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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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El gran Sarko no tirará la toalla

¡Cómo le cuesta retenerse a Sarkozy!. Lo suyo es el ataque, el reproche, la polémica, la construcción de un enemigo nítido -un maniqueo- al que darle hasta el carné de identidad. Incluso cuando quiere mostrarse moderado y conciliador, sus instintos letales terminan colándose en sus palabras. Así fue el martes el Estrasburgo, ante el Parlamento Europeo, donde despidió su semestre de presidencia francesa del Consejo de la UE con sombrerazos y reverencias versallescas, la ración de autocomplacencia con que perfuma su ego y unas pocas puyas que ni sus escribanos ni su lengua acerada pudieron evitar. El resultado fue espléndido y agradecido por los parlamentarios, sobre todo en relación a otras presidencias aburridas e insulsas. Cabe pensar también que los parlamentarios se sintieron al fin liberados del hiperpresidente y de su incansable activismo y aplaudieron y elogiaron por tanto una actuación brillante pero embarazosa.

Sería totalmente injusto, en todo caso, desconocer los aciertos y las bondades de esta presidencia. Con Sarkozy, Europa ha contado con los reflejos políticos más a punto de Europa. El presidente francés es un ávido acaparador de reacciones ante los más mínimos acontecimientos, de forma que Europa y él se han hecho un enorme y valioso favor mutuo: la primera le ha dado una nutrida agenda con la que saciar su voracidad y ordenar su presidencia, en vez de andar revoloteando en busca de entuertos que resolver; el presidente le ha entregado a la UE su febril activismo, de forma que ha podido encarar dos crisis bien serias, la guerra de Georgia y la crisis financiera con un jefe de bomberos de guardia de primer orden.

De su programa inicial poco hay que decir, porque incluso en sus logros ha quedado aguado. En algunos casos, afortunadamente: es el caso de la Unión para el Mediterráneo, con la que pretendía puentear y excluir a Alemania y a los países del norte y del centro de Europa, cerrar el paso al ingreso de Turquía en la UE, quitar protagonismo a España, anular el Proceso de Barcelona y situar a Francia en el centro de una organización alternativa a la UE, todo con los dineros de esta última y por tanto de los 27. El resultado final, debidamente aguado, fue aceptable para todos y sólo cabe esperar y ver que va a hacer Sarkozy con ella ahora, cuando ya no tendrá la presidencia de la UE. Dada la ambición y la audacia del personaje, cabe sospechar que la Unión para el Mediterráneo puede servir en sus manos, junto al G-8 y el G-20, para prolongar los efectos y las intervenciones públicas como presidente in pectore de Europa.

Lo más destacable, en todo caso, es el aire paleogaullista que Sarkozy ha introducido con su presidencia. Hay una especie de reticencia permanente frente a la Unión Europea, hasta el punto de que apenas utiliza esta expresión. Prefiere hablar de Europa, y de sus naciones, que pertenecen al mundo ideológico del gaullismo más genuino. A diferencia de De Gaulle, ningún recelo tiene para la Comisión Europea: le ha limado uñas y dientes y la ha puesto a su servicio. Durao Barroso le hace de secretario. Pero es la Europa de las decisiones tomadas por unanimidad. La iniciativa es de los jefes de Estado y de Gobierno: las naciones, qué caramba.

Una Europa intergubernamental, en la que corten el bacalao los cuatro más grandes, es la idea que lleva Sarkozy en la cabeza. Sabe que es la mejor posición para Francia: con una Alemania ensimismada, sin asiento permanente ni derecho de veto en el Consejo de Seguridad, sin arma nuclear; una España sin tradición ni auténtica vocación de liderazgo europeo; sólo le queda la euroescéptica y atlántica Gran Bretaña, que le va como anillo al dedo para sus planes. De ahí que no le importe echar más agua todavía al Tratado de Lisboa: le ofrece a Irlanda un comisario por país, sabiendo que constituye un grado más en la disolución de la Comisión y en su instrumentalización por los Gobiernos.

Las reuniones de urgencia para enfrentar la crisis se han guiado por un esquema de este tipo, que margina las instituciones europeas y crea una arquitectura ad hoc, adaptada a las necesidades y ambiciones francesas. Sarkozy ha utilizado la presidencia semestral francesa de la UE para erigirse en el líder europeo del G8 y a continuación del G20, repartiendo incluso boletos de admisión para la reunión de Washington el 15 de noviembre. Ni el eurogrupo ni la Comisión ni el propio Consejo, el órgano que da sentido a la presidencia, han jugado el papel que debían jugar.

Hay que reconocer la originalidad y la astucia de este juego que diluye las instituciones y el propio concepto de Unión Europea y convierte al presidente de Francia en el presidente de Europa. L'Europe c'est moi. Cuando habla de que Europa hace o dice tal o cual cosa, todos entienden muy bien que se trata de sí mismo. El presidente, que encarna a Francia, se ha lanzado ahora a encarnar Europa, y a partir del primero de enero, cuando termina la presidencia le costará soltar esa presa simbólica. En vez de poner las instituciones, en este caso europeas, al servicio de las personas, Sarkozy las pone al servicio de las personalidades y, sobre todo, de su personalidad. La cosecha al final de la presidencia no ha podido ser mejor. Para Francia y para el soberanismo francés que se niega a diluirse en la Unión Europea y quiere conservar la excepción francesa en todos los campos.

Queda por ver, en todo caso, el camino que seguirá el gran Sarko para seguir exhibiéndose como presidente de Europa sin serlo. Lo que es seguro  es que el 1 de enero, cuando empieza la presidencia checa, no tirará la toalla.

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19 de diciembre de 2008
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La gatomaquia del siglo XXI

Hace 30 años China imitó a Occidente. Con un éxito fuera de toda medida. Ahora es Occidente quien imita a China. De nuevo más Estado, economías intervenidas, obra pública a todo pasto y jornadas continuas para las impresoras de papel moneda. La única ideología es la práctica, como quería el pequeño timonel, aquel inteligente y astuto Deng Xiaoping que sedujo a Felipe González con una frase que se hizo célebre: "Qué más da que el gato sea negro o blanco, lo importante es que cace ratones". Y a estas ideas salidas del crisol maoísta se atienen ahora los rectores de las economías mundiales.

Tres décadas han pasado desde el momento crucial en que se produjo el pistoletazo de salida para la ascensión china. Fue en el Tercer Pleno del undécimo Comité Central del Partido Comunista. Más burocrático e intrincado, imposible. Deng impuso allí las reformas que condujeron a la desaparición del colectivismo agrario. Y poco después, a la apertura de las cuatro zonas especiales donde se experimentó el capitalismo a escala y al pleno restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. El éxito fue descomunal y en 1984 ya eran 14 las zonas económicas especiales. Quedaba así abierto el camino que conduciría a la integración de Hong Kong, bajo el lema de "un país, dos sistemas". Diez años antes de la caída del Muro de Berlín el capitalismo crecía a toda velocidad en China, aunque pronto -aquel mismo 1989 crucial- pudo comprobarse, con los sangrientos hechos de la plaza de Tiananmen, que libertad económica y libertad política no irían a la par e incluso que en la síntesis de socialismo y capitalismo iba a amalgamarse lo peor de ambos sistemas.

Este largo ciclo de 30 años se corresponde poco más o menos con la era de Reagan, la larga época conservadora en la que el mercado se consagró como el dios central de nuestras sociedades y se quiso limitar el papel del Estado al de guardián de la seguridad y el orden público y último resorte del sistema económico. Estas tres décadas han llevado a Estados Unidos a la culminación de su marcha ascendente como superpotencia durante todo el siglo XX. Venció a la Unión Soviética, hasta su liquidación, en la competición ideológica, económica y militar de la guerra fría. Consiguió convertirse en superpotencia única e imprescindible, capaz de arbitrar en todos los conflictos y modelar un nuevo orden mundial. Para terminar desbordando, cegada por los dioses como quiere el proverbio, los límites de la razón y de sus razones a la hora de imponer su voluntad en el mundo, consiguiendo así como resultado que todas las energías desplegadas se revolvieran en su contra. Hasta ahora mismo, en que los responsables de esta cabalgada de soberbia se han visto obligados a replegarse en el mismo pragmatismo de aquellos chinos astutos de 1979: "Gato negro, gato blanco...".

China ha sido desde entonces un alumno aventajado. Con la crisis financiera también. Está haciendo sus deberes, tanto o más que los estadounidenses y los europeos para estimular el consumo interno con un vasto plan de obra pública y una reducción de impuestos a las empresas. El éxito chino ha sido hasta ahora la cara oculta de la economía estadounidense. El ahorro, esos tres billones de dólares de deuda en manos chinas, es el que ha venido financiando el déficit de Washington. La mano de obra barata, la que ha permitido el consumo y el crecimiento. Hasta tal punto se superponen las dos revoluciones, la de Reagan y la de Deng, que una sin otra no hubieran funcionado. La globalización es la reaganomics más el pensamiento-Deng Xiaoping.

El politólogo Niall Ferguson, que ha puesto en circulación el término Chimérica para expresar la intensidad de esta simbiosis, considera que se trata de la relación indispensable para el siglo XXI. Con un 13% del territorio mundial, una cuarta parte de la población, una tercera parte del PIB planetario y la mitad del crecimiento de todo el mundo, esta doble y colosal nación transpacífica es el ingenio central que mueve la economía global, asentada sobre dos patas, el ahorro de la mitad asiática y el consumo de la mitad estadounidense. ¿Seguirá funcionando la simbiosis en el momento en que la era de Reagan toca a su fin?

La segunda mitad del siglo XX, hasta entrados los años noventa, giró alrededor de la relación transatlántica entre Estados Unidos y Europa, forjada en la guerra fría. Quizás seguirá sirviendo como referencia para los valores democráticos, tan vapuleados por unos y otros. Pero no para la estabilidad y para la prosperidad económica. Pero, a la vez, son muchas las dudas sobre la capacidad china para aguantar el tirón de la crisis en plena acumulación de tensiones sociales, peligros medioambientales, desequilibrios regionales, corrupción de funcionarios y empresarios, delincuencia y fraudes masivos, ausencia de Estado de bienestar, o disidencias dentro de la cúpula dirigente. La economía china está en plena desaceleración. Queda ya claro que está seriamente afectada y ahora sólo resta por ver hasta dónde llegan los daños, algo que sólo determinarán la profundidad y la duración de la crisis. Por debajo del 8% de crecimiento China destruye puestos de trabajo, devuelve a la gente al campo y parpadean en rojo todas las alarmas sociales y políticas.

"Enriquecerse es glorioso" fue otra de las consignas del pequeño timonel, el comunista que emprendió la vía capitalista. El misterio de esta historia es saber qué hacen los gatos cuando no hay ratones.

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18 de diciembre de 2008
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Un capítulo canino

Sólo le quedan los reflejos, el perro y el humor. Sabíamos que era un buen deportista, siempre en buena forma y acostumbrado al juego y a la competición. Lo ha demostrado en su despedida de Bagdad, donde ha exhibido su capacidad para esquivar proyectiles y luego su buen carácter al aceptar la humillación sin más problema. Es una de las ventajas que da la buena crianza y la fortuna asegurada de por vida. Le permite enfrentar el momento más difícil de su carrera política y quizás de su biografía, esas semanas finales amargas y en tantos aspectos humillantes, como si no fueran con él, al igual que haría un espectador exterior y divertido de su propia vida.

/upload/fotos/blogs_entradas/barney_en_el_momento_del_mordisco_med.jpgEl capítulo canino ha suscitado muchos chistes. Cuando empezó el declive y le abandonaban los consejeros y asesores a puñados se rió de sí mismo evocando el momento en que sólo le quedaría a Barney en la Casa Blanca. Barney es su primer perro presidencial, un fox terrier negro. Entre sus hazañas más celebradas se cuenta el mordisco con que regaló hace bien poco a un periodista, esos seres tan hostiles a su dueño. Es muy improbable que el príncipe de los perros americanos haya recibido un zapatazo con ocasión de una travesura o de un mordisco, como suele ocurrirles a los perros plebeyos. O a su propio dueño, George, este pasado fin de semana, así premiado por su mal comportamiento con los árabes.

Barney tiene un especial protagonismo estos días, en los mensajes navideños del presidente saliente, que ha encargado incluso el rodaje de un corto con toda la familia y los perros para felicitar las fiestas a los norteamericanos. Miss Beazley, una perra de la misma raza, es la otra protagonista que suscita la atención de la familia Bush en sus últimos días en la Casa Blanca. Algunos de los comentaristas que siguen al presidente han subrayado el contraste entre el uso de las nuevas tecnologías por parte de Bush, con los perritos como estrellas, y el que está haciendo Obama, con sus experimentos de participación política: pinchar aquí y aquí para ver dos ejemplos de esto último.

El desvanecimiento político de Bush es muy peculiar, porque se difumina sin abandonar el primer plano de la actualidad. Está en la fase de la presidencia borrosa, como aquel personaje de Woody Allen. Probablemente lo que está pasando es que a medida que el poder le abandona va quedando también desnuda su personalidad trivial e intrascendente. El auténtico Bush es éste, el que sabe evitar los zapatazos en Bagdad y sigue imperturbable su rueda de prensa o hace chistes y felicitaciones navideñas con su perro. Impasible ante el rosario de derrotas que ha sufrido. Encajando todavía un puñado de reveses más en los últimos días en funciones: esos informes desfavorables que siguen denunciando nuevas mentiras y manipulaciones, ya sea acerca de la autorización de la tortura ya sea respecto a la situación real en Irak.

Quizás hay que compadecer a ese Dubya estoico y solitario. Nadie le hace caso. Ni siquiera sus partidarios. Sus discursos caen en el vacío o producen los efectos contrarios: cuando quiere reanimar la bolsa la hunde todavía más; cuando quiere que el Congreso apruebe un plan de rescate para la crisis del automóvil de Detroit son sus propios congresistas republicanos los que votan en contra. Nada que no le haya ocurrido antes: toda su presidencia ha sido así. Y por eso se abraza, como borracho a la farola, a quienes debieran estarle agradecido para mendigar un poco de afecto y de reconocimiento en estos últimos días.

Pero su capacidad para producir imágenes y anécdotas es muy seria. Esos abrazos y esas efusiones sentimentales con que se prodiga en su despedida, sea en Irak o sea en Afganistán, tienen una gran capacidad de impacto en los medios de comunicación, aunque actúen en el vacío de su presidencia ahora inane, sobre todo porque afortunadamente ha dejado de producir efectos devastadores. Contando además con Obama, que está ya en marcha, en todos los terrenos, escándalo incluido.

Si acaso, la fábrica de imágenes y mensajes mentirosos se le ha vuelto ahora en contra al presidente saliente. Y el zapatazo es la mejor prueba: Bush ha fabricado por pasiva el símbolo final para clausurar sus ocho años nefastos. El zapato árabe es la señal de su derrota en Irak y en el mundo, y la marca que obligará más que nunca a Barack Obama a pasar página e inaugurar un tiempo nuevo. Como si fuera una espina clavada, la primera tarea del nuevo presidente será sacarse de encima el zapatazo con que ha sido despedido su predecesor.

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17 de diciembre de 2008
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La América de Obama, y 4

UNA CAMPAÑA TRIUNFAL

La campaña de Obama ha sido casi perfecta, muy bien dirigida, mejor financiada, y sin cambios de rumbo ni de equipos, nulas filtraciones y con una permanente exhibición de autocontrol por parte del candidato. Pero ha podido sembrar sobre un terreno bien abonado, en el que ya se habían producido modificaciones sustanciales. El Pew Research Center ha detectado una caída en la identificación del electorado como republicano desde 2004 hasta ahora en cinco puntos. Tiene que ver, de una parte, con el cambio demográfico y generacional que ya hemos visto; pero de la otra, sin duda, con la enorme sensación de decepción con la gestión de Bush, que se extendió a todos los segmentos electorales y penetró en el republicanismo a partir de la catástrofe del Katrina en 2005, cuando la Administración hizo una auténtica exhibición de ineptitud e insensibilidad ante los sufrimientos y los problemas de la población afectada. Las elecciones de mitad de mandato de 2006, en las que el Partido Republicano se queda sin mayoría en las dos cámaras, corroboraron la idea de que estaba empezando un fuerte cambio de tendencia.

En el momento de la elección de Obama, un 39% del electorado se ha identificado como demócrata, frente a un 32% como republicano, situación abiertamente más favorable que la de Al Gore en 2000 (39 demócrata frente a 35 republicano) o Kerry en 2004 (empate a 37). El voto de quienes se identifican como independientes o swing voters, un 21% a finales de agosto según Gallup, es decisivo en toda elección y pesa de forma muy decisiva en la estrategia de campaña. En la de 2008 hay que tener en cuenta que mientras McCain se dedicó a emitir en una longitud de onda que renovara las seguridades del electorado más conservador, Obama desplazó su mensaje hacia el centro y hacia la moderación. El resultado es que Obama ha obtenido más votos de esta franja electoral (52%) que John Kerry en 2004 (49%).

La campaña de Obama ha introducido un elemento poco usual en la política norteamericana, como son los grandes mítines masivos en los que se han reunido decenas de millares de jóvenes. McCain, como contraste, ha utilizado el formato de los town-hall meeting, en salas municipales y pabellones de deportes de los pueblos, para realizar reuniones con decenas o como máximo algún centenar de seguidores. Los primeros tienen mucho de espectáculo y los segundos, en cambio, se asemejan a una asamblea participativa, en la que siempre se pueden producir unas pocas preguntas del público al candidato. La celebración de la victoria electoral se expresó también en las calles de las principales ciudades, en forma de manifestaciones de alegría semejantes a las que acompañan a los éxitos deportivos. El profesor de origen árabe Fouad Ajami ha querido interpretar la reaparición de las masas en la campaña de Obama en términos de comportamientos cercanos al Tercer Mundo, donde los dirigentes políticos necesitan a las multitudes y hay una idolatría del líder (The Wall Street Journal, 30 octubre 2008).

El factor de movilización electoral ha sido fruto sin duda de la figura de Obama y de su pegada entre los jóvenes en general. La movilización republicana suscitada en septiembre después de la Convención, en cambio, fue el efecto bastante efímero de la nominación de Sarah Palin para la vicepresidencia y afectó a la militancia republicana, no a votantes nuevos o indecisos. La de Obama, además, viene de muy atrás, del propio lanzamiento de su candidatura, y ha ido creciendo regularmente desde entonces, atravesando las primarias, en una campaña a la vez muy profesional y muy militante que ha movilizado a más de diez millones de personas, cuyos nombres y direcciones se han incorporado a las listas del equipo que la ha dirigido.

El contacto directo con los electores ha sido una de las claves de la campaña. Las colectas a través de Internet, con aportaciones inferiores a 20 euros, han conseguido un efecto movilizador y unos niveles de recaudación equivalentes en su conjunto a todo lo que ha conseguido McCain, pero significan sólo la mitad de lo recaudado. El gasto global en la campaña ha llegado al récord de los mil millones de dólares (one billion campaign), de los que a grandes trazos dos terceras partes son de la campaña de Obama y el tercio restante, la mitad por tanto, de McCain. Obama tuvo el acierto de renunciar a la financiación pública, que ponía techo al coste de la campaña, para aprovechar el enorme impulso de las donaciones por Internet, aún a costa de desmentir sus propias promesas de acogerse exclusivamente a la que le proporciona por ley el erarrio del Estado. La excusa formal fue poder superar las campañas de propaganda negativa organizadas por entidades ajenas al candidato que no contabilizan en las cuentas. Una campaña de este tipo fue demoledora y decisiva contra Kerry en 2004. La realidad es que este quiebro permitió al candidato demócrata desbordar a McCain en publicidad en todos los Estados (en algunos casos en una proporción de seis a uno), instalar oficinas en las zonas más hostiles para estimular el registro en el censo y la participación, y terminar la campaña con la compra de media hora de prime time en las grandes cadenas, incluida la conservadora Fox, para pasar un filme publicitario y enlazar en un directo con uno de los últimos mítines.

Según un sondeo poselectoral realizado por Democracy Corps. Carville and Greenberg, la campaña de Obama ha llegado a siete cada diez votantes, mientras que la de McCain sólo la han percibido 4'4 de cada diez. De cada cien votantes, 18 pudieron hablar con voluntarios de la campaña de Obama que acudieron a sus casas a pedirles el voto, mientras que sólo cinco tuvieron la oportunidad de escuchar a los de McCain. Por teléfono fueron 35 de cada cien los votantes que recibieron llamadas de la campaña de Obama, frente a 27 que lo hicieron de McCain. Y sólo en cuanto a propaganda impresa McCain se acerca a las cifras de Obama, pues son 38 sobre cien quienes dicen haber recibido de este último frente a 37% de su rival republicano.

Cuando nos referimos a las nuevas tecnologías, la diferencia es también notable. Catorce de cada 100 electores recibieron sms de Obama en sus teléfonos móviles frente a cinco de McCain . En cuanto a e mails, la diferencia es de 25% a 14%. Si se trata de portales de Internet, 29 de cada cien visitaron los de Obama y 14 de cada cien los de McCain. Finalmente, vieron spots electorales sobre el ordenador 29 de cada cien para Obama y 12 para McCain. Uno de ellos, producido por el cantante will.i.am, bajo el título de Yes we can y con participación de actores, cantantes y deportistas se convirtió en el fetiche comunicativo de la campaña y en un excepcional medio de propaganda electoral.

¿REALINEAMIENTO DEMÓCRATA?

Los avances de Obama en las distintas franjas de edad, zonas geográficas y niveles de renta configuran al Partido Demócrata como el reflejo más fiel de lo que son Estados Unidos actualmente y sobre todo de lo que serán en el futuro. Lo prueban la diversidad racial y de origen de su electorado; el impacto sobre el electorado femenino, la juventud, las clases suburbanas y los votantes independientes; la inclusión a la vez de quienes poseen las rentas más bajas y las más altas; y la penetración demócrata en regiones que parecían asentadas en el voto republicano después del paso de Bush.

Los comentaristas conservadores han seguido insistiendo en el carácter coyuntural de estos resultados, fruto del pésimo balance de Bush y de la crisis financiera, y apuestan por una caracterización inmutable de Estados Unidos como nación conservadora, de centro-derecha. Pero la hipótesis contraria es la que ahora se abre paso y la que habrá que poner a prueba en futuras confrontaciones. A la vista de los resultados habrá que aceptar provisionalmente las dudas sobre la continuidad en las tendencias hasta ahora asentadas y no habrá que descartar, por tanto, que esta elección signifique un quiebro ideológico y la consolidación a medio plazo de una hegemonía de valores de centro izquierda.

Los politólogos norteamericanos han elaborado una teoría sobre el cambio de hegemonía de los dos grandes partidos, bajo el nombre de realineamiento electoral, cuya aplicación a esta elección es ahora objeto de debate. Se entiende que un realineamiento, fruto de una elección presidencial y de sus consecuencias en el cambio de composición de todas las instituciones, abre un largo período de hegemonía y se puede identificar prácticamente con una era política. Se acepta por lo demás comúnmente que ha habido tres grandes realineamientos en la historia americana. El primero se produjo con la victoria de Lincoln y la Guerra Civil, y la apertura de un período de 68 años, hasta 1928, en el que el Partido Republicano venció en 14 de las 18 elecciones presidenciales. El segundo se produjo en 1932 con la victoria de Roosevelt y la Gran Depresión y duró hasta 1964: durante esta etapa los demócratas vencieron en siete de las nueve elecciones presidenciales. El último se produjo con la victoria de Nixon y la guerra de Vietnam, se consolidó con Reagan y dio pie a ocho victorias presidenciales republicanas sobre 11 contiendas.

La actual coincidencia de una crisis que suscita analogías con la de 1929 y de una presidencia belicista como la Bush con dos guerras abiertas da pábulo a la vigencia de la teoría del realineamiento. También corrobora esta hipótesis el agotamiento de los valores e ideas republicanos, la ruptura de la coalición en que se ha venido sustentando el republicanismo en la última etapa (republicanos pragmáticos de los negocios, derecha cristiana, halcones de la guerra fría y demócratas de Reagan) y la falta de líderes creíbles. Es cierto que el 4 de noviembre no ha habido un corrimiento espectacular hacia los demócratas, pero los avances son muy sustanciales y relevantes.

En todo caso, Obama ha situado al Partido Demócrata muy cerca del realineamiento, aunque quizás un peldaño por debajo. No se puede descartar que se produzca, pero todavía no ha llegado a producirse: las próximas elecciones de mitad de mandato serán las que lo determinen; y dependerán en gran parte del primer balance de Obama. Son prematuros, por tanto, tanto el pronóstico sobre un realineamiento demócrata del mismo calibre que produjo Roosevelt en 1932 o Reagan en 1980, como la predicción en sentido opuesto, que es lo que hace Rove, resentido todavía por su fiasco de 2006, cuando creyó que podía conseguir precisamente un nuevo período de hegemonía republicana de la mano de Bush y obtuvo exactamente lo contrario.

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16 de diciembre de 2008
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La América de Obama, 3

GENERACIÓN OBAMA

Vista la distribución territorial del voto, veamos ahora como se distribuye en las distintas franjas y grupos de población, según los principales parámetros de edad, raza, nivel económico o habitat. McCain venció entre los votantes de más de 65 años (53% frente a 45% para Obama), los blancos (55% a 43%), los ciudadanos de rentas medias (entre 50.000 y 200.000 dólares) y los habitantes de zonas rurales (53% a 45%). En todos los otros grupos étnicos, edad y habitat venció Obama. En las zonas rurales y entre los mayores de 65 años McCain amplió incluso la última victoria de Bush, que en el caso de estos últimos le dieron un margen más estrecho de 52% a 47%. Fácilmente se puede identificar a McCain con la América del siglo xx y a Obama con la del xxi, ya no tan sólo por su edad y personalidad, sino también por las características de sus electores e incluso por su implantación en regiones económicamente en declive o emergentes.

Si es relevante el comportamiento de los mayores de 65 años a favor de Mc- Cain más lo es todavía el de los menores de 30 a favor de Obama, que le han votado en una proporción del 66 por ciento. El Pew Research Center venía detectando desde las presidenciales de 2004 un cambio de actitud generacional, que se confirmó en las elecciones de mitad de mandato de 2006 y se ha consolidado de forma muy decisiva en estas elecciones. La propia afiliación de los jóvenes a los dos grandes partidos ha evolucionado en el mismo sentido, desde la práctica paridad en 2000 (36 % demócrata, 35% republicano) hasta una diferencia de 19 puntos porcentuales en 2006: 45% están inscritos como demócratas y el 26% lo están como republicanos.

Un análisis más detallado permite observar que la decantación generacional a favor de Obama es muy grande entre los jóvenes negros (95%) y muy importante entre los hispanos (76%), pero sigue siendo relevante entre los jóvenes blancos (54%, diez puntos por encima del voto a McCain). Entre estos últimos se revela decisivo el nivel educativo. Quienes tienen nivel universitario se decantan en una proporción del 55%, frente al 42% por McCain, mientras que quienes no la poseen llegan casi a la paridad (50% a 48%)

EL VOTO DE DIOS

El magnetismo de Obama se ha percibido incluso entre los jóvenes votantes pertenecientes a familias de la derecha cristiana. Los votantes protestantes en general votaron por Obama en un 45%, cinco puntos más que a Kerry. Entre los cristianos renacidos y evangélicos o baptistas, sólo un 24% votó a Obama, tres puntos más que a Kerry, pero en el caso de los menores de 30 años el porcentaje llega al 32%, duplicando a Kerry (16%), algo que también sucede con la siguiente franja de edad, menos de 45 años y mayores de 30, que votan a Obama en un 23%, mientras que a Kerry sólo lo hicieron en un 12%. Hay todos los elementos para identificar una Generación Obama que, según el Pew Research Center, es más diversa en cuanto a identidad racial y étnica y más secular en cuanto a orientación religiosa que las anteriores generaciones políticamente identificadas.

Respecto al reparto del voto según la identificación religiosa, Obama venció entre los votantes católicos (54% frente a 45% McCain), siempre según las encuestas a pie de urna del Pew Research Center, mejorando el resultado de Kerry en siete puntos. Bush venció en 2004 entre estos votantes con un 52%. Destripando el voto católico se comprueba que si se trata de católicos blancos ganó McCain (con 52% frente a 47% para Obama), aunque el demócrata ganó ampliamente entre los católicos hispanos (72%). Obama obtuvo el 94% del voto protestante negro y el 67% de los hispanos protestantes y pertenecientes a otras confesiones cristianas. Y sólo obtuvo, en cambio, el 24% de los blancos evangélicos (frente al 74% para Mccain).

Obama también ha mejorado el comportamiento de los demócratas entre otras minorías religiosas, como los judíos americanos. Entre estos últimos, tradicionalmente demócratas, ha mejorado en relación a Kerry en tres puntos, de 74% a 77%, aunque ha bajado en relación a Al Gore, que obtuvo el 79% en 2000, según el diario israelí Haaretz. Los expertos consideran que las modificaciones del comportamiento electoral según adscripción religiosa no corresponden a un cambio substancial. Lo revelan las cifras más generales sobre comportamiento religioso. Entre quienes asisten semanalmente a los servicios religiosos McCain ha ganado por un 55% frente a 43% para Obama, algo por debajo de Bush, que obtuvo un 61% en 2004 frente al 39% de Kerry. Entre los ciudadanos que no se identifican por su adscripción religiosa Obama ha vencido ampliamente (75% a 23%) y ha aumentado ocho puntos respecto a Kerry en 2004.

VOTO MULTIÉTNICO

Respecto a la identidad étnica, lo relevante de la victoria de Obama es que se debe al voto masivo de la minoría afroamericana y a su fuerte penetración en todas las otras minorías, especialmente la hispana, de peso creciente en el conjunto de Estados Unidos, pero especialmente en algunos Estados. El análisis del voto blanco merece una consideración específica, pues Obama vence sólo entre los menores de 30 años (54% a 44%), los poseedores de título de postgrado (54% a 44%), los habitantes de los Estados del Este (52% a 47%) y los habitantes de las ciudades (51% a 47%), pero pierde en cifras globales (41% a 57%). La identificación de McCain con la América wasp (white, anglosaxon and protestant) tiene un traslado casi directo en el comportamiento electoral y tuvo ya un correlato previo en la muy escasa representación de las minorías en la Convención republicana.

El voto negro no ofrece muchas dudas. Obama obtuvo el 95% de los votos, 3'3 millones más que John Kerry, de los que 2'9 millones era jóvenes negros que no quisieron votar a este último en 2004. Una cuarta parte del incremento de voto negro viene de votantes republicanos de 2004. La disciplina electoral afroamericana ha sido relevante en algunos Estados del antiguo sur segregacionista, como Carolina del Norte y Virginia, donde el alto nivel de inscripción electoral y de participación ha permitido arrebatárselos a los republicanos.

La alta participación electoral y el comportamiento en las urnas de los hispanos han sido factores cruciales, quizás el segundo argumento explicativo para la victoria después del voto joven. Obama obtuvo el 67% de sus votos, 23 puntos más que Bush, vencedor entre esta franja de población en 2004. McCain sólo ha obtenido el 32%, un 12% menos que Bush en 2004. Obama llevó a las urnas a 2'5 millones hispanos más que Kerry, un tercio de los cuales votaron a Bush en 2004.

Esta caída del voto republicano entre los hispanos es especialmente amarga para la coalición conservadora, que había considerado a este sector de población COMO muy próximo a los valores de la derecha religiosa republicana, y es además muy preocupante para el futuro por el auge demográfico que está experimentando esta minoría. Obama obtuvo la victoria en Estados del interior, donde Bush venció en 2004 gracias entre otras cosas al factor hispano. Este es el caso de Nevada, Colorado, Nuevo México y Florida. En la victoria de Obama en Estados como Virginia, Carolina del Norte e Indiana, donde no pudo ganar Kerry en 2004, cuenta también el factor hispano. Incluso en Arizona y Texas el incremento es tan importante que permite pronosticar una victoria demócrata en 2012 si no hay cambios sustanciales de tendencia.

Bush había manejado muy bien el voto hispano en sus elecciones gracias principalmente a su posición de apertura ante la inmigración. Aunque McCain apoyó a Bush en su intento de aprobar una ley de inmigración más permisiva, los republicanos se han convertido en el partido de los enemigos de inmigración, por lo que no son de extrañar los resultados adversos obtenidos. La sobrerepresentación de los hispanos en las fuerzas armadas es un segundo factor explicativo respecto a los recelos que suscita el republicanismo entre este segmento de población: es la más afectada por las muertes y los heridos de la guerra de Irak.

El comportamiento del voto hispano desmiente que fuera un voto cautivo de los Clinton y la supuesta dificultad de los hispanos para votar a un candidato afroamericano. Permite aventurar que su futuro comportamiento será un factor clave en la consolidación de la hegemonía demócrata, aunque dependerá sobre todo de la salida de la crisis económica y de las políticas sobre inmigración que realice el futuro gobierno.

También es muy significativa la fragmentación del voto por rentas, que da la victoria de Obama entre las más bajas (menos de 50.000 dólares al año) por un amplio 60% y las más altas (más de 200.000 dólares) que le votan en un 52% de casos frente al 46% a McCain. Se corresponde con el cuadro general de esta votación, en la que la América rural, de la tercera edad, cristiana renacida y conservadora pierde centralidad y da el relevo a una nueva América económicamente emergente, urbana, multiracial, nada fanática en sus expresiones religiosas y sobre todo joven y tecnológica.

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15 de diciembre de 2008
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La América de Obama, 2

UNA JORNADA COMPLETA

La jornada del 4 de noviembre fue electoralmente muy compleja. Además de los 538 delegados para la elección presidencial, se elegían ocho gobernadores, la entera Cámara de representantes, un tercio del Senado, y se renovaban también las cámaras bajas y un tercio de los escaños senatoriales de los 51 Estados. La generalidad de los resultados favorecieron a los demócratas, que consiguieron un gobernador más de los que tenían hasta llegar a 29 frente a los 21 republicanos y la mayoría en ambas cámaras en 27 Estados frente a 14 donde la doble mayoría es de los republicanos, lo que les da el control simultáneo de ejecutivo y legislativo en 17 Estados (tres más) frente a 10 los republicanos (dos menos).

Karl Rove, el artífice de la victoria de Bush en 2000 y 2004, ha querido minimizar la amplitud de la victoria demócrata, a pesar de la notable diferencia entre los resultados obtenidos por uno y otro en 2004 y 2008 respectivamente ("History Favors Republicans in 2010". The Wall Street Journal, 13 de noviembre de 2008). Además de una ancha horquilla en número de votos y puntos porcentuales, la diferencia en delegados para la elección presidencial es todavía mayor: Obama ha obtenido 365 (95 más que los 270 necesarios), mientras que Bush obtuvo 286 (16 más de los necesarios). Según ‘el mago' Rove "la victoria de Obama puede haber sido más personal que partidaria o filosófica".

Muchos comentaristas conservadores han insistido en los días posteriores a la elección en que no se ha producido cambio ideológico alguno en Estados Unidos, un país que sigue siendo de centro derecha o conservador. Rove aporta como argumento el detalle de los resultados de las elecciones en su nivel estatal y su comparación con la victoria de Reagan en 1980: los demócratas han conseguido diez escaños más de los 1.971 en juego en los senados estatales y 94 en las cámaras de representantes de los 5.411 sometidos a elección; mientras que con la elección de Reagan, los republicanos obtuvieron 112 senadores sobre 1.981, diez veces más que con Obama, y 190 congresistas locales sobre 5.501, el doble.

También hubo consultas populares en 36 estados sobre 153 medidas, de muy diverso tipo, desde legislación electoral hasta costumbres, pasando por fiscalidad. La cuestión que mayor atención ha suscitado ha sido la prohibición del matrimonio entre personas del mismo sexo en tres estados, California, Arizona y Florida, de forma que ya son 30 los Estados que han ilegalizado este tipo de uniones. El caso más polémico es el de California donde el matrimonio gay ha sido legal durante seis meses, ha recibido el aval de su Corte Suprema y han sido extendidas 18.000 licencias matrimoniales, que no serán invalidadas según el fiscal del Estado. Tres nuevas demandas ante el Tribunal Supremo californiano han sido ya presentadas reclamando la invalidez del referéndum.

El referéndum californiano ha desencadenado una amplia movilización del movimiento de gays y lesbianas, así como una cierta controversia sobre los votantes demócratas. Los analistas venían considerando durante la campaña que cuanto mayor fuera la movilización de negros e hispanos a favor de Obama más probable sería el rechazo del matrimonio homosexual. El resultado global de la jornada no permite, sin embargo, entender que los votantes se hayan decantado en las consultas por medidas conservadoras y hayan hecho lo contrario a la hora de elegir al presidente, a los gobernadores y legisladores. Entre las 153 medidas sometidas a consulta hay para todos los gustos ideológicos, aunque la mayoría tienen un contenido fuertemente polémico y polarizador. El Estado de Washington reconoció el derecho al suicidio asistido, sumándose así a Oregón, que ya lo había hecho anteriormente. Massachussets y Michigan despenalizaron la posesión y uso de marihuana. Este último Estado levantó la prohibición de investigar con células madre.

MAPA ELECTORAL

El mapa electoral experimenta, en todo caso, una notable ampliación de la mancha azul demócrata obtenida por Kerry en 2004: Obama incorpora nueve Estados a la cuenta de delegados demócratas en relación a la anterior elección y no pierde ninguno. Obtiene 365 delegados frente a los 173 de McCain. Bush obtuvo en 2004 un total de 286, 16 más de los necesarios para la mayoría, y 271, uno más, en 2000; de forma que la victoria de Obama en cuanto a número de delegados se sitúa en niveles parecidos a las de Clinton (370 en 1992 y 379 en 1996) pero lejos de las mayorías abrumadoras de Reagan (489 en 1980 y 525 en 1984).

Es interesante analizar estos cambios desde el punto de vista de las grandes regiones informales de la geografía americana. El Rust Belt o Cinturón de la Herrumbre, por ejemplo, formado por los Estados de la vasta región industrial entre los Grandes Lagos y la costa nordeste, con la salvedad de Virginia Occidental queda para el Partido Demócrata. El Sun Belt o cinturón del sol, todo entero de Bush en 2004, a excepción de California, sitúa dos Estados como Nuevo México y Florida en el mapa azul demócrata. En la región de los Mountain States o también Mountain West, dos Estados más pasan de rojo a azul: Nevada y Colorado. El Partido Republicano, por su parte, pierde dos estados en el Bible Belt, o cinturón bíblico, donde hay la más alta concentración de evangelistas sureños y cristianos renacidos, como son Virginia y Carolina del Norte, algo que en este último caso no había sucedido desde 1976.

Obama ha vencido sólo en 44 de los 410 condados del llamado cinturón de los Apalaches, que es una región en gran parte rural, de poblaciones aisladas, que se extiende desde más allá de Nueva York hasta el Mississipi, según relata Adam Nossiter (New York Times, 10 de noviembre de 2008). El periodista asegura que estas comarcas han sido menos expuestas a la diversidad, al éxito educativo y al progreso económico que el resto del país. Son muy representativas de la época republicana que ahora parece acabar. Y es, en todo caso, el final de la Estrategia Sudista que inició Richard Nixon y le dio la presidencia en 1968, la otra cara de la legislación que abolió la legislación segregacionista en los estados sureños.

Parte de esta Estrategia Sudista explica que Obama sea el primer presidente demócrata desde John Kennedy que sale del norte del país. Todos los otros eran políticos sureños (Carter de Georgia y Clinton de Arkansas), que conseguían sus mayorías comprometiendo a los votantes de esta zona del electorado situada en el nudo estratégico de la mayoría desde el final de las legislaciones estatales segregacionistas. Las elecciones han dado desde entonces una especie de recompensa al electorado de los antiguos Estados segregacionistas, que han contado con una mayor influencia en la política americana y en consecuencia en la política mundial.

Los estados sudistas de Bush que se pasan a Obama o se acercan peligrosamente lo hacen por varios factores cruzados. Uno es el cambio demográfico, en dos direcciones: el aumento de la diversidad de su población, sobre todo con la incorporación de hispanos, y la incorporación de las nuevas generaciones a la política. Y el otro es el desgaste neoconservador, que conduce a una mayor inhibición de su electorado e incluso a la defección de los electores jóvenes.

Es muy significativo que las rentas conservadoras del final de la segregación racial en el sur terminen justo ahora con la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca. En este período el Sur Profundo ha ido tomando un protagonismo creciente en el Partido Republicano, hasta convertirse con Bush en el corazón del corazón conservador. Aún siendo gobernadora de Alaska, la nominación de Sarah Palin es quizás el último avatar de esta estrategia y a la vez la encarnación de su fracaso. Con la elección de Obama, en cambio, esta América reaccionaria que ha hecho valer sus ideas y valores durante los últimos cuarenta años queda fuera del main stream y de la Casa Blanca.

Tiene también interés reseñar lo ocurrido en Iowa, Estado del Medio Oeste mayoritariamente blanco, que dio sus delegados a Bush en 2004 y donde Obama ha desarrollado una campaña muy intensa y cuidadosa. Allí fue donde el candidato demócrata demostró que era elegible por parte del electorado blanco y lo hizo en unas elecciones organizadas en caucuses o asambleas locales, especialmente adaptadas a la campaña militante y juvenil de Obama. Su victoria el 3 de enero en las primarias sobre Hillary Clinton fue el aldabonazo, especialmente convincente para el electorado afroamericano, que le permitió situarse directamente en cabeza en número de delegados a la Convención Demócrata, posición que prácticamente no cambió a los largo de los siguientes seis meses de primarias.

Detengámonos también en observar lo sucedido en Pennsylvania, Estado al que McCain y Palin dedicaron ímprobos esfuerzos con la esperanza de robárselo a los demócratas. Allí ganó Clinton en las primarias, lo que permitía a McCain jugar con el populismo obrerista para evitar que la clase obrera blanca votara a Obama. Es significativo que el vicepresidente Joe Biden sea originario de una localidad de este Estado y tenga muy buen predicamento con los sindicatos y la clase obrera tradicional, algo que jugó sin duda como uno de los factores a la hora de seleccionarlo. El otro factor probablemente es su competencia en temas internacionales, como presidente hasta ahora del comité de relaciones exteriores del Senado.

En New Hampshire, donde también ganó Clinton, McCain llegó a albergar alguna esperanza de convertir el estado en la pieza clave para vencer a Obama. Fue especialmente interesante observar en el último tramo de la campaña cómo el demócrata jugaba fuerte en los swing states donde su posición era más débil, mientras que McCain intentaba quitarle los que se estaban decantando o votaron demócrata en la última elección.

PEPE EL FONTANERO

Otro estado crucial en esta elección era Ohio, donde ganó Bush en sus dos elecciones; y en la segunda de ellas, en 2004, también con numerosas irregularidades que condujeron a nuevos recuentos y revisiones de mesas electorales. De Ohio salió Joe the Plumber (Pepe el Fontanero), el personaje emblemático escogido por los republicanos para intentar responder a los demócratas en sus propuestas de fiscalidad. Joe es sobre el papel un empleado por cuenta ajena que quiere comprar la empresa donde trabaja y teme el incremento de impuestos a las empresas que preparan los demócratas. Es un transunto de otro estereotipo popular, Joe Sixpacks, el obrero bebedor de cerveza (paquete de seis botellas) que se contrapone a los intelectuales y burgueses bebedores de vino blanco. Esta misma contraposición se produjo en la campaña demócrata entre Hillary Clinton, amiga de los bebedores de cerveza, y Obama, más cercano a los bebedores de vino. Lo más interesante desde el punto de vista ideológico es que al final la derecha adoptó rasgos de populismo obrerista muy acusados frente al elitismo de la izquierda.

Dentro del voto blanco, destaca el caso de los trabajadores de los suburbios industriales, sobre todo del Este y de los Grandes Lagos, que han conformado uno de los núcleos de la hegemonía conservadora en los últimos 30 años, seducidos por Ronald Reagan, agraviados por las políticas de discriminación positiva hacia las minorías y hostiles a la inmigración y a la globalización en la misma línea de la clase obrera europea que ha desplazado su voto hacia la extrema derecha populista.

En el caso americano, esta versión del lepenismo fue caracterizada hace 20 años por el sociólogo Stanley Greenberg en un estudio sobre el condado de Macomb, en la periferia suburbial de Detroit (Michigan). Sus electores, a los que denominó demócratas de Reagan, votaron por aquel presidente conservador en una proporción de dos a uno en 1984, que contrasta con su apoyo masivo a Kennedy y Johnson en los años 60. En esta ocasión se han comportado como la mayor parte del país y han dado un 53% a Obama y un 45% a McCain. Greenberg les ha dado por liquidados como categoría electoral a tener en cuenta en un artículo en The New York Times ("Good Bye, Reagan Democrats" 11, nov., 2008).

Otro caso que requiere especial atención es el de Florida, Estado que dio la victoria en número delegados a Bush en 2000, tras no pocas irregularidades, y donde venció en 2004, a pesar de su fuerte tradición demócrata. Obama ha arrebatado el Estado a McCain y ha obtenido el 70% del voto hispánico no cubano, alcanzado el 35% del voto cubano, el mejor resultado obtenido por un candidato demócrata entre los exilados cubanos.

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14 de diciembre de 2008
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La América de Obama, 1

Como recapitulación de la larga campaña electoral norteamericana he escrito un artículo para el número de diciembre de la revista Claves de la Razón Práctica, que codirigen Javier Pradera y Fernando Savater. Para quienes no tengan oportunidad de acceder a la lectura de la revista en papel aquí tienen en cuatro entregas y a partir de hoy el texto íntegro del artículo. Su publicación puede servir también para la discusión por parte de los lectores interesados en comentar y polemizar con el autor del artículo. Una de las innegables virtudes de estos nuevos artefactos comunicacionales que son los blogs reside en la oportunidad de someterse al escrutinio y análisis de los lectores que lo deseen. Puedo garantizar que es un ejercicio muy útil intelectualmente y muy sano para el ego de quienes escribimos en los periódicos. Yo agradezco a todos lo que me leen por su paciencia pero más todavía a los que luego se toman la molestia de escribir y polemizar conmigo o entre ellos. Diariamente hago una rápida lectura de los comentarios e incluso tomo nota con frecuencia de algunas observaciones. Pero prefiero mantenerme al margen de los debates abiertos en el foro y limitarme a reaccionar como máximo de forma indirecta. Muchas gracias por leerme y espero que puedan sacar algún provecho de la lectura de este análisis sobre la campaña y los resultados electorales.

LAS ELECCIONES DEL 4-N

La peor presidencia de la historia de Est ados Unidos , según opinión mayoritaria de los historiadores, con el titular de la más alta magistratura peor valorado desde que existen sondeos de opinión, culminó el 4 de noviembre de 2008 con la elección del demócrata Barack Hussein Obama como sucesor de Bush, en unas votaciones celebradas en una atmósfera de cambio de época. Analizado en la distancia el resultado de esta elección llegará a parecer una obviedad, tan claras y óptimas eran las condiciones para que se produjera un cambio de color político en el vértice del ejecutivo. Era muy difícil imaginar que, tras el desgaste de ocho años de una presidencia republicana tan desastrosa, los electores norteamericanos dieran su confianza de nuevo a un candidato del mismo partido, haciendo abstracción del balance de los últimos ocho años de presidencia y aceptando la idea bastante peregrina de que el maverick (o jugador por su cuenta) republicano John McCain representaría una ruptura con la etapa anterior, con sus vicios y sus lacras, y que bastaba con cambiar el nombre del presidente para que pudiera aceptarse una presidencia del mismo color político.

Entre los propios republicanos se había extendido la idea de que Bush había arruinado irremisiblemente su programa y su ideario, y que sería muy difícil remontar en 2008. Según Dov S. Zakheim (Washington Post, 9 noviembre 2008), ex consejero y ex subsecretario de Defensa de Bush, había cinco principios en los que se basaba la victoria de Bush en 2000 que fueron vulnerados por su propia Administración, con el resultado de que ocho años después era inevitable que su propio electorado le pasara factura, ya fuera desertando al otro campo, ya absteniéndose. Según este sorprendido comentarista, éstos son los principios traicionados, que Bush había aplicado cuando era gobernador de Tejas: el conservadurismo compasivo, la modestia en las relaciones internacionales, el gobierno limitado con menos impuestos y menos burocracia, la modernización y desburocratización de la defensa, y la concertación bipartidista de las principales políticas. Parte del republicanismo se ha visto así impelido a desertar ante la ristra de desvaríos que contradicen los valores defendidos en aquella campaña: la extensión de la pobreza y el desamparo, incluso entre las clases medias, notablemente por los defectos de un sistema de salud privatizado; dos guerras abiertas, una preventiva en Irak y otra mal librada en Afganistán, junto a los desperfectos producidos en las relaciones internacionales; el déficit público, que alcanzará pronto la cifra dramática del billón de dólares; la intervención creciente del Gobierno en todos los ámbitos de la privacidad y de las libertades individuales, con la excusa de la política antiterrorista; o los numerosos casos de corrupción entre parlamentarios republicanos.

Y sin embargo, hasta el último momento se mantuvo un cierto margen de incredulidad respecto a la posibilidad de que un candidato de la minoría afroamericana alcanzara la presidencia de un país fundado como esclavista, refundado en un guerra civil que se libró alrededor del abolicionismo, y consolidado como superpotencia mundial mientras un gran número de sus Estados mantenían legislaciones segregacionistas. La cita electoral de 2008 se jugó, así, sobre dos tableros de resonancias históricas: el de la igualdad de derechos civiles, alcanzada legalmente en 1964 con la ley contra la segregación y la discriminación (Civil Rights Act, firmada por el presidente Lyndon B. Jonson) pero sin traducción automática en la realidad social y económica; y el del relevo del republicanismo con la clausura de la era conservadora iniciada por Ronald Reagan. Previamente las primarias demócratas habían permitido al electorado de este color ideológico optar entre la raza y el género a la hora de apostar por una candidatura presidencial que situara en primer plano la cuestión de la igualdad.

/upload/fotos/blogs_entradas/obama_y_clinton_med.jpgHillary Clinton no era un personaje cualquiera, sino la mujer mejor preparada de toda la clase política para alcanzar la nominación demócrata y la presidencia; y se hallaba asistida por un político de gran perspicacia, enorme poder de convicción y extraordinaria capacidad para recaudar fondos electorales como es su marido; aunque contaba, es cierto, con el hándicap de su carácter divisivo, ciertos hábitos de gestión desordenada y el argumento dinástico en contra: con otro Clinton en la Casa Blanca los Estados Unidos hubieran alcanzado un período como mínimo de 24 años con sólo dos apellidos (bushes y clintones) turnándose en la cumbre de su ejecutivo. Sólo las mujeres más jóvenes no cerraron filas detrás de Clinton, que contaba con el apoyo del feminismo en peso y con un fuerte ascendiente entre la clase obrera blanca y el electorado tradicional demócrata; y eso una vez establecido que Obama iba a llevarse el grueso del voto afroamericano, a pesar del ascendiente sobre esta minoría de Bill Clinton, al que se le ha considerado como el primer presidente negro de la historia.

Obama representaba el relevo generacional y el cambio político, tanto respecto al Washington de los Bush como a la división y a la guerra civil cultural en la que los Clinton y los liberales (los progres en lenguaje europeo) se han visto enfrentados con los neocons y la derecha cristiana. La incorporación de jóvenes, sobre todo estudiantes de los campus universitarios, y un uso intensivo e inteligente de las nuevas tecnologías, tanto en la recaudación de fondos como en la organización de la campaña, imprimió un carácter muy innovador a su candidatura, apoyada además por la personalidad y el temperamento del personaje, y por su fascinante oratoria, trabajada en el aula pero amoldada en las prédicas de las iglesias evangelistas negras y en el trabajo comunitario en los barrios pobres de Chicago.

EN CABEZA DURANTE LA CAMPAÑA

La duración de la campaña, 21 meses en el caso de Obama; el adelanto unas semanas de las primarias, hasta situar las iniciales en Iowa el 3 de enero, con el resultado de una prolongación del calendario; y la intensidad de la competencia dentro del campo demócrata, también contribuyeron a engrandecer las figuras de los dos contenientes del mismo partido, una vez descartados todos los otros y principalmente John Edwards. Para Obama, las primarias significaron además una purga general de todos los temas conflictivos que podían afectarle, que fueron aireados antes de entrar en liza con McCain y llegaron por tanto al tramo final con escasa fuerza. Así sucedió con sus relaciones en Chicago con Tony Retzko, un especulador urbano ahora encarcelado, y con Jeremiah Wright, el pastor negro radical que fue su mentor espiritual.

Una vez elegidos los dos candidatos en sus respectivas primarias, Obama se situó enseguida en cabeza en los sondeos electorales. McCain consiguió llevarse la nominación republicana más por defecto -frente a un coloreado plantel de oportunistas, ultra conservadores y extremistas religiosos- que por su capacidad de articular una propuesta interesante, capaz de soldar de nuevo la coalición republicana que llevó al poder a George Bush o encontrar una fórmula alternativa. Hasta la Convención Republicana, en los primeros días de septiembre, su campaña había sido mortecina, sin gran asistencia de público a sus actos, escasas apariciones en medios y mediocres resultados en la recaudación de fondos. Pero en julio cambió la dirección de la campaña, poniéndola en manos de un grupo de asesores salidos de la cuadra de Karl Rove, que imprimieron un tono mucho más agresivo y polémico, iniciaron una amplia ofensiva de publicidad negativa contra Obama y prepararon la nominación de la gobernadora de Alaska, Sarah Palin -pentecostalista, antiecologista, antiabortista, defensora de las armas y de la caza salvaje y totalmente ignorante en política internacional- como candidata a la vicepresidencia. /upload/fotos/blogs_entradas/sarah_palin_y_john_mccain_1_med.jpg

El único momento en que McCain consiguió adelantar a Obama en algunos sondeos electorales fueron los apenas doce días que transcurrieron entre el discurso de aceptación de Palin ante la Convención Republicana en Saint-Paul (Minnesota) y la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre. Todo el resto de la campaña Obama mantuvo una sensible ventaja en el pronóstico de voto, que en el caso de algunos sondeos llegó hasta afinar exactamente los seis puntos (52 a 46) que arrojaron las urnas, como fue el caso de Rasmussen Report. Como acotación al margen, los sondeos han funcionado esta vez de forma fiable, a diferencia de lo que sucedió en las dos anteriores campañas, debido a que entonces se jugaron en votaciones con márgenes muy cerrados a la vez en varios swing states (estados donde el resultado es oscilante entre republicanos y demócratas).

Las últimas esperanzas del equipo de McCain radicaban menos en las fortalezas de su candidato y de su campaña que en las debilidades que pudieran surgir en el campo contrario. Una vez Obama tuvo garantizada la mayoría de sus delegados en las primarias, el campo de McCain se lanzó a promover la rebelión de la senadora Clinton y de sus partidarios. Cuando se produjo el nombramiento de Sarah Palin quisieron confiar en que una mujer republicana tiraría del voto demócrata femenino, sobre todo maduro, descontento con la elección de Obama y todavía más con la de Joseph Biden como candidato a la vicepresidencia, en vez de Hillary Clinton. En el último mes de campaña la campaña de McCain jugó a suscitar recelos hacia Obama, sobre todo fiscales, pero también raciales, entre la clase obrera blanca de los viejos estados industriales, que había sido un granero para Clinton y tenía fuertes simpatías por Hillary.

Finalmente, ante el fracaso de todas las estrategias, McCain quedó esperando pasivamente la llamada sorpresa de octubre, expresión por la que se conoce a todo tipo de acontecimiento inesperado, sobre todo en política internacional, que suele significar un revés para Estados Unidos, por más que pueda favorecer a determinada opción política. Pero la sorpresa no llegó, o no llegó para los republicanos; al contrario: la quiebra de Lehman Brothers y el hundimiento de la banca financiera de Wall Street, símbolo del capitalismo más desregulado, fue la auténtica sorpresa de final de campaña, aunque se produjo en septiembre, y terminó de dar la puntilla a la campaña de McCain y al revulsivo lanzando por la llegada de Palin.

Parte del efecto letal de la crisis sobre McCain se debió al propio candidato republicano, que no supo reaccionar con acierto alguno a las pésimas noticias empresariales y bursátiles que interferían en la campaña. McCain minimizó primero la profundidad de la crisis, subrayando la solidez de los fundamentos de la economía norteamericana; luego intentó suspender la campaña para dedicarse a resolver la crisis en Washington; y finalmente evidenció su incapacidad para distanciarse de la vulgata de ideas reaganistas que el hundimiento de Wall Street estaba poniendo en evidencia. McCain no tuvo fuerzas para dar la vuelta a la correlación de fuerzas negativa. Aunque los tres debates televisivos en directo le fueron bien, no consiguió romper en ninguno de ellos la imagen presidencial y el aplomo del joven senador por Illinois. Y fue definitivamente letal para su candidatura la crisis económica, que sumó el desprestigio de los republicanos que habían gestionado la economía al desprestigio generalizado de la gestión de Bush. Se llegó así al 4 de noviembre con todo muy claro y jugado: el balance republicano, el shock de la crisis, la mediocre y voluble campaña de Mc- Cain y la excelente campaña de Obama como fundamentos del cambio.

La cuestión al final se centraba en conocer el margen de la victoria y del mandato. Había una gradación de tres posibilidades, de menos a más, y Obama se ha quedado en la mitad en su franja superior. No ha sido una victoria ajustada como la de Bush en 2004; o sólo en delegados como la de 2000, cuando ni siquiera alcanzó la mayoría de votos populares. Hay que tener en cuenta que con tan escaso mandato Bush se aventuró, gracias al 11-S, a una presidencia transformadora, que pretendía remodelar las bases incluso constitucionales de la república. Obama ha tenido una victoria muy holgada, en votos y todavía más en delegados. Pero no ha habido un corrimiento espectacular en votos populares, aunque sí en delegados. Y no se ha obtenido la ‘supermayoría' de 60 escaños en el senado que impide el filibusterismo u obstruccionismo de la oposición.

Barack Obama ha obtenido la mayor cifra de sufragios de la historia de Estados Unidos, 66'1 millones de votos, casi cuatro millones y 2'1 por ciento de voto popular más que Bush en 2004. El número total de votantes fue de 128'5 millones, seis millones y medio más que en 2004 y 23'5 más que en 2000. Nunca anteriormente habían acudido tantos electores a las urnas. Se incrementó notablemente, en cifras difíciles de precisar ahora, el registro de votantes, en gran parte como fruto de la campaña electoral; y descendió porcentualmente la participación, que se situó en el 64'1 por ciento, aunque no en términos absolutos.

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13 de diciembre de 2008
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Brzezinski y Scowcroft

Vamos a seguir hablando un poco más de este libro tan interesante, elaborado a instancias del periodista del Washington Post David Ignatius, que es quien ha moderado y preparados los debates entre los dos veteranos consejeros presidenciales entre febrero y abril de 2008, cuando todavía no se conocía el nombre del nuevo presidente de Estados Unidos, /upload/fotos/blogs_entradas/america_and_the_world_med.jpgpero ya se perfilaba que sería uno de los tres entonces ya destacados en la liza: Jon McCain, Hillary Clinton o Barack Obama. Intentaré regresar en otra ocasión sobre este puñado de reflexiones entre el profesor y el militar, con la ayuda del periodista, especialmente interesantes para los próximos meses, pero hoy voy a limitarme a glosar algunas más acerca de Europa, para completar un poco el apunte mínimo de ayer.

Brzezinski nos ofrece su proyecto, que fácilmente puede contar con simpatías en la nueva Administración: 1.- una Europa todavía más amplia, que "termine el negocio inacabado", concretamente con la inclusión de Turquía; 2.- una Europa más definida políticamente, que sea capaz de tomar decisiones en una gran variedad de campos, desde los socioeconómicos hasta los políticos y militares; 3.- una Europa militarmente capaz, que pueda contribuir a resolver los problemas comunes y compartir con Estados Unidos la carga de la seguridad común; y 4.- una Europa que sea un aliado capaz de maximizar la influencia compartida de europeos y norteamericanos en el mundo.

Ben Scowcroft asiente y aporta algunas ideas originales, como la del ‘cansancio europeo' que ayer comenté. Pero es el profesor quien hace aportaciones más sistemáticas. Por ejemplo y en relación al punto 4 anterior: es imprescindible que Estados Unidos y Europa encuentren una forma eficaz de tomar decisiones en común. Es decir, deben compartir las cargas y las responsabilidades en la toma de decisiones. Esto significa: 1.- que primero Europa debe desarrollar un sistema propio de toma de decisiones, que ahora no tiene; 2.- que luego hay que contar con un sistema de toma decisiones trasatlántico; y 3.- que el que hay ahora, contemplado en la Carta Atlántica, necesita una puesta al día para los nuevos tiempos.

El capítulo donde se habla de Europa se titula ‘la relación indispensable', que evoca inmediatamente la expresión de Madeleine Albright en la que define a Estados Unidos como la ‘nación indispensable'. Acuñada en la etapa Clinton, condujo a la idea de la superpotencia única y del ‘momento unipolar' (ésta es del columnista neocon Charles Krauthammer). Convertir en indispensable a la relación entre Europa y Estados Unidos en vez de una de las dos partes es ya un gran progreso. Pero no debiera ser una relación exclusiva, que sirviera para dejar a 'los otros' fuera, porque podría conducir también a una deriva como la neocon, y a la configuración de la Alianza Atlántica como sustituto de Naciones Unidas y a la vez sistema defensivo frente a todos ‘los otros'. Ésta idea o similares se las hemos leído a Robert Kagan y a su candidato presidencial John McCain (Aznar ha defendido también una versión tosca de esta misma teoría), pero no creo que sea buena para la era de Obama que acaba de empezar.

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12 de diciembre de 2008
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La piel de zapa

La idea de la unidad europea es como aquella piel de zapa que suscitó una de las grandes novelas de Honoré de Balzac. Quien la posea verá cumplido cada uno de sus deseos, pero, a cambio, la piel irá encogiéndose hasta convertirse en irreconocible y desaparecer, y con ella su dueño. Estados Unidos ha sufrido de un sortilegio similar: cada paso que ha dado para imponer sin miramientos su hegemonía le ha llevado a lo contrario. Pero al fin ha encontrado la salida de su laberinto. En Europa, en cambio, seguimos en las ensoñaciones y angustias familiares de nuestras viejas naciones, pero seguimos encogiendo sin remordimientos ni alarmas. Encoge Europa y encogen cada una de las naciones que la componen. Mientras levantan su cabeza las nuevas potencias emergentes y Estados Unidos muestra de nuevo el orgullo de una vocación ejemplar, los europeos marchamos a todo trapo hacia la insignificancia.

Hoy y mañana, con la cumbre europea de final del semestre presidencial francés, habrá una nueva oportunidad de tomar el pulso de esta ambición exánime, en la que sobresale únicamente, más por su activismo que por su acierto, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, titular incansable de un programa de promesas europeas, alentadas en mayo de 2007 cuando fue elegido como titular del Eliseo. La primera la cumplió y plenamente: Francia regresó a Europa con la reinvención de la Constitución Europea en forma de Tratado de Lisboa. Pero la segunda ristra de grandes esperanzas, ensartadas en la presidencia que ahora termina, han quedado frustradas. En varios de sus impetuosos discursos aseguró que ahora en diciembre Europa tendría políticas comunes en cuatro cuestiones: energía, medioambiente, inmigración y defensa y seguridad. A la vista está lo que se ha conseguido: poco e intangible en energía, bajo la zarpa del oso ruso; está por ver en medioambiente, a la espera de Obama; suspenso en inmigración, con la sola excepción inquietante de la directiva del retorno; y las dudas de siempre en defensa y seguridad a la espera del impulso asegurado por el nuevo presidente norteamericano.

/upload/fotos/blogs_entradas/nicolas_sarkozy_med.jpgEl semestre presidencial debía ser para Sarkozy su gran oportunidad. Ese hombre es todo él capacidad de adaptación al terreno, tacticismo disfrazado de grandes principios. Según Bent Scowcroft, que fue consejero de Seguridad de los presidentes Reagan y Ford, los europeos sufrimos de "cansancio estratégico". En el caso de Sarkozy más que enfermedad es fallo congénito, que suple astutamente con su agilidad mental y su instinto táctico. Scowcroft nos comunica su diagnóstico en una larga conversación con Zbigniew Brzezinski, también consejero de Seguridad, pero de Jimmy Carter, en la que pasan revista al estado del mundo, justo antes de las elecciones norteamericanas. "Necesitamos un cambio de régimen en EE UU", dice Brzezinski, "pero en Europa necesitamos un régimen". (Brzezinski y Scowcroft. América y el mundo. Conversaciones sobre el futuro de la política exterior americana. Basic Books).

Sarkozy tiene dos disculpas para la inanidad de su semestre presidencial, dos golpes muy severos recibidos uno al principio y otro a mitad de la presidencia. La paralización del Tratado de Lisboa, rechazado el 13 de junio por los ciudadanos irlandeses, sustrajo al presidente francés la mitad de los éxitos que iba a apuntarse con la entrada en vigor del nuevo texto legal y los nombramientos de los altos cargos de la Unión. Vio así como se le iba de las manos la posibilidad de actuar como hacedor de reyes con el nuevo presidente de la Unión Europea, cargo de nueva creación con dos años y medio de duración; con un reforzado Alto Representante de Asuntos Exteriores de la UE, que se convertía en vicepresidente de la Comisión y adquiría más poderes y márgenes de maniobra; y con el propio presidente de la Comisión, cuyo mandato vence ahora.

El segundo golpe lo componen al alimón la crisis financiera y el cambio de ciclo político en Estados Unidos con la elección de Obama, que ha trastocado toda la agenda europea y cambiado el paso de Sarkozy. Ahora toca marchar de nuevo con la música colbertista del intervencionismo y del dirigismo de Estado. Olvidar las soflamas antirelativistas y ultraliberales. Regresar a una alianza euroescéptica con Londres. Imaginar un capitalismo reformado. Mirar a Rusia sin los prejuicios de la guerra fría transmitidos por Washington. Aprovechar el impulso para asentar de nuevo la Europa de las patrias: la presidencia francesa al servicio de Francia y su lugar entre los grandes. Le ayuda Angela Merkel, la canciller desaparecida, paralizada por las divisiones dentro de su coalición y a su vez dentro de cada uno de los componentes, los socialdemócratas y los democristianos, sobre cómo reaccionar ante la recesión. Sin Alemania, no hay Europa, está diciendo silenciosamente, mientras pide tiempo para su calendario electoral. A lo que Sarkozy responde con sorna: "Francia está trabajando en la solución, Alemania está pensando en ello". Pero ahora, como hace 50 años, cuando Francia y Alemania se dan la espalda Europa sigue encogiéndose como piel de zapa.

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11 de diciembre de 2008
Blogs de autor

El espejo griego

La erupción de violencia que se está extendiendo por Grecia, hasta poner al gobierno conservador de Karamanlis contra las cuerdas, merece una atención especial. Algo muy de fondo falla en un país miembro de la Unión Europea para que se produzcan revueltas de una virulencia y una gravedad desconocidas en todo el continente desde hace muchas décadas. Francia ha experimentado revueltas en sus suburbios y protestas estudiantiles y obreras muy amplias. En el Reino Unido ha habido disturbios de componente étnica. Nadie queda a salvo de manifestaciones violentas de una noche o de un día, en la Europa nórdica o en la mediterránea, en Alemania o en España. Pero la gravedad griega viene de la amplitud y la profundidad de la protesta, que va mucho más allá de quienes las empezaron y del inaceptable incidente policial que está en su origen.

La muerte de Alexandros Grigoroupulos, un adolescente de 15 años, a manos de la policía es la espoleta nada casual que ha hecho prender el incendio. Situaciones de este tipo se dan con excesiva frecuencia en nuestras satisfechas y prósperas democracias europeas y no siempre reciben el tratamiento que corresponde por parte de la justicia, menos aún del parlamento y a veces ni siquiera de los medios de comunicación. Estos mismos días un juez británico ha decidido cortar el paso a cualquier posibilidad de que se juzgue por homicidio o asesinato a los responsables de la muerte del joven brasileño De Menezes, ejecutado a boca jarro por la policía en el Metro de Londres, sólo por culpa de su color oscuro que le asimiló a ojos policiales con el estereotipo del árabe o paquistaní terrorista.

La lista de casos es infinita. Esta Europa tan contenta de sí misma y tan crítica con los métodos antiterroristas que se han practicado en la otra orilla del Atlántico resulta que está en las mismas o parecidas cosas y que, además, ha cooperado sigilosamente en actividades turbias de este tipo, dando el visto bueno por activa o por pasiva a los vuelos a Guantánamo, y tolerando cárceles secretas en su territorio (Polonia, Rumania y Macedonia). El Estado policial no sobreviene de la noche a la mañana como resultado de unas elecciones, sino que va imponiéndose por falta de vigilancia judicial, parlamentaria y cívica y por fallos elementales en la formación y en la organización de los servicios de policía.

El caso griego sirve para mirarnos la cara en el espejo en muchas cosas. En primer lugar respecto a la situación de los jóvenes, a la calidad y eficacia de nuestras universidades, a los puestos de trabajo y a las viviendas a que tienen acceso, al incremento de la pobreza y de la marginalidad, y al tipo de sociedad que les ofrecemos a los jóvenes en general. Sobre todo en la época de vacas flacas en la que estamos entrando. Pero también respecto a las policías a las que hemos decidido confiar el orden público. Debemos estar atentos a Grecia, porque las recesiones son el momento dorado para el asalto de los populismos, las demagogias y las tentaciones autoritarias.

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10 de diciembre de 2008
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El Boomeran(g)
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