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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Volver a Auden

Llevo unos días volviendo a leer a Auden, a Wystan Hugo Auden, uno de los mejores poetas del pasado siglo, un enorme poeta no importa de qué siglo. He vuelto a su lectura- desgraciadamente en traducciones- por haber visto la ópera de Stravinski, The rake's progress de la que hablaré otro día. Auden es el libretista de una de las más originales óperas del imprescindible Stravinski.

Y volvía a los poemas de Auden a algunos de cuando fue comprometido, izquierdista, batallador por la república y soñador con la caída de un mundo, con el desmoronamiento de la clase burguesa. Él era un burgués, ilustrado, bebedor, homosexual, socialista, es decir, uno de aquellos tan similares del llamo grupo de Oxford- Stephen Spender, Christopher Isherwood...- que supo estar en toda las batallas, que creyó en cambiar el mundo, que tuvo fe en el marxismo y que terminó por perder la fe.
 
Me gustan esos poemas, entre vigorosos e inocentes, que anunciaban, por ejemplo el fin de la burguesía:
"....van a caerse
los hemos estado observando sobre la barda del jardín
desde hace horas
el cielo se oscurece como con tintura,
algo está a punto de caer como lluvia
                                                    y no serán flores..."
 
No se cayeron, siguieron enriqueciéndose, construyeron un mundo para aumentar sus beneficios, mantener las diferencias, darnos propinas a la mayoría y quedarse con casi todo. Es posible que alguno siga soñando con "poetas que explotarán como bombas", pero será muy raro que sus efectos causen daño a los injustos, a los poderosos. Parece un tópico, lo será, pero no se cambian las cosas ni con las mejores intenciones, ni con los mejores poetas. Esos, la inmensa mayoría, estuvieron del lado justo en la guerra civil. Pues los justos perdimos con nuestros poetas, nuestros cantos, nuestra épica y también con nuestras pistolas.

En plena guerra, en el año 37, escribió uno de sus más célebres poemas, Spain, lo leo en la selección que Visor hizo de los poemas de la defensa de Madrid, Capital de la gloria. El poema termina así:
 
"...Hoy el consuelo provisional, el cigarrillo compartido,
La timba en el granero bajo el candil, el concierto
rasgueado
Las bromas entre hombres; hoy el
desagradable y forcejeante abrazo antes de herir.
Las estrellas han muerto. Los animales no quieren mirar.
Estamos solos frente a nuestro día, y el tiempo es corto y
La historia al vencido
Podrá decirle ¡lástima! Pero no darle ayuda ni perdón"
 
Y fue verdad, ganaron la tropa aquella, tan católicos, y dijeron ni paz, ni perdón. ¡Qué tropa!



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15 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un año sin Ángel

Ayer, día doce de Enero, se cumplió un año sin Ángel González. Qué raro. La ciudad no es mejor, ni la noche, ni algunos bares, ni muchos rincones y desde luego las reuniones de amigos, esas también son peores. Era flaco, más silencioso que charlatán, no ocupaba mucho espacio y sin embargo nos llenaba de alegría su presencia. Era bueno para la vida, para la amistad, la celebración y el deseo de burlar lo áspero del mundo.

La noche de su muerte, en compañía de Chus Visor, lo visité en su hospital, en su último refugio. Estaba con Susana, su mujer, se sentía recuperado, animado, con ganas de fugarse, de leer, escribir, beber, fumar, hasta con ganas de hablar. Nos fuimos contentos. Brindamos porque estábamos convencidos que en unos días volveríamos a nuestras noches con Ángel. Nos engañó. No era verdad que no fuera nada grave. Nos dejó colgados esa madrugada.

Y nos dejó esos poemas de despedida, tan emocionantes, que llamó para ironizar hasta el final: "Nada grave". Ahora nos siguen llegando trozos de su vida contada en poemas. Ese libro de una colección tan querida como la de Poesía en la Residencia, con su voz, sus explicaciones, sus toses y el recuerdo de sus lecturas. Tan cercano, tan serio y, de repente, con esa sonrisa de complicidades. Todo es un poco más áspero sin él. Y seguimos nuestro viaje. Menos mal que podemos hacerlo con sus poemas. Ahora una selección de sus mejores poemas que acaba de terminar Susana Rivera se regalará en los autobuses que tantas veces le llevaron de Madrid a Asturias.

Yo hice con él, con Susana, con amigos, el último viaje. El poeta viajaba en cenizas, todavía parecía estar con nosotros. Apenas lloramos. Estábamos convencidos que prefería nuestras sonrisas. Nunca dejarse ganar por lo lúgubre. Bueno, y hasta luego con uno de sus poemas.

Muerte en el olvido

Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla,
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.

Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo- el que la habita..."



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13 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tintín y la chica que soñaba

Durante años pensé que los periodistas eran aventureros, viajeros y justicieros. Creía que el oficio era ser corresponsal en cualquier lugar del mundo donde hubiera emociones. Recorrer países en compañía de un marino malhablado, bruto, bueno y gran bebedor. Acompañarte de perros inteligentes, sabios despistados, policías pardillos, enamoradizas cantantes gordas, amistosos serpas o simpáticos farsantes que supieran moverse por ciudades y continentes en conflictos, guerras o revoluciones. Un universo peligroso, injusto, en perpetua amenaza, entre conflictos y guerras frías. Un mundo raro, difícil, pero que sabía distinguir el espejismo de la realidad. El  bien del mal. Todo era un cuento. También Tintín.

El joven periodista justiciero, el pequeño burgués que nunca envejece, acaba de cumplir ochenta años sin mutaciones. Ni se hace mayor, ni echa tripa, ni se hace de la asociación  de periodistas europeos, ni se sindicaliza. No se le conocen novias, ni salidas de armarios. Nos hicimos periodistas pero nunca fuimos Tintín. Tampoco le abandonamos. La masonería de seguidores de Tintín esperamos islas misteriosas, cetros, lotos azules, orejas rotas, bolas de cristal, secretos templos, vuelos remotos, viajes a la Luna, un Tíbet en paz o el final de las guerras por el oro negro. Al menos así pasaba en nuestro cuento. En nuestra seña de identidad, nuestra fe en las mentiras. Una manera de querer seguir siendo de aquella patria que tenía nombre del tebeo creado por Hergé. La línea clara  está llena de oscuridades. Mientras Tintín sigue igual, como la vida en una canción de Julio, el mundo se sigue enfrentando con una música mucho más vieja, con una letra tan antigua como la Biblia. Hace años que nadie sabe nada de Tintín. Hoy se podría leer a la luz de una vela. Como lo leyeron unos brigadistas belgas en Albacete.

Hace una intifada, Luis Reyes, viajero, periodista y tintinófilo, dijo que Gaza era el "basurero del infierno". El mismo lugar en que los filisteos- los palestinos- hicieron preso a Sansón y con el engaño de cortarle el pelo, "le sacaron los ojos, y lo llevaron a Gaza". Después le creció el pelo y se puso las botas matando filisteos. Ahora, entre el deseo de venganza bíblico, el razonable miedo a los radicales "filisteos" y el fanatismo ortodoxo, vuelve a ser imposible vivir en Gaza. Tengo una amiga que vive en Gaza hace veinte años. En su vida madrileña leyó a Tintín,  y lo abandonó por Carlos de Focault.

Dejó todo por aquellos desiertos. Ahora espera la evacuación. Cuando la vea la dejaré el libro de esa chica sueca, nuestra heroína del milenio, que está en las antípodas de Tintín y que sueña con una caja de cerillas y un bidón de gasolina. Los niños de Gaza no leen a Tintín, ni a Larson. Ojalá algún día puedan leer a Maruja Torres. Una amiga.

Artículo publicado en: El País, 11 de enero de 2009.



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12 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Se prohíbe la mendicidad

Me sorprendió encontrar ese mandato oficial en una de las calles centrales de Valladolid. En la acera de Recoletos, frente al Campo Grande, en un lugar que muchas veces he paseado por sus "ferias del libro", en tiempos de festival o porque sí, porque el Pisuerga pasa por Valladolid. Nunca me había fijado en el limpio, claro y sin lugar para las dudas mandato escrito en cerámica. Allí debe estar desde los años franquistas. No olvidamos que Valladolid, como Salamanca, Ávila, Burgos y otras cuántas ciudades y pueblos de Castilla fueron muy franquistas. Es decir fueron no democráticas, rebeldes contra la legal Constitución además de moralistas, católicas y falangistas También hubo otras fuera de Castilla, en el sur, norte, oeste o en las islas que fueron tomadas por el asalto franquista en pocos días, en pocas horas.

De la misma manera que se podía prohibir el baile, el libre pensamiento o el Carnaval, se prohibía ser pobre. O al menos, se prohibía mostrarlo. ¡Qué cínicos! Me gustaría llamarles otras cosas, pero luego surgen los que me quieren canjear, silenciar o exiliar a mi pesar y me insultan por lo que ellos imaginan que soy.

En Valladolid, en tiempo de compras de rebajas, con casi tres millones de parados, con algunos pobres del este y del oeste pidiendo en su calles comerciales, en la ciudad en que el pobre Miguel de Cervantes las pasó canutas, en una ciudad que siempre conoció pícaros, mendigos, heterodoxos y toda clase de golfemia de la derecha moralista o de la izquierda pazguata, en esa ciudad de tan buen castellano, todavía perviven prohibiciones tan esperpénticas como ésta. Me gusta que permanezca el cartel, la prohibición, es una prueba más de la amoralidad de un régimen que hizo que media España pasara hambre. Y que la otra media disimulara, mirara para otro sitio y pensara que ya no tenían pobres porque estaban prohibidos.

Esos que estaban en las puertas de las iglesias, de los cuarteles, de los conventos o escondidos en sus chabolas, esos no existían porque el Estado, en compañía de la Iglesia, el municipio y sus instituciones, lo tenían terminantemente prohibidos. Está claro que el bien no puede practicarse a la fuerza. Ni se puede decretar la felicidad. Ni se puede prohibir la mendicidad. Me encantaría haber sido ladrón, haber podido robar sus bienes a aquellos amorales que dictaban prohibiciones como ésta. Cuando leo cosas así vuelvo a ser ese joven que creía- como Herman Hesse- que "todo dinero es robado, toda posesión es injusta". Ya no soy tan ingenuo. Ni leo a Herman Hesse. Lo intentaré cualquier día de éstos.



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9 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Días sin televisión

No tengo mucha televisión en mi vida, y sin embargo creo que tengo bastante. Es decir, me pasé horas de infancia, pubertad y después colgado con muchas cosas que pasaban en televisión. Me gustaba. Dejó de importarme. Se podía vivir sin la televisión. Trabajé algunos años delante, detrás, al lado y de costado en ese medio que quiero y desprecio. Pero ya no soy buen espectador. Me paso días sin saber que hay otros canales que no sean los de cine, las noticias y pocas cosas más. Cuando soy más tele adicto es cuando estoy solo y en algún hotel. Entonces soy un campeón de zapping. Me paro en alguna chica del tiempo, de las noticias, de la tele venta o de los canales porno y me siento un tipo normal que mira la televisión. Alguien tan corriente como un seguidor del Atlético de Madrid, digo, es un decir. Y después de esa nada troceada, hecha pedazos dijo un amigo, vuelvo a ser un tipo que no ve bien, que no sabe, ni contesta, ni le importa, ser un mal espectador.

Llevo unos días, con sus noches, sin televisión. Y no me falta nada, ni siquiera me importó que en mi hotel no se vieran con facilidad los canales españoles, que los europeos fueran italianos y que sólo pudiera cambiar de canal después de una paciencia que no conozco, que no tengo ni quiero. Es decir una semana sin televisión. Una semana bien, gracias. Mañana vuelvo. Y tendré televisión cómoda, tentadora, abierta y cerrada. Un placer. Un gustazo tener. Siempre mejor que no tener. "Tener o no tener", esa sí que es una buena excusa para ver televisión. Antes se llamaba cine.



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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desde la ciudad inventada y civilizada

Cambiar de año en Tánger, lejos del espíritu de la Puerta del Sol, las uvas, los belenes y las cabalgatas, es también un deseo de pasar de crisis sin alejarnos mucho en el tiempo o el espacio. Aquí la crisis tiene asiento desde hace décadas, es parte del decorado. Tánger es una vieja dama digna con un pasado que ocultar. Pecadora para el espíritu talibán. Ciudad inventada, irreal, cinematográfica -la Casablanca del café de Rick-, caótica, mestiza, cosmopolita, discretamente infiel, amante de la buena vida y conocedora de la vida perra. Espejismo que fue una fiesta en la que se colaron algunos raros españoles liberales y modernos, como Emilio Sanz de Soto o Pepe Carleton. Los dos eran amigos de los Bowles y de sus exóticas compañías. Pandilla feliz de nobles arruinados y ricas excéntricas. De elegantes, poéticos, prosaicos y nerviosos habitantes de una ciudad que fue civilizada, abierta, barata y divertida.

Nada permanece, las arrugas avanzan, la belleza se maquilla, el techo tiene goteras como las del decrépito y modernista teatro Cervantes.

Y sin embargo, mantiene belleza y misterio. Es un potente decorado escénico. Una ciudad misteriosa, no exenta de sorpresas ni sin dejar de estar abierta al deleite. Conserva el encanto de lo ajeno y sabe conservar algo que resulta familiar. En alguna de sus terrazas de vez en cuando pasa un suave y repentino viento que no molesta, sino que nos recuerda amables caricias. Una mezcla de exotismo y civilización. Lo señaló Pío Baroja en un viaje a principios del siglo XX: "He estado en un pueblo con alumbrado eléctrico y en la calle tirada a cordel, llamada nada menos que Sanz del Río, en donde unos chicos me obsequiaron apedreándome y el sacristán no me dejó entrar en la iglesia. También he estado en un aduar próximo a Tánger, en donde unos pobres me ofrecieron, sin conocerme, hospitalidad y un plato de cuscús. Pero este aduar no estaba civilizado". Desde el Zoco Chico, desde los rumores con un té a la menta, me alegro de estar lejos del espíritu de Rouco.

La civilización no se mide con la cantidad de luces que incitan nuestra pulsión por las compras. Civilizados en tiempos de rebajas, tapando la crisis, regalándonos presentes fabricados por mano de obra barata de África, de Oriente. Días de regalos que consiguen despistarnos de la muerte en Gaza. /upload/fotos/blogs_entradas/en_marruecos_med.jpgY seguir mirando hacia otro lado, mentirnos con jueces y con sentencias, soportar obispos en la calle o cánticos de un tal Kiko Argüello. ¿Civilizados así? No, gracias.

Edith Wharton, en su viaje a Marruecos, decía que Tánger era de secreta hermosura, de color azul pálido y de vida cosmopolita, caótica y familiar. Llegó en la edad de la inocencia, en una época en que Marruecos era un país sin guías turísticas. Aquellos civilizados tiempos.

Artículo publicado en: El País, 4 de enero de 2009.



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5 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vivir sin luz

Luz y taquígrafos. Esa era frase de los liberales de antaño. Se nos quedaba muy antigua. Siempre quisimos mucho más que luz y taquígrafos. La luz siempre nos acompañó, aunque la memoria infantil nos habla de algunos cortes de luz, que duraban poco pero que nos dejaban sumidos en una vida divertida, de velas y misterios durante algunos minutos. Y lo de los taquígrafos era poco más que una palabra unida a esas otras de algunas academias que anunciaban sus clases de "mecanografía y taquigrafía". En mi propia familia, en casa de unas tías, hubo una de esas más o menos legales "academias" de mecanografía. Todavía conservo alguna vieja máquina que parece sacada de una película de cine negro. La taquigrafía era una cosa rara, como de espías caseros.

Anoche volví a recordar los cortes de luz. Incluso el desconcierto de un corte más largo que los que recordaba de los tiempos de algunas tormentas de cuando fuimos niños.

Es posible que no llegara el corte de luz a treinta minutos, pero fueron todo un aviso de cómo podía ser un mundo sin luz eléctrica.

/upload/fotos/blogs_entradas/apuntes_de_polemologa_2_med.jpgFue en Tarifa, haciendo escala para el viaje a Tánger. Estaba en el hotel de agradable minimalismo, con las terribles noticias de Gaza en la televisión, que interrumpían la lectura del último libro de Rafael Sánchez Ferlosio, God and gun, que tanto tiene que ver con lo que está pasando en este bélico, absurdo e intolerable mundo tan cercano, aunque muchos crean tan ajeno. Se fue la luz. Se fue de toda la ciudad histórica de Tarifa. Todo fue misterioso. Todo extraño, antiguo e incomprensible. ¿Cómo estar sin luz? Sin poder, en libre traducción del inglés. Sin luz. Es decir sin poder usar el ordenador para que no se descargue. Ni el teléfono móvil. Sin ser capaces de leer a la luz de una única vela que conseguimos. Sin frigorífico, es decir sin hielos para el whisky. ¿Qué hacer después, si acaso, de hacer eso que se puede hacer sin luz?

La humanidad, la inmensa mayoría, vivió sin luz artificial hasta hace un siglo. Hoy, todavía y aquí cerca, hay muchos pueblos de Marruecos que no tienen luz eléctrica. Y si seguimos bajando por Afrecha la oscuridad va aumentando.

En unos minutos sin luz, ni taquígrafos, estuvimos en Tarifa con ese misterio de lo desconocido, pensando en esas formas de vida que no conocimos. Pensando en que algunos de los mejores artistas, escritores y pensadores nunca conocieron la luz eléctrica que nos da o quita poder. Volvió la luz. Volvieron las noticias de la guerra en Gaza. Un territorio sin luz. Pero sobre todo un territorio asediado.

Seguiré leyendo desde la luz de Tánger.



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30 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El año que dejé de creer en Woody Allen

Hace tiempo que tengo dudas con los reyes, incluso con los magos, pero nunca había dejado de creer en Woody Allen. Siempre me había gustado ese rabino en topless, ese judío sin casquete, con su leal oposición a Dios. Curioso tipo que confunde el paraíso con Radio City Music Hall. Me gustaban sus películas desde Toma el dinero y corre hasta que se empeñó, le empeñaron, le pagaron, y tomó el dinero, para hacer esa postal sobre Barcelona con escala en Oviedo. Menos mal que dentro están Javier Bardem, Penélope Cruz  y otras chicas del montón de hermosas que siempre han rodeado a este pequeño, tramposo, genial y descreído. Un tipo sagaz, no preparado para conocer la nada eterna por no estar seguro de estar bien vestido para la ocasión. Brillante seductor, capaz de hacer cada año la película que nos compensaba del aburrimiento, la pedantería y nadería previsible de tantas noches de cine y humo. Excepciones, y Robert Mulligan, aparte,  Woody Allen era el seguro, la cuota, la isla inteligente que puntualmente nos permitía estar en Manhattan, y alrededores, como en casa. Nos cambió el decorado. Tragamos Venecia, Londres y algunas oscuras calles de Europa. Hasta que llegó a Barcelona y nos hizo bajar. Ahora vuelve por el principio, por lo de tomar el dinero y tocar. Y seguir corriendo. Nuestro artista dice adiós al año españolizando, en salón público y con orquesta de nochevieja para amenizar despedidas. El genio tocará el clarinete mientras los paganos comen las uvas, brindan por el final de la crisis y por los milagros de Obama.
 
No es la primera vez que Allen tiene miedo a la falta del dinero, las crisis y la falta de liquidez. Mi entregada fe en sus discursos cinéfilos me hizo creer  que eran temores de  buen hijo,  deseo de cuidar al  padre, de pagar por un buen sitio en la Sinagoga y que no le hicieran sentarse lejos de Dios, en esos lugares de atrás. Esos bancos traseros,¡ tan lejos del sitio  dónde suceden las cosas! Ahora debe correr a tomar el dinero por sus ex, sus hijos o por su espíritu no santo. Despedimos el año de la decepción con Woody Allen, sin conseguir que nos caiga mal.
 
El puñetero año en que nos tocó la crisis, el mismo que no nos tocó la lotería, y en el que nos despedimos, sin querer, de Rafael Azcona. Adiós al año en que nos volvió a engañar el poeta Ángel González. El año en que dejó escrito que lo suyo no era nada grave. Y el amigo fingidor se murió con una sonrisa. Hay años mejores, no estaban en éste, aunque me resisto a despedirme sin una esperanza. Tendré que volver a Woody Allen. Le perdono y le robo una cita optimista. "En suma, me gustaría tener algún tipo de mensaje positivo que dejarles. Pero no lo tengo.¿Aceptarían dos mensajes negativos?" Daremos otra oportunidad a Woody Allen. Sin clarinete.
 
Artículo publicado en: El País, 28 de diciembre de 2008.



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29 de diciembre de 2008
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Bebidas y resacas

Durante años tuve un bar de cabecera. Es decir de nocturnidades y casi amaneceres. No voy casi nunca, pero siempre estoy dispuesto a volver a las viejas regiones. Ya era un bar mítico antes de que fuera un bar famoso de las noches de los ochenta, de las historias con "movida" o sin movida. Naturalmente hablo del Bar Cock, de Madrid. Sin duda mucho más que un bar. Ahora guardamos relaciones epistolares- ¡qué cosas!- y cada año por estas paganidades navideñas me llega puntual el libro/ felicitación de cada fin de año.

Gracias a Pachi, la mejor veladora del estilo de las noches y las buenas copas. Y cada año el libro que diseñó Gonzalo Armero nos gusta y nos sorprende. Este año se llama "Bebidas y resacas", fragmento del libro de Ben Schott, "Miscelánea gastronómica de Schott", publicado por El Aleph.

Un libro que hubiera encantado a Juan Benet, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y otros gustosos de barras, bares y buenas bebidas. La lista de admiradores de esta literatura podría ser mucho más larga, pero no quiero ser telefónico.

Naturalmente comienza por el rey de los cócteles, el "Martini". Sigue con el "Sake". Y termina con la muy poética y "maldita" absenta.

Y en su natural elegancia, el libro de felicitación del Cock termina con unos cuantos consejos para la resaca. Los remedios para la resaca están extraídos de un texto de Jeffrey Bernard, La ira de las uvas. Naturalmente se recuerda que "lo semejante cura lo semejante". Así se habla del "Bloody Mary", mejor muy picante. Y de algunas recetas más. Algunas médicas: huevo crudo, brandy, azúcar, leche fresca. O una llamada "embalsamador", que es una pinta con rodajas de limón. O el considerado remedio infalible para la resaca, el llamado "champaña". Si al champaña se le añade un chorrito de brandy, o un par de huevos crudos, se le llama "cirujano mayor".

Todo eso, bebidas y resacas, son preferiblemente para uso de amantes de la literatura. Y el saber beber. Los demás mejor que se abstengan. Gracias.

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23 de diciembre de 2008
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Cuando fuimos paganos

En estas fechas que ni el camino nos lleva a Belén, ni bajamos hasta el valle que nunca cubrió ninguna nieve, porropoponpo, po, siento nostalgia de  paganos tiempos que no vivimos. En tiempos de crisis, de infección del espíritu navideño, de llamada de  vuelta a casa, dan ganas de huir al paganismo. Creer en la lotería. Llenarse de bondad y pedir justicia cristiana para los pobres ricos. También ellos deben tener su oportunidad y poder pasar por el ojo de una aguja, al menos con la misma facilidad que un orgulloso, famélico, sediento y pobre camello. Los ricos están alarmados por las rebajas de sus riquezas, aturdidos ante sus pirámides caídas y preocupados por sus bolsas caprichosas. Tanto que pueden volver a sus antiguos ritos. A la  adoración mágica  por el oro, el incienso, la mirra, el petrodólar o el poderoso caballero don dinero. Vieja y renovada fe, con adoradores paganos,  precristianos, católicos o posmodernos.

Uno de los padres del nuevo paganismo, Andy Warhol, lo tuvo muy claro desde el principio de su carrera. Una amiga le hizo la pregunta clave: "¿Qué es lo que más te gusta?". Y ese día empezó a pintar dinero. Falsos dólares, pintura pop, para conseguir dólares verdaderos. Comenzaba el regreso de un paganismo feliz, provocador, sin inhibiciones, con exhibiciones, sexo, rock y demasiadas drogas. Renovado paganismo que nos hizo creer que nuestros villancicos eran las canciones de  Beatles y Rolling. Después llegaron aquellos malditos que habían "sido cerdos de la piara del nuevo Epicuro": Warhol, el inclasificable líder de la "Velvet". De aquellos paganismos, de los inicios del pop, habla en sus diarios, hasta ahora inéditos, y rescatados por la editorial Alfabia, gozosamente pagana.

Una de las sorpresas que guardan esos cotilleos paganos de los felices 60, es el recuerdo de un joven Mick Jagger, estudiante en la London School of Economics, que acudió a un anuncio dónde se pedía una señora de la limpieza. Y encontró trabajo en la casa de la hermana de Jean Shrimpton, conocida por "La Gamba", que se enamoró de aquél sirviente que les parecía feo a todos sus amigos. Warhol se encuentra un poco después al "chico feo", en compañía de otros modernos londinenses, en uno de los centros del paganismo de antaño, Manhattan. Eran los principios de los años sesenta. Todavía no habían llegado los días en que nuestro mejor villancico se llamó "Satisfaction".

De esos paganismos modernos a los clásicos. Luis Antonio de Villena los recupera con su  biblioteca de clásicos para uso de modernos. Muchos ritos paganos nos recuerdan a las religiosas fiestas navideñas. Dice Ovidio:"En las mesas de los festines; además de vino pueden buscarse otras cosas...Y Venus, después de beber, fue como fuego añadido al fuego". Feliz Navidad.

Artículo publicado en: El País, 21 de diciembre de 2008.

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22 de diciembre de 2008
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El Boomeran(g)
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