Jean-François Fogel
El chiste se contaba en Ecuador, cuando el país empezó a utilizar el dólar americano en lugar de su moneda nacional. “Ahora, se decía, solo quedan dos cosas que definen a Ecuador: la selección (de fútbol, por supuesto) y Perú”.
No hay nada como tener a un enemigo para agrupar a una nación y en el periodo reciente parece, al descubrir el auge de los conflictos bilaterales, que América Latina va por un camino de contracción interna y de desintegración en las relaciones internacionales. Es la dirección opuesta al proyecto integracionista de Bolívar. Cada uno por su cuenta y pelea para todos.
Al escribir esto, leo las noticias del encuentro entre Humala y Morales. Ambos prometen, en caso de victoria del ex militar en Perú, un acercamiento entre sus países andinos. Pero aquel pronóstico me parece tramposo. Hago poco caso del Tratado de Comercio de los Pueblos que firmaron en La Habana Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales y tampoco doy importancia al ALBA que lucha contre el ALCA promovido por Washington. Hay que ver, primero, los hechos, lo que ocurre en el continente. Y vemos que está patas arriba, en plena convulsión. Venezuela no tiene embajadores en Perú y México. Perú, Nicaragua y México denuncian la intervención de Venezuela en sus asuntos internos. Argentina tiene con Uruguay un debate sobre la contaminación por papeleras que lleva mucho ácido. Brasil se prepara para pasar, tarde o temprano, la cuenta a Bolivia por la nacionalización de sus campos petrolíferos que dañan a Petrobras. Chile ni sueña dar las playas en el Pacífico que pide Bolivia. Colombia y Ecuador mantienen los mismos problemas vinculados con la guerrilla en sus fronteras y pasa lo mismo entre Colombia y Venezuela.
Las instituciones internacionales pintan igual panorama desolador. Está claro que no queda nada de la Comunidad Andina de Naciones desde el anuncio de la salida de Venezuela y que no podemos decir nada prometedor sobre el Mercosur, con las broncas de sus vecinos en contra de Argentina y Brasil. Para muchos, la culpa de todo la tiene Chávez. Estaría provocando una especie de enfrentamiento entre dos bandos: los que siguen la vía liberal promovida por Washington y los que intentan recuperar el viejo sueño castrista de una revolución que se presente como hecha por y para los pueblos.
Claro que hay algo de cierto en esta visión pero no podemos olvidar tampoco la naturaleza específica del populismo desenfrenado que se establece ahora. Un excelente artículo de Arthur Ituassu, profesor en la Universidad Católica de Río de Janeiro, ayuda a entenderlo, con un intento de determinar las diferencias entre el neo-populismo que utilizaron Fernando Collor de Mello, Carlos Menem y Alberto Fujimori y el “new populismo” de Chávez, Morales, Kirchner y hasta Lula.
El artículo, en inglés, que se encuentra en el excelente sitio de “Open Democracy”, apunta la manera en que el “New populismo” recupera para el Estado un papel fuerte. El Estado interviene, defiende el interés general, nacionaliza, se preocupa de armamento (incluyendo armas nucleares) y provoca fuertes divisiones internas. No es el populismo que prometía el enriquecimiento a través del funcionamiento de una economía liberalizada. Ahora tenemos líderes populistas que buscan enemigos adentro y afuera. Su Estado se pone al servicio de una afirmación nacionalista (con una dimensión de revancha, de ajusticiamiento con relación a la historia) que tiene que chocar, de manera ineludible, con países vecinos. Ojalá me equivoque, pero creo que nos acercamos a situaciones muy lejanas del sueño bolivariano.