Javier Rioyo
La revista Litoral, tan saludable viva después que el angélico Manuel Altolaguirre y su compañero en poesías y sueños, Emilio Prados, la fundaran en Málaga, en la mítica imprenta Sur- otro día hablaremos de ella- la revista que da consistencia a la generación del 27, dedica su último número al humo que hemos cantado, pintado, escrito, perseguido y disfrutado en años de tabaquismo y creación. Sin fumar no se entienden algunas de las grandes creaciones culturales de la historia. Fumar, como dice en la revista dirigida por Lorenzo Saval, el escritor Mesa Toré, "nunca fue perjudicial para la salud del arte"
La revista sigue siendo una hermosa tentación para los sentidos y las lecturas, lo malo de este número "Humo en el cuerpo" es, ¡ay!, la clara tentación que nos supone a los que hemos dejado de fumar leer los placeres tan peculiares que el tabaco nos ha proporcionado.
Decía Oscar Wilde que fumar era un placer perfecto, por "ser exquisito y dejarnos insatisfechos". Así, por su propia condición de dar placer, pero no terminar de satisfacernos, insistimos, volvemos, seguimos fumando aunque seamos exfumadores.
No llego a ser un ex fumador empedernido -sí fui empedernido fumador- porque alguna vez me dejo llevar por los aromas de algunas hierbas que se fuman al margen de la nicotina o en su compañía.
Creo como dice Alvaro Salvador, que "uno no se quita de amar, ni de fumar, uno descansa", que estoy en un tiempo de descanso de tantos años de haber seguido, como Pessoa, "al humo como una ruta propia".
Me gusta el tabaco, me gusta fumar. Volveré de mayor, de más mayor, en intentaré disfrutar de ese placer tan democrático, tan sin clases, tan placentero aunque nos mate recuperar ese rito que es capaz de hacer elegante a tantos que viven entre escombros. Fumar es un placer que ya no frecuento. Es un placer que me espera. Tardaré, pero volveré. Quien ha fumado fumará. Al menos me concederé el último cigarro. La última voluntad.