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La gatomaquia del siglo XXI

Por 18 de diciembre de 2008 Sin comentarios

Lluís Bassets

Hace 30 años China imitó a Occidente. Con un éxito fuera de toda medida. Ahora es Occidente quien imita a China. De nuevo más Estado, economías intervenidas, obra pública a todo pasto y jornadas continuas para las impresoras de papel moneda. La única ideología es la práctica, como quería el pequeño timonel, aquel inteligente y astuto Deng Xiaoping que sedujo a Felipe González con una frase que se hizo célebre: "Qué más da que el gato sea negro o blanco, lo importante es que cace ratones". Y a estas ideas salidas del crisol maoísta se atienen ahora los rectores de las economías mundiales.

Tres décadas han pasado desde el momento crucial en que se produjo el pistoletazo de salida para la ascensión china. Fue en el Tercer Pleno del undécimo Comité Central del Partido Comunista. Más burocrático e intrincado, imposible. Deng impuso allí las reformas que condujeron a la desaparición del colectivismo agrario. Y poco después, a la apertura de las cuatro zonas especiales donde se experimentó el capitalismo a escala y al pleno restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. El éxito fue descomunal y en 1984 ya eran 14 las zonas económicas especiales. Quedaba así abierto el camino que conduciría a la integración de Hong Kong, bajo el lema de "un país, dos sistemas". Diez años antes de la caída del Muro de Berlín el capitalismo crecía a toda velocidad en China, aunque pronto -aquel mismo 1989 crucial- pudo comprobarse, con los sangrientos hechos de la plaza de Tiananmen, que libertad económica y libertad política no irían a la par e incluso que en la síntesis de socialismo y capitalismo iba a amalgamarse lo peor de ambos sistemas.

Este largo ciclo de 30 años se corresponde poco más o menos con la era de Reagan, la larga época conservadora en la que el mercado se consagró como el dios central de nuestras sociedades y se quiso limitar el papel del Estado al de guardián de la seguridad y el orden público y último resorte del sistema económico. Estas tres décadas han llevado a Estados Unidos a la culminación de su marcha ascendente como superpotencia durante todo el siglo XX. Venció a la Unión Soviética, hasta su liquidación, en la competición ideológica, económica y militar de la guerra fría. Consiguió convertirse en superpotencia única e imprescindible, capaz de arbitrar en todos los conflictos y modelar un nuevo orden mundial. Para terminar desbordando, cegada por los dioses como quiere el proverbio, los límites de la razón y de sus razones a la hora de imponer su voluntad en el mundo, consiguiendo así como resultado que todas las energías desplegadas se revolvieran en su contra. Hasta ahora mismo, en que los responsables de esta cabalgada de soberbia se han visto obligados a replegarse en el mismo pragmatismo de aquellos chinos astutos de 1979: "Gato negro, gato blanco…".

China ha sido desde entonces un alumno aventajado. Con la crisis financiera también. Está haciendo sus deberes, tanto o más que los estadounidenses y los europeos para estimular el consumo interno con un vasto plan de obra pública y una reducción de impuestos a las empresas. El éxito chino ha sido hasta ahora la cara oculta de la economía estadounidense. El ahorro, esos tres billones de dólares de deuda en manos chinas, es el que ha venido financiando el déficit de Washington. La mano de obra barata, la que ha permitido el consumo y el crecimiento. Hasta tal punto se superponen las dos revoluciones, la de Reagan y la de Deng, que una sin otra no hubieran funcionado. La globalización es la reaganomics más el pensamiento-Deng Xiaoping.

El politólogo Niall Ferguson, que ha puesto en circulación el término Chimérica para expresar la intensidad de esta simbiosis, considera que se trata de la relación indispensable para el siglo XXI. Con un 13% del territorio mundial, una cuarta parte de la población, una tercera parte del PIB planetario y la mitad del crecimiento de todo el mundo, esta doble y colosal nación transpacífica es el ingenio central que mueve la economía global, asentada sobre dos patas, el ahorro de la mitad asiática y el consumo de la mitad estadounidense. ¿Seguirá funcionando la simbiosis en el momento en que la era de Reagan toca a su fin?

La segunda mitad del siglo XX, hasta entrados los años noventa, giró alrededor de la relación transatlántica entre Estados Unidos y Europa, forjada en la guerra fría. Quizás seguirá sirviendo como referencia para los valores democráticos, tan vapuleados por unos y otros. Pero no para la estabilidad y para la prosperidad económica. Pero, a la vez, son muchas las dudas sobre la capacidad china para aguantar el tirón de la crisis en plena acumulación de tensiones sociales, peligros medioambientales, desequilibrios regionales, corrupción de funcionarios y empresarios, delincuencia y fraudes masivos, ausencia de Estado de bienestar, o disidencias dentro de la cúpula dirigente. La economía china está en plena desaceleración. Queda ya claro que está seriamente afectada y ahora sólo resta por ver hasta dónde llegan los daños, algo que sólo determinarán la profundidad y la duración de la crisis. Por debajo del 8% de crecimiento China destruye puestos de trabajo, devuelve a la gente al campo y parpadean en rojo todas las alarmas sociales y políticas.

"Enriquecerse es glorioso" fue otra de las consignas del pequeño timonel, el comunista que emprendió la vía capitalista. El misterio de esta historia es saber qué hacen los gatos cuando no hay ratones.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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