Jean-François Fogel
Cada mes la revista francesa Le magazine littéraire lleva dos columnas. Una, excelente, es firmada por Enrique Vila-Matas que demuestra que supera el conocimiento de la literatura francesa que tienen los propios franceses. La otra columna viene del otro lado del mundo. La firma Simon Leys, un profesor belga de literatura que vive en Australia. Su verdadero nombre es Pierre Ryckmans. Ha robado su pseudónimo a un héroe del novelista Victor Segalen. Es un autor extraño, un hombre mítico en muchos aspectos. Profesor de estudios y de idioma chinos escribe tanto en francés como en inglés y tiene una ironía, y también una transparencia en la escritura que lo establecen como una figura aparte entre los lectores que siguen sus pasiones.
Leys fue traducido al español en los años setenta cuando se dedicaba a escribir el contrario de lo que decían los maoístas en Francia. Por temor a ellos y a perder su visa para ir a China tuvo que esconderse detrás de su seudónimo para publicar ensayos que se llamaban Los trajes nuevos del presidente Mao y Sombras chinas. En estos libros se leía la verdad sobre China en aquella época: la “banda de los cuatro” era un hampa en el poder y la revolución cultural, una catástrofe con un sin número de muertos y de poblaciones desplazadas.
Desde entonces, he seguido a Ryckmans/Leys muy de cerca. Ha escrito sobre China, pero también sobre literatura y sobre el mar. Es difícil explicar por dónde va este autor. En 2003, por ejemplo, publicó un librito Les naufragés du Batavia (Los náufragos del Batavia) en la editorial Arlea. Es la historia de un milagro: trescientas personas que tenían que hundirse con el barco Batavia, en 1629, cerca de una isla de la costa australiana, llegan a salvo a tierra. Enseguida los sobrevivientes se dedican a hacer lo que la serie de televisión Lost muestra en el mundo entero: compartir la vida que les regaló la suerte. A pesar de hacerlo en un pequeño paraíso, se matan entre ellos a una velocidad tremenda. Es una historia real, basada en hechos, y, bajo la pluma de Leys, un relato encantador y realista.
Lo que más sorprende en Leys son los temas que le movilizan. Ha escrito una novela para imaginar qué habría pasado si Napoleón no hubiera muerto en Santa Helena; ha producido muchos ensayos literarios (Balzac, Simenon, Evelyn Waugh…); ha traducido al inglés Confucius y al francés Two years before the mast de Richard Henry Dana, que es el mejor libro nunca publicado sobre el mar (existe en español bajo el título Dos años al pie del mástil). Entonces no me sorprende que la última columna de Leys trate de Joseph Conrad, que combina gran literatura y mar. Pero, al leerla, descubro lo que quizá había olvidado: Vladimir Nabokov odiaba a Conrad.
“Conrad es un escritor para escautismo” dijo Nabokov citado por Leys. La razón del odio: Dimitri, el abuelo de Nabokov, había reprimido en 1862 un levantamiento polaco que tenía entre sus responsables al propio padre de Conrad. Casi toda la familia cercana a Conrad fue asesinada por las tropas de Dimitri Nabokov. Su nieto no soportaba la denuncia hecha por el escritor polaco de la barbarie rusa personalizada por un antepasado de su familia. Al leer esto he vuelto en seguida a los famosos cursos de literatura de Vladimir Nabokov. Capítulo sobre Dostoievski. Cito: “Dostoievski no es un gran escritor, más bien un autor mediocre…”. Y esta vez, tenemos que recordar que no fue el abuelo sino el tío bisabuelo de Vladimir Nabokov, quien fue encargado de la investigación sobre Dostoievski cuando este tramaba un complot contra el zar. Después, fue el jefe de la fortaleza Pedro y Pabo donde Dostoievski quedó detenido. Otra vez, Vladimir Nabokov no sabía cómo asumir un antepasado carcelario.
A pesar de huir a Rusia, el padre de Lolita tuvo que asumir, y no sabía cómo, la carga de una familia que participó en el absolutismo del poder del zar. Lo hizo, cuando se trataba de literatura, con unos odios que llegan al ridículo. Basta recordar las cuatro categorías que utilizó para clasificar a los personajes de Dostoievski: epilepsia, demencia senil, histeria, psicópatas. No voy a seguir así, contando lo que me provocó la lectura de la columna de Simon Leys: es un autor maravilloso, de los que abren las puertas escondidas en nuestras bibliotecas.