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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Humaredas perdidas, espías despistados

Hubo un tiempo en que los espías eran profesionales serios que se movían entre humos y nieblas. Usaban sombrero, gabardina y gafas de sol. Se movían por garitos, barras y parrillas con rubias teñidas. Eran los años del frío y los cigarrillos. De guerras y posguerras, de canciones francesas y ásperos poemas. Los conocimos por el cine negro, por la novela negra y por algunas fotos en blanco y negro. Los mejores eran personajes de ficción que escribían unos ingleses fumadores y bebedores. Cambiaron los tiempos y se pasaron al blazer, la pierna larga, la mansión con piscina, los coches deportivos, los dry martinis y el mundo en tecnicolor. Dejaron de fumar. Y dejaron de interesarnos.

Nuestros espías son de calderilla, capaces de beber agua y cerveza sin alcohol. Nada que ver con aquellos de antaño

Este regreso del espía a la española, con esa variante a la madrileña -como los callos-, nos ha pillado con menos humos, con menos ceguera en nuestros ojos. Y así, mirados de uno en uno, son como polvo, no son nada. ¿O será que tenemos los espías, los tránsfugas, los políticos que nos merecemos? De aquel asalto al poder, estos líos.

Han venido de la nada y están dispuestos a llegar al fondo de la miseria. Nuestros espías -o de quien sean- están más cerca de los esperpénticos ladrones de Atraco a las tres que de cualquier personaje surgido del frío. Espías de calderilla, capaces de beber agua, azucarillos y cervezas sin alcohol. Perseguidores cara al sol, sin un poco de niebla que llevarse al informe. Funcionarios vigilantes que van a misa con sus vigilados, que no se aclaran, que no saben, no contestan, ni quiénes son los suyos, ni que ese cura no sea su padre. ¿Qué quieren los espías españoles de ahora? ¿Qué tabaco fuman?

Nada que ver con aquellos espías de antaño. Con aquel elegante, inquietante, silencioso, seductor, cosmopolita y matador que se llamó Ramón Mercader. Ni con su madre, la llamaban Caridad, aunque otros nombres la ocultaran. Ni con la pandilla de alegres espías españoles y estalinistas de antaño. Edad de oro del espionaje en tiempos de guerra. Espías de todas clases, de todas las ideologías o de todas las patrias. Y de ninguna patria. De la patria del que paga. La patria del que seduce, fanatiza, somete, amenaza y manipula. Tiempos en que la traición era un arma común del espionaje. Espías discretos o indiscretos. Como Carlos Sentís, el último testigo. Cuentan que una vez estaba en alguna labor para el franquismo y le reclamaron en un hotel del sur francés: "L'espion espagnol: au téléphone". Era un oficio digno. No vergonzante. Elegidos para una gloria oscura. Honrados traidores que mantenían el estilo hasta en sus vicios. Les recomiendo vivamente la lectura del último número de la revista Litoral, dedicada al placer del humo, del buen fumar. Un tiempo en que espías y espiados podían presumir de sus vicios. Como decía Machado: "La ausencia de vicios añade bien poco a la virtud".

Publicado el domingo 1 de febrero de 2009.



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2 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El escritor que vino del cine

Quizá descubrir a algunos lectores de Estados Unidos el nombre de Richard Yates es descubrirles el Mediterráneo. Fue un escritor de éxito en los años 60. Prestigiado, leído y quizá demasiado pronto olvidado. Y aquí creo que no nos enteramos del éxito ni del olvido de Yates, nunca existió. Ahora, gracias al cine, a una hermosa y dura película, hemos leído esa novela, tierna y dura sobre nuestros deterioros amorosos.

Los que hayan visto la película de Sam Mendes, con esa inmejorable Kate Wintsley a la que volveremos porque viene con otra película, y con otra novela excelente, El lector.

Lo que pretendo con este acercamiento a las emociones que sin duda están en la película que no se conformen con eso, que acudan a la novela, que comprueben que todavía nos quedan historias que leer, escritores que descubrir, aunque estuviera aparentemente tan fácil descubrirlos.

Era un escritor de culto y ojalá, por los oscar, por el cine, por la pareja de intérpretes o por lo que sea, se acerquen los valientes a éste libro que tan nervioso nos pone porque habla de nosotros. De nuestros amores, olvidos, desamores, tristezas y dificultades para querer y que nos quieran. Nuestra manía de ocultarnos lo más importante. No es para unas risas de un fin de semana. Es para tropezarnos con un espejo que nos enseña una imagen a la que no queremos enfrentarnos.

Cuando estaba de moda no contar historias en la novela, cuando estábamos en Europa liados con los experimentos de los nuevos, y hoy tan viejos, nuevos narradores, algunos desde USA estaban dando una lección de saber contar una emoción. Aunque sea tan triste si la leen se alegrarán. Que la película no les robe una novela. Se llama Vía Revolucionaria, una carretera que lleva a un lugar en el que no queremos estar.



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30 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fumar no perjudica al arte

La revista Litoral, tan saludable viva después que el angélico Manuel Altolaguirre y su compañero en poesías y sueños, Emilio Prados, la fundaran en Málaga, en la mítica imprenta Sur- otro día hablaremos de ella- la revista que da consistencia a la generación del 27, dedica su último número al humo que hemos cantado, pintado, escrito, perseguido y disfrutado en años de tabaquismo y creación. Sin fumar no se entienden algunas de las grandes creaciones culturales de la historia. Fumar, como dice en la revista dirigida por Lorenzo Saval, el escritor Mesa Toré, "nunca fue perjudicial para la salud del arte"

La revista sigue siendo una hermosa tentación para los sentidos y las lecturas, lo malo de este número "Humo en el cuerpo" es, ¡ay!, la clara tentación que nos supone a los que hemos dejado de fumar leer los placeres tan peculiares que el tabaco nos ha proporcionado.

Decía Oscar Wilde que fumar era un placer perfecto, por "ser exquisito y dejarnos insatisfechos". Así, por su propia condición de dar placer, pero no terminar de satisfacernos, insistimos, volvemos, seguimos fumando aunque seamos exfumadores.

No llego a ser un ex fumador empedernido -sí fui empedernido fumador- porque alguna vez me dejo llevar por los aromas de algunas hierbas que se fuman al margen de la nicotina o en su compañía.

Creo como dice Alvaro Salvador, que "uno no se quita de amar, ni de fumar, uno descansa", que estoy en un tiempo de descanso de tantos años de haber seguido, como Pessoa, "al humo como una ruta propia".

Me gusta el tabaco, me gusta fumar. Volveré de mayor, de más mayor, en intentaré disfrutar de ese placer tan democrático, tan sin clases, tan placentero aunque nos mate recuperar ese rito que es capaz de hacer elegante a tantos que viven entre escombros. Fumar es un placer que ya no frecuento. Es un placer que me espera. Tardaré, pero volveré. Quien ha fumado fumará. Al menos me concederé el último cigarro. La última voluntad.



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29 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Somos lo que leemos

Muchas veces me gustaría escribir como soy. ¿Y cómo soy? No lo tengo claro. Así que tampoco puedo decir que sea como escribo. Es decir, que soy manifiestamente mejorable, al menos hipotéticamente mejorable. Me gustan las mujeres claras y los escritores oscuros. Me gusta Góngora, incluso cuando se le entiende.

Siempre me he sentido cerca de Woody Allen. A los que leemos, a los que seguimos, les sentimos cerca. Es mucho más exacto decir que somos lo que leemos. Aunque tampoco pueda ser verdad. Y a pesar de mi cabreo temporal, puntual, español y barcelonés con Woody Allen, me gusta volver a sus películas y a sus escritos. Hoy me ha llegado en edición de bolsillo su obra incompleta, pero suficiente, que han llamado Cuentos sin plumas, ese homenaje a Emily Dickinson. Allí dice:

"He decidido romper mi compromiso con W. No comprende lo que escribo, y la pasada noche declaró que mi 'Crítica de la realidad metafísica' le recordaba 'Aeropuerto'. Nos peleamos y volvió a tocar el tema de los niños, pero la convencí de que resultarían demasiado jóvenes."

De verdad, contra los coñazos, Woody Allen es un buen refugio. Aunque su mujer no comprenda lo que escribe. Hay otras mujeres. Hay otras lecturas.



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27 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mientras no cambien las Biblias

Hace rato, quizá siglos, que los tiempos están cambiando. Tanto, que ya no nos reconoce ni Dios. No sé si porque lo asesinaron, porque no sabe, no contesta, no está o porque nunca estuvo. Y sin embargo se le espera. El salvador toma diferentes formas, diversos nombres, nacionalidades, colores y discursos. Esta semana, el Mesías viste de Obama. No confundir con Armani, aunque también está de rebajas y utiliza mucho el negro.

Los que practicamos una religión desorganizada pertenecemos a un impío desorden e invocamos a Nuestra Señora del Perpetuo Asombro -religión humanista presidida por el escritor germanoamericano Kurt Vonnegut, y que sustituye a Isaac Asimov, que ya estará en el cielo-, nos reconocemos por participar de un grupo disperso de seres humanos que no necesitan libros sagrados. Miembros de una religión sin Biblia, ciudadanos de poca fe que, sin embargo, se alegran con la llegada de un ciudadano creyente, elegante, poético y pragmático. Mesías terrenal capaz de hacer su sermón desde las montañas del Capitolio e ilusionar a millones de ciudadanos misericordiosos, pacíficos y mansos. No eran las bienaventuranzas, pero también estaban fabricadas con la materia que se fabrican los sueños. Como una bonita película de cine negro. Un documental que vieron legiones de crédulos, ingenuos, esperanzados, escépticos, malaventurados y otras tribus que poblamos el mismo imperio. No todos votamos, pero sufrimos las consecuencias. Un parecido idealismo harto de dejarse engañar por el libre mercado.

Mientras Aretha Franklin -no confundir con la Sophisticated Lady de Duke Ellington, ni falta que hace, con su luminosa voz, heredera del blues, ese misterio para quejarse que inventaron los negros norteamericanos- cantaba para la corte de Obama y sus invitados, el rey Juan Carlos, lejos del blues y cerca del drama, asistía en el Teatro Real al oratorio cantado de Edipo rey, con música de Stravinski y letra de Cocteau. Dos mundos muy diferentes, dos estilos, dos colores. El público de civiles, religiosos, militares y otras faunas que seguían en directo, o en plasma, el mayor espectáculo del circo democrático estaba formado por una mayoría de ciudadanos negros que bailaban, cantaban, coreaban como buenos fieles soñadores con que vendrán más años buenos, que nos harán mejores. Los sueños son baratos, no entienden de clases, ni de colores.

No tuve la fortuna de estar cerca de Obama, ni de los Kennedy, ni de los alegres negros de Washington. Me tuve que conformar con los pobres cortesanos sin corte que una tarde en que cambiaba el mundo volvimos a nuestros viejos complejos con Edipo, con el Rey, pero sin Obama. Recé una pequeña oración para que los angelitos negros se organicen bien, que aprendan de la Mafia y tomen Madrid. Queremos nuestro negro.

Publicado el domingo 25 de enero de 2009.



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26 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las más deseadas

Gana la lista Eva Mendes. La quinta es Scarlette Johanson. Por el número veinte  Angelina Jolie. Un poco después, Penélope Cruz. Y bastante más atrás Paz Vega.

Yo creo que me estoy haciendo muy raro. La votación no sólo es para el deseo de una noche, por no decir de un polvo, sino que aseguran los de la votación mundial/paleta que es una valoración más allá de los deseos carnales, de la belleza y del morbo, que es una elección de "mujer ideal". Lo que digo, soy cada vez más raro. No digo que no me gustara una noche, una tarde, un rato, un encuentro o dos, incluso algunos, con esas hermosas de la lista, pero no las soportaría ni sin separación de bienes.

Me gustaría pensar tranquilamente mis mujeres más deseadas. Algunas, al menos en algún momento de nuestras ficciones, se corresponde con esta lista -por ejemplo Scarlette Johansson en Lost in traslation, esa podría ser un deseo largo, mucho más que de una noche o cuatro- pero casi todas las que se me ocurren están en otras listas, en otros mundos, en otras películas. Incluso muchas están muertas o muy arrugadas. Pero sí, podría hacer una lista de famosas y anónimas de mis más deseadas.

Con perdón de un visitante de éste blog, de uno que se irrita demasiado en éstos pagos, también tendría un lugar preferente Natalie Portman. Yo la vi primero. Yo la vi, pequeña, rapada y muy enganchada con un conocido actor, también pequeño, por las calles de mi barrio. La seguí discretamente, como un espía a la madrileña, cuando se besaron en la plaza de Tirso de Molina, mis celos me impidieron seguir. Después se me cruzó otra hermosa anónima. El deseo no funciona por listas de las más deseadas. A cada uno según sus deseos.



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23 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Escribir a oscuras, escribir a máquina

Escribo deprisa, naturalmente con mi ordenador. Aunque para ser más sincero, ni soy muy rápido, ni desde luego ordenado. Pero sí, me fui naturalmente adaptando a las nuevas formas de escribir. Como todos los niños comencé con lapiceros. Seguí con bolígrafos. Me pasé a los rotuladores. Y siempre envidié a los que usaban las plumas. De ellas también tengo difusos recuerdos infantiles, sobre todo de los tinteros.

Seguí con la máquina. Me pasé a la eléctrica. Y de allí a los ordenadores. Cada vez más pequeños, cada vez más de diseño. ¿Hubiera sido distinto escribir siempre a mano, con tinta, con velas, a la luz o las sombras de un mundo sin luz eléctrica?

Estos días, recordando nuestras lecturas de adolescentes maravillados ante el miedo, seducidos por los mundos oscuros de Edgar Allan Poe- no hay que perderse la edición de Páginas de Espuma con la traducción de Cortázar, edición de Iwasaki y Volpi, prólogos de Vargas Llosa y Carlos Fuentes, e introducción de otros 65 novelistas españoles, total 69- en los días de la celebración de sus doscientos años. Un escritor que, como tantos, no conoció la luz eléctrica, ni ninguna máquina que no fueran su mano y su pluma para escribir algunos de los más inmortales relatos de la historia. Además escribió en situación precaria. En tabernas, con ruido y furia, con alcohol y con poca comida. Escribió como pudo. Y nos emocionó como pocos.

La primera novela que se escribió con máquina fue Huckleberry Finn, fue en 1885 y Mark Twain, Samuel Clemens, ya era una leyenda mucho más allá del Mississippi. El clásico escritor del Sur se hizo un moderno y fue el primero que escribió sin tener esa relación tan cercana con las letras, con las palabras. De vez en cuando me gustaría ser uno de aquellos tipos del Mississippi. Mejor uno como Twain. Pues nada, seguiré siendo ese que de vez en cuando los puede leer. Aunque sea en un Ibook.



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22 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué hacer con Bush?

¿Qué se hace con alguien cómo él y su pandilla? Es suficiente eso de decir que saldrá por el sumidero de la historia, por la puerta de atrás y todas esas poco nobles salidas que le quedan a uno de los tipos más funestos que hemos tenido que soportar en nuestra vida.

No  me gusta mucho Michael Moore. Pero me gusta su empeño porque Bush "y su pandilla de charlatanes y criminales" no se vayan de rositas de la Casa Blanca. Me gustaría que él, Cheney, Rumsfeld y el resto de la tropa fueran enjuiciados y, si es verdad la justicia, fueran condenados por sus guerras, sus mentiras, su vulneración de los derechos humanos y sus negocios fraudulentos.

Así uno confiaría un poco más en el futuro de la humanidad. Y en el país más poderoso del mundo. Y desde luego, coincido con Moore, tienen un pasado, una edad y una contumacia en sus desmanes, que serían presos sin posibilidad de rehabilitar. No me gustan las prisiones para nadie. Salvo excepciones. No me importaría ver a dirigentes cómo ellos en su propio Guantánamo.

No estarían solos. Hay otros muchos mandatarios políticos que se merecen un  "guantánamo".

Hoy, sin ellos en el poder, somos un poco más libres. No es mucho pero al menos uno puede cantar "Guantanamera", algún rock de la tropa Obama y un poco de blues. No hay que olvidar la melancolía.



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20 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Parece que anda suelto Satanás

No estoy seguro de Dios, pero no tengo dudas con el Diablo. Ni Madrid de noche se parece a una canción de Aute. Ni el Diablo es como su estatua del Retiro, ni tiene que ver con el diabólico personaje, ese tentador acompañante del ingenuo libertino en la ópera de Stravinsky The rake's progress. Sin embargo, Satanás sí anda suelto por las noches de Madrid. No le busquen entre los clientes de los autobuses ateos, él sabe moverse con discreción y disimulo. La ciudad sabe convivir con sus diablos cojuelos y con los otros. Nosotros conocimos una noche alegre y confiada en los ochenta. Aquella movida nocturna muchas veces nos pilló en pecado y de madrugada, no pocas veces en aquellos jardines, sospechosos edenes que terminaban en ese garito llamado El Sol. Inevitable cita para una generación de libertinos resistentes, de amigos de caer en las tentaciones, hasta que nos llegaba la hora de la expulsión de aquellos cálidos infiernos y nos expulsaban de nuestro particular paraíso con la música de "pompa y circunstancia".

Madrid ya no es ese poblachón manchego donde se mataba poco, ahora somos modernos al estilo Chicago años veinte

La ciudad siempre ha tenido sus territorios diabólicos, sus macarras, sus ladrones y los colgados que en compañía de su mono te querían asaltar -y algunas veces lo conseguían- a golpe de navajas o cortaúñas. Las pistolas eran armas cargadas de pasado, un decorado de las películas de cine negro. Madrid ya no es ese poblachón manchego, donde se mataba poco y de manera primitiva, ahora somos modernos de hace un siglo, de aquellos raros cinematográficos años veinte en Chicago. Ahora nuestra ciudad tiene sofisticadas tramas de corrupción, bandas internacionales, traficantes de alta tecnología, asesinos que surgen del frío. Tipos que manejan pistolas que carga el diablo, que asesinan con nocturnidad en el centro histórico e irreal.

Habíamos visto la ópera que Stravinsky compuso con libreto de Auden. Una obra maestra tonificada por el café y el whisky, en estado de genialidad, interés por el diablo, desde sus manías, sus pasiones, su elegante izquierdismo, su escepticismo, sus pecados y sus tentaciones. Maravillosa, cinematográfica y atrevida puesta en escena de Robert Lepage que es capaz de hacernos olvidar la hermosa lentitud de la belleza musical de Hogwood. Fuera la ciudad era noche y niebla, en la plaza de la cachonda Isabel II -mujer parecida a las excéntricas que crearon Auden y Stravinski para llevar por el mal camino al libertino- nos tropezamos con unas velas encendidas. Era la puerta de una discoteca, el lugar donde a tiros habían matado a dos noctámbulos. La discoteca se llama Heaven, la puerta a un infierno real.

Auden conoció el infierno en Madrid. Era el año 36, luchó al lado de los buenos. Ganaron los otros y llegaron "noches saturadas de maldad".

Parece que anda suelto Lucifer.

Publicado el domingo 18 de enero de 2009.



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19 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Walker Evans, sueño y pesadilla americana

Dentro de dos días terminará una de las etapas más oscuras de la vida americana, de Estados Unidos, de su historia reciente. Se van Bush y su pandilla. A cada cerdo le llega su San Martín. Sale sin honor, ni honra, ni eficacia, ni verdad, ni razón; se va después de haber acercado el país a la depresión, a una crisis que nos recuerda otros tiempos de depresión. Tiempos del crack en que se pudo ver que el sueño americano también tenía su envés en forma de pesadilla.
 
Ahora podemos ver aquellos rostros tristes, aquellas caras llenas de incertidumbre, de dudas sobre su futuro y de preocupación por el presente. Las fotografió Walker Evans en blanco y negro, primero con su Leica, después escondiendo su Contax de 35 mm. Allí están los verdaderos rostros del pueblo americano. La deprimida historia de la América del interior, el país profundo. También la pobreza, la incertidumbre, vivía en los barrios, en las calles, en las casas o los transportes de las grandes ciudades. Las primeras, las fotos de la gente del campo que mira a la cámara, granjeros de Alabama, niños tristes de Virginia, mujeres preocupadas en los tiempos de la Gran Depresión. Las otras son fotos de ciudadanos de la clase trabajadora, de olvidados de la fortuna, que se mueven por las muelles de Brooklyn o por las calles del Bronx.
 
La vida dura del país más rico del mundo. La mirada necesaria según el punto de vista de uno de los grandes artistas americanos del pasado siglo. Walker Evans puso verdad, puso cara y decorado real a unos tiempos duros, a unos años en que el mayor imperio contemporáneo conoció su primera gran decadencia.
 
Dentro de unos días gobernará ese imperio un americano que tiene más que ver con los retratados por Evans que ningún otro presidente de su historia. En él, en Obama, están depositadas muchas esperanzas, ojalá no se necesite otro artista como Evans para mostrar el lado más duro de la realidad.
 
Cien fotos de Walker Evans se exponen en Madrid, en la Fundación Mapfre, si pueden, si pueden no se la pierdan. Los demás pueden buscar las fotos de Evans en libros, por internet, como sea, es uno de los artistas más importantes de nuestro pasado siglo.
 
Cien fotos de Walker Evans se exponen en Madrid, en la Fundación Mapfre, si pueden, si pueden no se la pierdan. Los demás pueden buscar las fotos de Evans en libros, por internet, como sea, es uno de los artistas más importantes de nuestro pasado siglo.



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16 de enero de 2009
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