Skip to main content
Escrito por

Jorge Eduardo Benavides

Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, Perú, 1964), estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Garcilaso de la Vega, en Lima. Trabajó como periodista radiofónico en la capital y en 1987 fue finalista en la bienal de relatos COPE (Lima); un año más tarde ganó el Premio de Cuentos José María Arguedas de la Federación Peruana de Escritores. En 1991 se trasladó a Tenerife, donde puso en marcha talleres literarios para diversas instituciones. Ha sido finalista del concurso de cuentos NH Hoteles del año 2000. Desde 2002 vive en Madrid donde continúa impartiendo sus talleres literarios. Su más reciente novela es La paz de los vencidos, galardonada con el XII Premio Novela Corta "Julio Ramón Ribeyro". Cursos presenciales en MadridJorge Eduardo Benavides imparte cursos presenciales en Madrid y ofrece un servicio de lectura y asesoría literaria y editorial. Más información en www.jorgeeduardobenavides.com http://www.cfnovelistas.com/ 

Blogs de autor

Escritores y señoras

El pasado sábado mi socio, el escritor Carlos Andrade y yo, ofrecimos una copa para editores, agentes, profesores, periodistas y amigos, pues inaugurábamos el Centro de Formación de Novelistas, que además de escuela es un espacio que ofrece todo tipo de servicios para quienes quieren dedicarse a este oficio: desde correcciones de estilo hasta asesorías personalizadas, coaching y gestión editorial. Trabajan con nosotros Carlos Salem y Vanessa Montfort, ambos escritores muy sólidos y -last but not least- también muy buenos profesores de escritura. Fueron muchos quienes se pasaron a saludar y a compartir con nosotros ese momento, que sirvió para estimular algunas charlas animadas sobre infinidad de temas que nos ocupan y preocupan a los escritores: el libro electrónico (asunto del que nos instruyó largo y tendido Beatriz Rodríguez, que junto con Leonor Medel ha puesto en marcha "Musa a las 9", una singular editorial digital), la relación con editoriales y agentes, las «tendencias» literarias y, dado que inaugurábamos una escuela de novelistas,  también sobre esto de enseñar a «escribir» literatura, asunto que más de uno de ustedes conoce de primera mano, habida cuenta de que han pasado por aquel taller on line que dio origen a este blog.

Creo que cada vez es más extraño encontrar demasiados reparos o reticencias sobre dicha labor porque muchos escritores entienden que este oficio, como cualquier otro oficio, tiene un alto componente de aprendizaje sistemático, de paciencia, ensayo y error, lecturas y disciplina. Mucho más importantes, en todo caso, que la simple inspiración. Y recordé mis primeros años en Tenerife, cuando llevaba un taller que congregó durante años a muchos aficionados a la literatura que, con el tiempo, se han convertido en escritores con obra publicada, como José Luis Saorín, Ana Criado o Pablo Martín Carbajal.  Pero recuerdo también la suspicacia que generaba entre los escritores de allí la labor de los talleres. En cierta ocasión, compartiendo una mesa redonda, un novelista local habló de la «labor solitaria» que entrañaba el oficio y la escasa utilidad de la enseñanza para estos fines. Me miró furibundo y agregó que eso era un simple entretenimiento para señoras que no tenían nada mejor que hacer. Obviamente el colectivo de las señoras se sintió aludido y otros que no lo éramos tanto (señoras) también. Porque casi siempre, quien desdeña la enseñanza de la literatura alberga un concepto un tanto sacramental o litúrgico de ésta, considerándola casi un oficio al que accede sólo quien es tocado (o chamuscado...) por el fuego sagrado de la creación. Los demás son apenas unos advenedizos que entretienen sus horas libres escribiendo cuentitos prosaicos y novelas febles que nunca podrán considerarse literatura.

Es una idea errónea que sobrevive aún, aunque por fortuna con menos intensidad que hace algunos años, y que desvirtúa el carácter de esmero y trabajo cotidiano que tiene el hecho de enfrentarse con la creación de un cuento o de una novela. Y a mi modesto entender, eso es lo que procura un curso para escritores: el conocimiento de ciertas herramientas que ayudan a ahondar en el oficio.  Nada más. Por eso mismo, porque la literatura no es una profesión sino un oficio, el aprendizaje requiere una atención y un programa dúctil, cambiante, atento a las necesidades de cada uno, de sus intereses y posibilidades, tanto como de sus ilusiones y objetivos.  Por cierto, según me enteré por unos amigos, el novelista aquel terminó impartiendo algunos cursos de escritura creativa. Al parecer, las señoras lo han perdonado. 

Leer más
profile avatar
16 de febrero de 2010
Blogs de autor

Del escritor comprometido al revolucionario del siglo XXI

Desde hace  al menos una década resulta cada vez más difícil encontrarse ya sea en Europa o al otro lado del charco, con esos latinoamericanos o pro latinoamericanos de una izquierda radical, bastante ingenua cuando no absolutamente pesada, intolerante y plagada de lemas que durante años pobló cafetines y tabernas, plazas y mercados de medio mundo. Ya no se les encuentra con tanta facilidad voceando su indignación contra las dictaduras y la corrupción y fragilidad de las democracias que precedieron a aquellas, indignación que por otra parte todos considerábamos justa, pero que ellos parecían asumir como propia y exclusiva, pues casi siempre la panacea para salvar a nuestros países consistía en poner en marcha de una vez por todas la revolución. Y al decirlo, naturalmente, miraban a Cuba.

No, ya no es fácil tampoco defender regímenes como el de Castro, pues supongo que eso que con ligereza y cierta irresponsabilidad se ha dado en llamar las grandes utopías sociales se ha secado o se ha agostado a tal punto que del vigoroso torrente de consignas y euforia proletaria ha quedado apenas un arroyuelo turbio donde abrevan sólo algunos recalcitrantes.  Supongo también que después de tantos, tantísimos años de dictadura salpicando el mapa de Hispanoamérica como un nefasto sarampión de totalitarismo, y luego de esa década de gobiernos democráticos obscenamente corruptos e ineficaces que casi aniquilaron nuestras sociedades, los hispanoamericanos hemos empezado a aprender la lección que bien podría resumirse con la célebre frase de Toynbee: "la democracia no es un puerto, es un barco." Creo que hemos entendido que detrás del sonido y la furia de todos aquellos eslóganes que sembraron nuestro horizonte social de esperanza, sólo cabía  la contingencia de nuevos regímenes con pretensiones totalitarias, y que los salvadores de la patria siempre son los que ponen a ésta en peligro. La prueba de ello es Hugo Chávez, el caudillo de ínfulas bolivarianas y de verbo encendido que está precipitando al abismo a una Venezuela fracturada y  cotidianamente en pie de guerra, y que se sostiene gracias al petróleo, como bien sabemos todos.

Este tipo de "intelectual revolucionario" que floreció entre los años sesentas y ochentas tuvo gran aceptación justamente aquí, en la Europa más próspera y democrática. También en la España que acababa de salir de la oscuridad del franquismo gracias a una transición en muchos aspectos ejemplar, el "intelectual revolucionario" no tenía inconveniente alguno en brindar por la muerte del dictador -que al parecer no se les terminaba de morir nunca-, entonar aquel pegadizo himno que hablaba de la libertad sin ira, de sentirse orgulloso de su recién estrenada democracia, de horrorizarse con el golpe de Tejero, de oponerse furibundamente a la entrada en la OTAN... y al mismo tiempo aplaudir y defender durante ese mismo tiempo la revolución cubana y los "logros" de la Unión Soviética, cosa que resultaba bastante paradójica y puede ser atribuible a aquella ingenuidad que hizo que muchos fueran incapaces de mirar los atropellos del dictador cubano y que disculparan con benevolencia los abusos y las injusticias de la desaparecida Unión Soviética. No sabían, afirman. El contexto histórico era distinto, explican. Y habrá que creerles. Allá cada uno con su conciencia. Pero al cabo de tantas zafras y periodos especiales cubanos, ahora que hasta el más obtuso defensor de aquel Gulag, no puede mirar la escombrera social, económica y moral que dejaron las sucesivas momias del politburó moscovita sin enrojecer, ya no resulta paradójico ni disculpable que todavía existan en la Europa bien pensante y democrática del siglo XXI estos intelectuales revolucionarios que tanto daño nos han hecho, alimentando la creencia de que lo que era bueno para Europa -la democracia, la alternancia en el poder, el mercado- no lo era para Latinoamérica, continente en plena formación, tierra fértil para revoluciones sangrientas, experimentos sociales y líderes carismáticos y mesiánicos, de preferencia vestidos de verde oliva, y que parecían escapados de una pesadilla -o más bien de un sueño...- de Gabriel García Márquez.

Ya sé que esto no es nada nuevo y que se ha dicho mil veces. Pero lo novedoso es el contexto histórico, como dirían ellos mismos: en una Europa cuyos gobiernos -sean  de izquierdas o de derechas- son capaces de ir a guerras por motivos económicos, negociar con dictadores, tenderles la mano a autócratas con petróleo, y todo ello sin que les tiemble el pulso, somos los ciudadanos los que tenemos la responsabilidad de actuar, de protestar, de manifestarnos y movilizarnos de manera efectiva y eficaz contra los atropellos y contra el cinismo de nuestros gobiernos. No me hago ilusiones: no será mi gobierno quien me defienda, sino yo y mis adversarios (que no mis enemigos), es decir todos aquellos quienes defendemos la democracia participativa y responsable, todos aquellos que defendemos la absoluta libertad de ideas y rechazamos cualquier forma de dictadura. Por eso resulta tan indignante lo recalcitrante de estos revolucionarios vestidos de Coronel Tapiocca, de esta resistencia de cine club que sigue justificando a un dictador como Fidel Castro y a un autócrata plebiscitario como Hugo Chávez, aunque con toda seguridad ni a uno ni a otro los querrían mandando por estos pagos. ¿Se imaginan aquí preparando la sucesión del hermano del Comandante Zapatero o del sub comandante Rajoy? ¿A Blas Piñar manejando el país gracias a un programa llamado Aló presidente? Dios nos asista. Sería tirar por tierra todo lo conseguido hasta el momento. Por fortuna, muchos amigos escritores e intelectuales hispanoamericanos que vivimos aquí, que defendemos la democracia y estamos juntos en el proyecto social de una España moderna sin la sombra del franquismo y la lacra del terrorismo, hemos encontrado a otros tantos españoles que defienden y apoyan una idea similar para Hispanoamérica. Y que nos miran de igual a igual, y no como unos pobres infelices merecedores de un dictador o de un aprendiz de dictador. 

 

Leer más
profile avatar
9 de febrero de 2010
Blogs de autor

el escritor comprometido

 

 

Cuentan que cuando a Borges le preguntaron qué opinaba sobre la literatura comprometida el escritor argentino respondió que si estaba comprometida debería casarse. Más o menos con la misma maldad con la que despachó muchos otros asuntos cuya frivolización tantos -y me incluyo- durante años desdeñamos aquel compromiso. También es cierto que ese desdén, esa burla provenía del hartazgo que sentimos quienes nos hemos pasado la vida escuchando a la progresía de papel couché, a la «resistencia de cine club», que decía un amigo, hablando de un compromiso social y literario que en la práctica era sólo un simulacro de gallardía y cuya irresponsabilidad manifiesta les llevaba -a quienes solían refugiarse bajo tal bandera - a defender a Fidel Castro y en los últimos tiempos a Hugo Chávez, ese Castro sin alfabetizar. Pero no todos, naturalmente, ni siempre hacia la versión más abyecta de la izquierda. Hubo quienes sin alardes ni aspavientos comprometieron su vida y su literatura -sobre todo los que entendían ambas como una sustancia indisoluble- y rescataron lo mejor de la llamada literatura comprometida, la decencia y la seriedad,  para elaborar un corpus ficcional estupendo, sólido, de incontestable raigambre política, y no por ello menos efectivo como mera literatura. Hubo quienes de verdad se jugaron el pellejo -y no sólo hablando desde una tribuna bien pagada, a merced de algún insulto o salivazo- y no hicieron del rencor un arma arrojadiza, pero sí del dolor y la indignación parte de su trabajo literario y periodístico, rescatando así la idea del compromiso literario. Ya no quedan muchos. Se nos acaba de ir uno de ellos, Tomás Eloy Martínez. Quienes han leído sus reportajes, sus ficciones políticas, La Mano del Amo, La novela de Perón, Santa Evita, o sus novelas más recientes como El Purgatorio, saben de lo que hablo.  La noticia de su muerte me sorprendió en París, un París lluvioso y frío, luego de conversar larguísimo el pasado fin de semana con algunos amigos entre los que se encontraba Jesús Martínez, paisano y profesor de Nanterre que regresa al Perú luego de más de quince años en la capital francesa y que prepara un documentado trabajo sobre la literatura y violencia política en mi país. De manera que el nombre de Tomás Eloy estuvo revoloteando en mi cabeza mientras conversaba de política y literatura porque sus novelas han sido un diagnóstico de la realidad de su país, lo mismo que sus agudas crónicas periodísticas. Lo vi en Madrid el año pasado y estaba cansado, pero seguía siendo un conversador chispeante e inteligente, lleno de amabilidad. Lleno de perplejidad, también, por lo que supone de desafío el uso de Internet para el periodismo. Leí en una de las innumerables crónicas que han salido estos días en la prensa que para Tomás Eloy hay «una cierta dosis de infamia en el anonimato» que proporciona Internet y que ese era uno de los aspectos sobre los que más vigilancia debían mantener los periodistas. Fue un hombre perspicaz y afectuoso en cuyas palabras sosegadas durante una charla era imposible adivinar al perseguido político que fue durante tanto tiempo, ni menos al escritor de una de las novelas que más he admirado y que siempre recomiendo: El vuelo de la reina, con la que ganó el Premio Alfaguara del 2002.  Y él sí era una escritor comprometido, en el sentido mejor de la palabra. 

Leer más
profile avatar
2 de febrero de 2010
Blogs de autor

Olvidados

Desconfío de esa frase algo envarada y con cierto afán de trascendencia que nos alerta de que «el tiempo pondrá a todos en su lugar». Creo que se trata más bien de un deseo de justicia póstuma (poética) y, por lo tanto es más un empeñosa esperanza que una aseveración con un mínimo de fundamento. Viene a colación porque el otro día terminé de leer  las «Iluminaciones en la sombra» (Josef K, editor) de Alejandro Sawa, quien ha pasado de puntillas por la historia de la literatura española. Sawa resulta tan propio del novecientos que se diría que esa época tintada de funebrismo lo esperó impaciente para señalarle su destino: trágico y maldito, canalla y lúcido, afrancesado y culto, muerto en la pobreza y la soledad, rescatado de manera tangencial porque Valle Inclán hizo de él al célebre Max Estrella, de «Luces de Bohemia».

Leer las páginas de este diario casi epitafio -con una espléndida introducción de Andrés Trapiello- es asistir a la visionaria amargura de quien rodeado de escritores e intelectuales de relumbre -Darío, Baroja, Verlaine, Valle Inclán...- se sabe ya perdido para su tiempo y también para la posteridad. Hay tal urgencia en sus frases, tanta repentina lucidez sobre lo que observa y lo que intuye, que estremece: «El niño se convierte en cura como el plomo en bala: por un hecho de fatalidad bárbara», dice en algún momento. Y más allá: «Me trasuda el dolor y pienso que la vida es una infamia». Sawa observa su tiempo con perplejidad, a veces enervado, despóticamente, a veces con una pena que traspasa. Y se observa así mismo con desconfianza, con cierta misericordia, sin apenas dejarse llevar por los celos o la envidia sobre sus colegas triunfadores. Un elegante, en el fondo.

Como él, como Sawa, hay tantos otros desconocidos! Leyéndolos uno piensa que son casi delicadas exhumaciones para el paladar de un puñado de afortunados lectores... y también hay otros que gozaron en su tiempo de fama o de prestigio, bien merecida o injusta, y que luego se los llevó el ventarrón del olvido, y no nos queda nada de ellos, apenas el nombre, quizá una cita equívoca, el comentario exótico en boca de un entendido. Poco más. Por eso, al encontrarse con textos como los de Alejandro Sawa un comprende el valor de tales hallazgos y que estos, si no ponen las cosas en su lugar, al menos nos ofrecen el consuelo de creerlo así. Pero sobre todo, cuando uno se encuentra con algún escritor particularmente obsesionado por la trascendencia, la fama, el reconocimiento, piensa en la fragilidad de tales afanes, en el inútil dispendio de energía que conlleva. Uno piensa en Sawa y en tantos otros... 

Leer más
profile avatar
26 de enero de 2010
Blogs de autor

¿Un lifting?

 

De tanto en tanto escucho con cierta perplejidad que a tal o cual novela le sobran páginas y que, no obstante, se trata de una buena novela. Algo así como que requeriría un lifting para quedar mejor de lo que está. La perplejidad viene a cuento respecto a que si la novela que hemos leído nos ha gustado resulta un poco contradictorio explicar a continuación que le sobran páginas. Es cierto, claro está, que a muchas novelas les sobran páginas: siguiendo esa argumentación, a las malas, aunque tengan 125, puede que le sobren 125. O más...

Pero hablamos de las buenas novelas, de aquellas después de cuya lectura emergemos a la realidad transfigurados, ligeramente distintos a lo que éramos, al menos durante el breve tiempo que dura su poder hipnótico. Y cuando una novela cruza el ecuador de las quinientas páginas, muchos lectores tienden a confundir los repentinos páramos y sequedades de la novela como pifias o fallas, detalles innobles que afean o perturban su belleza. Bueno, puede que lo sean, pero es que una novela, a diferencia de un cuento, obra por acumulación. Y todo aquello que en un relato abunda, aquí es combustible, paisaje, detalle, atmósfera, e incluso contradicción y si me apuran, hasta aburrimiento.

Leer "En busca del tiempo perdido" o "La montaña mágica" es una clarísima abducción por la cual el lector que ha caído en su trampa sale distinto e incapaz de pensar que a cualquiera de ellas le sobren páginas... pese a que haya momentos en que parecería que sí.

Terminar de leer una novela -una buena novela- es culminar un estupendo viaje en el que, a la luz de su recuerdo, entendemos que nos ha ocurrido de todo: desde ínfimas contrariedades hasta experiencias valiosas, frívolas, graciosas y hasta desagradables, y que todo eso constituye el viaje. La última novela de Antonio Muñoz Molina, por ejemplo, es una novela audaz a la que cuesta -al menos a mí me sucedió así- hincarle el diente. Diríase que el narrador no ha querido desperdiciar un solo ángulo desde dónde contar su historia, y que esta se va levantando ante nuestra vista con toda su poderosa complejidad, es decir: incluso con lo que a simple vista son desfallecimientos y distracciones, pequeños sobresaltos, páginas que a veces parecen no conducir a nada o "sobrar"... pero seguir avanzando con perseverancia por sus páginas es avanzar también a contrapelo de nuestra propia renuencia y si -como en el caso- la novela es buena, terminará por persuadirnos de que nada, absolutamente nada de lo contado, ha sido inútil. Porque la condición natural de la novela es la imperfección. Entendámonos: No es que el lector le perdone la imperfección, no: es que sabe o al menos admite que sin ella la novela que acaba de atraparlo entre sus redes no sería tal. Como dijo Tennessee Williams "Mata mis demonios y mis ángeles morirán también." 

Leer más
profile avatar
19 de enero de 2010
Blogs de autor

Lo político – maravilloso

En un post anterior comentaba, a propósito del más reciente libro de Luisgé Martín, "Las manos cortadas" las escasas novelas de contenido político que se escriben en España, al menos en los últimos años. Quizá se deba, dirán algunos, al hecho de que desde la entrada de la democracia, el tema ha perdido su atractivo ficcional, cosa que no ocurre en Hispanoamérica, donde todavía sigue perseverando -aunque también en declive- la novela de trama intensamente política y con muy buenos representantes, como el chileno Pedro Lemebel ("Tengo miedo torero") o el boliviano Edmundo Paz Soldán, quien además agrega un importante ingrediente, poco frecuentado en dicho género: la presencia de lo High Tech, por decirlo de alguna manera. No sólo ellos escriben ficción política  y quizá sería interesante volver sobre el asunto en otro post, pero en este caso, simplemente los pongo como ejemplo de contraste respecto a la situación en España. Y es que las novelas de corte político, como aquella magnífica y desasosegante novela de Eduardo Mendoza, "La verdad sobre el caso Savolta", son muy pocas. Realmente son escasas las novelas que dejando de lado la Guerra Civil -un género en sí mismo- se propongan ahondar, por ejemplo, en la Transición. Prueba de ello quizá es que en el frondoso jardín editorial español de los últimos tiempos resulta casi un exotismo la  muy reciente novela de Cercas, "Anatomía de un Instante". Pensemos en "El Socialista Sentimental" de Paco Umbral, o en esa tan extraña como maravillosa novela de José Julio Perlado, "Lágrimas Negras", donde un elemento mágico parece rondar las páginas más políticas de esta suerte de universo potencialmente distópico que plantea Perlado. Incluyamos también "Lo real", de Belén Gopegui y esa ambiciosa saga de Francisco Casavella, "El día del Watusi". Pero creo que hay poco más.

En todo caso, el tema político -la intriga abiertamente política, quiero decir- no parece interesar mucho a los narradores españoles. Y resulta curioso por tres razones: Primero,  porque muchos escritores son perseverantes tertulianos, acérrimos columnistas, analistas perspicaces y opinadores vehementes de asuntos claramente políticos, como podemos comprobar abriendo las páginas de la prensa diaria, u oyendo cualquier programa de radio o viendo alguna tertulia televisiva. Segundo, porque precisamente desde la Transición existe en España un caldo nutricio de temas claramente políticos y potencialmente susceptibles de ser novelados: tramas inmobiliarias, conspiraciones parlamentarias, ataques terroristas, corrupciones de toda índole, separatismo, transfuguismo, dinero y poder, esperpento casi propio de lo real maravilloso. Y tercero, porque muchos de esos escritores crecieron leyendo las novelas hispanoamericanas (marcadamente políticas en su mayoría...) de las que un gran porcentaje se declara deudor o admirador. ¿Qué ocurre entonces? Quizá sea que el aspecto político lo tienen más que resuelto como opinantes de prensa y espacio público. Quizá que el panorama político les resulta inverosímil para ser susceptible de ficcionalizarse. Quizá que han tomado buena nota de que la novela política parece en declive incluso al otro lado del Charco. Pero yo me aventuro a creer que, simplemente, el rapidísimo cambio que supuso la Transición apenas les ha dejado tiempo para digerir y aceptar que la política no sólo es el territorio ríspido donde ocurren los pormenores de nuestra vida cívica y electoral, sino también la comarca de nuestros más recónditos sueños y pesadillas.

 

Leer más
profile avatar
12 de enero de 2010
Blogs de autor

Todo un premio

 

Rompo mi rutina semanal, en esta noche de agua nieve que deja su rastro tenue sobre la techumbre gris del Madrid de los Austrias, para escribir unas líneas sobre una escritora y vecina de blog, Clara Sánchez, que además de buena amiga es una estupenda novelista que acaba de ganar un premio prestigioso, el Nadal, ni más ni menos. Un premio honrado, un premio que se hace prestigioso con sus aciertos, como en este caso.

Lo último que he leído de ella, de Clara, fue "Presentimientos", novela hermosa y singular, de prosa limpia y sin excesos, que cuenta una historia anclada en los linderos de lo fantástico. ¿Qué ocurre con una persona cuando está en coma? Es un tema fascinante que Clara abordó con mucha originalidad y mucho, mucho oficio. Lástima, como se lo comenté en alguna ocasión, que durante la promoción de la novela no tuvieran cuidado de no descubrir el pequeño muelle que hace funcionar la historia, por otro lado, tan bien contada. Leí una novela suya, anterior, "Un millón de luces", y descubrí una escritora que sin alardes técnicos ni pases de magia para la galería, con el simple y primordial barro de las palabras, era capaz de hilvanar una trama que bajo su capa de cotidianidad mostraba la profunda complejidad de las relaciones humanas. Me gusta Clara como escritora, pero además, junto con Rosa Montero -tan amigas, las dos- es de esas personas sensatas y francas, amistosas y sin un ápice de soberbia o vanidad -pese a sus admirables trayectorias narrativas-, tan llenas de perspicacia y buena onda, que hacen  de su compañía un disfrute y un aprendizaje. Nos vemos poco, muy poco en realidad o como le he dicho alguna vez: "de trescientas páginas en trescientas páginas", pero siempre hay con ella esa sensación de retomar la conversación donde la habíamos dejado. Y de estar frente a alguien que ama el oficio. Por eso, que haya ganado este premio es una gran alegría.

Leer más
profile avatar
7 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Una historia profundamente política

 

Hace poco terminé de leer «Las manos cortadas», la más reciente novela de Luisgé Martín que, como sus novelas y libros de relatos anteriores, ha salido en Alfaguara. «Las manos cortadas» es una novela extraña en el panorama actual de la literatura española, fundamentalmente porque encara con astucia narrativa un período particularmente sombrío de la historia reciente chilena y bien conocido por todos: la dictadura de Pinochet. No es habitual que los escritores españoles se adentren en un tema histórico-político y que además ocurra alejado de su propio paisaje; más aún cuando la Guerra Civil sigue siendo un yacimiento rico en historias, como lo demuestra la reciente novela de Antonio Muñoz Molina, «La noche de los tiempos».

Luisgé Martín además plantea un enfoque inusual, casi detectivesco y algo punzante, pues el narrador -un escritor español, supuestamente el propio Luisgé- recibe una llamada de alguien que dice tener documentos que prueban que Salvador Allende iba a convertir aquel Chile pre -pinochetista, de izquierdas y casi arcádico en el imaginario de muchos románticos, en una nueva Cuba.  Efectivamente, comprueba el escritor casi  al inicio de la novela, los documentos existen, y uno se pregunta, parafraseando a Alejandro Sawa, si acaso también Allende tuvo el ansia intelectual de convertir la idea en dinamita. Pero eso es sólo el disparador de una trama que demuestra una larga investigación y una minucia narrativa que nos lleva desde las primeras páginas hasta el final con un brío poco frecuente, rozando una y otra vez el género negro, que deja entrever a cada momento sus maneras, siempre manejadas con destreza por Luisgé, quizá uno de los más solventes narradores de la actualidad. Pueden resultar algo áridos los pasajes rigurosamente históricos, profusos en datos, que confunden y marean al lego en el tema -y Luisgé nos hace sentir así a todos, creo yo-, pero sorteado ese escollo, la lectura es envolvente.  No es una novela de concesiones narrativas y el escritor nos lleva a la desasosegante frontera de los ideales y las acciones, al territorio siempre en penumbra de lo revisitado. Pero sobre todo me llama la atención esta novela tan hondamente política en una tradición literaria poco dada al tema (el de la Guerra Civil es un género en sí mismo, de manera que excluyámoslo).

¿Qué ocurre en la literatura española actual para que el tema político sea apenas digno de atención por parte de los narradores, sobre todo cuando casi todos son opinantes y participativos, por decir lo menos? ¿Han hecho ustedes el inventario de la novela política en España? Es un asunto que me gustará comentar en un próximo post, pero por ahora me queda flotando esta (mínima) reflexión acerca de qué impulsa a un escritor como Luisgé Martín -nunca vinculado a esta temática- a tratar un asunto tan efervescente y ajeno (Ajeno: ya me entienden...) Por fortuna, lo hace y el resultado es impecable. 

 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
5 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Listas

Aunque nunca he sido particularmente amigo de las listas y casi siempre sus conclusiones tienen el signo inequívoco (y frágil) de la inmediatez, no pude sustraerme a la lectura de la lista de los mejores libros publicados en el 2009 y que registra el suplemento Babelia de El País de esta última semana.  «Anatomía de un instante» de Javier Cercas, el libro elegido como el mejor de este año que termina, es un libro extraño, a medio camino entre el ensayo y la novela, y que tiene su punto de partida en el golpe del 23 F, en España.  Es curioso que en esta ocasión, según se desprende de la encuesta hecha a cincuenta críticos, la novela parece haber perdido fuelle en detrimento del ensayo. Al menos eso dicen: la gente quiere más realidad y menos ficción, ¡vaya!, eso suena como toda una novedad, dicen. El ensayo ha destronado a la novela, insisten.

Pero más allá del hecho evidente, siempre según los encuestados de Babelia, de que este año se han valorado mejor los ensayos que las novelas, creo que sería apresurado sacar conclusiones erróneas respecto a estas últimas. Me parece simplemente que los lectores buscan un nuevo empuje en la novela, un rapto de audacia: que esta ponga un pie en otros territorios para no sucumbir tragada por las sombras de sí misma. Ese híbrido entre ensayo y novela, como es efectivamente el espléndido libro de Cercas, me recuerda a la Negra Espalda de Tiempo, de Javier Marías, a Sefarad, de Muñoz Molina o las Nocillas del buen Agustín Fernández Mallo, que capitanea (me parece que sin querer) un grupo de escritores que proclaman una ruptura algo aparatosa, una nueva forma de contar...  En el fondo se trata  del mismo asunto de siempre y demuestra que la novela es un género que se columpia entre estos dos hechos incontrovertibles: por un lado pertenece de manera inequívoca a una antiquísima tradición, que para los occidentales empieza con Homero, y por otro siempre pretende romper esa misma tradición. Heredera y transgresora al mismo tiempo, la novela -toda novela, cualquier novela- siempre estará en su hora cero, buscando contar una historia de la mejor manera posible. Y para ello echará mano de lo que tenga a su alcance, sea ensayos, cuentos, memorias, diarios, cartas, blogs, biografías... La perplejidad que de tanto asalta a los críticos, a los periodistas especializados, a los editores y hasta a los propios escritores, sólo demuestra que la novela parece ir siempre por delante de sus lectores más exigentes.

(De todas formas, yo también tengo mi propia lista, pero simplemente de los libros que he leído este año, y de la que espigo unos cuantos, por si se animan también ustedes a contarme la propia: Santo Diablo, de Ernesto Pérez Zúñiga, Me casé con un comunista, de Philip Roth, Historias de las despedidas, de Pedro Sorela, El otro nombre de Laura, de Benjamin Black. ¡Ah!, y En el bosque, de Juan Carlos Chirinos, aún inédita. Pero esa es otra historia que ya les contaré.)

Feliz año y felices lecturas. 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
29 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Un placer clandestino

 

 

Hace unos años, el editor Juan Casamayor, más astuto que quijotesco y más pragmático que el departamento de Lógica de una universidad de la Ivy League decidió apostar por Páginas de Espuma, un sello editorial dedicado al cuento. En un medio como el español, donde editores, libreros, agentes e incluso los propios escritores han fruncido el ceño a la hora de hablar de la edición del cuento, Casamayor recibió manuscritos, buceó entre clásicos reeditando a unos y rescatando a otros, afirmó la valía de novelistas dedicados de forma espuria al cuento, redimió de la reserva a otros más y poco a poco se convirtió el suyo en un sello de referencia para quienes disfrutan de los cuentos. Algo similar ha ocurrido con la librería "Tres rosas amarillas" del madrileño barrio de Malasaña, cuyos dueños ejercen de libreros comme il faut y han espigado del campo inmenso de las publicaciones españolas los cuentos y los cuentistas: Clásicos, veteranos, redimidos, recónditos, íntimos, ignorados y completamente novedosos... ir a aquella pequeña librería es un verdadero placer para quienes aman el género, pues no sólo hay libros sino recitales y conferencias que recuerdan mucho a esas pequeñas librerías de barrio neoyorkinas tan difíciles ya de encontrar...

Parece pues que al cuento, a juzgar por estos dos ejemplos entre muchos otros y  en contra del resquemor proverbial, le va bien en España. No creo realmente que haya habido un mal momento para su práctica ni para su edición: en el caso de lo primero, yo llevo talleres de creación literaria desde hace casi veinte años y me consta que en este tiempo, talleres y escuelas dedicadas a ello se han multiplicado por toda la geografía española con rapidez y han crecido con vigor; en el caso de lo segundo, editoriales como Páginas de Espuma así como otras más abastecen a un tan grande como clandestino número de lectores de cuento. Y creo que esa es la clave: La clandestinidad. Frente a la aparatosa prepotencia de las novelas y novelones que surcan como trasatlánticos en el horizonte lector, los libros de cuentos son frágiles y delicadas embarcaciones de recreo reflexivo: en solitario o en austera compañía, su presencia parece pasar desapercibida, pero están allí. Los cuentos requieren un lector menos tumultuoso que la novela, un lector cuyo entusiasmo alienta el entusiasmo de sus cofrades, pero que rara vez solivianta el ánimo de muchos. La densidad de su alcance, el tiralíneas con que traza sus argumentos, la exigencia de su acometida tiene poco que ver con la maquinaria bélica que es una novela, que tritura y deglute cuanto encuentra a su paso, pues tal es su naturaleza, donde cabe todo: romance, acción, reflexión, biografía, detritus y especulaciones varias. La novela es un territorio que admite ser conquistado por todo el mundo. El cuento es una cabecera de playa que sólo unos pocos atrevidos ganan. El cuento parece vivir pues, más que modestamente, en un elegante anonimato, cultivado con el esmero de unos pocos. Suficientes.

 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
22 de diciembre de 2009
Close Menu