentro de pocos días, en la segunda vuelta de la elección presidencial francesa, se comprobará si se ha roto el tabú. Y será a cara o cruz, sin posibilidad de entrar en muchos matices, con la rotundidad de la apuesta arriesgada en la que se ha embarcado Sarkozy con su viaje extremista, puesto que la victoria cada vez más dudosa solo será posible si el 6 de mayo los votantes de Marine Le Pen, magnetizados por sus numerosos guiños y cucamonas, se trasladan en masa a votarle. Hay muchas dudas respecto a la huella que dejará Sarkozy en la historia de la presidencia francesa. Pero, después de los resultados de la primera vuelta, pocas hay respecto a los efectos de su paso sobre la configuración del campo conservador. La levedad de Sarkozy como presidente es tan notable como su carácter transformador en relación a su partido y a la derecha en general: también en ambas cosas hay algo que le aproxima a Zapatero. Es casi seguro que de esta elección presidencial saldrá un nuevo paisaje político, suceda lo que suceda en la segunda vuelta. Si gana Sarkozy, gracias a su viraje hacia el cabo de la derecha, la UMP soltará algo de lastre por el centro y evolucionará hacia un nuevo partido que se habrá apropiado de buena parte del programa y de la cultura política del lepenismo, pero sin las más lacerantes desventajas del Frente Nacional y del apellido Le Pen; es decir, una derecha bien extrema y populista, eurófoba e incluso xenófoba, pero dirigida e incluso moderada por su caudillo conservador. Si gana Hollande, las bandas del Frente Nacional (FN) abandonarán definitivamente su finisterre político y penetrarán en territorio de la derecha clásica, con Marine le Pen, su victorioso condotiero al frente. La transformación será todavía mayor, porque la derrota de Sarkozy dejará descabezada y dividida a la UMP, que fácilmente se fragmentará en todas direcciones. Todo esto no empezará a suceder hasta las elecciones legislativas (10 y 17 de junio) en las que se cosechará en diputados la siembra de los votos recogidos ahora en las dos vueltas presidenciales. El sistema mayoritario a doble vuelta francés no tendrá piedad con la derecha presidencial si sale Sarkozy derrotado, y situará a muchos de sus candidatos en la tesitura de aliarse con el Frente Nacional o entregar la circunscripción a la izquierda. El candidato conservador ha prohibido a los suyos que hablen en público de este momento crucial que serán las legislativas: los quiere concentrados solo en la segunda vuelta. El FN se ocupa de lo contrario. Prepara incluso un cambio de nombre en el que se exprese la vocación mayoritaria de su nueva etapa: Rassemblement Bleu Marine, barajado para una nueva formación que sustraería a la vieja derecha la idea de la asamblea o unión gaullista, el rassemblement, así como el color azul marino que incluye el nombre del nuevo caudillo de la derecha. Y sin las siglas ni el nacional del FN, y menos todavía el apellido de su descarado e impresentable fundador y dirigente, Jean-Marie Le Pen. Marine ha hecho un buen trabajo para diferenciarse de su padre, manteniendo el patrimonio mientras acrecentaba su capital electoral. Y Sarkozy ha contribuido notablemente a allanarle el camino, con su ruptura de los tabúes republicanos y gaullistas, el mayor de todos la prohibición de tratar con la extrema derecha heredera del régimen colaboracionista de Vichy. Si la derecha extrema deriva todavía más hacia la derecha, la extrema derecha se expande para ocupar todo el espacio de su hemisferio político, con la eventualidad de que toda la derecha salga transformada. El desplazamiento y confusión de líneas entre la derecha extrema y la extrema derecha también modificará necesariamente el entero espacio político francés tal como la hemos conocido hasta ahora, aunque con toda seguridad tendrá también consecuencias en el conjunto de Europa.



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26 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La faute de l?Espagne

Sarkozy ya no puede abrir la boca sin hablar de España. Los franceses que han votado a Marine no quieren ser como España. Si él quiere seguir presidiendo la République, es para no convertirse en España. Si gana Hollande, Francia será España. Sarko l?americain se está convirtiendo en Sarko el antiespañol. Curiosa transformación, hay que decirlo, y muy poco francesa. Lo español es ser antifrancés, y lo más genuinamente francés es ser despreciativo y arrogante con lo español, y no antiespañol sino antialemán.

Los repertorios de tópicos históricos, cultivados en el jardín de los prejuicios y de la xenofobia durante años, sino siglos, regresaron invertidos con el triunfo de la transición y la integración europea. Aunque a la derecha española le sigue costando dejar de ser antifrancesa, la derecha francesa se convirtió en encantadoramente hispanófila. No olvidemos que la España de guitarra y pandereta es un invento francés. Fuimos el ?otro? exótico y Sarkozy quiere ahora situarnos de nuevo en la ?otredad? menos exótica y más dolorosa de la Europa del derroche y del desgobierno económico. En sus insistentes invocaciones de España Sarkozy manifiesta hasta qué punto el fantasma de la crisis se está convirtiendo en una pesadilla para un presidente que con sus cinco años en el Elíseo pocas lecciones puede dar respecto a limitación del endeudamiento y recorte del déficit público. Es un rebote de los viejos tópicos antiespañoles, que regresan a dónde solían después de la etapa de enamoramiento. Se produce en forma de conjuro antisocialista: la España en crisis era el socialismo de Zapatero, que era como decir el único socialismo que quedaba en Europa; y ahora hay que impedir que regrese de la mano de Hollande. La crisis c?est la faute de l?Espagne. Yo, por mi parte, no puedo olvidar las buenas relaciones de Sarkozy con Zapatero, y sobre todo los elogios durante su anterior campaña electoral a la política de vivienda española, con promesas de imitación a los estímulos fiscales y a las facilidades bancarias para que los jóvenes compraran en vez de alquilar. Afortunadamente para Francia, nada pudo poner en práctica de aquellas ocurrencias suyas. Y seguro que ahora ha olvidado del todo que fue un embobado admirador de la burbuja inmobiliaria española.



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24 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sarkozy sin sarkozismo

Era el diseño de un vencedor perfecto. Un prototipo que debía superar a todos los modelos anteriores e imponerse por sí solo sobre cualquier otro. La seguridad absoluta; la voluntad de poder desnuda; la acción política en grado máximo, fulgurante, persistente, abrumadora; siempre a punto la amenaza, pero también la adulación asfixiante; el protagonismo claro y exclusivo, sin fusibles ni reparto de méritos, enteros para sí mismo, el soberano; todo muy cerca del príncipe absoluto, coronado directamente por el pueblo. Caprichoso y venal, despreciativo y tiránico con sus colaboradores más íntimos. Pero con las dotes que Bonaparte quería para los elegidos: valiente, audaz, afortunado. Y para colmo, trasparente, sanguíneo y vengativo.

Esta figura no es acomoda al molde solemne que creo De Gaulle y que sus sucesores mantuvieron e incluso profundizaron en sus aristas más presidencialistas. La función de la monarquía presidencial francesa requiere distancia y gravedad, dignidad y respeto; y en todo caso un gran conocimiento y aprecio por la historia, la geografía y la cultura de los hombres y mujeres que le han elevado a tal dignidad, los franceses. Sarkozy tiene muchas virtudes pero ninguna directamente vinculada con esta figura que encarna la soberanía de la República Francesa. Su vida e imagen se corresponden mejor con el mundo de la televisión, el cine y el espectáculo que con el Olimpo político creado con la V República. Por eso, a la hora de ir a las urnas, no se lo han creído ni los suyos. Cuenta su pésima campaña, voluble, contradictoria y caracoleante. Todavía cuenta más su balance, impropio de alguien que venció con la canción del cambio, el estribillo de una Francia fuerte y solo ha dado más de lo mismo e incluso algo menos, inmovilismo francés adornado por el braceo de su agitación constante. Pero el dato definitivo que le ha hurtado la victoria en la primera manga y sitúa a François Hollande a una mano de la presidencia es su incapacidad para identificarse con el estilo y las formas que caracterizan a los primeros magistrados de esta V República tan peculiar y presidencialista. Su sola presencia en el palacio del Elíseo es una inquietante redundancia: presidente acaparador y celoso de su protagonismo en una presidencia presidencialista. Inquieta incluso a sus votantes.  El prototipo, pues, no ha servido para quedar en cabeza en la primera vuelta, ni para limitar la oleada lepenista que el propio Sarkozy se ha encargado de alentar con su viraje hacia la ultraderecha. La segunda manga será ahora mucho más difícil, porque en ella hay que juntar, ressembler, algo difícil cuando todo lo que se tiene, la campaña, el balance y la imagen, es divisivo y polarizador. La dirección más clara es cortejar los votos tan numerosos e inquietantes de Marine Le Pen, pero eso solo se hace alejándose del centro, donde se ganan todas las segundas vueltas. Ressembler quiere decir recoger los votos de los otros después de haberse asegurado un zócalo formidable de votos propios. No es el caso de Sarkozy. Es Hollande quien se halla en esta posición y quien tiene la victoria a su alcance, a menos que medie error o contratiempo político inesperado, factores que la prudencia aconsejan cuidar.



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22 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las pizarras de la discordia

Sin Vaca Muerta no hay disputa. El descubrimiento del yacimiento petrolífero y gasístico que lleva este curioso nombre está en el origen de la expropiación de Repsol-YPF por parte del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Dos cosas han cambiado en Argentina desde que Repsol compró la empresa nacional YPF al Gobierno también peronista de Carlos Menem en 1999: con la reelección de Cristina en octubre de 2011, una nueva generación peronista ha llegado al poder, y con el descubrimiento de Vaca Muerta, anunciado un mes después de su victoria, ha crecido el pastel energético del país sudamericano y también las apetencias para extraerlo y comercializarlo.

El relevo generacional conduce a la creación de nuevos pactos y alianzas empresariales, en buena sintonía con el capitalismo de los amigos que suele ir asociado a las privatizaciones en los países emergentes. Repsol se ha visto expulsada porque pertenece al antiguo testamento, mientras que los jóvenes recién llegados quieren su nueva alianza, en la que fácilmente entrarán actores distintos y extraeuropeos en consonancia con el desplazamiento de poder hacia Oriente que se está produciendo en el mundo.El regreso a viejos métodos nacionalizadores, que quiebran la formalidad de las reglas de juego, no se explica sin la crisis del multilateralismo, que no consigue avanzar en la nueva etapa multipolar y registra una creciente desconfianza de los países emergentes hacia las instituciones internacionales. Pero también se explica por el tamaño del pastel. Mientras los yacimientos convencionales de petróleo y gas han superado los picos productivos y empiezan a declinar e incluso a agotarse, están apareciendo nuevos yacimientos llamados no convencionales que dibujan unos nuevos mapas energéticos, de consecuencias geopolíticas todavía por calcular. Se trata de bolsas de pizarras o esquistos que contienen gas o petróleo, que pueden extraerse mediante tecnologías que separan la ganga mineral del líquido o del gas con valor energético. Estas bolsas no tendrían interés económico sin el incremento de los precios de la energía, gas y petróleo fundamentalmente, y, por supuesto, sin los enormes avances en las técnicas de prospección y extracción. El golpe de mano de La Campora contra una empresa europea y española no es más que un primer episodio escandaloso como veremos muchos en los próximos años, resultado de esta nueva cartografía de la energía que fabricará países emergentes y dotará de instrumentos de poder a Gobiernos hasta ahora desposeídos. Polonia, por ejemplo, siempre temerosa de su dependencia energética de Rusia, tiene los campos de gas de esquisto más grandes de Europa. Las ideas políticas de los expropiadores argentinos son muy viejas, pero el conflicto que plantean es novísimo y muy característico del siglo XXI.



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21 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Con los dedos cruzados

Lápiz y calculadora en mano, Nicolas Sarkozy no puede ganar. Los sondeos lo detectan. Hay pocas dudas entre los analistas. Lo indican las abundantes deserciones entre sus partidarios, ex ministros y secretarios de Estado, dispuestos a votar a Hollande, como sucede con el entorno del anterior presidente de la República, Jacques Chirac. Los nervios y el caracoleo de su campaña también: cuando arrancó era Merkozy, el riguroso centauro político que ofrecía el horizonte de una Francia alemana; pero la termina de nuevo como el oportunista Sarkozy que se desmarca de Merkel y saquea el programa socialista a favor del crecimiento, la creación de empleo y el control del Banco Central Europeo cuya mención se había prohibido a sí mismo en sus paseos playeros con la canciller.

Y sin embargo? La izquierda europea se halla tan escarmentada, su fe es tan desfalleciente, sus expectativas tan escasas, que apenas se escuchan pronósticos a favor de François Hollande fuera de Francia. El acomplejado elector de izquierdas europeo está tan acostumbrado a la derrota y al declive que los vive con resignada placidez. No quiere engañarse una vez más después de tanto desengaño, aunque esta elección parezca cantada. La voluntad de poder de Sarkozy es tan abrumadora, su voracidad tan apabullante, su capacidad de tergiversación tan descarada como para desalentar vanas y prematuras esperanzas. En las cuevas del sado antiprogre siguen pronosticando con obstinación neocon que Sarkozy va a ganar. Por si acaso, los socialistas franceses están realizando un enorme esfuerzo de contención para evitar la erosión en el voto de una euforia prematura. Los indecisos son muchos: un elector de cada dos ha cambiado de intención de voto en la última mitad de año. Crecen los nuevos votantes contractuales, sin fijación ideológica ni amor a sus colores. La campaña está viva, dinamizada por la oferta de los extremos, y además antes hay que pasar a la segunda vuelta. También el interregno entre las dos vueltas, con sus márgenes de imprevisibilidad, conducen a extremar la prudencia. Como lo aconseja el recuerdo del fiasco enorme de 2002, cuando un candidato socialista con un buen balance de gobierno como Lionel Jospin cayó ante Le Pen. Ahora este peligro no existe, pero aquel percance sigue torturando la memoria progresista. Todo conduce a la angustiada izquierda europea a suspender el juicio, aunque los sondeos sean tan claros. Si Hollande y Sarkozy van codo a codo en la primera vuelta, con ligera ventaja del primero en las últimas encuestas, la diferencia es abismal en la segunda, cuando ambos deberán encontrarse frente a frente: el socialista le lleva hasta 16 puntos de diferencia en sus mejores previsiones y seis en las peores. Hollande ha hecho dos cosas. Se ha travestido de François Mitterrand, en sus gestos y en su entonación, como una imagen clónica del único presidente socialista que ha tenido la V República, y ha optado por dejar que la combustión interna termine con Sarkozy. Ante un político divisivo y polarizador, juega la carta de la unidad, del centrismo y de la moderación, juntando las dos campañas de Mitterrand en una sola, según ha explicado Claude Bartolone, su asesor para temas internacionales. En la de 1981 el candidato socialista significaba la alternancia y la llegada de la izquierda al Elíseo y en la de 1988 la unión de los franceses ante el candidato de la gresca, que entonces era Chirac. Sarkozy le ha hecho la campaña a Hollande con su pésimo balance de cinco años de hiperactividad y cambios de rumbo, por lo que ahora este último solo tiene que evitar los errores. Es la misma estrategia de Rajoy con Zapatero, que también le hizo todo el trabajo al candidato del PP. Las similitudes entre Zapatero y Sarkozy van más allá de la anécdota, con independencia de su bien distinto carácter y personalidad y no digamos ya de ideología y programas. Pero el peligro que le acecha a Hollande también es similar al que corroe ahora mismo a Rajoy a toda velocidad: ganará a Sarkozy, pero la crisis le devorará desde el primer día. Sarkozy ha calculado mal los ritmos. Es el error político por excelencia. Puede que tuviera un buen diagnóstico. Puede que los objetivos y el mensaje fueran excelentes. Pero las equivocaciones se producen al sincronizar las estrategias políticas y la realidad: los hechos, los acontecimientos, son lo que más debe temer un Gobierno, según una famosa cita atribuida al premier británico Harold McMillan. Sarkozy calculó mal la velocidad de la crisis, pensó que podría hacer campaña europeísta con Merkel a su lado, dejando a Hollande hundiéndose miserablemente en un mensaje arcaico y antieuropeo, y ahora se encuentra con que se han invertido los papeles y es él mismo quien compite por tomar distancias de Europa en todo, Schengen, papel del Banco Central, aportación al presupuesto, mientras Hollande aparece como el salvador del crecimiento y el empleo europeos, incluso para la derecha española.



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19 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desgobierno argentino

Los nostálgicos estarán satisfechos. Una expropiación, con ocupación inmediata de las instalaciones, expulsión de los representantes del capital, discursos nacionalistas inflamados y manifestaciones de orgullo patrio. Como si fuera una vieja película antiimperialista en blanco y negro. Los parias de la tierra protagonistas de una epopeya de emancipación y recuperación de un viejo expolio colonial. Y en frente, la hinchazón arrogante y herida, la madre patria vejada y amenazante, preparada para devolver el golpe. La expropiación fulgurante de la compañía Repsol-YPF es un pésimo síntoma de una deriva del mundo cada vez más desgobernado. Tiene toda la razón Rajoy y no tienen ninguna sus dos josemanueles (los ministros Soria y García Bargallo): no es un problema estrictamente de España, no hay agresión alguna a la nación española; hay una ruptura de las reglas de juego y de la legalidad internacional; es una quiebra del multilateralismo y una fuente de inseguridad para las transacciones e inversiones globales.

La compañía española va a sufrir, sin duda, y fácilmente puede caer en manos rusas o chinas, mucho menos delicadas: van a ver los peronistas cristinistas lo que es bueno tratar con ellos. También van a sufrir otras compañías extranjeras, españolas o no, con inversiones en Argentina, sometidas ahora a la voracidad de un gobierno que se siente victorioso. Pero quienes van a sufrir sobre todo son Argentina y los argentinos: bajo la cortina de humo de la expropiación gloriosa se esconde el mal estado de su economía y el futuro aciago que le espera a un país sin credibilidad internacional. La decisión del gobierno argentino es un retroceso en el tiempo y en las ideas. Ante las dificultades de la globalización, la alternativa no es el regreso a la utilización de los viejos estados naciones como directos gestores de las grandes empresas y recursos públicos. En este tipo de comportamientos anidan la corrupción y el amiguismo, la financiación de los partidos políticos y la compraventa de voluntades y votos con tanta o más intensidad que en las privatizaciones. Lo curioso del peronismo es que ha hecho los dos caminos para sacar lo mismo: con Menem privatizó, auxiliado por los Kichner, y con Cristina expropia; sin que falte nunca la salpicadura y la derrama. Más curioso todavía es que haya tantos argentinos que traguen la bola de la propiedad nacional. Van a tener menos producción, peor suministro, menos beneficios, pero eso sí ellos serán los propietarios titulares de la compañía, como lo son los venezolanos de sus recursos petroleros. Los auténticos propietarios de YPF a partir de hoy serán Cristina y sus amigos. Que se repartirán el pastel y harán de su capa un sayo mientras estén en el gobierno y luego ya se verá qué hacen quienes les sucedan con los restos de su festín. Que quede claro que los yacimientos de petróleo argentinos deben ser propiedad de los argentinos. Pero eso no significa que las decisiones estratégicas de la compañía se tomen en la Casa Rosada, ni que los beneficios vayan a los bolsillos de los mandatarios. Hay quien está conforme con que sucedan estas cosas con tal de que a esto se le llame nacionalización. Pero lo importante es que se invierta, que se creen puestos de trabajo, que se consiga una producción suficiente para luego garantizar el suministro y, sobre todo, que se actúe como un país fiable y responsable. Si se hacen estas cosas, ¡qué más da que el petróleo lo explote una compañía pública u otra privada, que su propiedad sea del Estado o sea mixta o enteramente de capital extranjero o nacional! Argentina ha roto la regla de juego. Lo ha hecho porque España es ahora débil. Y España es débil, entre otras cosas, porque también lo es Europa. La actuación soberana del gobierno argentino es una avería muy seria en el camino hacia un mundo gobernado. El desgobierno argentino saca provecho del desgobierno del mundo al menos para una temporada. No tardaremos en ver cómo se caen las máscaras que ahora disfrazan a los actores de gordos capitalistas y de pobres proletarios. Y aparecerán entonces los intereses puros y duros del capitalismo más desregulado y sin reglas, mafioso con frecuencia, que ahora mismo tiene su cultivo extensivo en las dos viejas patrias comunistas que fueron China y Rusia.



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18 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Valores que cotizan a la baja

La crisis pega duro. Apenas deja títere con cabeza. Pega duro aquí, pero da provechos allí. Puede que termine afectando al planeta entero: China desacelera en su crecimiento y hay síntomas preocupantes en Brasil. Pero de momento la crisis es nuestra: es nuestra crisis, de pérdida de poder y de riqueza de los europeos y, sobre todo, de algunos europeos. Una de las cosas más sorprendentes es su carácter polimórfico. Es económica, pero va más lejos. Afecta a valores e instituciones, a ideas y sistemas políticos incluso. ¿Modelo productivo? No solo. Los valores que mejor cotizaban en el mercado intangible de la imagen internacional se encuentran ahora entre los que más pierden. La modélica transición española, el Rey demócrata y prudente, la España emergente y europeísta, el motor de la Cataluña autónoma, la Europa modelo de bienestar y de solidaridad, el euro que desafía al dólar, la UE como superación de los Estados nacionales, todo esto cotiza a la baja, junto al Ibex 35, el que más ha caído de todas las Bolsas en 2012.

¿Queda algo en pie? Hasta hace una semana, dentro de los 100 días de gracia, las encuestas todavía salvaban a Rajoy y al PP. Ahora ya se han unido al naufragio, detectado por la encuesta de Metroscopia que publicó este periódico el domingo. Hasta el incombustible Gallardón cae. Todo se cae y nada sube: el desprestigio popular no lleva al repunte socialista. Recordemos que la Monarquía, institución siempre aprobada por los españoles, está desde el pasado octubre entre los malos alumnos. Seguro que los últimos episodios se notarán en su imagen entre los ciudadanos. Nada precisamente ejemplar puede exhibirse de una familia que permite a un niño jugar con armas de fuego y al abuelo Monarca cazar elefantes en la misma semana de todos los horrores hispánicos en los mercados de deuda, en injusticias fiscales y en recortes de sanidad y educación. Cada uno puede hacer su lista, pero se verá rápidamente la fácil correlación que se establece en cuanto a desprestigios. Uno de los pocos valores que parecen escapar, curiosamente, es la ciudad de Barcelona. A pesar de que se halla aquejada de los mismos males que todos ?paro, caída de la actividad, aparición de la pobreza extrema en sus calles?, sus arcas municipales, a diferencia de Madrid, no tienen los niveles de endeudamiento que corresponden al país casi quebrado que es hoy España. Tampoco el Consistorio barcelonés se ha visto obligado a acogerse al plan arbitrado por el Gobierno para pagar las deudas a proveedores, que en el caso de Madrid suben a 1.000 millones. Barcelona sigue siendo la ciudad de moda, atractiva y brillante para millones de personas en todo el mundo, y referencia para artistas, urbanistas y sociólogos. Poco influyen en su prestigio los recurrentes ataques de pánico que aquejan a su clase dirigente cuando se producen unos episódicos desórdenes públicos que la colocan en las primeras páginas de la prensa. Esta élite gobernante, perfectamente cosmopolita y conocedora de la conflictividad de las grandes urbes en todo el mundo, sobre todo en momentos de depresión económica, suele enroscarse en cada algarada local en sus reflejos más familiares, que convocan y amplifican los peores fantasmas de nuestra historia ?Semana Trágica, pistolerismo, anarquismo, Guerra Civil?, sin darse cuenta de su contribución al deterioro de la imagen de la misma ciudad a la que pretenden defender de las hordas desatadas. Más curioso todavía es que esta clase dirigente busque el nuevo modelo productivo que nos sacará de la crisis producida por el capitalismo de casino en el descaro de una directa apuesta por los casinos. Es cierto que un proyecto como el que ofrece Sheldon Adelson a los constructores españoles, catalanes incluidos, sea en Madrid sea en Barcelona, creará millares de puestos de trabajo durante su construcción y luego cuando el complejo funcione. También que algunas salpicaduras caerán sobre quienes les hayan favorecido, incluidos probablemente unos partidos políticos ahora muy necesitados de líquido para no verse arrastrados en su tren de vida al triste destino de la mayoría de los ciudadanos. Pero ni eso es un modelo productivo ni es, sobre todo, un modelo de ciudad para ofrecer a Barcelona.



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17 de abril de 2012
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El Boomeran(g)
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