Jean-François Fogel
Hay unas frases excelentes en el pequeño libro titulado Javier Marías que publica Elide Pitarello en RqueR editorial. Son frases que salen al novelista a lo largo de una entrevista: “…a lo mejor estaría bien que existiera, pero no es muy importante que exista o no exista”, “No digo que se haga, pero se puede hacer”. Marías cuenta un mundo abierto, donde las opciones quedan abiertas para hablar en términos de estrategia. Lo que me preocupa es que más allá de su arte, cuando habla de la transición como “la España que pudo ser” propone la misma alternativa en un territorio escalofriante. “… la guerra civil, dice, en ciertos términos está lejana, pero en ciertos términos también está cercana”.
Cuando nota “la demonización del que no piensa igual”, Marías recuerda que hay algo desproporcionado, inquietante en la polarización de la vida política en España. Bandos enemigos no consiguen hablar tal como deberían hacerlo en un país que espera todavía su salida del terrorismo. Viniendo desde afuera es una tendencia que se nota enseguida: el universo político-mediático pinta dos visiones de España que no son tan distintas en realidad. Escribo esto en Francia, en las horas en que nos enteramos de que el actual primer ministro, actuando bajo órdenes del Presidente de la República, intentó dañar al ministro del interior con una grosera manipulación. Es lo que dijo el responsable de la contra-inteligencia a un juez. El primer ministro lo desmiente todo, claro, pero con aquella “ménage à trois”, como dicen los ingleses ( para decirlo con apellidos: Villepin intentó comprometer a Sarkozy bajo órdenes de Chirac), Francia nos ofrece otra visión, tan sucia como la española, de la polarización de la vida política.
¿Es mejor insultar a cara descubierta, y a veces hasta el ridículo, como el PP lo hace al PSOE en España o utilizar la vía de las manipulaciones y de la manipulación de los servicios secretos como lo vemos en Francia? Villepin me hace pensar en lo que Margot Asquith decía de Lloyd George en Inglaterra: “No podía ver un cinturón sin golpear por debajo de él”. Pero Villepin es un ser muy representativo de lo que es la manera francesa de acercarse de manera civilizada a una guerra.
Lo podemos resumir: España, enfrentamientos reales y abiertos; Francia, teatro socio-político y golpes mortales entre bastidores. Es por eso que cuando pasa algo en Francia hay un gran peligro que se nos escapa. No hice caso a la especie de elogio que la revista americana Time da esta semana a la manera francesa de no reformarse o de reformarse con suma lentitud. Pero hoy leo otro artículo que me deja desconcertado. William Plaff, un gran conocedor de Francia, afirma en The New York Review of Books que las manifestaciones de los jóvenes en Francia en contra del contrato de primera contratación, que provocaron la derrota total del gobierno, anuncian “una amplia resistencia popular en Europa” a la nueva ubicación de los asalariados en la organización del trabajo. No lo creo para nada, pero tampoco creía que Villepin y Chirac movilizaban a los servicios secretos en contra de Sarkozy. Cuando la obra tiene lugar entre los bastidores, somos malos espectadores.