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Escrito por

Jean-François Fogel

Jean-François Fogel Periodista y ensayista francés, trabajó para la Agencia France-Presse, el diario Libération, el semanal Le Point y el mensual Le Magazine Littéraire. Ha vivido una parte de su vida en España donde empezó una segunda carrera como asesor para empresas de prensa. Fue asesor del director del diario Le Monde, desde 1994 a 2002, y sigue trabajando en la concepción y la remodelación continua del sitio Internet creado por el vespertino. Es maestro y presidente del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha publicado varios libros sobre literatura francesa y sobre América Latina, entre los que destaca  un ensayo sobre el periodismo digital, Una prensa sin Gutenberg (Punto de Lectura, 2007).

En 2010 se dedicó a renovar los seis sitios de los diarios del grupo francés SudOuest, donde continua siendo asesor de la estrategia digital. En los últimos años, se encargó de la creación de una plataforma de información digital para el grupo France Televisions, una de las tres más importantes de Francia. Asesora a varios medios en Europa y América Latina tanto en la concepción de sitios, como en la organización de la producción digital. Es director del Executive Master of Media Management, del Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po).

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MELANCOLÍA PARISIENSE

En estos días el cielo de París no sabe elegir entre sol y lluvia. Pasa de la luz triunfante de la primavera a la luz tenue del otoño en el plazo de un guiño de ojo. Es el peor momento para descubrir, lo que hice ayer, un libro lleno de melancolía: El país de las palabras de Daniel Mordzinski (Roca Editorial).

Mordzinski es un fotógrafo argentino y su libro tiene como subtítulo “Retratos y palabras de escritores de América Latina 1980-2005”. Hay que fijarse en las fechas. Un cuarto de siglo es una duración aplastante. Hace un cuarto de siglo todavía no había dinosaurios en la tierra (hablo de los dinosaurios que tienen un papel comprobado en la historia de nuestra cultura, los de Jurassic Park) y tampoco ordenadores portátiles. En este cuarto de siglo, 67 escritores pasaron por París y Daniel Mordzinski consiguió sacar fotografías (no siempre en París) a cada uno de ellos. Muchos escribieron un texto o entregaron algo ya escrito para componer una especie de retrato fragmentado de París a través de la mirada de sus visitantes o inmigrantes.

El colombiano Héctor Abad, por orden alfabético, es el primero en entregar su cariño con una frase inicial que no sabe esconder una honda ternura: “París es una puta muy cara para mí.” Una puta carísima y poco alegre si miramos estas fotografías repletas de gravedad. ¿Sería un latino en París un escritor que no puede sonreír por la capa de almidón de la vieja cultura francesa que cubre todo? ¿O, más bien, sería París el lugar perfecto para vivir una crisis, desde la mera lucha para sobrevivir que cuenta Santiago Gamboa hasta las tres crisis fundamentales que aguantó Ernesto Sábato en la capital francesa?

“We will always have Paris” (siempre tendremos a París) dice Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en la película Casablanca. Es una frase que pocos autores latinos podrían utilizar. Hablan como si la ciudad fuese un préstamo, un vivir en alquiler. No son propietarios (menos Silvia Barón Supervielle cuya fotografía la muestra en su isla Saint Louis -es la de la dueña de un barco en el Sena-, y Héctor Bianciotti que, como miembro de la Academia Francesa, tiene la condición de “inmortal”).

Basta nombrar a Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar, Juan José Saer y Guillermo Cabrera Infante para entender la melancolía de un libro que abarca tantos años. Sus páginas pasan de la galería de retratos al cementerio, sin alivio para su lector. Y con relación a los escritores que vienen a París, ni hablar: se enfrentan con un desafío terrible y todos lo saben: se encuentran en una ciudad que nos pregunta cada día lo que hemos hecho con nuestras promesas de juventud.

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22 de mayo de 2006
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MONOS Y HOMBRES

En la interminable búsqueda del eslabón faltante en la cadena que vincula al ser humano con sus antepasados, unos científicos de Boston proponen una nueva teoría. Corresponde a lo que llamamos, en el vocabulario de las perversiones sexuales, zoofilia. En el caso del hombre, que se apartó del mono en una especie distinta hace algo así como 5.4 millones de años, parece que hubo casos de zoofilia muy recientes (un millón de años). Uniones sexuales de hombres con monos serían imprescindibles -explican los científicos- para explicar las huellas y fósiles que estudia hoy la paleontología.

Es cierto, había algo raro en la relación entre Tarzán y Chita. No lo escribo de broma ni pensando en Edgar Rice Burroughs. No, lo que tengo en la mente es la primera novela del escritor catalán Albert Sanchez Piñol, La pell freda. La leí en su traducción al castellano, La piel fría, y creo que me produjo el malestar que compartieron sus lectores en todos los países (ya tiene, en cuatro años, veintiocho traducciones). La historia tiene lugar en una isla remota del Atlántico Sur. Su narrador, un meteorólogo ex miembro del IRA, no encuentra al colega que viene a reemplazar. Al anochecer, al ser atacado por criaturas anfibias con rasgos humanoides que salen del mar, entiende la razón de la desaparición de su colega. El barco que lo llevó a la isla se ha ido. Sabe que le tocará vivir meses de lucha para no morir. Su sobrevivencia es lo que cuenta el libro.

Es un cuento, no es una verdadera novela. Tiene una escritura transparente, sencilla, con un relato cronológico. Es insoportable al principio, aun más sabiendo que las criaturas anfibias se llaman «citauca» (acuatic) y que entre ellas aparece una hembra de una belleza insuperable, «Aneris» (sirena). Me acuerdo muy bien del momento en que iba a dejar, a medio camino, un libro que me proponía anagramas tan baratos. Pero para defenderse, el narrador se aparta del único otro hombre que vive en la isla, un farero alemán ebrio. Consigue encerrarse en el faro y pone a Aneris en su cama. Sánchez Piñol es antropólogo y quizás eso fue lo que me ayudó a seguir en la lectura. Me gustó su fábula filosófica sobre un comportamiento imperialista (conquista del faro, dominio sobre la isla y sus habitantes) aunque lo de hacer el amor con Aneris me parecía más bien una barata meditación sobre la condición humana (un antropólogo tiene que vernos como otros animales).

La teoría que nos viene de Boston hace pensar que quizás en la historia del hombre hubo un episodio tipo «piel fría». ¿Sería cierto lo que imaginó Sánchez Piñol? No he leído todavía Pandora en el Congo, la segunda novela de este antropólogo, pero acabo de leer otra noticia científica que apunta en la misma dirección. Esta vez, se trata del vínculo entre muñecas y dedos humanos y las aletas de los peces. Para decirlo de una buena vez, Albert Sánchez Piñol se quedó corto: en realidad, somos citaucas que aprovecharon su mutación para ligar con monos. De sólo pensar ahora en lo que es la «condición humana» tengo la «pell freda».

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19 de mayo de 2006
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VISCA CATALUNYA

He vivido muchos años en Cataluña. Al leer las noticias sobre el follón (no conozco otra palabra) que se produce en el “Palau de la Generalitat”, la sede del gobierno catalán, me preguntó cómo se entiende, o mejor no se entiende, al otro lado del mundo, lo que es ser catalán en el siglo XXI. Una parte de la península que explicaba la necesidad de “fer país”, de construir su país frente al franquismo, no sabe ahora cómo hacer para que una persona se sienta cómoda en el noreste de España ( ya puse la maldita palabra).

“Qui viu i treballa a Catalunya es catalá” (quien vive y trabaja en Cataluña es catalán) decía Jordi Pujol, el presidente de la Generalitat, para definir a sus ciudadanos en las últimas décadas. Hoy, la confusión es total. Una sociedad civil que fue la más inventiva, irónica, eficiente en la época de la dictadura se pierde y pierde su alma. Es muy difícil entender cómo la izquierda catalana, al llegar al poder en la Generalitat, y conociendo los problemas de vivienda, de calidad de la salud o de enseñanza que se plantean, decide en 2003, bajo el mando de Pasquall Maragall, que no hay tarea más urgente que definir los términos nación y nacionalismo.

Quizá lo mejor para percibir la esencia de tanta confusión es leer dos capítulos, no mas que dos capítulos de Vaya España (Aguilar), un retrato de España escrito por dieciocho corresponsales extranjeros. Ni uno de ellos merece la sospecha de no sentir amor por los españoles. Lo aman todo, incluyendo sus defectos. Es un libro que dice cuánto se disfruta al vivir en España, pero los dos capítulos dedicados al nacionalismo en general y a Cataluña en particular son devastadores.

“¿Mai has viatjat a Espanya?” (¿Has viajado alguna vez a España?) es la primera pregunta que se hace a Barbara Schwarzwälder, de Alemania, en su primer curso de catalán en Barcelona. Como ella lo dice, la pregunta está hecha para impedir a una alumna que quiere aprender el catalán dar una respuesta sin errar. Con razón titula su magnifico texto “En el laberinto nacionalista”. Y no se sale del laberinto.

Gerrit Jan Hoek, un holandés enviado a Barcelona, por su amor al Barça, el club de fútbol, no dice otra cosa al recordar que un idioma es también un “medio de comunicación” y que no se puede utilizar para apartarse de todos sin ser más pobre.

Escribo todo esto con sumo respeto hacia los maestros de la literatura catalana, Mercé Rodoreda o J.V. Foix, si hay que citar a alguien. Pero citar nombres es peligroso. Enseguida tengo que admitir una “traición”: los versos de Gabriel Ferrater (autor del Poema inacabat) y los de Jaime Gil de Biedma (que recopiló sus poemas en Colección particular) siempre están a mi lado. El primero escribía en catalán y el segundo en castellano y no sé elegir entre ellos sin quitar algo a Barcelona. A menos que, como advierte un poema de Gil de Biedma que toma del catalán, con lo que pasa ahora, “Barcelona ja no és bona”.

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16 de mayo de 2006
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DISCREPANCIAS EN LA CATEDRAL

El 13 de abril del año pasado, Rupert Murdoch, el dueño de medios de comunicación más rico del mundo, hablaba frente a mil quinientos de sus redactores en jefe en Nueva York. Y para asegurarse de la atención de su audiencia, empezó con el clásico “opening joke” (el chiste de apertura). Era una cita de una carta del autor Mark Twain a un amigo. “Muchas veces, decía Twain, recordamos con lástima que Napoleón disparó con un fusil a un redactor en jefe y mató a un editor… Pero nos acordamos con generosidad que a pesar de esto tenía buenas intenciones…”.

Lo que contaba Twain no es cierto, pero no podemos olvidar aquellas intenciones que atribuía a Napoleón. Creo que las intenciones del joven novelista peruano Diego Trelles Paz son igual de buenas. Su última novela, El círculo de los escritores asesinos, cuenta a cuatro voces lo que habría sido el asesinato de un crítico literario. Siendo un poco crítico literario, el proyecto me parece simpatiquísimo. Como idea, claro. No dudo de lo imprescindible que es la tarea de limpiar Lima de su “mafia cultural”. Pero, tal como Napoleón se equivocó en el relato de Twain, sus asesinos se equivocan en el momento de contar su crimen. Un escritor es un testigo poco confiable. En lugar de entregar los hechos, cuenta su historia. Al final, no es el crimen sino los asesinos, escuadrón de la muerte de la mala cultura, los que representan la parte más atractiva del texto.

“Todo escritor necesita de un padre espiritual…” reconoce el autor y como su novela tiene lugar en Lima, no hay duda acerca de la figura del padre. “… vamos al malecón Paul Harris, de repente asoma Vargas Llosa por el balcón” dice uno de los personajes al final de una noche sin dormir. No importa donde pasa la noche con sus compañeros, en un bar llamado “Círculo”, “Dragón” o “Tijeras”, es el mismo mundo cerrado de  las conversaciones de una generación que llegó demasiado tarde para plantear en su conversación la famosa pregunta: "¿en qué momento se jodió el Perú?"

En la catedral de Diego Trelles Paz, ya no hay Perú y tampoco hay realidad. Los protagonistas se tiran nombres de personajes, libros o películas a la cara. Su vida se limita a las discrepancias sobre obras ajenas a ellos. Saben que nuestro mundo globalizado y virtual solo hospeda a “personajes desquiciados de una novela anónima” que llamaremos la vida limeña o parisiense o madrileña, no importa. Debo reconocer que me encantó la lista de las referencias culturales en la novela. Permite una pequeña síntesis, que es el retrato de una generación de jóvenes: el cine cuenta tanto como la literatura; la poesía sobrevive; Roberto Bolaño es un mito necesario para creer que todo es posible; todavía queda algo de Francia (muchas gracias, Eric Rohmer) y Juan Carlos Onetti no tiene que temer nada del futuro, incluyendo el tratamiento que le podrían propinar escritores asesinos.

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12 de mayo de 2006
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LA DERROTA DE BOLÍVAR

El chiste se contaba en Ecuador, cuando el país empezó a utilizar el dólar americano en lugar de su moneda nacional. “Ahora, se decía, solo quedan dos cosas que definen a Ecuador: la selección (de fútbol, por supuesto) y Perú”.

No hay nada como tener a un enemigo para agrupar a una nación y en el periodo reciente parece, al descubrir el auge de los conflictos bilaterales, que América Latina va por un camino de contracción interna y de desintegración en las relaciones internacionales. Es la dirección opuesta al proyecto integracionista de Bolívar. Cada uno por su cuenta y pelea para todos.

Al escribir esto, leo las noticias del encuentro entre Humala y Morales. Ambos prometen, en caso de victoria del ex militar en Perú, un acercamiento entre sus países andinos. Pero aquel pronóstico me parece tramposo. Hago poco caso del Tratado de Comercio de los Pueblos que firmaron en La Habana Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales y tampoco doy importancia al ALBA que lucha contre el ALCA promovido por Washington. Hay que ver, primero, los hechos, lo que ocurre en el continente. Y vemos que está patas arriba, en plena convulsión. Venezuela no tiene embajadores en Perú y México. Perú, Nicaragua y México denuncian la intervención de Venezuela en sus asuntos internos. Argentina tiene con Uruguay un debate sobre la contaminación por papeleras que lleva mucho ácido. Brasil se prepara para pasar, tarde o temprano, la cuenta a Bolivia por la nacionalización de sus campos petrolíferos que dañan a Petrobras. Chile ni sueña dar las playas en el Pacífico que pide Bolivia. Colombia y Ecuador mantienen los mismos problemas vinculados con la guerrilla en sus fronteras y pasa lo mismo entre Colombia y Venezuela.

Las instituciones internacionales pintan igual panorama desolador. Está claro que no queda nada de la Comunidad Andina de Naciones desde el anuncio de la salida de Venezuela y que no podemos decir nada prometedor sobre el Mercosur, con las broncas de sus vecinos en contra de Argentina y Brasil. Para muchos, la culpa de todo la tiene Chávez. Estaría provocando una especie de enfrentamiento entre dos bandos: los que siguen la vía liberal promovida por Washington y los que intentan recuperar el viejo sueño castrista de una revolución  que se presente como hecha por y para los pueblos.

Claro que hay algo de cierto en esta visión pero no podemos olvidar tampoco la naturaleza específica del populismo desenfrenado que se establece ahora. Un excelente artículo de Arthur Ituassu, profesor en la Universidad Católica de Río de Janeiro, ayuda a entenderlo, con un intento de determinar las diferencias entre el neo-populismo que utilizaron Fernando Collor de Mello, Carlos Menem y Alberto Fujimori y el “new populismo” de Chávez, Morales, Kirchner y hasta Lula.

El artículo, en inglés, que se encuentra en el excelente sitio de “Open Democracy”, apunta la manera en que el “New populismo” recupera para el Estado un papel fuerte. El Estado interviene, defiende el interés general, nacionaliza, se preocupa de armamento (incluyendo armas nucleares) y provoca fuertes divisiones internas. No es el populismo que prometía el enriquecimiento a través del funcionamiento de una economía liberalizada. Ahora tenemos líderes populistas que buscan enemigos adentro y afuera. Su Estado se pone al servicio de una afirmación nacionalista (con una dimensión de revancha, de ajusticiamiento con relación a la historia) que tiene que chocar, de manera ineludible, con países vecinos. Ojalá me equivoque, pero creo que nos acercamos a situaciones muy lejanas del sueño bolivariano.

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10 de mayo de 2006
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SCIASCIA/STENDHAL

Me acuerdo del día de mi descubrimiento de “Stendhal” de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Era una traducción al español. Un librito del editor Trieste que me provocó una irresponsable crisis de celos. La sensación de ser testigo del robo de un tesoro francés por un príncipe siciliano. ¿Cómo podía ser? El autor del Gatopardo no había escrito un libro a propósito de Stendhal o un estudio literario sino un libro que se ubicaba con su seductor desorden, su obsesión por los detalles dentro del círculo mágico que el propio Stendhal había nombrado al dedicar La cartuja de Parma como el de los “happy few”.

Lo que más me molestó fue descubrir el uso del francés, muy acertado, para el título de un capitulo: “L’heure des cuirassiers”. Escribir así no era poner la pata en el terreno más íntimo de la literatura francesa, era establecerse en su centro. Algo como decir Stendhal es mío y lo demuestro con un libro que corresponde plenamente a los escritos íntimos del maestro.

Escritos que tocan así el gran secreto de la obra de Henri Beyle hay pocos. Está el famoso artículo de Balzac sobre la “Cartuja” que afirma que no existen más de mil quinientos lectores en toda Europa que puedan entender los méritos de la novela (“El señor Beyle, escribe Balzac, ha hecho un libro donde lo sublime estalla de capítulo en capítulo”). Está también el todavía debatido artículo de Prosper Mérimée, H.B., por uno de los cuarenta, una caricia que deja un arañazo en la figura de Stendhal. Al revés, hay un sinfín de cegueras, la más famosa la del propio Sainte-Beuve, primus inter pares de los críticos que confirmaron el pronóstico de un autor anunciando a mitad del siglo XIX que tendría sus lectores en 1880 y, aún más, en 1935.

Hasta ayer podía añadir a aquella lista los libros que un lector guarda por razones imposibles. En mi caso, eran tres: Stendhal de Albert Thibaudet,  Stendhaliana (nombre de una enfermedad incurable) de Emile Henriot y CLX petits faits vrais, un censo por Jean-Louis Vaudoyer de ciento sesenta historietas que gustaron a Stendhal sembradas a lo largo de su obra. Desde hoy, no son tres sino cuatro. Acabo de leer Adorable Stendhal de Leonardo Sciascia, que viene como un eco de lo que me provocó la lectura del libro de Lampedusa. Otro siciliano, igual capacidad de establecerse frente al gran amante de Italia y conversar sobre él de manera intensa, con hambre de hechos y dominio total de los escritos. El libro de Lampedusa no era un libro sino la transcripción de las lecciones que daba sobre literatura al final de su vida. Igualmente, el libro de Sciascia es una mera recopilación hecha por su viuda de los textos que el autor de Todo modo dedicó a Stendhal.

Es una obra incompleta, caótica y, por tanto, digna de Stendhal que dejó tantos libros inacabados. No sé por qué milagro llegó a mis manos la traducción al español. Fue publicada por Adriana Hidalgo Editora, en Argentina, en diciembre pasado. Todo lo que he leído es un encanto: las páginas sobre Pedro Napoleón que fue el modelo de Fabricio del Dongo; la maneja de recordar que Stendhal ha “lidiado con la nada”; la manera de definir la vida de Stendhal como “un amor hacia la vida no correspondido”; la descripción de la afición por Italia “de un escritor sumamente francés y muy poco italiano”; la evocación del bandolero Gasparoni encerrado en su fortaleza; la emoción al comprobar que sí fue posible, el conde Greppi almorzó con Stendhal  cerca de 1840 y jugó al billar con Hemingway en 1917. No faltan los pedacitos de nada sobre Gramsci, Paul Valery, André Gide, que son rasgos fundamentales en una pasión por Stendhal cercana a la alucinación. No falta, por supuesto, la comparación entre Stendhal, que se prometía lectores a largo plazo, y Lampedusa, actuando como un autor que no podría tener lectores.

El título del libro viene de una confidencia de Sciascia sobre Pasolini. (Me parece reconocer el texto, extracto de El caso Moro). Sciascia dice que lo que le aparta de Pasolini es el sobre-uso que hace este de la palabra adorable. Los pequeños amantes que por fin lo mataron en una playa eran para Pasolini sus “adorables”. Sciascia dice que para él aquella palabra solo mereció dos utilizaciones: “… para una sola mujer, y para un solo escritor. Y este escritor, tal vez esté de más decirlo, es Stendhal”.

Hay que hablar bien claro: es un libro tan imprescindible sobre Stendhal que nadie lo necesita a menos que sea víctima de aquella incurable enfermedad cuyo síntoma Sciascia describe: “el stendhalismo, dice, es seguramente la pasión más duradera, la más vasta, la más fervorosa que la historia, la vida y las costumbres literarias registran”.

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8 de mayo de 2006
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SIMON LEYS

Cada mes la revista francesa Le magazine littéraire lleva dos columnas. Una, excelente, es firmada por Enrique Vila-Matas que demuestra que supera el conocimiento de la literatura francesa que tienen los propios franceses. La otra columna viene del otro lado del mundo. La firma Simon Leys, un profesor belga de literatura que vive en Australia. Su verdadero nombre es Pierre Ryckmans. Ha robado su pseudónimo a un héroe del novelista Victor Segalen. Es un autor extraño, un hombre mítico en muchos aspectos. Profesor de estudios y de idioma chinos escribe tanto en francés como en inglés y tiene una ironía, y también una transparencia en la escritura que lo establecen como una figura aparte entre los lectores que siguen sus pasiones.

Leys fue traducido al español en los años setenta cuando se dedicaba a escribir el contrario de lo que decían los maoístas en Francia. Por temor a ellos y a perder su visa para ir a China tuvo que esconderse detrás de su seudónimo para publicar ensayos que se llamaban Los trajes nuevos del presidente Mao y Sombras chinas. En estos libros se leía la verdad sobre China en aquella época: la “banda de los cuatro” era un hampa en el poder y la revolución cultural, una catástrofe con un sin número de muertos y de poblaciones desplazadas.

Desde entonces, he seguido a Ryckmans/Leys muy de cerca. Ha escrito sobre China, pero también sobre literatura y sobre el mar. Es difícil explicar por dónde va este autor. En 2003, por ejemplo, publicó un librito Les naufragés du Batavia (Los náufragos del Batavia) en la editorial Arlea. Es la historia de un milagro: trescientas personas que tenían que hundirse con el barco Batavia, en 1629, cerca de una isla de la costa australiana, llegan a salvo a tierra. Enseguida los sobrevivientes se dedican a hacer lo que la serie de televisión Lost muestra en el mundo entero: compartir la vida que les regaló la suerte. A pesar de hacerlo en un pequeño paraíso, se matan entre ellos a una velocidad tremenda. Es una historia real, basada en hechos, y, bajo la pluma de Leys, un relato encantador y realista.

Lo que más sorprende en Leys son los temas que le movilizan. Ha escrito una novela para imaginar qué habría pasado si Napoleón no hubiera muerto en Santa Helena; ha producido muchos ensayos literarios (Balzac, Simenon, Evelyn Waugh…); ha traducido al inglés Confucius y  al francés Two years before the mast de Richard Henry Dana, que es el mejor libro nunca publicado sobre el mar (existe en español bajo el título Dos años al pie del mástil). Entonces no me sorprende que la última columna de Leys trate de Joseph Conrad, que combina gran literatura y mar. Pero, al leerla, descubro lo que quizá había olvidado: Vladimir Nabokov odiaba a Conrad.

“Conrad es un escritor para escautismo” dijo Nabokov citado por Leys. La razón del odio: Dimitri, el abuelo de Nabokov, había reprimido en 1862 un levantamiento polaco que tenía entre sus responsables al propio padre de Conrad.  Casi toda la familia cercana a Conrad fue asesinada por las tropas de Dimitri Nabokov. Su nieto no soportaba la denuncia hecha por el escritor polaco de la barbarie rusa personalizada por un antepasado de su familia. Al leer esto he vuelto en seguida a los famosos cursos de literatura de Vladimir Nabokov. Capítulo sobre Dostoievski. Cito: “Dostoievski no es un gran escritor, más bien un autor mediocre…”. Y esta vez, tenemos que recordar que no fue el abuelo sino el tío bisabuelo de Vladimir Nabokov, quien fue encargado de la investigación sobre Dostoievski cuando este tramaba un complot contra el zar. Después, fue el jefe de la fortaleza Pedro y Pabo donde Dostoievski quedó detenido. Otra vez, Vladimir Nabokov no sabía cómo asumir un antepasado carcelario.

A pesar de huir a Rusia, el padre de Lolita tuvo que asumir, y no sabía cómo, la carga de una familia que participó en el absolutismo del poder del zar. Lo hizo, cuando se trataba de literatura, con unos odios que llegan al ridículo. Basta recordar las cuatro categorías que utilizó para clasificar a los personajes de Dostoievski: epilepsia, demencia senil, histeria, psicópatas. No voy a seguir así, contando lo que me provocó la lectura de la columna de Simon Leys: es un autor maravilloso, de los que abren las puertas escondidas en nuestras bibliotecas.

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5 de mayo de 2006
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HISPANOS DEL NORTE Y DEL SUR

Voy a pisar un poco el terreno de Héctor Feliciano, pero no puedo eludir el tema: el “día sin inmigrantes” que tuvo lugar el lunes pasado en EE. UU. Un estudio financiado por la Fundación Pew establece entre 11 y 12 millones el número de inmigrantes que no tienen papeles en el país. Son indocumentados, lo que quiere decir que su vida se desarrolla meramente en el terreno económico: consumir y trabajar es lo único que se les otorga de manera oficiosa; repito: lo único.

Entonces no fue una sorpresa descubrir las reacciones negativas, incluida la del presidente Bush, a la versión en español del himno americano que han grabado estrellas latinas en EE. UU. La mayoría de los inmigrantes son latinos y, al intentar poner su marca en el cuadro cívico y político, estos “importados” del sur salieron de lo que es una especie de reserva de indios. No pueden olvidar que los padres de la constitución americana, aunque fue por la  diferencia de solo un voto, decidieron escoger el inglés en lugar del alemán como idioma oficial al final del siglo XVIII.

Con sumo respeto por Carlos Ponce, Gloria Trevi o Tito El Bambino, quienes intentaron aquella anexión por las letras de una música sagrada, creo que se equivocaron por completo. No hay que intentar conquistar lo que los latinos ya tienen. Habría que ser ciego para no entender lo que está pasando con la administración de Bush: hay una desaparición creciente de lo que fue la identidad política de un país yankee, blanco, de religión católica y reformista. EE. UU se parecen cada día más a sus vecinos del sur. La semana pasada el semanal The New Yorker describía la situación del país como una “South Americanization” de la cultura política en el norte de la frontera con México. Irresponsabilidad frente a la finanzas públicas, desigualdades crecientes, corrupción tapada por una retórica populista, utilización de la “guerra sucia” por servicios secretos y comportamientos dinásticos de los responsables políticos: todas las enfermedades que se denuncia sin parar y con razón en muchos países de América Latina se notan ahora en Washington.

Aquella observación del New Yorker da mucho para pensar. Pero los que creen, como tantos intelectuales franceses, que todo vale para oponerse a EE. UU tienen que mantener una visión equilibrada. Otro artículo que me llegó ayer, por Internet, basta para recordarlo. Es el relato de la escritora Zoé Valdés sobre su reciente visita a Santo Domingo. Vemos lo que los adversarios obsesionados de EE. UU, en este caso unos castristas, hacen al sur de la misma frontera, cuando se trata de un derecho político fundamental, la libertad de expresión. No es costumbre mía reproducir un artículo. Pero vale la pena leer éste, que copio abajo, aunque Zoé es amiga mía (y entonces se puede sospechar de favoritismo).

PS: se puede encontrar un eco de la movilización cubana en contra de Zoé Valdés leyendo el artículo que publicó el embajador cubano en Santo Domingo, Omar Córdoba Rivas, en primera página de El Nacional de Santo Domingo. Para entender que se trata de un funcionario en pleno acto de propaganda, basta leer lo que dice de Cabrera Infante, que supuestamente se publica en Cuba. Fue víctima de la censura y las autoridades no se atrevieron ni a anunciar su muerte. Siempre volvemos a la misma pregunta: ¿Por qué a tantos intelectuales les gusta repetir mentiras comunistas ahora que sabemos la verdad sobre estos regímenes?

MI FERIA DEL LIBRO DOMINICANA.
Entre los días 24, 25 y 26 de abril yo debía asistir y asistí a la Feria del Libro de Santo Domingo, la más grande de América Latina, y una de las más grandes del mundo. Los organizadores me habían invitado desde hacía casi medio año, y el intercambio de informaciones había sido la normal que se establece entre una feria y sus invitados. Una amiga me había dicho que lo de Cuba con su feria del libro era una mentira más del castrismo, igual lo de los precios bajos de los libros. La feria del libro dominicana, añadió, goza de una popularidad sin precedentes, los precios de los libros son bajos, y los libros no están censurados, lo que sí ocurre en Cuba.

Yo debía asistir a Miami a la presentación del libro Cuba: Intrahistoria. Una lucha sin tregua, memorias del Doctor Rafael Díaz-Balart, y organicé mi desplazamiento desde París, de tal manera que se pudieran combinar ambos eventos. Así fue. En Miami todo ocurrió como lo previsto, sin embargo, a punto de tomar el avión para Santo Domingo, me llama a mi teléfono celular, el poeta Raúl Rivero, que se había enterado a través de un periodista (no puedo citar su nombre) que algo se orquestaba en mi contra allá en Santo Domingo, que tuviera mucho cuidado porque las hordas castristas me estarían esperando en la capital de República Dominicana para impedir que yo impartiera mi conferencia, cuyo título era: Cuba: ficción y realidad en la obra de Zoé Valdés. Los que se dedicarían a dirigir esta operación, continuó Raúl Rivero, serían los funcionarios castristas López-Sacha y Carlos Martí. Yo no conocía a nadie en Santo Domingo, hice un par de llamadas al congresista cubano-americano Lincoln Díaz-Balart y a Oscar Haza, y enseguida supe que podía contar con personas honestas que me brindarían su apoyo, una de ellas el diputado Pelegrín Castillo. Otras no las cito aquí para no entregar sus nombres a la embajada cubana en la isla caribeña, y para evitar de este modo las posibles represalias en su contra. Yo pensaba que las agresiones se limitarían a las injurias y gritería a las que nos tienen casi habituados los revienta-conferencias de escritores exiliados, pero nada más lejos de lo que allí se urdía. Los esbirros asalariados de la dictadura se organizaron con un plan más potente. Contaré paso a paso lo que me sucedió y lo que logré averiguar de sus preparativos:

Me acompañaba en este viaje mi amiga, Enaida Unzueta, galerista de Miami. Ella conoce Santo Domingo como la palma de su mano, y adora a este pequeño país. En el avión íbamos conversando sobre los posibles sitios a visitar. En dos ocasiones, una mujer primero, luego un hombre, supuestos viajeros, se me acercaron para preguntarme si yo era la escritora cubana. Dije que sí la primera vez, pero en la segunda ocasión, un poco mosqueada, negué que fuese yo.

Al emerger del avión nos estaban esperando un guardaespaldas armado hasta los dientes, aunque discretamente el arma se le notaba por debajo del traje, y un edecán de la feria. También llegó una señora, enviada por el diputado Castillo, para ofrecernos su protección. Se me hizo el primer nudo en el estómago, “la cosa me huele mal”, comenté con Enaida. Nos sacaron por el Salón de los Embajadores, y de ahí atravesamos pasillos pocos frecuentados por los viajeros comunes hasta una salida segura, nos introdujimos en un automóvil de alta seguridad. Llegamos al hotel Intercontinental V Centenario, frente al Malecón, el mar estaba revuelto, pero aún así bellísimo.

Recibí una llamada del escritor Avelino Stanley, sub-secretario de Estado para la Cultura, me dice que necesitaría hablar conmigo con urgencia. Nos citamos para las tres y treinta de la tarde, era alrededor de la una. Tuve sólo el tiempo de instalarme en la habitación, de comer algo, y acudí a la cita en el restaurante del hotel. Lo acompañaban su esposa, y el escritor Marino Berigüete, autor de varias novelas, entre ellas una reveladora, El Plan Trujillo, editada por la editorial Norma, quien es además un político de mucho prestigio en su país, a los veintiséis años ya había sido Ministro del presidente Balaguer. Me explicaron brevemente cómo se desarrollaría mi actividad en la feria, limitándose sólo a eso. Pedí que me confirmaran sobre las amenazas recibidas por parte de la dictadura cubana a mi persona. Todas eran ciertas, respondió Avelino Stanley, pero aseguró que ellos controlaban la situación y que no me sucedería nada. Le recordé que semanas atrás Raúl Rivero no había podido impartir su conferencia en la universidad de Sevilla. Asintieron con la cabeza, se hizo un silencio que se podía cortar con una tijera. Marino Berigüete fue quien lo cortó, hablándonos de una posible escapada al día siguiente a Los Altos de Chavón, ciudad dedicada a los artistas. No estaba tan segura de que debíamos irnos con él, pensé, por la noche tendría la conferencia y deseaba llegar puntual. Al mismo tiempo, como acababa de conocerlos, ninguno de ellos me inspiraba confianza, aunque me comporté de manera natural, pero no sería la primera vez que ante situaciones como estas los organizadores de una feria y los políticos me dejan descolgada y a la merced de la violencia de los sátrapas castristas; me ha sucedido en varias ocasiones. Entre cuidarme y mantener relaciones con el gobierno cubano, desde luego que algunos han preferido lo segundo. Esta vez me equivoqué, por suerte.

Dos guardaespaldas me seguían a todas partes, hasta para entrar en mi habitación, puesto que en el hotel se hallaban hospedados miembros de la delegación cubana que participaba en la feria. Recibí dos llamadas en mi móvil, una de un periodista dominicano (tampoco citaré su nombre para no acarrearle problemas, el brazo de Fidel Castro es demasiado largo), deseaba entrevistarme y me dio la bienvenida, “a tu segundo país”, y me emocioné, porque es cierto que desde llegué este país me recuerda muchísimo al mío, huele igual, y la gente se parece también, aunque sin la amargura y el cinismo que ha sembrado el castrismo en el alma de los cubanos. La otra llamada resultó ser una amenaza: “Puta, te vamos a romper la cara”. No sentí miedo, pero pienso en mi hija, en mi familia. Llegué a la inauguración, atravesamos siempre con los guardaespaldas y con Marino Berigüete el tapiz de las letras, en lugar de un tapiz rojo, han colocado un tapiz con frases de escritores. Estreché la mano del Ministro de Cultura y me halagó, dice estar muy contento de mi presencia, agregó que soy muy querida en su país, esto lo reitera con mucho énfasis y bien alto. Sé que de este modo está pasando su mensaje a todos aquellos que se encuentran escuchando a una distancia considerable de nosotros.

Se inició el acto de inauguración, y a la hora de presentarme, el joven locutor se refiere a mí como escritora canadiense, o sea ni siquiera anuncia mis segundas nacionalidades, española y francesa. Resulta que el embajador de Cuba, el coronel del ministerio del interior Omar Córdova Rivas, ha pedido que no me presenten como lo que soy, escritora cubana.

Al día siguiente nos vamos a Los Altos de Chavón con Marino Berigüete, en el camino vamos escuchando música caribeña, Juan Luis Guerra, Armando Manzanero. No se me quita el dolor en la boca del estómago, estoy preocupada. Marino Berigüete es un hombre culto, que nos habla con mucho amor de su país y del mío, que nos enseña los lugares e intenta distraernos. Sigo preguntándole preocupada por lo que irá a suceder esa noche en la lectura. Suceda lo que suceda, asegura Marino, “no te harán daño”. Los Altos de Chavón es un sitio de ensueño. Advierto que él hace un par de llamadas para cerciorarse de que la entrada será por una puerta secreta del teatro, que la sala de la lectura será revisada antes de que yo llegue, que no falle ningún detalle. Avelino Stanley llama para confirmarme que él estará conmigo todo el tiempo.

Salimos del hotel con el doble de la seguridad, en tres autos. Al llegar a la feria entramos por una puerta rodeada de policías, se sube al auto un joven que actúa con la energía del militar con una orden específica a cumplir. Dos cordones de policía me rodean, delante va mi custodia personal. Subimos en un ascensor sólo para el personal de servicio del teatro, y del ascensor vamos directo a la sala de lectura. Me informan que afuera están reunidos unos cien castristas, la mayoría visten camisetas negras con la cara de Hugo Chávez al frente y por detrás se puede leer: “Patria o muerte”. O sea, para despistar ahora no aparece la cara de Castro por ninguna parte, pero el lema de “Patria o muerte” es su sello personal, desde esa mañana han estado lanzando volantes con mensajes injuriosos en mi contra, y mentiras.

Empezó el acto, la sala estaba repleta, advierto a los periodistas y fotógrafos a un lado. En la mesa nos encontrábamos Marino Berigüete, Alejandro Arvelo, director de la feria, yo, Avelino Stanley, y el periodista cubano Camilo Venegas, quien leyó sus palabras de presentación. Empecé mi lectura de poemas, canté la canción de Ricardo Vega Fábula del viejo cordero, termino con el poema Ficha del poeta y periodista, preso en Cuba, Ricardo González Alfonso. Hago un breve bosquejo de mi obra en relación al tema convenido. Hablo del cruel asesinato por parte de Castro de los doce niños y sus familiares, 75 personas en total, que se querían ir del país en el remolcador Trece de marzo, en el año 1994. Me detengo en el fusilamiento de los tres jóvenes negros que en el 2003 querían abandonar el país, también en una lancha de pasajeros. Explico mi relación con el periodismo y con los periodistas agredidos en el mundo entero, ya sea en Irak o en Cuba. Me da tiempo a comentar mis gustos literarios. Pero no ha sido fácil, entre los asistentes hay enviados especiales, uno específicamente se levantó a hacerme una pregunta sobre aquel famoso artículo que publiqué en El País cuando la visita del Papa Wojtila a Cuba, ahí empata con mi artículo de las caricaturas de El Mundo, cuestionó seguidamente mi posición religiosa, tiran por ahí para ponerme al público, en un país muy creyente, en mi contra. Tengo que imponerme para que se calle y me permita responder en orden; lo consigo. El hombre comentó que se sentía vulnerado, que le estaban violando sus derechos, le respondo que vulnerado se sentiría si hubiese querido hacer esas mismas preguntas en Cuba y Castro no lo hubiese dejado, el hombre continúa en un cacareo programado, robotizado. Ya desde que leía mis poemas se escuchaba un escándalo tremendo abajo, las puertas de la sala habían sido cerradas a cal y canto, guardias de seguridad por dentro y por fuera. El escándalo se fue haciendo más cercano, empujaron la puerta, a patada limpia, se oyó una gritería, golpes, forcejeos violentos. La puerta finalmente fue violentada, la abrieron a golpe limpio, los guardias de afuera se enfrentan a las hordas castristas. Los de adentro resistieron y cerraron nuevamente la puerta. Avelino Stanley pregunta si alguien más tiene algo que decir, empieza un hombre a escandalizar e insultarme, Stanley da por terminada la conferencia. De todos modos ya llevábamos más del tiempo previsto para mi conferencia. Yo fui a eso, a leer, a dar mis puntos de vista, y lo hice, no pudieron callarme. Pero pude cumplir mi objetivo gracias a los dominicanos, sin su apoyo me hubieran agredido físicamente, sin su apoyo, me hubiera pasado lo que casi al mismo tiempo le hacían a Marta Beatriz Roque en La Habana, entraron en su casa, la arrastraron, la golpearon en la cara.

Me marché de la sala con dos cordones de policía a cada lado, mis guardaespaldas, y más policías por delante. Enviaron un señuelo antes, con la cara tapada por una chaqueta, para despistar a los amotinados delante del teatro, que insultaban y apedreaban, sin saberlo, a la esposa del mismo Avelino Stanley. El auto en el que iba va blindado por dentro y por fuera, cuatro policías cubren las ventanillas con sus cuerpos, hasta que salimos a un tramo de calle lejano de la feria.

El único que no dijo ni pío fue el apocado director de la feria. Al día siguiente en los periódicos dio su punto de vista pasado por agua, junto al suyo estaba el del agregado cultural de la embajada cubana, negando por supuesto, que ellos fuesen los culpables del desorden y de las agresiones. Entre los desorganizadores del evento se encontraban el acérrimo comunista formateado en Cuba, Praedes Olivero Féliz, Emilio Galván de Brigadas de Abril, entre otros conocidos castristas. Todos ellos apuntaban, como no podía ser de otra manera, que la feria los había censurado, vapuleado, etc. Ya sabemos que los comuñangas son maestros en virar la tortilla.

Yo ahora, en París, recuerdo todo esto con tranquilidad. Repito, no tuve ni tengo miedo, pero qué manera de enturbiarnos la vida esta gentuza. Así y todo, pude conocer una parte hermosísima del país. Boca Marina, La Romana, Los Altos de Chavón. Almorcé con un grupo de exiliados, abracé a periodistas cubanos muy valientes. Bebí cerveza Presidente y buen vino Saint-Emilión, en exquisitos restaurantes, saboree el riquísimo mofongo. Disfruté del mar color turquesa, ese mar caribeño tan perfumado. Estoy ahora leyendo a escritores dominicanos excepcionales. Fui a lo que iba y lo hice, dar mi conferencia. Una pena que no pude visitar y caminar libremente por la feria, donde los estantes de Cuba son numerosos, desde luego todos enarbolan inmensos retratos de Fidel Castro, y exhiben los libros oficialistas de la dictadura. Me cuenta una cubana exiliada que se acercó para preguntar si los afiches de Castro los vendían con los dardos; una de las jóvenes cubanas que atendía el stand disimuló una sonrisa.

Zoé Valdés. Abril del 2006.

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4 de mayo de 2006
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FRANCIA/ESPAÑA

Hay unas frases excelentes en el pequeño libro titulado Javier Marías que publica Elide Pitarello en RqueR editorial. Son frases que salen al novelista a lo largo de una entrevista: “…a lo mejor estaría bien que existiera, pero no es muy importante que exista o no exista”, “No digo que se haga, pero se puede hacer”. Marías cuenta un mundo abierto, donde las opciones quedan abiertas para hablar en términos de estrategia. Lo que me preocupa es que más allá de su arte, cuando habla de la transición como “la España que pudo ser” propone la misma alternativa en un territorio escalofriante. “… la guerra civil, dice, en ciertos términos está lejana, pero en ciertos términos también está cercana”.

Cuando nota “la demonización del que no piensa igual”, Marías recuerda que hay algo desproporcionado, inquietante en la polarización de la vida política en España. Bandos enemigos no consiguen hablar tal como deberían hacerlo en un país que espera todavía su salida del terrorismo. Viniendo desde afuera es una tendencia que se nota enseguida: el universo político-mediático pinta dos visiones de España que no son tan distintas en realidad. Escribo esto en Francia, en las horas en que nos enteramos de que el actual primer ministro, actuando bajo órdenes del Presidente de la República, intentó dañar al ministro del interior con una grosera manipulación. Es lo que dijo el responsable de la contra-inteligencia a un juez. El primer ministro lo desmiente todo, claro, pero con aquella “ménage à trois”, como dicen los ingleses ( para decirlo con apellidos: Villepin intentó comprometer a Sarkozy bajo órdenes de Chirac), Francia nos ofrece otra visión, tan sucia como la española, de la polarización de la vida política.

¿Es mejor insultar a cara descubierta, y a veces hasta el ridículo, como el PP lo hace al PSOE en España o utilizar la vía de las manipulaciones y de la manipulación de los servicios secretos como lo vemos en Francia? Villepin me hace pensar en lo que Margot Asquith decía de Lloyd George en Inglaterra: “No podía ver un cinturón sin golpear por debajo de él”. Pero Villepin es un ser muy representativo de lo que es la manera francesa de acercarse de manera civilizada a una guerra.

Lo podemos resumir: España, enfrentamientos reales y abiertos; Francia, teatro socio-político y golpes mortales entre bastidores. Es por eso que cuando pasa algo en Francia hay un gran peligro que se nos escapa. No hice caso a la especie de elogio que la revista americana Time da esta semana a la manera francesa de no reformarse o de reformarse con suma lentitud. Pero hoy leo otro artículo que me deja desconcertado. William Plaff, un gran conocedor de Francia, afirma en The New York Review of Books que las manifestaciones de los jóvenes en Francia en contra del contrato de primera contratación, que provocaron la derrota total del gobierno, anuncian “una amplia resistencia popular en Europa” a la nueva ubicación de los asalariados en la organización del trabajo. No lo creo para nada, pero tampoco creía que Villepin y Chirac movilizaban a los servicios secretos en contra de Sarkozy. Cuando la obra tiene lugar entre los bastidores, somos malos espectadores.

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3 de mayo de 2006
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CRÍTICA LITERARIA

Existe en el sitio del Opus Dei una página dedicada al Código Da Vinci. Visitarla es necesario si uno cree en la crítica literaria, aun más si uno se complace en el espectáculo de una institución religiosa que se dedica por esencia a cuidar una fe, que pelea contra una novela, una obra que propone una historia simulada. Es el combate titánico de la creencia contra la imaginación en un medio virtual. ¡Dios mío!

Lo que más impresiona es lo pesado en la rectificación del orden religioso. Si hablamos de la posibilidad de las segundas nupcias de José, por ejemplo, (lo que corresponde a la pregunta espantosa, cercana a la idea del divorcio, ¿Estuvo casado San José por segunda vez?) la respuesta del Opus viene de manera floja, citando al final la traducción al español de un libro de monseñor Danielou, cardenal francés famoso por su muerte en un éxtasis no religioso sino más bien con una profesional del amor carnal. A la pregunta básica ¿Estaba Jesús soltero, casado o viudo? se contesta con el apoyo de un libro catalán y de un libro alemán que provocan más espanto que confirmación. Cuando hablamos del estado civil del hombre en que se basa el negocio de la Iglesia, no hay un documento oficial promulgado en Roma que exprese de manera clara lo que son los hechos según los responsables del catolicismo romano. ¿Dónde está la doctrina?

Como agnóstico no me corresponde valorar el trabajo de profesionales de la religión, pero como lector me parece espantoso denunciar una novela sin valorarla. O por lo menos hacer una valoración de sus cualidades. En el caso de la obra de Dan Brown –con su pésima escritura y su utilización triste de las viejas recetas del thriller– habría sido muy útil explicar que cuando un autor tiene al hijo de Dios como recurso puede hacer más, mucho más que la novela que sigue presente en las listas de los libros más vendidos. Al no comportarse como debía; es decir, al no dar a una novela el tratamiento que merece una novela, el Opus se pone al mismo nivel que Dan Brown. Cada bando tiene su versión y, por el momento, es la de Brown la que más se difunde.

Una gran novela es una que provoca la creencia de sus lectores en la historia contada. La única manera de destrozar la historia es debilitar a la novela, poner al desnudo sus fallos y sus límites  El Opus hace todo lo contrario. Actúa como si, en el momento de denunciar la promoción del adulterio en El amante de Lady Chatterley se decida a la denuncia de los errores del autor en la descripción de las técnicas utilizadas en las granjas inglesas para el cultivo del grano. Como siempre, la mala crítica literaria provoca las críticas al crítico. Tengo dos críticas. La primera tiene que ver con la tecnología; es decir: es una historia de código, sí como no. Me explico: el Opus plantea todas sus preguntas en una página que utiliza el código HTML, y cada respuesta viene en PDF. Esto quiere decir que uno puede seleccionar, copiar y pegar parte o todo el texto de las preguntas, pero que cada respuesta es intocable. Se toma todo o nada, lo que es, claro, una actitud cerrada, contraria a la dimensión abierta de la red. Esto alimenta sospechas: el Opus ve cada respuesta como un monolito.

La segunda crítica tiene que ver con los muy malos argumentos del Opus cuando se refiere a la literatura. Hace poco, con la publicación en Estados Unidos del texto del Evangelio de Judas, escrito en el siglo uno y recopilado en un códice del siglo tres, hemos visto lo que puede la crítica literaria. Por ejemplo, en el texto que publicó Adam Gopnik en The New Yorker. Después de citar los argumentos a favor y en contra de la veracidad de lo que dice aquel evangelio rechazado por la Iglesia, Gopnik va al grano y dice que los evangelios de la Biblia nos entregan un Jesucristo que «nos convence más como personaje». De esto se trata: del texto y de la manera en que se recibe. Los editores de la Biblia superan, pero por muchísimo, tanto a Dan Brown como al Opus. «Dame la vieja religión» dice Gopnik en la conclusión de su artículo. Es lo que no supo hacer el Opus, decir dame la Biblia, la novela épica que supera al pobre thriller de Dan Brown. Lo siento, pero se me ocurre una pregunta: ¿Le falta la fe en la Biblia al Opus para utilizar sus códigos HTML y PDF frente al Código Da Vinci?

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27 de abril de 2006
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