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El falangista

Por 3 de mayo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

La semana pasada estuve en Sevilla promocionando mi novela. Y recordé la presentación de mi libro en esa ciudad. Fue una de las ocasiones más espeluznantes de mi vida.

De entrada, casi había más gente en la mesa de presentadores que en el público. De los nueve asistentes, tres eran amigos míos, tres trabajaban para la editorial y sólo tres eran espontáneos, todos ellos claramente jubilados con ganas de matar el tiempo. Los presentadores eran mis amigos Edmundo Paz Soldán y Fernando Iwasaki.

Hablamos un rato de la novela y de literatura latinoamericana. Lo habitual. Al final, invitamos a los pocos participantes a formular cualquier comentario o pregunta. El silencio fue sepulcral. En esos momentos, uno se pregunta si no ha estado hablando con la pared. Súbitamente, uno de los espontáneos levantó la mano, y pensé que al menos podríamos conversar con algunos lectores y que eso siempre vale la pena. No sabía lo que comenzaba.

-¿Por qué habláis de América Latina? -preguntó el caballero con una mirada suspicaz.
-Porque somos de América Latina -respondí.
-No -dijo él contundente-. Sois de Hispanoamérica. Decir "América Latina" es darle armas al enemigo.

Pensé que bromeaba, pero no se estaba riendo. Traté de responder algo coherente:

-Bueno, es que Brasil, por ejemplo, no es hispano.
-Brasil debería ser parte de Portugal y Portugal debería ser parte de España. Brasil es hispano.

En ese momento, me fijé mejor ejn la insignia que llevaba el caballero en la solapa. Reconocí las flechas desplegadas an abanico. Era un miembro de la Falange, el histórico partido fascista español. Edmundo no entendía nada. Fernando -que es un excelente dilpomático- trataba de explicarle al hombre que no decíamos "América Latina" con mala intención. Y yo me aterrorizaba, imaginando que tendría a un pelotón de skin heads para matarnos a todos.

En ese momento, otra de las espontáneas levantó la mano para participar. Le dimos la palabra, convencidos de que al fin hablaría alguien con un mínimo de sensatez. La señora dijo:

-¿Y las Vascongadas? ¿Por qué les dicen Euskadi si son las Vascongadas de toda la vida?
-¡Porque son tontos! -dijo el falangista- ¡Porque quieren acabar con este país!

Quise implorar con la mirada la intervención del otro espontáneo, pero estaba dormido. Traté de recordar que mi novela era una historia intimista sobre una familia y su vida sexual, pero era imposible. España se desgarraba ante mis ojos.

Fue un alivio cuando Fernando declaró la sesión clausurada. Pasamos a una terraza, donde la librería nos ofrecía una copita de cava para celebrar con los amigos. Para mi sorpresa, el falangista pasó con nosotros. Lo primero que hizo fue servirse un cava. Lo segundo, acercarse a mí:

-He notado que cuando hablé del enemigo se rió usted- me dijo con el ceño fruncidísimo, casi torcido.
-Perdone, es que no entendí ¿el enemigo de quién?
-Francia, Inglaterra, los enemigos de siempre del reino de España, hombre…
-Ya, claro -yo me orinaba en los pantalones, no quería enojarlo-. Es que pensé que estaban juntos en la Comunidad Europea.
-La Comunidad es su última trampa para acabar con nosotros.
-Vale. ¿Y entonces qué piensa usted de los inmigrantes?
-Fuera todos. Los negros, los moros. Están desangrando a España.
-Ya. bueno, quizá no lo ha notado, pero yo soy un inmigrante.

Me miró de arriba abajo.

-Bueno, un par de intelectuales blancos tampoco son un problema.
-Comprendo -le dije temblando-, y dígame ¿Qué pasa con mi amigo Fernandito Iwasaki? Él es japonés.
-Japón es una raza superior. Estaban con Alemania en la guerra.
   
En ese momento, pasó por ahí mi amigo David, que es de Soria y tiene un arete en la nariz. Yo casi lo arrastré con el falangista y luego escapé de la conversación. A mis espaldas, lo último que escuché fue que David decía fue:

-Pues yo creo que deberíamos tener de todo. Debería haber españoles chinos y españoles árabes y españoles negros…
-No me extraña nada con el pingajo ése que te cuelga de la nariz.

Pasé todo el resto de la promoción con miedo en el cuerpo. Imaginaba que ese hombre quizá habría golpeado a extranjeros o amedrentado a compatriotas. Lo veía surgiendo de alguna esquina para flagerlarme. Durante esta visita a Sevilla, en algún tiempo muerto, le conté la historia a la chica de la editorial. Ella respondió:

-¡Lo recuerdo! El falangista. Pobre. Es un jubilado que se aburre. Solía colarse en todas las presentaciones literarias para tomar un cava después.
-¿Y ya no va?
-Es que fuma mucho. Desde que está prohibido fumar, no lo hemos vuelto a ver.   

Me alegro.

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