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Las cartas de Evo

Por 5 de mayo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Durante la toma de posesión de Evo Morales, en enero de este año, miles de campesinos bolivianos desfilaron por las calles de La Paz celebrando su triunfo. Entre ellos, recuerdo a una anciana, que me contó que era la primera vez que iba a la capital y que, de hecho, jamás en toda su vida había salido de su pueblo en el Altiplano. La señora, además, era analfabeta, de modo que tampoco podía leer periódicos ni libros. Pero cuando le pregunté por qué había votado por Evo, ella respondió con seguridad:

-Por la nacionalización de los hidrocarburos.

La nacionalización de los recursos naturales constituyó precisamente el eje de la protesta contra Sánchez de Lozada que desembocó en el triunfo electoral del MAS. Como tal, se convirtió en la demanda emblemática de unas bases cuya calidad de vida no ha mejorado con la liberalización económica. Ahora bien ¿Es la nacionalización una alternativa viable o los bolivianos se condenan a sí mismos a la miseria? ¿Está Bolivia repitiendo irracionalmente modelos caducos? ¿Responde Morales a una demanda popular apasionada e insensata?

Las respuestas a estas preguntas –siempre contradictorias y extremas- suelen mostrarnos más el sesgo ideológico de los analistas que la realidad en el terreno. Pero los políticos actúan sobre la base de cálculos bastante pragmáticos y, sólo en segundo lugar, empuñan la ideología para justificarlos en público. Y Evo ha demostrado varias veces que no es la excepción. Imaginemos que ese es el caso y tratemos de dilucidar con qué cartas juega.

Morales cuenta con el altísimo precio de la energía, precio que se incrementará con la nacionalización. Con el valor del gas y el petróleo inflamados, calcula que puede sacar una tajada mayor de esos recursos de la que, hasta ahora, le han ofrecido las transnacionales en las negociaciones. Debe suponer que el beneficio que les ofrezca a las empresas seguirá resultándoles demasiado interesante como para irse. O que, en el escenario extremo de no llegar a un acuerdo, la tecnología y capacitación para la extracción puede ser provista por algún socio. Cabe suponer que ese socio es Chávez, con quien ahora forma el bloque de reservas energéticas más poderoso del continente.

El eje económico Castro/Chávez al que se añade Morales es también una apuesta política costosa pero efectiva. Los médicos y profesores que aporta el cubano constituyen la base de la popularidad de Chávez entre los venezolanos sin recursos. Escapar del modelo económico de oferta y demanda permite subvencionar servicios y alimentos. Evidentemente, ese sistema sólo se podrá mantener mientras la energía siga cara. Morales apuesta a que así será. Y colaborará con eso. 

Sin embargo, las consecuencias internacionales de ese eje van mucho más allá. La intención de Chávez al abandonar la CAN –y llevarse consigo a Bolivia- no fue integrarse en el Mercosur, sino adueñarse de él rivalizando con los grandes. Entre los intereses afectados por la nacionalización boliviana está la empresa brasileña Petrobras. Tanto Lula como Kirchner han protestado por la reunión de Evo y Chávez con sus socios pequeños, Paraguay y Uruguay. La ambición de Chávez es descarada, pero lo cierto es que no te puedes pelear con el que reparte la gasolina. Al menos, no si quieres desarrollo industrial. La construcción de gaseoductos y oleoductos en la región creará un sistema circulatorio cuyo corazón estará en Caracas.

En un año de procesos electorales marcado por el descontento contra la economía liberal, se constituyen dos distintas alternativas para América Latina: la respetuosa socialdemocracia de Chile, Brasil o Uruguay, y la agresiva izquierda antisistema de Venezuela y Bolivia. Desde luego, la partida sigue abierta. Pieza clave en el equilibrio regional será México, cuyas reservas de petróleo estatal y cuya vecindad con EE. UU.  darán al nuevo gobierno el voto dirimente entre los dos modelos rivales.

El Perú, por supuesto, no es ajeno al juego. La pelea con Venezuela de las últimas semanas ha definido las posiciones, por si aún no lo estaban. De cara al exterior, García se presentará como el candidato de la socialdemocracia y Ollanta como el antisistema, jugando, por ejemplo, la previsible carta de los yacimientos de Camisea. En la segunda vuelta electoral, el eje de la confrontación traduce el dilema central de América Latina: si es posible redistribuir la riqueza dentro de las reglas del juego o hay que patear el tablero.

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